El estalinismo: bandera roja del capital
Introducción
El contenido de este cuaderno nos parece esencial para aquellos que queremos subvertir de modo radical este mundo. Estamos convencidos de que la energía social para negar y superar el capitalismo será cada vez más fuerte y continua, pero para que esa energía social sea fructífera es importante vincularla al programa histórico de la revolución y del comunismo. Y, a través de eso, deslindar el terreno de la revolución del de la contrarrevolución. Este cuaderno está dedicado a los orígenes teóricos, políticos e históricos de la principal contrarrevolución del siglo XX, aquello que por comodidad llamamos estalinismo. El nombre es problemático. Cuando hablamos de estalinismo no nos referimos a la actuación de una persona, Stalin, a una especie de supervillano, sino a un programa político y práctico que negó los fundamentos del comunismo como movimiento real, invirtiendo todos los términos. El internacionalismo fue sustituido por el socialismo en un solo país y la independencia de clase por el interclasismo. El objetivo comunista, una sociedad sin clases y sin Estado, fue barrido bajo los escombros de una acumulación originaria capitalista y una apología del trabajo a destajo. Asistimos con la contrarrevolución estalinista a un auténtico Léxico de la truhanería política[1], como dijo Munis. Todos los términos de la revolución y de nuestro movimiento histórico fueron transformados justamente en su contrario. Por eso, es tan importante entender lo que queremos decir cuando hablamos de comunismo y de liberación humana. El comunismo es un movimiento real, y no una idea entre otras, que niega los fundamentos materiales y categoriales del mundo del capital. El comunismo es la afirmación de la comunidad humana mundial, una comunidad sin dinero y mercancía, sin Estado y sin clases sociales. Así fue afirmado, a partir de la experiencia histórica de nuestra clase y del riguroso estudio de la sociedad del capital por nuestro partido histórico a partir de Marx. El comunismo como sociedad mundial requiere de una fase política intermedia que nuestros compañeros denominaron dictadura del proletariado. La dictadura de clase es la violencia que el proletariado constituido en clase y en partido ejerce contra el capital y sus categorías, y contra la burguesía como clase. La existencia de una sociedad de clases conlleva siempre una dominación de una clase sobre otra, de un modo de producción sobre la afirmación de otro. Esa violencia de clase es fundamental y es armónica y consonante con el objetivo final del comunismo. Por eso, el objetivo fundamental de la dictadura del proletariado es extender el proceso revolucionario a nivel mundial, romper las fronteras nacionales, reducir en la medida de lo posible la mercantilización y la influencia del capital sobre la sociedad, disminuir la jornada de trabajo, expresar el protagonismo consciente del proletariado en el ejercicio de su propia dictadura… Realidades antagónicas a lo que fue la afirmación de la contrarrevolución estalinista que afirmó el nacionalismo, la defensa de las fronteras rusas como baluarte “revolucionario”, el sometimiento del proletariado a jornadas de trabajo infernales en nombre de la construcción del socialismo, en realidad de la industria de Estado y capitalista rusa, y el exterminio físico de millones de proletarios en todo el mundo.
Por eso, el marxismo es una doctrina sobre la contrarrevolución. Y es que es importante deslindar la emancipación de la explotación, el comunismo del capitalismo, si queremos superar este mundo catastrófico que está llegando a sus límites internos y amenaza con la extinción de nuestra especie. Nuestros compañeros que emprendieron la tarea de separarse de la contrarrevolución en los años 30, cuando era medianoche en el siglo, vieron la necesidad imperiosa de reconstruir doctrinalmente nuestra teoría, ir a sus fundamentos originarios para demostrar que el estalinismo es la negación contrarrevolucionaria de nuestra doctrina. No es un hijo nuestro, ni legítimo ni ilegítimo. Es la negación total de nuestros fundamentos basilares, teóricos y físicos —basta pensar en las masacres estalinistas contra los revolucionarios auténticos). En estas páginas, trataremos de reconstruir las importantes batallas que darán nuestros compañeros contra esa gran mentira, contra esa mentira desconcertante que fue y es, hoy en mucha menor medida, el estalinismo, parafraseando el importante libro de Anton Ciliga.
Vivimos tiempos convulsos, tiempos interesantes. Se trata de tiempos de catástrofe y de esperanza en un mundo nuevo que puede emerger. Tenemos pruebas de ello y no solo de carácter negativo. No son solo los ejemplos negativos de la guerra, el cambio climático o las crisis económicas cada vez más dramáticos, hablamos también de las revueltas sociales por doquier y de las posibilidades materiales de vivir hoy en día en una sociedad comunista. El capitalismo se niega a sí mismo. El motivo principal de su crisis es que cada vez es más incapaz de encadenar la sociedad a los tiempos miserables de su medida social, el valor de cambio y el tiempo de trabajo socialmente necesario. Hoy en día sería posible ya vivir a nivel mundial en una sociedad donde el tiempo de trabajo fuera mínimo y la producción social se distribuyese de manera racional de modo gratuito, sin mediación monetaria ni mercantil. Es el capitalismo y sus contradicciones quien hace del comunismo un objetivo real y no una utopía ideal o meramente moral, una aventura donquijotesca como decía el Marx de los Grundrisse.
Lo esencial de los movimientos de polarización social futura es que se reapropien del programa histórico del pasado para poder invertir la praxis a la que nos condena el capitalismo. El comunismo como movimiento real exige romper esa praxis capitalista, romper con el fetichismo de la mercancía, colocar a un cierto punto la cabeza y los objetivos conscientes comunistas al puesto de mando. De ahí que la discusión con la contrarrevolución pasada sea tan importante., y mucho más cuando, como otro de los motivos positivos presentes, vislumbramos una nueva generación que se acerca a los debates pasados de nuestra clase. Es a ellos y ellas a los que se dirige en primer lugar este texto. Muchas veces en las redes sociales o en discusiones en la calle sentimos hablar de un Movimiento Comunista Internacional (MCI). ¿Qué sería ese MCI? Una unión nominalista donde basta un nombre común para convertirnos todos en familiares más o menos cercanos. A esa Unión Sagrada nosotros decimos claramente NO. Expresamos un no rotundo. Y este es el vector que mueve este cuaderno. Distinguir la revolución de la contrarrevolución. Entender, para sentir con fuerza, que el estalinismo en sus múltiples versiones —unidas por el programa del “comunismo” nacional, la alianza con la burguesía y la construcción fáctica del capitalismo de Estado— es un enemigo mortal de la revolución y de los comunistas, un hijo legítimo del mundo del capital. Y al capital, en cualquiera de sus formas, nosotros lo combatimos de manera implacable y contundente. Por eso no hay un nosotros, sino un antagonismo radical, el antagonismo entre burguesía y proletariado, entre revolución y contrarrevolución, entre capitalismo y comunismo. En ese sentido nuestra crítica a la contrarrevolución no es una forma de antiestalinismo al uso, sino que se hace desde un comunismo intransigente.
Los principios de la contrarrevolución
El socialismo en un solo país
Esta “innovación” teórica de Stalin se convierte en el eje teórico en torno al que gravita la contrarrevolución estalinista y que llega hasta nuestros días. La idea de que el socialismo se construye y se puede construir además en un solo país, y encima con un capitalismo atrasado y desigual como el ruso de hace cien años. Una posición radicalmente diferente a la de Marx o Engels —desde la Crítica del Programa de Gotha del primero al Anti- Dühring del segundo—, que habían planteado que el comunismo, ya sea en su fase inferior que superior, supone una sociedad sin clases sociales y Estado, sin mediación mercantil entre la producción y la distribución de los productos, sin dinero entonces. Previamente a esta fase, tras el triunfo de una revolución en algún territorio, rige la dictadura política del proletariado con el objetivo de expandirse a nivel mundial para poder destruir el capitalismo y liberar las fuerzas de la sociedad comunista. Marx siempre fue muy claro acerca del antagonismo entre socialismo nacional y comunismo. Por ejemplo, en la Crítica del Programa de Gotha y en relación a Lassalle nos decía:
Por oposición al Manifiesto comunista y todo el socialismo anterior, Lassalle concebía el movimiento obrero desde el punto de vista más estrecho. ¡Y después de la actividad de la Internacional, aún se siguen sus huellas en ese camino!
Como es obvio, la clase obrera para poder luchar tiene que organizarse como clase en su propio país, ya que esta es la palestra inmediata de su lucha. En este sentido, su lucha de clases es nacional, no por su contenido sino, como dice el Manifiesto comunista, por su forma. Pero el marco del Estado nacional de hoy, por ejemplo, el Imperio alemán, se halla a su vez económicamente dentro del marco de un sistema de Estados. Cualquier comerciante sabe que el comercio alemán es, al mismo tiempo, comercio exterior, y la grandeza del señor Bismarck reside precisamente en algún tipo de política internacional.
¿Y a qué se reduce el internacionalismo del Partido Obrero alemán? A la conciencia de que el resultado de sus aspiraciones «será la confraternización internacional de los pueblos», una frase tomada de la Liga burguesa por la Paz y la Libertad, que se quiere hacer pasar como equivalente de la fraternidad internacional de las clases obreras en su lucha común contra las clases dominantes y sus Gobiernos. ¡De los deberes internacionales de la clase obrera alemana no se dice, por tanto, ni una sola palabra!
Marx es meridianamente claro contra el socialismo nacional del que Stalin fue un heredero avanzado e innovador. El capitalismo es un sistema económico y político mundial, por lo que el contenido del comunismo nunca puede ser nacional. Su forma es mundial como lo es la del capitalismo. Al carácter mundial del capital solo se le puede contraponer una clase que es también mundial, precisamente porque es el resultado del desarrollo del mismo capitalismo, el conjunto de proletarios que deben vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir. Es el propio desarrollo del capitalismo, pues, el que impone la necesidad de un comunismo mundial para romper materialmente con el conjunto de categorías del capital, de la mercancía al Estado nacional. La unión proletaria internacional no es una mera frase humanitaria, del tipo de “nos tenemos que llevar bien y querernos como buenos amigos”: se trata, como dice el mismo Marx, de una lucha común contra el conjunto de clases dominantes y sus Estados que están también unidos, en Sagrada Familia, contra el proletariado. Se trata de un antagonismo mundial, de clase contra clase, de modo de producción contra modo de producción.
Este carácter internacional de la revolución era un fundamento insoslayable para los bolcheviques. Para ellos, no existía una revolución rusa en sí y para sí. Se trataba de un episodio de la revolución mundial que debía estallar y estalló, efectivamente, teniendo en Alemania (noviembre de 1918) su siguiente episodio. Por ejemplo:
Cuando, en su tiempo, iniciamos la revolución internacional, no lo hicimos persuadidos de que podíamos adelantamos a su desarrollo, sino porque toda una serie de circunstancias nos impulsaron a comenzarla. Nosotros pensábamos: o la revolución internacional acude en nuestra ayuda, y entonces tenemos plenamente garantizadas nuestras victorias, o llevaremos a cabo nuestra modesta labor revolucionaria con la convicción de que, en caso de derrota, y pese a todo, serviremos a la causa de la revolución, y nuestra experiencia será útil para otras revoluciones. Teníamos claro que la victoria de la revolución proletaria era imposible sin el apoyo de la revolución mundial. Ya antes de la revolución, y después de ella, pensábamos: o estalla inmediatamente la revolución —o por lo menos muy pronto— en los otros países, más desarrollados en el aspecto capitalista, o, de lo contrario, habremos de sucumbir.[2]
Lenin habla en 1921 y afirma claramente que tenían claro que la victoria de la revolución proletaria era imposible sin el apoyo de la revolución proletaria mundial. Si esta no acudiese en su ayuda, si no triunfáramos a nivel mundial, estaríamos condenados a perecer, pero en cualquier caso no pasa nada, porque habrían servido a la causa de la revolución, y sus lecciones serían útiles para el proletariado mundial: en definitiva, una posición internacionalista con la que romperá Stalin de modo radical. Ese es el significado profundo, infame y contrarrevolucionario de la teoría del socialismo en un solo país. Como decíamos antes, en relación a Marx, Lenin simplemente repite lo dicho por los fundadores de nuestro partido histórico. Ya Engels en sus Principios del comunismo, previos al Manifiesto, declaraba:
¿Es posible esta revolución en un solo país? No. La gran industria, al crear el mercado mundial, ha unido ya tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre, sobre todo los pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurre en la tierra del otro. Además, ha nivelado en todos los países civilizados el desarrollo social a tal punto que en todos estos países la burguesía y el proletariado se han erigido en las dos clases decisivas de la sociedad, y la lucha entre ellas se ha convertido en la principal lucha de nuestros días. Por consecuencia, la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en América, en Francia y en Alemania.
Y esto en los momentos previos a las revoluciones burguesas de 1848. Obviamente esta posición en 1917 y mucho más hoy, con un capitalismo que se ha hecho mundial, implica a su vez una revolución que se le contraponga y lo derrote también a nivel mundial. Incluso el mismo Stalin hasta 1924: basta leer sus Fundamentos del Leninismo, donde sostiene que la revolución rusa instauró la dictadura del proletariado en Rusia pero que su triunfo definitivo requería la revolución mundial. No será hasta diciembre de 1924, cuando Stalin publique un artículo en Pravda, «La revolución de Octubre y la táctica de los comunistas», y es la primera vez que se habla de construcción del socialismo en un solo país. En 1925, aparecerá como prefacio al libro de Stalin Camino de Octubre y en las sucesivas ediciones de Cuestiones del leninismo. Para Stalin, el pueblo ruso no puede «vegetar en sus contradicciones y pudrirse esperando “la revolución mundial”». De este modo, como veremos mejor a continuación, reconstruye y manipula textos para ponerlos acordes a la necesidad de la evolución del Estado ruso y de la acumulación capitalista de éste. La tesis central del socialismo en un solo país supone una inversión contrarrevolucionaria de lo dicho hasta ahora: el socialismo se construye en Rusia y el proletariado tiene que defenderlo en todos los países. Una hipótesis, la del socialismo en un solo país, que es inseparable del fracaso de la revolución mundial —que vivió sus dos últimos episodios más importantes en la Alemania de 1923 y en China en 1927. Este aislamiento de la revolución rusa, de cara al proletariado mundial derrotado, crea presiones nacionales dentro de Rusia en favor de una normalización de las relaciones con los Estados capitalistas a nivel diplomático y económico. Esa normalización es lo que se encuentra en el fondo de la idea del socialismo en un solo país. Vamos a concentrarnos en nosotros y en nuestro desarrollo. Vamos a dejarnos de las quimeras de una revolución mundial. Hay que construir el socialismo en Rusia a partir de la voluntad de los obreros y campesinos encarnada en el Partido. Y el proletariado mundial debe pasar de sujeto activo de la revolución mundial a defensor de la patria del socialismo, del bastión ruso asediado.
Siguiendo con el debate dentro del Partido Comunista ruso, es Bujarin, mucho más competente teóricamente que Stalin[3], el que retoma la perspectiva del socialismo en un solo país y le da más peso teórico a esta idea durante la XIV Conferencia del Partido Comunista Ruso. Stalin la retoma definitivamente, y no la abandona ya, en el contexto de la batalla contra Zinoviev y Trotsky. Al respecto es importante su texto: La cuestión del triunfo del socialismo en un solo país. Stalin usa su típica prosa repleta de preguntas sencillas que reciben respuestas afirmativas o negativas. Una prosa que creará escuela, la escuela de la contrarrevolución. Stalin empieza por una autocrítica de cuando él sostenía que el triunfo del socialismo requería el triunfo de la revolución mundial, formula que se encuentra en Los fundamentos del leninismo:
Pero derrocar el Poder de la burguesía e instaurar el Poder del proletariado en un solo país no significa todavía garantizar el triunfo completo del socialismo. Queda por cumplir la misión principal del socialismo: la organización de la producción socialista. ¿Se puede cumplir esta misión, se puede lograr el triunfo definitivo del socialismo en un solo país sin los esfuerzos conjuntos de los proletarios de unos cuantos países adelantados? No, no se puede. Para derribar a la burguesía, bastan los esfuerzos de un solo país, como lo indica la historia de nuestra revolución. Para el triunfo definitivo del socialismo, para la organización de la producción socialista, ya no bastan los esfuerzos de un solo país, sobre todo de un país tan campesino como Rusia; para esto hacen falta los esfuerzos de los proletarios de unos cuantos países adelantados.
Stalin dice que esta fórmula era justa hasta la destrucción de la oposición de Trotsky y Zinoviev dentro del PC ruso. Una vez destruida es a todas luces claro que se puede edificar la sociedad socialista completa con las fuerzas solo de Rusia, y sin ayuda exterior.
Su defecto consiste en que funde en una sola dos cuestiones distintas: la cuestión de la posibilidad de llevar a cabo la edificación del socialismo con las fuerzas de un solo país, cuestión a la que hay que dar una respuesta afirmativa, y la cuestión de si un país con dictadura del proletariado puede considerarse completamente garantizado contra la intervención y, por tanto, contra la restauración del viejo régimen, sin una revolución victoriosa en otros países, cuestión a la que hay que dar una respuesta negativa. Esto, sin hablar de que dicha formulación puede dar motivo para creer que es imposible organizar la sociedad socialista con las fuerzas de un solo país, cosa que, naturalmente, es falsa.
Como vemos claramente, en esta fórmula se encuentran presentes ya todos los fundamentos del nacional-“comunismo” estalinista. Se encuentra ahí lo que es el núcleo de la contrarrevolución. La afirmación a todas luces falsa del socialismo en un solo país, sirve para reducir al proletariado mundial a un mero apéndice en defensa de los intereses geopolíticos e imperialistas de la URSS como Estado capitalista. Existe una inversión radical de la pirámide del internacionalismo proletario, como afirmó Bordiga en el VI Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista de 1926. El sujeto ya no es el proletariado mundial constituido en clase, a través de su partido como órgano de clase, y que trata de lograr el triunfo de la revolución mundial. El proletariado es simplemente un agente pasivo que apoya al Estado ruso como patria del socialismo, de un socialismo autoproclamado. Esa será desde entonces la historia del estalinismo, la reducción de los partidos comunistas a agentes en defensa de los intereses económicos y políticos del Estado ruso. Éste, sus aparatos políticos y la misma Komintern se constituirán a través de la teoría del socialismo en un solo país en agentes del capital impersonal ruso y de la burguesía mundial. Ese es el secreto del estalinismo y de su contrarrevolución encarnada en el socialismo en un solo país.
En primer lugar, es importante seguir reiterando que el socialismo en un solo país es imposible porque el socialismo, tal y como afirmó en la discusión contra Stalin el mismo Zinoviev siguiendo a Marx, significa abolición de la dictadura del proletariado y la extinción de las clases sociales. Socialismo, o primera fase del comunismo como decía Marx, es una sociedad donde ya no rigen las categorías capitalistas: trabajo asalariado, Estado, dinero y mercancía, clases sociales… Stalin y el estalinismo, como expresión inconsciente de las fuerzas impersonales del capital mundial, hacen pasar por comunismo lo que es una expresión de capital nacional. Como ya hemos explicado en nuestro texto El capitalismo de Stalin, este último defiende que la existencia de la ley del valor, de la acumulación de mercancías a su justo precio —para este proudhoniano totalitario el capitalismo sería beneficios excesivos, monopolistas—, del sistema salarial como mediación entre la producción y el consumo… sería la construcción del socialismo en Rusia, un socialismo proclamado por el padre de la contrarrevolución ya en 1931.
Esta discusión no es meramente terminológica, ya que supone la adulteración del programa del comunismo. Y es una adulteración que llega hasta nuestros días, aunque sea de modo debilitado. Asistimos ante jóvenes proletarios que se radicalizan contra el capitalismo y quieren superarlo de un modo revolucionario, pero para ello encuentran los instrumentos de la contrarrevolución encarnada en diferentes aparatos estalinistas en sus múltiples familias. Pero se da también incluso en críticos izquierdistas del estalinismo, como los comunizadores, que confunden el socialismo con lo que Stalin decía de éste —o sea una sociedad donde rige la ley del valor—, afirmando la necesidad de superar cualquier fase de transición al comunismo —con lo que obvian la centralidad de la dictadura del proletariado como fase política revolucionaria—, y radicalizando de este modo la posición voluntarista de Stalin. El comunismo sería inmediatamente posible, sin revolución mundial, ni siquiera a nivel nacional porque se afirmaría en la misma lucha, en la misma insurrección. Sin saberlo estas teorías son hijas de aquello que pretenden criticar, las nociones de la contrarrevolución que encima se hacen pasar como si fueran propias de Marx y de nuestro movimiento histórico. No, el socialismo es ya comunismo, no es una sociedad con clases sociales y Estado, otra cosa es la dictadura de clase como fase de transición. Y el comunismo requiere de esa fase intermedia. No nace de la mera voluntad como presupone la ideología comunicadora[4].
Pero volviendo a Zinoviev, al batallar contra las posiciones de Stalin hablaba ya de la estrechez nacional del georgiano y de cómo ésta negaba el internacionalismo proletario. Trotsky y Zinoviev, en su reacción contra el estalinismo, tienen muchísimos límites. Los desarrollaremos a lo largo de nuestro texto y de las lecciones que tenemos que sacar hoy como comunistas, y volveremos también a los límites del propio Lenin. Pero es importante indicar su reacción, la defensa confusa pero justa de los fundamentos del comunismo. El socialismo es una sociedad sin clases y sin Estado, como dirá Trotsky en La revolución traicionada de 1936.
El resultado final de la contrarrevolución estalinista no nos sorprende como comunistas revolucionarios que tratamos de aplicar el método materialista a la historia. Una revolución proletaria triunfante en un país, pero aislada internacionalmente, está condenada a morir. Ese es el secreto detrás del embrollo ruso. La revolución rusa fue una revolución proletaria cuyo fin era alcanzar el comunismo. Ese fin solo es posible tras el desarrollo y el triunfo de una revolución mundial que en efecto se produjo, pero fracasó. Como dijo Rosa Luxemburgo en su análisis sobre la revolución rusa, los bolcheviques llevan consigo el mérito imperecedero de haberse atrevido. Pero con ello plantearon un desafío que solo podía ser recogido por el proletariado internacional y triunfar en la arena mundial de la lucha de clases. El aislamiento de la revolución fortaleció el peso del capitalismo mundial dentro de Rusia. Como materialistas históricos sabemos que no podía ser de otro modo. La revolución rusa, a diferencia de lo que plantearon los comunistas de los consejos posteriormente, fue una revolución proletaria que se daba en un contexto capitalista. No podía ser de otro modo: era la realidad social de la Rusia de la época y de cualquier otro país de su época —aunque obviamente el desarrollo alemán hubiera ayudado más que la situación rusa— y así será también en nuestra época, aunque el capitalismo haya expandido enormemente la madurez actual del comunismo. En cualquier caso, una revolución triunfante implica siempre un período político de transición caracterizado por la dictadura revolucionaria del proletariado.
Como decimos, un contexto de aislamiento de la revolución mundial inevitablemente conduce a un cúmulo de presiones contrarrevolucionarias que finalmente acabaron triunfando. Es en esas difíciles condiciones que los bolcheviques operan y que los lleva a una serie de errores. En medio del aislamiento de la revolución, sobre todo a partir de 1921, los bolcheviques se concentran en tratar de desarrollar la economía nacional, la NEP, el capitalismo de Estado para generar un desarrollo capitalista a la espera del triunfo de la revolución mundial. Lenin incluso llega a definir ese capitalismo de Estado como un avance hacia el socialismo —en una perspectiva que concentra demasiado en el desarrollo económico nacional los pasajes hacia el socialismo que son sin duda mundiales. Lenin afirma que lo mejor que pueden hacer en ese momento por el proletariado mundial es concentrarse en el desarrollo económico propio:
Intervenimos en la política mundial con nuestra política económica, si resolvemos este problema venceremos a escala internacional segura y definitivamente.[5]
Lo que los bolcheviques están buscando es siempre tomar aire y tiempo, resistir hasta que la revolución mundial vuelva a estallar, de ahí la importancia que la Internacional Comunista dará en 1923 al triunfo de la revolución alemana. Nos parece muy importante resaltar la ruptura cualitativa que implica la perspectiva bolchevique en relación al estalinismo. Al mismo tiempo que entendemos que esas presiones estaban ya en el desarrollo inicial de la revolución rusa, también entendemos que eran presiones inevitables sin un triunfo de la revolución mundial. Es imposible mantener en el tiempo un poder proletario sano en el contexto de una economía mundial y nacional capitalista. Lenin, en cualquier caso, tiene el mérito de llamar la situación por su nombre real. Lo que existe y están desarrollando desde el poder bolchevique es una forma de capitalismo de Estado, no se está construyendo el socialismo pleno nacionalmente. Él mismo reconoce que el automóvil del Estado lleva su propio camino, que no lo controlan. Hubiera sido muy importante poder desarrollar más la claridad este aspecto para haber salvado el partido bolchevique y la Internacional Comunista de convertirse en instrumentos de la contrarrevolución.
Y, sin embargo, los bolcheviques no son suficientemente claros, empezando por Lenin. La concentración en el desarrollo de una economía nacional mientras estalla la revolución mundial será la base de la que después se aproveche la contrarrevolución estalinista. Genera equívocos sobre el horizonte final de la revolución comunista, y genera una serie de tendencias que funcionan de modo automático, impersonal y propio si no son rotas por la expansión de la revolución mundial y del poder internacional del proletariado. Sin esto, la propia lógica del Estado y de la economía capitalista acabará por engullir y quebrar cualquier experiencia revolucionaria, que es lo que finalmente ocurrió. La lógica mercantil, de acumulación de capital y los intereses geopolíticos del Estado ruso presentaron la cuenta de sus intereses, y encontraron en Stalin y en su círculo los agentes y funcionarios de su lógica[6]. Sobre estas lecciones volveremos más adelante, pero nos parece muy importante resaltarlas desde ya. El problema no fue aplicar la NEP en 1921 o incluso las posiciones de Lenin a favor del capitalismo de Estado —no las compartimos, pero nos parecen un problema táctico, hubieran sido mejores otras medidas económicas que hubieran fomentado el consumo y el tiempo libre proletario en la medida de lo posible—, ese tipo de medidas —mercantiles— son inevitables en un contexto social que sigue siendo capitalista. Lo que habría que haber resaltado con más fuerza es que esas medidas tenían los días contados sin revolución mundial proletaria, que esta debe ser el alfa y omega del poder revolucionario y que por eso mismo el Estado ruso y el partido bolchevique debían someterse a la centralización de la Internacional —como resaltó Bordiga durante el VI Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista. No se podía alimentar la ilusión de estar fuera de los intercambios del mercado y que su torbellino no acabara por arrastrar a la revolución de modo fatal. Si la revolución mundial no acababa con el capitalismo, éste, como sucedió, acabaría por ajustar las cuentas con ella en Moscú[7]. Y era preciso tomar en consideración que llegado el momento había que renunciar al poder político para que este no aplastase y deformase al órgano de clase, al partido mundial. No tomar en cuenta esta perspectiva es lo que acabará arruinando el proceso y generando una contrarrevolución capitalista, pero con una bandera roja que ha aplastado por décadas las posibilidades revolucionarias del proletariado. Por eso a día de hoy es tan importante aprehender con claridad las lecciones de la revolución rusa y, sobre todo, de la contrarrevolución que nos acabó aplastando.
Sobre estos aspectos, Lenin y los bolcheviques no son suficientemente claros. Su voluntad justa de aguantar y resistir no toma en consideración suficientemente los peligros que se están desencadenando, la forma en que la lógica del capital y de la diplomacia internacional les va a acabar engullendo. Desde bien pronto conviven ya dos lógicas. Una la de la Internacional Comunista y otra la de los tratados internacionales donde el Estado ruso trata de obtener el reconocimiento de la comunidad burguesa de Estados. Los primeros impulsos revolucionarios se van apagando. Chicherin y Litvinov (Comisarios de Asuntos Exteriores de la URSS) son muy diferentes al Trotsky que afirmaba que iba a usar su puesto para expandir propaganda revolucionaria entre los soldados alemanes y austriacos, para después cerrar la puerta del ministerio. Ahora, a principios de los años 20, lo que persigue el Estado ruso es el reconocimiento internacional, y lo logra en Rapallo en 1922. Ya no publicita los acuerdos secretos, sino que los hace: por ejemplo, un protocolo secreto con la Alemania de Weimar por la que la URSS autoriza la construcción de fábricas para el armamento clandestino del ejército alemán; o la retirada del apoyo a la República Soviética de Guilán, en el norte de Irán, por parte de la URSS debido al acuerdo de 1921 entre la diplomacia rusa y la inglesa; o el Tratado de Moscú de 1921 con la Turquía de Atatürk, que implicará el apoyo militar soviético a los turcos en guerra contra los griegos, a la vez que Atatürk perseguía a los comunistas turcos.
Podemos ver, entonces, una relación estrecha entre los movimientos de la diplomacia del Estado ruso, la vinculación a la comunidad de Estados capitalistas a través de los tratados internacionales y cómo esta dinámica se enfrenta progresivamente a los intereses de la revolución mundial. Entender esto es el aspecto decisivo y los bolcheviques, a pesar de su internacionalismo, no fueron claros al respecto. Es esta falta de claridad, junto a la dinámica internacional de aislamiento de la revolución, la que hizo que surgiera un sector del partido ruso que encarnara los intereses de la dinámica automática del capitalismo internacional.
El interclasismo como alianza con la burguesía progresista
Ya hemos analizado en profundidad el puntal de la contrarrevolución estalinista, el socialismo en un solo país que supone la coronación lógica de los intereses del Estado capitalista ruso por delante de los del proletariado mundial. Es la causa teórica que confirma una dinámica práctica, la de la destrucción del partido comunista, que de órgano proletario pasa a ser un instrumento de la contrarrevolución burguesa mundial. Esa posición contrarrevolucionaria será instituida como una condición necesaria para la pertenencia al PC ruso en su XV Congreso de 1927 y a la Internacional Comunista en su VI Congreso de 1928. Desde entonces, la afirmación de la necesidad del socialismo en un solo país se convierte en un dogma de fe de la contrarrevolución.
Y esto es muy importante, a propósito de lo que decíamos en la introducción de este texto. Buena parte de las organizaciones que hoy se llaman comunistas en realidad son nacional-“comunistas”. Son las herederas de esta contrarrevolución en los principios y en la práctica que ha gangrenado al movimiento proletario. Por eso, como decíamos, es tan importante desmarcarnos de estas fuerzas, visualizarlas en el campo enemigo y caracterizarlas como contrarrevolucionarias.
En el léxico de la truhanería política que utiliza el estalinismo, el socialismo se convierte en nacionalismo y el internacionalismo en la defensa de los intereses geopolíticos del Estado ruso, como hemos dicho. Ser internacionalista no es sostener la solidaridad de clase y el combate contra la burguesía mundial, sino defender la patria del socialismo.
Como podemos intuir ya, esto influye directamente en la política internacional de la Komintern estalinista. La III Internacional había nacido en 1919 como expresión del partido mundial del proletariado. Sin duda, con todos sus límites y titubeos, fue una muestra clarísima del internacionalismo intrínseco a la revolución rusa y a los bolcheviques. La política del socialismo en un solo país lo transforma todo, desde entonces lo que es central es la defensa de los intereses del Estado ruso y las alianzas que este establece con las burguesías nacionales en numerosos países. Desde 1927 los partidos comunistas son apéndices de la contrarrevolución.
Nos queremos detener, para demostrar lo afirmado más arriba, en diferentes procesos revolucionarios y en cuál va a ser la política oportunista y criminal de la Internacional Comunista. Vamos a hablar del proceso de bolchevización de la Internacional Comunista desde 1923-24, el Comité anglo-ruso de 1925/26, la revolución china de 1927 y los zigzags de la política estalinista desde la teoría del socialfascismo hasta llegar al frentepopulismo y al antifascismo como alianza con la burguesía democrática. En un futuro apartado hablaremos de otros procesos acerca de la política infame del estalinismo, como la España de 1936.
La Internacional Comunista vive un proceso de bolchevización de todos los partidos comunistas desde 1923-1924 que será culminado en 1926. Bajo ese proceso la pirámide de la Internacional se encuentra completamente invertida. Como dijo Bordiga en el IV Ejecutivo Ampliado:
Podemos comparar nuestra organización internacional a una pirámide. Esta pirámide debe tener una cima y unos lados que tiendan hacia esa cima. Es así como se puede representar la unidad y la necesaria centralización. Pero hoy, debido a nuestra táctica, nuestra pirámide reposa peligrosamente sobre su cima. Hay, pues, que invertir la pirámide […]. Todo el sistema debe ser modificado de arriba a abajo.
Bordiga expresa claramente los principios de la centralización orgánica que debe tener la Internacional. Debe reposar en su base y en un movimiento de doble dirección, de abajo a arriba y de arriba hacia la base, que permita una unidad sustentada en las posiciones comunes como comunistas. Frente a esto la bolchevización —término usado por el comunista francés Albert Treint— supone la creación de una disciplina internacional que gangrenará el espíritu revolucionario de los partidos comunistas y de la Internacional Comunista. Y es que como afirmó la izquierda italiana en el mismo Ejecutivo:
La disciplina es un punto de llegada, no un punto de partida, no una especie de plataforma inmutable. Por otro lado, esto corresponde al carácter voluntario de la adhesión a nuestra organización de partido. Por esta razón, una especie de código penal del partido no puede ser un remedio a los casos frecuentes de falta de disciplina. Se ha instituido últimamente en nuestros partidos un régimen de terror, una especie de deporte que consiste en intervenir, castigar, reprimir y aniquilar. Y todo ello con un placer muy particular, como si esto fuera justamente el ideal de la vida del partido.
El tipo antropológico del militante estalinista nació de aquí, pero supuso una ruptura con las tradiciones revolucionarias de los primeros años de la Internacional Comunista. El Rubashov que protagoniza la novela de Koestler, El cero y el infinito, es ya alguien quebrado por esta disciplina artificial, hecha de infamias, traiciones y denuncias, que corrompen y quiebran por dentro la vinculación a un verdadero programa revolucionario y a una disciplina que tiene que ser consciente. La bolchevización y su triunfo a costa de los militantes que representaban las auténticas tradiciones de nuestra clase es lo que explica después las lógicas organizativas y morales del estalinismo: desde las purgas a los zigzagueos continuos de posiciones tácticas y de principios. Y todo ello en nombre de la defensa de la URSS como patria del socialismo, de defender a los “nuestros” para no dar armas al enemigo. Es decir, todo ello a costa de sepultar el auténtico programa y los objetivos comunistas. Se afirma así:
Un método de humillación personal que es un método deplorable, incluso cuando es utilizado contra elementos políticos que merecen ser combatidos duramente. No creo que sea un método revolucionario. Pienso que la mayoría de los que hoy prueban su ortodoxia divirtiéndose a expensas de los pecadores y perseguidos está compuesto muy probablemente por antiguos ex oponentes humillados en su momento […]. Esta manía de autoinmolación debe cesar si verdaderamente queremos presentar nuestra candidatura a la dirección de la lucha revolucionaria del proletariado.
La lógica de las críticas y la autocrítica estaba ya descrita en 1926 como algo que había que combatir de modo radical en nombre del programa comunista, como muestra de que, si bien la contrarrevolución es una cuestión de contenidos y no de formas, a su vez los métodos que construyen la organización y la militancia comunista no son ajenos a esos contenidos, sino que son indisociables. Hay una relación permanente entre medios y fines. Y a los fines de la contrarrevolución burguesa estalinista se le corresponden unos medios acordes: la delación y la autoinmolación, la destrucción de la reflexión colectiva y la disciplina artificial, los personalismos y la persecución implacable de los pecadores. Una lógica que se encuentra en las antípodas de la organización de los comunistas. Fines y medios se vinculan indisociablemente en el estalinismo, y sus métodos no son propios de un mal congénito a nuestro movimiento o al centralismo bolchevique, de un modo más específico, sino que suponen su misma negación como producto de la contrarrevolución.
El proceso de bolchevización antes descrito llevaba implementándose ya tres años. Es el resultado del lento afirmarse de la contrarrevolución que hace replegarse a los bolcheviques sobre su fortaleza asediada, y de ahí les lleva a tratar de controlar la Internacional Comunista para ponerla al servicio de la patria del socialismo. Paradigmático, en este sentido, es lo sucedido en el Partido Comunista de Italia (PCdI) donde la dirección de izquierda será sustituida por Moscú en 1923 y encabezada por Gramsci, que desde entonces se convierte en el defensor de la línea de Moscú, que trata de aminorar la intransigencia revolucionaria del partido italiano —contrario a los frentes únicos políticos y al gobierno obrero o a la fusión con los socialistas de Serrati[8]. Gramsci, que obviamente es alguien muy diferente al infame de Togliatti, llevará a cabo de modo implacable el control del partido por parte de la Internacional Comunista, incluso con una policía de partido que trataba de revisar los documentos y papeles que llevaban los militantes para impedir las lógicas fraccionales y con métodos tan poco democráticos como dar a la dirección todos los votos que no se hayan podido expresar, debido a la clandestinidad del partido bajo la Italia fascista. Y, a pesar de todo esto, en la Conferencia de Como (1924) la izquierda aún fue mayoritaria, y no será hasta 1926 que el partido esté totalmente bajo el control de Moscú a través de Gramsci. Y, como decíamos, aún se mantiene una cierta lógica y espíritu de camaradería que será definitivamente aplastado en los años 30 en el partido italiano como en el resto de los partidos comunistas.
Lo que acabamos de indicar para Italia, que además sirve para desacreditar la imagen edulcorada que hoy se tiene de un Gramsci revestido de estampitas académicas, se puede generalizar, de modos y con claridades diferentes, a todos los partidos comunistas del mundo. En Francia, la dirección de Boris Souvarine, Rosmer y Monatte será cambiada bruscamente por la figura de Albert Treint, y que después será eliminado en favor de Maurice Thorez. En Alemania, el KPD purgará primero —bajo el mandato de Paul Levi— a la mayoría de su militancia, que creará el KAPD. Tras la revolución fracasada de 1923, Brandler será sustituido por los “izquierdistas” Maslow y Ruth Fischer y finalmente se impondrá el disciplinado y sumiso Thälmann. Este es el secreto de los dirigentes estalinistas, productos de la contrarrevolución, gente sumisa que sabe decir que sí a Moscú y que a su vez son aclamados como pequeños padres o madres del proletariado: desde Dolores Ibárruri a Tito, de Mao a Thorez, de Dimitrov al húngaro Rákosi. En algunos casos, figuras inteligentes e infames, como Togliatti, que usan su inteligencia al servicio de la contrarrevolución, y que sobreviven a las purgas por una combinación de suerte, de docilidad y sobre todo de una alta dosis de infamia. En otros casos, los hijos se rebelarán contra los padres. Es lo que hace Tito con Stalin, Mao con Kruschev o Carrillo con Ibárruri. Pero la lógica contrarrevolucionaria es idéntica, el programa nacional-“comunista” les mueve y, simplemente, reivindican su parte propia del pastel. Pero volveremos a ello más adelante. De momento, queríamos resaltar cómo tanto la bolchevización de la Internacional Comunista, como la del propio Partido ruso, fueron una obra esencial para el éxito de la contrarrevolución en marcha.
El primer ejemplo sobre el que queríamos detenernos para observar de cerca las consecuencias de esta política interclasista y conciliatoria de la Komintern es el caso británico. En abril de 1925, se firma un acuerdo, conocido como Comité anglo-ruso, entre los líderes sindicales soviéticos y británicos que habían girado hacia la “izquierda”. En realidad, este acuerdo es inseparable de otros movimientos diplomáticos previos. En enero de 1924, llega al poder el primer gobierno laborista de la historia que reconoce diplomáticamente a la URSS el 1 de febrero de1924. Los diplomáticos soviéticos, entre ellos Tomsky, el líder de los sindicatos, llegan a suelo británico en mayo de 1924. Los líderes sindicales británicos visitan la URSS a fines de 1924 y, como decíamos, en abril de 1925 se firma el famoso Comité anglo-ruso entre los sindicatos soviéticos y británicos. Estos acuerdos suponen la subordinación de la autonomía del Partido Comunista de Gran Bretaña (GBCP) a dicho Comité y a la lógica sindical de los líderes izquierdistas británicos: radicales en sus palabras y absolutamente timoratos en sus actos. En definitiva, una lógica típica del sindicalismo que recupera la radicalidad del movimiento obrero para integrarla en el cuadro político del Estado burgués, y es, en efecto, lo que van a hacer con la ayuda de la URSS. Ya Lloyd George, el famoso político liberal, había hablado en 1919 con los líderes sindicales para decirles que su función era mantener el orden social. Ya se sabe que la función determina el órgano, en este caso el sindical[9].
En 1926 asistimos en Gran Bretaña a una importantísima oleada de huelgas anticipada por la lucha de los mineros. El primer día de huelga, el 4 de mayo, la huelga es total. Todo está en silencio como una muestra del poder potencial del proletariado en lucha. Hay un paro completo del transporte del país, solo circulan el 3,5% de los trenes de personas y del 2% al 3% de los de mercancías. Al mismo tiempo el GBCP es un partido débil y completamente subordinado a las direcciones sindicales. Una nueva muestra, como ya indicábamos en El pasado de nuestro ser, del voluntarismo de la III Internacional para crear situaciones revolucionarias a través de atajos. Aunque aquí entramos en un salto de cualidad, ya que la política del Komintern se encuentra subordinada a la perspectiva del socialismo en un solo país y a los intereses geopolíticos del Estado ruso.
El gobierno británico y los sindicatos tenían un miedo atroz a la radicalización y a la ofensiva proletaria que se manifestaba todos los días en la calle. Tras algo más de una semana de huelga, el 12 de mayo decretan el final de la huelga para romper el proceso de radicalización de clase y tratar de reconducir el proceso hacia el orden del capital. Los mineros continuarán solos con la huelga, pero aislados. A mitad de octubre de 1926, 200.000 mineros se reintegran al trabajo, y a finales de año todos. La huelga de 1926 supone la derrota de millones de proletarios en lucha, debido a la propia debilidad política del proletariado en lucha, pero también por una política de la Internacional Comunista que subordina la lucha a la lógica de los sindicatos británicos y, por lo tanto, al marco político del capital inglés. Y es que para Stalin lo prioritario es asegurar una política de los partidos comunistas que garanticen la seguridad de la URSS. En este sentido, el Comité anglo-ruso sirve como instrumento del Estado ruso en los juegos geopolíticos con el imperialismo británico.
Más importante, desde el punto de vista de la revolución mundial, son los sucesos en China desde 1925 a 1927. Asistimos a una auténtica radicalización proletaria que acabará bañada en sangre, debido a la política de la III Internacional que supedita al proletariado chino a la burguesía nacional representada por el Kuomintang (KMT). La política de la dirección de la III Internacional subordinada ya a la lógica del socialismo en un solo país y a una visión de la revolución mundial por etapas y como revoluciones nacionales, lo que separa en compartimentos estancos una revolución de otra, será aplicada con nefastas consecuencias en China. Lo primero, la idea de una revolución por etapas, supone reducir la revolución china a una revolución burguesa de carácter antiimperialista. En este sentido, había que buscar la alianza con el resto de las clases nacionales contra el imperialismo extranjero —política que sería posteriormente desarrollada por Mao en los años 30 y 40, a propósito del carácter plenamente estalinista del nacionalista burgués chino. Es decir, buscar una alianza ante todo con la burguesía nacional representada por el KMT, partido fundado por Sun Yat Sen y que, tras su muerte en marzo de 1925, tiene en ese momento como líder más importante a Jiang Jieshi. La III Internacional estalinista obliga al joven Partido Comunista Chino (PCCh) a subordinarse plenamente al KMT. Tanto es así que el PCCh se disuelve dentro del KMT, participa de sus estructuras sin una fisionomía política propia e incluso el KMT es invitado a las reuniones de la III Internacional. Llegan a proponer que Jiang Jieshi sea vicepresidente de la III Internacional. De esta manera, se aplica una política de frente único antiimperialista —que la III Internacional aplicará también en otros países coloniales y semicoloniales— de nefastas consecuencias.
Junto a la subordinación etapista y a un programa burgués del PCCh, asistimos a considerar en términos exclusivamente nacionales la revolución china. Se trata de un efecto directo de la estrategia contrarrevolucionaria del socialismo en un solo país. La revolución china no se piensa como un episodio de la revolución mundial que estalla en 1917, sino como una revolución atrapada en sus exclusivas fronteras nacionales. Y, sin embargo, es imposible entender nada de la revolución china si no la pensamos como un momento del proceso global de revolución mundial, como un momento decisivo que podía haber revertido el reflujo revolucionario en curso desde 1921. Con sus límites y debilidades, el joven PCCh discute tímidamente estas posiciones que le llegan de la III Internacional. Y, desde luego, el proceso de constitución en clase del proletariado chino a través de la ocupación de tierras, de las huelgas salvajes y de la conformación de milicias armadas se contraponía al carácter capitalista de la formación social china. Su búsqueda profunda, como sostuvo la izquierda comunista italiana en el exilio en ese momento, era hacia la independencia de clase y organizativa con la burguesía y por afirmar la dictadura del proletariado en China como parte de la revolución mundial[10].
La posición capituladora y contrarrevolucionaria de la III Internacional tendrá contratendencias no solo en China sino a nivel internacional. La Oposición de Izquierdas que empieza a vincularse a Trotsky, y durante un tiempo a Kámenev y Zinóviev, se enfrentan a la política suicida y criminal de Stalin y Bujarin. No llegan a sostener la ruptura organizativa con el KMT, pero sí defienden la necesidad de la independencia de la política del PCCh, que debe defender su propio programa proletario en China. Esto, para Trotsky, supone el desarrollo de una revolución permanente que da un carácter comunista a la revolución china, aunque todo condimentado con consignas democráticas y burguesas[11].Estos límites importantísimos de su posición no pueden ocultarnos las diferencias radicales con la política de Stalin. Para Trotsky, el elemento que da sentido al movimiento chino se entiende desde su carácter internacional como parte de la revolución mundial y por objetivos comunistas: es decir, la revolución se dirige hacia la dictadura del proletariado y la expropiación de la burguesía por medio del proletariado en lucha.
Posiciones muy parecidas, de modo dubitativo, tendrán algunos dirigentes del PCCh. Por ejemplo, Li Dazhao, el principal dirigente de la época junto a Chen Duxiu, vinculaba claramente al proletariado chino y británico como parte de una misma lucha de clases mundial. Chen Duxiu y el resto del PCCh se oponen al inicio a entrar en el KMT, ya que generaba confusión y subordinaba la política del proletariado al KMT. Sin embargo, los dirigentes chinos ceden ante las presiones y la disciplina de la Komintern, de este modo el PCCh de partido del proletariado se configura como parte de la izquierda de la burguesía nacional. Li Dazhao confesó a Peng Suzhi que estaban haciendo tareas propias de nacionalistas y no de comunistas, que habían abandonado su partido, el PCCh, a cambio del KMT. El trasfondo de las discusiones políticas y programáticas nos permite entender mejor los hechos históricos que fueron novelados por André Malraux en sus novelas (Los conquistadores y La condición humana). El 30 de mayo de 1925 estalla una huelga en Cantón y Hong-Kong que da lugar al primer soviet proletario en China, una huelga que se produce a consecuencia del asesinato a manos de la policía de 10 obreros. Se crea, como decimos, un soviet con milicias proletarias armadas que controlan los movimientos de las personas y la circulación de las mercancías, o sea con un control y poder territorial. Esta lógica de la autonomía de clase y de defensa por sus intereses inmediatos e históricos como proletarios, es quebrada por la supeditación al KMT y a su programa nacionalista y burgués.
Pero las necesidades del Estado ruso son esenciales para Stalin y su política, llegando a afirmar que el KMT acabará con el dominio del imperialismo en Oriente —como si fuera posible acabar con el imperialismo sin acabar con el capitalismo. A Stalin lo que le interesa es buscar un aliado político en China de cara a la defensa de los intereses geopolíticos y económicos del Estado ruso. De este modo acepta que el PCCh entregue sus listas de militantes al KMT —lo que será fundamental para las matanzas posteriores. La revolución sigue su propio curso a partir de la radicalización de clase, los proletarios sin tierras ocupan las tierras en Hubei y Hunan, y organizan milicias armadas. Pero el centro de la revolución china se encuentra en Shanghai, donde cientos de miles de obreros en armas controlan la ciudad en 1927. El 21 de marzo de 1927, tras un intento previo fracasado un mes antes, 500.000 a 800.000 obreros toman la ciudad, armados con pistolas, bastones y cuchillos. Sin embargo, Jiang Jieshi se encuentra a las puertas de la ciudad y los obreros en armas, aconsejados por el PCCh, le consideran un amigo. Desde las 4 de la madrugada del 11 de abril de 1927, Jiang lanza una ofensiva militar contra la comuna de Shanghai que ocasiona una matanza brutal de proletarios. Desde entonces, la represión se extiende como una mancha de aceite. Bajo las órdenes de Jiang Jieshi, al que la política criminal de Stalin y compañía habían propuesto como vicepresidente de la Komintern, al menos 547.000 obreros y campesinos son asesinados[12]. Este desastre y el fracaso de la revolución china se deben completamente a la política de la Internacional Comunista, a su idea de la revolución por etapas y nacional, una revolución que se piensa aislada y en términos puramente nacionales. En la búsqueda de alianzas con las burguesías nacionales, lo que encubre en realidad los intereses imperialistas del propio Estado ruso. El estudio del pasado y de la revolución china de 1927 nos debe servir para sacar lecciones revolucionarias para el presente y el futuro. Y, en el caso que nos convoca en este texto, entender el carácter intrínsicamente contrarrevolucionario del estalinismo desde sus inicios.
Nos hemos detenido ampliamente en el caso chino porque nos permite entender mejor los zigzagueos constantes de la política de la Komintern estalinista a partir de ahora: zigzagueos que esconden, si rascamos mínimamente la superficie los intereses geopolíticos del Estado ruso, el intento de evitar la guerra con el resto de las potencias imperialistas, de lograr alianzas diplomáticas y geopolíticas. Y para ello el proletariado mundial es usado como carne de cañón.
De este modo, en el VI Congreso de la Internacional Comunista de 1928, aquel que coloca el socialismo en un solo país como pilar de aceptación obligatoria por parte de todos los militantes “comunistas”, se lanza la política del socialfascismo. El capitalismo habría entrado en un tercer período, tras el período de estabilización del año 1924, que recuperaría las oleadas revolucionarias del período de 1918, ya sea por la crisis del capitalismo que por la radicalización del proletariado. La confusión en las filas de la III Internacional es total ante los virajes continuos, incluso alguien tan inteligente y ruin como Togliatti se dice por carta que ojalá estuviera Bordiga presente porque, por lo menos, les diría lo que pasaba. Pues bien, lo que pasaba es que la Komintern era ya un instrumento de la contrarrevolución en acto, llena de tontos útiles alimentados en torno al aparato del poder. La principal línea del Tercer Período es la del socialfascismo, que Stalin expresa con su habitual y mediocre claridad: «La socialdemocracia es objetivamente el ala moderada del fascismo… son almas gemelas». Ante el nuevo zigzagueo nacen nuevas direcciones en los PC locales —Togliatti con su habilidad habitual logra salvarse— que representan la nueva línea. Por ejemplo, Bullejos en España representa esta línea, bajo la vigilancia y el control del argentino Codovilla.
La posición acerca del socialfascismo es un absurdo teórico. La socialdemocracia es una corriente burguesa, pero no es ni parte del fascismo ni su alma gemela. En realidad, esta posición no es tan diferente a la que el estalinismo adoptará posteriormente con el antifascismo. Se busca siempre un mal menor al que batir y derrotar. Primero será la socialdemocracia —el KPD llegará incluso a hacer alianza con los nazis en un referéndum en Prusia contra el gobierno regional de Otto Braun— y después el fascismo con las políticas de los frentes populares. De este modo, no se organiza la lucha contra el capitalismo sobre la base de la lucha de clases, sino exclusivamente contra el “socialfascismo”. Ya no se combate a la burguesía sino solo a una de sus alas, la socialdemocracia. Y todo ello con el objetivo de llevar a cabo una “emancipación nacional”, que llevaba al KPD a tener una política en concurrencia con la nazi, y todo ello para acercar a Alemania a una alianza con la URSS[13]. Después de la táctica del socialfascismo viene un nuevo viraje. Se trata del antifascismo, de las políticas de los frentes populares, el enemigo mortal ahora es el fascismo. Hay que aliarse con las burguesías nacionales antifascistas. Stalin firma en 1935 un acuerdo con el primer ministro francés Pierre Laval. Por eso Stalin aprueba, y a través de él el PCF, la política de rearme y de defensa nacional francesa. Demos la palabra a los sátrapas de Stalin para entender el significado de la nueva política, cuya brújula es el socialismo en un solo país:
Hoy los intereses de la defensa de la URSS determinan la línea fundamental del proletariado mundial de cara a la guerra.[14]
La Unión Soviética es la causa del proletariado mundial, el país donde se construye el socialismo y se está realizando, es la patria socialista de todos los países.[15]
Solo si entendemos esta lógica, la del socialismo en un solo país, podemos entender los virajes continuos de los partidos nacional- “comunistas” y de la Komintern. Lo que da sentido a estos zigzagueos son los intereses de la URSS como potencia capitalista. El último de los virajes causó una sorpresa en numerosos militantes: el Pacto Mólotov-Von Ribbentrop, que supone la alianza entre la URSS de Stalin y la Alemania de Hitler a inicios de la II Guerra Mundial. De este modo la URSS defiende sus intereses capitalistas e imperialistas. En virtud de este acuerdo, tras la invasión alemana de Polonia en septiembre de 1939, la URSS ocupa los países bálticos y la parte oriental de Polonia. La concordia entre los dos Estados se hace a través de “regalos” recíprocos. Por ejemplo, Stalin entrega a 570 comunistas alemanes y austriacos a Hitler, un pacto criminal entre políticos igualmente burgueses[16]. Además, durante un tiempo, la URSS y la Alemania nazi negocian la ampliación del Pacto Tripartito (Alemania, Italia y Japón) a la URSS. Finalmente, la invasión de la URSS por Hitler en junio de 1941 romperá las negociaciones, y la URSS de Stalin cambiará de bando imperialista en la II Guerra Mundial. Como podemos observar, solo la comprensión del carácter imperialista de la política del socialismo en un solo país permite entender las raíces materiales de la política estalinista.
Los fundamentos de la contrarrevolución
En el último apartado de este bloque, nos gustaría restituir las aportaciones programáticas que los compañeros de la izquierda italiana en el exilio van a hacer en los años 30 del siglo pasado. Nos parece que realizan aportaciones fundamentales para entender la contrarrevolución estalinista y, además, para prepararnos de cara a los futuros enfrentamientos de clase que nos colocarán ante dificultades análogas a las de la oleada revolucionaria de 1917-1921. No de modo casual, el nombre de la revista que publicaron estos compañeros era Bilan, “balance” en francés, un balance programático de la revolución y contrarrevolución, siempre con la perspectiva de la lucha por el comunismo y la necesidad de profundizar estratégica y teóricamente en los problemas prácticos que implica, lo que supone una lección metodológica fundamental como comunistas.
El primer texto al que nos queremos referir es el de Mitchell, compañero belga, acerca de Los problemas del período de transición[17]. Mitchell se dedica a estudiar los problemas económicos durante la dictadura del proletariado a partir del ejemplo ruso. Lo fundamental de este texto es cómo reconoce que en dicho período político la economía sigue siendo capitalista, de modo inevitable, y que una sociedad comunista —ya en su fase inferior— implica la negación del dinero, la mercancía, el valor como medición de la riqueza social. De este modo, polemiza con un texto importante de este mismo período: Principios fundamentales de la producción y de la distribución comunista, de Jan Appel y Henrik Canne-Meyer. En él los comunistas de los consejos tratan de separarse idealmente de los problemas concretos que supone el período de transición al comunismo. Reconocen la existencia del mercado y el dinero, pero no deducen de ahí la dominación del valor en la producción y reproducción de la estructura social. Se presupone de este modo una especie de socialismo de mercado, donde cada productor recibiría el producto de su trabajo. Este reparto ideal del producto excluye, como decimos, que en el período de transición la influencia capitalista domina sobre las formas económicas de la dictadura del proletariado. Este es el gran problema y el desafío mayúsculo del que solo nos puede salvar la revolución mundial.
Similar es la posición de Trotsky, aunque se haga desde otra solución. Para Trotsky también sería posible un tipo de política económica acorde integralmente con los principios socialistas. Es algo que se puede observar en las disputas económicas en los años 20 entre la Oposición de Izquierdas y el grupo de Stalin y Bujarin. Los primeros defenderán la necesidad de una acumulación originaria socialista —expresión que dirá Preobajensky, su teórico, en realidad acumulación de capital— que permita industrializar a Rusia. Mientras que Bujarin teorizará alcanzar un socialismo a paso de tortuga a través de la mercantilización del campo, es decir, continuar la política de la NEP de Lenin. Finalmente, los desequilibrios debido a la evolución en forma de tijera de los precios entre ciudad y campo obligarán a Stalin a modernizar la industria e iniciar los planes quinquenales y la colectivización del campo, una brutal política de acumulación originaria de capital que causará la muerte de millones de proletarios y campesinos. Lo importante es entender la naturaleza capitalista de esta política económica, algo que Trotsky no concibe porque sigue preso de una visión que identifica socialismo con propiedad estatal de los medios de producción. De esta manera, en La revolución traicionada defenderá los avances productivos de la URSS como ejemplo de la superioridad económica del socialismo —sin entender que dichos avances son propios de un capitalismo juvenil como el ruso, y que el aumento de la producción de bienes de equipo no hace sino reflejar su misma naturaleza capitalista. Como dice Mitchell, polemizando con Trotsky, lo importante no es acelerar la producción sino transformarlas relaciones sociales, lo que requiere una revolución mundial. Solo a nivel global es posible el comunismo.
Y esto último es lo central. No nos podemos engañar acerca de la existencia de relaciones sociales capitalistas en el período de transición hacia el comunismo. Podemos y debemos tratar de aminorar el peso de la mercantilización de la sociedad en la medida de lo posible, reducir el tiempo de trabajo que permita impulsar el protagonismo del proletariado en la dictadura del proletariado —tal y como defienden Bilan u otros compañeros como Munis. Pero no podemos engañarnos acerca de la naturaleza de las relaciones sociales económicas que seguirán prevaleciendo en la fase de transición. El socialismo en un solo país no es posible. De un modo muy diferente a Stalin, es lo que paradójicamente Trotsky no tiene claro al hablar de la URSS como bastión del socialismo y de una estructura económica socialista —por la gestión estatal de los medios de producción y el monopolio del comercio exterior—, y los mismos comunistas de los consejos cuando obvian la actuación de la ley del valor en el período de transición.
Como sostiene Bilan con fuerza en todos sus textos del período, no hay países maduros e inmaduros para el socialismo: la distribución mundial de las fuerzas productivas hace imposible el comunismo ya sea para los países “avanzados” que “atrasados”. Y es que el terreno del socialismo es global, es la revolución mundial. Como dice Mitchell, el poder proletario debe desarrollar una política económica acorde, en lo posible, con los fines comunistas, pero lo central es el desarrollo de la revolución mundial, que destruya los principales centros políticos de la burguesía mundial. Solo de esta revolución mundial puede nacer el comunismo y transformar las relaciones sociales. Por eso, frente a las debilidades bolcheviques no existe una competencia entre economía socialista y economía capitalista. Lo que existe es un antagonismo entre burguesía y proletariado. La revolución mundial es la única palanca desde la que el proletariado puede liberar las fuerzas del comunismo. El gran problema es creer que se pueden construir los fundamentos económicos del socialismo.
Y este internacionalismo, como posición de base de los comunistas, es retomado con fuerza en los siguientes artículos que vamos a comentar. Los escribe el principal animador de Bilan, Ottorino Perrone, conocido por el pseudónimo de Vercesi. Se trata del artículo
«Partido – Internacional – Estado» y el posterior artículo de la revista Octobre «La cuestión del Estado», texto que retoma en realidad las conclusiones del anterior. ¿Cuáles son las principales tesis que desarrolla Vercesi?
- La revolución mundial y de la Internacional tienen prioridad sobre los partidos nacionales. El objetivo de una dictadura de clase victoriosa no es la reorganización económica para aumentar el rendimiento económico, sino dar a la guerra civil del proletariado la mayor amplitud posible. Lo contrario es buscar compromisos con las clases enemigas, justo en el momento en que las necesidades revolucionarias reclaman una lucha sin cuartel contra el capital. El centro es siempre el proletariado mundial.
- Lo esencial es siempre el contenido del programa comunista y eso explica lo esencial de expandir la revolución La revolución es una cuestión de contenidos, aunque no puede separarse de sus formas armónicas.
- Como dirá más tarde en Octobre, el voluntarismo leninista[18] implica una mistificación de la violencia que permitiría resolver los problemas del período de transición, por la cual el control del Estado por parte del partido permitiría afrontar los problemas inevitables del aislamiento de la revolución, a través del uso de la Esa violencia, cuando se ejerce contra la propia clase proletaria, conlleva abandonar los principios de clase. Vercesi se refiere explícitamente a la represión bolchevique a movimientos como el de Majnov en Ucrania o a Kronstadt en 1921. De este modo, se alteró la sustancia y las bases del Estado en un sentido burgués. Al respecto es muy importante lo que dice en el texto de Octobre: «Cuando se trata de problemas fundamentales, no podemos vacilar: más vale afrontar la batalla a pesar de la certeza de la derrota que permanecer en el poder renunciando a nuestros principios proletarios». Es decir, la represión contra el proletariado conlleva la renuncia a los principios proletarios. En esos momentos, más vale una derrota parcial de la que sacar lecciones hacia delante que el sacrificio de las posiciones de clase. Esto último es lo que finalmente ocurrió, haciendo del partido bolchevique y de la Internacional Comunista instrumentos de la contrarrevolución. Esta posición de Bilan, en los años 30, es muy importante por su coherencia. Lo central es la Internacional y el triunfo de la revolución mundial. Se puede perder una batalla, un episodio en la revolución mundial —en este caso la dictadura de clase en Rusia—, pero lo importante es mantener con coherencia las posiciones revolucionarias en la Internacional y en los partidos como órganos de clase, a diferencia de lo ocurrido en la URSS, donde finalmente la relación con el resto de los Estados burgueses fue lo que determinó la línea de actuación. Por eso, como decía Vercesi, es importante impedir que el Estado proletario se relacione con el resto de los Estados burgueses.[19]
- Del mismo modo, problematizan la identificación entre Estado y dictadura de clase. El Estado es siempre coacción y conservación social. Por eso, se opone siempre a la realización del programa comunista. La fuerza de la dictadura de clase, vuelve a insistir nuevamente Bilan, es la Internacional y la expansión de la revolución mundial. Es desde ahí, desde la coherencia con el programa comunista, que se puede y se debe ejercer la dictadura del proletariado y evitar la autonomización de las lógicas estatales y burguesas. A falta de revolución mundial, la presión interna y externa del capitalismo tiende a subsumir al partido y a la dictadura de clase bajo la lógica del capitalismo y del Estado. Es, como vemos, un análisis certero de lo El socialismo en un solo país es un intento de separar artificialmente a la URSS —en la que supuestamente se realiza el socialismo— del resto del mundo. De este modo, se invierten todos los principios de clase. El problema de la degeneración de la revolución rusa no es personal. Ya sea de jefes excepcionalmente buenos (Lenin) o de emisarios del demonio, de la degeneración y la perversión (Stalin). En Lenin, como hemos visto, existen ya límites que expresan la propia dinámica objetiva de aislamiento de la revolución, como se puede ver en su texto Sobre la cooperación (1923). No casualmente los falsificadores se basan en ellos para esbozar la teoría del socialismo en un solo país. Pero Stalin es la expresión de las fuerzas sociales que cobran fuerza a partir del aislamiento de la revolución rusa, a partir del reflujo de la oleada revolucionaria desde 1921. Las nuevas circunstancias habían arrebatado a la dictadura de clase su apoyo natural, el proletariado mundial, que había sido derrotado por el enemigo. El intento de conservar a toda costa el poder en estas circunstancias incrementará cada vez el foso entre la realidad y la naturaleza de ese poder y los principios comunistas. Stalin y su dictadura capitalista nacen en esa grieta. Y finalmente el Estado ruso se convirtió en una expresión de la lógica del capital, al igual que el partido bolchevique, que de partido formal del proletariado pasó a serlo de la burguesía[20]. De ahí que «las causas de la degeneración actual se hallan en el terreno de la lucha de clases y no en los individuos».
Hemos resumido de un modo muy sintético las aportaciones de Bilan, que nos parecen muy importantes para preparar las batallas del mañana que nos remitirán a problemas análogos a los que tuvieron que enfrentar nuestros compañeros de hace cien años. Esto sabiendo que, como decía el mismo Vercesi, los principios de la revolución rusa y de la III Internacional no deben considerarse como un punto final, sino como un paso más en el camino que el proletariado debe emplear en el tránsito a su liberación.
Los ocho pasos en que se construye la contrarrevolución
Hemos visto, hasta ahora, los fundamentos con los que el estalinismo como bandera roja del capital se constituye: el socialismo en un solo país y el interclasismo como política de alianzas con la burguesía internacional. Ahora vamos a centrarnos, de una manera somera, en algunas consecuencias lógicas e históricas de estas posiciones, que nos explican lo que fue el estalinismo históricamente.
La diplomacia al puesto de mando
Ya hemos visto que el Estado ruso y sus necesidades de defensa o conquista pasan al puesto de mando. Esto es el centro de la política internacional del estalinismo. En defensa de esos intereses se usan los partidos comunistas y la ideología “marxista”. Asistimos así a una obra de falsificación sin igual en la Historia. Es esa obra de falsificación la que tenía Orwell en mente en su metáfora sobre 1984. Ya hemos visto algunos ejemplos en el primer estalinismo: la alianza del Komintern con el KMT y la subordinación y masacre ulterior del PCCh, las alianzas con las democracias occidentales frente al fascismo y con Hitler frente a esas mismas democracias occidentales, ahora denominadas plutocracias. Pero los ejemplos son infinitos, aunque muy poco conocidos por la mistificación izquierdista en el tiempo. Por ejemplo, la URSS y Cuba apoyarán a la Argentina de Videla —sí, la de los dictadores militares— o la China de Mao defenderá la dictadura de Pinochet, intercambiándose con su gran rival nacional-“comunista” en la defensa de una dictadura militar. A cambio, Estados Unidos, aliado con China, apoyará también a la Camboya de los Jemeres Rojos. Toda la historia del estalinismo está repleta de estos ejemplos, que han construido una lógica izquierdista que defiende a los peores sátrapas burgueses en nombre del antiimperialismo: de Gadafi a Sadam, de los al-Assad sirios a la Nicaragua sandinista o la Venezuela chavista.
La construcción del capitalismo nacional
Ya sabemos que cuando se habla de construir el socialismo en un solo país, en realidad se está construyendo el capitalismo nacional. Eso es lo que construyó Stalin con sus planes quinquenales y los procesos de colectivización forzosa: de 8,5 a 9 millones de muertos debido a la carestía general que ocasionó, lo que nos da una idea de lo que supuso esa enorme acumulación originaria de capital[21]. Todos los Estados del mal llamado “socialismo real” no son sino ejemplos de este desarrollo de un capitalismo nacional, donde se mantienen todas las categorías del capital: el valor, la mercancía, el dinero, el trabajo asalariado, la lógica de empresa… donde prevalecen importantes cuotas además de propiedad privada dentro del campo, por ejemplo, en los koljoses —que son cooperativas— o en multitud de subcontratas que se relacionan a través de acuerdos con las empresas de Estado para proporcionarles mercancías. Una lógica capitalista menos competitiva que la occidental y que ocasionó por ello, en última instancia, el hundimiento mayoritario de las economías del “socialismo real”, que no supieron adaptarse a la mayor eficiencia y productividad de Estados Unidos. Otras economías del capitalismo estalinista como China o Vietnam sí han sabido evolucionar. Pero de economías capitalistas siempre se trata, de economías que mantienen las categorías básicas del único tipo de capitalismo que existe, más allá de las peculiaridades que pueden darse en la reproducción de las mismas categorías abstractas.
Los ritmos de trabajo: el estajanovismo
Uno de los aspectos en que más se puede ver la lógica capitalista en los países estalinistas es en la cuestión de los brutales ritmos de trabajo. La acumulación originaria de capital, que daba sentido a los planes quinquenales de Stalin, supuso una enorme concentración de fuerza de trabajo a destajo. La construcción de toda una infraestructura de bienes de equipo para aumentar la competitividad rusa se hizo a base de la extracción masiva de plusvalor absoluto del proletariado ruso. Se hizo a través de jornadas de trabajo infernales —de 15 a 16 horas al día, según H. Schwartz—, con el pago a destajo de los salarios para el 50-60% de los proletarios de las minas y las grandes industrias, llegando en 1928 al 90% para los obreros de las últimas, y con el aumento de la escala de salarios, que alcanzó hasta 17 tipologías diferentes. Se hizo también con las brigadas de trabajo y los obreros modelo como héroes del trabajo como Stajanov, la figura idealizada del proletario que se autoexplota a ritmos salvajes y a cambio recibe un salario superior. Mientras tanto, los bienes alimentarios suponían el 40-50% de los ingresos familiares, y los precios de la vivienda se triplican entre 1921 a 1925, de modo que la población dispone de media de solo 6 metros cuadrados por cabeza.[22]
El código penal se adecúa plenamente a esta lógica capitalista, donde la defensa de la propiedad burguesa —privada o de Estado— es central. Se puede encarcelar desde los 12 años a cualquier persona y la pena que se inflige al que roba es superior a la pena por el secuestro de un niño. Igualmente brutales serán los cambios en el código de familia, generando una involución contrarrevolucionaria ya sea en los derechos de la mujer que en el desarrollo de las leyes que persiguen la homosexualidad durante el estalinismo[23], a través de un decreto ley de Stalin en 1936 y el edicto sobre la familia de 1944.
Pero sigamos con algunos de los delitos recogidos por los códigos penales soviéticos: la llamada «ley de las cinco espigas» de agosto de 1932, que condenaba a muerte a los culpables de pequeños hurtos para no morir de hambre; los decretos antiobreros de 1940, que asimilan todo retraso en el trabajo de más de 20 minutos a un acto de sabotaje; el decreto del 4 de junio de 1947, derivado de la ley del 7 de agosto de 1932, que envía a decenas de miles de mujeres al gulag por pequeños hurtos de leche o de pan para alimentar a sus hijos hambrientos.[24]
Comida para las máquinas, hambre para el ser humano es una frase que sintetiza perfectamente la lógica del capitalismo, lógica que llevará a cabo la URSS con una dinámica represiva implacable. Su carácter capitalista se ve claramente en cómo se prioriza la acumulación de medios de producción por encima de la producción de bienes de consumo:
1913 | 1928 | 1932 | 1937 | 1940 | |
Medios de
producción |
44,3% | 32,8% | 53,3% | 57,8% | 61% |
Medios de consumo |
55,7% |
67,2% | 46,7% | 42,2% | 39% |
Así, el consumo de leche por persona al año en 1928 era de 189 litros mientras que en 1937 era de solo 132 litros, a la vez que el consumo de carne por persona y año era de 27,5 kg en 1928 y en 1937 era solo de 14 kg. Todo esto da una idea del nivel de vida del proletariado ruso en la “patria del socialismo”. En otros países del socialismo real asistiremos a fenómenos similares, como demuestra la constante lucha de clases en defensa de las necesidades inmediatas que recorre todos los países: basta pensar en Berlín en 1953 a Poznań en 1956, donde se produjeron estallidos proletarios a causa de una pérdida del poder adquisitivo de hasta un 30-40% en el caso de la capital alemana.
El totalitarismo estatal
La URSS en la época de Stalin fue un auténtico universo concentracionario. Pero como hemos visto, no podemos desligar ese universo de sus bases materiales, una contrarrevolución frente al movimiento revolucionario de 1917 y una brutal afirmación de acumulación originaria de capital. La URSS fue un universo concentracionario que se desplegó a golpe de represión y de brutal acumulación de capital. Si en 1928 en la URSS había 30.000 reclusos en prisiones y en campos de concentración, eran ya 5 millones en 1933-1935 y 9 millones en 1939. Los gulags estalinistas son expresión de una violencia evidente de clase contra el proletariado y de una ideología precisa dedicada a justificar la acumulación de capital en los años 30, una ideología por tanto anticomunista. Para empujar los planes quinquenales en junio de 1929 se decide que con más de 3 años de condena se va directamente a los campos de trabajo gestionados por la GPU. En 1934 se crean administrativamente los gulags y su sistema concentracionario. Las condenas pueden ser por cambio no autorizado de ocupación, violación de la normativa de los pasaportes, gamberrismo, parasitismo o especulación, daño o robo sobre la propiedad socialista. Los motivos de las condenas dan claramente el sentido de clase a este Estado.
Entre 1930 y 1953 mueren 1.800.000 personas. No se cuentan las ejecuciones gubernamentales, por ejemplo, las 750.000 entre agosto de 1937 y noviembre de 1938, durante la época de las grandes purgas y de los Procesos de Moscú: esas 750.000 ejecuciones suponen una media de 50.000 al mes, 1.600 por día. El 1% de los rusos adultos es eliminado por el “clásico” tiro en la nuca, a lo que hay que añadir 800.000 personas que son condenadas a más de 10 años de trabajos forzados en el gulag. Y en el gulag seguirán en 1951, dos años antes de la muerte de Stalin, 2.700.000 personas.
La fiebre represiva se explica por la voracidad contrarrevolucionaria. El régimen de Stalin se sabía débil y, sobre todo, debía borrar cualquier tipo de oposición que recordara al pasado revolucionario. Para ello, debía también rodearse del militante sumiso de la antropología estalinista del que hemos hablado más arriba. Stalin no las tenía todas consigo. En el XVII Congreso del PCUS (1934), 292 delegados tacharon su nombre para que no hiciera parte del Comité Central. Stalin fue el candidato menos votado en la lista única al Comité Central. De los 63 miembros de la Comisión electoral que organizó el Congreso, 60 fueron asesinados durante las purgas. Los distintos procesos no solo se realizan en Moscú y en la URSS, o contra revolucionarios internacionalistas en todas las partes del mundo —de España a Grecia, de Italia a Francia, de China a Vietnam—, sino dentro de los mismos rangos de la III Internacional estalinista. Como ya decíamos anteriormente, Stalin masacra a tantos dirigentes del KPD como Hitler e incluso le entrega a muchos de ellos para que el caudillo alemán finalice el trabajo. Extermina a la dirección del partido polaco —con la firma autorizada de Togliatti y con la labor encomiable del antifascista Dimitrov, que organizaba las citas en su despacho, donde se encontraba el verdugo oficial del momento, Djezov—, a casi todos los exiliados letones y turcos, a 2.000 comunistas italianos, 1.000 búlgaros, 800 yugoslavos… Nadie, en las medias o altas esferas del estalinismo internacional, desconocía tal grado de infamia, una infamia que configuró un determinado militante sumiso y sirviente de la contrarrevolución.[25]
El voluntarismo
Un profundo idealismo encubre la teoría de la contrarrevolución estalinista. La idea de que se puede construir el socialismo en un solo país, aunque esté aislado, es ya indicativa del subjetivismo que permea constantemente esta concepción. Stalin llegó a decir que rechazar la teoría del socialismo en un solo país era no confiar en el poder del proletariado y el campesinado ruso. Sus opositores no serían sino derrotistas que claudicaban frente al capitalismo occidental. La apología del poder de los grandes hombres, de los líderes geniales, de los padres de los pueblos, se encuentra por lo tanto también en el centro de la teoría de la contrarrevolución. Los líderes son capaces de todo a través de la fuerza de su voluntad. El proletariado les debe todo a ellos. Por eso, la canonización y el culto a la personalidad son elementos que nacen intrínsecamente del ser del propio estalinismo. No es solo Stalin, todos los partidos nacional-“comunistas” tienden a idolatrar a sus líderes, de Dolores Ibárruri a Ceaucescu, de Kim Il Sung a Ho Chi Minh. Será de hecho una de las respuestas de Mao frente a Kruschev: la reafirmación de que Stalin es un gran marxista-leninista[26]. De ahí las frases estereotipadas en el estalinismo que hablan del “Pensamiento Mao Tse Tung” o del “Pensamiento Gonzalo” para aludir al líder peruano de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán. El culto a la personalidad es algo constante en el estalinismo y deriva de su misma esencia política contrarrevolucionaria. La eliminación de las bases teóricas de la obra de Marx, de su estudio sobre las categorías del capital y del comunismo como negación y disolución de estas categorías exige colocar el criterio de verdad en la inteligencia táctica y genial del líder de turno. Lo importante no es ya el estudio crítico y riguroso de la anatomía de la sociedad burguesa, lo importante es lo que dice el líder genial que —como en el caso de Stalin— sabe de todo, a modo de un nuevo dios terrenal.
Por ello hay que darle tanta importancia a volver como comunistas a la doctrina teórica que Marx establece para el estudio de las sociedades de clase y la disolución de éstas en el comunismo. Esta doctrina teórica está basada en la concepción materialista de la historia, en la crítica de la economía política y en el método de la dialéctica materialista. Ese es nuestro fundamento impersonal y no las palabras omniscientes de algún gran hombre.
El sometimiento de la Internacional Comunista a las directrices de Moscú
Ya hemos visto que otra de las características del primer estalinismo es la inversión de la pirámide. Todo descansa en un vértice que decide sobre todo y sobre todos. Eso es lo que explica que la Internacional Comunista pase a ser de un órgano mundial del proletariado en lucha a un aparato al servicio de los intereses imperialistas de Rusia. Hemos aludido ya a diferentes ejemplos más arriba: desde la Inglaterra de 1926 a China en 1927, desde Alemania en los años 30 a toda la política de la URSS durante y después de la II Guerra Mundial.
Nos gustaría visualizar este mismo hecho en el caso español durante la Guerra Civil. En este caso, el PCE no es un partido autónomo que toma sus decisiones a partir del análisis de la situación propia. No, el PCE es un partido dirigido desde Moscú a partir de los enviados de la Komintern: el argentino Codovilla primero y después Palmiro Togliatti —que se hace llamar Alfredo— a partir de 1937, secundados además por otros emisarios como el búlgaro Stepanov, el húngaro Erno Gerö —el siniestro Pedro que actuará contra los revolucionarios auténticos en la Barcelona de 1936/37— o el agente de la NKVD que hará desaparecer a Nin y otros militantes, Orlov. Stalin tiene mucho miedo de lo que sucede en España. Teme, ante todo, un ascenso revolucionario del proletariado español. Tiene miedo de que la recuperación de las tradiciones auténticas del internacionalismo ponga en cuestión la contrarrevolución en curso. De ahí la importancia que da a la intervención en España. No es un ejemplo de solidaridad altruista como piensa el izquierdismo naïf. No, se trata de una intervención consciente para dejar la lucha de clases en el terreno en que se encontraba, en el de la contrarrevolución, en la Medianoche en el siglo como señalaba la novela homónima de Víctor Serge. Las intenciones de Stalin son contrarrevolucionarias y se las agradecen como tal todos los políticos republicanos y burgueses españoles. Además, es explícita. Basta leer la carta que va a escribir en 1936 al primer ministro español de la II República, el socialista Largo Caballero:
Consideramos que es nuestro deber, dentro de nuestras posibilidades, ayudar al gobierno español, que dirige la lucha de todos los trabajadores, de toda la democracia española, contra la camarilla militar y fascista, que no es otra cosa que un instrumento de las fuerzas fascistas internacionales. […] La revolución española discurre por caminos que, en muchos aspectos, son muy distintos del recorrido por Rusia. Así lo determinan las distintas condiciones sociales históricas y geográficas, las necesidades de la situación internacional, muy diferentes de las que tuvo frente a sí la revolución rusa. Es muy posible que la vía parlamentaria resulte en España un procedimiento de desarrollo revolucionario más eficaz de lo que fue en Rusia… Convendría dedicar una especial atención a los campesinos, que tienen tanto peso en un país agrario como es España. Sería deseable la promulgación de disposiciones legales de carácter agrario y fiscal protectoras de los intereses de estos trabajadores. También convendría atraer a dichos campesinos al ejército y constituir con ellos, en la retaguardia de los ejércitos fascistas, grupos de guerrilleros. […] Convendría, también, atraer al lado del Gobierno a la burguesía pequeña y mediana de las ciudades o, en todo caso, darle la posibilidad de que adoptase una actitud de neutralidad que favoreciese al Gobierno, protegiéndoles contra las tentativas de confiscación y asegurándoles, en la medida de lo posible, la libertad de comercio… No hay por qué rechazar a los dirigentes de los partidos republicanos, sino que, por el contrario, hay que atraérselos, aproximarlos y asociarlos al esfuerzo común del Gobierno… Es necesario evitar que los enemigos de España vean en ella una República comunista, previniendo así su intervención declarada, lo cual constituiría el peligro más grave para la España republicana… Debería buscarse la ocasión de declarar por medio de la prensa que el Gobierno de Madrid no tolerará que se atente contra la propiedad y los legítimos intereses de los extranjeros residentes en España…
Con todo lo que hemos ido señalando a lo largo de este cuaderno, todo cuadra: el socialismo en un solo país lleva a una visión nacionalista, que separa unas revoluciones de otras; el etapismo que reduce la revolución a la defensa del marco burgués y capitalista; los intereses geopolíticos para llegar a acuerdos con potencias burguesas y capitalistas… Las aparentes contradicciones del discurso estalinista cuadran perfectamente. No hay ninguna separación entre su antifascismo y las purgas que exterminan por doquier a “amigos” y enemigos. No hay ninguna separación ni contradicción, lo que opera siempre es el mismo programa: la defensa intransigente del orden burgués y capitalista, la defensa implacable de sus intereses como potencia capitalista e imperialista. Para ello, usa como carne de cañón a los proletarios de todo el mundo, y a los partidos “comunistas” como instrumentos con los que actuar dentro de la política nacional de los diferentes Estados burgueses. El socialismo en un solo país es la justificación teórica que permitió que el edificio contrarrevolucionario se mantuviese en pie, por eso es vital clarificarse en torno a su verdadero significado: ser la teoría de la contrarrevolución capitalista. Ser la bandera roja del capital.
Las vías nacionales al socialismo
El estalinismo lleva en sí mismo los orígenes de su disgregación. La defensa del socialismo en un solo país implica, como hemos visto, romper el movimiento unitario de la revolución mundial. Lo que tiende a pensar cada revolución y cada movimiento proletario se lee en términos estrechamente nacionales. La URSS, como Estado capitalista e imperialista, usa la Komintern para sus propios fines, pero las contratendencias, por las que cada partido comunista tiende a emanciparse del control de Moscú y busca sus propias fuentes de poder, son siempre un peligro que siempre acecha. El mismo Stalin acabará con la Komintern en 1943 para congraciarse con sus aliados en la II Guerra Mundial, para demostrarles lo que ellos ya sabían: que la III Internacional no era ningún instrumento revolucionario. Tras el inicio de la Guerra Fría y la ampliación del campo imperialista de la URSS a la Europa del Este, Stalin vuelve a reconstruir la Komintern ahora bajo el nombre de Kominform (1947). Pero en 1947 tiene lugar la primera ruptura dentro del estalinismo: la Yugoslavia de Tito. Éste había tomado el poder por sus propios medios en Yugoslavia y quiere hacerlo valer, aunque sea a costa de enfrentarse a Stalin. Una lucha implacable se desencadena en todos los partidos comunistas del mundo. El lugarteniente más amado de Stalin, Tito, se convierte de un día para otro, en 1948, en el símbolo del enemigo interior. Tito se defiende encarcelando a los seguidores de Stalin en Yugoslavia, encerrando en campos de concentración a los nacional-“comunistas” italianos, que eran muy numerosos en el antiguo país por la existencia de zonas de población italiana. Stalin lleva a cabo una implacable persecución de supuestos o potenciales titoístas dentro de los partidos comunistas. Vuelven los procesos, está vez no en Moscú o en Barcelona —contra el POUM o los trotskystas— sino en la Europa del Este bajo control del ejército ruso (de 1950 a 1952). Tras la muerte de Stalin y la confesión de Kruschev de los errores del culto a la personalidad durante el XX Congreso del PCUS (1956)[27], se vuelve a dar una reconciliación parcial entre la Liga de los Comunistas Yugoslavos y el PCUS.
Pero surgen nuevos casus belli de disgregación dentro de la contrarrevolución[28], y aquí estamos aludiendo al conflicto chino-soviético tras la muerte de Stalin. Nuevamente la causa es la misma: Mao y los suyos quieren presentar las fuentes de su propio poder político conquistado durante la guerra civil que se desarrolla entre 1946 y 1949. Además, a lo largo del primer lustro de la década de los 60, tienen lugar numerosos conflictos territoriales, que causan miles de incidentes bélicos entre ambos ejércitos. Ésta es la verdadera causa que está detrás de la ortodoxia estalinista de Mao, frente al socialrevisionismo de los rusos —según Mao, el cual previamente había aprobado el discurso de Kruschev tras el XX Congreso. Es solo tras los incidentes territoriales —y por la necesidad de distanciarse del bloque imperialista ruso—cuando aprovecha para romper con Moscú en nombre de la ortodoxia estalinista. Y, de esta manera, la denuncia contra el culto a la personalidad del XX Congreso del PCUS no es ya «una lucha grandiosa y valiente» (El Diario del Pueblo, periódico oficial del PCCh en 1956) porque en otro artículo del mismo periódico en 1963 se afirma que «Kruschev cubre a Stalin de injurias». Lo que ha pasado entre un momento y otro es el conflicto imperialista entre Rusia y China. Mao sale en defensa de Stalin de cara a sus propios intereses capitalistas.
Por lo demás, Mao es un estalinista teórico y práctico que continuó siempre las enseñanzas de su maestro, defendiendo el socialismo en un solo país y el etapismo burgués de cara a la revolución:
¿Puede un comunista, que es internacionalista, ser al mismo tiempo patriota? Sostenemos que no sólo puede, sino que debe serlo. El contenido concreto del patriotismo es determinado por las condiciones históricas. Existe el “patriotismo” de los agresores japoneses y de Hitler, y existe nuestro patriotismo. Los comunistas deben oponerse resueltamente al “patriotismo” de los agresores japoneses y de Hitler […]. Por consiguiente, los comunistas chinos debemos combinar el patriotismo con el internacionalismo. Somos a la vez internacionalistas y patriotas, y nuestra consigna es “luchar contra el agresor en defensa de la patria”. Para nosotros, el derrotismo es un crimen, y pugnar por la victoria en la Guerra de Resistencia, un deber ineludible. Pues únicamente luchando en defensa de la patria podremos derrotar a los agresores y lograr la liberación nacional, y sólo logrando la liberación nacional será posible que el proletariado y todo el pueblo trabajador conquisten su propia emancipación. La victoria de China y la derrota de los imperialistas que la invaden constituirán una ayuda para los pueblos de los demás países. De ahí que, en las guerras de liberación nacional, el patriotismo sea la aplicación del internacionalismo. Por esta razón, cada comunista debe desplegar toda su iniciativa, marchar valerosa y resueltamente al campo de batalla de la guerra de liberación nacional, y apuntar sus fusiles contra los agresores japoneses.[29]
Como vemos, la lucha por la revolución comunista se disuelve en una guerra patriótica de liberación nacional dirigida hacia una Nueva Democracia donde, en palabras de Mao, la contradicción principal ya no es entre proletariado y burguesía, sino entre nosotros, el pueblo, y el imperialismo. Ese nosotros, el pueblo, está conformado por el bloque de las cuatro clases nacionales —incluyendo a la burguesía— que se encuentran representadas en las cuatro estrellas amarillas de la bandera oficial del actual Estado burgués chino. Toda la retórica teórica de Mao: su idea de Nueva Democracia, la existencia de contradicciones principales y secundarias que cambian según las circunstancias, su internacionalismo que le lleva a apoyar a regímenes como el de Reza Pahlevi o el de Pinochet… hacen de Mao un digno heredero del mariscal Stalin[30].
Decíamos al principio de este folleto que no podemos confundir el estalinismo, como corriente teórica y política de la contrarrevolución, con la figura de Stalin. El estalinismo es un programa contrarrevolucionario y burgués de construcción del socialismo (capitalismo) en un solo país y de alianza con la burguesía nacional bajo la bandera roja del proletariado. Esa es su mistificación: una mistificación nacionalista e interclasista[31]. De ahí que nos parezca de especial importancia este apartado para entender que con estalinismo no nos referimos solo a aquellos que se referencian explícitamente en Stalin. Nos referimos a un programa caracterizado por el nacionalismo —que se hace pasar por un discurso de clase— y por la alianza, en buena lógica, con fracciones burguesas. Este programa es compartido por numerosas corrientes en la actualidad que, más allá de sus diferencias, son herederas del mismo programa: de los maoístas a los estalinistas españoles del PCPE-PCTE, de herederos del eurocomunismo[32], como Podemos o los partidos comunistas oficiales de casi todo el mundo, a los seguidores desnortados de Enver Hoxha de Roberto Vaquero y compañía.
Una inversión ética
El comunismo es una cuestión de contenidos y no de formas. Pero, como ya hemos visto ampliamente en este texto, contenidos y métodos no se pueden separar. La militancia comunista impulsa hacia delante —de un modo práctico— las luchas del proletariado y defiende siempre su perspectiva e intereses generales e históricos. Es la expresión, en cada momento histórico, de esa larga cadena que, desde la emergencia de la especie a partir de la cooperación, trata de superar la explotación y la opresión de las sociedades de clase para alcanzar el comunismo integral. Es la expresión de la tendencia del proletariado a constituirse en clase y en partido, como un órgano de la clase que, en coherencia con su programa, trata de prefigurar, desde ya, la sociedad comunista por la que combatimos.
Nos encontramos en las antípodas de la doblez estalinista, de sus maniobras de pasillo, de la disciplina impuesta, del servilismo a los grandes líderes, del personalismo concomitante, de las purgas y matanzas en nombre del futuro glorioso —futuro hecho de las mismas formas y los mismos principios que el del capital. Esta cuestión nos parece especialmente importante porque dibuja una barrera infranqueable entre revolución y contrarrevolución, y porque establece esta coherencia entre métodos y programas como un elemento importante del programa por el comunismo.
Conclusión
Hemos llegado ya al final de este texto. El objetivo central es poder favorecer procesos de clarificación y esclarecimiento teórico acerca de la naturaleza del comunismo. Hablamos del comunismo como movimiento real y programa vivo, y no como un nombre que ha sido expropiado por sus mayores enemigos, aquellos que contribuyeron implacablemente a destruir la oleada revolucionaria de hace 100 años. Para ello, hemos tratado de utilizar con coherencia nuestro método teórico, una visión materialista de la historia que explique y haga comprensible el porqué de la contrarrevolución, el programa que lo define y lo opone al comunismo.
Hoy por fortuna el estalinismo, en buena medida, ha confesado su naturaleza burguesa. Los multitudinarios partidos que organizaban a decenas de millones de proletarios en todos los lugares del mundo han estallado. Nos encontramos en el presente con corrientes con una influencia minúscula en relación al pasado. Esto es un elemento que nos parece muy importante para el futuro. Toda revolución ocasiona una contrarrevolución. Las futuras revoluciones que inevitablemente surgirán de las contradicciones en curso, de un capitalismo que está llegando a sus límites internos, no tendrán el poderoso enemigo que fue en el pasado el estalinismo. Su triunfo permitió una contrarrevolución política e ideológica que solo empezó a erosionarse en los años 60 y 70, una época contrarrevolucionaria de la que creemos que estamos empezando a salir lentamente. Estamos en una época bisagra entre pasado y futuro[33], una época tendente a la polarización social —por las contradicciones materiales del capitalismo— que genera no solo movimientos masivos de protesta, sino que causa también la aparición de pequeñas minorías de clase que tratan de orientarse en un sentido revolucionario. El objetivo de este escrito es el de favorecer esa orientación en un sentido auténticamente revolucionario.
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[1] Véase este artículo en la biblioteca virtual de barbaria.net
[2] V.I. Lenin: Informe sobre la táctica del PC en Rusia, 5 de Julio 1921
[3] Una vez, en una reunión de partido, David Riazanov, el marxólogo ruso, le va a decir: «¡Déjalo, Koba! No te pongas en ridículo. Todo el mundo sabe muy bien que la teoría no es tu fuerte», cuando Stalin estaba criticando a Trotsky
[4] Véase al respecto, entre otros, el texto de Leon de Mattis sobre las medidas comunistas: https://colectivobrumario.wordpress.com/2015/12/22/las-medidas-comunistas-leon-de-mattis
[5] Cita extraída del artículo de Bilan: «Partido, Internacional y Estado»
[6] Para ello Stalin usa textos de Lenin que resaltan esta necesidad de aguantar y las medidas que hay que aplicar para dar pasos hacia el socialismo, para crear las bases industriales hacia este. En cualquier caso, Lenin nunca habla de la posibilidad de construir el socialismo en Rusia ya que tiene muy claro que socialismo supone sociedad sin clases. Incluso cuando es más equívoco como en el caso de su texto Sobre la cooperación (1923), Lenin habla de una alianza entre obreros y campesinos para favorecer la ulterior edificación socialista. Obviamente, una sociedad con obreros y campesinos, con mercancía y dinero, sigue siendo una sociedad capitalista. Lenin sabía perfectamente, y lo repite constantemente, que el triunfo de la revolución internacional es la condición sine qua non para el triunfo de la revolución rusa. Lo que se pregunta es qué hacer hasta que estalle la revolución en otros países (véase Informe sobre el impuesto en especie, de 1921)
[7] Es lo que afirma Bordiga en su texto Diálogo con los muertos
[8] Para entender estos debates dentro de la Internacional Comunista, que reflejan ya la dificultad de la mayoría bolchevique de defender una intransigencia revolucionaria ante el reflujo de la oleada revolucionaria, véase nuestro texto El pasado de nuestro ser en barbaria.net
[9] Cf. en barbaria.net [Audio] Contra los Sindicatos
[10] Véase al respecto el importante texto de Vercesi: «La tattica del Comintern (1926-1940)» publicado en Prometeo entre 1946 y 1947, y que da indicaciones programáticas preciosas
[11] Sobre la idea de revolución permanente en Trotsky y los límites de esta política puede leerse nuestro artículo Sobre la decadencia del capitalismo, la revolución permanente y la doble revolución en barbaria.net
[12] Datos de Pierre Broué en su Histoire de l’Internationale Communiste
[13] Al respecto remitimos al texto de Vercesi, ya mencionado, sobre La tattica della Comintern. Y al excelente cuaderno de Programma Comunista donde se explica de modo detallado las connivencias entre el KPD y el nacionalismo alemán. Y, como todo ello, convive con el desarrollo de una corriente nacionalbolchevique: https://internationalcommunistparty.org/images/pdf/testi/Nazionalismo_e_internazionalismo.pdf
[14] Manuilsky, dirigente ruso de la Komintern
[15] Dimitrov, discurso en el VII Congreso de la Komintern
[16] Pierre Broué en su Histoire de l’Internationale Communiste restituye el número de dirigentes del KPD asesinados por Hitler y Stalin y las cuentas no favorecen a Hitler
[17] Este, como los dos otros artículos de Vercesi que vamos a comentar, se encuentra en la sección de nuestra página dedicada a la biblioteca de textos históricos
[18] En relación a esto, véase también El pasado de nuestro ser
[19] Litvinov, Comisario de Exteriores bajo Stalin, hablaba antes que Kruschev de la «coexistencia pacífica entre capitalismo y socialismo». Como vemos, los éxitos de la lógica capitalista eran ya plenos
[20] Como comentará Bordiga posteriormente: «La situación histórica, por la cual el Estado proletario sólo se había constituido en un país, mientras que en los otros no se había conseguido conquistar el poder, hacía difícil a la sección rusa la clara solución orgánica de mantener el timón de la organización mundial. La izquierda [comunista] fue la primera en advertir que el comportamiento del Estado ruso, tanto en su economía interna como en las relaciones internacionales, comenzaba a acusar desviaciones, y advirtió también de que se establecería una diferencia entre la política del partido histórico, es decir, de todos los comunistas revolucionarios del mundo, y la política de un partido formal que defendiese los intereses del Estado ruso contingente», Consideraciones sobre la orgánica actividad del partido cuando la situación general es históricamente desfavorable.
De este modo, de modo inevitable y en perfecta lógica con el determinismo del materialismo histórico, el partido ruso se convirtió en una correa del Estado ruso y de sus necesidades de acumulación de capital. Obviamente, la batalla que había que hacer, y por eso la contrarrevolución es política y no era inevitable, era salvar al partido y a la Internacional desde la defensa intransigente del programa comunista. Una revolución aislada no puede mantener en el tiempo la dictadura de clase. Reconocer este hecho por los revolucionarios es la principal lección que podemos sacar para evitar la peor de las contrarrevoluciones: aquella que reviste a la burguesía con los instrumentos que ha creado nuestra clase en lucha. Por esto, Bilan sostiene con fuerza que la contrarrevolución es política e ideológica, ante todo. El fracaso de la dictadura de clase era inevitable, no lo era la degeneración del partido. Y es en esta lógica que nos debemos preparar los comunistas de hoy y de mañana
[21] Sobre los datos véase el libro de Graziano Giusti: I conti con nemico. Sobre el carácter capitalista de la economía de la ex-URSS, véase nuestro cuaderno El capitalismo de Stalin en barbaria.net
[22] Todos estos datos los recogemos del magnífico trabajo de Graziano Giusti: I conti col nemico. Giusti es un compañero de la agrupación comunista internacionalista Pagine marxiste
[23] El código penal soviético de 1933 condenaba por delito de homosexualidad masculina con hasta 5 años de trabajos forzosos en prisión según su artículo 121, a diferencia del código de 1922 que la había despenalizado
[24] Véase el libro de Jean Jacques Marie: Le rapport Khrouchtchev
[25] Los datos los hemos extraído del libro de Pierre Broué ya citado. Solo añadir que este tipo de militante de la contrarrevolución está en las antípodas de las decenas de miles de comunistas, anarquistas y revolucionarios en general que se opusieron con valor a la infamia contrarrevolucionaria. Las confesiones que los verdugos y jueces extrajeron, solo en ocasiones, a través de brutales torturas, no han impedido que el hundimiento estrepitoso de estos regímenes infames nos acerque a la verdadera confesión: el carácter capitalista de estos Estados
[26] Chu En-Lai colocará en octubre de 1961 una corona de flores en el sarcófago de Stalin dedicado «al gran marxista leninista Joseph Vissarionovitch Stalin». Con ello se enfrentaba a las críticas que había llevado a cabo Kruschev desde el XX Congreso. Lo que nos interesa resaltar es que el culto a la personalidad estalinista surge de esta visión personalista y voluntarista, que es propia de la política burguesa
[27] En realidad, un intento de reforma del régimen capitalista estalinista que daba ya muestras de una crisis profunda
[28] Los falsificadores de ayer y de hoy se refieren al campo de la contrarrevolución como Movimiento Comunista Internacional. Creemos que ha quedado claro en este folleto por qué nos parece importante llamar a las cosas por su nombre y no confundir la realidad a partir de denominaciones que la niegan
[29] Mao: El papel del PCCh en la guerra nacional. Las cursivas son nuestras
[30] No podemos dedicar un estudio más amplio a la crítica a ese contrarrevolucionario que fue Mao, debido a que este folleto ya es suficientemente amplio. Nos gustaría dedicarnos a ello en un futuro no muy lejano, debido a que su figura sigue causando hondas mistificaciones entre jóvenes generaciones de proletarios que se radicalizan
[31] Un programa diferente al oficial de la socialdemocracia evolucionista y reformista de la II Internacional. Ésta pretendía superar el capitalismo por medios gradualistas, y lo basaba en un programa de clase diferente formalmente a la de la burguesía. Obviamente se trataba de un programa burgués en su contenido y forma, al que nuestros compañeros de la época dieron la respuesta que se merecía. Simplemente queremos señalar que el reformismo de antaño fue más serio, como dijo un compañero que combatió ambas corrientes contrarrevolucionarias
[32] El eurocomunismo es la ruptura final de los PC occidentales —en concreto los partidos italianos, españoles y franceses— con la URSS debido a la crisis manifiesta del estalinismo, crisis que debilita la misma fortaleza política de estos partidos nacionales, lo que acentúa la búsqueda de su propia vía al socialismo independiente
[33] Al respecto, véase en nuestra web nuestro cuaderno 10 notas sobre la perspectiva revolucionaria y otros textos
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