n+1 – Renta, disipación y revuelta. Informe de la reunión del 19 de julio del 2022
Traducimos y publicamos el informe de la reunión del 19 de julio de 2022 de los compañeros de n+1.
La telerreunión del martes por la noche, con la presencia de 16 compañeros, comenzó con algunas aclaraciones sobre la cuestión energética.
En los principales medios de comunicación se habla con aprensión del posible cierre de los gasoductos que llevan el gas de Rusia a Occidente. Según The Economist («Europe’s winter of discontent»), Europa corre el riesgo de pasar un invierno de frío y la situación es ya extremadamente crítica. La demanda de gas es estacional, por lo que es crucial acumular reservas en primavera y verano. Normalmente, los depósitos de gas en Europa están medio llenos en junio y en noviembre alcanzan el 80%, lo que es suficiente para pasar el invierno. En general, la Unión Europea importa el 60% de sus hidrocarburos de Rusia. Italia consume unos 70.000 millones de metros cúbicos de gas al año y produce alrededor del 5%. Los que hablan de autarquía para el suministro de energía lo hacen sin tener claro en qué consiste.
Debido al conflicto en curso en Ucrania, faltan los suministros que normalmente se producen en la temporada de verano, y esto alarma a la burguesía europea. El semanario liberal británico advierte de la posibilidad de un choque económico dentro de unos meses. Según el banco UBS, el cese de los flujos de gas ruso en toda la eurozona podría reducir el crecimiento del PIB en 3,4 puntos porcentuales y aumentar la inflación en 2,7. En Alemania, dada su alta dependencia del gas ruso, el daño sería aún peor (los Estados Unidos, a través de las sanciones a Rusia, golpean de hecho a Europa, que es su mayor competidor). Las deudas de los gobiernos son más altas que nunca, y el impago de un país europeo como Italia amenazaría a toda la zona del euro. Hay inversores que apuestan por la quiebra de algunas grandes empresas, quizá para hacerse con ellas a precios de ganga, poniendo en peligro la estabilidad del sistema. La guerra, la pandemia, la sequía, la escasez de energía son factores que aceleran la crisis histórica del capital.
El capitalismo es el sistema más intensivo en energía que ha existido en la historia. Comida para las máquinas, hambre para los seres humanos, afirma nuestra corriente. El capitalismo verde es impensable: o se baja la temperatura del sistema de producción o se sube la del planeta Tierra. En el artículo «La gran disipación de energía como transición de fase», exploramos la cuestión del despilfarro energético como elemento destructivo de las antiguas relaciones sociales. De hecho, es el propio capitalismo, por sus leyes internas, el que se está preparando para una gran ruptura revolucionaria. Sólo podremos salir de esta «crisis» energética superando las barreras nacionales, los intereses particulares y privados. Incluso The Economist llega hasta ahí, donde se argumenta que cuanto más integrado esté el sistema, más resistente será. Por lo tanto, se necesitaría un mecanismo de seguridad energética coherente y de alcance continental. Pero, evidentemente, la anarquía del mercado impide una verdadera Unión Europea.
La actual crisis de la producción de valor comenzó al menos en la década de 1970. El capital no puede apalancar la estructura de la renta, a lo sumo actúa sobre la distribución de la misma. Los que tienen que producir necesitan energía barata, pero el precio del petróleo y del gas (como el del grano) se fija en los centros financieros de unas pocas metrópolis, lo deciden los mecanismos impersonales del mercado. Dada la creciente dificultad de producir nueva plusvalía, el exceso de beneficios que se destina a la renta crea grandes problemas a los industriales. En el actual modo de producción, la energía es una mercancía particular ligada a la propiedad del subsuelo. La renta es también una enorme forma de despilfarro capitalista. En este sentido, se ha apuntado al hilo del tiempo ‘La emperatriz de las aguas purgativas’: la ley de la renta también se aplica en el uso de las concesiones estatales por parte de las grandes empresas.
No se pueden analizar hechos contingentes y particulares sin enmarcarlos en una teoría que pueda explicar el desarrollo del modo de producción actual. La entropía y la disipación de energía condenan científicamente la sociedad actual y muestran la necesidad de una forma social con un rendimiento social superior.
Para mantener su supremacía mundial, EE.UU. necesita explotar a los proletarios de otros países además de los suyos, y de hecho nuestra corriente afirma que en el último colonialismo, los blancos colonizan a los blancos («empresas económicas de Pantalone»). En las últimas décadas, la clase trabajadora estadounidense ha sido fuertemente explotada y empobrecida, y el Estado ha tenido que intervenir para distribuir el valor. Millones de personas en Estados Unidos se han echado a la calle y no es casualidad que haya nacido un movimiento que dice representar al «99%». El Capitolio no ha sido tomado por un loco, sino por un profundo malestar que se está acumulando.
En el boletín «Revuelta contra la ley del valor» (2019), vimos que la creciente miseria y el aumento de los precios de los alimentos y la energía estaban y seguirán produciendo disturbios en todo el mundo. Predicción correcta a la luz de lo que está sucediendo. En cambio, los analistas de la burguesía razonan como si la catástrofe fuera una opción entre muchas, mientras no se dan cuenta de que ya está ocurriendo. De hecho, está en marcha una revuelta mundial, que varía de un país a otro en intensidad y tipo. No hay país que no se vea afectado por el caos social y la inestabilidad política.
El eclipse de la sociedad capitalista trae consigo una serie de disoluciones en cadena, desde la ilusión democrática hasta la parlamentaria («Disoluciones necesarias»). Incluso los viejos lenguajes ya no explican nada. Esta disolución será un campo de pruebas para las fuerzas orientadas hacia el futuro: las que no encajen se extinguirán. Las campañas de denuncia de la memoria leninista sobre las fechorías del sistema ya las hacen los propios burgueses, lo que marca la diferencia hoy es una teoría del cambio, una conexión con el futuro de la especie (véase ‘Propiedad y Capital’).
El dominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo aumenta el número de proletarios, pero disminuye el de los ocupados y aumenta desproporcionadamente el ejército de desempleados, los que nunca se emplearán en la producción, una gran parte de la población que es inempleable. Se trata de un proceso irreversible. La propia burguesía se está disolviendo porque hoy hay capital sin capitalistas y capitalistas sin capital. Por un lado, hay un capital independizado y por otro una abrumadora mayoría de seres humanos superfluos (la pequeña burguesía y las medias clases arruinadas tienden a hundirse en el círculo infernal de los no reservados). Según la Izquierda Comunista italiana, en la fase descendente del capitalismo el capital asalariado total aumenta, pero con demasiada lentitud, o se estanca; el número de proletarios sigue creciendo; el número de trabajadores asalariados disminuye; el exceso relativo de población obrera o ejército de reserva se forma y aumenta («Precisiones sobre el marxismo y la miseria y la lucha de clases y las ofensivas patronales»).
Desde este punto de vista, la lucha de clases está más viva que nunca y tiende a simplificarse. Las masas sin reservas se ven obligadas a rebelarse contra el actual estado de cosas, dejando de lado la dimensión reivindicativa tan querida por políticos y sindicalistas, y adoptando un perfil cada vez más claramente anticapitalista.