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Clase y partido Serie: PCInt 1971 Teoría

PCInt – La perspectiva del comunismo

Nota introductoria del Grupo Barbaria

Publicamos la traducción al castellano de una serie de textos acerca de la escisión que vivió el PCInt-Programma Comunista en 1971 a partir de sus secciones escandinavas y algunas de sus secciones francesas (Saint Étienne, Lyon, Bourg, Le Mans y una parte de la de Marsella). En los argumentos tratados, nos parece que destacan toda una serie de reflexiones que son vitales hoy desde un punto de vista teórico para la preparación de la futura revolución y el desarrollo de nuestro partido histórico: la crítica al activismo y el inmediatismo sindical; la toma de distancia con el tercerinternacionalismo y a una perspectiva tradeunionista y kautskysta que se adapta a la clase obrera tal y como es en un período de paz social, y no de cara al proceso revolucionario futuro; la consideración del partido formal como ya existente y motor de la lucha de clases; la comprensión de que el capitalismo es una totalidad que ha socializado y unificado economía y política, lo que hace imposible pensar una actividad revolucionaria alrededor del dualismo sindicato-partido, etc. Las consecuencias de esto son muy importantes, pues explicaría que el proletariado se constituye en clase y en partido, superando ese dualismo, precisamente rompiendo con la paz social y con el sometimiento del proletariado al capital y a sus instituciones económicas, políticas y jurídicas. En definitiva, esperamos que la lectura de estos textos cumpla con su función esencial: ayudar en el proceso de clarificación programática hacia el comunismo.

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Texto de trabajo de la exsección escandinava del Partido Comunista Internacional

Dirección postal: 61 DK-2880 BAGSV/ERD- DINAMARCA.

 

«Verá que ni uno solo de los levantamientos obreros en Francia o en Inglaterra ha presentado unas características tan teóricas, tan conscientes, como la rebelión de los tejedores silesios…. El levantamiento silesio comienza precisamente donde terminan las insurrecciones obreras inglesas y francesas, con la conciencia de lo que es la esencia del proletariado. La misma acción presenta este carácter de superioridad… Debemos admitir que el proletariado alemán es el teórico del proletariado europeo, que el proletariado inglés es el economista y que el proletariado francés es el político» (Karl Marx, Glosas críticas marginales a un artículo: «El Rey de Prusia y la reforma social. Por un prusiano», 1844).

Después de las revueltas (Lyon, Manchester), que en última instancia prevén la futura entrada del proletariado en la escena política como clase histórica, con la revuelta de los tejedores de Silesia tenemos la primera acción proletaria más precisa en términos de contribución teórica. De ahí surge la dirección de las futuras luchas de clase.

El trabajo de los babuvistas (Liga de los Iguales) es al mismo tiempo explicado, confirmado y superado. Los utópicos, que no logran distinguir la misión de la clase proletaria y que sólo ven categorías económicas burguesas, pertenecen ahora al premarxismo y a la prehistoria del proletariado. Finalmente, es la negación de la dialéctica hegeliana: mientras la ideología burguesa debía ir a la par de la apología del Estado monárquico prusiano, la teoría del proletariado, el materialismo histórico-dialéctico, muestra la relación entre idea y práctica; al mismo tiempo, se supera el materialismo burgués[1]. De hecho, al mismo tiempo que los teóricos progresistas le otorgan validez y radicalidad eternas, separan de la ciencia la política proletaria y el futuro comunista de la humanidad.

No nos ocuparemos aquí de los intentos del proudhonismo de revivir a los utópicos Fourier y Owen al conservar una visión económica y pacifista que nada tenía que ver con la labor del capitalismo moderno: destrucción de relaciones de producción anteriores, generalización y extensión del propio modo de producción. Además, esta supervivencia de los utópicos sólo pudo lograr un resultado «miserable», ya que fue superada por el movimiento del propio proletariado.

Al naciente movimiento proletario, la Miseria de la Filosofía (1846), la constitución de la Liga de los Comunistas (1847) y el programa del Manifiesto del Partido Comunista (1847-1848) proporcionó una base que al mismo tiempo expresaba el vínculo teórico y práctico con el presente revolucionario del propio movimiento. Esto no significa que las ideas producidas por las formas superadas hayan perdido su influencia en las categorías trabajadoras de Europa, como veremos más adelante.

La aparición de la clase y sus primeras luchas (1844-1850) determinan la condición para que la perspectiva del proletariado[2] se formule con tanta claridad y nazca su primera organización. El movimiento proletario aparece en curso de un proceso cuyo carácter unitario y unívoco prefigura la unificación de las expresiones históricas y formales del movimiento que mostrará la futura revolución comunista.

No se trata aquí de comenzar una descripción de la perspectiva contenida en la «revolución permanente» de la Circular del Comité Central a la Liga de Comunistas (1850) que ya abrazaba una visión que iba desde el internacionalismo hasta las tácticas concretas de este período (1848-50), es decir, una perspectiva de doble revolución[3]. Aquí simplemente queremos esbozar las líneas generales de acción comunista durante el ascenso y caída de la revolución, durante la revolución y durante la contrarrevolución.

  • En 1850, el proletariado sufrió su primera derrota como clase ofensiva políticamente organizada. La contrarrevolución había ganado.
  • La política comunista, que sólo puede ser revolucionaria, ya no podía contener ninguna organización de clase formal [tras la derrota de la oleada de 1848-1850, NdT] capaz de sostener y realizar el programa proletario; pero la línea histórica entre el movimiento de 1848 y las victorias de la revolución futura estaba ahora claramente trazada, y era tan obvia como la derrota momentánea.
  • La tarea de los comunistas, su «acción», fue por tanto la preparación para la puesta en marcha de esta línea histórica, la preparación del futuro movimiento revolucionario. Y es que entre el triunfo de la contrarrevolución (1851-52) y el ascenso antes de 1871, la obra de Marx y Engels consistió en luchar por mantenerse en el programa revolucionario, no dejarse influir por las formas de la revolución anterior ni por la derrota, no dejarse derrocar por la «política realista” de la realidad contrarrevolucionaria.

Traté de eliminar el malentendido según el cual yo consideraría como partido una Liga muerta desde hacía años, o la redacción de un periódico que lleva doce años desaparecido. Yo entiendo el término «partido» en su más amplia acepción histórica. (Marx a Freiligrath, carta del 29.02.1860).

Marx y Engels permitieron que la Liga de los Comunistas se disolviera por sí misma. Luego se dedicaron a un trabajo “teórico” que se manifestaba en particular en la definición de las bases de la teoría económica marxista. Para Marx y Engels, la relación «partido-clase» es, por tanto, un producto del movimiento real, y se puede ver claramente su desdén por el formalismo vacío en las siguientes líneas, donde al mismo tiempo muestran el carácter impersonal de su trabajo:

Yo les dije claramente: nuestra designación como representantes del partido proletario no viene de nadie más que de nosotros mismos. Pero lo confirma el odio exclusivo y general que nos profesan el viejo mundo y los viejos partidos. (Marx a Engels, carta del 18/05/1859).

Durante la primera fase del período revolucionario de la burguesía (hasta 1848-50), todas las organizaciones de trabajadores fueron prohibidas y fueron violentamente combatidas (excepto en Inglaterra). Bajo la consigna de «libertad individual», la joven burguesía, que aún no estaba unificada ni organizada definitivamente en naciones, vio un peligro en la tendencia de los proletarios a la unificación. A partir de mediados de la década de 1860, el futuro de la burguesía empezó a tomar forma claramente. El poder estatal centralizado del capital se encontraba aún lejos del totalitarismo imperialista (democracia corporativista, fascismo, etc.), pero la necesidad absoluta del Estado se expresó en la Francia de Napoleón III (y más tarde en la Alemania de Bismarck), incluso si las rivalidades dentro de la burguesía (especialmente entre la industria y las finanzas) no fueron superadas.

Por lo tanto, durante el período «reformista» del capitalismo tenemos el siguiente dualismo: por un lado, la inconclusión en el nivel político, pero, por el otro, el comienzo de la realización de la futura unidad política y económica del capital.

  • Esto significa para el proletariado que su organización como categoría económica del capitalismo, como capital variable, coincide con los intereses de la burguesía progresista, la burguesía industrial. Por tanto, si nos situamos en una perspectiva determinista, fue algo necesario para el posterior desarrollo del capital. Al fortalecer la industria, esta organización constituía al mismo tiempo una amenaza para las finanzas y para la gran burguesía terrateniente que todavía tenía una influencia decisiva en el poder estatal, por no hablar de los países «subdesarrollados» donde la burguesía aún era débil y había buscado un compromiso con el feudalismo, en Alemania por ejemplo.
  • Por otra parte, el futuro del Estado, su fortalecimiento unitario, se expresaron claramente en la posición antiproletaria adoptada inmediatamente ante el peligro de la revolución proletaria (Comuna de París, 1871) tanto por la burguesía francesa como por la de Prusia.

El período que precedió a la Comuna lleva la marca tanto de este dualismo como del surgimiento del movimiento proletario, que necesariamente tenía que expresar tanto la falta de madurez del capitalismo de la época como incluso la misión histórica de clase del movimiento mismo. Ésta es la base de los estatutos de la Primera Internacional, que Marx motivó de la siguiente manera:

Lo limité intencionalmente a aquellos puntos que hacen posible un acuerdo inmediato para la acción conjunta de los obreros y que pueden satisfacer directamente las necesidades de la lucha de clases y fomentar la organización de los obreros como clase. […] Me ha causado gran alegría el Congreso obrero norteamericano celebrado al mismo tiempo en Baltimore. Allí la consigna ha sido la organización para luchar contra el capital, y es de señalar que la mayoría de las reivindicaciones trazadas por mí para Ginebra han sido planteadas allí, gracias al fiel instinto de los obreros. (Marx a Kugelmann, carta del 9.10.1866).

Engels, sacando conclusiones de este período, escribió a Sorge (17.9.1874):

Con tu salida, la vieja Internacional dejó de existir definitivamente. Y eso está bien, pues la Internacional pertenecía a la época del Segundo Imperio en que la opresión reinante en toda Europa prescribía al movimiento obrero, que acababa de renacer, unidad y abstención de toda polémica interior. Era un momento en que los intereses cosmopolitas generales del proletariado podían pasar a primer plano.  […] En 1864, el carácter teórico del propio movimiento era todavía muy confuso en toda Europa, es decir, en las masas. […] El primer éxito importante tenía que romper esta candorosa colaboración de todas las fracciones. Ese éxito fue la Comuna, hija espiritual de la Internacional, indudablemente, aunque ésta no había movido un dedo para darle vida. De este modo, y hasta cierto punto, se consideraba con toda razón a la Internacional responsable de la Comuna. […] La Internacional, que durante diez años ha dominado una parte de la historia europea ­—precisamente aquella parte en la que reside el futuro—, puede contemplar orgullosa la labor realizada. Pero la Internacional ha caducado en su vieja forma. Para crear la nueva Internacional a semejanza de la vieja, para crear una alianza de todos los partidos proletarios de todos los países, sería necesario que se produjese una represión general del movimiento obrero análoga a la de los años 1849-1864. Pero el mundo proletario es ahora demasiado grande, demasiado extenso para que eso sea posible. Estimo que la nueva Internacional será —después de que las obras de Marx hayan ejercido su influencia durante una serie de años— una Internacional netamente comunista y proclamará unos principios que serán precisamente los nuestros.

La Primera Internacional constituyó el verdadero movimiento del proletariado, y con la Comuna expresó su culminación. La relación dialéctica entre la organización formal y la toma revolucionaria del poder está contenida en la carta de Engels que aparece arriba. En una carta a Kugelmann (12/04/1871), Marx dijo de la Comuna que era «la hazaña más gloriosa de nuestro partido desde la insurrección parisina de junio de 1848»: lo que muestra claramente la unidad y continuidad absoluta en su concepción de la acción y de la organización de la clase; y ya el Manifiesto había afirmado que «esta organización del proletariado en clase, y por tanto en partido político, se ve minada a cada momento por la competencia desatada entre los propios obreros. Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez más fuerte, más firme, más pujante».

La Comuna de París fue derrotada, y esta derrota se confirmó en España en 1873. Derrotada la revolución, se podía prever la dislocación a corto plazo de su organización:

La acción internacional de las clases obreras no depende, en modo alguno, de la existencia de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Esta fue solamente un primer intento de crear para aquella acción un órgano central; un intento que, por el impulso que dio, ha tenido una eficacia perdurable, pero que en su primera forma histórica no podía prolongarse después de la caída de la Comuna de París. (Marx: Crítica del Programa de Gotha, 1875)

Una vez más, a la revolución siguió un período contrarrevolucionario, con el corolario de la desaparición de la organización de esta revolución.

Engels había escrito que la próxima Internacional debía convertirse en comunista, dado que «la clase obrera de 1874, después de la disolución de la Internacional, era muy diferente a la de 1864 en el momento de su fundación» (Engels: «Introducción a la edición alemana» del Manifiesto, 1890). Asimismo, en la carta a Kugelmann (17/04/1871), Marx decía:

Gracias a la Comuna de París, la lucha de la clase obrera contra la clase de los capitalistas y contra el Estado, que representa los intereses de ésta, ha entrado en una nueva fase. Sea cual fuere el desenlace inmediato esta vez, se ha conquistado un nuevo punto de partida que tiene importancia para la historia de todo el mundo.

La clase obrera se ha desarrollado, pero su viejo partido-Internacional debe ser disuelto: el progreso de la clase se sitúa en el nivel histórico y en una perspectiva basada en la revolución venidera y su movimiento comunista. En consecuencia, Marx llega a la conclusión de que con 1871 termina para Europa el período durante el cual el partido del proletariado podía apoyar a una burguesía (progresista para el proletariado en ese momento) en guerra contra otra.

En la Primera Internacional se habían tenido en cuenta áreas cuya inmadurez suponía la existencia de categorías de trabajadores (de hecho, cercanas a los oficios) en posiciones premarxistas. Este hecho fue claramente confirmado por el papel desempeñado por el proudhonismo durante la Comuna, que fue el último representante del pasado histórico-económico. Marx no permitió que estas corrientes retrógradas influyeran en las líneas generales, e hizo todo lo posible para que el objetivo revolucionario pudiera penetrar y dirigir este organismo joven, necesariamente heterogéneo. Así, se estableció que «el movimiento económico y la acción política de la clase en lucha están indisolublemente unidos» (Asociación Internacional de Trabajadores, 1871). En el momento en que se afirmó este principio, la burguesía industrial parecía no haber comprendido todavía la utilidad para ella de la organización sindical de los trabajadores: el resultado era que las luchas económicas de los trabajadores suelen tener un carácter violento, lo que crea un mito en torno a las organizaciones nacidas en este período. Este hecho tuvo gran importancia en las décadas siguientes, cuando los sindicatos y las «luchas» sindicales se volvieron pacíficas y, a menudo, incluso estuvieron apoyados por categorías burguesas. Esto no significa que tales enfrentamientos, incluso en el período posterior a la Comuna, no tuvieran un carácter político (véase la lucha por la jornada de 8 horas, que se produce mientras el Estado se apoya en capas reaccionarias). Sin embargo, no debemos olvidar que todo esto sólo se aplica a los países donde el capital había destruido o estaba en proceso de destruir las antiguas relaciones de producción: por lo tanto, no podemos incluir a Rusia, por ejemplo, en estas consideraciones.

Los estatutos dados por Marx a la Primera Internacional correspondían, pues, en sus líneas esenciales, a la tendencia política y a las posibilidades de los proletarios más avanzados (ingleses, franceses). Así, la historia de la Primera Internacional muestra un choque continuo entre estas posiciones avanzadas (apoyadas por Marx y Engels en el Consejo General) y todas las corrientes oportunistas (proudhonismo, bakuninismo, lassallianismo) que, a nivel de programa, pertenecen a la primera infancia del proletariado y que viven de la derrota de la revolución y del desarrollo de la contrarrevolución y del triunfo de la burguesía que siguió. Así, los bakuninistas progresan en los países latinos (España, Italia, Bélgica, Suiza, sur de Francia) y constituyen un obstáculo para la revuelta española a causa de su autonomismo localista (véase Engels: LOS BAKUNINISTAS EN ACCIÓN, 1873). Mientras tanto, los lasallianos obtuvieron cierta influencia durante la constitución de la socialdemocracia alemana (Eisenach, 1869, véase la carta de Engels a Bebel, 20.06.1873). Su programa reformista triunfó en el Congreso de Gotha en 1875, donde el partido de Eisenach se fusionó con el verdadero partido lasalliano, todo esto ocurre a pesar de las advertencias de Engels contenidas en la carta a Bebel y a pesar de la crítica destructiva de Marx al programa de Gotha. El programa posterior de Erfurt, cuya versión final fue formulada por Kautsky, sólo muestra una atenuación y no un cambio radical de la línea lasalliana de la socialdemocracia alemana:

Sin embargo, muy pronto se descubrió —las pruebas de ello cayeron en nuestras manos— que de hecho Lassalle había traicionado al partido. Había cerrado un contrato formal con Bismarck (sin que éste naturalmente le diese ninguna garantía). A finales de septiembre de 1864 debía dirigirse a Hamburgo y allí (con el loco de Schramm y con Marr, confidente de la policía prusiana) “forzar” a Bismarck a la anexión de Schleswig-Holstein, es decir, a proclamar dicha anexión en nombre de los “obreros”, etc. En compensación, Bismarck había prometido el sufragio universal y alguna que otra charlatanería socialista. (Carta de Marx a Kugelmann, 23 de febrero de 1865).

Aquí nos encontramos cara a cara con el oportunismo clásico: chovinismo, reformismo, fetichismo de la legalidad, corrupción, manipulación, creencia en el «neutralidad» del Estado, capaz de promover la causa de los trabajadores. El lassallianismo ya representaba (¡en 1864!) la socialdemocracia cuya «función» política describe Bordiga en La función de la socialdemocracia en Italia (1921). Surge del hecho de que la socialdemocracia expresa la tendencia general del capitalismo, independientemente de posibles disensiones entre las categorías burguesas. Lo que Lassalle y Bismarck intentaron realizar lo lograron Ebert y Maercker en 1919: están unidos entre sí por la línea recta de la contrarrevolución.

Después de 1848, Marx escribió que en Francia, «donde el proletariado había sido vencido por la burguesía y el ataque contra el gobierno existente coincidía de modo inmediato con el ataque contra la burguesía», se trataba de «derrocar a las potencias existentes» (Revelaciones sobre el proceso de los comunistas de Colonia, Marx, 1852). Después de 1871, esta perspectiva se vuelve válida para toda Europa: por eso se disolvió la Primera Internacional, que no tenía que emprender ninguna tarea con miras a un «compromiso» pacífico. Por la misma razón, Engels dijo que la próxima Internacional sería comunista, ya que la próxima revolución tendría que ser comunista. Pero la Segunda Internacional, que se formó después de la muerte de Marx, era muy distinta a una Internacional Comunista.

Podemos decir que Engels sufrió la constitución de la Segunda Internacional (1889) a su pesar. Para evitar que los «posibilistas» (neoanarquistas) y la Federación Socialdemócrata Británica dominaran la nueva Internacional, Engels se mostró a favor de que el partido alemán de Gotha se uniera a la nueva organización. Escribió a Sorge (06.08.1889):

Además, el Congreso debe tener poca importancia. Naturalmente, no iré; no puedo sumergirme continuamente en la agitación. Pero ahora esas gentes quieren volver a jugar a los congresos; así que es mejor que no estén dirigidos por Brousse y Hyndman. Todavía había tiempo para poner fin a su plan.

Esta posición es muy ambigua, y la misma ambigüedad aparece en la mayoría de las posiciones adoptadas por Engels durante las crisis que estallaron en la socialdemocracia alemana durante los años 1990[4]. Sin mencionar que el grupo de Bebel no sólo proporcionó información errónea, sino que llegó incluso a manipular los textos de Engels para utilizarlos en conflictos internos del partido. Sin lugar a dudas, Engels apoyó fuerzas oportunistas en este período: estaba tan absorbido por la obra teórica infinitamente más importante (la publicación de las obras económicas de Marx, por ejemplo) que llegó a adoptar posiciones no revolucionarias. Véase, por ejemplo, su actitud hacia la oposición «Die Jungen» (1891-1892): aunque no logró dar una perspectiva teórica profunda a su antiparlamentarismo, este grupo constituyó en cualquier caso una reacción sana y revolucionaria contra el parlamentarismo del partido de Gotha. Lo mismo puede decirse de la actitud de Engels hacia la oposición de izquierda danesa (Gerson Trier), que era claramente antifrentista y manifestaba una desconfianza históricamente bien fundada hacia partidos de oposición burgueses, liberales y agrarios.

La clase obrera es revolucionaria o no es nada. (Marx a Engels, 18/02/1865)

Después de la derrota de la Comuna de París, la clase obrera fue derrotada, la contrarrevolución triunfó. La Segunda Internacional correspondió a las condiciones contrarrevolucionarias, al desarrollo capitalista. La historia puso en el orden del día la unificación nacional y la organización del capital. Nacieron y se fortalecieron los sindicatos, y este desarrollo fue rápidamente apoyado por la burguesía progresista y sus partidos radicales: la organización del capital variable era una condición necesaria para el futuro desarrollo de la acumulación capitalista nacional. En este período de «reformismo» pacífico, por primera vez en la era capitalista, se realizó una planificación clara de la fuerza laboral, al menos en su punto de partida. Este período creó las bases de la teoría tradeunionista, correspondiente a la situación objetiva, versión moderna del proudhonismo. El concepto de «clase obrera» respondía a la realidad de la economía y la política capitalistas; era una concepción económica, pacifista, gradualista, democrática y reformista. Los trabajadores debían organizarse como consumidores (de ahí las cooperativas) y como productores (de ahí los sindicatos) y finalmente como votantes (de ahí los grupos parlamentarios y municipales): todo esto representaba el gran «movimiento obrero” que vivió y prosperó en medio de la contrarrevolución “conquistando ventajas” y “arrancando concesiones» en el mercado laboral o en el parlamento. A principios de los años 90 todavía se decía que cuando la mayoría de los trabajadores estuvieran organizados, se podía hacer una revolución, pero esto fue rápidamente reemplazado por la «socialización»: la conclusión normal de esta visión fundamentalmente evolutiva. Esta teoría se desarrolló más claramente en el Partido Socialista Laborista de América (SLP) de De Leon, que explicó el tradeunionismo (medio hacia el socialismo) como la apropiación de los medios de producción de la economía capitalista por parte de los trabajadores. El proletariado, la clase revolucionaria, en realidad había desaparecido de la perspectiva y por eso sólo quedaban las categorías capitalistas.

Esta teoría de la existencia eterna del «movimiento obrero» sólo podía conducir a concepciones puramente formalistas[5] que reconocían, en la organización, la causa y no el efecto (Kautsky). La acción práctica entonces necesariamente debía volverse reformista y, por tanto, oportunista. Esto lo pudimos comprobar cuando el movimiento real comenzó a tomar forma nuevamente con la huelga general en Bélgica de 1902 y con la revolución rusa de 1905: en ese momento, las secciones de la Segunda Internacional demostraron que eran obstáculos en el camino del proletariado. El papel contrarrevolucionario de la socialdemocracia belga (Vandervelde) durante la acción obrera espontánea fue destacado por Franz Mehring y Rosa Luxemburgo. En Rusia, fue el pequeño grupo internacionalista de Trostky el que dirigió el verdadero movimiento revolucionario, cuya vanguardia estaba en el soviet de Petrogrado. Trotsky escribe:

Desde el momento en que fue instituido hasta el de su pérdida, el soviet permaneció bajo la poderosa presión del elemento revolucionario, el cual, sin perderse en consideraciones vanas, desbordó el trabajo de la intelligentsia política.

Sobre la dirección política, añade:

Sometiendo a las organizaciones independientes, el soviet unificó en torno suyo la revolución. (Extractos de 1905)

No fue casualidad que el grupo se formara en torno a Trotsky que, ya antes de 1905, demostró una concepción antiformalista en la cuestión de la organización, por ejemplo en el Informe de la delegación siberiana (1903) o en Nuestras tareas políticas (1904), desempeñara un papel destacado durante las luchas de 1905. Esto no significa que este grupo hubiera formulado una perspectiva completa: por el contrario, fueron los bolcheviques (Lenin) quienes, a pesar de su kautskismo, adoptaron con mayor claridad la perspectiva de la doble revolución y los que trazaron con mayor claridad las líneas del programa económico de esta revolución.

El papel contrarrevolucionario del partido socialdemócrata se confirmó nuevamente en Bélgica durante las grandes huelgas de 1913. Sin duda, el chovinismo descarado manifestado por la socialdemocracia en casi todos los países europeos al comienzo de la primera guerra imperialista produjo una gran sorpresa. Fue, sin embargo, el resultado natural de la política de toda la Segunda Internacional, hija del lassallanismo. De hecho, la traición de 1914 sólo repetía las de 1902 y 1905, y cuando al final de la guerra la socialdemocracia tomó las riendas del Estado capitalista (Ebert, Vandervelde, etc.) sólo realizaba de modo estricto el programa de Gotha.

Sin embargo, el reformismo abierto de los años 90 y el sabotaje de las luchas de principios de siglo por parte de la Segunda Internacional habían generado una oposición que primero criticó a Bernstein y luego a Kautsky. Sin embargo, R. Luxemburgo, A. Pannekoek y L. Trotsky no lograron comprender el papel histórico de la Segunda Internacional. Simplemente criticaron las teorías que mostraban la expresión de este papel. Luchando contra el chauvinismo de Bissolati durante la campaña de Libia en 1912, la izquierda italiana (A. Bordiga) adoptó una posición de oposición en la misma dirección, aunque, como los bolcheviques, no llegó a adoptar una posición crítica general contra la Segunda Internacional desde sus orígenes hasta 1914. Sólo con la izquierda de Zimmerwald (1915-1916), con los bolcheviques y los Bremerlinke[6], más algunos grupos suecos, noruegos y suizos, sin contar el grupo «Lichtstrahlen» de Berlín (cuya existencia fue efímera) asistimos al inicio del ajuste de cuentas con la II Internacional, absolutamente necesario para la existencia de un nuevo movimiento revolucionario. El punto esencial de esta reacción fue el derrotismo revolucionario: «transformar la guerra imperialista en una guerra civil». Tanto la izquierda italiana como los tribunistas holandeses[7] se encontraban en esta posición, mientras que los espartaquistas no parecían querer llegar tan lejos, sobre todo cuando se trataba de sacar la conclusión natural, es decir, la ruptura con la Segunda Internacional y la constitución de una nueva Internacional (véanse las críticas paralelas a Lenin y Knief[8] hacia el Folleto de Junius de R. Luxemburgo.

En 1916 estallan las primeras huelgas en Alemania, y en febrero de 1917 comienza en Rusia la doble revolución. La teoría del partido, vista como una organización formal que es permanente ya esté presente o ausente la revolución, una teoría que hemos visto fue formulada por Kautsky, aparece una vez más como una concepción idealista de la relación partido-clase en el movimiento real del proletariado. Así, en abril y luego en octubre de 1917, Lenin, que había retomado la teoría de Kaustky en su «¿Qué Hacer?«, sosteniendo que había que importar la teoría en la clase a través del Partido, tuvo que luchar, por el contrario, contra la dirección del Partido Bolchevique, que entonces era el Partido Bolchevique siguiendo una política menchevique (véase la descripción que hace Trotsky de la política del grupo Zinoviev-Kamenev-Noghin-Losowski en 1917 en sus «Lecciones de Octubre«). El auténtico movimiento revolucionario se produce más allá de las formas anteriores; incluye el grupo formado en torno a Lenin, el grupo interdistritos alrededor de Trotsky, las facciones de izquierda de los soviets de Petrogrado y Kronstadt y los comités de fábrica de Petrogrado. Esto no significa que los escritos de Lenin y Trotsky (e incluso los de los futuros traidores Plejanov, Axelrod y Parvus) no desempeñaran ningún papel en el trabajo de desarrollo y preparación teórica sobre la línea histórica del partido.

En Alemania, el movimiento revolucionario no pudo, en el primer período de la revolución (1918-1919), separarse de la socialdemocracia y del partido centrista USPD (Independientes), que ostentaban la dirección de los consejos de obreros y soldados. Los espartaquistas permanecieron en el USPD hasta diciembre de 1918, mientras que los Bremerlinke (Izquierda de Bremen) y otras tendencias revolucionarias formaron el ISD (más tarde llamado IKD: Comunistas Internacionales de Alemania). Sólo en los primeros días de 1919 se pudo formar el KPD(S) (Partido Comunista de Alemania: Liga Spartakus) con la fusión de los espartaquistas y el IKD. Las derrotas de enero y marzo de 1919 y las derrotas posteriores en Baviera y Hungría marcaron el agotamiento de la revolución en Europa, en su primer período. La lección era clara: la socialdemocracia era el partido contrarrevolucionario por excelencia; los sindicatos, que durante la guerra gestionaron y organizaron la economía capitalista alistando trabajadores para el frente o las fábricas, se integraron al poder estatal. El parlamentarismo representó el impasse democrático que permitió al centrismo llevar a cabo su trabajo de sabotaje centrado en la reanudación de la práctica de la Segunda Internacional anterior a Bernstein. Las corrientes comunistas de toda Europa aprendieron la lección, y los frutos de esta experiencia se manifestaron en la izquierda germano-holandesa y en la izquierda italiana. Sin embargo, esta última fue incapaz de extraer la enseñanza antisindical, porque las organizaciones económicas en Italia no habían participado activamente en la organización de la guerra, como por ejemplo en Alemania (véase nuestro Proyecto de tesis sobre la cuestión sindical[9]). Hay que añadir también que corrientes similares surgieron en Austria, Hungría, Inglaterra, Estados Unidos, Bélgica, Suiza, Dinamarca y más tarde Bulgaria.

La Tercera Internacional fue fundada en marzo de 1919. La revolución europea todavía estaba en marcha y la izquierda rusa mostraba una clara tendencia a confiar en los comunistas europeos (véase el bureau de Ámsterdam, el periódico Kommunismus en Viena[10]) y seguir sus experiencias. En consecuencia la Tercera Internacional, durante el primer año de su existencia, tomó partido a favor de la escisión de la AFL norteamericana, y en términos generales presentó a los sindicatos la siguiente alternativa: o por la Tercera Internacional y la revolución, o por la contrarrevolución y su internacional amarilla de Ámsterdam[11]. Los partidos comunistas debían separarse de los partidos políticos o expulsar a los centristas y socialdemócratas. Pero paralelamente a la derrota en Occidente, comenzaron a surgir problemas para la propia revolución rusa. Se sometió entonces al movimiento comunista en Europa a una «presión»: debíamos convencer a las masas centristas y socialdemócratas y hacerles comprender la posición comunista. Para ello, los comunistas debían trabajar no sólo dentro del movimiento revolucionario, sino también (y luego especialmente) en el movimiento contrarrevolucionario: en parlamentos, ayuntamientos, sindicatos, cooperativas; e incluso, debido a la particular debilidad del movimiento comunista, dentro del Partido Laborista, la sección inglesa de la Segunda Internacional. Las escisiones políticas dentro de los partidos ni siquiera se materializaron; por el contrario, se inauguró una política favorable al centrismo, que conduciría a la unificación de determinados partidos comunistas con corrientes o partidos de centro izquierda[12] (Alemania, Italia, Bélgica). La táctica del entrismo entrada en los sindicatos no estaba claramente definida: ¿era un intento de conquista o simple propaganda? Por otro lado, al mismo tiempo, la presencia en estas organizaciones contrarrevolucionarias perpetuó esencialmente la práctica de la Segunda Internacional. El resultado fue que los grupos del segundo-internacionalistas se vieron fortalecidos no sólo por las «tácticas» cotidianas, sino también por los nuevos intentos de fusión, que rápidamente desembocaron en las consignas contrarrevolucionarias del «frente único» y del «gobierno obrero» con la participación de los partidos traidores, centristas y socialdemócratas. Rápidamente se olvidó que se habían puesto del lado del capital. Con el frente único, el movimiento obrero encontró la unidad, «lamentablemente dividido entre varias corrientes» o incluso “guiado por los oportunistas». La socialdemocracia ya no fue considerada el partido del capital, sino simplemente como «el ala derecha del movimiento obrero»: era necesario explicar a sus miembros que los «dirigentes» o la «burocracia» eran traidores y corruptos; pero el movimiento en sí seguía siendo un «movimiento de clase», «un movimiento obrero». Se volvía a la concepción tradeunionista y segundo-internacionalista, nunca abandonada en la realidad, que afirmaba la existencia de un movimiento obrero neutral, que podía ser conquistado o dirigido, más allá de la relación revolución/contrarrevolución, por los comunistas o por los reformistas La teoría de la conquista de estas organizaciones sólo podía conducir a una concepción gradualista y democrática del curso revolucionario: esto se manifestaba claramente en la consigna de «conquista de la mayoría de las masas», y en la definición del sindicato como «correa de transmisión” entre partido y clase. La reanudación de la práctica de la Segunda Internacional (y más tarde de su política) condujo a la condena del antiparlamentarismo revolucionario que había sido lúcidamente formulado por la izquierda italiana en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista. Las tesis de la izquierda italiana no sólo encontraron una total incomprensión, sino que además ¡fueron identificadas con las críticas del anarquismo! ¡Y es que la revolución europea había sido tan mal comprendida! En cuanto a las nuevas expresiones del movimiento revolucionario, en primer lugar las Uniones alemanas[13], que nacieron en esa época, cuando las categorías más combativas abandonaron los sindicatos integrados. La Tercera Internacional no comprendió en absoluto su significado (véase nuestro texto de trabajo La izquierda alemana y la cuestión sindical en la Tercera Internacional[14]); o se les hacía equivalentes a los soviets, sin reconocer su carácter profundamente antisindical (véanse los comités de delegados o shop stewards en Inglaterra). En resumen, podemos decir que la revolución de Europa occidental nunca logró tener en la Tercera Internacional la influencia que habría sido un factor de equilibrio y que habría podido evitar que la Internacional adoptara una práctica que constituía un obstáculo para la revolución en Occidente (Alemania 1929-1921, Alemania, Bulgaria y Estonia en 1923, Inglaterra em 1926).

Esta situación derivaba no sólo de la debilidad de la revolución occidental, del origen segundo-internacionalista de los grupos revolucionarios, que no habían roto del todo con el pasado, de la fuerte influencia del centrismo producida por la situación general, sino también del peso que supuso la dictadura del proletariado en Rusia. Si bien inicialmente la Revolución rusa fue un poderoso ejemplo de batalla, luego, ya al final de la Guerra Civil, se convirtió en un problema. Los trabajadores rusos llevaron a cabo con éxito la doble revolución, que tenía como objetivo, en particular, el desarrollo de una economía capitalista. Si la revolución europea no hubiera tenido lugar, esto sólo podría haberse explicado por un debilitamiento del proletariado ruso y un fortalecimiento de las fuerzas capitalistas. Algunos no lograron comprender este problema en profundidad (Trotsky) y propusieron que los trabajadores se enmarcaran en un “ejército de productores”; otros (Lenin) pensaban que era posible un equilibrio económico con la NEP, sin darse cuenta de que la cuestión vital era la del fortalecimiento de las organizaciones proletarias (soviets, comités de fábrica, sindicatos rojos) y en consecuencia de la ofensiva de clase y su expresión política, el partido. Sólo unas pocas corrientes menores, como la Oposición Obrera y la oposición del Centralismo Democrático, comprendieron la cuestión, aunque a menudo la consideraron como una cuestión puramente económica, oponiendo por ejemplo la «gestión colectiva» de la fábrica a la «dirección de un individuo” (véase A. Kollontai: La oposición obrera). Por lo tanto, la revuelta de Kronstadt, que fue la expresión de esta grave situación, no fue comprendida en su significado más amplio. La dirección bolchevique se atrevió a afirmar inmediatamente que se trataba de obra de un provocador menchevique. Sin embargo, las huelgas que tuvieron lugar en Petrogrado al mismo tiempo mostraron claramente que se trataba de una reacción proletaria frente a su impotencia. Esto ciertamente no podía resolverse quitando toda importancia e influencia a los órganos económicos y a los soviets en favor de un partido que, precisamente, sólo podía dominar el viejo aparato burocrático zarista (es decir, la administración estatal de la economía capitalista) si se beneficiaba del apoyo y la ofensiva constante del proletariado. El proletariado no puede permanecer pasivo ni tomar una posición de espera (¡hay que decir que Lenin creía que esto podría durar 25 años!). La dictadura del proletariado o es la manifestación de la agresividad proletaria anticapitalista, o no representa nada. Fue una operación fácil para el estalinismo destruir al partido bolchevique: al aislarse del movimiento ruso y europeo[15], este último no pudo evitar subordinarse a sus tareas estatales, alimentando así a sus verdugos dentro de él (además, no había purificado completamente a su fracción menchevique, Zinoviev-Kamenev-Losowsky, etc.).

La práctica adoptada en Rusia y Europa occidental fue, por tanto, la expresión de un movimiento revolucionario que no logró acumular fuerza suficiente en los años 1917/19 para afrontar el período aún más difícil de 1920/26, que requería de una política suficientemente clara como para poder romper completamente con el pasado y las directivas que se vinculaban a éste. La Tercera Internacional no planteó la cuestión del fortalecimiento de la agresividad del movimiento proletario sin tener en cuenta su forma o su amplitud. Partió del punto de vista erróneo según el cual el proletariado existe siempre como clase (y por tanto como clase revolucionaria) y que, por tanto, la tarea esencial consiste en ganar a esta clase para las posiciones del partido comunista. Al sostener que la organización proletaria vive permanentemente en organismos como sindicatos y cooperativas, el movimiento tercer-internacionalista demostró que pertenecía a la fase del desarrollo capitalista durante que aparecieron estos organismos y fueron teorizados (tradeunionismo, laborismo, reformismo). El papel dominante de la Tercera Internacional dentro del movimiento revolucionario mostraba, por tanto, que el proletariado aún no se había liberado de las formas e ideas propias del período de su infancia. Esto equivale a decir que la Tercera Internacional todavía reflejaba una fase de débil desarrollo en la historia del capitalismo (el período “reformista”). Por eso se convirtió en un obstáculo, como lo había sido el proudhonismo durante la Comuna, que era un reflejo del período premarxista, del período del utopismo, de la época en la que la clase aún no existía como unidad capitalista.

No hemos hablado hasta ahora del sindicalismo y del economicismo consejista que, como el tradeunionismo, sólo consideran al proletariado como una clase económica vista según los criterios del capitalismo: profesión, categoría, fábrica, industria. En este período, la revolución aportó a las verdaderas direcciones proletarias una claridad de acción que permitió distinguir el sindicalismo soreliano (CNT en España, USI en Italia, FAUD(S) en Alemania, SAC en Suecia) de los movimientos revolucionarios que, a pesar de su falta de claridad programática, son sin duda el producto de un proceso revolucionario comunista (IWW en Estados Unidos, Shop Stewards en Inglaterra, AAUD y FAU(G) en Alemania, FS en Dinamarca), tanto histórica como formalmente. Es más difícil juzgar el economicismo consejista, en primer lugar porque ejerce una fuerte influencia en la propia Internacional, e incluso en el PCd’l al inicio (ver Proyecto de tesis [sobre la cuestión sindical, NdT]); muchas veces constituye un simple punto de apoyo, producto de una reacción contra el tradeunionismo (véase la concepción que Gorter y Pannekoek tienen del Betriebsräte[16] en 1920) para los movimientos que siguen la vía del comunismo (el KAPD, el partido Pankhurst, la revista Kommunismus). En otros casos, la forma de «consejo de fábrica» es un simple sustituto de la forma de sindicato en una concepción neotradeunionista, que en la práctica coloca a las tendencias de derecha que la desarrollan del lado de la contrarrevolución. Por ejemplo, el ordinovismo apoya el centrismo de Zinoviev (y el grupo Gramsci toma la dirección del PCd’I). La AAUE (O. Rühle) manifiesta su derrotismo durante las luchas de 1921, y parte de esta corriente practica el entrismo en dirección a la socialdemocracia (posteriormente, encontramos un fenómeno similar con el grupo Roten Kämpfer[17]).

Las lecciones de este movimiento revolucionario siguieron vivas en algunos grupos. Sin embargo, ninguno de ellos podría afirmar haber logrado liberarse completamente de su pasado; ninguno fue capaz de reconocer que la contrarrevolución dominaba completamente, ni de establecer vínculos con la futura revolución.

El KAPD se escindió. La tendencia berlinesa logró seguir haciendo algo de trabajo, que sólo era válido en su aspecto negativo (veáse su crítica del KPD y de la Tercera Internacional, pero el análisis de la revolución rusa ya no permitía acreditar la tesis de la doble revolución y, por otra parte, el catastrofismo vinculado a la teoría de la «crisis mortal» fue incapaz de prever el papel de una nueva guerra imperialista para el capital). La tendencia de Essen, después de un breve y voluntarista intento de crear una nueva internacional, acabó por practicar el entrismo en la socialdemocracia y luego en el antifascismo de los Roten Kämpfer.

El grupo holandés GIK [Grupo de Comunistas Internacionales, NdT], y posteriormente la última oposición tardía de izquierdas en Alemania (desde 1926) en torno a K. Korsch, presentaron un trabajo crítico que intentaba realizar un análisis comunista en profundidad del «leninismo», de tipo filosófico y económico, y que intentaba llevar a cabo una visión científica del curso del imperialismo. Pero su análisis del contenido del socialismo siguió siendo su punto débil. Korsch logró ejercer su influencia en el grupo norteamericano que publicó Council Correspondence y posteriormente Living Marxism, con P. Mattick.

La izquierda italiana (que trabajó en el exterior con las revistas Prometeo y Bilan) conservó una gran autonomía programática. Se puede comprobar en sus dos respuestas al grupo de Korsch (1926) y a la revista Contre le Courant (1928) (véase nuestro Material de Trabajo II). Sin embargo, su dependencia del III Internacional era grande y no se atrevió a romper completamente con la Oposición de Izquierdas de la Internacional (Trotsky). Por otro lado, está claro que en la izquierda italiana persisten muchas críticas a las diversas reacciones al estalinismo. Estas críticas se basaban en la saludable posición antidemocrática de la izquierda, que le impedía no sólo caer en el tipo de crítica antiautoritaria y antitotalitaria tan típica del trotskismo y por una serie de tendencias consejistas, sino también negarse a apoyar a los diferentes grupos marginales de izquierdas en el antifascismo, trampa en la que cayeron prácticamente todos los grupos de izquierda (esto se aplica al trotskismo, al POUM, al ILP, etc., pero también al GIK que se unió al grupo de Sneevliet en una liga antifascista).

La izquierda rusa fue destruida por la contrarrevolución estalinista. Así fue en los casos del grupo Sapronov-Smirnov («centralismo democrático») y el «Grupo Obrero» que sostenía posiciones paralelas a la primera y que ejercía, a través de Miasnikov, una breve influencia en las corrientes alemana y francesa que se inspiraban en la Izquierda alemana. La oposición de Trotsky[18], que en 1924 había obtenido buenos resultados (véase la autobiografía de Victor Serge), fue completamente liquidada por la alianza con Zinoviev-Kamenev. El trotskismo llegó a constituir la continuación del oportunismo tercer-internacionalista. En términos de análisis económico, abrió el camino no sólo a estupideces oportunistas posteriores sobre el “estado obrero degenerado», sino también las teorías estalinistas que justifican la industrialización forzada.

 A diferencia del trotskismo, la oposición de derechas (Bujarin, Rykov, Tomsky) entendió la necesidad de la agresividad proletaria, de ahí la consigna «Kulaks, ¡enriqueceos!», que expresaba no una política de apoyo al Estado capitalista, sino una política de apoyo a las capas agrícolas burguesas y pequeñoburguesas, que presentan un enemigo menos peligroso para el proletariado. Pero este grupo ya estaba encadenado al estalinismo, al que había apoyado en la lucha contra las oposiciones revolucionarias y que había aprobado la teorización antimarxista del «socialismo en un solo país»[19].

La destrucción de las corrientes comunistas de la Revolución de Octubre fue una prueba más de que el imperialismo triunfó en todas partes. En Alemania adoptó la forma del corporativismo nazi y, en Estados Unidos, la forma del corporativismo rooseveltiano. El «frente obrero» y la CIO[20] muestran el reflejo de la organización capitalista completa de la clase obrera, según el elemento esencial de la economía capitalista, es decir, la industria. El sueño sindical de la Segunda Internacional fue así realizado… por el imperialismo. Un fenómeno paralelo se produjo en Francia con la unificación sindical CGT-CGTU bajo los auspicios del Frente Popular. Esto fue una confirmación de la tendencia que ya se había manifestado en las zonas débiles del capital durante los años veinte (Portugal, Italia, los Balcanes), y cuya primera manifestación había sido la entrada de la socialdemocracia en la administración estatal capitalista y la integración de sindicatos. El proceso de concentración de la socialdemocracia/estalinismo/fascismo fue el preludio de la Segunda Guerra Mundial que debía completar las tareas de la primera guerra, interrumpida por la revolución, y confirmar la victoria completa del imperialismo sobre el proletariado.

La Segunda Guerra Mundial también marcó una victoria final sobre las oposiciones de izquierda del pasado. Los grupos que no cayeron en el antifascismo y que no esperaban una ola revolucionaria después de la guerra, se dedicaron a la búsqueda de soluciones y garantías para evitar que el proletariado volviera a sufrir derrotas tan gigantescas. Pero esta era una manera errónea y no determinista de plantear el problema revolución/contrarrevolución, y estas agrupaciones resultaron en un formalismo idealista: la garantía la encontraron en los consejos obreros (Pannekoek, Los Consejos Obreros, 1946), o incluso en el partido comunista (por ejemplo una parte de la izquierda italiana agrupada en torno a O. Damen, uno de los fundadores del Partido Comunista Internacionalista de Italia). Otros grupos (por ejemplo en Holanda) se dirigieron hacia una solución opuesta, pero igual de vana e idealista. Sabían sin duda que «la revolución no es una cuestión de formas de organización», pero se lanzaron a especulaciones metafísicas sobre «su papel y su tarea»: ​​podemos decir que representaban el sectarismo propiamente dicho, que no supo sobrepasar los límites accidentales, personales y geográficos, superación que les habría permitido unirse al movimiento histórico del proletariado.

El resto de la izquierda italiana (Bordiga y Vercesi) cortan este nudo gordiano de manera determinista. Para ellos, existe «el hilo del tiempo» que une las luchas de épocas pasadas, es decir, el pasado del proletariado, con la futura revolución de la clase, y el trabajo de los comunistas debe estar siempre en función de esta perspectiva. Es este programa histórico el que la contrarrevolución estalinista destruyó y el que ahora debe ser restaurado. Es necesario volver a definir qué significan la dictadura del proletariado, el socialismo y el comunismo. Partiendo de esto, debemos demostrar que Rusia no es socialista. Hay que demostrar que la democracia antifascista continuó la obra del fascismo sin romper su labor de concentración económica, sino todo lo contrario. Hay que demostrar que al imperialismo todavía le espera una catástrofe a pesar del respiro que le concedió la Segunda Guerra Mundial Imperialista, con la división del mercado internacional que provocó entre los belicosamente dominantes Estados Unidos y la pacifista Rusia. (Nótese que recientemente esta división en dos bloques está empezando a resquebrajarse, con el ascenso a la vanguardia de las potencias capitalistas de Alemania, Japón y, en menor medida, China). La línea histórica del partido pasa por este trabajo que implica la formación de una organización para centralizarlo. Por eso la izquierda italiana retoma el «centralismo orgánico» como principio de organización interna, fórmula cuyo carácter homogéneo y antidemocrático ya había demostrado Bordiga en su crítica al «centralismo democrático» leninista, crítica indirecta que encontramos en su artículo El principio democrático (1922). Este carácter orgánico debía prevenir los peligros del fraccionalismo y el formalismo, y con él, el trabajo comunista se diferenciaba del de muchos grupos superficialmente antiestalinistas, porque era la base de la organización. Esto permitió que el Partido Comunista Internacionalista (posteriormente Internacional) se separara, mediante una escisión en 1951-52, del Partido Comunista Internacionalista fundado por el grupo de Damen. Durante todo el tiempo que duró el trabajo de reconstrucción teórica, la izquierda italiana defendió todas las obras de Lenin y el trabajo de la Tercera Internacional hasta el Frente Único político. El hecho de presentarse como una continuación de la Tercera Internacional, tal como existió en sus primeros años, no impidió el trabajo de restaurar las líneas generales del marxismo. Pero una vez trazadas estas, si bien el trabajo debería haber girado hacia la futura revolución, todas las teorías sobre las que se basaba la práctica de la Tercera Internacional se convirtieron en un obstáculo. La izquierda italiana había sostenido con razón que los órganos del proletariado están estrechamente vinculados al proceso revolucionario y no están dados a priori:

De esta forma, no tiene ningún sentido el pretendido análisis según el cual se dan todas las condiciones revolucionarias, pero falta una dirección revolucionaria. Es exacto decir que el órgano de dirección es indispensable, pero su surgimiento depende de las mismas condiciones generales de lucha, nunca de la genialidad o del valor de un jefe o de una vanguardia. (Bordiga: La inversión de la praxis, 1951).

En este texto y en muchos otros se repite que el partido formal nacerá cuando el programa comunista se haya convertido en un factor real de lucha. Pero no hemos considerado la relación partido-clase como un proceso de desarrollo dialéctico a través del cual la organización revolucionaria termina por confirmar lo que Marx llama «la esencia y el ser del proletariado», es decir, ser la expresión real del mismo. (En cuanto a la relación espontaneidad-programa, Bordiga se aferró a su visión de 1921, Partido y clase: «sólo el partido de clase […] logra despertar el espíritu revolucionario en la clase»; esta concepción se acerca más a la que Pannekoek[21] había desarrollado el año anterior que a la de Zinoviev en sus Tesis de Moscú, aunque la izquierda italiana siempre había afirmado lo contrario). Pero cuando fue necesario precisar el contenido de la cuestión, la izquierda italiana volvió al triángulo kautskista, que bajo la dirección del partido centralizado ubicaba a los sindicatos y a la clase. Esto fue una reanudación en la práctica del formalismo tradeunionista. Las primeras luchas pusieron a prueba al pequeño PCInt. ¿Estaba la posibilidad de empezar a vincularse a la acción proletaria presente y, por tanto, a la revolución futura? ¿O bien debería quedarse fijo en la cima de esta pirámide imaginaria? El primer movimiento (Bélgica, 1960-61) confirmó rotundamente la lección antisindical de la revolución alemana, lección que la izquierda italiana y la Tercera Internacional siempre habían rechazado. Estaba claro que el movimiento real debía superar inmediatamente todas las teorías del pasado y, por tanto, a los defensores de la visión económico-tradeunionista del desarrollo revolucionario. En 1968-70 hubo nuevas evidencias: la ofensiva proletaria (Francia, Suecia, Bélgica, Polonia, etc.) ya no conocía las huelgas puramente sindicales. La oleada de luchas fue inmediatamente confrontada por los sindicatos, representantes del Estado entre los trabajadores. Esta ofensiva era, pues, política, a pesar de los límites locales de las luchas de finales de los años sesenta. Pero el PCInt vio esto sólo como una expresión de impotencia debido a la contrarrevolución y a la falta de dirección política y sindical. De este modo el PCInt se atenía a la visión de la Tercera Internacional y se convertía en un obstáculo para el trabajo comunista.

Para evitar malentendidos, recordemos que la contrarrevolución aún reina. Pero la tarea de los comunistas es revolucionaria. El carácter teórico actual del trabajo, de la investigación en la biblioteca o del monólogo en la fábrica, no debe hacernos olvidar que esta tarea es esencialmente práctica. El trabajo teórico anónimo será una realidad en el movimiento obrero revolucionario del proletariado, realizado por sí mismo. Así, la «práctica» comunista absorberá todas las fuerzas, ya que las cuestiones «teóricas» y los problemas reales serán una misma cosa. La certeza de la llegada de la revolución debe, por tanto, guiar el actual trabajo de precisión del programa, de modo que este trabajo no caiga en el academicismo y la metafísica y que siempre esté ligado a las primeras acciones proletarias que son las únicas que pueden establecer el vínculo entre la revolución pasada y la revolución futura en este presente todavía árido. Pero la acción proletaria no está separada del trabajo programático, y cuando manifiesta su tendencia a atacar a los sindicatos integrados en el Estado, confirma y refuerza el contenido del programa que dice que la revolución destruirá el Estado, el cual a su vez se convierte en relación de producción, «das ideale Gesamtkapital» (Engels). Por lo tanto, no es la acción en sí misma, todavía débil hoy, la que da perspectiva por sí sola, sino que es toda la línea histórica la que permite inmediatamente la previsión. Pero la perspectiva tampoco tiene vida propia. Su existencia está dada por la necesidad determinista del comunismo, magistralmente descrito por Marx en La Sagrada Familia (véase la nota 2). Esta necesidad vive en la acción proletaria cuando nacen los primeros órganos de asalto, precursores del movimiento futuro. Esto es producto de las luchas, y por tanto de la negación de todos los formalismos y a priori de quienes creen que la revolución futura calcará a las del pasado. La realidad capitalista ha abolido la división entre política y economía, entre programa y ofensiva. El programa es un todo. Ya no hay reivindicaciones mínimas y fin máximo. Nuestro trabajo es la expresión de esto. Debemos escribir ya en nuestras banderas: destrucción del trabajo asalariado. La única perspectiva revolucionaria puede ser: eliminación de la división del trabajo. La sociedad sin clases. El comunismo.

Copenhague, 8 de marzo de 1972

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[1] Véase la crítica de Marx a Feuerbach Tesis sobre Feuerbach (1845), y la de Pannekoek a Lenin en Lenin Filósofo (1938).

[2] Ver Marx y Engels en La Sagrada Familia (1844): «Si los autores socialistas atribuyen al proletariado ese papel mundial, no es debido, como la crítica afecta creerlo, porque consideren a los proletarios como a dioses. Es más bien lo contrario. En el proletariado plenamente desarrollado se hace abstracción de toda humanidad, hasta de la apariencia de la humanidad; en las condiciones de existencia del proletariado se condensan, en su forma más inhumana, todas las condiciones de existencia de la sociedad actual; el hombre se ha perdido a sí mismo, pero, al mismo tiempo, no sólo ha adquirido conciencia teórica de esa pérdida, sino que se ha visto constreñido directamente, por la miseria en adelante ineluctable, imposible de paliar, absolutamente imperiosa —por la expresión práctica de la necesidad—, a rebelarse contra esa inhumanidad; y es por todo esto que el proletariado puede libertarse a sí mismo. Pero no puede él libertarse sin suprimir sus propias condiciones de existencia. No puede suprimir sus propias condiciones de existencia sin suprimir todas las condiciones de existencia inhumanas de la sociedad actual que se condensan en su situación. No en vano pasa por la escuela ruda, pero fortificante, del trabajo. No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado íntegro, se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser»

[3] Para nuestra posición sobre la doble revolución (así como acerca de los debates de la decadencia del capitalismo y la revolución permanente) véase Sobre la decadencia del capitalismo, la revolución permanente y la doble revolución

[4] La misma ambigüedad continuó manifestándose en la forma en que se considera a la II Internacional: cf. Bordiga, Consideraciones sobre la actividad orgánica del partido cuando la situación es históricamente desfavorable (1965): «En 1889 se reconstituyó la Internacional, después de la muerte de Marx, pero bajo el control de Engels, cuyas indicaciones no son, sin embargo, aplicadas».

[5] Este formalismo estaba en completa oposición a la concepción desarrollada por Engels en las últimas páginas de Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas: «Hoy, el proletariado alemán ya no necesita de ninguna organización oficial, ni pública, ni secreta; basta con la simple y natural cohesión que da la conciencia del interés de clase, para conmover a todo el imperio alemán». Y aún más: «el simple sentimiento de solidaridad, nacido de la conciencia de la identidad de su situación de clase, para crear y mantener unido entre los obreros de todos los países y lenguas un solo y único partido: el gran partido del proletariado».

[6] Organización internacionalista del período de la I Guerra Mundial cuyo dirigente más destacado era Paul Frölich [NdT]

[7] Se refiere a la corriente dirigida por Anton Pannekoek y Herman Gorter entre otros compañeros [NdT]

[8] Uno de los dirigentes de la Izquierda de Bremen junto a Frölich, influidos por los tribunistas holandeses [NdT]

[9] Documento elaborado por los compañeros escandinavos del PCInt en 1971, este documento, junto a su informe sobre la Revolución alemana, provocaría su ruptura con Programma Comunista, junto a otros camaradas de las secciones francesas de Programme [NdT]

[10] El bureau de Ámsterdam era una oficina de la Internacional Comunista para los países de la Europa occidental y Kommunismus la revista del bureau de Viena encargada de los países del sureste de Europa. Ambas estaban dominadas por posiciones de izquierda comunista y fueron disueltas pronto por la Internacional Comunista [NdT]

[11] Se refiere a la Federación Sindical Internacional que tenía su sede en Ámsterdam. Era la versión sindical de la II Internacional y funcionó desde 1901 a 1945 [NdT]

[12] Es decir, con las corrientes centristas de la socialdemocracia contrarrevolucionaria (el USPD alemán, el PSI de Serrati en Italia…) [NdT]

[13] Sobre la experiencia de las Uniones alemanas véase, como fuente de información histórica, el libro de  Jean Barrot y Denis Authier: La izquierda comunista en Alemania 1918 – 1921

[14] Documento de 1972 que retoma el informe que prepararon para el conjunto del PCInt y que es una de las bases de su separación de Programma en 1971 [NdT].

[15] Por otra parte, los intereses de la política exterior rusa fueron continuos. En 1919/21, estos intereses desempeñaron un papel primordial en la política relativa a los movimientos nacionales. Así en Turquía, en Persia o en Egipto, se sacrificaron las tendencias proletarias para obtener alianzas contra la Entente. Hasta el panislamismo que fue declarado ¡»progresista»! Así se anunciaba la táctica seguida en China seis años después. Con Rapallo y la apertura hacia el gobierno de Branting la misma táctica comienza a aplicarse en Europa.

[16] Se trata de comités de empresa. La Ley de Comités de Empresa, vigente en Alemania de 1920 a 1934, obligaba a las empresas con veinte o más trabajadores a elegir sus comités [NdT]

[17] Grupo clandestino de antiguos miembros del KAPD que se habían pasado al SPD alemán, eran unos 400 y debían su nombre a su periódico Der Roten Kämpfer, ‘Periódico Obrero Marxista’ [NdT]

[18] Sobre Trotsky y el trotskismo ver nuestro texto Trotsky y el trotskismo [NdT]

[19] De hecho es Bujarin el que dio los argumentos para la teoría de Stalin. Sobre Bujarin ver nuestro trabajo Nikolai Bujarin: del internacionalismo al socialismo en un solo país [NdT]

[20] El Congress of Industrial Organizations (CIO) nace en 1938 a partir del impulso de Roosevelt y su política del New Deal y como gran rival de la American Federation of Labor [NdT]

[21] Se refiere al texto Desarrollo de la revolución mundial y la táctica del comunismo publicado en Viena en 1920 [NdT]

 

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