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¿Una nueva estrategia socialista?

El propósito de estas notas es poder desarrollar una reflexión más sistemática y detenida desde nuestra perspectiva comunista e internacionalista acerca de la aparición del Movimiento Socialista (MS) en el Estado español (inicialmente en Euskadi y posteriormente en otros territorios)[1]. Para ello nos valdremos de su documento programático reciente, Nueva estrategia socialista. Bases estratégicas para la composición internacional del comunismo, en algunos de los números de su revista política Arteka[2] y en otros documentos que han ido elaborando a lo largo de este período.

Para ello vamos a dividir en seis partes nuestra crítica revolucionaria al documento y elaboración del MS. En el primer apartado, polemizamos con su perspectiva de la existencia de un Ciclo revolucionario de Octubre durante buena parte del siglo XX (hasta 1989-1991), ya que en esta concepción desaparece la importancia central que tuvo la ruptura política y programática que supuso la contrarrevolución estalinista. Más tarde desarrollamos una crítica a la defensa de los derechos políticos proletarios frente a una nueva ofensiva fascista. En un tercer momento, discutimos la concepción del partido que defienden, una visión voluntarista y hegemónica que se relaciona de una manera unívoca con la clase, tratando de construir por su propia estrategia y táctica la perspectiva revolucionaria. En un cuarto apartado, nos referimos a la crítica que el MS hace a las ideas de toma del poder por parte del proletariado (no solo en el caso de las estrategias electoralistas, sino también de las insurreccionales), desde una defensa de la acumulación gradual de espacios de poder en la sociedad capitalista. Finalmente en los apartados quinto y sexto, nos referimos a cómo el no realizar un análisis de la contrarrevolución estalinista conlleva por una parte buscar una unificación entre los diferentes “destacamentos comunistas” como perspectiva táctica para la reconstitución del “comunismo”, es decir, unificación entre aquellos que mantienen un hilo histórico no con las tradiciones revolucionarias de nuestra clase sino con la contrarrevolución. Todo ello, se hace desde un predominio de la táctica en la estrategia “comunista”, lo que tiene que ver con la misma noción de partido que es el que crea las situaciones revolucionarias por medio de sus actuaciones. Los principios comunistas, de este modo, se adaptan a las necesidades contingentes del momento. Tras esta breve síntesis pasemos a ver cómo argumentamos y desarrollamos cada uno de estos apartados.

La cuestión de la contrarrevolución

Para todo compañero o compañera que haya leído nuestros textos, o los de la izquierda comunista, sabe que el tema de la contrarrevolución es decisivo. No existe marxismo y comunismo auténtico sin un análisis sobre la contrarrevolución. Por eso no puede dejar de llamarnos la atención el uso que se hace en Nueva estrategia socialista del término «ciclo revolucionario» o el de «ciclo de octubre» de clara raigambre maoísta o reconstitucionalista[3].  Lo decisivo es que se habla de un Ciclo de Octubre que ocuparía todo el siglo XX y que acabaría en una derrota política con el colapso político del “comunismo realmente existente”[4]. Se afirma que ese “comunismo” real, o sea el conjunto de los partidos “comunistas” en sus diferentes variantes y los Estados “socialistas” fueron incapaces de culminar el programa del comunismo. De modo que aunque se reconocen límites de estas experiencias, en todo caso se conceptualizan como partes del movimiento comunista internacional y auténtico, experiencias que han sido derrotadas pero que no se pueden entender como un fracaso ya que:

Si su éxito hubiera sido absoluto, la tarea de repensar el comunismo y su puesta en práctica sería superflua, pues el programa de la revolución habría sido realizado hace ya mucho. Si, en cambio, lo absoluto hubiese sido su fracaso, la experiencia revolucionaria del proletariado habría caído en saco roto, sin dejar un legado objetivo en forma de herramientas organizativas, políticas y culturales de muy distinto tipo, herramientas a partir de las cuales puede actualizarse en la coyuntura del presente el programa de acción del proletariado[5].

Es decir, la superación de los límites del “movimiento comunista” no puede ser la reivindicación absoluta y dogmática de todo lo hecho por esas experiencias (de este modo critican lo que denominan dogmatismo marxista leninista de algunos de los “destacamentos comunistas”), pero tampoco “la crítica vacía y abstracta”. No se puede dar una “separación total entre el programa comunista ideal y el comunismo realmente existente a lo largo del siglo XX”.  Solo desde ahí se puede “evaluar esta expresión objetiva a la luz de todos sus límites y deficiencias internas, es decir, en su contraste con el programa histórico que no consiguió terminar de materializar”.

Nuestra crítica a este tipo de elaboraciones no puede ser más total. Y es que la contrarrevolución mundial que inicia en los años 20, a través de la degeneración en primer lugar de la dictadura del proletariado en Rusia y luego del Partido Bolchevique y de la misma Internacional Comunista, implica la transformación total, en un sentido contrarrevolucionario, de todos los partidos “comunistas” oficiales del mundo y de la misma Komintern. No entender esto supone seguir presos de la lógica de la contrarrevolución, que es en lo que siguen encerrados conceptual y prácticamente estas experiencias. No hay legado que recoger de la Internacional “Comunista” a partir de su bolchevización en su V Congreso (1924), ni herramientas que haya que actualizar en la coyuntura del presente. Todas estas herramientas tienen que ser destruidas, teórica y prácticamente, para volver a encontrar el terreno auténtico de la lucha de clases por el comunismo auténtico: desde la teoría del socialismo en un solo país al frentepopulismo, de la noción de hegemonía al desarrollo de partidos comunistas de masas, de las vías nacionales al socialismo a la defensa de los derechos proletarios frente a la ofensiva fascista… Y es que no se trata de una cuestión académica o teórica sin un significado práctico. Entender que puede haber una continuidad, actualizada y crítica, con la contrarrevolución te sigue colocando en su terreno, más allá de las intenciones. Por eso, entendemos que esta cuestión es central y a ella hemos dedicado muchas de nuestras elaboraciones más recientes.

El estalinismo no es ni un fatalismo económico, por la insuficiencia en el desarrollo de las fuerzas productivas, ni un movimiento personalista, debido a la maldad de un hombre maquiavélico. Es una contrarrevolución de naturaleza político-ideológica debida al aislamiento y a la derrota de la oleada revolucionaria mundial de la que fue una de sus etapas, uno de sus episodios. Esa derrota implicaba la imposibilidad del desarrollo sano de la dictadura del proletariado en un territorio aislado. Como afirmaba Bilan en su texto Partido — Internacional — Estado:

El Estado proletario es simplemente un factor de la lucha del proletariado mundial, pues su razón de ser y las causas de su evolución residen en la batalla revolucionaria de la clase obrera de todos los países. Pensar que el Estado proletario podía sobrevivir separado de la lucha obrera del resto de los países, aunque fuera provisionalmente, el mero planteamiento de esta hipótesis, implicaba sentar las bases de la ulterior modificación de la función del Estado ruso, que hemos visto cómo se convertía en un pilar de la contrarrevolución.

Es decir, el Estado ruso y todos los partidos “comunistas” que asumen la doctrina del socialismo en un solo país como fundamento de su teoría y práctica políticas se convierten en un pilar de la contrarrevolución mundial, en el mismo sentido en que lo fue la socialdemocracia en 1914 con la participación en la matanza imperialista de la Gran Guerra. Entender esto es fundamental, como lo es la ruptura con la socialdemocracia de antaño[6]. Esta tuvo una naturaleza proletaria que acabó degenerando en 1914. El estalinismo y sus partidos “comunistas” nunca lo han sido. Se han presentado siempre de un modo contrarrevolucionario en la lucha del proletariado mundial[7].

El socialismo en un solo país no supone simplemente una táctica impuesta por el reflujo revolucionario mundial y para preservar la URSS como faro de la revolución, una táctica que irá paulatinamente convirtiéndose en un principio estratégico[8]. El socialismo en un solo país supone, por su misma esencia, creer que el socialismo puede construirse nacionalmente, independientemente de la lucha del proletariado mundial. Y además supone, junto a esto, el encuadramiento del proletariado mundial no hacia su programa de emancipación, sino para los intereses de algunos de los polos estatales del capitalismo que representarían esos faros de la revolución (la URSS inicialmente y luego Yugoslavia, Albania, China, etc.). El fundamento del socialismo en un solo país se encuentra desde entonces en la práctica de todos los partidos “comunistas”, incluso cuando se oponen a Stalin o a la URSS (en los casos yugoslavo, albanés o chino, o más tarde en los fenómenos eurocomunistas). Para todos ellos es posible pensar la revolución en términos nacionales, independientemente del proletariado mundial. Este es simplemente un instrumento pasivo al servicio del nuevo faro estatal. Por eso el fundamento de la contrarrevolución se encuentra en esta involución nacional, que niega el carácter internacional e internacionalista del proletariado mundial, como afirma Bilan en Partido — Internacional — Estado:

Octubre de 1917, la instauración de la dictadura del proletariado, su degeneración posterior y el centrismo, solo se pueden comprender partiendo de la contradicción capitalismo mundial/proletariado mundial, pues se originaron justamente por ese repliegue dentro del marcó nacional del que ya hablaba Marx ante Lassalle, y son consecuencia de la sustitución del antagonismo de clase por la oposición Estado proletario / Estados capitalistas.

Es decir, esta inversión de los términos se convierte en el fundamento de la contrarrevolución desde entonces. Impide la verdadera autonomía e independencia de clase y el internacionalismo revolucionario por el sometimiento del proletariado mundial a alguna fuerza burguesa y contrarrevolucionaria. Afirmar, como hace Arteka[9], que la URSS con todos sus límites, o Vietnam, Cuba, Corea, Nicaragua o China son experiencias socialistas, supone el sometimiento del proletariado a estos Estados y fuerzas que son burguesas en su misma naturaleza. Ese es el verdadero drama del proletariado del siglo XX. Embellecer la contrarrevolución o reivindicarnos de parte de su legado es parte del problema y no de la solución. Y es que el documento de Nueva estrategia socialista afirma hablando de la Revolución Soviética y las posteriores revoluciones socialistas[10]:

Pero nada más lejos de un juicio histórico acertado el pensar que por todo ello las revoluciones socialistas del ciclo anterior fueron un fracaso. Ellas pusieron las bases culturales, económicas y políticas del proceso histórico, sin las cuales hoy el proletariado estaría ya totalmente aniquilado y su conciencia histórica totalmente exterminada[11].

Ya vemos que no es solo una cuestión personal de Álex Fernández en Gedar. Para el MS, la derrota del comunismo, entendiendo por ello todo el ciclo del siglo XX y sus “revoluciones”, no debe ser reconocida como un fracaso, sino que habría que superar ese legado desde las bases culturales, económicas y políticas del propio proceso histórico (el del estalinismo). Incluso se llega a afirmar que sin él, a pesar de sus errores, el proletariado estaría totalmente aniquilado y exterminado en su conciencia histórica. La afirmación es un embellecimiento evidente de la contrarrevolución. Además, solo se piensa la lenta degeneración del “comunismo realmente existente” como resultado del desarrollo de las fuerzas productivas. El fracaso del “comunismo realmente existente” es, en definitiva, producto del fatalismo histórico.

Las revoluciones socialistas no llegaron en ninguna de sus variantes a completar una civilización de orden superior, ni tampoco a superar la forma económica del capitalismo. La razón fundamental es la inmadurez de las fuerzas productivas sociales en las que el trabajo vivo aún tenía un papel central y era el fundamento del desarrollo de la productividad social del propio trabajo (tanto en el fordismo como en el toyotismo, por decirlo de forma más simple). De modo que la forma social privada del trabajo y la organización de la producción mediante la ley del valor no habían agotado su validez histórica. Como consecuencia de esta condición histórica, una vez hecha la revolución, es el propio estado y la dinámica económica, necesariamente todavía de molde capitalista, el que acaba asimilando a todo el movimiento comunista internacional y aniquilando su forma partido.

No basta afirmar con que la naturaleza social de la URSS y el resto de los países “socialistas” eran capitalistas: es necesario entender que esto no fue el resultado de una simple fatalidad económica. El estalinismo inaugura una contrarrevolución política e ideológica, que es lo que encadenó teórica y prácticamente al proletariado —y lo sigue haciendo hoy en día, aunque por fortuna en mucha menor medida. En esta contrarrevolución no había ninguna fatalidad, como demostraron las batallas políticas y programáticas de la Oposición de Izquierdas[12], las izquierdas comunistas y, ante todo y principalmente, la izquierda comunista italiana a través de Bilan.  La denuncia de todos los comunistas internacionalistas auténticos, que constituyen el hilo que hoy en día permite continuar la lucha por la superación del capitalismo, supone la afirmación del carácter contrarrevolucionario y burgués del estalinismo. Y es que sabían de lo que hablaban. Se habían enfrentado en España a la contrarrevolución republicana y estalinista en las jornadas de mayo de 1937, fueron torturados y condenados a muerte, como Munis en la Barcelona del final de la Guerra Civil, asesinados por Ho Chi Minh y sus secuaces en Vietnam en el caso de los internacionalistas indochinos, como nos cuenta Ngo Van, o asesinados por orden del partido de Togliatti como en el caso de los compañeros del Partito Comunista Internazionalista, Mario Acquaviva o Fausto Atti. Fueron asesinados por oponerse de modo implacable a la contrarrevolución, por afirmar que no había ningún legado que recuperar en las organizaciones que defendían la teoría del socialismo en un solo país. El suyo era un socialismo de palabra que solo encubría los intereses económicos y geopolíticos de los Estados “socialistas”. Como hemos dicho, este es el verdadero drama del siglo XX, el de la medianoche en el siglo, para decirlo con Víctor Serge, que encadenó ideológica y materialmente al proletariado a esta lógica. No hay legado positivo que recuperar en la contrarrevolución. Nuestro legado (que abordamos críticamente y con rigurosidad) es el del comunismo internacionalista, el de aquellos que hicieron el trabajo de fracción cuando había que hacerlo. Nuestro legado no puede ser el de los mayores asesinos y verdugos del proletariado mundial. El estalinismo ha supuesto una contrarrevolución política e ideológica pero también física, una línea de sangre separa revolución de contrarrevolución.

Por eso nos parece sintomático que el MS afirme la necesidad de recuperar de modo crítico un legado cultural, político y económico del “comunismo realmente existente”. Alejandro Fernández vuelve ampliamente a ello en Arteka 44, y, de este modo, nos da muchas pistas sobre lo que significa:

Hay al menos tres rasgos que hacen de Octubre, tomado como ciclo global de la lucha de clases, el primer peldaño de una nueva fase de la historia universal. Trataré de examinar estos tres rasgos a lo largo del texto. El primero es que Octubre eleva al proletariado por primera vez a clase dominante en un sentido mínimamente sistemático. El segundo es que, por medio de la toma del poder, el proletariado se convierte en sujeto consciente de la producción social. El tercero es que la ofensiva político-económica del proletariado convirtió el comunismo en referencia cultural de un orden civilizatorio alternativo. En la medida en que el progreso en estos tres aspectos sólo pudo efectuarse de un modo limitado o parcial, será también necesario señalar qué factores condicionaron y en última instancia imposibilitaron la consumación práctica del programa comunista en su primera gran tentativa histórica.

Obviamente la dictadura del proletariado rusa es una experiencia fundamental en la lucha del proletariado mundial, pero lo es como momento de la lucha de este último y no como realidad nacional separada. Sin el oxígeno de la revolución mundial, se transforma rápidamente en su contrario. El Estado obrero se convierte en un Estado capitalista e imperialista más. Encubrir esta realidad a lo largo del llamado Ciclo de Octubre es seguir preso de la misma lógica que no permite romper con la contrarrevolución.

Y no casualmente se dice que

el segundo rasgo que hace de la revolución rusa y el comunismo del siglo XX un avance en el transcurso de la historia universal es, precisamente, que plantea por primera vez la tarea básica de esta fase de la lucha de clases: la construcción económica del socialismo, esto es, el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social de acuerdo con unas nuevas relaciones de producción, que expresan una nueva forma de organizar ese trabajo entre los distintos miembros de la sociedad.

Como dice netamente la izquierda comunista italiana, no hay afirmación posible, ni parcial ni mucho menos completa, del socialismo sin la negación de las categorías del capital. Pero esto solo puede hacerse mediante la victoria de la revolución mundial que libere la riqueza social de su forma capitalista. Por eso esa tarea es imposible en un terreno nacional, como fue en el caso de la experiencia rusa. Las tareas de la dictadura del proletariado a nivel socio-económico son la reducción del tiempo de trabajo y el combate contra el valor y la explotación salarial en la medida en que sea posible. Por eso, aunque es cierto que “sin el desarrollo de las fuerzas productivas es imposible desprenderse de la forma capitalista de la riqueza”, no se puede afirmar que

junto a la organización de los desposeídos en clase dominante, el mérito de la joven república soviética reside, no en haber conseguido elevar la productividad del trabajo en un plazo inaudito, sino en haber planteado colectiva y conscientemente dicha tarea, es decir, en la forma en la que se plantea y ejecuta la tarea. Si el capitalismo sólo es capaz de ejecutarla de manera inconsciente e indirecta por medio de la competencia entre propietarios privados, la república de los soviets lo hizo mediante la cooperación planificada de su ejército de proletarios conscientes.

Con esto, a pesar de que se mencione correctamente el carácter capitalista de la URSS, se edulcora su realidad social haciendo aparecer una característica de la dinámica capitalista, la productividad del trabajo, como una conquista proletaria y socialista. Nuevamente todo es el resultado de no entender, ni afirmar, el carácter contrarrevolucionario integral de la URSS desde la segunda mitad de la década de los 20, contrarrevolución que en realidad comienza en los inicios de la década y que tiene un carácter económico, pero que es integral, y en ese sentido es también política, ideológica y cultural. No tenemos ningún legado que recoger a diferencia de lo que sostienen el MS y Arteka:

El poder soviético y su intento de construcción económica del socialismo hicieron del programa histórico del comunismo un modelo o referencia tangible para los proletarios de todo el mundo […]. Esto introduce el tercero de los rasgos que caracterizan la relevancia histórico-universal del comunismo del siglo pasado: el hecho de que sus conquistas políticas y económicas inmediatas redimen derrotas pasadas, proyectan conquistas futuras y amplían así el margen de posibilidades del presente. Que el comunismo adquiera fuerza objetiva como referente cultural de una alternativa civilizatoria supone que este demuestra en la práctica que posee capacidad para imponer y normalizar las reglas que le son características, de tal manera que se acepte con espontaneidad, sin imposición externa de ningún tipo, la legitimidad del nuevo sistema de instituciones sociales. Es en este sentido que puede decirse que Octubre supuso la normalización del comunismo –incluso su naturalización– como alternativa civilizatoria, y, en ese sentido, forzó su inclusión como una nueva etapa en el progreso de aquello que Hegel entendía por Geist o “espíritu”. La idea más que extendida entonces de que el comunismo era de algún modo inevitable puede explicarse desde el punto de vista de esta ofensiva en el plano cultural. Se trata sencillamente de que el campo de lo imaginable, el sistema de reglas que ordenan el conjunto de lo posible y de lo imposible, pasó a estar definido por el horizonte de la transformación radical de la sociedad, de tal manera que la representación de la realidad, fuera esta puramente intuitiva o teóricamente sofisticada, ideológica o científica, quedaba sometida a un marco definido por la presencia de la revolución como poder histórico real.[13]

Es decir, a pesar de las derrotas del pasado, los Estados “socialistas” habrían supuesto conquistas políticas y económicas inmediatas (¿el estajanovismo o el Gran Salto Adelante?) y, sobre todo, habría sido un referente cultural como alternativa de civilización. Eso es lo que habría que volver a conquistar. Hacer del comunismo una alternativa deseable, eficiente, hegemónica culturalmente. Como se consiguió en el “Ciclo de Octubre”. Esa naturalización del comunismo que se afirma en realidad fue la naturalización de su negación, de la contrarrevolución. El análisis y las consecuencias no pueden ser más opuestas. Se reivindica la fuerza de la contrarrevolución, la capacidad de que el proletariado se identificase con ella. Se defiende el hecho de identificarse con una forma que se llamaba comunista, pero que en realidad es su negación total en contenidos y sustancia. Eso es lo que estalla definitivamente en 1989-1991 con lo que llaman el final del Ciclo de Octubre y la caída política de esos Estados “socialistas”. La labor de aquellos que quieran enlazar con el hilo de la revolución no es recuperar ese legado, sino el de sus críticos implacables desde un punto de vista comunista y revolucionario. Sintomáticamente lo que quiere hacer el MS es recoger de modo crítico algunas de las lecciones de la contrarrevolución, su capacidad de volver a presentar el comunismo como algo deseable y eficiente, lograr que vuelva a ser hegemónico como lo fue antaño. Hay que volver a ubicar como un poder histórico real al comunismo. Pero eso no se logra vistiéndolo de ropajes que lo nieguen. Y, desde luego, no se logra superar la “derrota del movimiento comunista” con una concepción que coloque en el centro de la propia práctica un activismo cultural y organizativo que no entiende los orígenes de la contrarrevolución. La recuperación doctrinal y política, programática, del comunismo es la tarea esencial, algo que no se hace embelleciendo la contrarrevolución, siguiendo dentro de sus esquemas.

En otro de los textos de Arteka 44, “Para un debate estratégico a partir de la experiencia soviética” de Pau Plana, se dan algunos elementos que nos parecen importantes para llevarlos a sus consecuencias lógicas y radicales. Por ejemplo, se afirma que el “camino al socialismo ruso” fue un proceso que supuso la plena integración del Estado ruso en el sistema capitalista mundial. Con lo que iba a demostrarse antagónico a los intereses del proletariado revolucionario:

Para cerrar esta breve caracterización de la experiencia soviética, no podemos dejar sin mencionar —aunque ello suponga dejar elementos a medio cerrar y otros tantos a medio abrir— que la necesidad de estabilización y crecimiento económico internos encontraría en la teoría del socialismo en un solo país su más perfecta justificación política. La oficialización de esta teoría supondrá un antes y un después en la comprensión estratégica de la revolución proletaria y en las aspiraciones de los comunistas de medio mundo. A partir de entonces, ya no se trataría de escoger sistemáticamente la vía más propicia para hacer avanzar el proceso revolucionario y restituir el Partido a escala mundial. La acción política de los comunistas había de regirse ahora por la máxima de cerrar filas alrededor de la Unión Soviética, someterse a la dirección de la Komintern y dar cumplimiento a las consignas del PCUS, incluso cuando ello implicara, como a menudo lo hizo, un baño de sangre para el proletariado revolucionario. Al fin y al cabo, este era el sacrificio de clase que iba a exigir la defensa de la «gran patria socialista».

Supone, en efecto, un antes y un después. Es el corte entre revolución y contrarrevolución. Supuso, como decimos siempre, el encadenamiento del proletariado a las lógicas e intereses del Estado ruso primero, y luego a otras versiones albanesas, chinas o cubanas, en el proceso de desmembramiento y gangrena que vivió el estalinismo internacional. Todo ello se hizo además en un antagonismo claro entre estalinismo contrarrevolucionario y proletariado mundial, a costa de numerosos baños de sangre. Por eso es importante señalar, como se hace en este artículo, que

la crítica del estalinismo, como forma histórica del colapso de la revolución y las tendencias contrarrevolucionarias del capital, no es un capricho teórico, sino un paso necesario para romper con el peso muerto de la tradición.

Ahora bien, llevar a cabo este proceso supone realizarlo de manera implacable, sin tener miedo a llegar hasta sus últimas consecuencias. Supone negar buena parte de lo que hemos mencionado en los textos y artículos anteriores, saber que el estalinismo no se reduce a la figura de Stalin sino a lo que en buena medida se denomina “el comunismo realmente existente”.  En este terreno, no caben medias tintas ni eclecticismos. No se puede mezclar aquello que es incompatible en su raíz. Es fundamental entender que, en ese espacio, el proletariado revolucionario, lejos de recuperar un legado, solo tiene un enemigo mortal.

Derechos políticos y auge del fascismo

Nos hemos detenido ampliamente en la parte de la contrarrevolución estalinista porque consideramos que es la cuestión central. Si no se rompe con la contrarrevolución política e ideológica que supuso el estalinismo, y eso significa enmarcarse en la tradición de las izquierdas comunistas internacionalistas que se van a constituir en fracciones opuestas al curso de su degeneración desde los años 20 del siglo XX, estamos condenados a seguir moviéndonos en el marco de la izquierda del capital. Por eso no existe ningún legado que recuperar. Al no romper con él, el documento programático del MS repite una serie de elementos estratégicos y tácticos heredados del arsenal político de la izquierda del capital[14].

Empecemos con la reivindicación de los derechos políticos del proletariado frente al presunto auge del fascismo. En primer lugar se afirma que el proletariado realizó a lo largo del “Ciclo de Octubre” importantes conquistas de derechos:

Es importante señalar que las conquistas significativas de la lucha de clases en ese ciclo (como las alzas globales del salario, la seguridad social, la jornada de ocho horas, los derechos de sufragio universal y los derechos políticos) son fruto no del reformismo económico, sino de la lucha de clases revolucionaria; en primera instancia de la amenaza de la existencia de un ala revolucionaria en la Segunda Internacional que debía ser aplacada con concesiones al ala reformista en primer término, y, sobre todo, de la Revolución Soviética y las posteriores revoluciones socialistas, que hacen a la burguesía internacional temer por sus privilegios y la obligan a entrar en la política de las concesiones a los destacamentos proletarios de sus respectivos países. La tesis histórica de que las mejoras económicas y sociales son fruto del reformismo es rotundamente falsa e interesada, y totalmente estéril ante la ofensiva actual contra los derechos del proletariado. El reformismo no produce nada por sí sólo, nada más que mejoras corporativas, pero en ningún caso mejoras colectivas ni derechos universales.[15]

Vemos pues de nuevo cómo se enmascara el carácter contrarrevolucionario de los países estalinistas, como si unos países fueran capitalistas (los occidentales) y los otros, los países del “socialismo real”, no fueran también igualmente capitalistas. Es algo que se encuentra en el núcleo de sus análisis, la visión campista que hace pasar el capitalismo ruso o chino como progresivo y socialista. Pero es que además se conciben como “derechos políticos del proletariado” lo que, en realidad, es un producto de la contrarrevolución de los años 30, anticipada por el fascismo y el nazismo, y la capacidad de integrar al proletariado en la socialización del capital. Como ya señalaba en su día Bilan:

Esta labor de purificación de la sociedad capitalista, que consiste en extirpar de raíz las posiciones de clase del proletariado, puede llevar a cabo por la vía de la violencia fascista, que aterroriza y destruye los organismos obreros, o a través de un proceso que conduce a estos organismos de base clasista a convertirse en apéndices del Estado capitalista. Podemos ver claramente el desarrollo de este proceso en distintos países: en Bélgica, con las instituciones de la seguridad social, principalmente en el seguro de desempleo; en Francia, con el Consejo Económico; y en Inglaterra, con el programa corporativo, cuya orientación es aún más evidente, como demuestran los últimos congresos de las Trade-Union y del Labour Party. El Estado fascista es hijo legítimo del Estado democrático. Ya hemos señalado que a nivel teórico no existe contradicción entre estas dos formas de Estado capitalista.[16]

Es decir, los llamados derechos proletarios o derechos civiles o políticos del ciclo anterior no son conquistas obreras. Son, en realidad, una expresión de la contrarrevolución y de la subsunción e integración del movimiento obrero y de sus aparatos e instituciones en el Estado capitalista, empezando por los sindicatos o por la lucha parlamentaria. Esta última no es una lucha más que depende del grado de desarrollo del partido comunista, sino que expresa la integración del proletariado dentro de los mecanismos del capital a partir de su lógica representativa y ciudadanista[17]. Algo muy diferente a lo que se defiende en este artículo de Arteka 43, en la línea de la defensa del sufragio universal como conquista proletaria:

El sufragio universal como medio (y condición) para la revolución no equivale, entonces, a un recurso sustancialmente burgués; y por lo tanto, no se relaciona con el avance de la revolución comunista desde la exterioridad burguesa. Lo hace más bien como herramienta organizativa independiente controlada por el proletariado revolucionario […]. De este modo, la lucha de clases para imponer las condiciones de esta lucha tomaba cuerpo en la interpretación y puesta en acción del derecho al sufragio universal. Pues, las condiciones de lucha eran –y lo son hoy todavía–, un campo de batalla entre proletariado y burguesía […]. Pero utilizarlo con fines ideológicos, de propaganda, de educación, etc., no agota el potencial revolucionario del sufragio universal. El uso de este derecho político como palanca revolucionaria no se traduce solamente en la participación de un comité comunista en el parlamento burgués; más bien, este solo es factible como momento orgánico permanente del Partido histórico (en todos sus grados de desarrollo: Movimiento, Partido, Estado).[18]

En continuación con el modelo tradicional del izquierdismo, se siguen queriendo usar instrumentalmente las instituciones parlamentarias del Estado burgués sin comprender la capacidad de integración que tienen, como la historia ha demostrado ampliamente desde hace como mínimo más de 100 años. En el fondo, como veremos en otros puntos de este documento, esta concepción tiene que ver con el voluntarismo constructivo que se encuentra en el eje vertebrador de la concepción del MS. La revolución depende de la capacidad de hegemonizar al proletariado por parte del movimiento socialista para lograr construir un partido comunista de masas. Esa concepción que se encuentra en el III y IV Congreso de la Internacional Comunista, la de lograr una mayoría en el proletariado antes del estallido de la revolución, fue a su vez deformada posteriormente en el proceso de bolchevización de la Komintern desde el V Congreso. En ese esquema se mueven los documentos del MS. Lograr esa hegemonía sobre el proletariado y, en ese sentido, utilizar también las instituciones burguesas que pueden servir de “tribunas para el proletariado revolucionario”. La defensa de los derechos políticos del proletariado, así como la inflación del “peligro fascista”[19] que los amenazaría, se encuadra en esta perspectiva:

Esta reforma autoritaria del estado tiene como elementos centrales: la supresión de los derechos políticos del proletariado mediante una ofensiva legislativa, el endurecimiento del código penal en materia social, el enjuiciamiento sistemático de toda militancia proletaria, la aplicación del estado de excepción permanente contra el proletariado migrante en el centro global del poder, el aumento de las tecnologías policiales de control e intervención, y la militarización de los estados.[20]

El mismo uso del término “ofensiva capitalista” o “burguesa”, que suelen usar los miembros del MS hay que vincularlo a esta defensa de los derechos proletarios y el peligro fascista que acecha, como se dice justo antes en la misma presentación del MS:

En ese sentido, se está produciendo a escala global un giro autoritario del capitalismo, que se manifiesta sobre todo en una reforma del modelo de estado hacia un liberalismo de carácter autoritario, despojado ya de toda apariencia democrática, y supresor de toda forma de derecho del proletariado. Pero además de esto, el giro autoritario de la sociedad de clases mundial tiene una manifestación ideológico-cultural, en el sentido de auge de una nueva forma de fascismo social y político, es decir, de retorno de la ideología de masas ultranacionalista, reaccionaria y antiproletaria, y de sus lógicas culturales autoritarias propias de las clases medias nacionales en descomposición. Un fenómeno social y cultural que viene obviamente acompañado de la emergencia de nuevos partidos de masas de carácter fascista y de la generalización de colectivos violentos de calle, que gozan de impunidad para la violencia contra el proletariado en connivencia con los intereses de la burguesía. En todo caso, la dinámica autoritaria del capital, cuya expresión central es la reforma del estado, está siendo llevada a cabo por todo el partido de la burguesía; es decir, también por su ala izquierda.

Lo mínimo que se puede decir es que existe una sobreestimación del peligro fascista, si entendemos por fascismo la existencia de grupos paramilitares de extrema derecha y de carácter escuadrista. Al mismo tiempo que se colocan en un terreno positivo la existencia de derechos políticos del proletariado que habría que defender. Se afirma que es también la izquierda burguesa quien lleva a cabo esa ofensiva contra el proletariado, pero no se entiende que el proletariado bajo el reino del capital vive permanentemente enajenado y que no tienen ningún derecho que defender, excepto prepararse para la defensa de sus intereses históricos a través de la lucha de clases. En otros textos, el MS también afirma que el derecho del proletariado es el derecho a la revolución. Es decir, en realidad el capitalismo siempre está a la ofensiva contra el proletariado. Lo que queremos mostrar es cómo en esa y otras afirmaciones se evidencia la separación entre afirmaciones teóricas correctas y una práctica estratégica y táctica que va en otro sentido. Y todo ello por la concepción mayoritaria, hegemónica y activista que caracteriza al MS, una concepción para la que las condiciones de la revolución se preparan de modo subjetivo a través de la construcción de organización y de hegemonía cultural. Y con esto nos vamos adentrando en otros temas.

Partido hegemónico y lucha ideológico-cultural

La noción que tiene el MS del partido es muy lejana a la que se encuentra en Marx y en Engels y, desde luego, en la izquierda italiana[21]. El partido sería una especie de entidad omnipotente que crece a través de la acumulación constante de nuevas fuerzas que, a través de la lucha cultural, se convierte en un referente y permite así la expansión y generalización de la conciencia socialista, volviendo a colocar la cosmovisión comunista como una posibilidad real, tal y como lo fue también en el Ciclo de Octubre anterior. En definitiva, lo que es fundamental es construir un partido comunista de masas. Y, para ello, hay que conquistar la mayoría dentro de la clase obrera antes de la revolución. Este tipo de planteamientos resuenan a lo planteado por la III Internacional desde su tercer congreso con sus estrategias del frente único y del gobierno obrero. Esta conquista de las masas no depende de la situación específica de la lucha de clases, sino que es una tarea del partido que depende de su capacidad estratégica y táctica. De este modo, todo depende de un partido, y de una subjetividad que se piensa como factor de la historia y nunca como producto a su vez de la lucha de clases y de los antagonismos sociales y las contradicciones del capital. Es una visión que hemos pretendido contrastar en Catástrofe capitalista y teoría revolucionaria.

En ella, como veremos claramente en el caso de su concepción de los consejos[22], no se da una dialéctica entre clase y partido, donde los movimientos de clase, desencadenados por la polarización social de la crisis capitalista, producen el partido comunista como órgano de la propia clase revolucionaria. En la noción activista del MS, el partido es un ser omnipotente que, mediante la elaboración de un plan estratégico, se convierte en un partido de masas para construir y guiar la revolución. La independencia política del proletariado solo es posible cuando el comunismo y la visión socialista del mundo es hegemónica en él (lección extraída de la hegemonía cultural del ciclo anterior), y cuando una gran parte de él forma parte del partido unificado de ofensiva revolucionaria. Es decir, la dirección del partido sobre el proletariado se consigue obteniendo la mayoría sobre él antes de la revolución[23]. ¿Cómo se logra esa mayoría? Estableciendo siempre el nexo entre la coyuntura táctica y de lucha con la estrategia revolucionaria. Todo depende de esa capacidad táctica del partido. No se entiende que hay momentos, la mayoría, que son desfavorables para la lucha abierta del proletariado. Es la lucha de clases la que puede provocar situaciones favorables para el proletariado, rompiendo el ambiente de paz social y de contrarrevolución. Para la concepción hegemonista[24] del partido del MS es justo al contrario:

El partido debe representar la voluntad histórica concreta de una mayoría del proletariado, y sólo en ese momento es auténticamente el partido marxista revolucionario de ofensiva. Por lo tanto, la cuestión de la hegemonía en absolutamente crucial para el marxismo, entendida como proceso de acumulación de fuerzas con la estrategia revolucionaria a través de la lucha cultural y de generalización así de la conciencia socialista entre las masas proletarias.

Acumulación progresiva de fuerzas, unificando destacamentos “comunistas”, estrategia y táctica comunista adecuada, lucha cultural y generalización de la conciencia entre las masas proletarias. Todo es una labor del partido que compacta a las masas y logra ser mayoría social antes del triunfo de la revolución. Una visión, como decíamos, muy lejana a la del comunismo internacionalista:

Para nosotros, el nacimiento, la evolución y la victoria del Partido de clase del proletariado no son sino distintas manifestaciones de la maduración de la conciencia de clase del proletariado. Es más, no concebimos la elaboración ideológica del partido al margen de la propia lucha de clases (…). Solo puede manifestarse a través de la construcción y el ascenso del partido de clase, proceso que a su vez depende del estado en el que se halla la lucha de clases. (Bilan: Partido — Internacional — Estado)

No existe una separación entre partido y lucha de clases. Existe una dialéctica entre lucha del proletariado y partido que permite a este ser la dirección efectiva del proceso insurreccional y revolucionario. Las revoluciones y los partidos no se crean, sino que son resultado de esta dialéctica que desconoce la visión del MS. Esta en el fondo se encuentra embebida en un mito “bolchevique y leninista” de la contrarrevolución que poco tiene que ver con la historia efectiva del proletariado, y con la misma práctica bolchevique y de Lenin durante la Revolución rusa. No existe ningún expediente táctico ni ninguna inteligencia estratégica que pueda librarse de esta dialéctica de la lucha de clases. Las revoluciones no son la creación de minorías ilustradas. El partido comunista es producto de la lucha de clases y, en ese sentido, puede ser su dirección efectiva, el órgano del proletariado donde se concentra su programa histórico. Como señala además Bilan:

Para nosotros, el curso que sigue la propia evolución de la clase obrera no puede suplantarse mediante el calculado entrismo de los miembros del partido o de sus células, ni mediante maniobras en el campo enemigo. En el futuro el Partido del proletariado tendrá de nuevo la posibilidad de desarrollarse y esto será una manifestación del progreso de la conciencia de clase de los trabajadores en su conjunto, de la maduración del proceso que conduce a los trabajadores a conquistar su propia emancipación. Este exclusivismo es lo que nos distingue de casi todas las tendencias que se mueven entre el proletariado, la consideración de que la evolución de la conciencia de clase de los trabajadores únicamente se manifiesta a través del partido. Pero esto no significa que el partido pueda obviar la situación en la que se encuentra la clase obrera ni dedicarse a dictarla las reglas de acción apropiadas. (Bilan: Partido — Internacional — Estado).”

El partido no puede obviar la situación de la lucha de clases. No puede dictar reglas adecuadas independientemente de la maduración de la conciencia del proletariado. El partido es la manifestación de ese proceso, por lo que no puede actuar sobreponiéndose de modo voluntarista a él. Es desde esta dialéctica desde donde el partido actúa sobre la clase, se convierte en factor y llegado el caso dirige el proceso revolucionario a partir de su programa histórico.  Esta dialéctica entre clase y partido no implica dos momentos formales estrictamente separados. Estamos hablando de un proceso continuo de retroalimentación en el que las minorías revolucionarias surgen a partir de la propia lucha de clases y la maduración que permite la conciencia del proceso, y a su vez intervienen en los procesos de lucha para fomentar la clarificación programática y acelerarlos. De hecho una revolución se puede definir por la aparición del partido como órgano de la clase que dirige el proceso histórico. Es así como puede entenderse de un modo unitario la relación entre clase y partido frente al dualismo típico del trotskismo, por ejemplo, que separa siempre ambas expresiones del movimiento unitario del proletariado. De esta manera pueden hablar constantemente de revoluciones que no triunfan por la ausencia del partido.

Socialismo como proceso: ni electoralista ni insurreccional

En algunos de los documentos anteriores del MS ya adelantaban una concepción gradualista de la acumulación de fuerzas por parte del partido antes de la revolución. Esa estrategia, que es coherente con algunos de los aspectos voluntaristas antes señalados, se contrapone, además, no solo a la concepción electoralista de la socialdemocracia clásica sino a la insurreccional del comunismo revolucionario, dirigido a la destrucción del Estado burgués. Como señalaban ya en un texto de Encuentro por un Proceso Socialista (EPS):

De esta forma, nuestra manera de entender el socialismo, como proyecto histórico para la construcción de una sociedad sin clases, vía para la superación del capitalismo y todas sus formas de explotación y opresión, se aleja de las lecturas que apuestan por la toma del Estado en un salto revolucionario (sea por vía insurreccional o electoral), como el hipotético medio para hacer efectiva la superación de las clases. Y también se aleja de aquellas lecturas en las que existe un «Partido intelectual de vanguardia» separado de unas «masas ciegas» a las que debe dirigir hacia la revolución. Nosotras entendemos la construcción del socialismo como un proceso en el que medios y fines están en todo momento conectados y en el que cada ámbito de lucha y auto-organización desde abajo aporta en la construcción del mismo articulando su potencial socialista, ya que la construcción del socialismo es tarea del conjunto de nuestra clase, no de sus supuestos representantes o dirigentes. En este sentido, es desde las prácticas de lucha de nuestra clase desde donde se concreta y hace efectiva la estrategia socialista. Es decir, es desde las tácticas que despliega consciente de los fines de su lucha, desde las que impulsa y desarrolla efectivamente dicha estrategia.

En cualquier caso, esta autoorganización del proceso de lucha que se piensa a través del desarrollo de consejos es muy ajena no solo a la tradición auténtica del comunismo revolucionario, sino a la misma dialéctica de la lucha de clases en los procesos históricos reales. Y es que, para el MS, los consejos no son órganos intermedios entre la clase y el partido, expresión de la unidad del proletariado en lucha, sino que son ya órganos del partido y órganos organizados por el partido mismo:

Ese control en desarrollo debe ir organizándose en torno a los consejos socialistas territoriales, que son los órganos de partido del proletariado frente a la estructura territorial de la burguesía, una estructura burguesa de la distribución que se divide tanto en su entramado institucional del estado, como en el conjunto de grandes multinacionales de la distribución alimenticia, energética, inmobiliaria, etc.[25]

Entonces, y en primer lugar, tenemos una nueva muestra de la concepción voluntarista y activista de un partido que se piensa como un ser omnipotente del proceso histórico. Además, es una concepción que en realidad encubre un evolucionismo gradualista, donde se piensa que sea posible ir acumulando terrenos de poder en la sociedad capitalista antes de la insurrección y la instauración de la dictadura del proletariado. Incluso se llega afirmar que uno de los errores políticos del ciclo pasado es que el modelo de militancia se ha volcado exclusivamente a la idea de cuadro político profesional, excluyendo la idea de un partido compuesto por cuadros técnicos. ¡Como si ese fuera el problema de la contrarrevolución! En definitiva, es una visión que radicaliza en un sentido aún más involutivo la idea de conquistar las masas antes del estallido revolucionario, y lo hace a partir de una visión gradualista de crear consejos, lo que nos recuerda bastante a algunas de las nociones que Gramsci[26] defendió en la época del Bienio Rojo y que Bordiga criticó duramente:

Se dijo que donde existían consejos de fábrica, estos habían funcionado asumiendo la dirección de las fábricas y haciendo continuar el trabajo. No quisiéramos que la convicción que, desarrollando la institución de los consejos de fábrica, sería posible tomar posesión de las fábricas y eliminar los capitalistas, pueda apoderarse de las masas. Sería la más peligrosa de las ilusiones. Las fábricas serán conquistadas por la clase de los trabajadores —y no por los obreros de la misma fábrica, lo cual sería fácil pero no comunista— solo cuando la clase trabajadora en su conjunto se haya apoderado del poder político. Sin esta conquista, la disipación de las ilusiones será efectuado por la Guardia Real, los Carabineros, etc., o sea por la máquina de opresión y de fuerza que posee la burguesía a través de su aparato político de poder.

En definitiva, pretender el desarrollo de un poder comunista antes de la revolución, del momento insurreccional y de la dictadura del proletariado, supone desviar las energías del proletariado dentro de instituciones económicas y políticas que inevitablemente se encuentran en el marco del capital, disipar la fuerza en acto de la dinámica revolucionaria en una clave democrática, que solo favorece a la reacción.

Unificación de los fragmentos del “movimiento comunista”

Entramos en los dos últimos y más concisos puntos de este documento. Hemos visto que para el MS la cuestión decisiva es la organizativa, la capacidad de extender, consolidar y desarrollar “destacamentos comunistas” cada vez más unificados, que junto a una táctica cultural de masas tengan la capacidad de hegemonizar al proletariado y presentar la cosmovisión comunista como una realidad histórica factible. Para ello, en el documento se nos presenta la necesidad de que los diferentes “destacamentos” que se llama comunistas se unifiquen en torno a ellos. Nos encontraríamos entonces no solo con el peligro de la socialdemocracia, sino también con el del izquierdismo que, en nombre de la defensa de su parcela identitaria, no se unificaría en la organización hegemónica, y con ello no permitiría presentar el comunismo como alternativa organizativa frente al Partido del Orden, al Partido de la Burguesía. Como podemos ver no existe ninguna decantación programática previa. Lo fundamental es unificarse en torno a la organización hegemónica. Todos juntos y unidos a partir de nuestra común denominación comunista: comunistas de izquierda y marxistas leninistas, exanarquistas y maoístas, proalbaneses y trotskistas… Solo el sectarismo irracional nos separa, lo propio de una racionalidad política sería unirnos:

Es decir, que todos los comunistas honestos, desde sus destacamentos y organizaciones, deben subordinarse al imperativo de unificación racional, de reconocimiento de los aciertos para la confluencia y de la necesidad de ir poco a poco deshaciendo las viejas siglas amortizadas, fragmentadas y enfrentadas entre sí, que ya no son útiles para una nueva generación que pretende reconstituir el partido comunista actualizado. Con esto no quiere decirse de ninguna manera que tras estas siglas no se puedan encerrar elementos de acierto que hay que incorporar al proceso. Pero no puede permitirse, de ninguna manera, el debate corporativo e irracional entre destacamentos imperante durante el último medio siglo en el movimiento comunista internacional, destacamentos que, ninguno de los cuales es, ni de lejos, un partido comunista según el concepto del bolchevismo.

Con esto, vemos nuevamente el problema de no haber hecho un balance auténtico de la contrarrevolución. Se considera un problema del pasado, que nos iguala a todos por igual, y de lo que se trata ahora es de unificarse para tener la suficiente fuerza que permita ser hegemónico sobre el proletariado internacional. Es una cuestión de mera forma, y el balance del pasado solo sería un obstáculo. Habría que reconocer la continuidad crítica del nuevo ciclo revolucionario con el anterior. Como se dice un poco más adelante:

El debate estratégico, de darse de manera adecuada y ser el centro gravitatorio del crecimiento proporcional de la organización movimiento, puede suministrar una base de militancia suficientemente numerosa para lanzar el proceso de lucha ideológico-cultural con garantías y esperanzas, de manera que la juventud proletaria despolitizada se incorpore en masa a las nuevas organizaciones referentes del movimiento socialista. Este elemento de proceso dirigido a los destacamentos politizados, debe darse de forma simultánea a un segundo proceso o elemento de la lucha cultural por la unificación de partido de una amplia red militante.

Es decir, debate estratégico en el sentido ya indicado. Y todo dirigido a crecer de manera masiva entre la juventud proletaria despolitizada. En definitiva, un camino muy alejado de la claridad teórica y programática que es esencial para una verdadera recuperación de la lucha proletaria por el comunismo.

Táctica y agitación

El segundo elemento que destaca como síntesis organizativa del MS es la necesidad de una lucha ideológico-cultural dirigida a esa juventud proletaria no politizada y que vaya más allá de los círculos militantes. En definitiva, todo está dirigido a crear Partidos Comunistas de masas en esta época aún contrarrevolucionaria y de paz social.  Esta insistencia en torno a la agitación y a la táctica, para ganar influencia entre el proletariado, solo se puede hacer a costa de rebajar en un sentido oportunista las consignas comunistas para ganar adeptos. Esto es muy claro, por ejemplo, en la reivindicación que se hace de un Estado socialista vasco, que recoge una herencia del pasado de la izquierda abertzale, cuando el MS reconoce, sin embargo, que en el socialismo no puede haber Estado. Es un ejemplo de cómo la teoría se tuerce en el uso de una consigna. Pero es que no puede ser de otro modo desde sus premisas.

A diferencia de ellos, para nosotros, el programa del comunismo se expresa tendencialmente en el proletariado en los momentos de lucha de clases abierta, en momentos de polarización que rompen esa paz social. Es en ese momento cuando el partido puede intervenir de un modo más abierto sobre la lucha de clases y se puede convertir, en las situaciones revolucionarias, en el órgano de la clase que exprese y dirija esa maduración de la conciencia de la lucha de clases. De hecho, solo el partido es y puede ser la expresión global, dirigente y orgánica de ese proceso. Solo el partido es capaz de darle esa dirección histórica. Pero, desde luego, no es un ser omnipotente que inventa situaciones revolucionarias a través de un uso adecuado de herramientas estratégicas y tácticas que eduquen política y culturalmente a la clase para lograr la “hegemonización del comunismo en el nuevo proletariado”. Ese es el terreno en el que se mueve el MS, coherente con lo señalado por ellos anteriormente, pero propio de una concepción voluntarista e inmediatista de la lucha de clases que hace descansar todo en la táctica adecuada que se lleva a cabo por parte de la organización.

Para nosotros, estamos en una época histórica marcada por la crisis —aunque no la desaparición— de la contrarrevolución. El capitalismo se encuentra en una crisis interna que manifiesta su senilidad histórica: agotamiento del valor como alimento de su energía social, crisis climática catastrófica, desarrollo de guerras imperialistas que pugnan por obtener su parte de una masa decreciente de plusvalor mundial. Al mismo tiempo, las luchas sociales expresan una tentativa confusa de encontrar una alternativa al motivo de la frustración social, al mismo tiempo que evidencian una polarización social cada vez más marcada. Como señalaban los compañeros de n+1 a finales del 2019 a propósito de las revueltas de los chalecos amarillos y en Chile:

Este nuevo ciclo de luchas, que nació hace algunos meses, está siendo mucho más extenso que el del 2011, iniciado con la Primavera Árabe y que desembarcó primero en España y después en los Estados Unidos. La historia del capitalismo, la flecha del tiempo, su desarrollo irreversible, lleva a la maduración de algunos fenómenos, más allá de la conciencia que tengan de ellos sus protagonistas. El partido revolucionario es aquel organismo político que se encuentra en sintonía con el ‘movimiento real…’ y trae sus tareas de la forma social futura, es un potencial anticipado.

Existe una flecha del tiempo del desarrollo capitalista, que es cada vez más catastrófico y disfuncional. El capitalismo es un cadáver que todavía camina. Este hecho lleva inevitablemente a la maduración de algunos fenómenos, ya sea a nivel de extensas revueltas sociales como en un sentido más molecular con la radicalización de sectores de la juventud proletaria que buscan una alternativa revolucionaria frente al capitalismo. El partido es el organismo que nace formalmente en sintonía con estos procesos sociales, defendiendo la perspectiva del futuro comunista al mismo tiempo que un programa histórico, un hilo revolucionario que se ha expresado a lo largo del tiempo. Precisamente porque reconocemos la autenticidad con que miles de jóvenes proletarios están tratando de buscar, no solo en la península ibérica, sino en muchas partes del mundo, una alternativa auténticamente comunista, creemos que es esencial contribuir a la clarificación sobre los temas que hemos expuesto en este documento, en relación a la doctrina y el método comunista, los fines de nuestro movimiento, el programa y su estrategia, los límites de la táctica, y cómo todo esto se concreta en una organización revolucionaria y comunista. Esperemos que este texto sirva para cumplir ese fin, el de ayudar en la decantación revolucionaria.

 

______________________________________

[1] Aunque en este texto criticamos los rasgos específicos del Movimiento Socialista, buena parte de nuestra crítica es aplicable a otros grupos y planteamientos izquierdistas que compiten con el MS por encontrar su hueco en la izquierda del capital.

[2] Algunos miembros del MS han señalado que no es una revista integralmente suya, sino que participan colaboradores externos a su organización. Además, sería una revista cuya función es elaborar una línea “de masas” y de agitación. Pero uno elige sus colaboradores, y con quién cree que puede debatir para desarrollar una perspectiva emancipadora. Obviamente para nosotros, desde nuestra implacable crítica al estalinismo y la contrarrevolución del siglo XX, esto implica un rechazo, por contrarrevolucionarios, a aquellos que defienden no solo la experiencia rusa de Stalin, sino la llamada Albania “socialista” o la China del “camarada” Mao. Para nosotros, en la línea de lo que decía Natalia Sedova en su último texto, Franco y Mao comparten una misma naturaleza: burguesa y contrarrevolucionaria. Además nos servimos de los números de Arteka porque expresan de un modo claro y más desarrollado las implicaciones de lo dicho en el texto programático recientemente publicado. Otro ejemplo similar es la organización por un Instituto de Estudios Socialistas vinculado al MS de un seminario sobre Lenin, el 19 y 20 de abril de 2024, con una pléyade diversa de académicos. Obviamente los comunistas, empezando por Marx, leemos a muchos autores burgueses de modo crítico, pero otra cosa es organizar un momento formativo con estos intelectuales en su rol de académicos.

[3] Más allá del uso diferente del concepto que se hace en relación a reconstitucion.net

[4] Véase en el Arteka 44, el artículo de Álex Fernández: «Romper el hielo: elementos de análisis para un juicio histórico de un siglo de revolución».

[5] Arteka 44, Álex Fernández, op. cit.

[6] Es emblemático que la crítica insistente del MS contra la socialdemocracia, que obviamente compartimos como fuerza burguesa que es, no se lleve a cabo contra el estalinismo. Como estamos demostrando en este texto no es algo casual, y es que para ellos el “comunismo realmente existente” en sus diferentes variedades es una fuerza proletaria. De este modo, pueden hacer un paralelismo entre las rupturas en organizaciones de la izquierda del capital actual (la UJCE, las CUP o la izquierda abertzale) y lo que sucedió en las rupturas de hace más 100 años que dieron lugar a los partidos comunistas, sin entender que el momento de ruptura con la contrarrevolución y de formación de fracciones se debía dar en la década de los 20, sí, pero del siglo XX. Por ello, la ruptura formal con algunas organizaciones de la izquierda del capital no supone salirse del campo de la contrarrevolución. Esto solo puede hacerse vinculándose con el verdadero hilo de las fracciones comunistas e internacionalistas del siglo XX, las izquierdas comunistas. Afirmar que el único comunismo realmente existente es el de la contrarrevolución, o afirmar en todo caso que es una expresión del comunismo, supone la renuncia a salir de este marco.

[7] Es significativo que algunos representantes del MS reivindiquen un texto de un postmaoísta y posthoxhista como Francisco Martins Rodrigues, Anti-Dimitrov, para entender el motivo del fracaso de los países “socialistas”. Así, se reivindican de alguien que se coloca de modo crítico en el terreno del estalinismo, aunque haya que superar sus limitaciones. Ese es un terreno antagónico al nuestro. No necesitamos una crítica al frentepopulismo que venga de estos cauces, que se colocan en la defensa del socialismo en un solo país de Stalin en 1924-1927 como cuando, por ejemplo, afirma una naturaleza doble, con elementos progresivos, en la jefatura de Stalin desde 1930 en adelante: “la ideología estalinista retrata esta naturaleza social doble y contradictoria del grupo dirigente bolchevique en los años 30. Su cara crítica, hecha con restos de marxismo, se combina con una cara conservadora, defensora de los privilegios de la jerarquía, amparada a un nacionalismo renacentista”. No hay cara crítica en la contrarrevolución del estalinismo en los años 30. El marxismo es simplemente el ropaje en que se traviste la justificación de su política burguesa. El comunismo auténtico es completamente ajeno a estas teorías de revisionistas y antirrevisionistas que ven en Kruschev y Breznev: “Muerto Stalin, bastó a los Kruchov y Brejnev dar un paso más adelante para proclamar el programa del revisionismo. Tal vez esto explique por qué necesitó la nueva burguesía soviética de comenzar por renegar a Stalin para hoy volver lentamente a incorporarlo como su héroe nacional”. Stalin no es simplemente el precursor del capitalismo de Estado en la URSS. Es su instrumento desde 1924-1927.

[8] Véase el artículo de Miguel García, “El movimiento revolucionario en la primera mitad del siglo XX”, Arteka 44.

[9] Véase en Arteka 10, Hedoi Etxarte, “El galope de la caballería roja”.

[10] Como ya hemos mencionado antes para nosotros es ya emblemático referirse a movimientos burgueses como China, Vietnam o Cuba como revoluciones socialistas. Este es el quid central de la cuestión.

[11] Véase Nueva estrategia socialista

[12] Con los profundos límites que la llevarán en la II Guerra Mundial al campo de la izquierda del capital. Véase nuestro texto Trotsky y el trotskismo

[13] Nos disculpamos por esta cita tan larga del texto de Álex Fernández en Arteka 44, pero creemos que merece la pena para entender a qué se refiere el MS cuando afirma y defiende las bases culturales que se pusieron en el Ciclo de Octubre, y de las que habría que partir para que el proletariado no se encuentre totalmente aniquilado.

[14] Esto además es lo que impide que den el fruto adecuado análisis interesantes que están en algunos de sus textos o en revistas como Marx XXI, como por ejemplo sus elaboraciones sobre la crítica de la economía política, el agotamiento del valor por los procesos de aumento de la composición orgánica del capital o la aceleración de la catástrofe climática. Y es que la teoría revolucionaria no es ecléctica sino integral y orgánica. No existe una teoría separada de un cuerpo programático, táctico y organizativo. En el caso del MS, esas elaboraciones teóricas conviven eclécticamente con su negación práctica en sus fuentes y desarrollos estratégicos, tácticos y en su ansiedad y voluntarismo organizativo, como defenderemos a continuación

[15] Cita extraída del documento Nueva estrategia socialista

[16] Cita extraída de Partido — Internacional — Estado.

[17] Véase al respecto entre otros muchos documentos lo que desarrollamos en nuestro texto Notas sobre la democracia

[18] Markel Samaniego, “Sufragio universal, como derecho político del proletariado. Contribución del viejo Engels”, Arteka 43.

[19] En este mismo sentido antifascista, están algunos artículos de Arteka donde se defienden a las Repúblicas Populares del Donbás frente al fascismo ucraniano. Véase nuestra crítica al respecto en la parte final de nuestro artículo https://barbaria.net/2023/05/26/fragmentando-el-imperialismo-el-derrotismo-revolucionario-y-sus-enemigos/

[20] Nueva estrategia socialista

[21] Véase la introducción a los textos de Marx y Engels sobre el partido escrita por Roger Dangeville y traducida por nosotros

[22] En la visión comunista clásica de los consejos, estos nunca pueden ser la simple emanación del partido, nunca son anteriores a momentos en que se vive una crisis aguda del dominio burgués, ni son el medio para crear situaciones revolucionarias. Como se señala en Las Tesis abstencionistas del PSI en 1920: “Los soviets o consejos de obreros, campesinos y soldados constituyen los órganos del poder proletario y no pueden realizar su verdadera función sino después del abatimiento del dominio burgués. Los soviets no son por sí mismos órganos de lucha revolucionaria; ellos se vuelven revolucionarios cuando su mayoría es conquistada por el partido comunista. Los consejos obreros pueden surgir incluso antes de la revolución, en un periodo de crisis aguda en la que el poder del estado burgués sea puesto en serio peligro. La iniciativa de la constitución de los soviets puede ser una necesidad para el partido en una situación revolucionaria, pero no es un medio para provocar tal situación. Si el poder de la burguesía se consolida, la supervivencia de los consejos puede representar un serio peligro para la lucha revolucionaria, es decir, puede suponer la conciliación y combinación de los órganos proletarios con las instituciones de la democracia burguesa.» https://barbaria.net/2024/01/06/amadeo-bordiga-tesis-de-la-fraccion-comunista-abstencionista-del-partido-socialista-italiano-1920/

[23] Nuestra crítica a esta concepción de la III Internacional se puede ver en El pasado de nuestro ser. La concepción de la búsqueda de la mayoría en el movimiento obrero antes de la revolución, que fue defendida en el III y IV Congreso de la III Internacional condujo a la IC al oportunismo. Ulteriormente esta perspectiva se transformó en contrarrevolucionaria con la bolchevización del V Congreso y la adopción del socialismo en un solo país en el VI Congreso. Obviamente esta concepción es el origen de la degeneración contrarrevolucionaria ulterior en la Komintern, que esta trastocó aún más como en el resto de los aspectos

[24] Concepción hegemonista, así como reivindicación de la lucha cultural, que bebe mucho de Gramsci como se reconoce en Arteka 20 sobre “La lucha de clases cultural”. Hemos establecido ya una crítica a Gramsci en nuestro libro Gramsci y la vía nacional al socialismo

[25] Nueva estrategia socialista

[26] Aunque Gramsci nunca redujo esos órganos a expresión del Partido Socialista Italiano de su época. Tenía un mayor sentido de la realidad, o al menos la contrarrevolución no había avanzado aún tanto en la cabeza de sus protagonistas.

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