n+1 – Disturbios, caos social y guerra

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Traducimos el informe de n+1 disponible aquí
La tele-reunión del martes por la noche, a la que asistieron 17 camaradas, comenzó con una breve presentación del ensayo Riot, Strike, Riot, subtitulado como Una nueva era de disturbios y escrito en 2019 por Joshua Clover.
Según el escritor y catedrático de literatura inglesa y comparada de la Universidad de California «Davis», a partir de la Edad Media puede distinguirse una dinámica histórica en la que primero se produce una revuelta, luego una huelga y, por último, de nuevo una revuelta, pero de forma diferente a la fase inicial.
El texto describe cómo, hasta el siglo XIX, el enfrentamiento tiene lugar principalmente en el ámbito de la circulación, ya que es allí donde se encuentran los bienes necesarios para la reproducción. Más tarde, sobre todo con la entrada del proletariado, se fortalecen formas de lucha más organizadas, las revueltas se combinan con las huelgas y el conflicto se manifiesta sobre todo en la interrupción organizada del trabajo. A partir de finales de los años 60, las formas de conflicto se vuelven cada vez más incontrolables (véanse los disturbios en EEUU): una vez superada la época de crecimiento industrial del capitalismo, la acumulación se produciría en la esfera de las finanzas, al menos en los países capitalistas avanzados, iniciándose así una fase de expulsión de la fuerza de trabajo de la producción. Con el estallido de la crisis industrial, los afroamericanos son los primeros en enfrentarse a graves problemas de supervivencia, y las revueltas, que aparentemente adquieren una connotación racial, se refieren en realidad a las condiciones de millones de proletarios. La segunda fase de la revuelta, o sublevación primigenia, como la llama Clover, entra así en conflicto directo con el Estado, ya que éste dispone de instrumentos de represión y control de los que no disponían las sociedades anteriores, alcanzando niveles de sofisticación sin precedentes. Las huelgas modernas afectan a la circulación de hombres y sobre todo de mercancías, del transporte aéreo a los trenes, de la logística al petróleo. Los gilets jaunes, por ejemplo, ocupan desde 2018 las principales vías de comunicación, bloqueando autopistas y rotondas. La logística conecta el tejido productivo y es fundamental en la era del just-in-time y la producción sin almacenes.
Podemos añadir algunas consideraciones al análisis presentado por Clover. La estructura de producción mundial representa una cáscara que ya no corresponde a su contenido, como decía Lenin en El imperialismo (véase también el artículo (de n+1, NdT) «Romper los límites de la fábrica«). Si la fábrica está diseminada por el territorio, también lo está el proletariado: para la Izquierda (comunista italiana, NdT) el proletario moderno es un ‘sin reserva’, un trabajador precario, que no sólo no tiene un salario continuo sino que tiende a estar desempleado de por vida. En Estados Unidos, los «sin reserva» se han dado una única consigna: «Somos el 99% contra el 1% y no aceptamos vuestro sistema«. Occupy Wall Street nació en septiembre de 2011 también por los efectos de la crisis de las hipotecas subprime de 2008. La financiarización de la economía hace avanzar las contradicciones del sistema magnificándolas y, cuando estallan, afectan a la llamada economía real. Hasta la fecha, el mundo capitalista no ha mejorado sus resultados; al contrario, las diferencias de renta se han ampliado mientras se han utilizado todas las «recetas económicas». Mientras el Capital pudo conceder las migajas que caían del banquete imperialista, de alguna manera el sistema pudo autocorregirse y distribuir valor; en la época actual, con las dificultades en la producción de plusvalía, ya no hay ninguna reivindicación proletaria posible que no sea luchar por otra sociedad:
«Los revolucionarios (y adoptaremos el término provisional de antiformistas) son los movimientos que proclaman y llevan a cabo el asalto a las viejas formas, e incluso antes de saber teorizar las características del nuevo orden, tienden a romper lo viejo, provocando el surgimiento irresistible de nuevas formas». (El curso a seguir, 1946)
El capitalismo exacerba la polarización económica y social, de ahí que las nuevas fuerzas combatientes ya no reivindiquen nada y de hecho se presenten colectivamente como alternativas al capitalismo (curioso es el fenómeno surgido en Estados Unidos e Inglaterra de cientos de jóvenes que atacan tiendas organizándose en TikTok). Simplemente aún no dicen lo que quieren en lugar del actual modo de producción, pero si lo hicieran, sus reivindicaciones ascenderían al poder del partido de la revolución.
En los últimos años hemos tenido varios ensayos de futuro: desde disturbios en las banlieues a Occupy Wall Street (Clover habla de ello en el capítulo 9, «Riot Now, Square Street, Commune»: la organización de la Comuna de Oakland apunta a la centralidad de los estratos sociales que componen la población «sobrante»; también es interesante la nota sobre el bloqueo del puerto de Oakland, que tuvo lugar en dos ocasiones «con la cooperación poco entusiasta de los sindicatos portuarios»), pasando por los disturbios en EE UU. Según el escritor, hay dos impulsos en los revueltas contemporáneas obtener mejoras en las condiciones de vida o simplemente romper con el sistema quemando coches y oficinas, saqueando y enfrentándose violentamente a la policía. Clover se refiere a los levantamientos que acompañan al desarrollo del capitalismo en Occidente, pero no presta la debida atención a lo que ocurre en Oriente, donde se dan los mismos problemas que en los países del viejo capitalismo. Muchas veces, las clases se mezclan, se solapan y se producen movimientos espurios. En los EE.UU, hace tres años hace tres años, miles de partidarios de Trump asaltaron el Capitolio. En Brasil, tras las últimas elecciones, se rozó la guerra civil entre los partidarios de Bolsonaro y los de Lula. Los Estados se preparan para escenarios de pesadilla, como recoge el informe «Operaciones urbanas en el año 2020», en el que se insta a las fuerzas de la OTAN a desarrollar conocimientos y variar sus formas de compromiso militar adaptándose a la extrema fluidez de los escenarios bélicos, que ahora son muy a menudo de carácter metropolitano.
El caos social va de la mano de la guerra. En el conflicto ruso-ucraniano, los jóvenes de ambos países luchan en el frente por los intereses burgueses. La lucha contra la guerra adquiere importancia estratégica porque ya es mundial (es útil releer los artículos de la Fracción Comunista en el PSI en su lucha contra la socialdemocracia y la guerra), y en el futuro próximo tenderá a intensificarse, involucrando cada vez a más poblaciones, como muestra la masacre en curso en la Franja de Gaza.
Israel ha aceptado plenamente la compelencia (que significa obligar al adversario a realizar actos funcionales a su estrategia) lanzada por Hamás con el atentado del 7 de octubre. Tel Aviv debe ahora restablecer la disuasión, demostrar por la fuerza que quienes amenacen la seguridad de Israel serán golpeados con extrema dureza, aun a costa de enajenarse el apoyo de la llamada opinión pública mundial. Lo que se ha puesto en marcha en Oriente Próximo no puede detenerse de la noche a la mañana: Estados Unidos ha golpeado a las milicias chiíes proiraníes en Irak y Siria; en Líbano, Hezbolá sigue atacando a Israel, que a su vez ha llevado a cabo atentados en Beirut; los hutíes del Mar Rojo atacan barcos mercantes de diversas nacionalidades; Irán ha sufrido uno de los más graves atentados terroristas en su territorio. El caos tiende a extenderse, no a amainar, entre otras cosas porque Estados Unidos se esfuerza por ejercer su papel de policía mundial. Esta situación está provocando un rearme general de los Estados, la reestructuración de los ejércitos y un cambio en la forma de hacer la guerra. Durante años se ha adormecido a Occidente con la idea de que la historia había terminado y con ella las guerras y revoluciones, y en cambio la guerra ha vuelto a llamar a la puerta, en Asia, Oriente Medio y Europa.
Para los estadounidenses, el reto estratégico está en el Indo-Pacífico, pero se anticipa con los conflictos de Ucrania y Oriente Próximo. El mundo está conectado, todo ocurre simultáneamente, todo el mundo está implicado. Estados Unidos está en crisis porque la estructura material del capitalismo tiene dificultades para reproducirse, y la propia China se enfrenta a problemas de senilidad capitalista (crisis demográfica e inmobiliaria, desempleo juvenil, etc.). Una de las grandes competiciones entre China y Estados Unidos se refiere a la alta tecnología, la producción de microchips y el desarrollo de la inteligencia artificial, y tiene lugar en las zonas fronterizas entre el capitalismo y la sociedad del futuro. Después de los robots y la Inteligencia Artificial, no hay desarrollo capitalista posible (y las fábricas chinas y estadounidenses están llenas de autómatas), sólo puede haber otra forma social. Los expertos en geopolítica son maestros en perderse en los detalles, precisamente por eso no logran enmarcar los conflictos que tienen lugar en el curso general del capitalismo mundial, que para simplificar podemos dividir en tres fases: nacimiento y desarrollo (máximo de sintropía); madurez (equilibrio, homeostasis); senescencia (máximo de entropía).