Roger Dangeville: Introducción a Marx-Engels: «Le parti de classe»
La traducción es nuestra. Aquí está disponible el original
Los textos sobre el partido en la obra de Marx-Engels
A ojos de Marx-Engels, no hay nada menos abstracto que la famosa condición “subjetiva” de la revolución: el partido de clase. De todos los textos que aquí se tratan, se desprende desde el principio que el partido hace de bisagra —o mejor, de palanca— entre el trabajo productivo y la actividad revolucionaria del proletariado, entre la economía y la política, y sobre todo entre la teoría y la práctica. Hunde profundamente sus raíces en la clase obrera, incluso en el modo de producción, puesto que su tarea es dirigir la transformación de la sociedad apoyándose en los resortes de la actividad económica, política y organizativa.
El capital, en la estructura que le dio Marx, nos permite ante todo seguir la génesis de la clase en la base económica.
En el primer libro, Marx analiza el devenir de la fuerza de trabajo obrera. En el mercado, en la circulación, toma la forma mercancía del salario1; pasa a continuación al proceso de producción para crear la plusvalía, en otras palabras, para reproducirse a sí misma como capital variable y crear el capital a una escala cada vez mayor. En ese proceso permanentemente ampliado, la manufactura se vuelve gran industria y la lucha entre trabajo y capital se hace cada vez más grande y encarnizada.
En el segundo libro, Marx estudia el proceso social de la circulación del capital entre las diferentes ramas de distribución y de producción, siguiendo la trayectoria del capital en sus distintos elementos constitutivos. Finalmente, en el tercer libro, analiza el proceso global del modo de producción capitalista, incluida la agricultura, y deriva sus leyes esenciales, entre ellas la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia y sus crecientes contradicciones. Y concluye el estudio de la base económica con el análisis de los tres réditos capitalistas principales y sus fuentes, así como —y no por casualidad— con las clases2: los empresarios capitalistas, los terratenientes y los propietarios de la mera fuerza de trabajo.
Sólo posteriormente, en sus obras de crítica política, estudiará Marx la acción de las superestructuras políticas e ideológicas, por ejemplo la lucha de partidos y del Estado en El 18 Brumario o La lucha de clases en Francia, pero esta vez ya no tomará Inglaterra como el modelo clásico, sino sobre todo Francia. A ese nivel, pero en relación indisoluble con la base económica del modo de producción dado, se sitúan los textos de Marx-Engels sobre el partido. La originalidad de esta concepción es que vincula sólidamente la lucha económica y política de las masas revolucionarias a las ideológicas de la vanguardia, en la que se encuentran los propios Marx-Engels como teóricos y organizadores de la lucha del proletariado.
En los textos sobre el partido, más que en cualquier otro, la teoría se une a la práctica en la acción revolucionaria. Por eso lo esencial se acompaña de mil detalles, incidentes, manifestaciones de grupos y de personas, de las complejas fuerzas del momento. Así, en un sentido muy amplio, estos textos son circunstanciales históricamente y no pueden sino resultar farragosos. En las notas a pie de página, a cada ocasión situamos brevemente los escritos en el contexto histórico y político de la determinada actividad de partido. Respecto a los múltiples personajes, reenviamos al lector al índex de personas. Eso nos permitirá aligerar las notas a pie de página.
No ha sido una dificultad menor la de seleccionar los escritos que tratan concretamente del partido3. Nos hemos esforzado en relacionar entre sí mediante notas históricas todos los artículos, actas, protocolos, discursos, correspondencias y pasajes relativos a esta cuestión. En buena medida, la tarea ha sido facilitada por el hecho de seguir en general el orden cronológico, gracias al cual se ve mejor la lógica del desarrollo.
Así, la primera parte trata sobre todo de la actividad de partido de Marx-Engels: primero, su trabajo de militantes en la organización de la Liga de los comunistas, después la coordinación internacional del movimiento democrático y obrero, y la preparación ideológica de las diferentes organizaciones para las tareas de la revolución de 1848-1949. A continuación, pasamos a la actividad revolucionaria de Marx-Engels en el movimiento alemán, los clubs obreros, la prensa y la Liga de 1848 a 1850; la organización del repliegue de las fuerzas revolucionarias vencidas, y la intensa actividad teórica desplegada durante el periodo contrarrevolucionario de 1850 a 1863, en el que Marx-Engels en cierta forma sacan las conclusiones de todo el periodo histórico transcurrido como base de acción para el siguiente.
La segunda parte trata, de una forma más estricta, de las cuestiones propias del partido: la creación del Consejo central de la Internacional obrera, la preparación de congresos, los problemas de afiliación y de organización; la relación con los sindicatos, las cooperativas, los movimientos nacionales; las relaciones con el resto de partidos burgueses o pequeñoburgueses, y en general la actividad organizativa del proletariado en lucha en el plano económico y político, las cuestiones del internacionalismo proletario, sin hablar de las relaciones del Consejo central con las diferentes secciones de la Internacional en todos los países, sus polémicas con los tradeunionistas, así como con las otras sectas, prudonianas y bakuninianas. Como en la primera parte, Marx-Engels se ven llevados a sacar las enseñanzas más sorprendentes de toda la nueva fase de organización del proletariado, durante el reflujo de la oleada revolucionaria después de la Comuna, con ocasión de la polémica con los anarquistas. La hacen respecto a la manera de organizar la retirada de los combatientes, de salvar los principios y el prestigio de la Internacional de la debacle generalizada, para poder estar preparados lo mejor posible cuando las condiciones generales empujarán de nuevo a la creación e una nueva Internacional, más fuerte y más consciente todavía que la primera.
En cierto sentido, este periodo constituye el culmen de esta selección de textos sobre el partido, porque la actividad teórica de Marx-Engels se une a la práctica en el esfuerzo de organización del proletariado internacional en clase, y por tanto en partido, que desemboca en la revolución, con la tentativa heroica del proletariado parisino de constituirse en clase dominante con la Comuna.
Los textos sobre el partido no escasean en el periodo de después de la disolución de la I Internacional, al contrario. Son tan numerosos que harían falta varios tomos para reproducirlos. Por ello nos contentamos, por ahora, con reunir algunos textos en torno a puntos especialmente significativos. Habiéndose desplazado el centro de gravedad del movimiento obrero internacional hacia Alemania después de 1871, reproducimos primero los textos de Marx-Engels sobre la formación del partido socialdemócrata alemán y la cuestión de la fusión con los elementos lasalleanos, una fusión que si bien reforzó numéricamente el partido alemán, no tuvo el mismo efecto desde el punto de vista revolucionario, puesto que agravó su carácter socialdemócrata e hizo más difícil —es lo menos que podemos decir— su desarrollo hacia el comunismo.
Los textos sobre la formación del partido en Inglaterra y Francia testimonian que la vanguardia se encontró con dificultades no menores en esos países4. Las relaciones de Marx-Engels con los revolucionarios rusos muestran también que el empeoramiento de las condiciones materiales en Rusia permitió abordar los problemas del partido con un espíritu y una voluntad más revolucionarios que en los países donde la historia todavía ponía en el orden del día un parlamentarismo revolucionario que evolucionaba en condiciones generales de menor tensión económica y política.
Por último, reproduciremos textos sobre cuestiones “particulares”: la prensa de partido, la violencia, los dirigentes, los intelectuales y la popularidad, la “cuestión agraria”, la corrupción parlamentaria, la reconstitución de la Internacional, etc.
Si fue difícil para Marx hacer un “todo estético” de sus estudios económicos en El capital, tal afirmación no tendría sentido para los textos del partido, que están inextricablemente ligados a todas las partes de la obra teórica, así como a la acción cotidiana e histórica. Ciertamente, un hilo sólido y coherente los une a todos, pero más que todos los demás escritos, se trata de semielaborados y esperan la hora revolucionaria para hacerse claros para todos y encontrar su mejor escritura: la acción revolucionaria.
Teoría marxista del partido
En esta introducción, tratamos de agrupar en un orden lógico las formulaciones de Marx-Engels sobre el partido, dispersas en sus más diversos escritos —obras publicadas o inéditas, estudios, notas, correspondencia, discursos, manifiestos, charlas e intervenciones en reuniones públicas o del partido, etc. Surgen aquí como conclusión de la crítica económica, filosófica o histórica; allá, de la actividad política, sindical u organizativa de Marx-Engels, como síntesis y guía de la acción proletaria.
Para esbozar la concepción general del partido, su modo de acción, su naturaleza histórica, su función y su finalidad, a lo largo de esta introducción reproduciremos pues las citas de Marx-Engels que forman, a cada vez, los hitos o jalones de la exposición.
Para definir las clases, la ciencia burguesa moderna procede según el viejo método metafísico: toma una instantánea de la sociedad en un momento dado, y luego analiza este modelo o cuadro para catalogar los diversos grupos de individuos que componen la colectividad. Luego, los estadísticos, sociólogos y demógrafos —miopes donde los haya— hacen mil divisiones en ella, señalando que no hay dos, tres o cuatro clases, sino que se pueden detectar diez, veinte o incluso cien, separadas entre sí por gradaciones sucesivas y zonas intermedias indefinibles.
Al igual que la buena vieja dialéctica, la crítica marxista ve la historia como una película que despliega sus escenas una tras otra: es en los personajes destacados de este movimiento donde hay que buscar y reconocer a la clase. Obtenemos entonces elementos muy diversos para distinguir al protagonista del drama social que es la clase, y para fijar sus características, su acción y su finalidad, que se especifican de manera concreta por una uniformidad evidente a través de los cambios de una multitud de hechos. Mientras que la fotografía sólo registra una fría serie de datos desprovistos de vida, la dialéctica marxista permite distinguir a la clase en su dinámica.
Para decir que una clase existe y actúa en un determinado momento de la historia, no basta con conocer, por ejemplo, el número de comerciantes de París bajo Luis XVI, o el de los terratenientes ingleses en el siglo XVIII, o el de los obreros de las fábricas belgas en vísperas del siglo XIX. Hay que someter todo un período histórico a un análisis lógico para encontrar un movimiento social, y por tanto político, que se abre camino a través de altibajos, errores y aciertos, pero cuya adhesión al sistema de intereses de un grupo o masa de hombres colocados en una posición determinada por el sistema de producción es evidente5. Friedrich Engels dio una primera demostración de este método en La situación de las clases trabajadoras en Inglaterra (1845), al explicar el significado de toda una serie de movimientos económicos y políticos de una masa de hombres colocados en condiciones similares.
La concepción marxista encuentra la clave del movimiento histórico siguiendo el proceso de génesis, desarrollo y transformación de las clases. En lugar de fotografiar, cinematografía la realidad; en lugar de una imagen fija, acabada y definitiva, capta el movimiento, el vínculo, la relación.
Deberá perdonársenos una pequeña digresión “filosófica”. En el análisis de la sociedad, como en el de las clases, lo que cuenta es el estudio de las relaciones (que no determinan tanto la producción en sí como la forma en que se lleva a cabo). Pues lo esencial no es reconocer la cantidad o la materia prima de la clase o de la producción, sino su modo de actividad, la forma en que la “materia” se mueve, ya que en la naturaleza todo es movimiento —por tanto relación, intercambio o metabolismo.
Esta relación entre masa y movimiento, que se encuentra a un nivel más complejo en la relación masa-partido, cuya síntesis forma la clase, es explicitada por Marx en el siguiente pasaje sobre la producción:
Al realizarse en la materia, el trabajo vivo modifica su forma: esta transformación está determinada por la finalidad del trabajo y la actividad eficiente de éste; no se trata de la impresión de una forma exterior a la materia, de una mera apariencia fugaz de su existencia como en los objetos inertes. La materia del trabajo se conserva en una forma determinada al ser transformada y sometida a la finalidad del trabajo. El trabajo es un fuego vivo que da forma a la materia. Es lo que hay de perecedero y temporal en ella, es la conformación del objeto por el tiempo vivo.6
Del mismo modo, la clase se distingue por su forma específica y su modo de actividad, es decir, en primer lugar por sus condiciones de vida y de remuneración, sus creaciones materiales e intelectuales, y después por su modo de organización y de ordenación en la distribución, el intercambio, la producción y la sociedad civil y política. Sobre esta amplia base, se trata finalmente de descubrir lo que constituye la fuerza motriz del desarrollo.
En el capítulo sobre burgueses y proletarios del Manifiesto, Marx la descubre trazando el curso histórico de la clase obrera, desde su nacimiento con la formación de la industria capitalista y su desarrollo en varios periodos de crecimiento, hasta su extinción o abolición con el modo de producción colectivista. Tras destacar la relación de la clase con el modo de producción, Marx subraya que el proletariado atraviesa las sucesivas etapas de su desarrollo gracias a su actividad y a su forma de organización en la lucha de clases.
El proletariado atraviesa diferentes fases de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su propia existencia.
Al principio, la lucha la inician obreros aislados; luego son los obreros de una fábrica, finalmente los obreros de una rama industrial de un mismo centro los que luchan contra un burgués determinado que los explota directamente. Dirigen sus ataques no sólo contra el sistema burgués de producción, sino también contra los propios instrumentos de producción; destruyen las máquinas procedentes de la competencia extranjera, incendian fábricas: se esfuerzan por recuperar la posición perdida del obrero medieval.
En esta fase, los trabajadores forman una masa dispersa por todo el país y dividida por la competencia. A veces se unen para formar un bloque único. Esta acción, sin embargo, no es todavía el resultado de su propia unión, sino el de la unión de la burguesía que, para alcanzar sus fines políticos [derrocar a las clases feudales dominantes, RD], debe poner en movimiento a todo el proletariado, y todavía es capaz de hacerlo. En esta etapa, los proletarios no luchan todavía contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, los restos de la monarquía absoluta, los terratenientes, los burgueses no industriales, los pequeñoburgueses. Todo el movimiento histórico se concentra así en manos de la burguesía: cualquier victoria obtenida en estas condiciones es una victoria de la burguesía.
Ahora bien, el desarrollo de la industria no sólo aumenta el proletariado, sino que lo aglomera en masas cada vez más compactas. El proletariado siente que su fuerza crece. Los intereses y las situaciones se nivelan cada vez más en su seno, a medida que la mecanización borra las diferencias de trabajo [no de producción, RD] y reduce los salarios en casi todas partes a un nivel igualmente bajo. La creciente competencia entre las burguesías y las crisis comerciales resultantes hacen que los salarios de los trabajadores sean cada vez más inestables. El desarrollo constante y creciente de la maquinaria hace que su condición sea cada vez más precaria. Los enfrentamientos individuales entre los obreros y la burguesía adquieren cada vez más el carácter de una colisión entre dos clases. Pronto los obreros intentan formar coaliciones contra la burguesía; forman grupos para defender sus salarios. Llegan incluso a fundar asociaciones duraderas para constituir reservas ante posibles revueltas. Aquí y allá, la lucha estalla en forma de disturbios.
Interrumpimos aquí esta cita para sacar una primera conclusión, en primer lugar del propio Marx:
Las condiciones económicas transformaron primero a la masa del país en obreros. La dominación del capital ha creado para esta masa una situación común, intereses comunes. Así, esta masa es ya una clase frente al capital, pero todavía no para sí misma.7
Se alcanza así una primera fase de la formación de clase del proletariado, todo ello determinado por la economía, las necesidades de la producción capitalista y la explotación. Este resultado histórico se alcanza a grandes rasgos aunque los proletarios no se consideren a sí mismos como parte de una clase autónoma, opuesta a los capitalistas y terratenientes. Por razones que no deben nada a la fuerza de voluntad, sino al determinismo social y a la presión adversa, siguen siendo, en este estado, una clase, explotada por los capitalistas, una clase ciertamente inconsciente, pero sin embargo potencialmente revolucionaria. ¿Acaso no trabajan como esclavos asalariados en las empresas capitalistas, acaso su sudor y su exceso de trabajo no crean plusvalía y por lo tanto sobreproducción, concentración y, a largo plazo, las crisis que periódicamente sacuden los cimientos mismos del modo de producción capitalista? El trabajo asociado de innumerables proletarios sin reserva agrava, además, la contradicción fundamental entre la apropiación privada de los medios de producción y la creciente socialización de la producción8.
Retomemos ahora la cita del Manifiesto sobre la formación histórica del proletariado:
De vez en cuando los trabajadores salen victoriosos, pero su triunfo es efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el resultado inmediato, sino la unión cada vez más amplia de los trabajadores. Esta unión se ve facilitada por el aumento de los medios de comunicación creados por la gran industria, que conectan las distintas localidades. Ahora bien, estos enlaces son necesarios para centralizar en una lucha nacional, en una lucha de clases, las numerosas luchas locales que tienen en todas partes el mismo carácter. Pero toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los burgueses de la Edad Media tardaron siglos en establecer a través de sus vías secundarias, los proletarios modernos la consiguen en pocos años gracias a los ferrocarriles.
Esta organización de los proletarios en una clase, y por tanto en partido político, es destruida en todo momento por la competencia de los obreros entre sí. Pero renace constantemente, siempre más fuerte, más sólida, más poderosa.
Así, Marx reveló dos fases de desarrollo del proletariado en clase: la primera es enteramente económica, en ella el proletariado se hace clase para los capitalistas que lo explotan, y la actividad de los obreros se reduce esencialmente a una forma de lucha económica, de reivindicación de mejores condiciones de trabajo, de remuneración y de vida. Hay que subrayar que incluso estas luchas económicas requieren una cierta organización de los proletarios, agrupándose éstos en coaliciones, asociaciones, luego en sindicatos, y que esta actividad y estas asociaciones económicas se transforman finalmente a un cierto nivel, por su propia dialéctica, en nuevas formas de actividades y asociaciones, formas superiores, políticas9. Es entonces cuando el proletariado se convierte en una clase socialmente revolucionaria, que existe no sólo para el capital, sino también para sí misma. A partir de entonces, la clase obrera posee una llave que abre nuevos campos de acción y nuevos horizontes sociales: los de su autoemancipación. En otras palabras, al forjar un partido, y gracias a esta actividad política y social adicional, inicia una nueva fase en su desarrollo10.
Esta concepción dialéctica, basada en la historia y la economía, y que culmina en la esfera política y social, se sitúa muy por encima de las aburridas objeciones del estadístico. De entrada, esta concepción se prohíbe ver en el escenario histórico a las clases enfrentadas como coristas en el escenario de un teatro, lo cual no se contradice con la existencia, aquí y allá, de zonas enteras de contacto formadas por capas estancadas, indefinibles, a través de las cuales se produce un movimiento de ósmosis, porque no se altera la fisonomía histórica de las clases enfrentadas.
A los ojos de Marx-Engels, la clase encuentra su culminación en el partido, forma suprema de organización de la clase, que extrae de él una existencia original y dinámica, y determina a su vez la evolución de toda la sociedad. Es también en el partido donde el proletariado encuentra su actividad más elevada y reúne su energía más concentrada. Es también a través del partido político que los sindicatos se vuelven revolucionarios, al formular la reivindicación directamente social que anuncia la muerte del modo de producción capitalista y la instauración de la sociedad comunista, liberada de las trabas del dinero, del mercado de clases, a saber, la abolición del trabajo asalariado11.
Cuando se descubre una forma específica de actividad, una tendencia social, un movimiento con finalidad propia, se reconoce una clase en el verdadero sentido de la palabra. Es entonces cuando también existe en sustancia, si no desde el punto de vista de la forma (organizada), el partido de clase. Este partido vive cuando existe una doctrina —teorización de los rasgos sobresalientes y sistematización de los intereses y objetivos colectivos de la clase—, así como un método de acción, es decir, un pensamiento político y una organización de la lucha. Estos dos elementos sólo pueden condensarse y concretarse realmente en la forma de partido.
El juego intereses de una clase da lugar progresivamente a una conciencia más precisa, y esta misma conciencia comienza a tomar forma en pequeños grupos que tienen una previsión del objetivo a alcanzar. Al expresar el sentido general de los impulsos de la base económica, “arrastran” y dirigen al grueso de la clase. (Obsérvese que este proceso tiene lugar precisamente cuando la clase obrera no actúa como categoría profesional, sino como conjunto). La visión de una acción colectiva que tienda hacia objetivos generales de interés para toda la clase, y que se concentre en la intención de cambiar todo el régimen social, sólo puede mostrársele de forma clara y continua a una minoría avanzada. Una visión leninista, ciertamente, pero ante todo marxista:
Esto es lo que distingue a los comunistas de los demás partidos proletarios: por una parte, en las diversas luchas nacionales de los proletarios, plantean y afirman los intereses comunes de todo el proletariado, sin distinción de nacionalidad; por otra parte, en las diversas fases de la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre el interés del movimiento en su conjunto.
En la práctica los comunistas son pues la fracción más resuelta de los partidos obreros de todos los países, la fracción que siempre sigue adelante; desde el punto de vista teórico, tienen la ventaja sobre el resto de la masa proletaria de comprender las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento obrero.12
La segunda parte de este pasaje atestigua que en la época del Manifiesto el comunismo sólo existía de hecho como una pequeña tendencia junto a otros partidos obreros, en grupos o individuos dispersos entre las masas y los diversos países, y aún no organizado en un partido autónomo, amplio y estable, perfectamente distinto de todos los demás.
La constitución del proletariado como clase revolucionaria, consciente y activa, dotada de un partido, es un proceso infinitamente largo y difícil, e incluso cuando se logra a menudo se pone en tela de juicio. El estado de aislamiento y dispersión de los elementos comunistas se encuentra, pues, no sólo en todo el período de débil desarrollo general del capitalismo y en los países que acaban de entrar en la producción moderna, sino incluso en los países desarrollados durante largos períodos de triunfo de la contrarrevolución y de reflujo del movimiento proletario.
Partido, clase y ciclo histórico
Para que la clase exista plenamente debe haber, por una parte, una homogeneidad inmediata de las condiciones económicas de sus miembros, y por otra un pensamiento, un método y una voluntad comunes que permitan reagrupar y orientar su acción. El partido prolonga en el plano político la homogeneidad económica, asegurando la continuidad de acción y de pensamiento de la clase.
En primer lugar, el partido está determinado por las condiciones económicas de maduración general, pero de forma compleja, ya que no se desarrolla directamente con el crecimiento de la producción. Puesto que sólo representa un polo —negativo y negador— de la relación capitalista, el del proletariado, el partido se manifiesta mejor y más plenamente en períodos de crisis económica y social, siempre que existan factores políticos de organización y de conciencia que aseguren a la clase su unidad y continuidad de acción en el tiempo y en el espacio.
Todos estos factores diferentes en la formación y el desarrollo del partido proletario significan que no sólo en relación con la masa proletaria, sino también en relación con los diversos ciclos históricos sucesivos, el curso del partido no es continuo ni regular, sino que pasa, nacional e internacionalmente, por fases muy complejas de crecimiento, marcadas por períodos a menudo agudos de progreso y regresión.
Así, podría decirse que la clase y el partido en un período de mayor madurez general pueden ser menos revolucionarios que los que se encuentran en un período de menor madurez. Sin embargo, en el momento de la revolución, deben tener una organización y un programa de acción más firmes y radicales en el período de mayor madurez, aunque sólo sea para tener una acción eficaz en una sociedad más antagónica, más concentrada, más internacional, más armada y más totalitaria.
En 1871, a pesar de la existencia de la I Internacional —centro obrero general, pero un embrión de organización práctica desde el punto de vista de sus estructuras y de su implantación territorial—, la Comuna de París no estaba preparada, comandada y detonada por una organización de partido del tipo de la de los bolcheviques en 1917, que fue un verdadero factor de la historia. La acción del partido está, pues, ligada a las condiciones prácticas de la época:
El Consejo General se enorgullece del eminente papel que las secciones parisinas de la Internacional asumieron en la gloriosa revolución de París. No es, como algunos estúpidos imaginan, que la sección de París o cualquier otra rama de la Internacional recibiera una orden de un centro. Pero como en todos los países civilizados la flor de la clase obrera se adhiere a la Internacional y está imbuida de sus principios, toma en todas partes, a ciencia cierta, la dirección de las acciones de la clase obrera.13
En la teoría, como en la práctica, la formación del proletariado en clase pasa por varias fases de desarrollo: organización en partido político, luego erección en clase dominante con la conquista del Estado. La Comuna de París puede haber sugerido que un proletariado que aún no se ha constituido como clase, y por tanto como partido, puede, en un país determinado, erigirse en clase dominante —la siguiente fase en la constitución del proletariado como clase— lanzándose directamente contra el aparato del Estado burgués. Sin embargo, no hay que perder de vista que la Internacional existía desde hacía seis años, que el proletariado es una clase internacional, ligada a las condiciones generales del sistema capitalista, que la crisis internacional estalla inicialmente en un país y que el proletariado sigue organizándose durante el propio proceso revolucionario. De hecho, según el punto de vista marxista, «la revolución no se hace», ya que es el resultado material inevitable de las contradicciones de clase que adoptan la forma aguda y violenta de un cataclismo natural, independiente de la voluntad humana. Así pues, tanto en la revolución de 1848 como en la de 1871, el proletariado luchó sin un partido verdaderamente organizado y estructurado. Esto significa que el paso de la fase de constitución del proletariado como clase, y por tanto como partido, a la de su constitución como clase dominante no es ni mecánico ni simultáneo. Incluso si nunca se realizara en el mismo grado en los cien países, grandes o pequeños, del planeta, el hecho es que «para que el proletariado sea lo suficientemente fuerte como para vencer el día de la decisión, es necesario que se constituya en partido autónomo, en partido de clase consciente, separado de todos los demás»14.
Frente a los anarquistas, y antes de que desapareciera la Primera Internacional sosteniendo en alto sus principios, Marx hizo adoptar en los estatutos de la organización mundial un artículo que clarificaba de manera luminosa el papel y la función del partido:
Art. 7a — En su lucha contra el poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado sólo puede actuar como clase constituyéndose en partido político distinto, opuesto a todos los viejos partidos formados por las clases poseedoras.
Esta constitución del partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y su objetivo supremo: la abolición de las clases.
La coalición de fuerzas de la clase obrera, ya conseguida a través de la lucha económica [por ejemplo, los sindicatos, RD], debe servir también como palanca en manos de esta clase en su lucha contra el poder político de sus explotadores.15
Esta concepción completamente orgánica, revolucionaria, dinámica y activa de la clase, rechaza de entrada la visión obrerista según la cual el proletariado sería, como pretenden los estadísticos, sólo la suma de los obreros o asalariados. Del mismo modo, rechaza toda visión formal o constitucionalista (democrática o electoralista), según la cual estatutariamente el partido debería actuar siempre y en todas partes en acuerdo formal con la mayoría del proletariado (determinando sus proyectos y sus objetivos según el resultado de una consulta más o menos democrática, más o menos copiada del sufragio universal burgués).
Marx-Engels tienen una concepción profundamente antidemocrática de la clase: en primer lugar, implica necesariamente la existencia de un partido y, por tanto, la idea de que una minoría puede tener una visión más acorde con los intereses del movimiento revolucionario que la mayoría; en segundo lugar, está firmemente enraizada en la realidad material y no depende uniformemente en todo momento y lugar de la voluntad, la inteligencia y la cultura de la mayoría. El propio Marx lo dice en los dos pasajes siguientes. El primero es quizás brutal, pero es claro:
Lo que importa no es lo que tal o cual proletario, o incluso todo el proletariado, imagina como su meta en diferentes momentos. Lo que importa es lo que es y lo que debe hacer históricamente, de acuerdo con su naturaleza: su meta y su acción históricas le están trazadas de manera tangible e irrevocable [por tanto definitivas y no revisables, RD] en su situación de existencia como en el conjunto de la organización de la sociedad burguesa actual. El proletariado ejecuta el juicio que, a través de la producción del proletariado, la propiedad privada burguesa pronuncia contra sí misma.16
Una última cita de Marx muestra que, desde su nacimiento, el proletariado es por naturaleza anticapitalista, un factor revolucionario en la disolución del modo de producción burgués,
una clase de la sociedad burguesa que no es una clase de la sociedad burguesa, una clase que es la disolución de todas las clases, una esfera que tiene un carácter universal a través de sus sufrimientos universales y no reclama ningún derecho particular, porque no se le ha hecho ninguna injusticia particular, sino una injusticia en sí misma, una esfera que ya no puede apelar a un título histórico, sino meramente a un título humano, una esfera que no está en oposición particular a las consecuencias, sino en oposición general a todas las premisas del sistema político alemán, una esfera, finalmente, que no puede emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad sin emanciparlas al mismo tiempo que a sí misma, una esfera que es, en una palabra, la pérdida completa del hombre, y que, por lo tanto, sólo puede reclamarse a sí misma mediante la reapropiación completa del hombre. La descomposición de la sociedad como clase particular es el proletariado.17
Así, el partido que expresa y reivindica, siempre y en todas partes, más allá de las sucesivas generaciones y de las fronteras de múltiples países, el objetivo último y lejano del proletariado, se conecta con las condiciones reales y fundamentales de la clase obrera actual. Toda la concepción comunista pierde su carácter utópico y se convierte, según la fórmula de Marx-Engels, en socialismo científico y praxis histórica.
En el centro: violencia, revolución, dictadura del proletariado
Si en la visión marxista el proletariado se manifiesta como la descomposición, la desintegración de la sociedad burguesa, el reformismo, revisando el marxismo, ve al proletariado por el contrario como regenerando progresivamente la sociedad capitalista mediante reformas para pasar imperceptiblemente al socialismo. En definitiva, se abstrae de las sacudidas, de los antagonismos crecientes, de la violencia revolucionaria. A los ojos de Marx-Engels, el proletariado provoca el derrumbe y la desintegración del capitalismo e instaura el socialismo mediante la revolución, que establece a la clase obrera como clase dominante de la sociedad con el Estado de la dictadura del proletariado —violencia concentrada donde las haya. El partido de clase preludia así el Estado de la dictadura del proletariado, del mismo modo que la constitución del proletariado como clase para sí preludia su erección en clase dominante. La violencia está, pues, en la cumbre de la acción histórica de la clase obrera, así como en el centro de su modo de existencia.
Marx concluyó la Conferencia de Londres de la Internacional con el artículo 7a de los estatutos con esta directiva central: «La conquista del poder político se ha convertido, pues, en el primer deber de la clase obrera».
En el sentido estricto del término, una clase sólo es verdaderamente una clase en la perspectiva de la conquista del Estado: sólo es un estrato, un orden, un estado, si no es capaz de tomar en sus manos el poder político para dominar a toda la sociedad.
Habiendo alcanzado la etapa de su constitución como clase, y por tanto como partido —no sólo objetiva y económicamente, en sí, sino para sí, es decir, siendo consciente de su propia existencia, de sus propios intereses y de sus propias metas, en oposición a todas las demás clases—, el proletariado no ha llegado aún al final de su transcurso. Todavía tiene que conquistar el poder político, rompiendo el dominio del capital para imponer la dominación del trabajo. Sólo entonces alcanzará el punto en el que todas sus tareas históricas podrán encontrar su solución, habiendo superado el obstáculo supremo y fundamental, el Estado burgués.
El poder político, en el sentido estricto del término, es el poder organizado de una clase para la opresión de otra. Si en su lucha contra la burguesía el proletariado se ve obligado a unirse en una clase; si, por una revolución, se constituye en clase dominante y, como tal, suprime por la violencia las viejas relaciones de producción, es entonces cuando suprime, al mismo tiempo que este sistema de producción, las condiciones de existencia del antagonismo de clases; es entonces cuando suprime las clases en general y, por la misma razón, su propia dominación como clase.18
¿Cómo pudieron Marx-Engels hablar con tanta seguridad en 1848 de un hecho que sólo se haría realidad en un futuro lejano?
Veamos cómo Marx-Engels descubrieron —y no construyeron, si es que hay que decirlo— la “línea”. En primer lugar, trazaron un paralelismo lógico entre la evolución y las revoluciones de la burguesía y las del proletariado19: como orden o estado junto a la nobleza terrateniente y el clero, la burguesía se convierte en clase al constituirse como partido en su lucha contra los demás estados, y luego se erige en clase dominante al expulsar del poder a los demás poderes feudales.
La burguesía ya se centraliza considerablemente. Lejos de verse perjudicado por ello, por esta centralización el proletariado se ve en condiciones de unificarse, de sentirse clase, de apropiarse en la democracia de una concepción política adecuada y de derrotar finalmente a la burguesía. El proletariado democrático [es decir, en el período en que ciertas tareas burguesas son todavía progresivas, RD] no sólo necesita la centralización iniciada por la burguesía, sino que tendrá que llevarla mucho más lejos. Durante el poco tiempo que el proletariado estuvo a la cabeza del Estado en la Revolución Francesa, durante el reinado de la Montaña, consiguió la centralización por todos los medios con el fusil y la guillotina. Si ahora vuelve al poder, el proletariado democrático tendrá que centralizar no sólo cada país para sí, sino todos los países civilizados en su conjunto, y esto lo más rápidamente posible.20
Pero ahí termina la analogía con la burguesía:
La condición para la emancipación de la clase obrera es la abolición de todas las clases, mientras que la condición para la emancipación del tercer estado, del orden burgués, era la abolición de todos los estados y órdenes.21
Una vez en el poder, la burguesía detiene su evolución, se convierte en una clase conservadora, aferrada a sus privilegios y a su poder hasta que el proletariado los destroza.
Por el contrario, «la clase obrera, en el curso de su desarrollo, sustituirá a la vieja sociedad civil por una asociación que excluirá las clases y sus antagonismos, y ya no habrá ningún poder político propiamente dicho, puesto que el poder político es el resumen oficial del antagonismo en la sociedad civil» (ibid.). El Manifiesto dirá que el proletariado suprime entonces las clases en general y, por la misma razón, su propia dominación como clase.
La línea está claramente trazada, y los interminables análisis de El capital fijarán los detalles. El tren puede correr más o menos deprisa, pero ya ha arrancado —¿y por qué no habría de llegar a su destino? Ya la revolución de 1848-1849, pero más aún la Comuna de París, por sus primeras realizaciones y sus tendencias profundas, han confirmado en la práctica estas deducciones científicas, sacadas por el partido de clase de toda la evolución de la economía y de la sociedad, así como de las condiciones de vida y de trabajo del proletariado moderno.22
Movimiento social y movimiento político: finalidad y medios
El papel del partido no termina con la conquista del poder político que establece la dominación del proletariado: continúa hasta la instauración de la sociedad comunista y la abolición del proletariado con la extinción del Estado y de las clases.
Esto nos lleva a una cuestión que no suele abordarse, o simplemente se ignora, a saber: la relación entre el elemento político y los elementos económicos y sociales dentro del partido.
Aunque difícil, la cuestión de esta correlación es sin embargo fundamental. En efecto, el objetivo comunista —es decir, los elementos económicos y sociales que sólo pueden ser teoría, programa, tensión, esfuerzo, mientras subsista el modo de sociedad capitalista, o que se manifiestan negativamente en las condiciones de existencia del proletariado disolviendo la sociedad burguesa— debe orientar y dirigir siempre la acción del proletariado. Pero precisamente porque los elementos sociales y económicos comunistas del partido sólo pueden ser teoría o esfuerzo mientras subsista el capitalismo, el partido debe tener un carácter político, es decir, debe realizar su programa con la revolución, con la violencia, en definitiva, con las armas que se encuentran en la sociedad actual. Esto significa que el elemento político está estrictamente ligado a la organización de las sociedades divididas en clases —donde se incluye la dictadura del proletariado.
La originalidad de la concepción marxista del partido (y de las clases) es que postula la prioridad del elemento comunista (social y económico) del futuro sobre los medios políticos del presente. Todo partido oportunista tiende a invertir esta relación, sacrificando los principios a la acción inmediata, anteponiendo los intereses del movimiento presente a los intereses generales del futuro.
Al rechazar todo elemento utópico, el socialismo científico marxista parte del movimiento real de la sociedad actual y utiliza los medios que encuentra en ella, en particular las armas políticas. Marx reconoce sin ambigüedad que la sociedad burguesa es la sociedad política por excelencia, e incluso llega a afirmar que también en este sentido es la condición material previa de la sociedad comunista en la sucesión de las formas de producción de la sociedad humana.
Se trata, pues, en primer lugar, de delimitarse claramente de la política burguesa, sobre todo en la fase en que la burguesía tiene el poder político estatal. En consecuencia, Marx critica lo que llama la «unilateralidad del espíritu político»:
Cuanto más poderoso es un Estado y, por tanto, cuanto más político es un país, menos dispuesto está a buscar en el principio estatal —y, por tanto, en la organización real, de la que el Estado es en sí mismo la expresión activa, racional y oficial— la razón de los males sociales y a ver en ellos la causa principal. La mente política es precisamente la mente política porque piensa dentro de los límites de la política. Cuanto más aguda y vivaz es esta mente, menos capaz es de captar los defectos de la sociedad: el período clásico de la mente política es la Revolución Francesa.23
Y Marx previene al proletariado contra las sugerencias de la sociedad burguesa actual que le empujan a dar una forma política demasiado exclusiva a una lucha que es en gran parte económica en sus fundamentos y social en sus objetivos:
Las primeras explosiones de revuelta del proletariado francés nos dan un ejemplo sobre este punto. Porque piensa en la forma política, ve el origen de todos los males en la voluntad, y todos los medios para remediarlos en la fuerza y el derrocamiento de una determinada forma de Estado. Así, los obreros de Lyon se imaginaban [mistificándose, lo que no deja de tener consecuencias sobre el curso y el resultado de la lucha, RD] que sólo perseguían fines políticos, que sólo eran soldados de la república, cuando en realidad eran soldados del socialismo: su inteligencia política les engañaba sobre la fuente de la miseria social, deformaba su conciencia de su verdadero fin y engañaba su instinto social.24
Sin embargo, Marx no pretende rechazar las formas políticas de la lucha del proletariado: simplemente las sitúa en el lugar que les corresponde. En otras palabras, vincula dialécticamente el movimiento económico y social con el movimiento político que encuentra su desenlace en el socialismo. Los anarquistas rechazan de plano este método, mientras que los socialdemócratas reformistas lo truncan. A primera vista, puede parecer paradójico que el reformismo, que florece principalmente en la esfera política y más concretamente en el parlamento, se una así a la posición anarquista que rechaza toda acción y organización política. De hecho, desde un ángulo diferente, ambos niegan la necesidad real y actual de una política independiente y antiburguesa del proletariado: los anarquistas al abandonar toda la esfera política a los partidos burgueses y al Estado, los reformistas al adoptar una política que es, en última instancia, burguesa, ya que permanece en la práctica dentro del marco de las instituciones capitalistas y reclama en palabras sólo los objetivos —para ellos lejanos— del socialismo y la revolución.
A los ojos de Marx-Engels, la forma política del partido es un elemento histórico determinado por la necesidad de la lucha en las condiciones dadas por la sociedad actual. Esta forma política permite al proletariado constituirse primero como clase autónoma y luego como clase dominante. Una vez cumplidas las tareas que el proletariado debe asumir como clase dominante —la abolición de los vestigios de las sociedades de clases—, el partido perderá sus características políticas, al igual que habrá dejado de existir la clase proletaria, convirtiéndose cada hombre en productor en la misma capacidad y en las mismas condiciones. Pero la forma política de la acción proletaria no debe alterar en absoluto el carácter social del movimiento proletario. Al contrario, debe permitirle realizar sus reivindicaciones sociales y económicas. La oposición entre el movimiento político y el movimiento social de la clase obrera sólo existe a los ojos de quienes confunden estas dos nociones.
La estructura orgánica del partido es la otra cara de su unidad de doctrina y programa de acción. Su organización, por tanto, nunca obedece a criterios formales y abstractos.
A lo largo de toda su vida, Marx y Engels tuvieron que luchar para defender la paradoja histórica de que, para abolir la violencia social, las clases y el Estado, los comunistas se ven obligados a utilizar ellos mismos medios “impuros”25, en particular el Estado de dictadura del proletariado. Después de la Comuna, toda su lucha en defensa de la Primera Internacional contra los ataques de los anarquistas girará en torno al tema de la necesidad de la acción política26. Al situar el papel del elemento político exactamente en la dialéctica del desarrollo histórico, Marx traza al mismo tiempo sus límites:
Conquistar la emancipación económica mediante la conquista del poder político y utilizar esta fuerza política para la realización de objetivos sociales.27
La burguesía es y sigue siendo política, porque necesita el Estado con su sistema de leyes, instituciones superestructurales de fuerza, para proteger sus privilegios y diferencias económicas. Desde el punto de vista marxista, la victoria social del proletariado obtenida por medios políticos disuelve, por otra parte, la forma política junto con las barreras económicas y sociales que separan a las personas en clases.
Esta cuestión central ya fue abordada por Marx en las discusiones previas a la creación de los Anales franco-alemanes en 1844, con el fin de determinar la línea directriz que debía seguir esta publicación. En respuesta a Ruge, que quería desterrar de ella la política y se oponía a toda acción concreta, para limitarse al ámbito de los principios comunistas (por encima de las clases), Marx demostró que, en nuestro tiempo, la política expresa precisamente las oposiciones que existen en el seno de la sociedad y es la mejor manera de tomar conciencia de las realidades. Con sus estudios sobre el derecho y el Estado de Hegel, explicó a Ruge:
El Estado implica en todas partes una contradicción entre su determinación ideal y sus condiciones reales.28
De este conflicto del Estado político con su base se deduce, pues, toda la verdad social: así como la religión es la condensación de las luchas teóricas de la humanidad, así el Estado político es la condensación de sus luchas prácticas. El Estado político es, pues, la expresión en su forma particular —política precisamente— de todas las luchas, necesidades, verdades sociales. Por consiguiente, no es en absoluto degradante ni desmerece la altura de los principios someter a crítica una cuestión completamente política, por ejemplo la diferencia entre el sistema de tres órdenes y el sistema representativo. En efecto, esta cuestión no hace sino expresar en términos políticos la diferencia entre la dominación del hombre y la de la propiedad privada. En consecuencia, la crítica no sólo puede sino que debe entrar en estas cuestiones políticas (que según los socialistas vulgares les son indignas). Al dar preferencia al sistema representativo sobre el sistema de órdenes, la crítica expresa el interés completamente práctico de un gran partido. Pero al elevar el sistema representativo de su forma política a su forma generalizada y al sacar a la luz el verdadero sentido que encierra, este partido se obliga al mismo tiempo a ir más allá de sí mismo, pues su victoria es al mismo tiempo su pérdida.29
Nada impide que nuestra crítica tome posición en la política, que critique la política, que se asocie a las luchas reales o incluso que se identifique con esas luchas. En estas condiciones, no nos presentaremos al mundo con un nuevo principio, como doctrinarios diciendo: ¡aquí está la verdad, inclinaos ante ella! Sino que le aportaremos los principios que el mundo ha desarrollado por sí mismo en su seno. No le decimos: deja ahí tus luchas, son tonterías; ¡venimos a anunciarte la verdadera consigna de la lucha! Simplemente le mostramos por qué lucha realmente, pues debe darse cuenta de ello, le guste o no…
Podemos, pues, resumir en una palabra la tendencia de nuestra revista: tomar conciencia y clarificar para los tiempos actuales nuestras propias luchas y aspiraciones. Esta es una obra para el mundo y para nosotros: sólo puede ser la obra de un gran número de fuerzas asociadas [y no de individuos particulares, por grandes que sean, ¡por muy Marx y Engels que sean!, RD].
En Miseria de la filosofía, Marx escribe a modo de conclusión: «No digáis que el movimiento social excluye el movimiento político: nunca hay un verdadero movimiento político que no sea al mismo tiempo social» (pág. 137). Y como siempre, Marx procede a partir de la analogía citando el ejemplo de la burguesía, que hizo su revolución política para hacer predominar su modo de producción sobre todos los demás, extendiendo e imponiendo sus concepciones ideológicas, jurídicas y políticas a toda la sociedad.
También en beneficio de Ruge, Marx define primero lo que se entiende por revolución política pura:
El alma política de una revolución [Marx utiliza la terminología de Ruge, RD] consiste en la tendencia de las clases sin influencia política a poner fin a su aislamiento del Estado y del poder. Su punto de vista es, pues, el del Estado existente, es decir, el Estado que existe precisamente porque está separado de la vida real y que no puede imaginarse sin la contradicción organizada entre la idea general y la existencia real del hombre. De acuerdo con su naturaleza limitada y dual, la revolución con alma política organiza una fracción dominante en la sociedad a expensas de la sociedad.30
Si el proletariado quisiera llevar a cabo una revolución puramente política, dejando completamente de lado sus propias reivindicaciones sociales, simplemente se encerraría en el marco de la actual sociedad burguesa y no haría más que mistificarse. Utilizando por ejemplo un medio puramente político (burgués), como el trozo de papel que se introduce en las urnas cada cuatro años, se estaría engañando a sí mismo.
A continuación, Marx define el carácter de la revolución proletaria colocando cada elemento en su lugar exacto:
Tan es una paráfrasis y es tan absurdo hablar de una revolución social con alma política como es correcto hablar de una revolución política con alma social. La revolución misma —es decir, el derrocamiento del poder existente y la disolución de las viejas relaciones sociales— es un acto político: el socialismo no puede realizarse sin revolución. Necesita este acto político en la medida en que debe destruir y disolver. Sin embargo, el socialismo abandona su envoltura política allí donde comienza su actividad organizadora, allí donde persigue su propio objetivo, donde manifiesta su alma. (Ibid.)
Para explicar a sus contemporáneos la verdadera naturaleza de la Comuna de París, Marx utilizaría el mismo argumento unos veinticinco años más tarde, pero en términos menos hegelianos:
La clase obrera no esperaba milagros de la Comuna. No tiene utopías prefabricadas que introducir por decreto del pueblo. Sabe que, para alcanzar su propia emancipación y, con ella, esa forma superior de vida a la que la sociedad actual tiende irresistiblemente por su misma estructura económica, tendrá que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán completamente el medio y a los hombres. No tiene que realizar un ideal, sino únicamente liberar los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa, que se derrumba, lleva ya31 en sus flancos.
El partido es la mediación entre la clase —que adquiere con ella una conciencia, una voluntad y una fuerza social concentradas— y la sociedad comunista —cuyo nacimiento acelera mediante el uso de la violencia del poder político.
Marx decía de la Internacional: «Su destino está indisolublemente ligado a la progresión histórica de la clase que lleva en sus flancos la regeneración de la humanidad»32. Como la clase, pero a su manera, el partido se transforma profundamente en el largo proceso histórico en el que acabará perdiendo su forma política. Es social en las relaciones sociales de la futura sociedad comunista (de la que el proletariado, que se sitúa en un polo de la economía actual, es ya el agente productivo y en el que se apoya el partido de clase en su acción), así como en su objetivo (la colectivización de la producción y la distribución mediante la asociación y la cooperación). Es político en su lucha por alcanzar su objetivo.
Sin embargo, para Marx, el partido que lleva y vehicula —trägt— las relaciones sociales comunitarias domina, en la Internacional, el Estado coercitivo de la dictadura del proletariado, el medio político de la violencia concentrada en vista de la «disolución y destrucción» de los restos de clase en tal o cual nación o grupo de naciones. Las relaciones sociales comunistas que el partido reivindica en todas partes y siempre en su programa como objetivo de la acción proletaria se extienden, tras la destrucción de los restos de clase, al conjunto de la producción y de la sociedad. El partido político no tiene entonces razón de ser, puesto que tanto las clases como las instituciones de coacción (política) ya no tienen una base objetiva. Sin embargo, puede decirse que lo esencial del partido —y del partido tal y como existe desde el principio— se extenderá entonces a toda la humanidad.
Es necesario pues establecer la prioridad en el partido del elemento teórico y social, incluso del económico, de todo lo que constituye su comunismo, sobre el elemento político, actual, contingente. Esta característica significará que un partido comunista nunca será un partido como los demás, si es verdaderamente comunista, ya que nunca determinará su acción únicamente según los criterios del momento, de la eficacia a cualquier precio.
Con esta prioridad en mente, fue en la polémica con el anarquismo donde Marx-Engels establecieron los límites de lo político y lo social en el partido. Para Engels, sólo partiendo de las contradicciones de la economía capitalista y organizando al proletariado como clase, y por tanto como partido, se puede plantear finalmente la abolición del Estado: «La abolición del Estado sólo tiene realmente sentido entre los comunistas como resultado necesario de la abolición de las clases: con la abolición de las clases desaparece por sí misma la necesidad de la fuerza organizada [el Estado, RD] de una clase para oprimir a otras clases»33. En una carta del 28 de enero de 1884 a Bernstein, Engels afirma con toda claridad que «Marx proclamó la abolición del Estado incluso antes de que existieran los anarquistas».
Al eliminar el problema del Estado de su campo de visión, los anarquistas borran al mismo tiempo el problema del partido, de las clases y, más en general, de las causas económicas. En otras palabras, actuaron como doctrinarios y se convirtieron en utópicos. De hecho, Bakunin y sus seguidores querían organizar las comunas y la producción comunal abstrayéndose del Estado, y por tanto, finalmente, incluso antes de la destrucción del poder político y de la forma social burguesa. Pretendiendo sólo organizarse a sí mismos, intentaron explotar la Internacional para promover directamente, sin intermediarios ni mediaciones, sus comunas productivas libremente federadas, forjando —o más exactamente deformando— la Asociación Internacional de los Trabajadores a imagen de su sociedad futura:
La sociedad futura no debe ser otra cosa que la universalización de la organización que se habrá dado la Internacional. Debemos procurar que esta organización se acerque lo más posible a nuestro ideal. […] La Internacional, embrión de la futura sociedad de la humanidad, debe ser, desde ahora, la imagen fiel de nuestros principios de libertad y de federación, y debemos rechazar de su seno todo principio tendente a la autoridad y a la dictadura.34
Tras denunciar este inmediatismo oportunista que pone el carro delante de los bueyes y desmoviliza al proletariado ante los ataques frenéticos de una burguesía en plena orgía represiva tras la Comuna, Engels reivindica la Internacional marxista, partido político y órgano de lucha disciplinado y centralizado del proletariado de todos los países, frente a la Internacional anarquista, simple oficina de estadísticas y correspondencia.
El partido como producto y factor de la historia
Al mismo tiempo que el partido de clase se origina en ese futuro que representa en todo momento en el movimiento obrero, al reivindicar la sociedad comunista, se desarrolla al compás de las relaciones sociales de la gran producción moderna asociada, creada por el proletariado moderno, que Marx ve desde dos ángulos: «De todos los instrumentos de producción, la mayor fuerza productiva es la clase revolucionaria» (Miseria de la filosofía, última página). Sólo estando así anclado en el presente y en el futuro, siendo a la vez fuerza productiva y fuerza revolucionaria, podrá el proletariado transformar el mundo existente, con su partido que es a la vez producto y factor de la historia.
Si es cierto que la aspiración que conduce al partido (y que el partido transforma en certeza científica) es la meta de la futura sociedad comunista, si es cierto que el partido puede y debe tender a crear en su seno una atmósfera ferozmente antiburguesa que anticipe en gran medida las características de la sociedad comunista (antimercantilismo, desinterés personal, sentido de la solidaridad y de la acción colectiva, etc.), no se puede deducir de ello que el partido sea un falansterio rodeado de muros impenetrables donde ya se vive como comunistas. El partido no puede presentar en sus estatutos planes constitucionales o jurídicos para la sociedad futura, aunque sólo sea porque tales superestructuras sólo existen en las sociedades de clases.
Al igual que la revolución, la sociedad comunista no es una cuestión de organización predefinida. Brota del movimiento mismo de la economía de la sociedad actual, y se trata de liberarla de los mil grilletes que la rodean y la asfixian. Para nosotros, que vivimos en las condiciones de la forma social capitalista, es una cuestión de fuerza, de medios políticos capaces de acelerar el proceso natural, del que el partido es un órgano consciente y activo.
En efecto, con la existencia del proletariado se han formado nuevas relaciones sociales anticapitalistas y colectivistas en la base productiva, y estas fuerzas materiales que el proletariado desarrolla día a día a través de su trabajo en la producción generan crisis económicas y sociales que conducirán a la destrucción y disolución de las relaciones capitalistas tras un largo proceso histórico. Pero
incluso cuando una sociedad ha llegado a descubrir la pista de la ley natural que preside su movimiento —y el objetivo final de esta obra [El capital] es desvelar la ley económica del movimiento de la sociedad moderna— no puede saltarse ni abolir por decreto las fases de su desarrollo natural, aunque puede acortar el período de gestación y mitigar los dolores del parto.35
Y Marx concluye:
Mi punto de vista, según el cual el desarrollo de la formación económica de la sociedad es asimilable a la marcha de la naturaleza y de su historia, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo de unas relaciones de las que sigue siendo socialmente su criatura, haga lo que haga para salirse de ellas.36
En estas condiciones, el partido comunista sólo puede ser una tensión para favorecer en la situación actual todo lo que acerque a este objetivo; en definitiva, es un partido social que sigue siendo político mientras permanezcan las clases y la violencia sea la condición y el medio para realizar la nueva forma de organización de la sociedad.
La actividad de Marx-Engels en el partido o en la Internacional proporciona mil ilustraciones de esta dialéctica de la organización proletaria.37
La siguiente cita muestra cómo el partido —síntesis activa de toda la visión histórica del proletariado y, en este sentido preciso pero esencial, anticipación y previsión de la sociedad comunista— está ligado en su acción a la forma social del comunismo. Respondiendo a Bernstein, que reprochaba a Marx haber descrito la Comuna de París no siendo fiel a la realidad pura y simple, Engels le explicó que, por el contrario, el papel de Marx —o el del partido— era precisamente anticipar los acontecimientos y las intenciones de la Comuna, para dar a los combatientes las directrices de su acción:
Si, en el Manifiesto de La guerra civil en Francia, hemos traído a la cuenta de la Comuna planes más o menos conscientes, no es sólo porque las circunstancias lo justificaban, sino también porque ése es el modo de proceder.38
El inmediatismo y el objetivismo de Bernstein le impidieron captar lo que constituye el papel primordial del partido: intervenir, como fuerza consciente y dirigente, en el proceso revolucionario para acelerar el desenlace de la crisis. De hecho, fue por la Internacional que, durante la Comuna de París, Marx trató de revelar por adelantado, en sus consignas y directivas, lo que las masas efervescentes, instintivamente revolucionarias, trataban de conseguir a tientas. Así evitó que perdieran el tiempo —tan precioso en un periodo revolucionario en el que la historia se acelera al máximo— y que dieran rodeos o se metieran en un callejón sin salida, en lugar de atacar al adversario en sus puntos vulnerables y en sus centros vitales.39
No son las ocasiones, ni las crisis, ni la voluntad de lucha de las masas lo que ha faltado en el curso de la historia, sino la conciencia clara, la voluntad firme, el arte de la insurrección y de la revolución, que se encarnan al más alto nivel en esa fuerza material que es el partido, defensor de todo el programa comunista, fuerte en el conocimiento del movimiento económico, en la experiencia política y en sus vínculos con el proletariado. Sin embargo, no basta con crear un partido para resolver el problema revolucionario, las condiciones materiales se completan entonces ipso facto con la “condición subjetiva”40.
La historia ha demostrado que un partido oportunista o vacilante es a menudo el medio más seguro de engañar a las masas que buscan, bajo la presión de las contradicciones materiales que se han vuelto candentes, emprender el camino revolucionario de la conquista del poder o de la formación de clase con organizaciones reales, políticas y sindicales:
Una cosa está firmemente asegurada en la manera de proceder para todos los países y para los tiempos modernos: llevar a los obreros a constituir su propio partido independiente y opuesto a todos los partidos burgueses. Por primera vez en mucho tiempo, en las últimas elecciones, los obreros ingleses —aunque sólo fuera instintivamente— habían dado un primer paso decisivo en esta dirección bajo la presión de los hechos. Este paso tuvo un éxito sorprendente y contribuyó más al desarrollo de la conciencia obrera que cualquier otro acontecimiento de los últimos veinte años. Ahora bien, ¿cuál fue la actitud de los fabianos —no de este o aquel otro, sino de la Sociedad Fabiana en su conjunto—? Predicaron y practicaron la adhesión de los obreros a los liberales, y sucedió lo que tenía que suceder.41
Los principios, la organización y la acción del partido se deducen del objetivo comunista
El instinto de clase de los proletarios está constituido tanto por el presentimiento de la sociedad comunitaria y colectivista, racionalmente organizada por los productores asociados para la realización material e intelectual de la humanidad, como por la reacción de hostilidad a las condiciones de vida y de trabajo creadas por la producción capitalista.
Los utopistas fueron los primeros portavoces de las masas trabajadoras, en cierto modo los teóricos de sus aspiraciones, en una época en que las condiciones históricas aún no proporcionaban al proletariado los medios materiales y políticos de su emancipación. Sin embargo, en los albores de la sociedad capitalista ya eran conscientes de los males de la producción capitalista, y no es casualidad que Owen, por ejemplo, fuera a la vez un predicador de la sociedad futura y un audaz reformador de su propia fábrica, donde introdujo el trabajo asociado y redujo drásticamente la jornada laboral.
Marx y Engels no niegan ni los instintos profundos de las masas ni la visión de futuro de los utópicos. Los despojan de sus elementos idealistas y fantásticos, dándoles una base crítica y científica, sin caer en el objetivismo agnóstico de aquellos para quienes la ciencia sólo se aplica a los objetos inertes y a los hechos “observables” del pasado y del presente. Ya hemos visto, a propósito de la Comuna, que mucho antes del acontecimiento Marx había deducido sus leyes generales a partir de todas las condiciones económicas y políticas de la sociedad, lo que después le permitiría anticipar su transcurso mediante una previsión de partido a medida que se desarrollaba su acción.
Denunciando de antemano las falsas directivas de Lassalle que inducían a error la acción de los obreros, Marx proclamaba:
La lógica de las cosas hablará, pero el honor del partido obrero exige que rechace estas fantasías antes de que la práctica haya revelado su inanidad. La clase obrera es revolucionaria o no es nada.42
No es sólo que Marx detectara una serie de hechos decisivos en la historia, sino que extrajo de ellos toda una teoría a partir de la cual se articulan todos los elementos coherentes, toda una concepción del mundo opuesta a la del capitalismo y la burguesía. Este conjunto, extraído de los hechos y luego aplicado a ellos, recoge también la experiencia de todas las luchas del proletariado, y se expresa en principios y directrices para la acción del partido, actuando conjuntamente con las masas.
Esta concepción de la naturaleza y la función del partido implica necesariamente que el partido está anclado en el desarrollo real y actúa de forma bien definida sobre el movimiento real:
Para nosotros, el comunismo no es ni un estado que deba crearse, ni un ideal al que la realidad deba ajustarse. Llamamos comunismo al movimiento real que suprime el estado actual. Las condiciones de este movimiento resultan de las premisas actualmente existentes.43
Así, no se puede reprochar al movimiento comunista actual que no haya realizado de inmediato el comunismo pleno. Por otra parte, como mínimo el partido, cuyo papel es defender la totalidad del programa, no debe obstaculizar el movimiento revolucionario que tiende hacia él, adoptando posiciones que estarían en contradicción con este objetivo, por remoto que sea. Las reglas de organización tienen menos posibilidades de fijar el movimiento si son coherentes con el objetivo final. Por consiguiente, el partido está en condiciones de desempeñar un papel de motor ante las masas revolucionarias cuando les propone consignas que no son formales, sino que están extraídas del movimiento profundo y que corresponden a las necesidades prácticas de las masas.
El principio democrático es uno de esos medios formales que sólo puede utilizarse en la medida en que no obstaculice el movimiento, porque no es comunista. En la sociedad comunista, tal y como Engels la toma de los utopistas después de despojarla de su carácter idealista y voluntarista, la aritmética absurda de la democracia es a su vez desterrada para dejar paso a relaciones comunitarias útiles, puramente funcionales y racionales:
El punto esencial en el que Weitling es superior a Cabet es que habla de la abolición de todo poder gubernamental, basado en la fuerza y la jerarquía, que sustituye por una simple administración organizadora de las diversas ramas del trabajo que distribuye sus productos. No se trata del nombramiento, por mayoría, de todos los que tienen una función en esta administración y en las distintas ramas de actividad, sino de un nombramiento según el saber hacer de la función precisa del trabajo a realizar. Una de las características esenciales es, por tanto, que se designe a la persona más adecuada para un determinado tipo de trabajo.44
Y Engels concluye: «De este modo, quedan excluidas todas las consideraciones de carácter personal [que es en lo que se resuelven en última instancia las ventajas y privilegios de clase para la burguesía y sus criaturas a sueldo, RD] que pudieran influir en las mentes». Engels enuncia ya aquí implícitamente la “ley” fundamental del comunismo: «De cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad»45, que presupone la eliminación de la contabilidad mercantil de las llamadas equivalencias entre la producción del trabajo individual y su remuneración, la abolición del capital así como del trabajo asalariado, y por tanto la abolición de las clases y del Estado opresor, cualquiera que sea, aunque sea proletario.
El papel de Marx-Engels —completamente impersonal, es decir, como acto del partido de clase46— era precisamente el de extraer el programa comunista de las condiciones materiales más sustanciales y profundas de la vida social, para proponer luego sus soluciones a las masas en lucha. La teoría tiene así dos fases que conducen a la inversión de la praxis: la fase en la que el partido las elabora a partir de las condiciones materiales, y la fase en la que el partido reacciona por medio de ellas para acelerar el movimiento histórico.
Para descifrar la historia con el fin de aplicar sus lecciones a batallas que ya no son críticas, sino violentas y armadas entre las clases, es necesario en primer lugar extraer un conocimiento preciso de las relaciones sociales que, de una forma de producción a otra, se establecen en la base económica y aseguran el paso revolucionario del capitalismo al socialismo.47
En respuesta a Edward R. Pease, deseoso de organizar un partido obrero inglés, Engels subrayó este punto fundamental: «En cualquier caso, debo señalarle que el partido al que pertenezco no propaga proyectos fijos listos para ser utilizados tal cual. Nuestras concepciones de las diferencias entre la futura sociedad no capitalista y la sociedad actual son deducciones lógicas de los hechos históricos y del proceso de desarrollo. Pero en cuanto no se presentan en relación con estos hechos y este desarrollo, carecen de valor teórico y práctico» (27-1-1886). Y nos tomaremos la libertad de añadir: del mismo modo que, a la inversa, los hechos y su desarrollo carecen de sentido para el comunista si se captan al margen de esas deducciones comunistas que indican la dirección del curso histórico y, por tanto, de la acción.
La historia de la humanidad no puede explicarse por la influencia de individuos física, moral o intelectualmente excepcionales, ni la lucha política puede considerarse un proceso de selección de personalidades, siendo la peor selección la realizada por el recuento de votos, que manifiesta la voluntad del mayor número, reduciendo así el programa al nivel de los deseos individuales. El mecanismo democrático podía utilizarse para contar las fuerzas en un partido dividido en fracciones o formado por diferentes partidos, siempre que no existiera un partido marxista homogéneo, es decir, que hubiera un margen entre lo que Marx-Engels llama el partido formal (contingente) y el partido histórico. En estas condiciones históricas, el mecanismo democrático era el instrumento que las corrientes y fracciones que formaban el “partido” utilizaban en su lucha interna para imponerse al resto. Pero era al mismo tiempo algo más: era el tejido conectivo del “partido” que, en tiempos normales, sin tensiones, lo mantenía unido.
Los marxistas no podían ignorar que la democracia es tanto un mecanismo de coerción como un medio de mistificación organizativa. Además, estaban muy dispuestos a utilizarla para sus fines, del mismo modo que la pisoteaban cuando era necesario, siempre para sus fines. Todo ello se justificaba siempre que los partidos no fueran puramente comunistas y siempre que se tratara de ganar y someter a las corrientes no comunistas —proudhonianos o lassalleanos, por ejemplo— utilizando el mecanismo democrático. (La cuestión, por otra parte, siempre puede plantearse en los sindicatos que, por definición, defienden los intereses materiales —cercanos o lejanos— de todos los proletarios sin distinción de ideas, opiniones religiosas o filosóficas).
En resumen, los marxistas nunca han considerado que el programa dependa de un mecanismo formal, aunque sea la vía democrática. Sus raíces son más profundas. Y Marx lo sabía mejor que nadie, ya que hablaba de la teoría como una fuerza material, que conquista y domina a los individuos, incluido él mismo:
Estamos firmemente convencidos de que no es el intento práctico, sino la ejecución a partir de la teoría de las ideas comunistas lo que representa un peligro real [para las clases dominantes, RD]. De hecho, cuando se convierten en una amenaza, e incluso cuando se llevan a cabo en masa, los intentos puramente prácticos pueden recibir la respuesta de las armas. Pero las ideas que superan nuestra inteligencia, que conquistan nuestro espíritu, a las que la razón une la conciencia, son cadenas que no se pueden romper y que no se pueden arrancar sin desgarrarse uno mismo el corazón: son demonios a los que el hombre sólo puede vencer sometiéndose a ellos.48
Si a pesar de todo hablamos de Marx-Engels y del marxismo, no es porque atribuyamos una función a individuos o grupos de individuos superiores, enviados por el bien de la humanidad. Tenemos siempre a la vista el “partido de Marx”, conjunto diferenciado de la masa, utilizando a los individuos como las células que componen el tejido, y elevándolos a una función que, sin este complejo de relaciones, no habría sido posible. Este organismo, este sistema, este complejo de elementos, cada uno de los cuales tiene sus propias funciones, es el partido de clase, análogo al organismo animal en el que trabajan juntos sistemas muy complicados de tejidos, vasos, etc. En este sentido, el partido determina a la clase —y a los individuos de esa clase— haciéndola consciente y capaz de hacer su historia. No es un instrumento, sino el órgano de la clase.
El cerebro del dirigente —Marx, Engels o Lenin, por ejemplo— es, en estas condiciones, un instrumento material que funciona gracias a los vínculos que le unen a toda la clase y al partido. Las fórmulas que da como teórico, las reglas que prescribe como dirigente práctico, no son creaciones suyas, sino la forma precisa de una conciencia cuyos materiales pertenecen al partido de clase y proceden de una vastísima experiencia.49
Los datos de esta experiencia no están todos presentes en la mente del líder como si fuera un erudito, y esto es lo que permite explicar, con realismo, ciertos fenómenos de intuición que vulgarmente se toman por adivinación o por la marca de un genio superior, pero que, lejos de probar la trascendencia de ciertos individuos sobre las masas, confirman, por el contrario, que el líder es el instrumento del pensamiento y de la acción comunes, y no su motor.
Los dirigentes son los que mejor y más eficazmente saben pensar a partir del pensamiento de la clase, querer a partir de su voluntad, siendo este pensamiento y esta voluntad el producto necesario de los factores históricos sobre cuya base construyen activamente su trabajo. Marx ilustra esta función del dirigente proletario de manera extraordinaria por la intensidad y la amplitud con que la ejerció. En el momento de la muerte de Marx, Engels escribió:
Lo que este hombre fue para nosotros en la teoría y, en los momentos decisivos en la práctica, sólo puede comprenderse si se ha vivido toda una vida con él. En los años venideros, su inmensa visión desaparecerá de la escena junto con él. Era más grande que todos nosotros. El movimiento continúa, pero echará de menos al hombre que intervino con calma, en el momento oportuno, con superioridad, y que evitó al movimiento más de un doloroso extravío.50
Y luego, volviendo al plano individual, Engels escribió:
Marx nunca habría soportado esto [la vida de un ser desvalido, RD]. Vivir con tanto trabajo inacabado ante él, ardiendo como Tántalo en deseos de terminarlo, y no poder hacerlo —esto habría sido mil veces más amargo para él que la dulce muerte que le sorprendió.51
Si nos centramos en la obra de Marx es porque nos proporciona una magnífica comprensión de la dinámica colectiva que, para nosotros los marxistas, anima la historia. Pero no creemos en ningún momento que su persona condicionara el proceso revolucionario a cuya cabeza se encontraba, y menos aún que su muerte detuviera la marcha hacia adelante de las clases trabajadoras.
El partido, que permite a la clase ser clase y actuar como tal, se presenta como una organización unitaria en la que los distintos individuos desempeñan las funciones correspondientes a sus aptitudes. Todos están al servicio de un objetivo y de un interés que se unifica cada vez más en el tiempo y en el espacio. Es cierto que no todos los individuos ocupan el mismo lugar ni tienen el mismo peso en la organización, pero a medida que el reparto de tareas se racionaliza, resulta cada vez más imposible que la persona que ocupa la cima se convierta en un privilegiado en detrimento de los demás. Es porque la acción del partido se ejerce en los más diversos sentidos y su función colectiva supera todo personalismo, que el partido debe distribuir sus diversas funciones entre sus miembros. La alternancia de los militantes en estas tareas es un hecho natural que ciertamente no debe obedecer a las mismas reglas que las carreras burocráticas y burguesas. En el partido, los puestos más o menos brillantes, más o menos destacados, no deben someterse a la competencia entre compañeros “por emulación”: el partido es un organismo complejo y estructurado que tiende orgánica y naturalmente a adaptarse a sus funciones trazadas por el programa de acción. La naturaleza orgánica del partido no exige, si se comprende bien, que cada compañero vea en tal o cual compañero especialmente designado para transmitir las directrices al centro, un modelo moral o intelectual, o incluso la encarnación de la fuerza del partido. Esta concepción política tiene en cuenta las condiciones reales de vida y de lucha de la clase más desfavorecida y numerosa de la infame sociedad burguesa, y —en todo caso— está por encima de la concepción filistea.
Esto es cierto hoy para el partido-clase y lo será mañana para toda la sociedad: la revolución comunista no va hacia la disolución de las relaciones entre los individuos, sino hacia su estrechamiento y racionalización. Es antiindividualista, porque es materialista. No cree ni en el alma ni en un elemento metafísico que trascienda al individuo, sino que inserta las funciones de éste en un marco colectivo y en una jerarquía que sustituirá progresivamente la coacción por la racionalidad técnica de la actividad. También en este sentido, el partido es ya un ejemplo de colectividad sin coacción, de comunismo.
Esta concepción tiene en cuenta el hecho de que el comunismo ya no establece una relación entre el trabajo prestado por el individuo y su remuneración —lo que, técnicamente, ya es un absurdo bajo el régimen de la gran industria capitalista, donde el precio de la mercancía-salario, así como el del artículo producido en serie, se fijan mediante un cálculo medio—, sino que también tiene en cuenta la crítica de Marx-Engels al igualitarismo de los anarquistas y, por último, permite considerar la satisfacción de las necesidades en términos de la realización más universal de los individuos, y no en términos de su igualación mezquina y artificial.
Si el hombre, el “instrumento” excepcional, existe, el movimiento se sirve de él, pero puede igualmente vivir si no existe.52
Marx se veía a sí mismo ligado al comunismo no por un compromiso formal, constitucional, estatutario con un aparato o una mayoría “ante la que hubiera sido responsable”, sino por la tarea que desempeñaba en el partido, de forma bastante natural —si se puede decir así— como reacción a su situación en la sociedad, a las infames condiciones materiales e intelectuales de la vida y la producción.
Scherzer, que pensaba que era una delegación del partido la que investía a Marx y Engels de sus funciones de dirección, recibió la siguiente respuesta:
Sólo de nosotros es nuestra misión como representantes del partido proletario, que se ve contrarrestada por el odio exclusivo y general que nos profesan todas las fracciones del viejo mundo.53
Las ideas comunistas, o más bien los principios comunistas, serían puras abstracciones si la evolución material de la sociedad, y en particular el curso de la economía, no tendieran, por sus propias leyes, hacia el hundimiento de la sociedad capitalista y no pusieran las ideas y los principios comunistas a la orden del día; en resumen, si no hubiera una tendencia necesaria a que las condiciones “subjetivas” y el curso objetivo del mundo moderno confluyeran. En relación con la evolución de la situación económica y social en general, el partido no cumpliría su papel de órgano dirigente de la clase si aquel no viera de antemano dibujarse el epicentro y la época de la crisis que debe sacudir las bases económicas de la sociedad capitalista54.
Sin previsión, no hay partido ni dirección revolucionaria
La previsión a tiempo de crisis revolucionarias está vinculada a ciclos económicos de unos diez años, con la sucesión de recuperación, crecimiento, prosperidad, estancamiento y crisis. Sin embargo, la experiencia histórica ha demostrado que, debido a la imbricación de las economías nacionales, estas fases se desplazan de un país (o grupo de países) a otro y que, en general, se establece una curva media. Además, debido al efecto de las guerras, que destruyen hasta un punto aterrador el potencial de las fuerzas vivas y materiales de producción, y, en menor medida, debido a la acción de las superestructuras políticas (concentración del poder estatal e intervenciones más o menos dirigidas en la economía, etc.), las fases de crisis económica no siempre provocan una crisis política y revolucionaria a escala de toda la sociedad. El ciclo de estas crisis revolucionarias generales tiende incluso a alargarse, abarcando varios ciclos económicos sucesivos: 1848- 1870-1917 (1975, según las previsiones de la Internacional Comunista Revolucionaria)55. Estas deducciones corresponden a la distinción establecida por el marxismo entre crisis económica y crisis política, entre crisis locales y crisis generales, en resumen, entre base económica y superestructura política.
En cuanto a la previsión espacial, todos los largos estudios e investigaciones de Marx-Engels en el curso de los ciclos en los que triunfó la contrarrevolución tienden a determinar la naturaleza y la orientación general del campo de fuerzas de la sociedad y la economía, y ello para situar cada vez el centro de gravedad del movimiento revolucionario —Inglaterra hasta 1848, luego Francia hasta 1871, finalmente Alemania y Rusia, y Oriente56. Sin este análisis concreto del movimiento económico y social actual en su marcha hacia la crisis y la revolución, no hay dirección consciente de las fuerzas revolucionarias, no hay partido comunista.
Los partidos que no tienen una perspectiva científica basada en este análisis tienen el presente como su línea política directriz —consciente o inconscientemente, no importa. En otras palabras, son partidos conservadores, oportunistas o reformistas, todos ellos sinónimos cuando se trata de partidos obreros.
Partidos formales y partido histórico
El orden cronológico que seguimos al presentar los textos de Marx-Engels sobre el partido y su actividad organizativa pone de relieve una clara conexión entre el desarrollo general de la producción y la sociedad capitalistas y un fortalecimiento ininterrumpido de los partidos del proletariado, que es otro aspecto del vínculo entre economía y política.
Es evidente que las primeras organizaciones obreras de la década de 1840 partían de un nivel infinitamente bajo de maduración de las fuerzas productivas, es decir, de condiciones materiales desfavorables de la lucha frontal de clases, y estaban muy lejos del nivel objetivo o histórico de la sociedad comunista57. El hilo que unía la meta con las tareas inmediatas, necesariamente determinadas desde el principio por las condiciones y la relación de fuerzas dadas, era por tanto —si se puede decir así— muy largo. Dejaba un margen importante entre la acción inmediata y práctica y el objetivo o programa comunista para una “táctica flexible”, como Lenin tuvo que usarla, por ejemplo, en Rusia, donde —como en Alemania en la época del Manifiesto— seguía planteándose el problema de la doble revolución: revolución burguesa en febrero de 1917, luego, en alianza con el campesinado pobre (no asalariado), derrocamiento de este poder en octubre con la instauración de la dictadura democrática del campesinado y del proletariado, y finalmente una transición posterior a la dictadura pura del proletariado en el curso de una fase más o menos larga o tras el triunfo del proletariado de los países desarrollados. Si consideramos las condiciones materiales, los programas y los estatutos de los sucesivos partidos, que Marx llamó formales en relación con el partido histórico (que reivindica los principios plenos del comunismo tanto para su propia organización como para su acción), nos lleva a la conclusión de que a medida que maduran las fuerzas productivas —a escala general de la sociedad y a escala particular de cada país— los programas inmediatos tienden a unirse al programa comunista pleno58.
Durante toda su vida, Marx-Engels se esforzaron por reconducir la curva rota de la evolución de los partidos formales, surgidos espontáneamente, hacia la curva armoniosa y continua del partido histórico, elevando cada vez las exigencias inmediatas hacia la meta y los principios comunistas. En este sentido, encarnan la actividad del partido en su más alto grado.
Otra conclusión es que una vez alcanzado un determinado nivel de organización, de principios y de acción, incluso después de una derrota y de una caída aparentemente muy profunda y larga, la reanudación del movimiento obrero se produce, desde el principio, al nivel máximo alcanzado en la etapa anterior. De ello se deduce que los esfuerzos de los revolucionarios, aunque sean derrotados, no son vanos ni están perdidos. Mejor aún: la acción de la pequeña minoría de militantes experimentados y con profundos principios que llevan el movimiento a su cima resulta ser un factor real de progreso del movimiento general. En consecuencia, en cada período histórico sucesivo, la formación del proletariado en clase, y por tanto en partido, parte de un nivel superior, y por tanto de condiciones más radicales. Lenin lo comprendió bien.
Veamos a grandes rasgos la evolución de las organizaciones y los programas desde la formación del partido cartista59 (al que pertenecía Engels) en la década de 1840 en Inglaterra como expresión del proletariado industrial y agrícola moderno del país capitalista más avanzado.
Comparada con el cartismo la Liga de los Comunistas aparece algo rezagada, al estar compuesta en su mayor parte por obreros aún no proletarizados y asalariados (artesanos alemanes dispersos por los distintos Estados alemanes, Suiza, Bélgica, Inglaterra, Francia), por lo que su ideología estaba en gran medida impregnada de utopismo comunista, sobre todo en sus inicios: el avance sin embargo —y se da la circunstancia de que los elementos más avanzados y radicales del cartismo también lo impulsaron— fue su internacionalismo. La Liga de los Comunistas se caracterizó también por una vigorosa tendencia a la teorización —y ésta iba a ser la aportación más notable del movimiento obrero alemán, representado eminentemente por Marx-Engels60. La conjunción de estos dos elementos iba a desarrollar capacidades organizativas desconocidas hasta entonces en la historia del movimiento obrero: la tendencia a crear, mucho antes de la crisis revolucionaria, una forma de organización, a ser posible internacional, de carácter estable, militante y fundada en principios teóricos.
Fue a través del contacto con el movimiento obrero francés, cuyas capacidades políticas eran excepcionales debido a la lucha de clases y a las condiciones de desarrollo del conjunto de la sociedad francesa, como los comunistas alemanes, gracias a sus capacidades de teorización práctica, lograron resultados organizativos a escala internacional. En vísperas de la revolución de 1848 consiguieron, junto con la fracción más radical del cartismo inglés, constituir un primer comité internacional, embrión de la futura Primera Internacional.
Sin embargo, en 1848 el escaso desarrollo general de las fuerzas productivas y la pervivencia, en Europa central y meridional, de los poderes feudales en el aparato político de los Estados significaba que el establecimiento de relaciones capitalistas seguía siendo en gran medida la condición previa, especialmente en el continente europeo, no sólo para el comunismo, sino incluso para la formación de proletarios: por tanto, el movimiento seguía siendo democrático, ya que las tareas burguesas que había que realizar seguían siendo progresivas y, por tanto, podían lograrse luchando junto a la burguesía revolucionaria o sustituyéndola, contra las supervivencias feudales61. En resumen, las tareas inmediatas que el proletariado debía necesariamente plantearse durante la revolución de 1848 podían resultar de la propia revolución burguesa en todos los países del continente (aparte de Francia), es decir, podían realizarse con la ayuda de una fracción de la burguesía. ¿Acaso la propia revolución obrera de junio de 1848 en París no tuvo, según Marx, su efecto más directo —a pesar de la derrota— en lanzar al resto de Europa al asalto contra el feudalismo? Además, la guerra contra el poder feudal ruso habría podido asegurar la victoria de la democracia. Esta guerra, deseada por Marx-Engels, habría hecho avanzar la revolución, cortado la retirada de la burguesía y aniquilado de un golpe el feudalismo ya medio derrotado62.
Tras el aparente fracaso en todos los frentes de la revolución de 1848 y la completa disolución de las organizaciones obreras tanto en Inglaterra como en el continente, la Primera Internacional proclamó que, en todos los países avanzados, la clase obrera, para lograr su emancipación, no podía seguir junto a la burguesía radical: La Nueva Gaceta Renana de Marx, órgano de la democracia, fue sustituida por el primer intento de organización independiente de los trabajadores en el seno de una Internacional63. La Primera Internacional sólo esbozó las primeras organizaciones de clase del proletariado, pero sin embargo representa el nacimiento del partido político de todo el proletariado europeo y norteamericano, su constitución internacional en clase. El filantropismo inglés de Owen y las asociaciones de ayuda mutua se convirtieron en sociedades de resistencia contra el capital y, al fusionarse con la política, la agitación económica y las huelgas adquirieron un carácter social y revolucionario.
El propio Engels explica cuáles fueron los resultados de la Primera Internacional y los medios utilizados para obtenerlos:
La vieja Internacional está completamente muerta. Y eso es bueno… En 1864, la conciencia teórica del movimiento era todavía muy confusa entre las masas de Europa, es decir, en la realidad: el comunismo alemán no existía aún en forma de partido obrero, el proudhonismo era todavía demasiado débil para cabalgar sobre sus tópicos favoritos, las últimas elucubraciones de Bakunin no habían germinado aún en su espíritu, incluso los dirigentes de los sindicatos ingleses creían poder entrar en el movimiento sobre la base del programa formulado por los considerandos de los estatutos de la Internacional.64
Cuando Marx fundó la Internacional, redactó los estatutos generales de tal manera que todos los socialistas obreros de la época pudieran participar: proudhonianos, pierre-lerouxistas e incluso la parte más avanzada de los sindicatos ingleses. Sólo gracias a esta amplia base la Internacional llegó a ser lo que fue: el medio de disolver y absorber progresivamente a estas pequeñas sectas, con excepción de los anarquistas, cuya súbita aparición en los diversos países no fue más que la violenta reacción de la burguesía contra la Comuna.65
La Comuna —la primera dictadura del proletariado que duró tres meses— fue el mayor éxito de la Internacional, su hija, «aunque la Internacional no movió un dedo para iniciarla, pero de la que la Internacional fue justamente hecha responsable» (ibid.). Y Engels prevé la característica primordial de la futura II Internacional:
Para dar origen a una nueva Internacional del tipo de la antigua —una alianza de todas las organizaciones proletarias de todos los países— sería necesario un aplastamiento general del movimiento obrero tal como lo conocimos de 1849 a 1864. Para ello, el mundo proletario se ha vuelto demasiado vasto y profundo. Creo que la próxima Internacional será directamente comunista y mostrará francamente nuestros principios, cuando los escritos de Marx hayan producido su efecto durante algunos años. (Ibid.)
En el siguiente pasaje, Marx demuestra que el partido histórico no puede ser destruido, sino que siempre resurge con más fuerza:
Después de la caída de la Comuna de París, era natural que toda organización de la clase obrera en Francia se rompiera momentáneamente; pero hoy [1878, RD] comienza a desarrollarse de nuevo. Por otra parte, en la actualidad los eslavos, especialmente en Polonia, Bohemia y Rusia, a pesar de todos los obstáculos políticos y sociales, comienzan a participar en el movimiento internacional, y ello con una magnitud que los más optimistas de entre nosotros no preveían en 1872. Así, en lugar de estar muerta, la Internacional no ha hecho más que salir de su primer período de incubación para entrar en una fase superior de desarrollo, en la que sus tendencias originales se realizan ya en parte. En el curso de este desarrollo creciente, tendrá que sufrir muchas más metamorfosis antes de poder escribir el último capítulo de su historia.66
La teoría marxista se había confirmado en la evolución social, económica y política de toda la sociedad europea y se había impuesto a la acción militante de todos los proletarios revolucionarios: constitución del proletariado como clase, y por tanto como partido; asalto proletario contra el poder burgués, y establecimiento de un nuevo Estado proletario con la erección del proletariado francés en clase dominante, para gran terror de todas las clases dominantes del mundo. Por consiguiente, la Segunda Internacional sólo podía crearse, al final de la segunda gran oleada contrarrevolucionaria, sobre los principios del socialismo científico de Marx-Engels, del proletariado moderno.
La Segunda Internacional parece, a primera vista, dar un paso atrás en relación con la Primera Internacional, que constituyó una única organización internacionalista y reunió bajo una misma dirección tanto a partidos políticos como a sindicatos (esta unidad se debió a la debilidad numérica de la militancia, cuya dispersión exigía un vínculo directo con el centro). La Segunda Internacional se propuso fundar partidos políticos socialistas y sindicatos obreros de masas en todos los países algo desarrollados. Sus carencias, tras un larguísimo periodo de paz (toda la violencia concentrada del capitalismo se ejerce sobre las colonias), se manifestarán exactamente a nivel de esta tarea y darán lugar al reformismo y al revisionismo de principios. En lugar de reforzar el enlace y la integración internacionales a medida que avanza, las organizaciones adquirirán un carácter cada vez más particular, local, nacional, contingente; en lugar de estrechar cada vez más las organizaciones económicas y políticas, se producirá una escisión entre la actividad política (demasiado exclusivamente parlamentaria y orientada hacia reformas y compromisos pacíficos) y la actividad sindical (demasiado limitada a las reivindicaciones inmediatas y económicas).
La primera tarea de la II Internacional fue reagrupar las fuerzas proletarias en organizaciones de clase masivas, luchando por la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y por su participación de clase en las luchas políticas. Pereció por haber traicionado sus principios en la hora decisiva del choque violento, siendo la propia guerra imperialista de 1914 una negación flagrante de sus ilusiones sobre la posibilidad de mejorar progresivamente las condiciones de vida de las masas y de conquistar pacíficamente el socialismo mediante una educación socialista previa de la clase obrera. La historia sancionó definitivamente como quimérica la teoría de una transición indolora al socialismo.
La III Internacional tendrá primero que restablecer los principios que a partir de ese momento, habiendo sido ampliamente confirmados por la historia, sólo pueden vencer en la realidad o ser pisoteados, y que son evidentemente el patrimonio común del proletariado revolucionario del mundo entero67. Los problemas de organización han encontrado en la teoría definitivamente su solución, y no queda nada por inventar en este terreno.
La tarea a la que deberá dedicarse esencialmente la Internacional Comunista será la misma en la que había caído la II Internacional: aplicar, por la acción, en la práctica, los principios llevando a cabo la revolución en todo el mundo. Los bolcheviques obtuvieron una primera victoria para el proletariado en Rusia, pero una táctica demasiado flexible en los países desarrollados de Occidente en la aplicación de los principios proclamados tan correctamente y en voz alta en nombre del proletariado mundial68 dio lugar a un reemergencia de las particularidades de acción, reclutamiento, directivas y, con el fracaso de la revolución internacional en los países desarrollados, la doctrina nacionalista de la posibilidad de construir el socialismo en un solo país, luego país por país, con medios particulares y contingentes, retrocediendo al nivel de la degeneración de la II Internacional, lo que muestra la amplitud del retroceso actual. Zinóviev intentó en vano en 1926 remontar la corriente proponiendo la formación de un partido mundial único, resultado normal de la Internacional de Lenin69, pero era una medida organizativa puramente formal frente al poder físico del Estado estalinista ruso y de las fuerzas materiales contrarrevolucionarias engendradas incluso en el partido por la degeneración.
Nuestra tarea aquí no es determinar de antemano las características necesarias del partido comunista mundial que resurgirá con el renacimiento del movimiento obrero revolucionario. Lo que podemos predecir para él es una fusión completa de movimiento económico y político, organización e internacionalismo, principios y táctica, centralización y antidemocratismo, comunismo e impersonalismo, todo lo cual Marx-Engels reivindicaron como los requisitos más elevados para el partido histórico que representaban y defendían. Sin estas condiciones, cualquier partido formal de hoy reventaría bajo la presión de las terribles realidades actuales y de un adversario cada vez más experimentado y totalitario70.
La teoría de Marx sobre la constitución del proletariado como clase y, por tanto, como partido, tal como se enuncia en el Manifiesto, podía parecer irreal, incluso quimérica, en 1848 dado el bajo nivel de madurez general. De hecho, con el paso de los años no hizo sino hacerse más real y ganar en densidad, profundidad y extensión, al tiempo que las condiciones de su formación exigían más decisión, más conciencia, más radicalismo y más sentido práctico, y constituían un peligro mayor para el orden establecido del capital. Mientras esta primera fase del desarrollo del proletariado como clase no sea superada por el paso a la fase siguiente, su exigencia sólo aparecerá con mayor fuerza y más candente actualidad. A los ojos del marxista revolucionario, toda la historia política del siglo gira en torno a los esfuerzos multiformes y repetidos de un proletariado más o menos consciente por establecerse como clase y a los intentos desesperados de la burguesía por frustrar estos esfuerzos. En efecto, la burguesía se ha dado cuenta de que «es incapaz de dominar política y socialmente a la nación sin el apoyo de la clase obrera»71, sin esos millones de complicidades, objetivas e insidiosas, que pueda encontrar en el “pueblo” y entre los asalariados, así como en los traicioneros partidos obreros, que primero debemos denunciar y socavar, porque sólo entonces será posible atacar eficazmente al sistema capitalista. Esto demuestra hasta qué punto el proletariado, a pesar de su pasividad actual, domina la escena social desde arriba.
La constitución del proletariado en clase, y por tanto en partido, obedece al más estricto determinismo histórico y no es en absoluto un acto de voluntad deliberado de individuos o grupos que se fijan como objetivo dotar a la clase y a la revolución de un instrumento de lucha eficaz, reuniendo a militantes o grupos en torno a una plataforma de compromiso. La formación del partido corresponde a tareas muy precisas que no se trata de inventar o crear, sino de sancionar y promover mediante un método coherente y sistemático. En resumen, hay que someterse a él, insertándose a partir de las condiciones dadas en el proceso histórico ya ampliamente comprometido por una praxis secular, realizando esta grandiosa soldadura que asegura la continuidad de la vida y de la acción de este gigantesco cuerpo social que es el proletariado de ayer, de hoy y de mañana.
Partidos oficiales y partido revolucionario
En esta última parte, consideraremos en primer lugar lo que distingue al partido revolucionario de los partidos en general, y de los partidos obreros conservadores en particular. Es situándolos en los mecanismos que aseguran el movimiento o, por el contrario, el estancamiento histórico, como encontraremos sus diferencias. Luego abordaremos la cuestión de la relación entre el proletariado en general y su partido, en particular en la perspectiva de la transformación revolucionaria de la sociedad existente.
Pero consideremos por un lado las organizaciones o partidos totalitarios, democráticos, pequeñoburgueses, burgueses y, por otro, el partido obrero. Hemos visto que los partidos que sólo pretenden romper su aislamiento del Estado, siendo sólo partidos de oposición que pretenden gobernar solos o en coalición. Son partidos políticos puros sin ningún objetivo social específico, es decir, partidos burgueses oficiales, ya que no van más allá del modo social de producción existente, el capitalismo. Mejor aún, no son más que excrecencias del Estado, en virtud de su organización jurídica y de su finalidad gubernamental, aunque estos partidos representen a capas o clases particulares de la sociedad. La fórmula de Engels se les aplica perfectamente:
La sociedad produce ciertas funciones comunes de grupo que le son indispensables. Los individuos que son designados para ellas constituyen una nueva rama de la división del trabajo dentro de la sociedad. Adquieren así intereses particulares opuestos a los de sus mandantes, se independizan de ellos y ya tenemos ahí el Estado.72
Ante nuestros ojos, el Estado capitalista tiende irresistiblemente a transformar todos los partidos, sindicatos y asociaciones en sus extensiones o tentáculos. El totalitarismo político va de la mano de la concentración económica. Este movimiento demuestra, por otra parte, que los múltiples antagonismos exigen un despotismo creciente del capitalismo, lo que tiende ciertamente a reforzar el sistema, pero también atestigua las dificultades cada vez mayores de la clase dominante. De hecho, la integración de las organizaciones obreras corresponde a un movimiento en última instancia contradictorio, en el que los intereses particulares de grupos socioeconómicos opuestos se funden en un equilibrio muy inestable en el Estado, ya que los partidos y asociaciones se esfuerzan por mantener una vida propia, con sus intereses particulares, sus turbias connivencias y su actitud bizantina hacia sus propios electores, convirtiéndose en verdaderos colosos, pero con pies de barro, como queda patente en el momento de las crisis.
Una doble diferencia separa al partido revolucionario de los partidos oficiales de cualquier tipo. El partido revolucionario de clase tiene profundas raíces en la economía, en el polo donde se concentran las masas trabajadoras, asalariadas y productivas: está, por tanto, directamente ligado a sus luchas reivindicativas específicas, que conducen, con la exigencia de la abolición del trabajo asalariado, al propio objetivo comunista del partido político. La segunda diferencia se refiere a su oposición al Estado burgués existente: a diferencia de los partidos obreros conservadores, el partido revolucionario no aspira a gobernar en el marco de las instituciones políticas capitalistas y de la economía capitalista: todos sus esfuerzos convergen hacia el objetivo abiertamente proclamado de la destrucción del Estado burgués.
En resumen, la diferencia es simple. Sin embargo las cosas se enturbian cuando un partido revolucionario de clase, en lugar de ser derrotado y destruido por el adversario en un violento choque antagónico, degenera gradualmente en el campo contrario, sin dejar de afirmar que es un partido revolucionario del proletariado. Esta cuestión no era en absoluto desconocida para Marx-Engels: toda su actividad partidaria muestra que siempre concentraron sus esfuerzos en mantener o dar al partido su carácter de clase, luchando contra todo lo que lo desviaba.
La experiencia del hundimiento material —y no meramente subjetivo— de la gran socialdemocracia alemana en el momento en que se vio empujada al paredón por la violenta crisis de 1914, y cuando traicionó abiertamente a la clase obrera, se ha convertido en el ejemplo clásico del mal uso de un partido de clase. La cita que reproducimos es ciertamente de Trotsky, pero las conclusiones y las lecciones prácticas y teóricas que extrae están directamente en línea con la continuidad de Marx-Engels en su lucha por la creación de un verdadero partido de clase del proletariado alemán: advertencias contra el oportunismo incipiente de los dirigentes de la socialdemocracia alemana, consejos a estos mismos dirigentes para salvaguardar el carácter de clase de la organización, amenazas de romper todo vínculo con una socialdemocracia que «trafica con sus principios»:
La socialdemocracia alemana no es un accidente; no cayó del cielo, es el producto de los esfuerzos de la clase obrera alemana en el transcurso de décadas de construcción ininterrumpida y de adaptación a las condiciones que prevalecían bajo el régimen de los capitalistas y los junkers. El partido y los sindicatos vinculados a él atrajeron a los elementos más destacados y enérgicos del medio proletario, que recibieron allí su formación política y psicológica. Cuando estalló la guerra y llegó la hora de la mayor prueba histórica, se reveló que la organización oficial de la clase obrera actuaba y reaccionaba no como una organización de combate del proletariado contra el Estado burgués, sino como un órgano auxiliar del Estado burgués destinado a disciplinar al proletariado. La clase obrera, al tener que soportar no sólo todo el peso del militarismo capitalista, sino también el de su propio aparato de partido, quedó paralizada. Ciertamente, los sufrimientos de la guerra, sus victorias y derrotas, pusieron fin a su parálisis, liberándola de la odiosa disciplina del partido oficial. Este último se dividió en dos. Pero el proletariado alemán permaneció sin una organización revolucionaria de combate. La historia manifestó una vez más una de sus contradicciones dialécticas: precisamente porque la clase obrera alemana había gastado la mayor parte de su energía en el período anterior en construir una organización autosuficiente, ocupando el primer lugar en la II Internacional, como partido y como aparato sindical, fue precisamente por ello que, cuando se abrió un nuevo período, un período de transición a la lucha revolucionaria abierta por el poder, la clase obrera se encontró absolutamente indefensa en el plano organizativo.73
Hoy en día, la degeneración del movimiento comunista internacional ha producido decenas de partidos elefantiásicos, vaciados de toda energía revolucionaria, pero hinchados de miembros de todas las categorías y clases sociales integradas en el sistema capitalista, y llevados por las urnas de las masas aburguesadas ideológicamente, al menos tanto o más que económicamente.
En un brillante pasaje de Terrorismo y comunismo, Trotsky traza en primer lugar un diagrama, una especie de cadena de causas y efectos, en el que sitúa a este tipo de partidos, a los que hay que equiparar con ese enorme parásito que es el Estado capitalista senil, que se hincha desmesuradamente y succiona la energía vital de la sociedad. Hay que señalar que estos partidos son la última de las superestructuras de violencia, cuyo parasitismo crece en proporción geométrica a medida que se alejan de la base económica donde las fuerzas vivas producen:
Si ascendemos desde la producción, fundamento de las sociedades, hasta las superestructuras que son las clases, los Estados, las instituciones jurídicas, los partidos, etc., podemos establecer que la fuerza de inercia de cada nivel de la superestructura no sólo se suma a la inercia de los niveles inferiores, sino que en ciertos casos se multiplica. En consecuencia, la conciencia política de grupos que durante mucho tiempo se imaginaron a sí mismos como los más avanzados aparece en el período de transición como un enorme freno al desarrollo histórico. Está absolutamente fuera de duda, en el momento actual [1919], que los partidos de la II Internacional puestos a la cabeza del proletariado han sido la fuerza decisiva de la contrarrevolución, porque no se han atrevido, sabido y querido tomar el poder en el momento más crítico de la historia de la humanidad y han conducido al proletariado al exterminio imperialista mutuo.74
Marx ya había tenido ocasión de condenar
este tipo de organización [que] contradice el desarrollo del movimiento proletario, porque estas asociaciones, en lugar de educar a los obreros, los someten a leyes autoritarias y míticas que obstaculizan su independencia y orientan su conciencia y su acción en una dirección falsa.75
Son sobre todo los criterios políticos —su actitud hacia el Estado existente— los que permiten reconocer a un partido obrero sin escrúpulos. En efecto, aunque sólo sea para mantener su influencia sobre las masas, siguen pretendiendo defender los intereses económicos inmediatos de las masas trabajadoras, esforzándose por satisfacerlos en el marco de la producción existente. La característica de los partidos obreros desviados es, por tanto, que pretenden cambiar las relaciones sociales por simples medios políticos, apoyándose en todos los recursos que les proporciona el Estado existente. Para ello, no sólo deben rechazar la violencia del sistema capitalista organizado, sino también condenar la violencia natural de las masas proletarias, dictada por las contradicciones económicas existentes. En lugar de apoyarse en las luchas espontáneas de las masas, de alentarlas, de orientarlas hacia los objetivos generales después de haberlas organizado y concentrado, los partidos obreros conservadores invierten la dirección de las luchas, actuando de arriba abajo, lo que inicia una verdadera dictadura del partido oportunista sobre las masas revolucionarias. (En sus carteles electorales, el actual partido comunista degenerado escribe naturalmente que quiere actuar «en orden», que es la característica principal de un partido conservador).
Como repitió Marx cien veces, la revolución es un fenómeno natural que comienza desde abajo, la violencia de las contradicciones acumuladas desata a las masas. Es entonces cuando éstas se arman para hacer valer sus intereses y, enfrentándose a la violencia concentrada del Estado existente, forjan, a través de su partido revolucionario de clase, un nuevo tipo de Estado, mediante el cual luchan para derribar los restos del viejo poder capitalista y contra el enemigo exterior de la revolución.
Los marxistas revolucionarios, incluido Lenin, distinguen pues entre el partido y el Estado, y es también esta relación la que marca la diferencia entre los revolucionarios y los contrarrevolucionarios, incluido Stalin, por ejemplo. La lucha, que ya no es nacional, salvo en su forma y limitaciones, sino internacional, no está dirigida por el Estado de la dictadura del proletariado, que se identifica con el partido para someterse a él, sino por la Internacional, que vela por los intereses del proletariado de todos los países (y no sólo del país “socialista”), así como por los intereses futuros de todo el movimiento proletario (y no sólo por los de una fracción, el llamado “campo socialista”76).
Sólo la Internacional es capaz de oponerse al desarrollo de fracciones que cumplen “funciones comunes de grupo” y acaban constituyendo organismos separados con intereses particulares, distintos y luego opuestos a los del movimiento en su conjunto. En consecuencia, Marx dice:
Los objetivos de la Internacional deben ser necesariamente lo suficientemente amplios como para abarcar todas las formas de actividad de la clase obrera. Darles un carácter particular sería adaptarlos a las necesidades de una sola sección o a las necesidades de los trabajadores de una sola nación. Pero, ¿cómo pedir a todos que se unan para conseguir los intereses de unos pocos? Si nuestra Asociación actuara así, ya no tendría derecho a llamarse Internacional. La Asociación no dicta ninguna forma particular a los movimientos políticos: sólo exige que estos movimientos tiendan hacia un mismo objetivo final.77
Lo que distingue a una organización obrera oficial y conservadora de una organización proletaria revolucionaria es demasiado importante como para no detenernos en ello. Con este fin, definiremos el lugar y la función —y, por tanto, la naturaleza— del partido revolucionario del proletariado dentro del movimiento, los engranajes o estructuras del cuerpo social. Primero vamos a detener la película por un momento, por razones de exposición didáctica, dando sucesivas definiciones en un orden lógico, luego reanudaremos la película, para reproducir la dinámica del desarrollo social.
El lugar del partido revolucionario en la sociedad
Volvemos a Marx-Engels, y en particular al escueto prefacio a la Crítica de la economía política de 1859.
En la base misma de la producción y de la sociedad se encuentran las fuerzas productivas materiales de la sociedad, entre las cuales la clase obrera revolucionaria es la más esencial. Además de la fuerza de trabajo viva del hombre, incluyen en las diversas etapas de desarrollo los utensilios e instrumentos de que dispone para el ejercicio de su actividad, la fertilidad de la tierra cultivada, las máquinas que se suman al poder del hombre, las energías mecánicas, físicas y químicas y, por último, todos los procesos y técnicas conocidos y aplicados por una sociedad determinada a la tierra y a los materiales de estas fuerzas manuales y mecánicas.
Las relaciones de producción e intercambio de un determinado tipo de sociedad emanan de la determinada forma o distribución de las fuerzas productivas. Son «las relaciones necesarias que los hombres establecen entre sí en la producción social de su existencia». Para ser más concretos, entre las relaciones de producción, en sentido general, está la libertad y la prohibición para tal o cual grupo de hombres de acceder a la tierra para trabajarla, de disponer de los instrumentos, de las máquinas, de los productos del trabajo para consumirlos, trasladarlos o destinarlos a tal o cual uso. En su definición particular y determinada, existen las relaciones de producción de la esclavitud, la servidumbre, el trabajo asalariado (fuerza de trabajo-mercancía), la propiedad de la tierra, la empresa industrial.
En la definición, que ya no refleja el aspecto económico sino el jurídico, las relaciones de producción pueden denominarse relaciones de propiedad o, como encontramos en otros textos, formas de propiedad relativas a la tierra, las herramientas, el trabajador, el producto de su trabajo, las mercancías, etc. Este conjunto de relaciones constituye, junto con las fuerzas productivas, la base económica de la sociedad.
A diferencia de los partidos oficiales que se basan en el Estado que prolongan, el partido obrero revolucionario toma su fuente y su energía de las fuerzas productivas que crean formas sociales asociadas y preparan así las relaciones de la futura sociedad comunista, ya expresada por el partido revolucionario. Estas nuevas fuerzas productivas se rebelan contra las viejas relaciones sociales burguesas, que se han vuelto demasiado estrechas y requieren para su defensa superestructuras políticas del Estado cada vez más enormes, que ahogan el desarrollo de una nueva forma de sociedad, conforme a las nuevas fuerzas productivas creadas por el trabajo. El partido proletario prolonga así, en el terreno político, la actividad del proletariado en el aparato productivo, siendo la forma intermedia de organización el sindicato obrero que organiza a la clase sobre la base de sus reivindicaciones económicas.
Los partidos oficiales extraen su fuerza de la energía potencial que aún representa el Estado, el cual prolongan las fracciones de clase o los estratos de los que son expresión. Pueden tener una fuerza numérica a veces considerable, así como los recursos variables de estos grupos socioeconómicos o del Estado. El partido revolucionario, por el contrario, extrae su fuerza de toda la dinámica de la producción que tiende, con el desarrollo de las fuerzas productivas —y por tanto del proletariado— a hacer añicos la forma de producción y la sociedad capitalista. Toda la energía de la sociedad se dirige hacia ella, y alcanza su paroxismo en la práctica cuando las contradicciones entre las clases llegan a su máximo, con la crisis que sigue al desarrollo supremo de la prosperidad capitalista. La revolución es la lucha entre estas dos fuerzas gigantescas.
Tras este esbozo de las estructuras de la sociedad capitalista, pasamos ahora a la dinámica del desarrollo económico y social. La fuerza motriz es la contradicción entre las fuerzas productivas sociales y el modo capitalista de apropiación privada, que se manifiesta en primer lugar en la economía en la oposición entre salario y plusvalía. La plusvalía arrancada a los trabajadores productivos acelera el proceso de acumulación, que aumenta a un ritmo creciente, conduciendo a una socialización cada vez mayor de las fuerzas productivas vivas y objetivas, utilizadas masiva y cooperativamente por el trabajo como resultado de la ruina de las pequeñas empresas debido a la concentración del capital. El primer resultado es la sobreproducción y la crisis. El antagonismo entre trabajo y capital produce así literalmente el conflicto entre el modo de producción cada vez más socializado y el modo de distribución (de intercambio o apropiación) privado (de individuos, empresas, grupos o clases). Como dirá Marx en la siguiente cita, la base económica del cuerpo social está demasiado desarrollada para las estrechas relaciones de propiedad burguesa —con su corolario, la creciente no-propiedad de las masas cada vez más explotadas— y es aplastada, por así decirlo, por las superestructuras políticas e ideológicas del Estado en las que se han extendido las relaciones de propiedad capitalistas, que defienden el sistema frente a las demás clases de la sociedad, especialmente el proletariado.
En una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción y de intercambio existentes o —lo que no es más que la expresión jurídica de esto78— con las relaciones de propiedad dentro de las cuales han evolucionado hasta ahora. Estas relaciones han pasado de ser formas de desarrollo a ser obstáculos para el desarrollo de las fuerzas productivas. Comienza entonces una época de revolución social.
Con el cambio de la base económica, toda la enorme superestructura se trastorna más o menos rápidamente. Al considerar tales trastornos, hay que distinguir siempre entre el trastorno de las condiciones económicas de producción —que puede observarse de manera científicamente rigurosa [y, por tanto, una posible predicción de crisis y revolución, RD]— y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas [se trata de una gradación, RD], en resumen, las formas a través de las cuales los hombres toman conciencia de este conflicto y lo hacen ocurrir.79
Hemos puesto en mayúsculas el final de la cita para subrayar el hecho de que a través de las formas superestructurales los hombres pueden llevar hasta el final la crisis de la producción y desenmarañarla revolucionariamente mediante la instauración de un nuevo modo de producción superior.
Por lo tanto, el estudio de las estructuras de la sociedad conduce en última instancia a la cuestión de dónde y cómo deben intervenir los proletarios para resolver verdaderamente la crisis, ya que el socialismo no surge espontáneamente del colapso de la producción capitalista. En otras palabras, la sucesión de los modos de producción en la historia se realiza en última instancia a través de la revolución política, y en este sentido, nos dicen Marx-Engels80, la violencia es un agente económico.
Los proletarios deben llevar la crisis del aparato de producción desde el plano sindical y económico hasta las superestructuras, rompiendo las instituciones burguesas estatales, jurídicas, administrativas, etc., así como la vieja ideología en todas sus formas, culturales, artísticas, religiosas, etc. La producción capitalista tiene necesariamente ramificaciones o extensiones en el campo de la vida social, es decir, superestructuras. Pero estas superestructuras no se derrumban al mismo tiempo que se detiene el aparato económico (crisis económica): por tanto, deben ser contenidas y destruidas y —dado que la fuerza sólo puede ceder ante otra fuerza— el proletariado debe crear, al menos temporalmente, sus propias superestructuras de violencia81.
El lugar del partido en la producción
Los hombres hacen su propia historia. En el plano de las clases y de la sociedad, lo hacen a través de superestructuras, gracias a las cuales sistematizan su actividad y concentran sus fuerzas, primero en partidos en el plano de la clase, luego en el poder del Estado en el plano de la sociedad, para hacer prevalecer sus intereses y su modo de vida e imponerlos a toda la colectividad. A través de estas superestructuras, manifiestan una voluntad en acción. La forma es inconsciente en la burguesía, se produce bajo la presión directa de las situaciones cambiantes. Debe ser necesariamente consciente en el proletariado, cuya acción —para ser eficaz— debe anticipar, de manera coherente y sistemática, el objetivo al que tiende: la instauración de una sociedad en la que los hombres organicen colectivamente su producción y su vida social según un plan común, racional y consciente.
En la historia de la humanidad, las superestructuras constituyen un medio precoz de intervención en la economía y la vida social:
La dinámica de las esferas política, jurídica, filosófica, religiosa, literaria, artística, etc., se basa en la dinámica económica. Todas estas esferas reaccionan entre sí, así como sobre la base económica. No es que la economía sea la única causa activa y que todo lo demás sea sólo pasivo. Al contrario, hay una acción recíproca sobre la base económica, aunque esta última siempre prevalece en última instancia. Por ejemplo, el Estado actúa mediante el proteccionismo, el libre comercio, la buena o mala fiscalidad.82
Por tanto, estas esferas no son en absoluto reflejos pasivos de la base económica, como imaginan los marxistas vulgares que carecen de espíritu dialéctico y no entienden nada de determinismo. En la sociedad capitalista desarrollada, cada una de estas «esferas» representa una verdadera rama de actividad que reagrupa masas considerables de hombres y mujeres —a menudo asalariados— que desempeñan funciones indispensables para el capital, aunque improductivas o socialmente perjudiciales, por ejemplo la administración, la policía, el ejército, la educación nacional, la prensa, la publicidad, los espectáculos, los ejercicios religiosos, etc.
En la medida en que todas estas actividades constituyen grupos independientes dentro de la división social del trabajo, sus producciones —incluidos sus errores— ejercen una influencia de retroalimentación sobre todo el desarrollo económico. Esto no impide que todas ellas estén bajo la influencia dominante del desarrollo económico.83
Y Engels explica brevemente la relación entre la economía y las actividades superestructurales:
La economía no crea directamente nada por sí misma, sino que determina una especie de modificación y desarrollo de la materia intelectual existente, y aun así la mayor parte de veces lo hace indirectamente. Así, son las formas políticas, jurídicas y morales las que influyen más directamente en la filosofía. (Ibid.)
Las modificaciones son, pues, muy lentas y parten de la base económica «que en última instancia es siempre determinante». Así pues, a medida que las nuevas relaciones sociales del futuro comunismo se desarrollan en el seno de la producción capitalista con el trabajo asociado a escala cada vez mayor de la masa de proletarios, la creciente combinación social de procesos, técnicas e instrumentos de producción, la cada vez mayor producción en serie de mercancías masivas para el mercado mundial y la creciente aplicación de la ciencia, de lo que Marx llama el «cerebro social»84 que se ha apropiado y ha combinado y sistematizado todos los conocimientos y métodos del pensamiento humano desde la noche de los tiempos. Sólo después de un largo período histórico estas nuevas relaciones de producción se fortalecen y, en los ciclos de crisis tras una fase frenética de aumento de la producción, entran en aguda oposición con las viejas relaciones de producción que se han vuelto demasiado estrechas y prolongadas en la enorme superestructura política y administrativa del Estado burgués.
Toda la concepción marxista del partido, basada en el materialismo, la historia y la dialéctica y confirmada por las tareas prácticas de subversión social del partido, exige que este esté vinculado a la economía, no en abstracto, sino en su curso real, que es por definición cambiante bajo el capitalismo. La visión de la formación, naturaleza y papel del partido subyace a una visión definida del curso general de la economía capitalista en la que opera. Cualquier distorsión en la concepción del partido revela implícitamente una determinada visión económica.
A ojos de Marx-Engels, el curso del capitalismo no corresponde a un ascenso y luego a un declive de la producción, sino por el contrario a una exaltación dialéctica de la masa de fuerzas productivas (con la acumulación siempre creciente de los medios materiales de producción en un polo, y la reacción hostil de masas cada vez más dominadas y controladas por el capital, en particular el antagonismo de clase del proletariado). El potencial productivo y económico general siempre aumenta por término medio hasta que se rompe el equilibrio: entonces se produce la crisis o fase revolucionaria explosiva en la que, en un corto período precipitado por la ruptura de las formas de producción caducas, las fuerzas de producción caen para darse una nueva base; cuando se supera la crisis, reanudan un ascenso aún más potente. Hay pues un ascenso general medio, con ciclos de crisis, revolución o guerra, luego recuperación, prosperidad y nueva crisis.
Todas las escuelas revisionistas —desde el reformismo clásico hasta el estalinismo y las escuelas trotskistas (de forma más atenuada pero insidiosa)— coinciden, por el contrario, en que el capitalismo, tras una fase de madurez, sigue una curva descendente que ya no puede subir: su curva es fatalista y gradualista, en lugar de ser ascendente en promedio y accidentada con caídas cíclicas. También ignoran la acción de las superestructuras políticas, con la intervención del Estado, la fiscalidad, el libre comercio o el proteccionismo (o la combinación de ambos), que tienen un efecto de retroalimentación sobre la economía, como deja claro la cita de Engels que ponemos más abajo. El reformismo clásico, por tanto, creía que cuando el capitalismo terminara de declinar, el socialismo llegaría por sí solo, sin agitación, sin luchas ni enfrentamientos armados, sin preparación partidista: los elementos del socialismo penetraban gradualmente en el tejido capitalista, con nacionalizaciones, transportes públicos, construcciones de interés social, servicios públicos de educación, sanidad, higiene, asistencia a niños, enfermos, ancianos, etc. La concepción de Stalin y de los post-estalinistas es que la producción rusa llamada socialista está todavía en fuerte expansión, mientras que la producción capitalista estaría en decadencia en la era imperialista o senil del capital. En realidad, la producción rusa es la de un capitalismo joven cuyo crecimiento inicial, como el de cualquier cuerpo joven, es muy fuerte, y luego declina gradualmente, sin dejar de ser ascendente y accidentada.
La llamada concepción trotskista se asemeja en cierto modo a la corriente anarquista en el sentido de que ve la curva del capitalismo no como positiva sino como negativa en el capitalismo senil. Así, la revolución podría estallar en cualquier momento, como piensan los anarquistas de toda la vida, que no prestan atención al impacto de la economía en el proceso revolucionario y, en consecuencia, desdeñan la acción de las superestructuras tanto de la burguesía, para preservar y estimular la producción capitalista, como del proletariado, para organizar a las masas a través del partido con el fin de preparar y dirigir la revolución que abrirá el camino al comunismo una vez que las instituciones políticas burguesas se hayan hecho añicos. Por supuesto, los trotskistas juran por el partido; sin embargo, a sus ojos, las condiciones materiales existen desde hace mucho tiempo, sólo faltan las condiciones subjetivas. Pero su falsa visión general del curso concreto del capitalismo significa que hay una brecha insalvable entre las condiciones materiales estancadas o en declive y las condiciones subjetivas que deben cumplirse para lograr una recuperación.
En la correcta visión marxista de los ciclos accidentados, las condiciones materiales acaban por unirse —tras varios ciclos decenales— a las condiciones políticas, y en la caída de la producción capitalista en el momento de la crisis, las condiciones subjetivas —la conciencia y la voluntad encarnadas a nivel de la clase en el partido— pueden intervenir en la política primero, en la economía después, a través de “medidas despóticas”.
Marx-Engels lucharon contra el obrerismo, especialmente en Francia, porque amplía excesivamente las condiciones de admisión en las organizaciones proletarias, despolitiza el partido y lleva a vacilar sobre la utilización enérgica de los medios políticos actuales. Del mismo modo lucharon, sobre todo en Alemania, contra la deformación intelectualista de quienes conciben el partido como una agrupación de elementos conscientes, pero sin ningún vínculo con la lucha de clases física y económica de las masas.
Separar las condiciones llamadas “subjetivas” de las objetivas es caer en una u otra de estas deformaciones. Es entonces cuando surge la pregunta de “por qué la revolución no avanza”. Pero esta pregunta no puede responderse si aceptamos que el capitalismo en la etapa imperialista está en decadencia. Por otra parte, la visión marxista de una curva accidentada, pero ascendente hasta la cima, donde se produce una caída violenta, abrupta, casi vertical, y en cuya parte inferior puede surgir un nuevo régimen social, iniciando un nuevo curso histórico ascendente de las fuerzas productivas, puede explicar por sí sola el proceso revolucionario, así como el contrarrevolucionario. Además, explica todos los fenómenos de la actual fase imperialista: en la economía, la creciente concentración y desarrollo de trusts, monopolios, dirigismo estatal, nacionalizaciones, y en la política, los regímenes totalitarios y policíacos, las superpotencias militares y los bloques imperialistas, etc., que reinan en el poder.
Frente a esta evolución, sería reaccionario —e inútil— que el partido opusiera a las exigencias gradualistas en la esfera política fórmulas de compromiso democrático y parlamentario para la restauración de formas liberales y tolerantes.
A medida que la historia, la economía y la política se han ido radicalizando en el último siglo, también lo ha hecho el partido revolucionario.
Marx y Engels siempre se opusieron a la idea de que había que “desradicalizar” el partido para aumentar su fuerza e influencia sobre las masas proletarias. Conocemos la fórmula de Marx según la cual la teoría se convierte en fuerza material apoderándose de las masas, y para ello debe ser radical85. Toda su lucha contra el obrerismo (que quiere extender el partido a toda la clase), contra el anarquismo (que quiere diluir la organización en la masa heterogénea del pueblo)86 y finalmente contra el reformismo emergente de la socialdemocracia atestigua que, para conquistar a las masas, la teoría y el partido, que reivindica el programa en su totalidad más allá de las situaciones contingentes, deben ser radicales. La Internacional Comunista empezó a degenerar después de Lenin porque creyó que conquistaría a las masas no formando un frente común allí donde era necesario, es decir, en el plano sindical, en el plano de las reivindicaciones económicas de los trabajadores, sino en el plano político, formando un frente común primero con las organizaciones y partidos obreros conservadores (con los socialistas que, en Alemania e Italia, habían luchado contra los primeros asaltos revolucionarios de los proletarios), y luego con los partidos “democráticos” pequeñoburgueses y burgueses. Esta serie de alianzas correspondía, de hecho, a una disolución de los principios y de la organización, a la que se apelaba a convertirse en un “partido de masas” y a colaborar con otros partidos, perdiendo cada vez más el programa su carácter de clase para hacerse popular.
La ilusión del estalinismo fue creer que las medidas organizativas puramente formales —monolitismo del partido, disciplina rígida, autocrítica de los militantes, sanciones de todo tipo en el seno del “partido de hierro”— podrían salvar los principios y la revolución, cuando en realidad estas medidas se volvieron despóticamente contra los elementos realmente comunistas y sólo prepararon la ausencia de principios para todos los giros y políticas posibles y la negación final del comunismo, una vez que el partido de clase del proletariado había sido caricaturizado, truncado y ensuciado.
El lugar del partido en la clase
Hoy más que nunca, frente a las concepciones populares y democráticas, es necesario subrayar, para captar la originalidad de la posición de Marx-Engels, el carácter de clase del partido revolucionario.
En el individuo —aunque sea proletario— no es la conciencia teórica la que determina la voluntad de actuar sobre el medio circundante, externo, sino que sucede lo contrario en la práctica. El impulso de la necesidad física determina primero, a través del interés económico, una acción no consciente e instintiva, es decir —para el proletario— una actividad determinada por la forma y la relación de producción en la que se encuentra desde el principio. Sólo mucho después de la acción se manifiestan la crítica y la teoría, a través de la intervención de otros factores. Por extraño que pueda parecer al obrerista o al revolucionario inmediatista de todos los matices, ocurre que espontáneamente, en las relaciones de producción de la sociedad capitalista, «las ideas de la clase dominante son también, en todo momento, las ideas dominantes». En otras palabras, la clase que detenta el poder, dominando materialmente la sociedad, es también la que la domina intelectualmente. La clase que dispone de los medios materiales de producción dispone también de la producción intelectual, de modo que, va de suyo, las ideas de aquellos a quienes se niegan los medios de producción intelectual están también sometidas a esta clase dominante87. Estamos entonces en el terreno de la democracia que ignora las condiciones económicas, determinadas, de cada ciudadano.
Espontáneamente, los individuos que componen la clase se ven empujados a actuar en direcciones discordantes por su situación particular en el sistema capitalista. Si son consultados y libres de decidir mediante el sufragio universal, su decisión se toma en última instancia en la dirección de los intereses de la clase contraria que detenta los medios de producción materiales e intelectuales dominantes.
De todas las páginas de Marx sobre el partido se desprende claramente que el comunismo no es sólo el resultado de todo el movimiento económico de la sociedad, sino también la expresión de la lucha política muy específica de la clase obrera por su autoemancipación. La clase obrera no puede actuar con medios que vayan en dirección contraria a su objetivo y a sus intereses generales. Sólo puede liberarse en sus propios términos. En este sentido, un mecanismo del aparato parlamentario burgués —las elecciones— no puede permitir el triunfo del socialismo. Si bien es cierto que en un determinado período histórico pudo tener cierta utilidad, aunque relativa, comparado con los medios reales que aseguran la revolución socialista es un medio muy irrisorio. El proletariado no sólo actúa con sus propias organizaciones de clase —sindicatos y partidos—, sino que necesita un largo y complejo proceso de transformación revolucionaria para alcanzar el socialismo.
Debido a sus contradicciones, el sistema capitalista (que tiende a dominar de forma totalitaria las actividades tanto productivas como intelectuales de todos los miembros de la sociedad) tiene fallas. Y lo importante de estas es su carácter general de clase. Todos los trabajadores, colocados en las mismas condiciones económicas, se comportan de manera similar. La concomitancia de estímulos y reacciones crea la premisa de una actividad común, y después de una voluntad similar y de una conciencia colectiva más clara.
Para la clase social, el proceso es al principio el mismo que para el individuo: comienza con la necesidad física y el interés económico, con el acto casi automático de satisfacerlos, y continúa con actos de voluntad y, en el extremo, con la conciencia y el conocimiento teórico; pero aquí hay una gigantesca exaltación de todas las fuerzas que convergen hacia una dirección concomitante. Nunca se insistirá lo suficiente en que la conciencia individual —e incluso la conciencia de masas— sigue a la acción, y que esta acción sigue el impulso del interés económico. Sólo en el partido de clase, y en fases determinadas para las masas, la conciencia y la decisión de actuar precederán al choque de clases. Es en el partido donde confluyen las influencias individuales y de clase y donde, gracias a estas aportaciones, se crea una posibilidad y una facultad de visión crítica y teórica, así como una voluntad de actuar, que permiten transmitir a los militantes y a los proletarios individuales la explicación de las situaciones y de los procesos históricos, al mismo tiempo que las directrices y decisiones de acción y de lucha.
Pero si el determinismo excluye la voluntad y la conciencia previas a la acción en el individuo, la inversión de la praxis —la voluntad consciente de actuar, dominando e invirtiendo, por primera vez en la historia, la dirección del impulso ciego de los hombres hacia el progreso— sólo existe en el partido de clase, en tanto que resultado de una elaboración colectiva e histórica general. Este punto de vista excluye la formación de la teoría y del partido por la concurrencia de las conciencias y voluntades de una suma o de un grupo de individuos.
Los sindicatos son, en el plano económico, un primer paso hacia la constitución del proletariado como clase distinta de todas las demás clases: los obreros organizados tienden a actuar colectivamente en un sentido unitario, y ya no en direcciones discordantes como hacen los obreros espontáneamente. Los sindicatos revolucionarios —los que luchan en la teoría y en la práctica por la abolición del trabajo asalariado— concentran los esfuerzos de los obreros en la dirección opuesta a los intereses de la patronal, es decir, en la dirección del objetivo comunista del partido político de clase.
Esquemáticamente, la clase forma una pirámide cuya base descansa en las relaciones económicas determinadas, está formada por los individuos de la clase que producen y actúan en todas direcciones bajo la presión directa de las condiciones materiales de la forma de producción. Los sindicatos actúan contra los capitalistas en un sentido inmediato, pero sin capacidad de converger esfuerzos en una acción común hacia un objetivo único por sí mismos, a menos que estén imbuidos de los principios del comunismo y vinculados al partido político de clase. Cada nivel de la pirámide implica, por tanto, la soldadura con el nivel anterior y con el siguiente.
El trabajo y la lucha en el seno de las asociaciones económicas proletarias es, pues, un deber constante y una condición indispensable para el éxito de la lucha revolucionaria, tanto como la presión de las fuerzas productivas sobre las relaciones de producción y la correcta continuidad teórica, organizativa y táctica del partido de clase. De hecho, no hay mejor preparación para los militantes que el trabajo en el seno de las asociaciones de clase y económicas.
En las distintas fases de evolución de la clase burguesa —revolucionaria, reformista, totalitaria o antirrevolucionaria— la dinámica de la acción obrera sufre profundos cambios: prohibición, tolerancia y, finalmente, sometimiento de los sindicatos por su integración en el Estado. Incluso en esta situación, la masa de proletarios está en los sindicatos y debe vincularse orgánicamente a la minoría encuadrada en el partido a través de una capa de organizaciones políticamente neutras —por no decir otra cosa— pero estatutariamente accesibles a los trabajadores como tales. Es de esperar que tales organizaciones resurjan en la fase próxima de la revolución.
El vértice de la pirámide organizada de la clase, cuya punta se estrecha como una punta de lanza, está formado por la dirección del partido, unida por mil hilos a la base. Esta última no tiene autonomía, sino que actúa en la continuidad de la teoría, la organización y los métodos tácticos.
En conclusión, de todas las relaciones entre partido y clase se desprende que es falso afirmar que basta consultar a la base para decidir la acción a seguir, siempre que la consulta sea democrática, como afirman el obrerismo, la socialdemocracia y las fracciones parlamentarias en general. Pero es igualmente falso admitir que el centro —sea un comité o un dirigente del partido— baste para decidir la acción del partido y de la masa obrera, y tenga derecho a descubrir nuevas formas de lucha o de organización, así como a fijar nuevos rumbos. Para demostrarlo, basta decir que si la cúspide de la pirámide no está unida por mil hilos al resto de la clase, sólo puede ser el mísero juguete de las imponentes fuerzas sociales de las demás clases, todas ellas dependientes en última instancia de la burguesía mundial.
Ambas desviaciones conducen al mismo resultado: la base ya no es la clase proletaria, sino el pueblo o la nación, y —a ojos de Marx-Engels, como más tarde de Lenin— el resultado es una dirección que está al servicio de la contrarrevolución y, por tanto, del sistema de dominación burgués.
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1 Como la forma salario comienza primero en la circulación, la categoría de los asalariados es más amplia que la de los obreros, los trabajadores productivos o los proletarios conscientes y organizados. De hecho, algunas categorías de asalariados no tienen nada que ver con la clase proletaria. Para definirla, hay que apelar a elementos complementarios, extraídos de la producción, de la política e incluso de la conciencia, especialmente al órgano del partido, esencial en la concepción de las clases de Marx-Engels
2 Marx analiza el vínculo entre clase proletaria y proceso de producción en la base económica en El capital. Libro I, capítulo VI (inédito). Resultados inmediatos del proceso de producción, ed. Siglo XXI [disponible aquí, NdT]. Comienza por la génesis del trabajo asalariado a partir del proceso de circulación (cf. pág. 34 y ss.), después estudia la relación entre capital y fuerza de trabajo asalariado en el proceso de producción, para concluir que ese proceso transforma completamente no solo las estructuras de la sociedad, sino también el proceso de producción mismo, que se había caracterizado históricamente ante todo por la predominancia del trabajo vivo sobre el trabajo muerto. Después de una producción constante de plusvalía (sobreproducción de capital), se crea el antagonismo entre las relaciones sociales de producción burguesas (privadas, mercantiles) y la producción de los obreros de forma social, asociada, racional, científica. Por último, Marx define a los portadores de la futura sociedad colectivista, los trabajadores productivos (de plusvalía bajo el régimen capitalista) en oposición a los trabajadores improductivos, incluso antisociales, nocivos, parasitarios. Así, el proletariado se define ante todo desde el punto de vista económico en la base productiva
3 Para el período de 1842 a 1845, no hemos incluido en esta colección sobre el partido los escritos relativos más particularmente a los movimientos locales —los relativos, por ejemplo, al movimiento obrero en Inglaterra y en los países continentales, a la agitación socialista, a las huelgas o a los motines, etc.—, sino más bien los que se refieren al partido en general. Por citar sólo los artículos de Engels del período de 1842 a 1845: «Las crisis interiores» (en inglés), 9-12-1842; «Posición del partido político», 24-12-1842; «Situación de la clase obrera en Inglaterra», 25-12-1842; «Cartas desde Londres», 16 y 23-5-1843, 9 y 27-6-1843; «Progresos de la reforma social en el continente» (en Francia, Alemania y Suiza), 4-11-1843; «Movimientos en el Continente», 3-2-1843; «La situación de Inglaterra: Pasado y presente de Thomas Carlyle», 1844; «La situación inglesa», 31-8-1844; «El socialismo en el continente», 5-10-1844; «Rápidos progresos del comunismo en Alemania», 13-12-1844, 8-3-1845 y 10-5-1845; «Descripción de las colonias comunistas surgidas en los tiempos modernos y que aún subsisten», 1845; «Dos discursos en Elberfeld» (sobre el mismo tema), 8 y 15-2-1845; «La reciente matanza de Leipzig — El movimiento obrero alemán», 13-9-1845; «La condena de los carpinteros parisinos», 20-8-1845; «Las condiciones alemanas», 25-10-1845 y 8-11-1845; «Historia de las leyes inglesas sobre el grano», que sirve de marco a la acción del partido cartista en la cuestión del libre comercio y de la política a adoptar frente a las demás clases inglesas, diciembre de 1845. Un gran número de estos artículos están traducidos al francés en Marx-Engels, Écrits militaires, ed. de l’Herne [editor Roger Dangeville, NdT] (colección paralela y complementaria a la relativa al partido revolucionario, en la medida en que añade al nivel de las luchas políticas el del uso de la violencia de clase)
4 Las selecciones de textos sobre el movimiento obrero francés y la socialdemocracia alemana están en preparación
5 Así, Marx-Engels definen a la clase burguesa por sus rasgos más característicos: «A medida que han ido creciendo la industria, el comercio, la navegación, el ferrocarril, la burguesía ha florecido, multiplicando su capital y desplazando a un segundo plano a todas las clases legadas por la Edad Media», tal es su base económica: el poder monetario mercantil e industrial. Vemos, pues, que la burguesía moderna es ella misma el producto de un largo desarrollo, de toda una serie de revoluciones en los modos de producción y de intercambio. «Cada etapa de la evolución de la burguesía ha ido acompañada de un progreso político correspondiente: un estado u orden oprimido por la dominación de los señores feudales; una asociación en armas administrándose ella misma en las comunas medievales; aquí, una república urbana autónoma, allá, un tercer estado que podía ser cercenado por la monarquía; luego, en la era de la manufactura, un contrapeso de la nobleza frente a la monarquía feudal o absoluta; el principal apoyo de las grandes monarquías en general. La burguesía logró finalmente conquistar el poder político exclusivo en el Estado representativo moderno: la gran industria y el mercado mundial le habían allanado el camino. El gobierno moderno no es más que un comité que gestiona los asuntos comunes de toda la clase burguesa. (Manifiesto del Partido Comunista, «Burgueses y proletarios»). [Traducimos las citas de Marx y Engels directamente de la versión francesa de Dangeville, NdT]
6 Marx: Fondements de la critique de l’économie politique, ed. 10/18, vol. 2, pág. 313
7 Marx: Misère de la philosophie, Éd. Sociales, 1946, pág. 134. Llegados a este punto de maduración del cuerpo u organismo que constituyen los proletarios, pasamos de la preponderancia de los factores económicos a la de los factores políticos para la determinación de la clase
8 Es, ni más ni menos, la elaboración por el proletariado de las condiciones materiales, económicas, del socialismo: «Los hombres construyen un mundo nuevo […] con conquistas históricas que sacuden el mundo en que viven. En el curso de la evolución deben comenzar por producir ellos mismos las condiciones materiales de una nueva sociedad, y ningún esfuerzo de la mente o de la voluntad puede apartarlos de este destino» (Marx, «La crítica moralizante y la moral crítica», Deutsche Brüsseler Zeitung, 11-11-1847). Todas las teorías recientes sobre los nuevos tipos de clases o sociedades desconocidas por Marx-Engels —sociedad managerial, clase y sociedad burocráticas, etc.—, con sus innumerables variantes (nuevas funciones de los estamentos intelectuales y técnicos, etc.) fracasan ante este escollo simple pero esencial: para ser portadora de una nueva forma de sociedad o de nuevas relaciones de producción, debe existir una clase que desempeñe un papel fundamental y decisivo en la producción, y no sirven clases improductivas o incluso parasitarias
9 Engels relata la historia de esta transición al partido político en La situation de la classe ouvrière en Angleterre (Éd. Sociales, 1961, págs. 283-292), y Marx la teoriza en las últimas páginas de Miseria de la filosofía (Éd. Sociales, 1946, págs. 129-136) en el capítulo sobre «Huelgas y coaliciones de los obreros». El movimiento está indisolublemente ligado: «La formación de estas huelgas, coaliciones y sindicatos procedió simultáneamente con las luchas políticas de los obreros que ahora constituyen un gran partido político bajo el nombre de cartistas» (pág. 134).
En su carta a Bolte (23-11-1871), Marx define el momento en que la lucha obrera se convierte en política: «Para hacerse político, un movimiento debe oponer a los obreros que actúan como clase a las clases dominantes con el fin de hacerlas ceder mediante la presión exterior. Así, la agitación es puramente económica cuando los obreros intentan, por medio de huelgas, etc., en una sola fábrica o incluso en una sola rama de la industria, obtener de los capitalistas privados una reducción de la jornada laboral; en cambio, es política cuando fuerzan una ley que fija la jornada laboral en ocho horas, etc. A partir de todos los movimientos económicos aislados de los obreros [que son por tanto necesarios, por ser el preludio y la condición del movimiento más general, RD] se desarrolla en todas partes un movimiento político, es decir, un movimiento de clase, con vistas a realizar sus intereses bajo una forma general que obligue a toda la sociedad. Estos movimientos presuponen una cierta organización previa, al tiempo que son, a su vez, un medio para desarrollar esta organización
10 En este punto, como en tantos otros, Marx no “inventó” la fórmula según la cual el proletariado se constituye como clase organizándose en partido, sino que ya se encuentra en la comunista utópica francesa Flora Tristán, a quien Engels defiende contra los ataques de Edgar Bauer en La Sainte Famille, cap. IV, 1: «La Unión Obrera de Flora Tristán», Éd. Sociales, págs. 27-29. Sin embargo, la diferencia entre Flora Tristán y Marx es que, para la primera, se trata sólo de una fórmula política de reunión, mientras que para el segundo es un movimiento integrado en un sistema económico, político y social, que a su vez se modifica fundamentalmente en el curso de una compleja revolución histórica.
El siguiente extracto de un panfleto escrito por Flora Tristán muestra por sí mismo tanto el alcance como los límites de su fórmula: «1. Constituir la clase obrera por medio de una unión compacta, sólida e indisoluble; 2. Hacer que la clase obrera esté representada ante la clase obrera; 3. Hacer que la clase obrera esté representada ante la nación por su defensor, elegido por la Unión Obrera y asalariado por ella, para que se vea claramente que esta clase tiene su derecho a serlo y que las demás clases lo aceptan; 3. Reclamar en nombre de la ley contra las usurpaciones y los privilegios; 4. Hacer reconocer la legitimidad de la propiedad de los brazos (en Francia, 25 millones de proletarios sólo tienen sus brazos como propiedad); 5. Hacer reconocer la legitimidad del derecho al trabajo para todos; 6. Examinar la posibilidad de organizar el trabajo en el estado social actual, etc.»
11 Véase Marx-Engels: Le Syndicalisme, [ed. Roger Dangeville, NdT], Petite Collection Maspero, París, 1972, vol. 1, cap. VI: «Crítica de los límites sindicales», págs. 171-216. Esta colección de textos dedicados a las reivindicaciones y a la organización del proletariado en sindicatos da cuenta de la fase económica de la constitución del proletariado en clase. Constituye así una especie de base o introducción a los textos de Marx-Engels sobre el partido propiamente dicho
12 Manifiesto del Partido Comunista (1848), cap. II. «Proletarios y comunistas»
13 Marx: «Segundo borrador de La guerra civil en Francia», en Marx-Engels: La Commune de 1871, ed. 10/18, pág. 151
14 Cf. Engels a G. Trier, 18 de diciembre de 1889
15 Este artículo se incorporó a los Estatutos por decisión del Congreso de La Haya (septiembre de 1872): resume el contenido de la resolución de la Conferencia de Londres del año anterior
16 Marx-Engels: La Sagrada Familia, cap. IV, § 2. Cf. Werke, 2, pág. 38
17 Marx: «Contribución a la crítica de la Filosofía del derecho de Hegel», Introducción, Oeuvres philosophiques, t. I, pág. 105.
En una fórmula lapidaria, Marx vuelve a poner los puntos sobre las íes: «Al anunciar la disolución del orden social tal como ha existido hasta ahora, el proletariado no hace sino expresar el secreto de su propia existencia, pues es la disolución en acto de este orden mundial», (ibid.)
En el Manifiesto, Marx-Engels se refieren al proceso por el cual las demás clases de la sociedad son disueltas por la industria capitalista. Los campesinos parcelarios, los artesanos, los pequeñoburgueses, incluso los capitalistas pequeños y grandes, caen en el proletariado, la única clase que ahora es verdaderamente revolucionaria
18 Manifiesto, cap. «Proletarios y comunistas»
19 Cf. Marx: Misère de la philosophie, cap. II «El método», 7ª observación, Éd. Sociales, págs. 97-100. En la conclusión del volumen Marx dice expresamente: «En la burguesía hay que distinguir dos fases: aquella en la que se constituyó como clase bajo el régimen del feudalismo y de la monarquía absoluta, y aquella en la que, ya constituida como clase, derrocó al feudalismo y a la monarquía, para convertir la sociedad en una sociedad burguesa [constituyéndose en adelante como clase dominante, RD]. La primera de estas fases fue la más larga y exigió los mayores esfuerzos. También comenzó con coaliciones parciales contra los señores feudales: se ha investigado mucho para trazar las diversas fases históricas por las que pasó la burguesía, desde el burgo hasta su constitución como clase», pág. 135
20 Engels: «La guerra civil suiza», Deutsche Brüsseler Zeitung, 14-11-1847, nº 21
21 Marx: Misère de la philosophie, Éd. Sociales, pág. 135
22 La finalidad del movimiento proletario determina ya las características principales de la lucha y del proceso de la revolución, como indica Engels en su introducción a La lucha de clases en Francia: «Todas las revoluciones han tenido hasta ahora como resultado el derrocamiento de la dominación de una clase particular por la de otra, pero todas las clases que han reinado hasta ahora no eran más que pequeñas minorías frente a las masas oprimidas del pueblo. Así, una minoría dominante fue derrocada por otra minoría que tomó el poder del Estado en su lugar y configuró las instituciones estatales de acuerdo con sus intereses. En cada caso, es el nivel de desarrollo económico el que designa a un determinado grupo minoritario y lo hace capaz de dominar, y ésta es la única razón por la que, en cada revolución, la mayoría oprimida o bien participó en la revolución en beneficio de la minoría, o bien permitió en silencio que se impusiera este proceso. Así pues, si prescindimos del contenido concreto de cada una de estas revoluciones, su forma común era que se trataba de revoluciones de minorías. Incluso cuando la mayoría colaboraba, lo hacía —consciente o inconscientemente— sólo al servicio de la minoría; pero por ello, y también por la actitud pasiva y sin resistencia de la mayoría, la minoría tenía la apariencia de ser la representante de todo el pueblo». Refiriéndose por el contrario a la revolución proletaria al analizar las revoluciones de 1848 y 1871, Engels continúa: «No se trataba aquí de fingimiento, sino de la realización de los intereses más propios de la gran mayoría, los cuales, a los ojos de la gran mayoría, no estaban ciertamente nada claros [en 1848 en particular, RD], pero debían hacerse cada vez más evidentes, hasta el punto de ganar su convicción en el curso de su realización práctica», Werke, 22, págs. 513-514
23 Marx, artículo en el Vorwärts, 7-8-1844, contra Ruge, titulado «Notas críticas sobre el artículo El rey de Prusia y la reforma social. Por un prusiano»
24 Ibid.
25 El látigo utilizado por Cristo en el templo contra los mercaderes puede haber demostrado que el dios era un hombre de corazón feroz, pero no le convirtió en un hombre de negocios como aquellos con los que se “ensució” las manos. La afirmación de que la violencia desacredita una causa y la reduce al nivel de la causa que combate es una pura y simple mistificación basada en un falso razonamiento de identificación. Más bien, es la ausencia de reacción lo que constituye una aprobación, una identificación
26 Toda la Conferencia de Londres de la Primera Internacional, del 17 al 23 de septiembre de 1871, girará en torno a la acción política que debe llevar a cabo la clase obrera. Reproducimos ampliamente los textos sobre esta cuestión en su lugar en la sucesión cronológica
27 Entrevista de Marx al corresponsal del periódico Woodhull and Claflin’s Weekly, 12-8-1871
28 Carta de Marx a Arnold Ruge, septiembre de 1843, Anales franco-alemanes
29 Marx se refiere al partido democrático liberal o burgués que reivindica el sistema representativo en oposición al sistema de tres órdenes o estatal de la monarquía absoluta feudal.
En el momento en que el partido de la clase burguesa conquista el poder político. Se disuelve en el Estado y «su victoria es al mismo tiempo su pérdida». A partir de entonces, por tanto, los partidos políticos burgueses no son, en definitiva, más que extensiones o apéndices del Estado burgués dominante, y sólo representan fracciones de intereses (la burguesía mercantil o financiera, industrial o “agraria”, etc.) o un partido de oposición que tiende a convertirse en gubernamental. Como veremos, esta evolución no se aplica al partido de clase del proletariado, que primero debe unificar y centralizar el movimiento de toda la clase, y luego emancipar a todo el proletariado al mismo tiempo que a toda la humanidad. En este sentido, supera el Estado de la dictadura del proletariado, local, contingente y transitoria
30 Véase el artículo del Vorwärts antes citado
31 La palabra ya no aparece en la traducción francesa de La guerre civile en France, 1871, Éd. Sociale, 1953, pág. 46. La hemos tomado de la traducción alemana de Engels para subrayar la existencia real, inmediata, de la sociedad comunista en las entrañas de la vieja sociedad capitalista, que se trata de un acto político no de construir (según la jerga de Stalin) sino de liberar por la fuerza, de hacer nacer, según la expresión de Marx en El capital
32 Marx: Cuarto informe anual al Consejo General de la A.I.T., 1-9-1868
33 Cf. Engels: La Nueva Gaceta Renana, nº 4, 1850, pág. 58
34 Extracto de la Circular a todas las federaciones de la Asociación de los trabajadores, preparada por el Congreso Sonvilier (noviembre de 1871) de la federación bakuniniana del Jura suizo, contra las decisiones de la Conferencia de Londres de la A.I.T. sobre la necesidad de la acción política de la clase obrera. Reproducido en el artículo de Engels El Congreso de Sonvilier y la Internacional
35 A ojos de Marx, el punto de partida de cualquier movimiento obrero serio es «la agitación por la libertad completa, la reglamentación de la jornada de trabajo [intervención despótica del poder político en las relaciones de producción, inicialmente en el marco capitalista, bajo la presión económica y política de los trabajadores, RD] y la cooperación internacional sistemática de la clase obrera en vista de la gran tarea histórica que tiene que resolver para toda la sociedad», Al Presidente y al Comité Central de la Asociación General de Trabajadores Alemanes, 28-8-1868
36 Marx: prefacio a la primera edición de Le capital, 25-7-1867, Éd. Sociales, 1950, págs. 19-20 [Como en el resto de casos, traducimos desde la traducción francesa de Marx hecha por el propio Dangeville, que hizo una labor seria y rigurosa de traducción de Marx y Engels, sacando a la luz toda una serie de textos desconocidos en aquel momento en lengua francesa, y restaurando el sentido del texto frente a las versiones interesadas del estalinismo. Sin embargo, debemos señalar que en esta ocasión la frase final difiere ligeramente del original: «Weniger als jeder andere kann mein Standpunkt, der die Entwicklung der ökonomischen Gesellschaftsformation als einen naturgeschichtlichen Prozeß auffaßt, den einzelnen verantwortlich machen für Verhältnisse, deren Geschöpf er sozial bleibt, sosehr er sich auch subjektiv über sie erheben mag», que Pedro Scaron en su traducción de El capital publicada por Siglo XXI traduce con mayor fidelidad como «Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una creatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas», NdT, las negritas son nuestras]
37 Engels la aplicó, por ejemplo, cuando modificó los estatutos de la Liga Comunista de 1847 para eliminar los elementos utópicos. En esa situación, hizo converger todas las exigencias y condiciones de admisión hacia el objetivo enunciado en el primer artículo, que constituye una especie de preámbulo o considerando: la sociedad comunista
38 Carta de Engels a E. Bernstein, 1 de enero de 1894
39 La mayoría de las cartas enviadas por Marx-Engels a los miembros de la Comuna, para darles directrices o consejos, se perdieron en el fragor de la acción o por negligencia de aquellos cuya tarea es velar por la conservación del patrimonio que sintetiza la experiencia del partido histórico. La carta de Marx a Kugelmann del 12 de abril de 1871 muestra que estos consejos se extienden a la acción militar, que en este caso son esenciales: «Si los comuneros sucumben, la culpa será únicamente de su “magnanimidad”. Hubiera sido necesario marchar inmediatamente sobre Versalles, después de que Vinoy primero, y luego los elementos reaccionarios de la Guardia Nacional parisina hubieran dejado ellos mismos el campo libre. Dejaron pasar el momento oportuno por un escrúpulo de conciencia: no querían empezar la guerra civil [tomar la iniciativa de la violencia, RD], ¡como si el malvado enano Thiers no la hubiera empezado ya cuando intentó desarmar París! Segundo fallo: el Comité Central cedió el poder demasiado pronto al ceder el paso a la Comuna», Marx-Engels: La Commune de Paris de 1871, 10/18, págs. 128-129
40 Respondiendo a Kugelmann, que consideraba que los «azares de la lucha» habían decidido la derrota de la Comuna, Marx replicó explicando esos azares: «Sería evidentemente muy cómodo hacer la historia del mundo si se combatiera sólo con casualidades infaliblemente favorables [no se ofende por tanto al determinismo admitiendo que se combata incluso cuando la victoria no está asegurada, RD]. Además, sería de naturaleza muy mística si las “casualidades” no desempeñaran un papel. Las propias “casualidades” forman parte naturalmente del curso general de la evolución [por ejemplo, la inmadurez política y organizativa de las masas, RD] y se compensan con otras “casualidades”. Ahora bien, la aceleración o ralentización de la evolución (el problema esencial de la revolución) depende en gran medida de tales “casualidades”, entre las que se encuentra la “casualidad” del carácter de las personas que se ponen en primer lugar a la cabeza del movimiento. Por esta vez no hay que buscar la “casualidad” desfavorable más decisiva en las condiciones generales de la sociedad francesa, sino en la presencia de los prusianos en Francia [que derrocaron al Estado bonapartista, creando un vacío político, RD] y en el hecho de que cercaron estrechamente París [impidiendo que las provincias y el campo participaran en la lucha revolucionaria, RD]», ibid., págs. 129-130, carta de Marx a Kugelmann, 17-4-1871
41 Cf. carta de Engels a Karl Kautsky, 4 de septiembre de 1892
42 Cf. carta de Marx a J.B. von Schweitzer, 13 de febrero de 1865
43 Marx-Engels: L’idéologie allemande, Éd. Sociales, París, 1968, pág. 64
44 Engels: «The Times on German Communism», The Moral World, 20-1-1844
45 Marx expone esta conclusión en la Crítica del programa obrero de Gotha (1875)
46 Algunos han utilizado la fórmula de Marx «En todo caso, lo único que sé es que no soy marxista», para fustigar a todos los partidarios apelando a la propia autoridad de Marx, como si éste hubiera trabajado para que nadie se dejara influir o formar por sus escritos, lo cual es bastante absurdo. De hecho, Marx no pretendía expresar sus propios pensamientos inventados o creados por él, sino la teoría de la clase proletaria en el sentido en que dice el Manifiesto: «Las concepciones teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en las ideas, principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador mundial. Se limitan a expresar, en términos generales, las condiciones reales de una lucha de clases que existe, de un movimiento histórico que se desarrolla ante nuestros ojos». Él mismo dice en una carta a H. Hyndman (2-7-1881): «En un programa de partido debe evitarse todo lo que pueda conducir a una clara dependencia de autores u obras individuales».
Es evidente que al adversario de clase le interesa colocar la obra de Marx-Engels en el ámbito privado para impedir que su teoría pase clara y distintamente como la teoría comunista del proletariado de todos los países y de todas las generaciones sucesivas, uniéndola en un solo programa revolucionario, síntesis de todas las luchas del pasado, del presente y del futuro hacia un objetivo único: el derrocamiento de la clase burguesa y la instauración de la dictadura internacional del proletariado que abre el camino al comunismo mundial, la realización del partido, expresión de las relaciones comunitarias creadas por el proletariado
47 En un artículo en el que comenta la obra económica de Marx, Engels la presenta como «concebida por el partido proletario alemán» (Das Volk, 6-8-1859). En Die Zukunft del 11 de agosto de 1869, escribió sobre El capital: «Esta obra contiene el resultado de toda una vida de estudio. Es la economía política de la clase obrera reducida a su expresión científica.
El propio Marx consideraba El capital como una verdadera arma de guerra: «Es, sin duda, el misil más terrible que jamás se haya lanzado contra los burgueses (incluidos los terratenientes)» (Marx a J.-B. Becker, 17 de abril de 1867). Sobre el significado de El capital, véase el prefacio a Un chapitre inédit du “Capital”, págs. 7-69.
De hecho El capital es la demostración del carácter eminentemente transitorio de la forma de producción capitalista. Es su necrológica, no el estudio de la vida y funcionamiento del capital
48 Marx: «El comunismo y La Gaceta General de Augsburgo», en Rheinische Zeitung, 16-10-1842
49 En los Manuscritos de París de 1844, los llamados Manuscritos filosóficos, Marx ya explicaba que pensar es un acto social por la materia del pensar, el método del pensar, etc. La propiedad privada, que precede al modo capitalista y lo impregna más que ningún otro, mistifica todas estas relaciones «poniendo la cabeza por delante»
50 Cf. Engels a Bernstein, 14 de marzo de 1883
51 Cf. Engels a Sorge, 15 de marzo de 1883
52 Todo este largo pasaje está tomado de «Lenin en el camino de la revolución», escrito con ocasión de la muerte del eminente dirigente bolchevique, Programma Comunista, nº 12, 1960, págs. 28-31
53 Cf. Marx a Engels, 18 de mayo de 1859
54 Blanqui ya dijo que en política uno no tiene derecho a equivocarse (equivocarse dirigiendo es traicionar), y Engels escribió, en un sentido mucho más general, que «cada error cometido, cada derrota sufrida, es una consecuencia necesaria de concepciones teóricas erróneas en el programa fundamental» (a F. Kelley-Wischnewetzsky, 28 de diciembre de 1886).
El programa sería una abstracción si no expresara una tendencia general de los acontecimientos hacia la ruina del capitalismo sobre la que se basa la intervención revolucionaria del proletariado
55 Cf. Dialogue avec les morts, ed. Programma Communista, París, 1957, págs. 131-135. Sobre la evolución de las fases económicas en los distintos grandes países del mundo, cf. ibid. pág. 127.
El hecho de que el revolucionario vea la revolución más cerca de lo que está no es grave; los marxistas la han esperado muchas veces en vano: en 1848, 1871, 1919, e incluso, en algunas visiones distorsionadas, en 1945. Lo que es grave, en cambio, es la actitud del oportunismo, que no tiene una visión precisa del curso histórico que conduce a la revolución y para el cual la revolución y la instauración del comunismo no son más que una meta lejana irreal, una palabra, un ideal sin ningún vínculo con el presente.
En cualquier caso, prever el estallido de una crisis en tal o cual momento histórico no implica que la revolución que pueda seguir triunfe, sino que las condiciones para una intervención revolucionaria del proletariado se ofrecen a la acción
56 La discrepancia entre la superestructura política y la base económica también se manifiesta en el espacio. La experiencia histórica ha demostrado —y Marx lo señaló varias veces (carta a Engels, 13 de febrero de 1863)— que la revolución no estalla primero en el país donde el capitalismo está más desarrollado, en Occidente, ya que es allí donde es más fuerte, es la metrópoli del capital que explota a todos los demás países por métodos imperialistas (violencia colonialista, exportación de capital, intercambios desiguales en el mercado mundial, etc.) y que, por tanto, tiene reservas superiores para corromper a su proletariado y resistir el asalto proletario. Por el contrario, estalla en el eslabón más débil de los países de menor desarrollo productivo, en el Este (a mediados del siglo pasado), Francia en relación con Inglaterra, luego Alemania en relación con Inglaterra y Francia, y Rusia en relación con Europa Occidental, como previó Marx en el prefacio ruso de 1882 al Manifiesto. Cf. también Marx-Engels: La Chine, [ed. Roger Dangeville, NdT], 10/18, París, 1973
El marxismo es la teoría de la revolución (el período en que estalla la crisis económica y política), así como de la contrarrevolución (el período de auge general de la producción al mismo tiempo que el reflujo de la ola revolucionaria). El trabajo teórico de Marx-Engels (o de la restauración del marxismo y de la polémica de Lenin) durante los largos periodos contrarrevolucionarios coincide con el desarrollo de las fuerzas productivas dentro de la base económica: la unión del trabajo teórico de preparación con la actividad revolucionaria de las masas tiene lugar en los periodos que preceden a la crisis, pero la actividad del partido nunca decae. Nunca hay ruptura de continuidad en Marx-Engels, como tampoco hay la menor discordancia entre el Lenin rígido e implacable de los años de discusión y preparación, y el de las múltiples realizaciones revolucionarias
57 Sin embargo, no se puede decir que no pudieran ser verdaderamente comunistas, ya que dirigieron todos sus esfuerzos hacia la meta del comunismo. Esta meta les resulta —retrospectivamente— tanto más lejana cuanto que el proletariado ha sido duramente derrotado en varias ocasiones. Sin embargo, no faltaban entonces las ocasiones —ciertamente más fugaces— de lanzarse al asalto del poder burgués, ni la perspectiva de la instauración del modo de producción socialista. Si el proletariado hubiera triunfado, siendo como es el determinismo del desarrollo económico, la fase de transición al comunismo habría sido mucho más larga de lo que sería hoy, cuando las fuerzas productivas del capitalismo están plenamente desarrolladas (pero también en este caso la violencia revolucionaria y las medidas despóticas propuestas por el Manifiesto podrían haberla acortado algo)
58 Sólo evocaremos aquí, con los propios textos de Marx-Engels, los primeros «partidos comunistas de acción», surgidos espontáneamente del choque de clases durante la revolución burguesa y desaparecidos con el triunfo de ésta sobre el feudalismo: «La primera manifestación de un partido comunista realmente actuante se produce en el curso de la revolución burguesa, en el momento en que se destruye la monarquía constitucional [es entonces un impulso a la revolución burguesa, timorata por naturaleza, RD]», (Marx: «La crítica moralizante y la moral crítica», en Marx-Engels: Écrits militaires, [ed. Roger Dangeville, NdT], pág. 73). Y Engels añade: «Con cada gran movimiento burgués surgen también movimientos de la clase que es la precursora más o menos desarrollada del proletariado moderno. Así, en la época de la Reforma y de la Guerra de los Campesinos, la tendencia de Thomas Münzer; en la gran revolución inglesa, los Niveladores; en la revolución francesa, Babeuf. A estos escudos revolucionarios de una clase aún embrionaria correspondían manifestaciones teóricas: en los siglos XVI y XVII, eran aún descripciones utópicas de una sociedad ideal; en el siglo XVIII, teorías ya francamente comunistas», Engels: Socialisme utopique et socialisme scientifique, Éd. Sociales, 1959, pág. 43
59 Marx trazó la teoría del partido cartista en Miseria de la filosofía en el capítulo final de su polémica contra Proudhon: «Huelgas y coaliciones» (Syndicats)
60 Este panorama del movimiento obrero internacional forma una especie de síntesis, para el período dado, de la actividad partidaria de Marx-Engels, al mismo tiempo que proporciona un esquema que indica la progresión necesaria de las tareas sucesivas, cada vez más radicales y francamente comunistas del movimiento obrero
61 «El movimiento democrático tiende, en última instancia y en todos los países civilizados, a la dominación política del proletariado. Presupone por tanto que ya existe un proletariado, una burguesía en el poder, una industria que ha engendrado al proletariado y ha llevado a la burguesía al poder», Engels: Deutsche Brüsseler Zeitung, 14-11-1847.
Engels no abandona la lucha porque el determinismo económico y social exija que la burguesía reine ante el proletariado: «¡Seguid luchando valientemente, gentiles señores del capital! Por el corto tiempo actual aún os necesitamos; incluso necesitamos vuestra dominación aquí y allá. Debéis barrer de nuestro camino las formas patriarcales (precapitalistas); debéis centralizar; debéis transformar a las clases más o menos poseedoras en auténticos proletarios, en reclutas para nosotros; debéis, con vuestras fábricas y vuestra red mercantil, proporcionarnos la base y los medios materiales necesarios para la emancipación del proletariado. Como remuneración, debéis reinar durante un breve período. Debéis dictar vuestras leyes; así podréis desfilar con la majestad que habéis conquistado, podréis banquetear en el salón real y coquetear con la bella hija del rey, pero no lo olvidéis: el verdugo ya está a la puerta», Engels: «Los movimientos de 1847», Deutsche Brüsseler Zeitung, 23-1-1848
62 Cf. Marx-Engels: La Russie, 18/10/1973, pág. 10 [ed. Roger Dangeville, NdT]
63 Para que esto ocurriera, naturalmente era necesario, por una parte, que la producción capitalista hubiera creado ya una masa suficiente de proletarios para representar una fuerza autónoma contra la burguesía y, por otra, que la teoría hubiera pasado a las costumbres del proletariado. En una carta a Marx fechada el 11 de febrero de 1870, Engels señalaba que «el suministro de cerebros del que el proletariado se beneficiaba antes de 1848, gracias a la contribución de otras clases, parece haberse agotado por completo desde entonces, y eso en todos los países. Parece que los obreros deben ahora tomar sus asuntos en sus propias manos»
64 Cf. Engels a Sorge, 12 de septiembre de 1874
65 Cf. Engels a Florence Kelley-Wischnewetzky, 27 de enero de 1887
66 Marx: Sobre la historia de la Asociación Internacional de Trabajadores, escrito por el Sr. Howell, 1878
67 Cf. la declaración de la comisión ejecutiva de la fracción de izquierdas del Partido Comunista Italiano del 23 de agosto de 1933 en Bilan, boletín teórico mensual de la fracción de izquierdas del PCI, núm. 1: «Hacia la Internacional de dos y tres cuartos», págs. 12-31
68 Si la izquierda comunista italiana, fundadora del Partido Comunista Italiano de Livorno, del que pretendemos formar parte, tardó —por ejemplo— en abandonar la III Internacional, cuya creciente degeneración y oportunismo denunciaba sin embargo enérgicamente, es porque, por una parte, los errores y deformaciones de la dirección rusa no eran del orden de los principios, del objetivo, ni siquiera de las intenciones, sino que concernían a los medios para realizarlos, a la táctica a emplear (por lo tanto, era necesario esperar a que Moscú negara los principios fundamentales con sus propios actos o sus propias palabras); y porque, por otra parte, no se daban las condiciones para crear una nueva organización internacional de lucha práctica, dado que el ciclo de la contrarrevolución estaba lejos de completarse, por ejemplo, en el momento en que Trotsky decidió fundar una IV Internacional.
La izquierda italiana adoptó en este punto la posición que tenían Marx y Engels cuando esperaron todo lo posible a que maduraran las condiciones objetivas para la creación de la II Internacional. Toda la experiencia del movimiento obrero confirma esta posición. Sin esta experiencia nunca se adquiriría nada, habría que empezar todo de cero y las generaciones obreras de ayer no tendrían nada en común con las de hoy o las de mañana. En resumen, no existiría un movimiento obrero unitario. Es por todas estas razones que consideramos que no existe ni leninismo (Lenin restauró teóricamente el marxismo y lo defendió contra todo revisionismo o nueva aportación teórica) ni trotskismo (aunque Trotsky haya sido un eminente dirigente de la revolución rusa y un ferviente defensor de la revolución internacional, frente a la tercera oleada oportunista)
69 Ésta era la perspectiva del propio Lenin cuando escribió: «Esta obra fue una de las páginas más importantes de la actividad del Partido Comunista de Rusia, célula del Partido Comunista mundial», Lenin: Oeuvres complètes, vol. XXIX, pág. 159.
70 Cf. «Sur le parti communiste — Thèses, discours et résolutions de la gauche communiste d’Italie», 1ère partie (1917-1925), Le fil du temps, nº 8, octubre de 1971, págs. 6-23 [Le fil du temps es la revista dirigida por Roger Dangeville tras su marcha del Partido Comunista Internacional, NdT]
71 Engels: «Inglaterra 1845 y 1885», Die Neue Zeit, junio de 1885
72 Cf. Engels a Conrad Schmidt, 27 de octubre de 1890
73 Trotsky: «Una revolución que se prolonga», Pravda, 23-4-1919 [la versión en castellano puede encontrarse aquí, NdT]
74 Trotsky: Terrorisme et communisme, 18/10, 1963, págs. 39-43
75 Cf. la declaración de Marx en la sesión del 22 de septiembre de 1871 de la Conferencia de Londres de la A.I.T.
76 «Antes de que pueda lograrse el cambio socialista, debe haber una dictadura del proletariado, cuya primera condición es el ejército proletario. Las clases trabajadoras tendrán que conquistar en el campo de batalla el derecho a su propia emancipación. La tarea de la Internacional es organizar y concertar las fuerzas de la clase obrera en la lucha que les espera», Marx: Discours à l’occasion du 7è anniversaire de la Ière Internationale, Londres, 25-11-1871
77 Marx: entrevista al corresponsal de New York World, en Woodhull and Claflin’s Weekly, 12-8-1871 [versión en castellano aquí, NdT]
78 En otras palabras, las relaciones de producción e intercambio se manifiestan como relaciones de propiedad en su extensión jurídica (leyes, constitución del Estado, administración y partidos “oficiales”, etc.), es decir, las superestructuras de fuerza a diferencia de las superestructuras de conciencia (ideológicas, artísticas, etc.) que son una superestructura de la superestructura (en lo que se refiere a las ideologías conservadoras, no revolucionarias). Cf. Marx-Engels: Écrits militaires, págs. 53-66
79 Marx: prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política (1859)
80 Cf. Marx: Le capital, Éd. Sociales, vol. III, 1969, pág. 193; y la carta de Engels a C. Schmidt, 27 de octubre de 1890
81 Los Écrits Militaires de Marx-Engels registran otro modo de acción del proletariado a nivel de la superestructura y la economía con «las intervenciones despóticas del proletariado en las relaciones sociales existentes».
Una colección de Études militaires historiques de Engels seguirá a las colecciones sobre Le syndicalisme y Le parti de classe de la Petite Collection Maspéro
82 Cf. Engels a Starkenburg, 25 de enero de 1894. Numerosos pasajes sobre esta cuestión están agrupados en la colección Marx- Engels: Sur la littérature et l’art, Éd. Sociales, París, 1963, págs. 155-164
83 Cf. Engels a Conrad Schmidt, 27 de octubre de 1890
84 Cf. Marx: Fondements de la critique de l’économie politique, 10/18, vol. II, cap. II. «Automatización», pág. 213
85 Cf. Marx: introducción a la «Crítica de La filosofía del derecho de Hegel», Anales franco-alemanes, 1884
86 Gramsci, que tenía poca formación marxista, creía —por ejemplo— haber encontrado una fórmula organizativa capaz de reagrupar fácil y rápidamente a todo el proletariado a través de los comités de empresa. De hecho, se sumó así a las posiciones del Partido Comunista Obrero Alemán, que quería transferir, más o menos conscientemente, las funciones y el papel del partido a organizaciones de masas “puramente proletarias”.
Ciertamente, si reúnen a nivel económico a todos los trabajadores, estos consejos pueden ser muy útiles —sobre todo si los sindicatos fracasan—, ya que el proletariado forma una clase en sí mismo en la producción. Sin embargo, extendidos a todas las profesiones y actividades, estos consejos se convierten en superestructuras populares, no clasistas, puras superestructuras del modo de distribución de la economía capitalista. Por tanto, sólo son revolucionarios si se limitan al proletariado y se alinean con el programa comunista, es decir, actúan bajo la dirección del partido político de clase.
Todo lo que Marx-Engels escribió sobre la necesidad de la acción y la organización políticas es válido para estos consejos, a los que debe aplicarse la crítica de Lenin al Partido Comunista Obrero Alemán: «La forma misma de plantear la cuestión, “¿dictadura del partido o dictadura de la clase?, ¿dictadura (del partido) de los dirigentes o dictadura (del partido) de las masas?”, atestigua ya la más increíble y desesperada confusión de pensamiento» (La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, Oeuvres, vol. XXXI, pág. 35.) En efecto, no se ha comprendido nada de la teoría de clase de Marx-Engels si se concibe el sistema de la dictadura del proletariado excluyendo al partido a la cabeza del Estado de dicha dictadura: el Estado —fuerza concentrada— está subordinado al partido (Internacional), siendo éste el único que representa, con continuidad aunque con medios cambiantes, las relaciones sociales comunistas que florecerán en la sociedad futura
87 Marx-Engels: La ideología alemana (L. Feuerbach)