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Crítica del valor Teoría

Dinero que incuba dinero

Aquí el artículo en formato .docx y .pdf

 

A modo de prólogo

La mercancía

El dinero

1) Medida de valor

2) Medio de circulación

3) Medio de atesoramiento

4) Medio de pago

5) Dinero mundial

El capital que devenga interés

1) El dinero como mercancía

2) El dinero como capital que devenga interés

3) El dinero de crédito

4) El dinero como capital ficticio

5) El juego de espejos

Un mundo sin dinero

Anexo I: Contribución a la crítica de la economía política

Antítesis mercancía-dinero

Medida de valor

Medio de circulación

Medio de atesoramiento

Medio de pago

Dinero mundial

Anexo II: El capital, sección quinta

El capital como mercancía

Funciones del crédito y del sistema bancario

Capital que devenga interés

Capital ficticio

Abolición de la propiedad con el desarrollo del crédito

 

 

 

 

A modo de prólogo

Te han enseñado a verlo todo en concepto de buenos y malos, pero esto que estamos haciendo nosotros sí te parece bien si lo hace otra gente. En el año 2011 el Banco Central Europeo creó de la nada 171.000 millones de euros. ¡De la nada! Igual que estamos haciendo nosotros, sólo que a lo grande. 185.000 en el 2012. 145.000 millones de euros en el 2013. ¿Sabes a dónde fue a parar todo ese dinero? A los bancos. Directamente de la fábrica a los más ricos. ¿Dijo alguien que el Banco Central Europeo fuera un ladrón? No. Inyección de liquidez, lo llamaron, y se lo sacaron de la nada, Raquel. ¡De la nada! ¿Qué es esto? Esto no es nada, Raquel. Esto es papel. ¡Es papel! ¿Lo ves? Es papel. Yo estoy haciendo una inyección de liquidez, pero no a la banca. La estoy haciendo aquí, en la economía real de este grupo de desgraciados que es lo que somos, Raquel.

La casa de papel
Temporada 2, episodio 6

No sabemos si perturba o no su sueño, pero la burguesía lleva décadas manteniendo vivo el capitalismo a base de imprimir deuda. Casi se puede decir que esa ha sido su actividad principal. Emitir enormes masas de dinero crediticio, dinero sin una base real de valor, para sortear la crisis de liquidez, estimular la economía, cerrar los ojos y confiar en que todo irá mejor en el futuro. Pero en el futuro las cosas sólo empeoran.

Con la crisis que ha detonado el COVID-19 los burgueses empiezan a encajar algunas piezas del puzzle. Si no hubo una verdadera recuperación económica tras la anterior crisis, quizás tampoco la haya en esta. Si las condiciones que provocaron el coronavirus no van a cambiar, quizás tampoco sea ésta la última pandemia. Quizás la miseria que se agranda a cada crisis vaya a desembocar pronto en fuertes luchas sociales. Quizás las medidas extraordinarias que se tomaron para paliar la crisis de 2008 se están volviendo un poco más ordinarias, por eso aquellos que siempre se han opuesto a aumentar el déficit presupuestario comienzan a ceder. Se prevé una caída del PIB mundial del 3%, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial, 195 millones de parados más en todo el mundo y una nueva crisis alimentaria de enormes proporciones. ¿Quién podría oponerse a emitir deuda si eso ayuda a aguantar el temporal?

Pero entonces la izquierda, que siempre es la parte menos avispada de la burguesía, añade: sí, pero puestos a emitir deuda, hágase en la economía real. El Estado tiene la capacidad de imprimir cuantos billetes quiera. Pues que lo haga, pero no en favor de los más ricos, sino de la gente común. A fin de cuentas, ¿qué es el dinero? Papel, impulsos electrónicos: nada. Una excusa para intercambiar mercancías. O mejor: un instrumento que en las manos adecuadas puede resolver los males del capitalismo, aumentar la capacidad adquisitiva de la población y conseguir el pleno empleo. La autonomía de la política y las virtudes de la democracia se demuestran con una política monetaria que sea social y redistributiva, dirigida a remontar los males que nos aquejan actualmente, como la expulsión de enormes masas de trabajo por la automatización de la economía o la difícil transición energética para paliar la catástrofe ecológica que estamos viviendo. Así pues, adelante la deuda. Que fluyan los billetes. Mañana ya veremos qué pasa.

Lo que no entiende la izquierda es que lo que funciona para un grupo de ladrones en la televisión quizá no le sea tan útil a un Estado. Porque el Estado capitalista, mal que le pese, no puede violar la ley del valor. Ciertamente, el dinero de curso forzoso permite un cierto margen de maniobra para falsear los datos y generar una sensación temporal de riqueza, pero la economía acaba por imponerse. Para que el Estado pueda emitir dinero sin que su moneda se desvalorice por completo y ya nadie quiera usarla más que para lo que está obligado, es decir, para pagar impuestos, entonces tendrá que emitir deuda pública. Una parte de esta deuda puede ser comprada por su propio banco central, pero otra parte importante ha de ser ofrecida en los mercados financieros. El carácter nacional de la moneda provoca la apariencia de una cierta autonomía de la política, pero cuando llega al mercado mundial esta apariencia tarda poco en caer. Una moneda emitida en exceso es una moneda devaluada, una moneda a la que le costará más adquirir productos extranjeros y pagar los intereses de su deuda, porque se pagan con dinero mundial. Así que el Estado no puede emitir dinero así, sin más ni más: para hacerlo tiene que emitir deuda y pagar sus intereses.

Pero los acreedores, como el mercader de Venecia, también piden su libra de carne. Cuando se emite dinero crediticio se confía al futuro la producción de valor, esto es, se hipoteca el valor que se producirá en el futuro para poder consumirlo en el presente. Pero esto ha de ser un ejercicio creíble: por ello, un acreedor razonable como el FMI o el mercado de deuda no podrá más que solicitar un aumento de la explotación del trabajo, la única base del valor, a cambio de su préstamo.

Los estados intentaron inyectar liquidez en la economía real tras la crisis de 2008, pero la economía real no podía absorber más liquidez: ya no daba más de sí. El dinero no podía utilizarse para invertir nuevos capitales que continuaran con la producción de valor, porque el valor se está agotando, las ganancias son cada vez más escuetas y antes que nada hay que saldar las deudas que ya se tienen. El endeudamiento es un agujero negro que no deja de absorber la sufrida economía real. Antes del confinamiento, entre el 10% y el 20% de las empresas de Estados Unidos y Europa sólo ganaban para pagar su propio funcionamiento y las deudas contraídas. En el caso de las pequeñas y medianas empresas, la tasa de ganancia es por tanto muy reducida. De ahí que la Fed y el BCE hayan tenido que comprar por primera vez bonos basura de las empresas a punto de quebrar. En el caso de las grandes, no se puede decir que la cosa vaya mucho mejor. Podemos poner como ejemplo a Nestlé, que utilizó los bajos tipos de interés para recomprar sus propias acciones y remontar así su valor bursátil, dado que su deuda triplica las ganancias anuales. Y esto sin hablar del crédito al consumo. Una familia estadounidense necesitaría ahorrar más de dos años para costear un mes sin ingresos. Endeudarse es la única receta económica para un capitalismo que agoniza.

Así, la deuda en relación al PIB mundial pasará posiblemente del 322% al 342% con esta nueva crisis. Esto quiere decir que la masa de dinero crediticio que circula por el mundo triplica ya con mucho el dinero basado en la producción y circulación de mercancías. En definitiva, la deuda llegó para quedarse. Pero no ahora: desde los años 70 el capitalismo ha ido haciendo de la emisión de dinero de crédito y del capital ficticio su único motor. Romper con el tipo de cambio fijo respecto al oro en los años 70 fue al mismo tiempo la consumación de un proceso de varias décadas y el requisito imprescindible para seguir dotando a la economía de liquidez, de oxígeno. Una liquidez que, sin embargo, es cada vez más ficticia.

Aquello que parece su elemento más fuerte, la emisión de dinero crediticio para seguir tirando la pelota hacia adelante, no es sino el punto más débil del capitalismo. Por eso el mercado bursátil se derrumbó antes de que llegara el verdadero parón de la economía con el confinamiento ante la pandemia. Una economía que respira gracias a la mera expectativa de ganancias futuras, muchas de las cuales jamás se realizarán, es una economía de enorme fragilidad. Un castillo de naipes a punto de derrumbarse. Un sistema social que agoniza.

Por eso necesitamos estudiar qué papel cumple el dinero en el capitalismo. Lo haremos desde la perspectiva más general, desde sus categorías más invariantes, hasta la realidad concreta de una catástrofe que no deja ampliarse. Hoy el dinero crediticio es el único órgano de respiración artificial que tiene este cuerpo moribundo. Todo lo que le queda al capitalismo es una casa de papel.

mayo de 2020

 

 

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En uno de los arcanos mayores del Tarot, un hombre aparece colgado del pie a un árbol. Tiene la otra pierna flexionada, los brazos cruzados detrás de la espalda y el rostro apacible, como si esa fuera su posición natural. En cierta forma, esta imagen ilustra bien el papel del crédito en el capitalismo. El dinero se convierte en un sujeto autónomo y da la vuelta a las relaciones sociales, poniéndolas sobre su cabeza y convirtiéndolas en un enigma para las personas que las llevan a cabo. Así describía Marx el fetichismo de la mercancía, como una cámara oscura en la que los hombres y sus relaciones aparecen invertidos.

Las teorías monetarias de la economía burguesa son incapaces de separarse de esta inversión. Antes bien, la reproducen una y otra vez en falsas dicotomías. Por un lado, se hace del dinero un mero instrumento, una convención social, un artefacto que ayudaría a superar las inconveniencias del trueque. Por otro lado, se afirma que el dinero es riqueza independientemente de las mercancías. Así, se convierte al dinero en un autómata capaz de reproducirse por sí mismo, por fuera de la producción, capaz de enriquecer a su propietario por el mero hecho de poseerlo, en una dinámica autorreferencial en la que el dinero incuba dinero, como si tuviera el amor en el cuerpo[1].

Estas dos perspectivas participan de la disputa entre aquellos que reivindican la economía real y aquellos que serían defensores de un mercado financiero sin ataduras. Típicamente, ésta se da entre la izquierda y la derecha del capital, con las respectivas etiquetas de keynesianos y neoliberales. Unos se llevan las manos a la cabeza por el desarrollo exponencial del capital ficticio en las últimas décadas y afirman, por el contrario, la defensa férrea de la producción real y el consumo real de mercancías. Para ello, reivindican el papel del Estado en el apoyo de la industria, las pequeñas empresas y los consumidores, todo ello mediante políticas de financiación pública. Para los otros, todo es cuestión de dinero. No hay nada que una buena política monetaria no pueda arreglar, por eso hay que limitar la intervención del Estado en la economía al control de la oferta monetaria y defender el libre desarrollo financiero como el único que sigue dando algo de rentabilidad en un sistema económico sin salida. Izquierda y derecha están de acuerdo en algo fundamental, sin embargo: privada o pública, el único camino es la deuda. O lo que es lo mismo, imprimir dinero basado no en la producción presente de valor, sino en la expectativa de producirlo en el futuro. Un futuro, por otro lado, que se hizo inalcanzable hace ya varias décadas.

La primera perspectiva sobre el dinero lo toma por aquello que es en el plano más abstracto de la realidad capitalista, M-D-M, en la que una mercancía se intercambia por su equivalente con la mediación del dinero. Éste sirve como un espejo de todas las mercancías, tan distintas materialmente entre sí, y facilita su intercambio expresando aquello que tienen en común: el trabajo abstracto.

En este flujo de mercancías por mercancías, el dinero termina por autonomizarse. Pasa de espejo de mercancías a mercancía absoluta, de un mero intermediario entre equivalentes al máximo representante de la riqueza capitalista y del propio capital. El capital es un movimiento, un proceso que consiste en la inversión de dinero en la compra de mercancías ―en especial la mercancía fuerza de trabajo― para acabar obteniendo más dinero: D-M-D’. En el movimiento total del capital, el dinero necesita pasar por la mercancía para acabar en sí mismo. Ahora bien, sólo en su forma dineraria el capital puede convertirse él mismo en mercancía y venderse a un precio irracional ―el interés―, como si nada tuviera que ver con la producción, como un autómata ajeno al trabajo y a las relaciones sociales: hablamos del crédito en todas sus expresiones, desde las letras de cambio y las sociedades por acciones hasta las formas más sofisticadas del mercado financiero. Al convertirse en una mercancía sui generis, el capital parece superar su vinculación con la realidad física y sacar del dinero más dinero, D-D’. La segunda perspectiva de las teorías monetarias burguesas parte de aquí: el dinero lo es todo, el dinero es capital, con mercancías o sin ellas.

La falsa dicotomía entre ambas perspectivas es natural y surge espontáneamente de estas relaciones sociales. Aquí importa poco la conciencia que tengan los economistas. De la misma manera en que el valor de uso se opone al valor de cambio y la mercancía se opone al dinero, aunque todos son metamorfosis de lo mismo, unos economistas se oponen a otros tomando partido por un plano de la realidad, sin poder percibir que hace parte de una misma totalidad. En este texto intentamos dar cuenta de esta totalidad: desde el dinero como equivalente general de mercancías hasta el dinero como capital que produce interés, cuando el capital se ha convertido en una mercancía particular con sus propias reglas. En este proceso, tendremos que recorrer al hombre colgado desde abajo hacia arriba, de la cabeza a los pies, desde las categorías más abstractas de la mercancía y del dinero hasta sus expresiones más concretas, aquellas que organizan la complejidad social. En este mundo invertido, para comprender qué es el dinero tendremos que caminar desde el fetichismo de la mercancía hasta el fetiche del capital.

La mercancía

En el capitalismo, la riqueza se presenta como una inmensa acumulación de mercancías. Las relaciones sociales se organizan de tal manera que el producto del trabajo es inmediatamente una propiedad privada destinada a su venta. El capitalismo es una sociedad de productores de mercancías, productores privados, individuales y aislados de toda sociabilidad: en el capitalismo el ser humano sólo accede a la sociedad, sólo dota de un carácter social a su actividad cuando vende el producto de su trabajo ―o, en su defecto, su misma fuerza de trabajo. En el capitalismo el ser humano es primero individuo aislado y sólo después, gracias al intercambio mercantil, un ser social.

A esto nos referimos cuando hablamos del fetichismo de la mercancía. Las relaciones sociales, la existencia social del ser humano, vienen creadas, organizadas y definidas por las cosas. La manera en que el producto del trabajo es creado y distribuido socialmente no está determinado por personas, sino por una lógica automática y ciega: la del propio producto del trabajo convertido en mercancía, en capital. El producto gobierna a su productor. El trabajo muerto dirige y organiza el trabajo vivo, la actividad humana; determina incluso quién vive y quién no importa si muere. Esto es el fetichismo de la mercancía: no una mera ilusión, no una falsa representación de las cosas que se hace nuestra conciencia alienada, sino una forma material y concreta de organizarse socialmente que hace que el ser humano esté subordinado a las cosas que él mismo produce.

La mercancía es esta forma de relacionarse cristalizada en un objeto, una relación social que se expresa a través de una cosa. La mercancía tiene por eso una existencia escindida: por un lado es una cosa y por el otro es una relación social. Una barra de pan expuesta en una panadería es al mismo tiempo una cosa con sus características naturales ―peso, color, sabor― y una relación social, expresada en la etiqueta con su precio. Este precio es también una característica esencial en la mercancía, pero no es natural, sino social. Esta mercancía en forma de pan es al mismo tiempo valor de uso ―sus características naturales, el fruto de una actividad productiva concreta― y valor de cambio ―su precio, en última instancia.

Ocurre que el intercambio de una mercancía por otra, de una barra de pan por cinco cebollas, por ejemplo, supone algunos problemas. En sus cualidades naturales, como valores de uso, el pan y la cebolla no se parecen en nada. No hay nada en ellos que los haga intercambiables, es decir, no tienen nada en común que suponga que una barra de pan vale exactamente cinco cebollas, y no otra proporción diferente. Lo que los hace intercambiables tampoco es una mera convención, como sería que el productor de cebollas necesita o desea tanto una barra de pan que le merezca la pena pagar cinco cebollas. Lo que hace intercambiable dos valores de uso heterogéneos es una característica social que sí puede ser homogénea y común a ambos: la cantidad de trabajo que se requirió para producirlos. De manera muy simplificada, es por esto que hablamos de tiempo de trabajo abstracto. Independientemente de las enormes diferencias entre la actividad destinada a producir pan y la destinada a cultivar cebollas, ambas se pueden reducir a una medida abstracta que deje a un lado todas las diferencias concretas: el tiempo de trabajo. Así pues, el valor de uso ―las características materiales de la mercancía― sirve de soporte físico al valor de la mercancía, es decir, a la cantidad de trabajo abstracto que requirió su producción y que la hace intercambiable con otra mercancía que haya requerido un tiempo de trabajo equivalente.

En la mercancía conviven el valor de uso, lo concreto y material, y el valor de cambio, lo abstracto y social. En el proceso de intercambio entre mercancías diferentes, es lógico que llegado un punto se utilice una mercancía determinada, se la aparte de las demás y se la escoja para representar ese tiempo de trabajo abstracto. Esta mercancía que hemos apartado va a servir principalmente como un espejo de las demás: una barra de pan dejará de valer cinco cebollas y 1/5 de una camiseta para valer, por ejemplo, 50 g de oro. Una cebolla valdrá en consecuencia 10 g de oro y una camiseta, 250 g. Todo queda simplificado. Ha aparecido el equivalente general de las mercancías.

No es que el oro sea, por naturaleza, dinero. El dinero es también una relación social, como lo es la propia mercancía. En lugar de haber apartado el oro del resto de las mercancías, podríamos haber apartado los granos de cacao, por ejemplo, y seguiría siendo lo mismo. Sólo cambiaría la cantidad de cacao requerida para representar una barra de pan, cinco cebollas y 1/5 de camiseta. ¿Por qué cambiaría la cantidad? Porque todo depende de cuánto trabajo abstracto que se requirió para producir el oro, que es mucho mayor que el requerido para producir granos de cacao. El oro contiene más valor que el cacao. Por eso, se necesita menos oro para representar el pan, las cebollas y la camiseta.

La oposición entre valor de uso y valor de cambio que contiene la mercancía se reproduce en la oposición entre la mercancía y el dinero, a la que subyace la oposición entre el trabajo concreto y el trabajo abstracto. En el proceso por el cual la mercancía se intercambia por dinero y éste a su vez por otra mercancía, M-D-M, la mercancía representa puro valor de uso, pura materialidad, contra el dinero como puro valor de cambio. El valor de la mercancía se hace autónomo y se convierte en dinero contante y sonante. El dinero es la mercancía absoluta, porque él mismo como equivalente general representa a cada una de las mercancías en el mercado. Todo aquello que se vende, sea un bien o un servicio, se representa en él. En el dinero desaparecen todas las diferencias materiales: él mismo es pura riqueza abstracta, puro trabajo abstracto. Aquello mismo que hace que en el capitalismo la actividad del ser humano adquiera su utilidad social, es decir, que pueda venderse para ser disfrutada por la sociedad, se autonomiza de la mercancía y se ve cosificado en el dinero. La mercancía representa al individuo aislado, el dinero a la sociedad. Ambos se enfrentan en el proceso de intercambio. El vendedor, individuo privado de toda sociabilidad, ansía intercambiar el producto de su trabajo por aquello que le permite acceder a la riqueza producida por el resto de la sociedad. El comprador exhibe ante él su dinero como potencia social, como la llave que abre todas las puertas.

El dinero

Pero el dinero, que es el monarca absoluto del universo mercantil, el máximo representante de la riqueza social en el capitalismo, cumple funciones diferentes. En el paso de una función a otra, el dinero describe su proceso de autonomización de las mercancías, vale decir, su progresiva independencia del mundo material. El orden en que dibujaremos estas categorías no es un orden cronológico, sino lógico. Las cinco funciones del dinero estaban ya desde los comienzos del capitalismo, pero sin la primera de ellas no podremos entender la última[2].

Este proceso de autonomización del dinero se basa en una necesidad real del capital. El movimiento D-M-D’ que describíamos antes, el movimiento del capital, tiene sus tiempos y sus espacios. Para aumentar la ganancia ―o para luchar contra su tendencia a caer históricamente, que para el caso es lo mismo― el capital necesita acortarlos. El tiempo de producción de M, en primer lugar, se irá reduciendo con el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Cuanto menos tiempo se tarden en producir, más mercancías podrán venderse. Acortar el tiempo en la producción empuja al capitalista a acortar el espacio en la circulación: aquí encuentra su papel el desarrollo de las telecomunicaciones y de la publicidad. Cuanto más lejos y en menos tiempo se compren las mercancías, más mercado tendrá el capitalista para realizar el plusvalor que contienen. Todo consiste en acelerar el paso por D y M para llegar cuanto antes a D’ y volver a empezar: cuanto mayor es la velocidad de rotación del capital, mayor es la ganancia. La propia dimensión física y material del dinero supondrá un obstáculo que superar para el capital.

1) Medida de valor

En primer lugar, el dinero funciona como medida de valor. Como decíamos antes, el dinero sólo lo es porque una mercancía es apartada del resto para convertirse en el espejo de las demás. Históricamente esta mercancía particular ha variado mucho. En Mesopotamia se utilizaban granos de cebada. En la Mesoamérica precolombina se utilizaba el cacao. En la Europa del Este medieval se utilizaban pieles, y todavía hoy la moneda croata (kuna) hace referencia a la piel de marta que se utilizaba para el intercambio[3]. En la historia del capitalismo serán el oro y la plata, que competirán entre sí en distintas regiones por imponerse como equivalente general.

Lo importante no es qué mercancía sea apartada, aunque el metal tenga cualidades naturales que facilitan su uso como moneda, sino cómo el resto de mercancías se referencian en ella como patrón, como criterio de medida. Son las mercancías las que convierten al oro en dinero. Lo que le permite cumplir esta función es que la cantidad de trabajo que supone producirlo sirve como patrón para medir la cantidad de trabajo que contienen el resto de mercancías: sirve para medir su valor. Si aparece alguna nueva máquina que haga más fácil extraer el oro de las minas, el valor contenido en el oro se reduce y por tanto el precio del resto de las mercancías aumenta. Si por el contrario, por cualquier motivo, se hiciera más costosa la extracción o el transporte del oro, entonces éste aumentaría su valor y el resto de las mercancías bajarían sus precios, porque menos oro representaría más mercancías.

Para cumplir su función como medida de valor, el dinero no tiene ni siquiera que estar presente. En el ejemplo anterior, un pan vale 50 g de oro y una cebolla vale 10 g. No necesitamos que el oro esté ahí para saberlo. Podremos incluso intercambiar un pan por cinco cebollas con la absoluta certeza de que estamos intercambiando dos valores equivalentes, porque el oro como medida de valor está idealmente, aunque no comparezca en el intercambio. Esto, que parece un regreso anacrónico al trueque, no lo es tanto: cuando se tasa el valor de una vivienda para otorgar una hipoteca, se está usando el dinero como medida de valor. La hipoteca aún no ha sido pagada, el dinero no ha llegado a las manos del banco, pero el valor de la vivienda no ha sido determinado al azar, sino en función de la cantidad de trabajo abstracto que contiene ―añadiéndose después los intereses del banquero, naturalmente.

2) Medio de circulación

Dos son las utilidades más primarias del dinero. Una es la de medir el valor de las mercancías. La otra, facilitar su intercambio: porque el dinero es medida de valor, puede ser medio de circulación, esto es, mediar el cambio de una mercancía por otra en el proceso de circulación.

Ambas funciones, al ser las más primarias, se encuentran en el plano más abstracto de la sociedad capitalista: M-D-M. En este plano el dinero está subyugado a la mercancía y está muy lejos de autonomizarse. Si como medida de valor era un mero espejo, en este caso es un ser evanescente: aparece en el momento en que se vende la mercancía y desaparece cuando el vendedor compra otra con él. Aquí el dinero sólo sirve como mediación, como moneda[4].

Ocurre que cuando funciona como medio de circulación, una pieza de oro pasa de mano en mano. Las manos la tocan, la golpean con otras monedas, la dejan caer sobre la mesa. El uso de la pieza de oro como medio de circulación la desgasta, la va haciendo cada vez más ligera: pese a que se llame libra, pese a que siga funcionando en el intercambio como una libra, su peso no será de una libra. Su contenido real se va desligando de su contenido nominal, o mejor, su existencia física se desliga de su existencia funcional. El valor de cambio que representa esa pieza de oro se va desligando del valor que efectivamente contiene. La pugna por tasar y ajustar adecuadamente el peso de la moneda a su valor nominal atravesará la historia del dinero en las sociedades de clase, y ahí será esencial el papel de la banca en los comienzos del capitalismo. No es por azar si durante la Baja Edad Media y la Edad Moderna en Inglaterra los orfebres, dedicados a la fundición y refundición de monedas, se convertirían en la base del sistema bancario inglés.

Sea como fuere, la circulación provoca que el contenido real de la moneda se desligue de su contenido nominal. Su función como medio de circulación entra en conflicto permanente con su cuerpo. El oro se convierte en símbolo de sí mismo. Por este motivo, también puede adoptar una existencia simbólica en otros materiales como la plata o el cobre, especialmente allí donde circula mucho más y puede gastarse con mayor celeridad. Se trata de la moneda subsidiaria.

Cuando una pieza de oro se divide en fracciones, representadas a su vez por monedas de plata o cobre, éstas últimas no funcionan igual que el oro. La pieza de oro funciona como medida de valor gracias al propio valor que contiene. Por ello puede ayudar a su intercambio como medio de circulación. No ocurre así con la moneda subsidiaria, que es un signo del valor del oro, concretamente una fracción de su valor. La plata o el cobre «son símbolos de la moneda de oro no porque sean símbolos confeccionados con plata o cobre, no porque tengan un valor, sino porque no tienen ninguno»[5]. Esta es la misma razón por la que el papel-moneda acabará sustituyendo a las monedas metálicas: como es más fácil de reponer que el metal, cumple mejor su función de medio de circulación como signo de otra cosa, del verdadero equivalente general.

Al hablar del papel-moneda no nos estamos refiriendo a los modernos billetes, donde entra en consideración el dinero de crédito y por tanto una esfera más compleja de la producción capitalista, regulada por leyes distintas. A éstos haremos referencia más adelante. Por ahora, se trata de comprender que en el signo de valor no importa su materialidad, ni la cantidad de trabajo necesario para producirlo, sino el valor contenido en aquello que representa. No importa si se trata de papel o de impulsos electrónicos, si se imprime o simplemente se teclea, sino de aquello que representa.

Es cierto que el signo de valor y el oro como equivalente general no funcionan exactamente igual. Como la moneda acuñada cuyo valor nominal estaba en tensión con su valor real, el signo de valor tiene que estar sancionado socialmente para poder funcionar y, por tanto, tener un curso legal: el oro se representa a sí mismo, no le hace falta la intervención del Estado, pero el signo del valor no puede ser una invención espontánea y sujeta a cambio. Requiere de un curso forzoso, de una sanción legal. Pero ello impone una segunda diferencia: cuando hay demasiado oro en la circulación ―si no se debe a que haya reducido su valor por un aumento de la productividad sino a circunstancias coyunturales, y si no hay adulteraciones públicas o privadas de por medio― el oro tiende a ser expulsado de la misma. Deja de funcionar como medio de circulación para ser atesorado como reserva de valor o para tener un uso suntuario.

No ocurre así con el papel-moneda, pues nadie quiere guardar debajo del colchón un signo de valor si no está seguro de lo que valdrá mañana. Si hay una necesidad mayor de medio circulante, debido por ejemplo a un momento de excitación económica en que se acelera el metabolismo mercantil, un aumento de papel moneda está justificado y cumple su rol. Si no la hay, sin embargo, el hecho de que tenga un curso forzoso le impide salir tan espontáneamente de la circulación. El Estado se impone aquí como legislador del dinero. Toda la disputa del siglo XIX sobre la cantidad de reservas de oro en los bancos centrales y su mayor o menor desfase con la cantidad de medio circulante en el país tiene que ver con esto, con las dudas, las hesitaciones del Estado de cara a cumplir bien su papel. Esto significa precisamente que el Estado puede imprimir cuanto papel quiera, pero tiene serios problemas para crear dinero y riqueza de la nada: al ser signo de un valor que permanece constante, más signos seguirán representando el mismo valor. En definitiva, se producirá inflación: más signos de valor representarán la misma mercancía-dinero, por lo que el resto de mercancías subirán sus precios. El Estado no puede hacer nada contra esto. La capacidad de influencia que tiene su política monetaria en las leyes del valor termina en el momento en que los billetes salen de la imprenta.

3) Medio de atesoramiento

Comenzamos a percibir ya, en esta tercera función, el proceso por el cual el dinero se autonomiza de la mercancía. Hasta ahora estaba sujeto a ella, existía para ella. Como medida de valor, era simplemente su espejo. Como medio de circulación, era un mero intermediario. Ahora, como medio de atesoramiento veremos el primer paso hacia su constitución como mercancía absoluta.

No siempre se da que, nada más vender la mercancía y obtener dinero por ella, el productor lo gaste inmediatamente. Es decir, no siempre el movimiento M-D-M es inmediato. A veces ocurre que esta transacción se ve interrumpida, ya sea porque lo que se quiere comprar cueste más dinero del que se obtuvo con una sola venta y haya que ahorrar un poco, ya sea porque lo que se quiere comprar no cuesta tanto como el dinero obtenido y quede un remanente que se utilizará para futuras compras. El primer caso es propiamente tesoro, el segundo es moneda suspendida, pero de cualquier forma la función del dinero es la misma: medio de atesoramiento.

Al interrumpirse el metabolismo mercantil ―el flujo de intercambios― y sacar el dinero de la circulación, éste deja de funcionar como espejo o intermediario para convertirse en representante absoluto de la riqueza, en mercancía absoluta, en puro trabajo abstracto separado del ir y venir de las mercancías. Aquí empezamos a ver aparecer el fetichismo del dinero, sublimación y desarrollo del fetichismo de la mercancía. Si éste implica que el valor, el producto del trabajo convertido en mercancía, determina y gobierna la vida de sus productores, el fetichismo del dinero supone que la mercancía se ha escindido, que el valor de cambio representado en ella se ha independizado y ha adquirido existencia propia, subordinándola a sí mismo. Esto tiene fuertes implicaciones. Las permanentes discusiones entre los economistas actuales sobre la inflación tienen que ver con ello. La derecha defiende que la desvalorización de los medios de producción, del capital mercantil y de la fuerza de trabajo es preferible a la desvalorización del dinero. Es decir, que ante una fuerte contracción económica hay que permitir que empresas caigan en bancarrota, las mercancías permanezcan invendibles en los almacenes y que aumente el paro y la explotación laboral. Todo ello no es un buen signo, pero es un sacrificio necesario para soltar lastre y salvar el valor de la moneda nacional. Lo contrario, lo que suele defender la izquierda, es que el Estado devalúe la moneda para mantener la competitividad en el mercado mundial y salvar los trastos como se pueda. En parte son discusiones baldías, puesto que con la crisis del valor el dinero también sufre su propio proceso de desvalorización, pero es un ejemplo ilustrativo del antagonismo material entre dinero y mercancía.

La función de atesoramiento será esencial en un primer momento, puesto que en la medida en que aún no se haya desarrollado plenamente el crédito los capitalistas tendrán que usar sus propios ahorros para hacer inversiones de capital. Desde luego, también tiene sus inconvenientes. Para funcionar, el capitalista sólo podrá depender de sus ahorros o en todo caso de los de su familia, lo cual ralentiza la obtención de ganancias. Tendrá que esperar a que refluya el dinero que invirtió al comprar materias primas y fuerza de trabajo ―con el debido plusvalor, naturalmente―, apartar una suma de ese dinero y esperar a haber acumulado suficiente cantidad para invertir en mejoras productivas, ampliar la producción y ganar cuota de mercado. El desarrollo del crédito vendrá en su ayuda. Una de las funciones del crédito será la concentración de medios de atesoramiento y su puesta en disposición para el conjunto de la clase capitalista: los ahorros ya no serán privados, de tal o cual capitalista, de tal o cual rama de la producción y el comercio, sino que se acumularán sin distinciones en los depósitos bancarios. Con ellos, el banquero podrá ofrecer al capitalista ―a cambio de un interés― una determinada suma para que no tenga que esperar al reflujo de su propio capital. Esto permitirá aumentar su velocidad de rotación y las consiguientes ganancias. En definitiva, si el medio de atesoramiento individual es un paso fundamental en el desarrollo del capital, acabará superado e integrado en el sistema crediticio como mecanismo de atesoramiento socializado.

4) Medio de pago

Un fabricante de ropa compra a su proveedor de telas una determinada cantidad, pero no le da el dinero inmediatamente, sino que acuerda con él dárselo a tres meses vista. La compra se ha producido, porque el fabricante de ropa ya tiene las telas en su poder, pero la venta, la entrega del dinero, tardará un tiempo en darse. Esto le viene muy bien al fabricante, porque podrá producir sus mercancías con esas telas, venderlas en el mercado y recuperar su inversión con una determinada ganancia, sin haber tenido que adelantar realmente el dinero. Si hubiera sido un caso normal de compraventa de mercancías, él sería un comprador y el proveedor sería un vendedor. Al abrirse un lapso entre la obtención de las mercancías y la entrega del dinero, pasan a relacionarse entre sí no como comprador y vendedor, sino como deudor y acreedor. Cuando finalmente el fabricante entregue el dinero a su proveedor, no le estará dando medios de circulación, sino medios de pago.

En resumen y simplificándolo un poco, el dinero funciona como medio de pago cuando se utiliza para pagar deudas. Esta categoría, que es la base natural del sistema crediticio, es clave para comprender el desarrollo del capitalismo y su agotamiento histórico. Al mismo tiempo, reúne en sí las tres categorías anteriores de medida de valor, medio de circulación y medio de atesoramiento, sintetizándolas y transformándolas al mismo tiempo.

  1. En primer lugar, cuando el fabricante compra las telas y se compromete con su proveedor a pagarle en tres meses, lo hace a un precio determinado. Aquí el dinero funciona como medida de valor, pero no estará sólo en la cabeza de los agentes como patrón de medida, sino también como una obligación contractual con el vendedor.
  2. En segundo lugar, también en este caso podría decirse que el dinero funciona como medio de circulación, puesto que facilita el movimiento de las mercancías de las manos del proveedor a las del fabricante. Esto sin embargo lo hace de una forma peculiar: cuando las telas llegan al fabricante el dinero opera idealmente como medio de circulación, pero cuando éste llegue realmente al proveedor, ya no habrá mercancía que desplazar, por lo que habrá dejado de funcionar como medio de circulación.
  3. Para afrontar el pago de las deudas se constituye un fondo de reserva de medios de pago, que no es sino el atesoramiento de dinero que, cuando entre en la circulación, lo hará con esta función. Mientras se mantenga apartado, seguirá siendo medio de atesoramiento, pero comprometido ya en nupcias. Sin embargo, este fondo de reserva es un lastre del que el capital intenta liberarse, reduciéndolo a los mínimos imprescindibles. También el desarrollo del sistema bancario ayudará en esto. Por otro lado, el dinero como medio de pago se asemeja a su función de medio de atesoramiento, en la medida en que cuando entre en la circulación, cuando le llegue al proveedor, lo hará solo. No habrá mercancía que valga. Será dinero como mercancía absoluta, como verdadera riqueza. La gran diferencia es que en el atesoramiento esto ocurre porque el dinero ha sido sacado de la circulación: como medio de pago, el dinero es mercancía absoluta dentro de la circulación.

El dinero como medio de pago resulta muy útil para el capital en tiempos de bonanza económica. Como decíamos antes, la transformación del rol que cumple el dinero en la historia del capitalismo tiene que ver con la necesidad del capital de superar las limitaciones físicas a su valorización, reducir el espacio-tiempo para acelerar su rotación y enfrentarse así a la caída de la tasa de ganancia que se produce históricamente. A pequeña escala, esto ya ha sido ilustrado con la necesidad de apartar progresivamente el oro y la plata como medios de circulación y poner en funcionamiento signos de valor en forma de papel-moneda, mucho más fáciles y rápidos de producir, mientras los metales se mantienen en las reservas de los bancos centrales.

El funcionamiento del dinero como medio de pago es otra forma de reducir los costes de circulación. La deuda comercial que contrajo el fabricante de ropa con el proveedor de telas no es la única en el mercado. El fabricante entregará a su vez su capital mercantil en forma de ropa a los comercios mayoristas, con un pago acordado a tres meses vista. Los comercios mayoristas harán lo propio con las tiendas de ropa minoristas. La cantidad de dinero que es necesaria en esta cadena de deudas puede reducirse mucho si las deudas de unos y otros se compensan entre sí, es decir, si lo que el fabricante le debe al proveedor le es debido a su vez por el comerciante mayorista. De esta forma, los papeles que tienen para demostrar las respectivas deudas ―letras de cambio― se pueden llevar al banco y compensarse entre sí, de manera que la cantidad real de medios de pago que entren en la circulación sea mucho menor de la que se habría necesitado si esta operación se hubiera hecho con dinero contante y sonante, es decir, con medios de circulación. Podría ocurrir incluso que, si se cerrara el círculo y el comerciante minorista prestara dinero, pongamos por caso, al proveedor de telas, y si la suma y resta de unas deudas por otras diera por resultado cero, no hubiera que introducir en la circulación ni un solo medio de pago. Las mercancías se mueven sin que el dinero comparezca. El dinero opera como pura medida de valor. Todo el mundo presta con una mano y toma prestado con la otra. Las deudas permiten no adelantar capital propio y por tanto realizar antes las inversiones, obtener antes las ganancias. Esto funciona.

Pero entonces estalla la crisis y aparece dolorosamente la diferencia entre medios de compra y medios de pago. El dinero pasa de su presencia puramente ideal, en la medida en que los diferentes compromisos de pago se saldan mutuamente, a su aparición en la circulación no como medio de compra, no como ser evanescente en la metamorfosis de mercancías, sino como mercancía absoluta. Y en el momento en que todo el mundo necesita dinero contante y sonante para pagar sus deudas, no pocos se encuentran con que no lo tienen. Las empresas se declaran en bancarrota, se dejan de pagar deudas, las mercancías se pudren en los almacenes, el crédito se contrae porque nadie confía ya en nadie. Hay escasez de medios de pago: crisis de liquidez, lo llaman los economistas burgueses. Todo el mundo clama por la mercancía absoluta, ante cuya ausencia la abundancia de capital en forma de mercancías invendibles no soluciona nada.

Por consiguiente, en condiciones de producción burguesa desarrollada, en las que el poseedor de mercancías se ha convertido, desde mucho tiempo atrás, en capitalista, conoce a su Adam Smith y sonríe con displicencia cuando oye decir que solo el oro y la plata serían dinero, o que el dinero en general, a diferencia de otras mercancías, sería la mercancía absoluta, el dinero reaparece súbitamente, no como mediador de la circulación, sino como única forma adecuada del valor de cambio, como la única riqueza, exactamente el mismo modo como la concibe el atesorador.[6]

5) Dinero mundial

Antes marcábamos el carácter político y nacional de la moneda, identificándola con los medios de circulación, y esto es verdad cuando pensamos en la moneda como un medio de la circulación interna de los países. Pero cuando el dinero actúa más allá de las fronteras nacionales, no es moneda, sino dinero mundial, y cumple todas las funciones previas en un nuevo plano: es medida ideal de valor para determinar el precio de las mercancías, medio de circulación internacional al favorecer su flujo, medio de pago cuando este movimiento se realiza a crédito y medio de atesoramiento, puesto que todos los bancos centrales tienen su fondo de reserva internacional para cumplir con sus obligaciones en caso de una balanza de pagos desfavorable. Cuando tratamos del dinero en el mercado internacional, éste se despoja de toda vestimenta regional y adquiere su carácter de dinero mundial.

Todavía más, la función de dinero mundial puede contraponerse a la del dinero como moneda nacional. En la moneda nacional, el Estado que la emite tiene cierto margen de maniobra. Hasta ciertos límites, puede depreciarla para ser más competitivo en el comercio internacional. También puede serle útil una devaluación si sus acreedores aceptan su propia moneda como medio de pago, puesto que reducir su valor reducirá a su vez el montante de la deuda. Pero como hemos explicado, esto no está libre de consecuencias. A la hora de lidiar con el dinero mundial, la moneda nacional revela sus vergüenzas. Así, una moneda devaluada podrá ser una estrategia a corto plazo para funcionar como medio de circulación, pero sus propios agentes tenderán a atesorar en dinero mundial, sus deudas habrán de ser saldadas en dinero mundial e incluso al interior del propio país habrá mercancías que sólo se compren como dinero mundial. Un buen ejemplo actual es la dolarización de la economía argentina. La naturaleza mundial del capital se impone a toda dimensión nacional, haciendo cumplir a los Estados, pese a sus ínfulas soberanas, la ley del valor.[7]

Por el lapso que abre entre la compra y la venta de la mercancía, por cómo ayuda a reducir la presencia misma de dinero facilitando la compensación mutua de deudas, el medio de pago es la existencia más adecuada del dinero en el plano mundial. Cuanto más intensas son las redes de comercio internacional, cuanto más confianza y mutua dependencia se desarrolla entre los diferentes capitalistas nacionales, más vemos actuar al dinero mundial como medio de pago. Vemos así, expresado en el dinero mundial, cómo el carácter internacional del capitalismo hace a la clase capitalista una clase mundial, borrando las distinciones entre capitalistas nacionales y capitalistas extranjeros. Si el dinero como equivalente general, como mercancía absoluta, borra las diferencias materiales, las distintas proveniencias y utilidades entre unas mercancías u otras, el dinero mundial borra todo rastro de regionalismo para establecer una hermandad del dinero, una comunidad mundial del capital[8].

Esta función es esencial. El dinero mundial contiene en sí mismo el universo de las mercancías producidas por todo el planeta. Al oponerse entre sí en el mercado internacional, el trabajo social contenido en esas mercancías se hace trabajo abstracto general y la tasa de ganancia se nivela entre toda la clase capitalista. El dinero mundial representa al mismo tiempo la potencia de socialización del capitalismo y su máxima negación, puesto que está separada y confrontada al ser humano.

Así pues, el dinero se despoja de toda vestimenta nacional. En la época de Marx, esto significaba que el dinero dejaba de ser la libra, el franco o el dólar en cuanto salía de sus fronteras, para convertirse en oro y plata. El oro primaba en Europa occidental y América, mientras que la plata era la forma de dinero mundial que adquirían las mercancías provenientes de Asia, Rusia y el Imperio Austrohúngaro. El dinero tiene que ser una ―y sólo una― mercancía apartada de las demás. Por eso en los países en cuya circulación interna se mantenía un patrón bimetálico (oro y plata), como podía ser el caso de Francia, Argentina o Estados Unidos hasta mediados del siglo XIX, uno de los metales tendía a subordinarse al otro como mero símbolo, como moneda subsidiaria. Pero en el mercado internacional los distintos países se enfrentaban con oro y plata alternativamente, de tal forma que se daba una medida dual de los valores y las mercancías se traducían de plata en oro y de oro en plata. La relación entre uno y otro variaba constantemente. El dinero mundial tenía dos caras y operaba como tal.

A nivel de la circulación interna, el patrón oro conseguiría imponerse hacia 1870 en las grandes potencias capitalistas, pero no llegaría a durar cincuenta años. El tipo de cambio fijo con el oro se suspendería con la entrada en la Primera Guerra Mundial y a su término ya se había agotado. Se estableció entonces el Patrón Cambio Oro (Gold Exchange Standard), por el cual sólo Estados Unidos e Inglaterra tendrían que mantener una relación constante entre su oferta monetaria y las reservas en oro de sus bancos centrales. Esto supuso que el dinero mundial dejara de tener la forma de oro y plata para tomar la del dólar y la libra esterlina, siendo cada vez menos relevante el metal y más la cantidad de dólares y libras que se tenían en los fondos de reserva. Tras la Segunda Guerra Mundial, el tratado de Bretton Woods establecería la primacía del dólar como dinero mundial en todo el mundo occidental. Este proceso demuestra cómo la relación del dinero con su patrón metálico se fue haciendo cada vez más compleja a medida que se desarrollaba el propio capitalismo, de tal forma cuando Estados Unidos decidió en los años 70 romper con el tipo de cambio fijo con el oro esto no fue una decisión política, sino una constatación inevitable de la crisis del valor. Aunque la relación del dinero con su equivalente general es hoy mucho más compleja, no por ello ha dejado de funcionar como dinero mundial. El dólar sigue siendo la moneda hegemónica en que se efectúan las transacciones en el mercado internacional, lo que le permite mantener al mismo tiempo una economía importadora y enormemente endeudada, aunque cada vez más su papel viene disputado por otras divisas.

El capital que devenga interés

Una parte cada vez mayor del dinero en circulación es dinero de crédito. Como tal sigue cumpliendo las funciones descritas anteriormente, pero lo hace en una relación más compleja con la producción de mercancías.

El desarrollo del crédito tiene como base la contradicción más profunda de las relaciones capitalistas. Se trata de aquella entre la potencia creciente de las fuerzas productivas y los límites de unas relaciones sociales basadas en el valor. Cuanta más capacidad social hay de producir riqueza concreta, más caducas quedan las relaciones basadas en la apropiación privada del producto del trabajo; cuanta más riqueza concreta se produce, más miseria social genera la lógica del valor. En el plano de la producción, esta contradicción se expresa en el incremento de la composición orgánica, es decir, en el incremento relativo del capital constante —maquinaria, instalaciones, materias primas— frente a la cantidad de trabajadores requerida: la utilización del trabajo muerto, del trabajo pretérito, supera hoy con creces la explotación de trabajo vivo. Al haber cada vez menos trabajo vivo que explotar, el valor por unidad de producto se reduce. Es lo que llamamos crisis del valor. De esta forma, el plusvalor cae y cae con él la tasa de ganancia de los capitalistas.

Cuanto más crece la composición orgánica, mayor es el capital que hay que adelantar para iniciar la producción y mantenerla. Aunque las ganancias van cayendo históricamente, los capitalistas se ven obligados a desembolsar enormes sumas de capital en forma de dinero para poner en funcionamiento la producción. La maquinaria es cada vez más costosa. Como la productividad ha aumentado y por tanto se producen más mercancías, la cantidad de materias primas que hay que comprar y la energía que hay que gastar es mucho mayor. El banquero, representante de los medios de atesoramiento socializados, irá en auxilio del capitalista. Por un lado, podrá hacerlo porque con el propio desarrollo del capital el volumen de ahorros habrá ido aumentando, ahorros que tendrán como un factor nada despreciable el incremento de la renta de la tierra y el «capital ocioso» en que ésta se convierte. Por otro lado, el sistema bancario y de crédito habrá ido desarrollando sus propios dispositivos para generar dinero crediticio y satisfacer así la demanda creciente de liquidez por parte de los capitalistas industriales. Es así como desde finales del siglo XIX se irá haciendo cada vez más difícil mantener una empresa sin depender del crédito y el sistema bancario y el mercado financiero se irán desarrollando exponencialmente, no como parásitos de la producción, sino como la única forma de dotarla de liquidez para que pueda seguir funcionando bajo parámetros capitalistas.

Pero ¿qué es el crédito? No es más que una operación por la cual una determinada suma de dinero se convierte en capital que genera un interés. Para hacer esto el dinero tiene que convertirse en mercancía. Sin embargo, el dinero ya era mercancía, una mercancía apartada del resto para convertirse en su espejo, en equivalente general. ¿Qué ha ocurrido?

1) El dinero como mercancía

La mercancía tiene un valor de uso, las cualidades naturales que la dotan de una utilidad, y un valor de cambio, la cantidad de otras mercancías por las que puede intercambiarse en función del trabajo abstracto que contiene. El dinero es la objetivación de dicho valor de cambio. Ahora bien, también tiene un valor de uso. En realidad, tiene dos. Hasta ahora nos hemos limitado al primero: el dinero encuentra su utilidad en servir como equivalente general, como máximo representante de las mercancías. El valor de uso del dinero es objetivar el valor de cambio del universo de las mercancías. Esto ocurre en el plano más abstracto de la realidad capitalista, en M-D-M. Pero si descendemos hacia sus categorías más concretas y por ello más complejas, si entramos en D-M-D’, encontraremos que el dinero tiene un segundo valor de uso: funcionar como capital.

Porque el dinero (D) puede funcionar como capital directamente, invirtiéndose en la compra de materias primas y salarios para obtener una suma de mercancías (M). Al hacer esto, el dinero pasa de capital dinerario a capital mercantil. Sólo cuando la suma de mercancías ―el capital mercantil― consiga venderse en el mercado, el plusvalor que contiene se habrá realizado y el capital mercantil volverá a transformarse en capital dinerario, pero esta vez con un incremento, una ganancia (D’). El dinero en sí mismo no es capital, porque el capital no es una magnitud simple, sino una relación de magnitudes: 1.000€ es dinero, pero no es capital. Pero si los 1.000€ se invierten en la explotación de trabajo y regresan como 1.100€, entonces estamos hablando de una metamorfosis de dinero en mercancías y en más dinero, movimiento al que llamamos capital.

Pero el dinero también puede funcionar como capital indirectamente, sin que su poseedor tenga que preocuparse por transformarlo en mercancías y convertirse en un explotador directo del trabajo.

Pongamos por caso que un fabricante necesita desembolsar una gran suma de dinero para comprar una nueva máquina, aumentar su productividad y ser más competitivo en el mercado. Ya hemos dicho antes que esa es la tendencia histórica. El fabricante posee una parte de esa suma, puesto que ha ido atesorando el dinero que refluía de la venta de su capital mercantil y que incluía su correspondiente ganancia, pero no es suficiente. El prestamista, que tiene ese dinero, se lo ofrece para que le sirva como capital, lo invierta y obtenga nuevas ganancias. Claro que el prestamista no lo hace por altruismo. En lugar de invertir ese dinero él mismo en la producción, decide prestárselo al fabricante para que haga lo propio. A cambio, éste deberá devolvérselo tras el plazo acordado con una parte de la ganancia que obtuvo en la producción. De haber invertido sólo su propio capital, la ganancia sería por entero para sí; al haber requerido el dinero de otro, habrá de compartirla.

El prestamista habrá hecho de su dinero capital dinerario con un solo gesto: convertir esa suma de dinero en una mercancía. El valor de uso de esta mercancía será funcionar como capital y generar una ganancia al fabricante, y su valor de cambio será el interés. Esto hay que tomarlo a modo de metáfora, naturalmente. Si el interés fuera de verdad el valor de cambio del dinero, estaríamos diciendo que el dinero, valor objetivado de las mercancías, tiene un valor de cambio superior al valor que le constituye. Pura vuelta de tuerca, pura irracionalidad, pero una irracionalidad material y constitutiva de las relaciones sociales capitalistas. No es cierto que el dinero valga más de lo que vale, porque lo que él vale es la cantidad de trabajo que requirió producirlo antes de convertirse en equivalente general, pero las relaciones capitalistas desarrolladas, D-M-D’, permiten que el dinero se venda como capital en un movimiento D-D-M-D’-D’, convirtiéndose en una mercancía con su utilidad y su precio. Así es cómo el interés se convierte, irracionalmente, en el precio del dinero.

En el crédito «el dinero en cuanto capital se convierte en mercancía»[9], pero es una mercancía muy particular. En el intercambio simple, el vendedor tiene una mercancía de la que ansía desprenderse a cambio de dinero, que está en manos del comprador. Una vez terminado el intercambio, ambos conservan el mismo valor, el vendedor en forma de dinero y el comprador en forma de mercancía. Sin embargo, en el crédito el dinero comienza del lado del vendedor y la venta no es venta, sino préstamo, compra de deuda. El vendedor, es decir, el prestamista, no se desprende de su dinero, sino que sólo lo entrega a cambio de que le sea devuelto tras el plazo estipulado.

No hay tampoco intercambio de equivalentes. El precio de esa mercancía tan particular no será un precio, un valor de cambio, sino una participación en la ganancia del comprador, cuando éste la invierta como capital. Al ser así, este precio no tiene una relación con su mercancía como tendrían todas las demás. No existe una tasa natural de interés. En la mercancía común, el precio es la expresión fenoménica de su valor, el cual funciona como un vector constante que nivela las oscilaciones circunstanciales del precio, provocadas por la oferta y la demanda. Cuando el dinero se convierte en una mercancía, el interés tiene un techo ―la totalidad de la ganancia del capitalista―, pero no tiene un suelo, como demuestran los tipos de interés negativo que nos hemos acostumbrado ya a ver en la última década[10], y sus oscilaciones no dependen directamente de la ley del valor, aunque sin ella la propia categoría del interés sería inexplicable[11]. El llamado precio del dinero es una mera expresión irracional del capital dinerario expuesto en el mercado. Y es que, cuando el dinero funciona como capital convirtiéndose en mercancía, parece que el mundo estuviera boca abajo.

2) El dinero como capital que devenga interés

Y en efecto lo está. Al explicar el crédito hemos pasado del fetichismo del dinero al fetichismo del capital. Recordemos que en el primero el valor de las mercancías se autonomizaba de ellas y las subordinaba a su existencia. En tiempos de crisis es cuando más palpable se hace: las mercancías se desvalorizan en los almacenes, muertas de risa, invendibles, mientras todo el mundo se vuelve loco por tener dinero contante y sonante, sobre todo porque lo necesita como medio de pago para saldar las deudas contraídas en tiempos de bonanza. Ahora nos encontramos con que este dinero al que se subordinan las mercancías se ha convertido él mismo en una mercancía sui generis y se vende en el mercado al mejor postor como crédito. Si no vemos la totalidad de lo que está sucediendo y nos quedamos en las cortas miras del prestamista, el dinero ha sido vendido como mercancía y tiempo después ha regresado preñado de una ganancia, de un interés. A ojos del prestamista, su dinero se ha convertido en capital sin pasar por la producción de mercancías: D-D’. Sabemos que esto no es verdad, y que el prestamista poco hubiera podido hacer si el fabricante no hubiera utilizado su dinero para invertirlo como capital, comprar maquinaria y materias primas y explotar a sus trabajadores hasta conseguir un plusvalor. Pero eso el prestamista ni lo ve ni le importa. Para él, el dinero se ha reproducido solo, sin mediación humana, por el mero hecho de ofrecerlo como mercancía en el mercado. El interés, que es una parte de la ganancia del capitalista, aparece él mismo como ganancia absoluta e independiente para su verdadero propietario. Para el prestamista, el dinero es un autómata capaz de generar riqueza por el simple hecho de ser de su propiedad.

Para el prestamista, es como si hubiera puesto a trabajar su dinero. Esta aparente capacidad del dinero de regresar con más dinero cuando es prestado se asemeja a la capacidad de la fuerza de trabajo, cuando se compra, de producir más valor del que ella misma vale[12]. La fuerza de trabajo tiene el valor de las mercancías que sirven a su reproducción, pero cuando se explota a un trabajador se le hace trabajar bastante más de lo que sería necesario para reproducir su vida. Es así como aparece el plusvalor. Para el capitalista financiero, que no tiene que lidiar con la vida lúgubre de los centros de trabajo, su propio dinero es un trabajador incansable. Volvamos la vista atrás un segundo y enderecemos al hombre colgado: el producto del trabajo se separa del productor y se convierte en capital, el capital explota la actividad humana para reproducirse al infinito, cueste lo que cueste, y finalmente el prestamista tiene el orgullo y la satisfacción de explotar su dinero como si fuese un trabajador infatigable y bien disciplinado. Él mismo es el director de orquesta de esa fábrica tan particular. De ahí el término de ingeniería financiera, que parece una broma, pero no es sino una expresión más del fetichismo del capital.

Cuando el prestamista expone su dinero como una mercancía en el mercado financiero, invierte un capital que parece darle rentabilidad sin salir del ámbito de la circulación. El simple hecho de comprar deuda, es decir, de prestar su dinero por un interés, hace que la riqueza aparezca como un mero hecho de la circulación, del mercado. La producción de mercancías nada tiene que ver. Visto así, él mismo produce mercancías financieras de mayor o menor complejidad, y todo ello sin haber pisado un solo centro de trabajo. En esta base, donde la producción de mercancías desaparece de la experiencia concreta de los agentes en el mercado, hay que situar la idea —muy extendida hoy— de que una correcta política monetaria basta para resolver las crisis del capital y asegurar el buen funcionamiento de la economía. Cuando la producción de valor parece desaparecer en D-(M)-D’, el dinero es la economía.

El dinero como capital aparece por tanto como una mercancía extraña, como un trabajador autómata, como un hecho de la circulación. Nos falta una última determinación: el interés aparece como la ganancia que se obtiene por la mera propiedad del capital. Si en la figura simple del capitalista, como la del fabricante que antes describíamos, éste es al mismo tiempo el propietario de su capital y el que lo pone en funcionamiento, comprando con él maquinaria y materias primas, explotando trabajo y esforzándose por vender todas sus mercancías en el mercado, con la aparición del prestamista se produce una escisión. Cuando el fabricante tenga que dividir la ganancia con su acreedor, se representará lo que le quede como el merecido fruto de su trabajo. Él se ha esforzado por escoger los proveedores, determinar el método y la organización de la producción, se ha enfrentado con sus trabajadores para determinar la intensidad y la longitud de su jornada, para finalmente ponerlo todo en riesgo si las mercancías no consiguen venderse. El prestamista, ¿qué ha hecho? Sentarse a esperar que se liquide el préstamo y refluya el interés, como un tributo, como un impuesto exigido por el mero hecho de tener la propiedad del capital. Así que, en el fondo, el fabricante es tan trabajador como sus trabajadores.

Esta es una de las enajenaciones más fuertes que genera la aparición del interés como una categoría contrapuesta a la ganancia del capitalista, pese a ser una derivación, una parte del plusvalor explotado al proletariado. Con su aparición, el capitalista actuante pasa al bando del trabajo en contra de la usura, de los banqueros, de los propietarios del capital. «De modo que el trabajo de explotar y el trabajo explotado son idénticos ambos en cuanto trabajo. El trabajo de explotar es tan trabajo como lo es el trabajo que se explota»[13].

El fascismo encuentra una de sus características fundamentales en esta falsa oposición. Tras el período revolucionario de 1917-1923, la única forma que encontró la burguesía para afrontar la polarización social e impulsar un nuevo salto de valorización fue el ensalzamiento del trabajo —capitalistas industriales y trabajadores por igual, organizados cooperativamente en corporaciones— frente a los parásitos de la usura, reivindicando la verdadera producción para la grandeza de la nación[14]. Por otro lado, también al leer esto resuenan en nuestras cabezas los mil discursos de la izquierda —y de la extrema derecha— que identifican el problema del capital en la existencia de los banqueros. En la escisión material entre la ganancia y el interés, entre la propiedad del capital y su puesta en funcionamiento, el capitalista financiero aparece como el verdadero enemigo. En la sección V de El capital Marx explicaba esto para desnudar el socialismo burgués de Proudhon, con aquello de que la propiedad es el robo. Nosotros, ya en el siglo XXI, podemos confirmar que la izquierda del capital sigue siendo profundamente proudhoniana.

Pero la realidad del capitalismo es otra. El viejo fabricante del siglo XVIII y XIX poseía su propio capital y lo ponía en funcionamiento él mismo, con la ayuda de algunos secuaces. Él era al mismo tiempo el propietario del capital y el capitalista en funciones, ocupándose de las tareas técnicas de organizador del trabajo y de las tareas políticas del despotismo de la fábrica. Pero hace más de un siglo que ése ya no es el caso. Ya en la época de Marx el desarrollo de las sociedades por acciones y de la banca permitían verlo con claridad. En las sociedades por acciones, los propietarios del capital son simplemente los inversores, cuya única preocupación es el resultado de las cuentas. Si no les convence, venderán sus acciones y se desharán del problema. En las empresas organizadas de esta forma, los directivos no son sino meros empleados, funcionarios del capital, representando ellos mismos el papel del capital actuante frente a los verdaderos empresarios, que son un flujo anónimo de accionistas que compran y venden los títulos de propiedad de la empresa en el mercado financiero[15]. Al mismo tiempo, el prestamista hace tiempo ya que dejó de ser un propietario individual de dinero vendido como capital, y el mismo proceso de socialización e impersonalización se ha producido de este lado. El sistema bancario y del crédito desarrolló desde los comienzos del capitalismo la socialización del dinero como medio de atesoramiento. A través de los depósitos, los ahorros individuales se convierten en una masa anónima de dinero dispuesto a su préstamo como capital[16]. El banquero, como tal, nunca fue el usurero ni la familia de prestamistas. De hecho, en el siglo XVI y XVII veremos cómo las funciones bancarias del depósito, la transferencia y el cambio de divisas iría paralelo al desarrollo del crédito[17]. En el momento en que se unen, con el hito inaugural del Banco de Estocolmo (1656), encontraremos por fin la figura del banquero que conocemos: el funcionario del capital par excellence. El dinero que presta no será el suyo, y poco a poco su figura se irá diluyendo bien sea en funcionario directo del Estado —precisamente, el Banco de Estocolmo tardará poco en convertirse en el Banco de Suecia (1668)—, bien en displicente empleado de sus accionistas anónimos, del lado de la banca privada.

El desarrollo del sistema crediticio no es un tumor en el sano cuerpo del capital, sino una tendencia intrínseca a sus categorías más fundamentales que le permitirá, en primer lugar, potenciar los procesos de valorización y, más tarde, darle oxígeno cuando su metabolismo comience a declinar.

Por un lado, la concentración de prestamistas y prestatarios en la red bancaria permitirá a los capitalistas un acceso más fácil al dinero con que llevar a cabo sus inversiones. Esto tiene un papel central a la hora de nivelar la tasa de ganancia. Cuando una rama de la producción comienza a saturarse por la afluencia de capitales y baja la tasa de ganancia del sector, es necesario desinvertir para buscar mejores nichos de mercado. Sin embargo, no es una operación tan sencilla si uno ha fijado su capital en instalaciones, mano de obra y capital mercantil del que tiene que deshacerse. Será entonces de enorme utilidad poder acudir al crédito para invertir en ramas más rentables mientras termina de liberarse el capital fijado en la rama más saturada ―restructuración o reconversión son los términos que se usan actualmente. Además, el desarrollo de las sociedades por acciones como una parte más del desarrollo del capital que devenga interés permitirá desinvertir con más facilidad, puesto que sólo habrá que conseguir un nuevo comprador a estas acciones. Así, los capitales se redistribuyen, con la ley del valor como vector, entre los diferentes ramos del capital industrial y comercial. En definitiva, al proporcionar una mayor movilidad a los capitales el desarrollo del crédito facilita la nivelación de la tasa de ganancia ya no sólo en el plano nacional, sino también en el plano internacional de la mano del dinero mundial. Esta nivelación cada vez más efectiva desemboca en la llamada globalización, que no es sino el desarrollo de una tendencia arraigada desde los orígenes del capitalismo: la mundialización de las relaciones sociales mediante la comunidad del dinero.

Por otro lado, como hemos anticipado ya, el desarrollo del crédito permitirá reducir costos de circulación y por esta vía acelerar la velocidad de rotación del capital y aumentar ―o frenar el declive de ― las ganancias. Esto lo hará de dos maneras. En primer lugar, se reduce el coste del dinero porque ya desde temprana edad el capitalismo dejará el equivalente general metálico en las reservas bancarias para sustituirlo por signos de valor de mucho menor coste, como la moneda subsidiaria o el papel moneda. Pero también y sobre todo porque, como hemos explicado, la función del dinero como medio de pago permitirá reducir la cantidad de signos dinerarios que se lanzan a la circulación para mediar el intercambio de mercancías e, incluso, llegar a omitirlos por completo en gran parte de las transacciones, al menos en épocas de expansión económica. La función del dinero como medio de pago estará así en la base del sistema bancario con operaciones como las transferencias de dinero o el descuento de letras de cambio, cheques, etc., puesto que en todas estas operaciones el banco sirve como intermediario, como respectivo acreedor y deudor en una transacción en la que el comprador adquiere las mercancías, pero deja en manos del banco el pago al vendedor.

En segundo lugar, como también hemos explicado al dar cuenta de la función de medio de pago del dinero, el crédito permite acelerar la metamorfosis mercantil y del capital: acelera el intercambio en el ámbito de la circulación, porque no hace falta disponer de dinero para comprar, y acelera por los mismos motivos el paso de la forma dineraria del capital a su forma mercantil y de nuevo a su forma dineraria. Es decir, si no hace falta tener dinero para comprar, se podrán hacer inversiones productivas a crédito, lo que facilita el paso de la forma dineraria del capital a la forma mercantil. Y si se pueden entregar esas mercancías a crédito, obtener por ellas una letra de cambio e ir al banco para que la descuente, se habrá acelerado el paso del capital mercantil al capital dinerario.

Por último, el crédito permite acelerar la velocidad de rotación porque reduce el fondo de reserva del dinero como medio de atesoramiento y medio de pago a los mínimos imprescindibles. Antes del desarrollo de la banca, los capitalistas tenían que mantener siempre apartada una determinada suma de dinero para asumir nuevas inversiones o para saldar compromisos de pago en el caso de que hubiera alguna interrupción en el reflujo de su capital, por el motivo que fuera. Con el crédito, menos dinero servirá como fondo de reserva de muchas más personas, siempre bajo el supuesto de que no todas ellas lo requieran a la vez. Esto que permite acelerar la valorización del capital también le hace ir perdiendo suelo, puesto que el estallido de una crisis económica no hará sino convertir las grandes virtudes del crédito en el gran mal. El crédito pasará de ser un magnífico lubricante a una suma de deudas impagables, encadenadas las unas a las otras. Al haber reducido al límite su fondo de reserva, los capitalistas se ven empujados a solicitar un nuevo crédito, pero ya no para hacer inversiones productivas o acelerar el metabolismo mercantil, sino para saldar deudas: requerirán dinero no como capital, sino como medio de pago. Y ante esa circunstancia, cuando muchas deudas amenazan con quedarse impagadas, el crédito se contrae mientras asciende su demanda y asciende con ella el precio del dinero, dando lugar a enormes tipos de interés. Nos encontramos ante la famosa crisis de liquidez que tanto temen los burgueses. La crisis de la producción mercantil está siempre en el origen de la crisis dineraria, aunque el problema aparece invertido ante la burguesía, como si fuera simplemente un problema de dinero.

De la misma forma que antes tratábamos la profunda contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales basadas en el valor, en lo que respecta al dinero esta contradicción se expresa como aquella entre la medida de valor y la necesidad creciente de liquidez. Esto hará que ya desde temprano y pese al mito existente en torno al patrón oro, la relación del dinero con su función como equivalente general y medida de valor se vuelva cada vez más conflictiva. En este conflicto aflora el dinero de crédito. Al mismo tiempo, con el propio crédito la separación entre la compra y la venta de la mercancía abre las puertas a la especulación, a las transacciones intermedias destinadas a obtener ganancias independientes ya de toda producción de valor. El capital que devenga interés, vinculado aún a la producción mercantil, sentará las bases del capital ficticio. Pero antes de entrar en él, y puesto que ya hemos dado cuenta de qué es crédito, podemos explicar mejor qué es el dinero crediticio.

3) El dinero de crédito

El dinero es una mercancía en particular que se aparta del universo mercantil para servir de espejo. Es lo que llamamos equivalente general. Gracias al valor que contiene esa mercancía, se pueden medir todas las demás (medida de valor), facilitar el intercambio mercantil (medio de circulación) y guardar el valor en una mercancía absoluta que, por ello mismo, es más resistente a la desvalorización que las mercancías particulares (medio de reserva, ya sea como atesoramiento fuera de la circulación o como medio de pago dentro de ella). Pero el propio proceso de circulación hace que el signo de valor vaya reemplazando al equivalente general en tanto que su expresión simbólica. El rol de la plata y el cobre como moneda subsidiaria es un primer paso. El segundo paso será el papel moneda como mero signo de valor. En esa medida, cualquier cosa puede convertirse en signo de valor, siempre y cuando esté respaldada por el equivalente general y obtenga la confianza de un número suficiente de agentes económicos[18]. Pero aquí empiezan a complicarse las cosas.

El fabricante de ropa compra telas a su proveedor, pero lo hace a plazo. Para garantizar su compromiso de pago, le da una letra de cambio. El proveedor de telas puede hacer varias cosas con ella. En primer lugar, puede esperar a que se cumpla el plazo y reclamar, con ella en la mano, el pago de sus mercancías. En segundo lugar, puede ir al banco y descontarla, es decir, pedirle un préstamo poniéndola como aval, por lo que él pasaría a tener un poco menos del dinero que le prometió el fabricante —dado que se le resta el descuento del banquero—, pero lo tendría ya en la mano y podría seguir funcionando con él.

O puede hacer otra cosa: utilizar esa misma letra de cambio, que no es sino un documento legal que certifica el derecho a un pago futuro, para pagar a su vez a sus propios proveedores. Al hacer esto la letra de cambio funciona como dinero. La determinada cantidad de equivalente general a la que se tiene derecho con la letra de cambio sirve como medida de valor entre las distintas mercancías. Si se la entrega a sus proveedores para comprar materias primas, funcionará como medio de circulación. Si en lugar de comprar directamente con la letra de cambio las mercancías lo que hace el proveedor de telas es pagar unas mercancías que ya había obtenido con anterioridad, ésta estará funcionando como medio de pago. Probablemente no funcionará como medio de pago final, puesto que al cerrar el círculo de deudas el acreedor requerirá dinero contante y sonante, no letras de cambio, pero podemos hacer abstracción de esto por ahora. En definitiva, un documento legal que certifica un pago futuro, un valor futuro, funciona como dinero. Es una de las formas que éste tiene de convertirse en dinero crediticio. Cuando hablamos de letra de cambio, la utilizamos como metonimia para referirnos a los distintos instrumentos financieros del crédito comercial, esto es, el crédito ofrecido entre capitalistas particulares y donde no media la banca —más adelante se entenderá por qué es importante esta distinción—, como podrían ser también los cheques o los pagarés.

Que el signo de valor no sea la expresión simbólica de un valor que ya se posee, sino del que se poseerá en el futuro, es algo muy útil para lubricar el intercambio mercantil y dotar de liquidez a la economía en tiempos de expansión, pero no está exento de riesgos. La necesidad de obtener ganancias empuja al uso del crédito para especular, es decir, para hacer operaciones en el ámbito del capital ficticio. Marx lo ilustra mediante «la estafa en el negocio de las Indias Orientales»[19], que se dio en los años 40 del siglo XIX. En ella, un intermediario compraba mercancías a un fabricante inglés para enviarlas a un comerciante radicado en las Indias Orientales. Al fabricante le daba una letra de cambio en la que el intermediario se comprometía al pago de esas mercancías, pero a su vez el comerciante de las Indias Orientales giraba una letra de cambio al intermediario en la que se comprometía a pagar las mismas mercancías. Mientras las mercancías cruzaban lentamente el océano, es decir, mientras la transacción mercantil no se había producido todavía, tanto el intermediario como el fabricante y el comerciante podían descontar esas letras de cambio y obtener liquidez con la excusa de la transacción, es decir, dinero crediticio. Esta liquidez era utilizada a su vez para otras inversiones. Así, la letra de cambio pasaba de ser la certificación de un intercambio real de mercancías a ser un mero instrumento financiero con el que conseguir liquidez sin que el intercambio importara para nada, y «ya no se giraban letras de cambio porque se había comprado mercancía, sino que se compraba mercancía para poder librar letras de cambio descontables»[20]. Esta operación se podía extender a lo largo y ancho de la economía: a lo ancho, porque el número de eslabones de la cadena de deuda podía ser mucho mayor de lo que hemos descrito aquí en homenaje a la brevedad; a lo largo, porque cuando la liquidez se agotaba y empezaba a dudarse de la solvencia de los deudores, no se rompía inmediatamente la cadena, sino que se tiraba la pelota hacia adelante. Las letras de cambio se renovaban al vencer el plazo con la excusa de que las mercancías seguían en camino, y así «cuanto más se empobrecían los participantes, tanta mayor era su necesidad de comprar, para de ese modo hallar, en nuevos adelantos, un sustituto para el capital perdido en las especulaciones anteriores»[21].

Pero todo esto tiene que ver, como decíamos, con el dinero generado a partir del crédito comercial. Con respecto a la emisión monetaria de los bancos, es un proceso algo distinto. El primer papel moneda nacerá precisamente de ellos. En las ferias medievales los bancos recibirán el oro y la plata de los comerciantes y extenderán a cambio certificados de depósito. Aquí no estamos todavía ante dinero crediticio ni ante emisión monetaria como tal, puesto que este papel moneda se trata de un mero signo de valor del metal. El nacimiento del Banco de Venecia a finales del siglo XVI y el Banco de Ámsterdam a principios del XVII permitirá un salto cualitativo al hacer transmisibles estos certificados de depósito ―por lo que podían funcionar como medio de cambio― y cobrar por su conversión en oro y plata, de tal forma que se forzaba el uso del signo de valor para mantener en reserva los metales. Por otro lado, siendo Ámsterdam uno de los centros del comercio internacional, los florines-banco resultaban de enorme utilidad para estandarizar la oferta monetaria, ya que llegaron a coexistir más de 800 monedas de oro y plata, con diferentes pesos y medidas. El desarrollo del sistema bancario servirá para este proceso de homogeneización de la moneda antes de que se instituyeran los bancos centrales y el Estado adquiriera plena capacidad para regular la masa de dinero que circulaba en su territorio. Además, el Banco de Ámsterdam fue de los primeros en establecer un sistema de pagos (domiciliaciones, transferencias, etc.) que permitiría realizar transacciones sin utilizar medio circulante, aunque aún tardaría un tiempo en que la banca asumiera una de sus funciones fundamentales: la emisión de dinero crediticio.

No sería hasta 1656 que se fundirían por completo las funciones propiamente bancarias de depósito y cambio con el negocio del crédito. La fundación del Banco de Estocolmo haría de los certificados de depósito títulos de deuda, de tal forma que el banco, al convertir a los depositantes en sus acreedores, podía utilizar el dinero depositado para hacer préstamos y obtener un interés. Ya no tendría que depender de sus fondos propios para dar crédito, sino que podría hacerlo con los fondos socializados de los depositantes. Los billetes que entregaba como crédito circulaban por toda Suecia como medio de circulación, medio de pago y como medio de atesoramiento en parte, puesto que cuando se necesitaba atesorar ante el temor de una desvalorización de esos billetes, se exigía la convertibilidad en metal.

Ahora bien, la verdadera ventaja de este nuevo sistema iniciado por el Banco de Estocolmo consistía en el coeficiente de caja o de reserva. Puesto que no todo el mundo solicitaba la retirada de sus depósitos a la vez, no era necesario limitarse a prestar sólo la suma total del dinero depositado. Pongamos un ejemplo. Hay un solo banco en la ciudad y tiene un coeficiente de caja del 10%. Si alguien deposita 1.000€, el banco se verá obligado a mantener 100€ en caja, pero podrá prestar los 900€ restantes. Digamos que el prestatario que toma esos 900€ paga con ellos una mercancía y que el vendedor deposita ese dinero en el banco. En la contabilidad del banco, ahora tiene 1.900€ en depósito (sus pasivos), de los que tendrá que conservar 190€ y prestar 810€. Entre los activos del banco estarán ahora los 900€ del primer prestatario y los 810€ del segundo, por lo que mágicamente sus activos habrán pasado de 0 a 1.710€, más los intereses. Por arte de contabilidad el banco ha creado 1.710€ de la nada, mejor dicho, ha emitido 1.710€ con un respaldo de 190€. Este fenómeno, conocido como «expansión múltiple de los depósitos bancarios» o «multiplicador monetario», es la forma en que el dinero se crea de manera endógena, es decir, independientemente de las emisiones de billetes con curso forzoso que lleve a cabo el Estado. Esta es la gran diferencia entre el crédito entre particulares que ofrecía el prestamista a nuestro fabricante a partir de sus propios fondos y la manera en que se organiza el capital que devenga interés en el complejo sistema bancario.

El dinero crediticio, en sentido fuerte, es aquel que se emite de manera endógena por los bancos bajo este mecanismo. En principio, su disociación con el valor real que lo respalda es temporal, puesto que al liquidarse el préstamo éste refluye a las arcas del banco y viene preñado de un interés que, como hemos explicado, tiene su fundamento en la ganancia capitalista a partir de las inversiones productivas. «Con un anzuelo de mentira se pesca una carpa de verdad», le decía Polonio a Hamlet. El dinero crediticio, como producto del capital que devenga interés, está flanqueado por dos verdades. Parte de un respaldo real de valor, sin el cual nadie aceptaría esos billetes, y con él se obtiene plusvalor real que el capitalista se ve obligado a compartir por utilizar el dinero del prestamista como capital. Lo que ocurre entre medias es un proceso inherente al absurdo de las relaciones sociales capitalistas —un absurdo muy material, sin embargo— por el cual el dinero tiende a autonomizarse del valor para dotar de liquidez a la economía. En este intermedio vemos aflorar, ya desde los orígenes del capitalismo, el capital ficticio.

4) El dinero como capital ficticio[22]

El capital que devenga interés es un capital al servicio de la producción de valor. La ganancia que se obtiene de él es en realidad la participación en la ganancia del capitalista industrial y depende enteramente de que la producción y realización del valor que contienen las mercancías se lleve a buen término. Sin embargo, el mecanismo del crédito abre una brecha en la que emerge el capital ficticio. Por un lado, aleja el momento de la compra del momento de la venta, como hemos explicado ampliamente al hablar del medio de pago. Al hacer esto, se amplía el margen en que una larga cadena de intermediarios puede hacer negocios sin que estos tengan nada que ver con la propia transacción mercantil. Por otro lado, separa el reflujo real de valor del reflujo dinerario, que bajo la forma de préstamo o de descuento de letras puede darse antes de que el capitalista industrial o comercial consiga realizar el plusvalor de su capital mercantil. Gracias a esta separación puede comenzar una crisis, contraerse la venta de las mercancías, interrumpirse el reflujo de valor real y sin embargo que siga existiendo durante algo más de tiempo el reflujo de dinero crediticio. Lo veíamos con el negocio de las Indias Orientales, en el cual cuando comenzaban las pérdidas económicas no se interrumpían inmediatamente las transacciones financieras, sino que bien al contrario éstas continuaban porque para seguir pagando las deudas había que seguir tomando prestado: el intercambio mercantil se convertía entonces en un pretexto para obtener liquidez. Como las aspas de un ventilador, que al apagarse siguen girando un tiempo más hasta que pierden el impulso que les dio el motor, el dinero crediticio sigue circulando un tiempo después de que se haya detenido el motor de la producción y realización del valor.

Para ver cómo se va produciendo esta progresiva disociación del capital que devenga interés y la producción y circulación real de mercancías, dando lugar al capital ficticio, podemos tomar el ejemplo de las sociedades por acciones. Al comprar una acción, en realidad se invierte un capital que devenga interés para obtener el dividendo de las ganancias reales de la empresa. En la medida en que no es un préstamo simple, por el cual refluye el dinero prestado tras un plazo determinado, la única forma de recuperar el capital es vendiendo esas acciones. Se crea así un mercado de valores en el que el valor nominal de esas acciones puede ser mayor o menor, independientemente del valor real del capital que sigue en funcionamiento en la producción y circulación de mercancías. Si se invierte una determinada suma dineraria para comprar acciones y poco después se consigue venderlas a un precio mayor, se habrá invertido un capital que devenga interés (D-D’), pero no habrá tenido ningún papel en el movimiento real del capital en funciones. Las acciones no son más que títulos de propiedad sobre el capital real, títulos jurídicos que certifican el derecho sobre una parte del plusvalor que el mismo ha de obtener. Sin embargo, los mismos títulos jurídicos se convierten en réplicas de ese capital y adquieren su propio movimiento en la bolsa como «representantes nominales de capitales inexistentes»[23], de capitales desligados ya del capital real al que dicen representar.

En el sentido propio, el capital ficticio no es capital, porque nada tiene que ver con el metabolismo mercantil. Para que exista ha de haber producción y reproducción de mercancías, pero para el capital ficticio esto no es más que un punto de referencia del que poder desligarse. «A la formación del capital ficticio se la denomina capitalización»[24], es decir, se trata la suma de dinero invertido no como la inversión productiva ni como el préstamo para una inversión productiva, sino simplemente como un dinero que reportará regularmente un interés independientemente de que éste sea o no una participación en la ganancia real del capitalista. «De este modo se pierde, hasta sus últimos rastros, toda conexión con el proceso real de valorización del capital, consolidándose la idea del capital como un autómata que se valoriza por sí solo»[25]. Esto puede explicarse mejor con los bonos de deuda pública.

De por sí, el gasto público no es productivo, sino que el dinero que el Estado obtiene de los impuestos es arrancado de las inversiones productivas para ser utilizado en el consumo improductivo de la administración. Que sea improductivo no quiere decir que no sea imprescindible para la producción y circulación de valor; sólo que el valor extraído con los impuestos no se conserva a través de inversiones productivas, sino que se consume la más de las veces en una serie de gastos que no lo harán retornar. Cuando se compra deuda del Estado, se está financiando el déficit presupuestario, es decir, se está pagando un gasto que ya se produjo tiempo atrás. Así, los títulos de deuda no son más que «réplicas de papel del capital aniquilado»[26]. Las acciones de una empresa son derechos sobre una parte del plusvalor obtenido por la misma. Los bonos de deuda pública son derechos sobre una parte de los impuestos recogidos por el Estado y consumidos improductivamente en el pasado.

Pero el capital ficticio puede dar un salto más para desvincularse de la producción de valor. Es el caso de los derivados, que no son sino productos financieros que se refieren a otros productos financieros. Una hipoteca es un préstamo para la adquisición de un bien inmueble. Ese título de deuda puede venderse en el mercado como un producto financiero y adquirir su propio movimiento como capital ficticio, desvinculando su valor bursátil del valor real de dicha deuda. Sin embargo, hasta aquí se sigue teniendo una referencia a la producción y circulación de inmuebles. Como pudimos ver con la burbuja de las hipotecas basura, que estallaría en la crisis de 2008, el título de deuda de una hipoteca puede empaquetarse con otros para formar un producto financiero en sí de alto riesgo, cuya referencia a la producción y circulación de valor es cada vez más lejana.

En definitiva, como hemos visto, el capital ficticio se diferencia del capital que devenga interés en que aquel es indiferente al movimiento real de las mercancías. Sin embargo, es precisamente esta característica lo que hace del capital ficticio la tabla de salvamento del capitalismo actualmente. A medida que el desarrollo de las fuerzas productivas aumenta la composición orgánica del capital, es decir, reduce la cantidad de trabajo vivo que puede explotarse, la cantidad de valor que contienen las mercancías es cada vez menor y las ganancias capitalistas tienden a caer. Esto implica que cada vez es menos rentable realizar inversiones productivas y el ámbito del capital ficticio, en su relativa independencia de la producción real de valor, crece en atractivo para la clase capitalista. Pero no se trata simplemente de eso. Como explicábamos antes, que aumente la composición orgánica del capital implica que los capitalistas industriales se enfrentan a inversiones cada vez más costosas con un reflujo de valor real que es decreciente. Entonces, la capacidad del capital que devenga interés de hacer que «el reflujo en forma dineraria se independice del momento del reflujo real»[27] se vuelve imprescindible. Pero el uso del capital que devenga interés para realizar inversiones que mejoren la productividad sólo desemboca en un desarrollo aún mayor de las fuerzas productivas. Como vuelve a aumentar el coste del capital constante, se necesita un mayor recurso al crédito. Es así como el capital que devenga interés se convierte en un hecho estructural a la producción de valor. Es también así como se alimenta esa bola de nieve en la que el valor se va agotando como categoría social para medir la riqueza.

El capital que devenga interés lo hace porque se apoya en la expectativa de ganancia futura, de un valor real pero proyectado en el tiempo. A medida que el desarrollo del capitalismo requiere cada vez más del crédito, ese futuro se va haciendo más lejano. La masa de dinero que refluye del valor real es cada vez menor, por lo que la emisión de dinero crediticio adquiere predominancia. Al mismo tiempo, ese dinero de crédito emitido por los bancos se usa también como capital ficticio y el movimiento de ese autómata independiente de la producción gana en vitalidad. Mientras la base real de valor disminuye por el desarrollo de las fuerzas productivas, la necesidad de liquidez sólo crece. Esta liquidez, ese dinero contante y sonante que se requiere como medio de circulación y de pago de manera creciente, será provista gracias precisamente al capital ficticio.

5) El juego de espejos

Hablábamos al principio de que el signo de valor tiene un comportamiento diferente al de su equivalente general. Esto tiene que ver con el hecho de que si hay un exceso de oro o plata como medio de circulación, tenderá a salir de ella hacia las reservas como medio de atesoramiento. No ocurre así con el signo de valor. En la medida en que esté sancionado por el Estado, es decir, en la medida en que tenga un curso forzoso y que deba ser aceptado por todo el mundo como dinero, un exceso de signos de valor en la circulación sólo hará que más signos representen el mismo valor y, por tanto, se generará inflación. Esto, que de manera esquemática y abstracta es así, se vuelve más complejo cuando nos aproximamos a niveles más concretos de la realidad capitalista.

Como hemos adelantado al hablar del dinero mundial, cuanto más se desarrollan las contradicciones del capital, más se socavan las bases de la acumulación real del valor. Esto tiene su expresión en una tensión creciente entre el signo de valor y su equivalente general, el oro. No es necesario esperar a la ruptura del tratado de Bretton Woods en 1971 para verlo. La tensión en el siglo XVII entre el valor contenido en la pieza de oro y plata frente a su valor nominal en la moneda acuñada, se verá superada, ampliada y multiplicada en el paso al papel moneda. En primer lugar éste fue certificado de depósito, pero muy rápidamente se convertirá en billete de banco, es decir, en dinero crediticio. Esta será la forma dineraria que adoptarán los bancos centrales, manteniendo una relación a veces estricta, a veces sólo proporcional con las reservas del metal. Al mismo tiempo, en la masa monetaria que circulaba no sólo estaba la emisión exógena del Estado, sino también la emisión endógena de la banca comercial a través del multiplicador monetario. El dinero crediticio se expandía con el desarrollo del capital. Ya desde el siglo XIX la convertibilidad de los billetes de curso forzoso en oro sólo era parcial, y cuando se abría la posibilidad de un pánico bancario el impulso natural de los gobiernos era suspender temporalmente esta convertibilidad. Con el salto de valorización que se dio en el último cuarto del siglo XIX y que conduciría a la Primera Guerra Mundial, comenzamos ya a ver la enorme predominancia que fue adquiriendo el capital que devenga interés para nutrir de liquidez, esto es, de dinero crediticio la producción de valor. Es por esto que tras la Primera Guerra Mundial sólo el dólar y la libra representarían el oro ante el resto de divisas y que, tras la Segunda Guerra, sólo lo haría el dólar como dinero mundial. La ruptura de Bretton Woods fue la consumación natural de este proceso.

Si colocamos un objeto entre cuatro espejos enfrentados entre sí a cada lado, el objeto parecerá disolverse en la multiplicación infinita de su reflejo. De alguna forma, podríamos utilizar esta imagen para dar cuenta de la relación actual del dinero con su equivalente general. El respaldo del dinero de curso forzoso se encuentra en las reservas de los bancos centrales. Éstas se componen principalmente de oro, divisas y bonos de deuda pública y privada. La deuda pública, como hemos explicado, se compone en sí misma de dinero crediticio basado en el capital ficticio. Es un producto de la lógica de capitalización propia de la irracionalidad de estas relaciones sociales. La deuda privada puede ser directamente capital que devenga interés, vinculado a la producción real de valor, pero también puede estar compuesta por derivados financieros. Este es el caso de los bonos basura que ha comprado la Reserva Federal y el BCE en la actual crisis del coronavirus para mantener la liquidez para las empresas ante una contracción de la economía de enormes dimensiones.[28] Las divisas que se mantienen en reserva, esenciales para mantener una balanza de pagos equilibrada en el comercio internacional y, por tanto, esenciales para su utilización como dinero mundial, son las llamadas monedas de alta potencia. Entre ellas se encuentra en primerísimo lugar el dólar, pero también el euro, el franco suizo y el yen japonés. A su vez, sin embargo, estas divisas están respaldadas por las reservas de sus bancos centrales, que se componen de nuevo de oro, divisas y bonos de deuda. Por último, la relación con el oro es sumamente compleja y no podremos desarrollarla aquí con amplitud. Valga decir que el oro no sirve actualmente como dinero en todas sus funciones, sino más bien como un activo financiero peculiar, un valor refugio de enorme estabilidad, esto es, como reserva de valor, como medio de atesoramiento. No obstante, no funciona ya como dinero mundial, hace mucho que dejó de ser medio de circulación y normalmente no sirve como medio de pago. Un buen ejemplo de esto es, de nuevo, la crisis actual. Aunque por breve lapso, el valor bursátil del oro cayó junto con el de otros valores refugio. Esto se debió precisamente al hecho de que, ante una contracción de la economía, lo que se necesita es liquidez: dinero contante y sonante, sobre todo en su función de medio de pago. Si se desinvierte en el oro, cuando está entre las reservas de valor más importantes que existen actualmente, es porque el oro no funciona ya como dinero.

Pero entonces, ¿qué funciona como dinero? Los billetes de curso forzoso, el dinero fiduciario, cuyo respaldo lo constituye precisamente un juego de espejos donde el valor aún existente se hace cada vez más pequeño. Las funciones del dinero tienen entre sí una relación orgánica, dialéctica. Esto quiere decir que el recorrido que hemos hecho desde la medida de valor hasta el dinero mundial no tiene un carácter histórico, sino un desarrollo lógico por el cual a medida que nos aproximamos a niveles más complejos de la materia social van emergiendo nuevas propiedades de las anteriores, de tal forma que de la medida de valor se deriva el medio de circulación, de éste el medio de atesoramiento, de éste el medio de pago y como síntesis de todos ellos emerge el dinero mundial, en una organización compleja de las distintas determinaciones de la sociedad capitalista. Pero que el orden recorrido sea de carácter lógico no quiere decir que sea una estructura ajena a la historia. Tener una comprensión orgánica, dialéctica, de las distintas funciones del dinero permite al mismo tiempo dar cuenta de las categorías abstractas, las categorías invariantes que ordenan el caos social en sus múltiples determinaciones, y explicar cómo evolucionan históricamente al desarrollarse las contradicciones inherentes a ellas.

Veamos por ejemplo la contradicción entre el valor de uso y el valor de cambio, entre el trabajo concreto y el trabajo abstracto. Esta es, en última instancia, la contradicción entre el individuo aislado de toda sociabilidad y la sociedad constituida como una comunidad abstracta, automática, impersonal, cuyo funcionamiento es independiente del propio ser humano. Es el antagonismo que hemos descrito al hablar del fetichismo de la mercancía. Pero este antagonismo conlleva una contradicción que recorre la historia del capitalismo, encarnándose en la contraposición entre la apropiación privada del producto del trabajo y una producción cada vez más socializada, cada vez más potente, en la que el conocimiento acumulado de la especie —trabajo pretérito— crece en importancia en la producción frente al trabajo inmediato. Esta contradicción no es salvable dentro del capitalismo. Antes bien, conlleva su progresivo agotamiento histórico. El valor, en tanto que relación social basada en la apropiación privada del producto y su intercambio como mercancía, cada vez es menos operante. La mercancía ya no tiene razón de ser, y esto no puede dejar de afectar a la mercancía par excellence, a la mercancía absoluta: el dinero.

A medida que avanza la crisis del valor, la función de medida de valor del dinero va perdiendo peso histórico. Y esto es lógico, pues cada vez hay menos valor que medir. Al mismo tiempo, la función de medio de atesoramiento ha quedado reducida a sus mínimos. Ante la masa de dinero crediticio que amenaza permanentemente con la desvalorización, la forma de guardar el valor de los ahorros se encuentra en la inversión bursátil en sus distintas formas: esto es, se atesora convirtiendo el dinero en capital ficticio, lo cual es una buena muestra de la profunda fragilidad del capitalismo actual. Así pues, la función del dinero que toma predominancia hoy en día es la función de medio de pago. Cuanto más estructural se hace el capital que devenga interés, mayor es la parte de capital productivo que depende ineludiblemente del crédito para operar. Ya no la producción presente de valor: es la expectativa de producir valor futuro la que sostiene la producción actual de mercancías. Así, un crédito se encadena con el otro. Se solicita dinero crediticio no ya como capital, no ya para hacer nuevas inversiones productivas, sino para saldar antiguos créditos. Es el dinero como medio de pago el que sostiene la economía real, lo que es lo mismo que decir que la base real de valor que sostiene el dinero es cada vez menor y, por tanto, éste es cada vez menos capaz de funcionar como patrón de medida. De ahí su desvinculación con el oro.

Y de ahí también que la multiplicación del dinero crediticio no genere inflación. Las políticas de expansión cuantitativa que se aplicaron como paliativo a la crisis de 2008 consistieron en la emisión de enormes masas de dinero crediticio a través de la compra de activos financieros a la banca comercial por parte de los bancos centrales. Esta política, que se veía como un mecanismo excepcional para evitar una crisis de liquidez (medios de pago), no ha dejado de aplicarse desde entonces. Se intentaba así inyectar liquidez en los mercados, cuya reactivación habría de traducirse en inflación, si todo funcionaba bien. No fue así. En primer lugar, porque en tiempos de crisis, la parte del dinero crediticio que se emite para la economía real no se utiliza como medio de compra ni, por tanto, como capital productivo, sino que funciona fundamentalmente como medio de pago[29]. En la medida en que sirva para saldar deudas, el dinero no se mantiene en la circulación sino que refluye rápidamente a los bancos. Por otro lado, ante la contracción de la producción y el consumo de mercancías los capitales que se mantienen activos en una crisis de estas características —tanto más si el dinero está barato, porque los tipos de interés se mantienen artificialmente bajos— se destinan al ámbito bursátil: la gran parte del dinero que imprimieron los bancos centrales fue directo a la circulación de capital ficticio, sin rozar la mejilla de una economía real moribunda.

Esta es la tendencia histórica. Lo que se preveía como una medida extraordinaria se ha convertido en la extraordinaria normalidad del capital desde hace diez años. La crisis actual no hace sino agravarlo. A cada estallido, a cada crisis, la catástrofe del capital sólo expresa la incapacidad del valor para sobrevivir históricamente. Las enormes masas de dinero de crédito sin una base real de valor son su demostración en cuerpo y alma. El dinero, como el propio valor, están ya clínicamente muertos.

Un mundo sin dinero

Pero todavía hay que enterrarlos, porque el capitalismo no caerá como fruta madura. El agotamiento del valor sólo produce una catástrofe ampliada, una catástrofe que se manifiesta exponencialmente y en todos los aspectos de la vida en el planeta. Si no la paramos, por sí misma esta dinámica nos llevará a la extinción.

Lo paradójico es que el motor de esta catástrofe, que amenaza la vida de nuestra especie y que está causando ya una auténtica matanza en el resto de la biosfera, consiste precisamente en la capacidad de socialización que ha tenido el capitalismo. La crisis del valor está llena de paradojas. Nunca como antes la humanidad ha necesitado menos trabajar para satisfacer sus necesidades, pero en el capitalismo no tener trabajo sólo trae miseria. Nunca como antes nuestra interdependencia, nuestra comunicación, nuestro propio imaginario colectivo ha sido tan internacional, nunca como antes nuestra especie ha sido tan comunidad mundial como ahora, pero en el capitalismo esto sólo motiva más tensiones imperialistas y la amenaza permanente de la guerra. Nunca como antes se ha tenido tal comprensión del papel que desempeña nuestra especie en la ecosfera, pero el capitalismo es un sistema entrópico que ve cómo vamos directos contra el muro y no dispone de sistema de frenos.

El desarrollo del capital tiende a abolir las categorías sobre las que se funda[30] y la impresionante expansión del dinero crediticio es sólo una muestra de ello. Por la expulsión de trabajo que implica la automatización de la economía, vivimos cada vez más en una sociedad de trabajadores sin trabajo. Pero el propio desarrollo del crédito hizo emerger tiempo antes la figura del capitalista sin capital. Ya no hay por qué heredar la empresa familiar o acumular pacientemente ahorros para ser capitalista. Basta con considerarse como tal, solicitar un crédito y con esa propiedad social en forma de dinero crediticio atreverse a emprender[31]. En su agotamiento histórico, el capitalismo se está convirtiendo en una sociedad de capitalistas sin capital, trabajadores sin trabajo y dinero sin valor. Propiedad, trabajo y valor están siendo abolidos por su propio desarrollo en el sistema capitalista.

La burguesía insiste en que la economía es un ámbito natural y necesario para organizarnos socialmente. Así, la mercancía es el instrumento básico para gestionar unas necesidades ilimitadas en un contexto de recursos escasos. Sin ella, nos dicen, el apetito humano lo agotaría todo y nos quedaríamos muy rápidamente sin unos recursos que consumir. La burguesía lo dice y los ecologistas asienten con cara de circunstancias. Pero esta afirmación no encuentra su verdad en la antropología humana, sino en unas relaciones sociales que muy lejos de orientarse a la satisfacción de necesidades, se orientan a la acumulación ilimitada de valor caiga quien caiga. Es precisamente el hecho de que la producción y reproducción de la vida se lleven a cabo con la mediación del mercado lo que hace que, cuanto menos sentido histórico tiene la mercancía, cuanto más decaen las ganancias, más voraz y derrochadora de recursos y energía ha de ser la producción.

Primero se disloca el metabolismo natural de la tierra para producir enormes masas de comida y luego, para que la oferta se armonice a la demanda, toda esa comida acaba en los contendores del supermercado con lejía por encima, para que nadie la consuma gratuitamente. Hay algo que funciona muy mal en una sociedad así. Defienden nuestros burgueses el mercado como instancia natural y óptima para organizar la vida humana. Pero por su propia lógica, la producción de mercancías requiere de una enorme cantidad de recursos materiales y energéticos para obtener productos que una capacidad adquisitiva decreciente, es decir, una miseria social cada vez mayor, será incapaz de comprar. Cuanto más avanza la crisis del valor, más necesidad tiene el capital de explotar la Tierra, mineralizar la vida y acelerar la marcha para llenar de productos una sociedad que no deja de empobrecerse. La mercancía no es la manera de gestionar los recursos del planeta, nada más lejos. La ruptura metabólica entre el ser humano y la naturaleza no hace más que profundizarse con su lógica. El resultado son unas relaciones sociales que mueren por entropía.

La manera en que las categorías de esta sociedad han conseguido naturalizarse y ser interiorizadas por nosotros ha hecho que resulte difícil imaginar una sociedad sin dinero. Es habitual encontrar en conversaciones y debates la idea de que una sociedad tan compleja como la actual, tan internacional, sólo es posible en base a la mercancía. De hecho, cada vez que se intenta pensar en un mundo sin intercambio mercantil se piensa en pequeñas comunidades autárquicas, ajenas las unas a las otras y sin ninguna base de producción y reproducción de la vida en común: un allá se las arregle cada cual elevado a proyecto de sociedad anticapitalista. Algo que, más allá de toda otra discusión, hace de las proclamaciones de internacionalismo un triste juego de palabras.

Pero paradójicamente, la enorme masa de dinero crediticio que circula sin una base real de valor es la demostración de que no sólo es posible: ya está ocurriendo. Es la complejidad social la que no soporta ya la mercancía y el dinero. A medida que el trabajo inmediato pierde relevancia en la producción, tiene menos sentido medir la riqueza con la mediación del mercado y más fundamental se vuelve hacerlo como trabajo directamente social, no como valor de cambio sino como puro valor de uso. La incapacidad del capitalismo para reproducirse con sus propias categorías le arroja a una huida hacia adelante que no hace más que confesar esto: sólo una forma de relacionarse sin mercancía, sin dinero, como comunidad en un sentido mundial, puede enderezar al hombre colgado y volver a poner en primer plano la materia, la biología, la naturaleza humana y no humana como un solo cuerpo.

La riqueza ya no puede medirse en términos de valor. Cada vez es más evidente que la producción y reproducción de la vida sólo puede llevarse a cabo a través de una relación orgánica con la naturaleza y con sentido de especie: no trabajo abstracto, sino termodinámica; no dinero, sino tasa de retorno energético; no propiedad, sino usufructo común del hábitat natural que nos constituye. No sólo nosotros como especie, sino todos nosotros como biosfera; no sólo nosotros como comunidad presente, sino el ser humano por las generaciones pasadas para las generaciones futuras. El comunismo es un plan para la especie.

Esta es la única forma de resolver la poderosa contradicción entre la propiedad privada y el desarrollo histórico del ser humano. Una contradicción que plantea con absoluta claridad la disyuntiva entre el capital o la vida, entre la revolución o la extinción. Un mundo sin dinero no es un proyecto utópico: simplemente es la única alternativa realista.

Anexo I:
Contribución a la crítica de la economía política

Citas de Karl Marx: Contribución a la crítica de la economía política, ed. Siglo XXI, 2008

Antítesis mercancía-dinero

«Así como la separación, en el proceso del intercambio, de la compra y la venta, hace volar por los aires barreras localmente naturales y espontáneas, ancestralmente piadosas y amablemente disparatadas del proceso metabólico social, la misma es, a la vez, la forma general del desgarramiento de los factores que le pertenecen y la fijación de los mismos en oposición, en una palabra, es la posibilidad general de las crisis comerciales, pero ello solo porque la antítesis de mercancía y dinero es la forma abstracta y general de todas las contradicciones contenidas en el trabajo burgués. […] La separación entre la venta y la compra posibilita, con el comercio propiamente dicho, gran cantidad de transacciones aparentes antes del intercambio definitivo entre productores y consumidores de las mercancías. De este modo permite que gran cantidad de parásitos irrumpan en el proceso de la producción y exploten ese divorcio. Pero, a su vez, esto solo significa que, con el dinero en cuanto forma general del trabajo burgués, se haya dada la posibilidad del desarrollo de sus contradicciones» (pág. 83-85)

«Por ello, aunque en el precio el valor de cambio de la mercancía solo adquiere idealmente una existencia diferente de ella, y pese a que la existencia dual del trabajo contenido en ella solo existe ya como un modo de expresión diferente, y por otra parte, en consecuencia, puesto que la materialización del tiempo general de trabajo ―el oro― solo enfrenta ya a la mercancía real como medida de valor imaginaria, en la existencia del valor de cambio en cuanto precio o del oro en cuanto medida del valor está latentemente implícita la necesidad de la enajenación de la mercancía a cambio de oro contante y sonante, la posibilidad de su no enajenación, en suma, toda la contradicción que surge del hecho de que el producto es mercancía, o de que el trabajo particular del individuo privado, a fin de tener una acción social, debe presentarse como su contrario directo, como trabajo general abstracto. Los utopistas, que desean la mercancía pero no el dinero, que desean la producción fundada en el intercambio privado pero sin las condiciones necesarias de esa producción, son consecuentes por eso cuando aniquilan el dinero no solo en su forma palpable, si no ya en su forma etérea y quimérica en cuanto medida de los valores. En la invisible medida de los valores acecha el cruel dinero» (pág. 55)

Medida de valor

—El oro sólo es equivalente general porque refleja el valor de cambio del conjunto de las mercancías. Son las mercancías las que le convierten en dinero:

«El oro se convierte en medida de los valores, y en primera instancia es solo en virtud de esta determinación como medida de los valores, como la cual su propio valor se mide directamente en el ámbito global de los equivalentes de las mercancías, que se convierte en equivalente general o dinero. […] La medida real entre la mercancía y el oro la constituye el propio trabajo» (pág. 51)

—El oro se expresa como dinero en virtud de dos factores, uno cualitativo y uno cuantitativo:

«El valor de cambio de todas las mercancías se expresa ahora en oro. En esta expresión deben distinguirse un factor cualitativo y uno cuantitativo. […] Por una parte se manifiesta el carácter general del tiempo de trabajo contenido en ellas, mientras que, por otra parte, la cantidad del mismo se manifiesta en su equivalente en oro» (pág. 51)

Medio de circulación

—Moneda

     «En su función de medio de circulación, el oro adquiere una forma que le es peculiar: se convierte en moneda» (pág. 94)

     «El dinero, en cuanto moneda, a quiere un carácter local y político, habla diversas lenguas nacionales y viste los uniformes de distintos países. La esfera dentro de la cual circula el dinero como moneda se diferencia, por ende, de la circulación general del mundo de las mercancías en su condición de circulación mercantil interna, circunscripta por los límites de una comunidad» (pág. 95)

     La moneda es «el mediador de la unidad en proceso M-D-M o la forma solamente evanescente del valor de cambio en el incesante cambio de posición de las mercancías» (pág. 140)

—Proceso de desmaterialización del dinero (signo de valor):

     «Cuanto mayor tiempo circule la moneda a velocidad de circulación constante, cuanto más animada se torne su circulación en el mismo lapso, tanto más se desprenderá su existencia en cuanto moneda de su existencia en oro o plata. Lo que queda es más magni nominis umbra [la sombra de un gran nombre]. El cuerpo de la moneda solo es ya una sombra. Mientras que originariamente se torna más pesada en virtud del proceso, a causa de él se tornará ahora más liviana, pero seguirá siendo considerada como la cantidad originaria de oro en cada compra o venta individuales. El soberano prosigue llevando a cabo la función de la pieza de oro legítima en calidad de soberano aparente, de oro aparente. Mientras que otros seres pierden su idealismo en virtud del roce con el mundo exterior, la moneda resulta idealizada por la práctica, transformada en mera existencia aparente de su cuerpo de oro o plata. Está segunda idealización del dinero metálico producida por el propio proceso de la circulación, el divorcio entre su contenido nominal y su contenido real, es objeto de explotación, en parte por los gobiernos, en parte por aventureros privados, a través de falsificaciones de la más variada índole. […] En cuanto moneda su sustancia natural entra en permanente conflicto con su función» (pág. 97-99)

—Moneda subsidiaria (símbolo de oro, signo de valor):

      «Entonces, puesto que el oro se convierte en símbolo de sí mismo, pero no puede servir como símbolo de sí mismo, adquiere una existencia simbólica, de plata o cobre, separada de su existencia de oro, en aquellos sectores de la circulación en los cuales se desgasta con mayor celeridad, es decir en los sectores en los que las compras y las ventas en las proporciones más reducidas se renuevan permanentemente» (pág. 99)

     «Por eso, en todos los países de la circulación desarrollada, la necesidad de la circulación del dinero obliga inclusive a independizar el carácter monetario de las fichas de plata y cobre de cualquier grado de su merma metálica. De este modo se manifiesta ―cosa ínsita en la naturaleza de la cuestión― que son símbolos de la moneda de oro no porque sean símbolos confeccionados con plata o cobre, no porque tengan un valor, sino porque no tienen ninguno. Por consiguiente, objetos relativamente carentes de valor, como el papel, pueden funcionar como símbolos del dinero áureo. […] La diferencia originariamente insignificante entre el contenido nominal y el contenido metálico de la moneda de metal puede proseguir, pues, hasta llegar a una separación absoluta. La denominación monetaria del dinero se desprende de su sustancia, y existe fuera de ella en trozos de papel carentes de valor. Así como el valor de cambio de las mercancías se cristaliza en dinero áureo en virtud de su proceso de intercambio, así el dinero áureo se sublima en la circulación para convertirse en su propio símbolo, primeramente en la forma de la moneda de oro desgastada, luego en la forma de la moneda metálica subsidiaria, y por último en la forma de la ficha sin valor, del papel, del mero signo de valor. Sin embargo, la moneda de oro solo engendró sus reemplazantes, primeramente metálicos y luego de papel, porque a pesar de su merma en metal prosiguió funcionando como moneda. No dejaba de circular porque se desgastara, sino que se desgastó al nivel de símbolo porque seguía circulando. Solo en la medida en que el propio dinero de oro se convierte, dentro del proceso, en el signo de su propio valor, pueden sustituirlo meros signos de valor» (pág. 101-102)

     «En tanto el movimiento M-D-M es unidad en proceso de las dos fases que se transforman directamente una en la otra, M-D y D-M, o en la medida en que la mercancía recorre el proceso de su metamorfosis global, desarrolla su valor de cambio en el precio y en el dinero, para de inmediato volver a abolir esa forma, transformándose nuevamente en mercancía, mejor dicho, valor de uso. Por consiguiente, solo procede hacia una independización solamente aparente de su valor de cambio. Por otra parte, hemos visto que el oro, en tanto funciona solo como moneda o se halla constantemente en circulación, de hecho solo representa la concatenación de las metamorfosis de las mercancías y su existencia dineraria solo evanescente» (pág. 103)

     «Por eso, el signo de valor solo actúa en la medida en que represente, dentro del proceso, el precio de una mercancía con respecto a otra, o en que represente oro con respecto a cualquier poseedor de mercancías. Un objeto determinado, relativamente carente de valor, un trozo de cuero, de papel, etc., se convertirá, en primera instancia y por hábito, en signo del material dinerario, pero solo se afirmará como tal si su existencia en cuanto símbolo queda garantizada por la voluntad general de los poseedores de mercancías, es decir si adquiere una existencia legalmente convencional y, por ende, curso obligatorio. El papel moneda del estado con curso obligatorio es la forma perfeccionada del signo de valor, y la única forma del papel moneda que surge directamente de la circulación metálica o de la propia circulación simple de mercancías. El dinero de crédito pertenece a una esfera superior del proceso social de la producción, y se regula en virtud de leyes enteramente diferentes» (pág. 106)

     Pero eso no confiere poder al Estado: «La intervención del Estado que emite el papel moneda con curso obligatorio ―y solo tratamos de esta clase de papel moneda― parece abolir la ley económica. […] Puesto que los billetes de papel tienen curso obligatorio, nadie puede impedirle poner forzosamente en circulación un número tan crecido de los mismos cuando quiera imprimir sobre ellos en denominaciones monetarias deseadas, como 1 libra esterlina, 5 libras esterlinas, 20 libras esterlinas. […] Sin embargo, este poder del estado es mera apariencia. Podrá lanzar a la circulación la cantidad de billetes de papel que quiera con la denominación monetaria que desee, pero con este acto mecánico cesa su control. Una vez que la circulación se adueña de él, el signo de valor o papel moneda sucumbe a sus leyes inmanentes. […] En la misma medida en que se hubiese incrementado la suma global de los signos de valor, se hubiese reducido la cantidad de oro que representa cada uno de ellos. El alza de los precios solo sería la reacción del proceso de la circulación, el cual equipara por la fuerza los signos de valor a la cantidad de oro en cuyo lugar pretenden circular» (pág. 108-109)

—Contradicción entre medida de valor y medio de circulación, entre lo ideal y lo material:

     «Las mercancías se enfrentan ahora como existencias dobles: realmente, como valores de uso, e idealmente  como valores de cambio» (pág. 54)

     «La dificultad para la comprensión de esta relación surge del hecho de que el dinero, en sus dos funciones ―como medida de los valores y como medio de la circulación―, se halla sometido a leyes no solo inversa sino aparentemente contradictorias a la antítesis de ambas funciones. Para su función en cuanto medida de los valores, en la cual el dinero solo sirve como dinero de cuenta y el oro solo como oro ideal, todo depende del material natural. Desde luego que, evaluados en plata o como precios en plata, los valores de cambio se presentan de una manera totalmente diferente que valuados en oro o como precios en oro. Inversamente, en su función en cuanto medio de circulación, en la cual el dinero no es solo imaginario sino que debe existir como cosa real junto a las otras mercancías, su material se torna indiferente, mientras que todo depende de su cantidad. Para la unidad de medida resulta decisivo si se trata de una libra de oro, de plata o de cobre; mientras que su mero número convierte la moneda en la correspondiente realización de cada una de estas unidades de medida, cualquiera que sea su propio material» (pág. 110)

—Fetichismo del dinero:

«Cada mercancía comienza la segunda mitad de su circulación no como la misma mercancía, sino como otra, como oro. El movimiento de la mercancía metamorfoseada es, pues, el movimiento del oro. […] Puesto que la metamorfosis de las mercancías aparece como un mero cambio de posición del dinero, y que la continuidad del movimiento circulatorio depende por completo del dinero ―ya que la mercancía siempre da un solo paso en sentido contrario al del dinero, mientras que este da el segundo paso para la mercancía y es quien da término a las iniciativas de esta―, entonces todo el movimiento parece partir del dinero, pese a que, en la venta, la mercancía saca al dinero de su posición, es decir que el dinero también circula, de la misma manera en que hacer circular a la mercancía en la compra» (pág. 86-87)

     «Así como los poseedores de mercancías representaban los productos de sus trabajos privados como productos el trabajo social, al convertir a un objeto, el oro, en existencia inmediata del tiempo universal de trabajo, transformándolo por ello en dinero, así los enfrenta ahora su propio movimiento universal, en virtud del cual intermedian el intercambio de materiales de sus trabajos, en la forma de un movimiento peculiar de una cosa, la de la circulación del oro. Para los poseedores de mercancías el propio movimiento social es, por una parte, una necesidad exterior, y por la otra meramente un proceso formal de mediación que permite a todo individuo extraer de la circulación, a cambio del valor de uso que lanza a la misma, otros valores de uso de la misma magnitud de valor. El valor de uso de la mercancía comienza con su salida de la circulación, mientras que el valor de uso del dinero, en cuanto medio de circulación, lo constituye su propia circulación. El movimiento de la mercancía en la circulación es solo una fase evanescente, mientras que el movimiento incesante dentro del proceso circulatorio se convierte en la función de dinero. Esta función peculiar del dinero dentro de ese proceso confiere al dinero, en cuanto medio de circulación, una nueva determinación formal» (pág. 88)

El dinero «es una cristalización del valor de cambio de las mercancías, que las mismas forman en el propio proceso de intercambio. Por ello, mientras que las mercancías, dentro del proceso del intercambio se convierten en valores de uso recíprocos al despojarse de toda determinación formal y relacionarse entre sí y en su forma material inmediata, a fin de aparecer recíprocamente como valores de cambio deberán adoptar una nueva determinación formal, proseguir hacia la formación del dinero. El dinero no es un símbolo, así como no lo es la existencia de un valor de uso en cuanto mercancía. El hecho de que una relación social de producción se presente como un objeto existente fuera de los individuos, y el de que las relaciones determinadas que los individuos entablan en el proceso de producción de su vida social se presenten como atributos específicos de un objeto, esta reversión y esta mistificación, que no es imaginaria, sino prosaicamente real, caracteriza todas las formas sociales del trabajo que crea valor de cambio. Solo que en el dinero se manifiesta de una manera más chocante que en la mercancía» (pág. 33)

―Oposición entre dinero y moneda:

«A diferencia de la moneda, el dinero, resultado del proceso de circulación en la forma M-D-M, constituye el punto de partida del proceso circulatorio en la forma D-M-D, o sea el cambiar dinero por mercancía para volver a cambiar mercancía por dinero» (pág. 111)

Medio de atesoramiento

—Dinero como mercancía absoluta:

«El oro se separó en primera instancia, como dinero, del medio de circulación por el hecho de que la mercancía interrumpió el proceso de su metamorfosis, permaneciendo en su estado de crisálida de oro. Esto ocurre siempre, apenas la venta no se revierte en compra. La autonomización del oro como dinero es, pues, ante todo, una expresión perceptible de la división del proceso de la circulación o de la metamorfosis de la mercancía en dos actos separados, que coexisten en forma equivalente. La propia moneda se convierte en dinero en cuanto se interrumpe su curso. En manos del vendedor, quien la permuta por una mercancía, es dinero, y no moneda; en cuanto abandona sus manos, vuelve a convertirse en moneda» (pág. 114-115)

—Diferencia entre tesoro y moneda suspendida, siendo el primero una reserva de mercancía absoluta, que se ha apartado de la circulación:

«los propios oro y plata sólo se fijan como dinero en tanto no sean medios de circulación. Se convierten en dinero en cuanto no medios de circulación» (pág. 117)

y la segunda una parte necesaria del proceso de circulación cuando una suma de moneda ha de ser gastada en partes consecutivas:

«Hemos visto que en la circulación M-D-M, el segundo miembro D-M se fragmenta en una serie de compras que se llevan a cabo no de una sola vez sino sucesivamente en el tiempo, de modo que una porción de D circula como moneda, mientras que la otra reposa como dinero. De hecho, el dinero sólo es aquí moneda suspendida, y las diversas partes componentes de la cantidad de moneda circulante siempre aparecen alternando, ora en una forma, ora en la otra. De ahí que esta primera transmutación del medio de circulación en dinero sólo constituya una fase técnica de la propia circulación dineraria» (pág. 115)

Medio de pago

—Se rompe la relación inmediata entre la compra y la venta, entre la adquisición de la mercancía (compra) y la obtención del dinero a cambio (venta):

«El comprador actúa como representante de dinero futuro al efectuar la compra, mientras que el vendedor efectúa la venta como poseedor de mercancía presente. Por parte del vendedor, la mercancía, en cuanto valor de uso, se enajena realmente, sin que se realice en cuanto precio en forma real; por parte del comprador, el dinero se realiza de manera real en el valor de uso de la mercancía, sin haberse enajenado realmente como valor de cambio. En este caso, el propio comprador representa simbólicamente el dinero, en lugar de hacerlo, como antes, el signo de valor. Pero así como antes el simbolismo general del signo de valor suscitaba la garantía y el curso obligatorio del estado, así ahora simbolismo personal del comprador suscita contratos privados legalmente obligatorios entre los poseedores de mercancías. […] Vendedores y compradores se convierten en acreedores y deudores» (pág. 129-130)

—El dinero como medio de pago reúne las determinaciones previas, como medida de valores y como medio de circulación («medio de compra»), pero también y sobre todo como mercancía absoluta pero dentro ―y no fuera como el tesoro― de la circulación:

«Por lo tanto, en la forma modificada de M-D, en la cual se halla presente mientras que el dinero solo está representado, este último solo funciona, en primera instancia, como medida de los valores. El valor de cambio de la mercancía se evalúa en dinero en cuanto su medida, pero como valor de cambio contractualmente medido el precio existe no solo en la mente del vendedor sino, al mismo tiempo, como medida de la obligación del comprador. En segundo lugar, que aquí el dinero funciona como medio de compra, a pesar de que solo proyecta la sombra de su futura existencia. Pues arrastra a la mercancía cambiándola de lugar, de manos del vendedor a las del comprador. Una vez que se cumple el plazo para el cumplimiento del contrato, el dinero entra en circulación, pues cambia de posición y pasa de manos del antiguo comprador a las del antiguo vendedor. Pero no entra en circulación como medio de circulación o como medio de compra. Funcionaba como tal antes de existir, y se hace presente después de haber cesado de funcionar como tal. Por el contrario, entra en circulación en cuanto único equivalente adecuado por mercancía, como existencia absoluta del valor de cambio, como última palabra del proceso de intercambio, en suma, como dinero, y más exactamente como dinero en la forma determinada de medio de pago general. En esta función de medio de pago, el dinero se presenta como la mercancía absoluta, pero dentro de la propia circulación, y no, como el tesoro, fuera de ella. La diferencia entre medio de compra y medio de pago se torna muy desagradablemente perceptible en periodos de crisis comerciales» (pág. 130-131)

—El medio de pago trastoca el orden cronológico del metabolismo mercantil, atando a sus miembros a perpetuar dicho intercambio, puesto que quien compró sin vender habrá de vender nuevas mercancías para pagar la deuda:

«La primera metamorfosis aparece aquí, pues, en orden cronológico posterior a la segunda. Y de ese modo el dinero, figura de la mercancía en su primera metamorfosis, adquiere una nueva determinación formal. El dinero o el desarrollo autónomo del valor de cambio no es ya forma intermediaria de la circulación de mercancías sino su resultado conclusivo» (pág. 132)

—El medio de pago es expresión plena de D-M-D’, es decir, de unas relaciones sociales plenamente capitalistas:

«Por ejemplo, en Inglaterra, el dinero en cuanto moneda se halla desterrado casi exclusivamente a la esfera del comercio minorista entre productores y consumidores, mientras que como medio de pago domina la esfera de las grandes transacciones comerciales. En cuanto medio de pago general, el dinero se convierte en la mercancía general de los contratos, por lo pronto solo dentro de la esfera de la circulación de mercancías. Sin embargo, con su desarrollo en esta función, poco a poco todas las demás formas de pago se resuelven en el pago en dinero. El grado en que el dinero se halla desarrollado como medio de pago exclusivo, demuestra el grado en que el valor de cambio se ha apoderado de la producción en toda su extensión y profundidad. […] La velocidad con la que el dinero circula como medio de pago muestra, pues, que los individuos se ven arrastrados al proceso de la circulación mucho más profundamente de cuanto lo demuestra la velocidad con que circula el dinero en cuanto moneda o medio de compra» (pág. 133-134)

—Contradicción entre su presencia puramente ideal, en la medida en que los diferentes compromisos de pago se saldan mutuamente, y su aparición en la circulación no como medio evanescente en la metamorfosis de mercancías, sino como mercancía absoluta:

«En la medida en que los pagos se compensan como magnitudes positivas y negativas, no se produce intervención alguna de dinero real. Solo se desarrolla aquí en su forma de medida de los valores, por un lado en el precio de la mercancía, y por otro en la magnitud de las obligaciones recíprocas. Por lo tanto, en este caso el valor de cambio no adquiere una existencia independiente fuera de su existencia ideal, ni siquiera la existencia de signo de valor, o sea el dinero se convierte solo en dinero de cuenta ideal. Por consiguiente, la función del dinero como medio de pago implica la contradicción de que, por una parte, en la medida en que se compensan los pagos, solo obra idealmente como medida, mientras que por la otra, en tanto el pago debe efectuarse realmente, entra en la circulación no como medio de circulación evanescente sino como existencia en reposo del equivalente general, como la mercancía absoluta, en una palabra, como dinero. Por ello, cuando se han desarrollado la cadena de los pagos y un sistema artificial de compensación de los mismos, en caso de conmociones que interrumpen violentamente el flujo de los pagos y perturban el mecanismo de su compensación, el dinero se transforma súbitamente de su imagen nebulosa y quimérica como medida de los valores, en dinero contante y sonante o medio de pago. Por consiguiente, en condiciones de producción burguesa desarrollada, en las que el poseedor de mercancías se ha convertido, desde mucho tiempo atrás, en capitalista, conoce a su Adam Smith y sonríe con displicencia cuando oye decir que solo el oro y la plata serían dinero, o que el dinero en general, a diferencia de otras mercancías, sería la mercancía absoluta, el dinero reaparece súbitamente, no como mediador de la circulación, sino como única forma adecuada del valor de cambio, como la única riqueza, exactamente el mismo modo como la concibe el atesorador» (pág. 136)

Dinero mundial

—En el dinero mundial, las determinaciones de medio de compra y medio de pago funcionan a la inversa. El oro y la plata emergen como medio de compra cuando se interrumpe el flujo normal del intercambio mercantil, cuando «el intercambio de materiales es sólo unilateral, y por ende quedan separados la compra y la venta»:

«En la circulación internacional de mercancías, el oro y la plata no aparecen como medios de circulación sino como medios generales de cambio. Pero el medio general de cambio sólo funciona en sus dos formas desarrolladas de medio de compra y medio de pago, cuya relación, no obstante, se invierte en el mercado mundial. […] Cuanto más se desarrolla el intercambio de mercancías entre dos esferas nacionales de la circulación, tanto más se desarrolla la función del dinero mundial como medio de pago para la compensación de los balances internacionales» (pág. 140-141)

«Así como el dinero se desarrolla para convertirse en dinero mundial, así el poseedor de mercancías se desarrolla para convertirse en un cosmopolita. La relación cosmopolita de los hombres entre sí no es, originariamente, otra cosa que su relación en cuanto poseedores de mercancías. De por sí la mercancía está por encima de cualquier barrera religiosa, política, nacional y lingüística. Su lengua general es el precio, y su comunidad es el dinero. Pero con el desarrollo del dinero mundial en contraposición a la moneda nacional se desarrolla el cosmopolitismo del poseedor de mercancías como credo de la razón práctica, en contraposición a los prejuicios tradicionales de orden religioso, nacional, y otros, que inhiben el proceso metabólico de la humanidad» (pág. 143)

Anexo II:
El capital, SECCIÓN QUINTA

Citas de Karl Marx y Friedrich Engels: El capital, ed. Siglo XXI, 2010, tomo III, vol. 7, «SECCIÓN QUINTA. Escisión de la ganancia en interés y ganancia empresarial. El capital que devenga interés»

El capital como mercancía

«El dinero — tomado en este caso como la expresión autónoma de una suma de valor, ya exista de hecho en dinero o en mercancías— puede ser transformado, sobre la base de la producción capitalista, en capital, y en virtud de esta transformación se convierte de un valor dado en un valor que se valoriza a sí mismo, que se automultiplica. Produce ganancia, es decir que faculta al capitalista para extraer de los obreros una determinada cantidad de trabajo impago, de plusproducto y plusvalor, y aprobárselo. De esa manera adquiere, además del valor de uso que posee como dinero, un valor de uso adicional: el de funcionar como capital. Su valor de uso consiste, en este caso, precisamente en la ganancia que produce al estar transformado en capital. En este carácter de capital potencial, de medio para la producción de la ganancia, se convierte en mercancía, pero en una mercancía sui géneris. O lo que resulta lo mismo, el capital en cuanto capital se convierte en mercancía» (pág. 434)

«La forma del préstamo, peculiar de esta mercancía —del capital como mercancía—, y que por lo demás se presenta asimismo en otras transacciones en vez de la forma de la venta, surge ya de la determinación de que el capital se manifiesta aquí como mercancía, o que el dinero en cuanto capital se convierte en mercancía» (pág. 437)

«¿Qué es, entonces, lo que sigue siendo enigmático para él en el movimiento peculiar del capital que devenga interés? Las categorías de la compra, el precio, la cesión de objetos, y la forma no mediada en que aparece aquí el plusvalor; en suma, el fenómeno de que, en este caso, el capital en cuanto capital se ha convertido en mercancía, de que por ende la venta se ha convertido en préstamo, y el precio en una participación en la ganancia» (pág. 444)

«En cuanto mercancía de un género peculiar, el capital posee también un tipo peculiar de enajenación. Por eso, en este caso el retorno tampoco se manifiesta como consecuencia y resultado de una serie determinada de procesos económicos, sino como consecuencia de un convenio jurídico especial entre comprador y vendedor» (pág. 446)

«Nunca hay que olvidar que, en este caso, el capital en cuanto capital es mercancía, o que la mercancía de la cual se trata aquí es capital. Por ello, todas las relaciones que aparecen aquí serían irracionales desde el punto de vista de la mercancía simple, o también desde el punto de vista del capital, en la medida en que éste funcione como capital mercantil en su proceso de reproducción. Dar y tomar en préstamo, en lugar de vender y comprar, es en este caso una diferencia que surge de la naturaleza específica de la mercancía (del capital). Del mismo modo que lo que aquí se paga es interés, en lugar del precio de la mercancía. Si se pretende calificar al interés de precio del capital dinerario, ello constituye una forma irracional del precio, totalmente en contradicción con el concepto del precio de la mercancía. 59 Aquí, el precio se halla reducido a su forma puramente abstracta y carente de contenido, la de que es una suma determinada de dinero que se paga por alguna cosa, que figura de una manera u otra como valor de uso; mientras que, conforme a su concepto, el precio es igual al valor de ese valor de uso expresado en el dinero» (págs. 451-452)

«Por ello, si el precio expresa el valor de la mercancía, entonces el interés expresa la valorización del capital dinerario, por lo cual aparece como el precio que se le paga el prestamista por el mismo punto de eso se desprende lo absurdo que es, desde un primer momento, pretender aplicar directamente aquí las simples relaciones del intercambio mediado por el dinero, de la compra y la venta, tal como hace Proudhon» (pág. 453)

Funciones del crédito y del sistema bancario

«Las observaciones generales que hemos tenido ocasión de efectuar hasta el presente acerca del sistema crediticio fueron las siguientes:

  1. I) Necesaria formación del mismo para mediar la nivelación de la tasa de ganancia o el movimiento de dicha nivelación, en la cual se basa toda la producción capitalista.
  2. II) Reducción de los costos de circulación.

1) Un costo de circulación fundamental lo constituye el propio dinero, en tanto éste tiene valor de por sí. Se lo economiza de tres maneras mediante el crédito.

  1. A) Al omitírselo por completo en gran parte de las transacciones.
  2. B) Al acelerarse la circulación del medio circulante. Esto coincide en parte con lo que debemos decir bajo 2). Pues por una parte, la aceleración es técnica; es decir, si en lo demás permanecen constantes la magnitud y la cantidad de transacciones mercantiles mediadoras del consumo, una menor cantidad de dinero o de signos dinerarios cumple los mismos servicios. Esto se vincula con la técnica del sistema bancario. Por otra parte, el crédito acelera la velocidad de la metamorfosis mercantil, y por consiguiente la velocidad de la circulación dineraria.
  3. C) Sustitución de dinero áureo por papel.

2) Aceleración, por medio del crédito, de las diversas fases de la circulación o de la metamorfosis mercantil; además, de la metamorfosis del capital, y consiguientemente aceleración del proceso de reproducción en general. (De otra parte, el crédito permite mantener separados por más tiempo los actos de la compra y de la venta, y de ahí que sirva de base a la especulación.) Contracción del fondo de reserva, lo cual puede considerarse de dos maneras: por un lado como disminución del medio circulante, y por el otro como restricción de la parte del capital que siempre debe existir en forma de dinero.

III) Formación de sociedades por acciones» (págs. 561-562)

«El capital prestable del cual disponen los bancos afluye a éstos de varias maneras. En primer lugar se concentra en sus manos — puesto que son los cobradores de los capitalistas industriales— el capital dinerario que todo productor y comerciante mantiene como fondo de reserva, o que afluye a él en concepto de pagos. Estos fondos se transforman así en capital dinerario susceptible de ser prestado. De esta manera, el fondo de reserva del mundo comercial se restringe al mínimo necesario, por estar concentrado como fondo común» (pág. 515)

Capital que devenga interés

—El capital que devenga interés se manifiesta, a diferencia del capital productivo, como un mero hecho de la circulación:

     «En el capital que devenga interés, la relación de capital alcanza su forma más enajenada y fetichista. Tenemos aquí D – D’, dinero que genera más dinero, valor que se valoriza a sí mismo, sin el proceso que media ambos extremos» (pág. 499)

     «El capital que devenga interés es, en general, la madre de todas las formas absurdas, de modo que, por ejemplo, en la imaginación del banquero las deudas pueden aparecer como mercancías» (pág. 600)

     «El capital aparece como la fuente misteriosa y autogeneradora del interés, de su propia multiplicación. La cosa (dinero, mercancía, valor) ya es capital como mera cosa; y el capital se manifiesta como mera cosa; el resultado del proceso total de reproducción aparece como un atributo que recae de por sí en una cosa; depende del poseedor del dinero, es decir de la mercancía en su forma siempre intercambiable, el que quiera gastarlo como dinero o alquilarlo como capital. En el capital que devenga interés, por consiguiente, este fetiche automático —el valor que se valoriza a sí mismo, el dinero que incuba dinero— se halla cristalizado en forma pura, en una forma en la que ya no presenta los estigmas de su origen. La relación social se halla consumada como relación de una cosa, del dinero, consigo misma» (pág. 500)

     «El capital es ahora una cosa, pero en cuanto cosa es capital. El dinero tiene ahora dentro del cuerpo el amor» (pág. 502) Aportamos también la nota de los editores: «El dinero tiene ahora dentro del cuerpo el amor. —En la canción de los bebedores de la taberna de Auerbach (Faust, parte I) la rata envenenada salta de angustia, “cual si tuviera dentro del cuerpo el amor”. Marx gustaba de citar este verso de Goethe (véase, por ejemplo, Grundrisse, p. 592, el manuscrito denominado Capítulo VI de El capital, 6a, ed. en español, México, 1978, p. 40, o, en esta misma edición, t. I, vol. 1, p. 236). Si no se capta la alusión literaria —Marx era cualquier cosa menos uno de esos economistas sin imaginación que se horrorizarían ante la sola idea de leer o, peor aún, citar obras de teatro o poemas en sus trabajos científicos— la frase de Marx resulta oscura: “Money is now pregnant», se interpreta en TI 393: “Nel denaro germogha la vita” (T. IT. 2, 71). Cohen-Solal y Gilbert Badia (seguidos, como de costumbre por las retraducciones de EDAF y Cartago) vierten: “Désormais, l’argent est engrossé”, y a continuación reproducen el original alemán, señal evidente de que su propia traducción no les resultaba excesivamente precisa (ES 7. 57). Rubel II. 1153, traslada así: “L’argent a maintenant le diable au corps”. No es fiel, pero precisamente el chiste de Goethe consiste en haber puesto “amor» donde lo normal sería escribir “diablo”[32]» (op. cit., vol. 8, pág. 1177)

—Oposición objetiva entre interés y ganancia:

     «El capitalista prestamista se opone directamente, en cuanto tal, al capitalista realmente operante en el proceso de reproducción, pero no al asalariado, a quien, precisamente, sobre la base de la producción capitalista, le han sido expropiados los medios de producción. El capital que devenga interés es el capital en cuanto propiedad frente al capital en cuanto función. Pero en la medida en que el capital no funciona, no explota a los obreros y no entra en antagonismo con el trabajo» (pág. 485)

     «Puesto que el carácter enajenado del capital, su contraposición al trabajo, es relegado más allá del proceso real de la explotación, vale decir al capital que devenga interés, este propio proceso de explotación aparece como un mero proceso laboral, en el cual el capitalista actuante sólo efectúa un trabajo diferente al del obrero. De modo que el trabajo de explotar y el trabajo explotado son idénticos ambos en cuanto trabajo. El trabajo de explotar es tan trabajo como lo es el trabajo que se explota» (pág. 489)

     «Pero puesto que, por una parte, al mero propietario del capital, al capitalista dinerario, se le opone el capitalista actuante, y con el desarrollo del crédito este propio capital dinerario adopta un carácter social, se concentra en bancos y son éstos los que lo prestan, y no ya sus propietarios \directos; mientras que, por otra parte, el mero director, que posee el capital sin título alguno — ni de préstamo ni ningún otro— desempeña todas las funciones reales que competen en cuanto tal al capitalista actuante, sólo permanece el funcionario y desaparece el capitalista, en cuanto persona superflua, del proceso de producción» (pág. 496)

Capital ficticio

«El crédito hace que el reflujo en forma dineraria [reflujo, es decir, reconversión del capital mercantil en dinero: D-M-D’] se independice del momento del reflujo real, tanto para el capitalista industrial como para el comerciante. […] La apariencia de reflujos rápidos y seguros siempre se mantiene durante prolongado lapso después de haber pasado su realidad, en virtud del crédito que ya se halla en marcha, puesto que los reflujos crediticios sustituyen a los reflujos reales» (pág. 578)

«F. E. — Hemos visto que ya en 1834 sabía Gilbart que: “Todo cuanto facilite los negocios, facilita asimismo la especulación. En muchos casos, los unos y la otra están tan estrechamente ligados, que resulta difícil decir dónde termina el negocio y dónde comienza la especulación”. Cuanto mayor sea la facilidad con que puedan obtenerse adelantos sobre mercancías no vendidas, tanto mayor número de estos adelantos se solicitarán, y tanta* mayor será la tentación de fabricar mercancías o de lanzar mercancías ya fabricadas a mercados distantes, con la única finalidad de obtener de inmediato adelantos de dinero sobre ellas. La historia comercial inglesa del período 1845-1847 nos brinda un ejemplo patente de cómo todo el mundo de los negocios puede ser presa en un país de semejante fiebre especulativa, y cómo termina ese episodio» (pág. 521)

«Pero en todos estos casos, el capital como cuyo vástago (interés) se considera al pago estatal, es ilusorio, capital ficticio. No sólo porque la suma que se prestó al estado ya no exista en absoluto. Pues esa suma nunca estuvo destinada, en general, a ser gastada, invertida como capital, y sólo en virtud de su inversión como capital se la hubiese podido transformar en un valor que se conserva a sí mismo» (pág. 599)

«En todos los países de producción capitalista existe un volumen ingente de lo que ha dado en llamarse el capital que devenga interés, o moneyed capital, en esta forma. Y por acumulación del capital dinerario no debe entenderse, en gran parte, otra cosa que la acumulación de estos derechos sobre la producción, acumulación del precio de mercado, del ilusorio valor de capital de estos derechos […] Los fondos de reserva de los bancos, en países de producción capitalista desarrollada, siempre expresan en promedio la magnitud del dinero existente como tesoro, y una parte de dicho tesoro consiste, a su vez, en papeles, en meras asignaciones sobre oro que no constituyen un valor de por sí. Por ello, la mayor parte del capital del banquero es puramente ficticio, y consta de exigencias de deudas (letras de cambio), títulos y obligaciones del estado (que representan capital pretérito) y acciones (asignaciones sobre rendimientos futuros). A todo lo cual no hay que olvidar que el valor dinerario del capital que representan estos títulos y obligaciones que se hallan en las cajas fuertes de los banqueros es, a su vez, totalmente ficticio — incluso cuando son asignaciones sobre rendimientos garantidos (como en el caso de los títulos estatales) o títulos de propiedad sobre capital real (como en el caso de las acciones)— y que es regulado de otra manera que en el caso del valor del capital real que representan cuando menos en parte; o bien, que cuando representan una mera exigencia sobre rendimientos pero no un capital, la exigencia sobre ese mismo rendimiento se expresa en un capital dinerario ficticio constantemente cambiante. A ello se suma aun que ese capital ficticio del banquero mayormente no representa su capital, sino el del público que deposita en su institución, lo haga con o sin intereses» (págs. 604-605)

«Los títulos de propiedad sobre obras públicas, ferrocarriles, minas, etc., son por cierto, como también acabamos de ver, efectivamente títulos sobre capital real. Sin embargo, no otorgan el poder de disponer de tal capital. Ese capital no puede ser retirado. Sólo otorgan títulos jurídicos sobre una parte del plusvalor que el mismo ha de obtener. Pero estos títulos se convierten asimismo en réplicas de papel del capital real, como si el conocimiento de carga adquiriese un valor además de la propia carga y simultáneamente con ella. Se convierten en representantes nominales de capitales inexistentes. Pues el capital real coexiste con ellos y no cambia de manos en absoluto por el hecho de que lo hagan dichas réplicas. Se convierten en formas del capital que devenga interés porque no sólo aseguran ciertos rendimientos, sino también porque mediante la venta puede obtenerse su rembolso como valores de capital. […] Pero en cuanto réplicas, negociables ellas mismas como mercancías, y que por ello circulan como valores de capital en sí mismos, son ilusorias, y el monto de su valor puede disminuir y aumentar en forma totalmente independiente del movimiento de valor del capital real sobre el cual constituyen títulos» (págs. 614-615)

«En tanto el banco emite billetes que no están respaldados por el tesoro metálico que yace en sus bóvedas, crea signos de valor que no sólo constituyen medios de circulación, sino también, para él, capital adicional —aunque ficticio— por el monto nominal de esos billetes sin respaldo. Y este capital adicional le arroja una ganancia adicional» (pág. 698)

Abolición de la propiedad con el desarrollo del crédito

«El crédito ofrece al capitalista individual, o a quien se considera un capitalista, una disposición absoluta, dentro de ciertos límites, de capital y propiedad ajenas, y por ende de trabajo ajeno. El hecho de disponer de capital social, no propio, le permite disponer de trabajo social. El propio capital, que se posee realmente o en opinión del público, se convierte ya sólo en la base de la superestructura crediticia. Esto vale especialmente para el comercio mayorista, a través de cuyas manos pasa la mayor parte del producto social. Aquí desaparecen todas las pautas de medida, todas las razones y explicaciones más o menos justificadas aun dentro del modo capitalista de producción. Lo que arriesga el gran comerciante que especula es propiedad social, no su propiedad. Igualmente absurda se torna la frase acerca del origen del capital a partir del ahorro, ya que aquél exige precisamente que otros ahorren para él» (pág. 566)

«Puesto que la propiedad existe aquí en la forma de las acciones, su movimiento y transferencia se convierten en resultado puro del juego bursátil, en el que los tiburones devoran a los peces pequeños y los lobos de la bolsa a las ovejas. En el sistema accionario ya existe el antagonismo con la antigua forma en la cual el medio social de producción se manifiesta como propiedad individual; pero la trasmutación en la forma de la acción aún queda prisionera, ella misma, dentro de las barreras capitalistas; por ello, en lugar de superar el antagonismo entre el carácter de la riqueza en cuanto riqueza social y en cuanto riqueza privada, sólo lo perfecciona en una figura nueva» (pág. 567)

«Las características bifacéticas inmanentes al sistema crediticio —que por una parte es fuerza impulsora de la producción capitalista, del enriquecimiento por explotación de trabajo ajeno, hasta convertirlo en el más puro y colosal sistema de juego y fraude, restringiendo cada vez más el número de los pocos individuos que explotan la riqueza social, mientras que por la otra constituye la forma de transición hacia un nuevo modo de producción—, tal ambigüedad es la que confiere a los principales pregoneros del crédito, desde Law hasta Isaac Pereire, su agradable carácter híbrido de timadores y profetas» (pág. 569)

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[1] Karl Marx y Friedrich Engels: El capital, ed. Siglo XXI, 2010, tomo III, vol. 7, pág. 503

[2] Aún más: la relación orgánica entre todas las funciones del dinero es inseparable, y no se puede comprender nada si se define el dinero unívocamente por una de ellas. Así, por ejemplo, la teoría cuantitativa —de la que son referentes desde Montesquieu hasta Milton Friedman, pasando por David Ricardo— reduce el dinero a medio de circulación y obvia el resto de sus funciones, cayendo en errores teóricos de calibre

[3] Las referencias al dinero en sociedades precapitalistas hay que tomarlas como meros ejemplos que sirven para ilustrar la explicación. El valor en sentido propio ―y por tanto el dinero como medida de valor― es una relación social en la que la mercancía ha ocupado el corazón de la sociedad, determinando la producción y reproducción de la vida en su conjunto. Esto sólo es posible si tiene por base el trabajo asalariado, que no es el caso de las sociedades precapitalistas. El papel de la moneda en ellas es una discusión a la que no podremos dar lugar en este texto: ver aquí y aquí

[4] La moneda tiene una naturaleza nacional. El medio de circulación o de compra como moneda ―sinónimos para Marx― se restringe a la circulación de mercancías de un solo país. Este hecho, que sólo dejamos apuntado aquí, cobrará su importancia cuando desarrollemos la quinta función del dinero: el dinero mundial

[5] Karl Marx: Contribución a la crítica de la economía política, ed. Siglo XXI, 2008, pág. 101

[6] Ibid., pág. 136

[7] Rolando Astarita hace en este texto una buena crítica a los intentos keynesianos por reformar el capitalismo a través del control de la moneda nacional, señalando con claridad cómo esto no es posible por la función del dinero como dinero mundial

[8] «Así como el dinero se desarrolla para convertirse en dinero mundial, así el poseedor de mercancías se desarrolla para convertirse en un cosmopolita. La relación cosmopolita de los hombres entre sí no es, originariamente, otra cosa que su relación en cuanto poseedores de mercancías. De por sí la mercancía está por encima de cualquier barrera religiosa, política, nacional y lingüística. Su lengua general es el precio, y su comunidad es el dinero», ibid., pág. 143

[9] El capital, op. cit., pág. 437

[10] «El límite mínimo del interés es total y absolutamente indeterminable. Puede descender hasta cualquier nivel imaginable», op. cit., pág. 458. Los tipos de interés negativo ya fueron previstos por Marx en el siglo XIX, pero todavía nuestros economistas en el siglo XXI observan este fenómeno espantados

[11] Marx dirá que «la relación existente entre el tipo de interés y la tasa de ganancia es semejante a la que hay entre el precio de mercado de la mercancía y su valor», op. cit., pág. 466

[12] «En esta medida, el dinero prestado tiene cierta analogía con la fuerza de trabajo en su posición frente al capitalista industrial», op. cit., pág. 449

[13] Op. cit., pág. 489

[14] Cf. n+1: La socializzazione fascista e il comunismo

[15] Cf. Amadeo Bordiga: Propiedad y capital

[16] «Un banco representa por un lado la centralización del capital dinerario, de los prestamistas, y por el otro la centralización de los prestatarios», op. cit., pág. 515

[17] En realidad, la diferencia en el siglo XVI entre los prestamistas italianos como los Medici y los prestamistas alemanes tendría que ver con que los segundos aceptarían ampliamente los depósitos para utilizarlos como base monetaria al realizar préstamos. Sin embargo, la unión entre las funciones bancarias que organizan el sistema de pagos y las funciones de crédito no se consolidaría verdaderamente, como decimos, hasta más adelante

[18] Un ejemplo sencillo pueden ser las fichas de un casino, que representan al dinero depositado al entrar. Dentro del casino, las fichas son signo de valor, aunque sólo cumplen una función: la de medio de circulación. No sirven como medio de atesoramiento, puesto que al salir del casino no significan nada, y tampoco nadie las aceptará como medio de pago para saldar una deuda. De otra forma, nos encontramos también así con el caso de las criptomonedas. La criptomoneda sirve como medio de circulación y sólo en cierta medida como medio de atesoramiento, pero esto último sólo como un activo financiero más y tampoco con mucha estabilidad. Que la criptomoneda es esencialmente eso, moneda, y no dinero en un sentido pleno con todas sus funciones lo demuestra la crisis actual con la pandemia del coronavirus, que ha hecho caer en picado su valor comercial, puesto que sus inversores necesitan retirar su capital de ellas bien sea para obtener liquidez y saldar deudas —para lo cual, posiblemente, usen el dólar o el euro como medio de pago—, bien porque quieren poner su capital a buen resguardo en alguno de los valores refugio más estables

[19] Op. cit., pág. 524

[20] Ibid.

[21] Artículo del Manchester Guardian del 24 de noviembre de 1847 citado por Marx en op. cit., pág. 525

[22] Para una explicación más detallada y profunda del capital ficticio, cf. Alfredo Macías: El colapso del capitalismo tecnológico, ed. Escolar y Mayo, 2016

[23] El capital, op. cit, pág. 614

[24] Op. cit., pág. 601

[25] Ibid.

[26] Ibid.

[27] Op. cit., pág. 578

[28] «La mayor parte del capital del banquero es puramente ficticio, y consta de exigencias de deudas (letras de cambio), títulos y obligaciones del estado (que representan capital pretérito) y acciones (asignaciones sobre rendimientos futuros)», op. cit., pág. 604

[29] «Lo peculiar del dinero es que, cuando funciona solamente para saldar pagos (y en tiempos de crisis se toman adelantos para pagar, no para comprar; para finiquitar operaciones pasadas, no para iniciar otras nuevas), su circulación no es más que evanescente, inclusive cuando el saldamiento no se opera en virtud de una mera operación crediticia, sin intervención alguna de dinero; es decir, que en caso de gran demanda de crédito dinerario puede efectuarse una masa inmensa de esta clase de transacciones sin expandir la circulación», op. cit., pág. 591

[30] «El robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparado con este fundamento, recién desarrollado, creado por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio deja de ser la medida del valor de uso», Karl Marx: Grundrisse, ed. Siglo XXI, vol. 2, pág. 228

[31] «El crédito ofrece al capitalista individual, o a quien se considera un capitalista, una disposición absoluta, dentro de ciertos límites, de capital y propiedad ajenas, y por ende de trabajo ajeno», El capital, op. cit., pág. 566. La propiedad ya no es la base del capital, como bien explicó Bordiga. Cf. nota 15

[32] De la traducción de Rubel toma su título Bordiga para su texto fundamental: La doctrina del diablo en el cuerpo

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