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Clase y partido Serie: 10 notas sobre la perspectiva revolucionaria Teoría

Diez notas sobre la perspectiva revolucionaria

También en alemán

 

Estas notas pretenden responder a dos necesidades históricas a través de las cuales las minorías revolucionarias han pensado sus tareas. Por una parte, el comunismo es un movimiento real que abole el estado de cosas existente. Cuando hablamos de revolución, de clase o de partido estamos hablando de realidades que nacen de las contradicciones del capital, del suelo mismo de la sociedad capitalista, de antagonismos sociales que se desarrollan, como el magma volcánico, por la acumulación incesante de contradicciones materiales y sociales. Estas contradicciones provocan el enfrentamiento entre las clases, un enfrentamiento que tiene lugar mucho antes en los hechos que en las cabezas de sus protagonistas: el ser antecede a la conciencia.

Por otra parte, las minorías revolucionarias siempre han tratado de analizar y comprender el período histórico en que se encuentran, en su sentido amplio y mundial. Es lo que pretendemos hacer en este material semielaborado, en el que sostenemos que estamos entrando en un nuevo período de ascenso de la lucha de clases, un período caracterizado por el reinicio de la experiencia histórica del proletariado a través de una agudización de la polarización social.

I

La revolución es un hecho físico, de ionización social, de plasmación fáctica que constituye a la clase en su proceso de fortificación como partido. Este proceso real es el que puede conectarla a su hilo histórico y permite que vuelva a hilvanar y a relacionarse con su programa comunista.

II

Por otra parte, que la revolución devenga comunismo, comunidad humana universal, es la única posibilidad realista que puede evitar el colapso humano y civilizatorio al que nos quiere conducir el capital.

III

Es importante ubicar esta posibilidad en el período histórico de la lucha de clases. La revolución no se decreta por el mero deseo o la voluntad de un partido, sino que es precisamente la clase la que se constituye como tal. En este sentido, es importante individualizar los momentos históricos —excepcionales— en que se rompe de un modo generalizado y profundo, en extensión y perspectiva, la paz social del capital, su fetichismo mercantil y democrático, su constitución en fuerza contrarrevolucionaria.

Estos períodos revolucionarios —que no podemos separar de la contrarrevolución, preparada inmediatamente por la fuerza del capital— se han expresado en tres oleadas en las que el proletariado ha tratado de asaltar la sociedad de clases, a través de su proceso de constitución en clase y en partido. La primera oleada, de 1848 a 1851, va a incendiar todo el continente europeo y vivirá su culmen en las luchas del proletariado parisino en junio de 1848, que tan bien analizó nuestro partido en textos como La lucha de clases en Francia o el 18 Brumario. De esta oleada existe además una prepararación previa que podemos observar ya en la década de los 30 en Francia o en el movimiento luddita en el Reino Unido, aunque son muchos los ejemplos en otras regiones. La segunda oleada, de 1917 a 1923, va a tener momentos previos en las huelgas de masas de 1904-1905 en Bélgica, Alemania, Holanda y sobre todo en Rusia, o en la Revolución en México de 1910, y acabará en la derrota del proletariado en las barricadas de Mayo de 1937 en Barcelona. Finalmente, la tercera oleada atravesará la década de los sesenta y setenta y se puede dar por acabada en la derrota del proletariado de la región polaca en 1980.

IV

Es muy importante ubicar en estos períodos de generalización y extensión de la lucha proletaria el proceso de constitución en clase, de ruptura con el fetichismo mercantil y democrático. Por una parte, nos sitúa en procesos reales, fácticos, de constitución física de la clase, y por otra parte nos permite huir del voluntarismo típico de la izquierda del capital. Se trata de momentos donde se rompe la atomización y separación ciudadana, donde los proletarios tienden a unirse y luchar por sus intereses inmediatos e históricos, donde empiezan a llevar a cabo las mismas prácticas y las mismas experiencias que habían tenido en otras épocas y lugares sus hermanos de clase. Esto es lo que puede permitir realmente —y sin ninguna concepción ilustrada— retomar el hilo programático del pasado y profundizarlo. Es lo que permite entender la tarea ingrata que los comunistas y las minorías revolucionarias llevamos a cabo en tiempos de contrarrevolución, cuando estamos a contracorriente de nuestra clase. En los momentos de ascenso de clase, de constitución y fortificación del proletariado, se da esa inversión de la praxis donde millones de proletarios son protagonistas directos del programa comunista, entendido como posiciones reales y no como principios ideológicos.

V

Igual de importante es ubicar los períodos contrarrevolucionarios, de aplastamiento físico e ideológico del proletariado, que parecen derrotarle definitivamente y que generan secuelas indudables sobre él. Pero la revolución, como expresión del comunismo en la época del capital, vuelve una y otra vez, y continúa levantándose. Es fundamental entender el carácter irregular de la lucha proletaria —como el viejo topo que pasa la mayor parte de su tiempo escarbando en las profundidades de la corteza del capital— para no caer en las ideologías recurrentes, socialdemócratas, que niegan en tiempos de paz social la posibilidad de la revolución, la realidad de la clase y, en definitiva, la falsa eternidad del capital.

VI

Tenemos que analizar la especificidad histórica de cada período y sus diferentes fases. Por ejemplo, hablando de los períodos contrarrevolucionarios, no es lo mismo el momento actual que la década de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, que fue el momento histórico en el que más desestructurada estuvo nuestra clase po los efectos materiales de distintas contraposiciones y dicotomías burguesas: fascismo, bolchevismo/estalinismo, democracias occidentales, tercermundismo, etc. En los años sesenta hubo una nueva oleada revolucionaria cuyos efectos se hicieron ver en toda la década de los setenta. En los años ochenta, si bien con un nivel de intensidad inferior, hubo importantes elementos de lucha de clases —pensamos en las luchas en la misma región española a partir de 1986-1987 o el Caracazo en Venezuela— que sufrieron una clara recaída en los años noventa y que se pueden comprobar también en la crisis o disolución de muchas minorías revolucionarias en ese momento. En cualquier caso, no es un fenómeno comparable —a pesar del cretinismo democrático de la época— al de los años cuarenta o cincuenta.

En general, podemos hablar de períodos concentrados de revolución y contrarrevolución como los descritos hasta ahora y fases menos intensas de avance de la lucha de clases y de la revolución: por ejemplo, el momento comprendido entre 1864 y 1871, cuando la clase tiende a organizarse en partido a través de la I Internacional y que ve su momento álgido en 1871 con la Comuna de París. También podemos identificar los períodos de recaída contrarrevolucionaria, como fue todo el período de los años 90 del siglo XX, cuando si bien la lucha de clases seguía presente, nos ubicábamos como proletariado en una situación generalmente desfavorable. En síntesis, visualizamos procesos concentrados de ascensos revolucionarios, períodos contrarrevolucionarios que nacen de la derrota física e ideológica del proletariado y períodos de transición, períodos bisagra, en que se recupera la autoactividad y la lucha de clases y que pueden preparar momentos más intensos de carácter revolucionario. En líneas generales la revolución y la contrarrevolución son siempre más intensas. Y, sobre todo, la revolución tiende a sincronizarse cada vez más a nivel mundial.

VII

Para nosotros la clase tiene una doble determinación que, por comodidad expositiva, presentamos de modo separado. Por un lado, el proletariado se encuentra suspendido en el aire, como le gustaba decir a un compañero nuestro, porque no tiene garantizada su reproducción a través de la vinculación material con la vida. Por el otro, el proletariado es una clase que se constituye en el movimiento de contraposición con este mundo. Es acto y potencia de un modo inseparable. Estamos hablando del mismo movimiento, que la socialdemocracia separa en economía y política, en clase en sí y para sí. Su ser precario, el estar suspendido en el aire si no logra vender su fuerza de trabajo, le implica una contraposición antagónica con el capital, su negación categorial. Existe, pues, un antagonismo entre las necesidades humanas y las categorías del capital. Es esto lo que nos hace afirmar con rotundidad que al defender el proletariado sus necesidades, niega las categorías del capital para afirmar la comunidad humana. Por eso el comunismo es un movimiento real.

VIII

En este sentido es importante combatir las ideologías de la derrota que expresan un rol contrarrevolucionario en nuestra época: ya sea a través de la negación del proletariado y la propuesta de una imposible sustracción de este mundo, ya sea reduciendo la clase a un engranaje del capital, que lucha contra él pero que nunca podrá negarlo, o reduciéndola o a una realidad más entre otras, de tal manera que la lucha general se piensa como un sumatorio de luchas específicas: luchas de clase, luchas feministas, ecologistas, antirracistas, etc.

Estas ideologías tienden a confundir la fase inmediata con el proceso histórico y ante todo reducen la revolución a un hecho ideológico, de pura convicción o elección individual, y no a una realidad material y física que surge de la contraposición irreversible entre necesidades humanas y capital. La clase constituida en partido no nace de una elección voluntaria ni de un agregado estadístico y sociológico, sino del proceso material de afirmación como clase, de recuperación del hilo histórico y de las posiciones que la fortifican para llevar a cabo dicha tarea.

IX

Nuestro momento histórico es el del agotamiento del capital como relación social, el momento en que el valor está alcanzando históricamente sus límites internos. El capital, a partir de sus propios mecanismos, condenará a cada vez más proletarios del mundo a ser humanidad superflua.

Esto azuza y azuzará cada vez más procesos intensos de lucha de clases. Una realidad falsamente comprendida nos trata de hacer creer que vivimos en un mundo sin revoluciones y revueltas. Basta dirigir nuestra mirada desde Rumanía a Albania, de Argelia a Irak, de Bolivia a Ecuador, de Argentina a Oaxaca, para ver la intensidad de las revueltas y revoluciones que han recorrido la faz de la tierra en los últimos 25 años, por no hablar del intenso proceso de lucha de clases que se desplegó en el 2011 en el mundo árabe, justo cuando muchos socialdemócratas habían dictaminado el fin de las revoluciones. Es lo que tiene nuestro viejo topo, le gusta dar sorpresas a estos mediocres profetas.

Así, apoyándonos en estas luchas recientes que se expresaron a inicios del milenio en la región latinoamericana y las más generalizadas del ciclo 2008-2013 —como las revueltas del hambre, la lucha en Grecia, la oleada vivida en el mundo árabe, etc.—, sostenemos que se está desarrollando un inicio de transición que rompe con el período históricamente desfavorable de la década de los noventa.

El futuro inmediato será, por tanto, de intensa lucha de clases. Es algo que se observa ya desde hace algunos meses en regiones como China, Irán, Irak, Kurdistán, Haití… Y que de modo más reciente está atravesando también a Francia con el movimiento de los gilets jaunes, Hungría o Túnez. Se trata de una lucha de clases que de momento no ha recuperado el hilo histórico de su pasado, de su perspectiva, de su programa. Ese es el gran drama de nuestra época, el desfase entre la intensidad de la lucha y la ruptura con el hilo histórico anterior. Algo de similar, e incluso mucho más fuerte, se vivió en los años cincuenta, cuando la contrarrevolución estalinista era una losa que parecía insuperable. Hoy en día lo que se vive más en general es una ausencia de perspectiva comunista, una renuncia a la posibilidad de la comunidad humana universal. Y, sin embargo, el viejo topo comunista sigue escarbando su camino, como lo hizo al destruir todos los Estados capitalistas que en la Europa del Este habían sido protagonistas de primer plano de la contrarrevolución.


Entender esta fase peculiar de la lucha de clases es fundamental. El proletariado a pesar del corte histórico reinicia siempre su experiencia. Y es que su constitución en clase no es un invento ilustrado, sino que nace del suelo de la sociedad del capital. Vivimos una fase de transición que está acabando con un momento de reflujo de la lucha proletaria —tras la oleada de 2008-2013— y que volverá a retomar el ciclo internacional de luchas. Este proceso es un combate, es el combate por la constitución en partido de la clase. Cristalizar ese proceso como algo ya dado, como una derrota a priori, es sencillamente criminal, y es lo que hacen todas las corrientes del catastrofismo socialdemócrata.

Hoy en día vivimos una fase sectaria como minorías revolucionarias, un aislamiento semejante al que podían vivir algunos compañeros del siglo XIX pero con el lastre de las contrarrevoluciones del siglo XX, un aislamiento de las posiciones de clase del proletariado que lucha pero con una dificultad de profundizar en sus necesidades inmediatas e históricas, muchas veces desviadas sus luchas por la multitud de ideologías modernas y postmodernas que se le presentan.

Y sin embargo, estamos convencidos de que en las oleadas revolucionarias que volverán a surgir en un tiempo no muy largo, el proletariado tendrá necesidad de luchar conjuntamente por su perspectiva de clase, por profundizar en ella, por desarrollar una inversión de la praxis donde la lucha por sus necesidades históricas, por abolir el Estado y la relación salarial, estará cada vez más en primer plano. Y es que la lucha por el comunismo no es una lucha más entre otras, es aquello que se desprende de la naturaleza y del ser profundo del proletariado, de una naturaleza que es al mismo tiempo revolucionaria y explotada. La única manera que el proletariado tiene de luchar contra su explotación es su asociación, su solidaridad, su autoactividad, su constitución en clase y en partido para abolir el capital. Así ha sido y volverá a ser. A las minorías revolucionarias del presente nos compete ser parte plenamente actuante del proletariado en los momentos de enfrentamiento decisivos que discurrirán, luchando de modo inflexible por que nuestra clase se reapropie y desarrolle su programa

X

En síntesis, vivimos una época bisagra en que conviven el reinicio de la experiencia histórica del proletariado, a través de las revueltas y rebeliones que van desde 2011 a las actuales, y las contrarrevoluciones y derrotas que nos mantienen separados de la memoria de nuestra clase y que niegan toda posibilidad de revolución. Las rebeliones en curso constituyen los vasos comunicantes entre la experiencia actual y los procesos de constitución del proletariado en clase, las revoluciones del futuro.

febrero 2019

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