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Arco histórico

Anti-Dimitrov: el balance de un neoestalinista

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Recientemente la editorial Dos Cuadrados ha publicado en castellano un libro de Francisco Martins Rodrigues: Anti-Dimitrov. Medio siglo de derrotas de la revolución (1935-1985). El libro ya había sido editado en castellano por parte de Euskal Herriko Komunistak. Este libro, junto a otras publicaciones de este autor, se está presentando como una crítica a la degeneración de la Revolución rusa y al mismo estalinismo. En este texto, vamos a rebatir radicalmente dicha presentación, y explicar que el autor se coloca precisamente del lado de Stalin en la batalla entre revolución y contrarrevolución que se dio en Rusia, y a nivel mundial, entre los defensores de la estrategia del “socialismo nacional” (en un solo país) y aquellos que defendieron el internacionalismo proletario y la revolución mundial (Trotsky de un modo más centrista y oportunista según los casos y la Izquierda italiana de un modo más coherente). Y en esa batalla, entre revolución y contrarrevolución, no caben las medias tintas y los eufemismos, no hay convergencia posible entre la revolución y la contrarrevolución, y, claramente, el neoestalinista portugués tomó partido al considerar a Stalin, nada más ni nada menos, como el ala izquierda del movimiento comunista internacional. Nos separa todo.

¿Quién fue Martin Rodrigues (FMR)? Militante del Partido “Comunista” Portugués hasta que rompe con el partido de Álvaro Cunhal en defensa del maoísmo chino en 1964. Funda diversas organizaciones, primero desde el maoísmo y luego desde el hoxhaísmo (o sea desde la ruptura de la Albania estalinista con la China de Mao), para acabar rompiendo con ambos a finales de la década de los 80 e inicios de los 90 del siglo pasado. Este libro es un intento de ir más allá de su estalinismo “pro-albanés”, aunque obviamente desde esa vía, desde ese terreno[1]. Y es algo que se ve claramente en el libro que se edita y en algunos trabajos ubicados en esas fechas como sus Notas sobre Stalin, editadas en la publicación de Euskal Herriko Komunistak. Se pueden consultar el conjunto de sus textos en marxists.org.

¿Qué dice en su Anti-Dimitrov FMR? Que a partir de la política del VII Congreso de la Komintern en 1935 se inició, con la política de los Frentes Populares, un viraje centrista que abrió el camino al oportunismo revisionista que acabó triunfando con Kruschev en el “MCI” y en la URSS con la definitiva restauración del capitalismo de Estado. O sea, ése sería el origen del mal. Veamos cómo lo va argumentando a lo largo del libro.

En primer lugar, reivindica la rigidez de posiciones de la Komintern en todo el período de 1928 a 1934. Es decir, defiende toda su táctica del socialfascismo que consideraba a la socialdemocracia un ala del fascismo. Se afirma que el giro impulsado por Dimitrov en el VII Congreso supone un ataque a la línea justa de “clase contra clase”, que había impulsado la Komintern desde su VI Congreso y dirigido por su  “ala izquierda” encabezada por Stalin. Como no se atrevía a denunciar directamente a Stalin, lo que hizo Dimitrov fue:

Para conseguir que los partidos aceptaran esta «nueva forma» de entender el frente único obrero, era necesario rechazar la política seguida por la IC desde el congreso anterior. Pero como esto implicaría un ataque directo a Stalin, principal responsable de esta política, Dimitrov optó por desacreditarla indirectamente, en nombre de la denuncia del sectarismo[2]

Como denunció la Izquierda italiana, en tiempo real, la política del llamado Tercer Período (VI Congreso de la Internacional “Comunista”) representa la continuación internacional de la política contrarrevolucionaria del socialismo en un solo país. La estrategia de todos los partidos “comunistas” se subordina al centro de Moscú, que impone su línea en todos los partidos. Una perspectiva que sigue los intereses del Estado ruso y que usa el resto de los partidos “comunistas” como eslabones en defensa de sus intereses imperialistas. Esto es lo que explica los zigzagueos continuos en su línea política. Líneas aparentemente contrarias como la denuncia de la socialdemocracia como “socialfascista” o la del frentepopulismo, que propone una alianza desde arriba con la socialdemocracia y los partidos burgueses de izquierdas; la alianza con Hitler en el Pacto Molotov-Ribbentrop, o posteriormente la alianza en la II Guerra Mundial con las potencias aliadas. El vector que une políticas tan opuestas es la defensa de Rusia como Estado capitalista y sus intereses geopolíticos. La política del “socialismo en un solo país” (o sea en ninguno) no era sino la retórica marxista que permitía encubrir esos intereses capitalistas. Nuestro crítico de la política “frentepopulista”, FMR, olvida estos pequeños detalles cuando defiende la línea del Tercer Período estalinista y la contrapone al frentepopulismo posterior. De ese modo, crea una serie de falsos debates y oposiciones entre Stalin y Dimitrov. Dimitrov es considerado como el causante de una política centrista tendente al oportunismo. Y Stalin es el dirigente de “izquierdas” y “comunista” que se adaptó a dicha política. En realidad, como afirmó la izquierda italiana a través de Vercesi en sus textos sobre la Táctica de la Komintern[3], la política de hacer de la socialdemocracia un ala del fascismo no solo no permitía entender las diferentes raíces burguesas y contrarrevolucionarias de un ala y otra del capital, sino que en la práctica lo que el Partido “Comunista” Alemán hacía era considerar a la socialdemocracia como el mal mayor, lo que permitía aliarse tácticamente con los nazis de cara a algunos referéndums:

“En el ámbito más político, la nueva táctica no pretende golpear a la clase capitalista en su conjunto, sino que aísla a una de sus fuerzas, la socialdemócrata, que será calificada de «socialfascista». En Alemania, donde es entonces el pivote de la evolución del capitalismo mundial y donde se prepara la liquidación del Estado Mayor democrático para sustituir al Estado Mayor nazi mientras se produce el correspondiente cambio en la estructura del Estado capitalista, la Komintern en lugar de plantear la acción de clase del proletariado contra el capitalismo, llama a las masas a combatir aisladamente al «socialfascismo» como enemigo número uno, lo que suponía convertir al Partido Comunista en un flanqueador del ataque de Hitler. Y cuando Hitler tomó la iniciativa de un referéndum «popular» para derrocar al gobierno socialdemócrata en Prusia, el partido tenía de hecho el mismo objetivo, pues no hizo de su intervención en el referéndum un momento de la acción general contra la clase capitalista, sino que se mantuvo en el marco de la lucha contra el «socialfascismo».”

Junto a este aspecto, Vercesi destaca también cómo otra parte del giro del VI Congreso fue el control por parte de la Komintern y los partidos “comunistas” de los órganos sociales. De este modo, se rompe la dialéctica entre clase y partido, y los órganos intermedios pasan a ser meros apéndices del partido. Algo que posteriormente han reproducido todas las organizaciones estalinistas (y muchas trotskistas):

“En un plano político más general, la política del Partido se resume en la fórmula de «clase contra clase». La clase proletaria está ahora constituida por el Partido del que emanan todas las formaciones anexas (oposición sindical revolucionaria, Liga antiimperialista, Amigos de la URSS y otros muchos organismos colaterales): todo lo que está fuera del Partido y sus anexos (y no olvidemos que todas las corrientes marxistas  fueron expulsadas  de la Komintern) es la clase burguesa o, más exactamente, el «socialfascismo».”

De este modo, la línea del partido se convierte en una deidad, que no se puede cuestionar ni poner en cuestión, y los zigzagueos tacticistas están a la orden del día porque los principios revolucionarios han sido sustituidos por los intereses del Estado capitalista ruso:

“A estas alturas, la «línea política» estaba consagrada como una institución divina y se convirtió en un crimen no sólo impugnar su infalibilidad, sino también no comprender su significado oculto. Esto era absolutamente imposible ya que la «línea política» del Partido obedecía únicamente a las necesidades indicadas de la adaptación del Estado ruso a su nuevo papel como instrumento de la contrarrevolución mundial y quien podía reflejar sus vicisitudes era únicamente el centro de dirección a la cabeza de este Estado. El resultado fueron los bruscos y repetidos virajes que regularmente protagonizaban los dirigentes del Partido que, por no haber abandonado del todo la facultad de razonar y reflexionar, demostraban que no eran «verdaderos» bolcheviques porque no llegaban a defender hoy con igual calor lo contrario de lo que decían ayer.”

En estas páginas, Vercesi y la izquierda italiana establecen la naturaleza contrarrevolucionaria de la Internacional Comunista ya en su VI Congreso, naturaleza que deriva de la defensa de los intereses del Estado ruso como hemos repetido. Se trata de un análisis materialista y comunista, frente a un idealismo neoestalinista que trata de ubicarse en la defensa de unos zigzagueos (presuntamente puros y principistas) frente a otros (centristas y oportunistas), sin darse cuenta de la naturaleza social y política que explica unos y otros. Quien no entienda la naturaleza de la contrarrevolución que se afirma en la URSS en los años 20, se ve condenado, lo quiera o no, lo sepa o no, a ser un apéndice político de la contrarrevolución.

Por el contrario, FMR ve en el Tercer Período un período revolucionario de la Komintern. Los problemas surgirían en 1935, de ahí el subtítulo del libro que empieza en 1935. Veamos que argumenta:

“La verdad es que el viraje del 7º congreso, que fue estratégico y no sólo táctico, fue el resultado de una lucha subterránea de tendencias en el seno de la Internacional, paralela a la lucha que tenía lugar en el seno del partido bolchevique, con Stalin, Dimitrov y Bujarin como protagonistas. La IC murió en el 7º congreso. Esto es lo que la corriente centrista internacional intenta ocultar todavía hoy, bajo la tesis de la «continuidad».” (página 97)

O sea, Stalin se encuentra batallando contra los derechistas, Dimitrov y Bujarin, pero que finalmente acaba adaptándose a ellos, ya que no sabe cómo afrontarles de modo principista. Stalin no sabe, nos dice FMR, cómo contener el ascenso de la pequeña burguesía asalariada que se aprovecha de las enormes reservas de oportunismo acumulados en los PCs por la estabilización que vive el capitalismo. Estas reservas de oportunismo tenían en Bujarin su referencia teórica y política y es esto lo que, a ojos de FMR, explica el viraje del VII Congreso de la Internacional “Comunista”, precedida por el XVII Congreso del P”C”US (que vencen Kirov y Ordjonikidze, según FMR). Nos encontramos en el terreno de la mala ciencia ficción, y es que no puede ser de otro modo porque no se reconoce el carácter globalmente contrarrevolucionario de la Internacional y de su dirección, empezando por Stalin. No solo eso, sino que se plantea que Stalin es el dirigente de una supuesta ala “izquierda” que combate en defensa de los principios revolucionarios pero que finalmente se adapta y es derrotado.

De un modo cómico, FMR llega a afirmar que el culto a la personalidad a Stalin fue en realidad un instrumento de esa pequeña burguesía en ascenso, una veneración hipócrita usada por los Dimitrov, Togliatti y compañía para detener cualquier tipo de batalla y ofensiva por parte de Stalin y la supuesta ala de izquierdas de la Komintern:

“Por tanto, Stalin entró en el 17º congreso en una situación contradictoria. Había ganado una enorme popularidad entre la clase obrera y el pueblo, que lo veían como el audaz continuador de la gran revolución iniciada por Lenin, pero esta popularidad ya reflejaba un apoyo políticamente pasivo. Y la aclamación que le dedicaron los representantes de la derecha, para librarse de toda sospecha a los ojos del pueblo y de la policía, era al mismo tiempo una forma de maniobrar contra él. Fueron muchos los que en el congreso aclamaron a Stalin simultáneamente como el bolchevique revolucionario que había sido hasta entonces y como el nuevo líder moderado en el que esperaban que se convirtiera. Alabando su intransigencia pasada, esperaban conseguir su capitulación futura. Sobre esta ambigüedad se fundó el servil endiosamiento de Stalin, que desde entonces hasta su muerte corrompería el ambiente de la Unión Soviética y del movimiento comunista internacional (…) Así, atrapado en una veneración hipócrita, Stalin pasó los últimos veinte años de su vida en una lucha de retaguardia para limitar los daños causados por el oportunismo que florecía a la sombra de esa veneración. Una lucha que perdió dos veces, porque fue utilizado como estandarte por los oportunistas y posteriormente repudiado cuando pudieron deshacerse de él.” (páginas 105-106).

FMR nos describe a un pobre Stalin, y una endeble “línea de izquierdas” de la Internacional “Comunista”, atrapados por el culto a la personalidad que dirigen contra él los dirigentes de la “línea centrista y oportunista” (los Bujarin, Togliatti, Droz, Tasca y compañía). El terror de los Procesos de Moscú no sería, así, sino el instrumento despótico con el que Stalin pretendía llevar a cabo su batalla para impedir el triunfo de esa presunta línea más oportunista que la suya.

“¿Por qué Stalin se dejó atrapar en esta trampa de un despotismo «revolucionario» que devoraba la revolución que pretendía defender? Porque su alineación en la lucha de clases en curso en la Unión Soviética era centrista.

De hecho, el fortalecimiento del aparato del Estado policial era la única trinchera que le quedaba a un régimen que pensaba que podía equilibrar las divergentes dinámicas de clase del proletariado, el campesinado y los cuadros en una mítica «unidad del pueblo soviético». Al no ver en los cuadros al nuevo enemigo de clase, sino sólo a la «nueva intelectualidad soviética», leal por definición al poder proletario, Stalin y los estalinistas tuvieron que limitar y destruir la democracia obrera de base y la democracia obrera en el partido para evitar que se rompiera la unidad. Una fuerza policial fuerte parecía ser el pilar más seguro del pueblo.” (página 106).

En fin, es un análisis rocambolesco porque se niega a reconocer lo esencial. La contrarrevolución dominaba desde hace tiempo en la Rusia de Stalin y desde ahí se extendió a todos los partidos comunistas. Convertidos de este modo en instrumentos de los intereses y la política exterior rusa. Stalin no era el líder de esa presunta ala de izquierdas, sino aquél que encarnó con más coherencia las necesidades en Rusia de esa fuerza impersonal que es el capital. Para ello eliminó, en primer lugar, las oposiciones que en un terreno de clase le trataron de hacer frente, defendiendo la revolución mundial y el socialismo internacionalista (Trotsky y la Oposición de izquierdas, el grupo Centralismo Democrático de Sapronov y V. Smirnov y a nivel internacional la izquierda comunista italiana)[4], y después llevó a cabo una política de nacionalización e industrialización capitalista en el campo y en la ciudad para favorecer el desarrollo del capitalismo ruso. No era posible seguir siendo comunista y defender la política nacional e internacional del P¨C”US y de la Komintern. El dogma del socialismo en un solo país, que se aplica en todos los P”C”s desde 1927, supone el desarrollo de una política contrarrevolucionaria en todas partes para eliminar las oposiciones internacionalistas y los movimientos independientes de nuestra clase. Es una política que se aplica por doquier y en todas partes. Esto es lo que siempre, no solo en este libro, se negó a reconocer FMR.

Stalin no representa en 1934 una corriente intermedia superada por una burguesía en ascenso que no logra identificar y, por lo tanto, combatir. Stalin, más allá de lo que pensase de sí mismo, se convierte en el máximo representante de la dinámica capitalista impersonal. Dinámica que marca el horizonte de posibilidad en que se mueve él mismo y los dirigentes rusos y “estalinistas” a nivel internacional. Los conflictos entre ellos no son disputas entre líneas políticas de clase, proletarias, más principistas (Stalin en un primer momento), centristas (Dimitrov), oportunistas (Bujarin) o finalmente revisionistas (Kruschev). Son conflictos entre diferentes alas burguesas y contrarrevolucionarias. Los procesos de Moscú no son una forma de “despotismo revolucionario” que se acaba “alejando de las concepciones leninistas de la dictadura del proletariado”, son la forma que tiene Stalin de acabar con sectores de la propia burocracia burguesa del P”C”US que se oponían realmente, y, sobre todo, acabar con esa vieja guardia bolchevique que aún podía recordar el viejo pasado de la Revolución de Octubre. Además, se usan también para eliminar cualquier oposición internacionalista y revolucionaria auténtica.

De Trotsky nos separa mucho en el programa y en las posiciones. Lo hemos escrito, como Barbaria, en muchas ocasiones. Y fue por motivos de estrategia centrales por los que la Izquierda Italiana y la Oposición de Trotsky acabaron separándose en 1933 tras la victoria de Hitler en Alemania[5]. Pero Trotsky fue un extraordinario revolucionario, en lo que consideró la batalla más importante de su vida[6], por cómo se opuso a la contrarrevolución de Stalin, por cómo criticó la política del socialismo en un solo país, por cómo trató de dar una batalla internacionalista en todo el mundo, por cómo combatió por ello, por el comunismo, hasta la muerte: la suya, la de su familia, la de muchos de sus camaradas más próximos… Los límites en el desarrollo de esta batalla no implican que no reconozcamos lo esencial y más importante: Trotsky es uno de los nuestros. No olvidemos que Bordiga, igual que otros numerosos compañeros, fue expulsado del PCI y de la Internacional “Comunista” por negarse a condenar a Trotsky como se exigía por parte de la Komintern. Stalin pertenece a la burguesía internacional desde al menos 1924. Esa cuestión tan importante detecta, inmediatamente, a un contrarrevolucionario, sin lugar a dudas: no reconocer el valor de la batalla internacionalista contra “el socialismo en un solo país”.

Y, obviamente, FMR no lo hace. Al contrario, reivindica la expulsión de Trotsky del PCUS en 1927 (página 90). O sea, se pone del lado de Stalin en la batalla más importante, en la que hay entre la revolución y la contrarrevolución. Coloca a Trotsky, ideológicamente, entre el revisionismo y la socialdemocracia (página 13), esto es, a la derecha de Kruschev. ¿Y esto sería lo que se presenta como un libro que permite orientarse en nuestros días? Sí, es una contribución. Una contribución desde la contrarrevolución y desde los parámetros de su historia. Es un balance, un balance de la contrarrevolución que se queda plenamente en sus ejes.

Y no son posiciones que mantiene en este momento y luego modifica. Es una caracterización que mantiene siempre de cara a las oposiciones verdaderamente comunistas que se van a enfrentar a Stalin. Para él la única oposición a Stalin que se podía llevar a cabo era de derechas, capituladora a la burguesía. Y para eso nombra a Trotsky, pero lo generaliza a cualquier tipo de oposición. Simplemente no era posible oponerse a la contrarrevolución burguesa y capitalista del estalinismo en tiempo real. Parece que había que esperar más de 60 años para hacer un balance. Pues no, nuestra existencia como grupos comunistas que tratan de mantener una línea de clase se debe al hilo histórico que nos conecta al pasado, y a los miles de comunistas internacionalistas que batallaron y dieron su vida contra esa máquina contrarrevolucionaria que invirtió todo que fue el estalinismo como bandera roja del capital. Sin embargo, para FMR en otro texto posterior:

“Y así, privado del apoyo de la revolución en Europa, el régimen soviético en Rusia se enfrentaba, a mediados de la década de 1920, a sólo dos alternativas, ambas desastrosas: o capitular (que era a lo que conducían las políticas opuestas defendidas por Bujarin y Trotsky), o avanzar a cualquier precio, como única forma de ganar tiempo. Esto es lo que intentó la dirección de Stalin, espoleada aún más por la inminencia de una nueva guerra mundial y de una nueva y devastadora agresión imperialista.”

Este tipo de afirmaciones niegan de raíz un hilo histórico comunista e internacionalista que es el único que permite reconstruir un comunismo auténtico en el presente y en el futuro. Solo el estudio y la comprensión adecuados de la contrarrevolución permiten hilvanar este hilo, pero esto es posible también porque de un modo positivo existen fracciones internacionalistas que combatieron a la contrarrevolución estalinista extrayendo las lecciones de la derrota proletaria, y también la perspectiva del futuro. Nos referimos, sobre todo, a textos cómo los que trabajaron Bilan y Octobre, órganos de la Izquierda Italiana en el exilio, en textos cómo: Partido – Internacional y Estado, La cuestión del Estado y La dictadura del proletariado y la cuestión de la violencia. FMR a partir de la década de los 90[7] lo que afirma es que no era posible ninguna oposición a Stalin. Solo se podía o capitular o hacer lo que hizo Stalin.

Pero el libro que criticamos en este momento, el Anti-Dimitrov, sale de modo más claro en defensa del papel de Stalin afirmando que: “nadie duda de que la desaparición de Stalin preparó el terrero para un brutal giro a la derecha en la Unión Soviética y en el movimiento comunista” (página 135). En definitiva, hay que estar muy inmerso dentro de la contrarrevolución para ver algo interesante en este libro. Un libro que, lejos de ayudar a clarificar, nubla acerca de la verdadera comprensión del fenómeno del estalinismo, que solo puede describirse como una contrarrevolución globalmente antiproletaria. Un fenómeno que no es ni centrista, ni oportunista o revisionista, sino que supone la afirmación de la reacción capitalista frente al proletariado. Con la peculiaridad inédita, en relación a las contrarrevoluciones del pasado (lo que le volvió muchísimo más peligroso haciendo que sus esquirlas sigan haciendo daño hoy en día), de que se revistió de rojo y se apoderó del nombre del comunismo masacrando para ello a los auténticos comunistas. El interés que puede suscitar este libro es el resultado de la confusión, en la búsqueda de un balance del siglo XX, que reina entre muchos de los nuevos sectores que tratan de acercarse a posiciones auténticamente comunistas. Un verdadero proceso de clarificación tiene que partir de que el comunismo como movimiento real no entró en crisis en 1989-1991; y no necesita de un nuevo balance de un ciclo que se cierra a finales del siglo XX como sostienen muchos de los que se auto proclaman comunistas. No, ese balance ya fue hecho cuando había que hacerlo, en la década de los 30. Cuando hacerlo costaba la vida a muchos compañeros. De lo que se trata es de continuar profundizando ese hilo que trató de ser roto por todos los medios en la medianoche en el siglo: lo que se erosiona primero y entra en crisis a finales del siglo XX es el estalinismo y no el comunismo. Y las fuentes programáticas de las que partir, como ha quedado muy claro ya en este artículo, para salir de la contrarrevolución, que aún nos domina, no son las del estalinismo en cualquiera de sus formas, incluso cuando se quiere y piensa crítico.

[1] Y de hecho eso es lo que le critican los editores de Dos Cuadrados en su edición: “La obra representa una crítica comunista a la deriva de la URSS y de la IC desde el marxismo-leninismo con el objetivo de mostrar las profundas raíces que esta línea estratégica causó en detrimento de la revolución proletaria pre y post II Guerra Mundial. Este sería su punto más fuerte y riguroso. Su punto más débil sería presentar revoluciones auténticamente genuinas como la china o albanesa bajo la estela del centrismo de las tesis de Dimitrov. Si ambas revoluciones triunfaron fueron por: 1) ir en contra de las directrices de la propia Internacional Comunista; 2) no permitir la fusión con los partidos socialdemócratas teniendo su dirección ideológica y organizativa independiente como punto de partida y de llegada y 3) llevar a sus partidos a la lucha armada revolucionaria. El autor no examina sus propias condiciones ni busca los puntos inmanentes de ruptura con la ortodoxia; lo que se puede encontrar debajo de las apariencias (esto es, por qué los “marxistas-leninistas” tuvieron que divergir, cuáles fueron las razones reales y concretas para una crítica posterior, por qué tuvieron que empezar a divergir etc.)” Es decir, una crítica de algunas políticas estalinistas que se hace en el terreno del marxismo-leninismo (es decir, del mismo estalinismo contrarrevolucionario). Albania y China, y ambos partidos “comunistas”, no son sino expresión del mismo movimiento contrarrevolucionario que el resto de los partidos “comunistas oficiales” del mundo. Más allá de algunas diferencias de matiz. Posteriormente FMR rompería formalmente con el “marxismo-leninismo” chino y albanés, aunque la sombra de la contrarrevolución es siempre alargada como veremos también a lo largo de este artículo.

[2] Página 50.

[3] Se trata de un texto fundamental para estudiar todo este período desde nuestras posiciones. Aconsejamos también nuestro libro sobre El estalinismo, bandera roja del capital que conecta las transformaciones contrarrevolucionarias de Rusia con la táctica internacional de los partidos “comunistas”.

[4] Otros grupos se encontraban ya fuera de la Internacional Comunista o del P”C”US como el Grupo Obrero de Miasnikov o los grupos internacionales vinculados a la izquierda germano-holandesa y que mantuvieron una línea de clase e internacionalista frente a la contrarrevolución.

[5] Véase para ello el libro de Vercesi sobre La táctica del Komintern.

[6] E hizo muchas y muy importantes.

[7] En este artículo nos referimos a su Anti-Dimitrov que es lo que acaba de ser publicado en español. No hemos hecho un estudio sistemático de su obra posterior, sabemos que con el tiempo fue radicalizando su crítica a Stalin, en uno de sus últimos manuscritos, en el contexto de una crítica a Gramsci, se propuso releer a Bordiga, Mattick y Pannekoek y definió como capitalismo de Estado a la URSS ya con Stalin. Ahora bien, eso no conllevó una ruptura decisiva, en un sentido revolucionario e internacionalista, con su pasado. Se llevó consigo muchos de los elementos contrarrevolucionarios de su trayectoria anterior: la reivindicación del papel de la URSS en la II Guerra Mundial, la defensa del carácter antimperialista de la URSS aunque fuera en un sentido burgués (o sea defendiendo un rol progresivo frente a otras potencias capitalistas), su defensa de los movimientos nacionalistas en especial el gallego y de cómo la burguesía desprecia la independencia nacional, la comprensión de que no era posible ninguna oposición comunista a Stalin porque inevitablemente caería en la capitulación a la burguesía, la reivindicación de su trayectoria pasada y el hecho de haber sido estalinista (lo que va de la mano de anular las oposiciones internacionalistas que se dieron en tiempo real a la contrarrevolución), la defensa de las posiciones mayoritarias de la III Internacional frente a las posiciones “sectarias” de la izquierda comunista italiana y germano-holandesa. Y así un largo etcétera de cuestiones. En definitiva, no se puede salir del horizonte de la contrarrevolución si no se enlaza firme y coherentemente con la historia de las fracciones de izquierda que se opusieron a ella.

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