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Clase y partido Serie: PCInt 1971 Teoría

PCInt – Sobre los problemas actuales del partido (sección de Le Mans, septiembre de 1971)

Nota introductoria del Grupo Barbaria

Publicamos la traducción al castellano de una serie de textos acerca de la escisión que vivió el PCInt-Programma Comunista en 1971 a partir de sus secciones escandinavas y algunas de sus secciones francesas (Saint Étienne, Lyon, Bourg, Le Mans y una parte de la de Marsella). En los argumentos tratados, nos parece que destacan toda una serie de reflexiones que son vitales hoy desde un punto de vista teórico para la preparación de la futura revolución y el desarrollo de nuestro partido histórico: la crítica al activismo y el inmediatismo sindical; la toma de distancia con el tercerinternacionalismo y a una perspectiva tradeunionista y kautskysta que se adapta a la clase obrera tal y como es en un período de paz social, y no de cara al proceso revolucionario futuro; la consideración del partido formal como ya existente y motor de la lucha de clases; la comprensión de que el capitalismo es una totalidad que ha socializado y unificado economía y política, lo que hace imposible pensar una actividad revolucionaria alrededor del dualismo sindicato-partido, etc. Las consecuencias de esto son muy importantes, pues explicaría que el proletariado se constituye en clase y en partido, superando ese dualismo, precisamente rompiendo con la paz social y con el sometimiento del proletariado al capital y a sus instituciones económicas, políticas y jurídicas. En definitiva, esperamos que la lectura de estos textos cumpla con su función esencial: ayudar en el proceso de clarificación programática hacia el comunismo.

 

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Hoy está claro que esta famosa «cuestión sindical» que nos ocupa desde hace más de un año constituye, al menos tal como está planteada, un nudo inextricable de problemas. Se desencadenó en torno a la cuestión de la pertenencia a la CGT-CGIL y los argumentos desarrollados en este sentido. La controversia que ha surgido hoy parece adquirir un significado más profundo: por su magnitud, va más allá de la simple cuestión del sindicato y de nuestra acción dentro de él. Debemos afrontar los hechos: nos parece que a través de esta discusión deben examinarse las posiciones de principio que subyacen a los argumentos esgrimidos por ambas partes. La cuestión hoy concierne al Partido mismo y a su existencia física, mucho más que al debate sobre su acción exterior, sus tareas inmediatas y su evaluación de la situación actual. Para decirlo sin rodeos, nos parece que a través del debate actual están comprometidas dos concepciones diferentes del Partido.

Repasemos brevemente los términos del debate y veamos cómo se nos planteó la “cuestión sindical”. En el período inmediato de posguerra, el Partido respaldó la afirmación de que el requisito previo para cualquier recuperación revolucionaria de clase era la reconstitución completa de la doctrina en torno al núcleo proletario resultante de la tradición de los años veinte que había sobrevivido a la contrarrevolución. En los años cincuenta, el trabajo se llevó a cabo en un doble frente, por un lado, la defensa y explicación de los textos fundamentales del marxismo y la Izquierda, por otro, el análisis de lo que había sido la esencia de la contrarrevolución “estalinista” y sus efectos sobre la clase, y por tanto el análisis de la Rusia actual, fundamental para la valoración de las relaciones de fuerza a nivel internacional. ¿Cuáles fueron las conclusiones a las que se llegó respecto de los sindicatos? Partiendo del esquema tradicional de la pirámide de organizaciones de clase, demostramos la necesidad de la existencia de organizaciones intermediarias de tipo económico entre el Partido y la clase, y al mismo tiempo la necesidad de intervenir en nombre del comunismo en los sindicatos ya existentes, la CGT a la cabeza. A diferencia del trotskismo, afirmábamos en ese momento que las consecuencias de la contrarrevolución habían ido mucho más allá del nivel de una simple crisis de dirección. Esto significa que, considerando, por ejemplo, la pirámide de clases tal como existía después de la guerra, no es sólo la cima la que ha pasado al enemigo y la que debe ser reemplazada por una dirección revolucionaria, sino que es su conjunto el que ha pasado a convertirse en una parte integral de la sociedad burguesa. Rechazábamos la explicación trotskista que atribuía la derrota proletaria a la corrupción y a los errores del oportunismo dirigente: demostramos, por el contrario, que esta corrupción y estos errores son sólo un reflejo, un resultado del equilibrio de poder entre el proletariado y las otras clases después de los años 1926/1930. En estos años la derrota proletaria fue total: el proletariado fue golpeado no sólo en su dirección sino también en su doctrina y en sus organizaciones de lucha inmediata, y los sindicatos se convirtieron en correa de transmisión del capitalismo en la clase.

Ante esta situación, la tarea fundamental que en gran medida habíamos cumplido, y que no es cuestión de discutir, consistió en dar la explicación materialista de la derrota del proletariado y de la victoria de la contrarrevolución «estalinista», y reformular de la manera más clara posible para el momento los postulados del comunismo. En un período en el que triunfaba la contrarrevolución, esta tarea sólo podía ser cumplida por un pequeño núcleo aislado, aislado de cualquier influencia externa, y que tenía como objetivo mantener firmemente el vínculo entre el pasado de la clase, entonces olvidado, y la futura recuperación revolucionaria. Teniendo esto en cuenta, nuestra posición frente a los sindicatos existentes era la siguiente:

  • Desarrollar el análisis del carácter oportunista de los sindicatos, que nunca son independientes de los partidos, como recordó Lenin: la victoria de la contrarrevolución condujo al control total del oportunismo sobre todas las organizaciones de clase, pasando así del lado del capital y perdiendo cada vez más todo tipo de tradición proletaria.
  • Afirmar la necesidad, para la Revolución, de la existencia de organizaciones de lucha económica, capaces de establecer el vínculo entre la clase estadísticamente considerada y el partido.
  • Afirmábamos la necesidad, para los miembros del partido, de afiliarse al sindicato existente, con el objetivo de llevar a cabo una lucha política contra las direcciones estalinistas, y de oponer sus consignas a la visión marxista de la lucha de clases, válida tanto para las luchas inmediatas que para el objetivo revolucionario final.

Con esta idea se creó el órgano sindical del Partido en Francia en 1968: allí afirmábamos, bajo el título «El objetivo de nuestra lucha», que el sindicato debe volver a ser la correa de transmisión del comunismo en la clase, y que como resultado, las direcciones estalinistas y oportunistas de hoy serían eliminadas con el inevitable desarrollo de las luchas. Los primeros números de nuestro órgano sindical pretendían, por tanto, indicar los límites de nuestra intervención.

Considerábamos entonces a la CGT como el lugar privilegiado de la lucha de clases, entendiendo que sólo esta unión había tenido originalmente una tradición proletaria, mientras que las otras, FO y CFDT, nacieron de una contraofensiva del capitalismo. Y se decía entonces que hay que defender lo que queda de la tradición de clase en la CGT contra las direcciones. Había algo de esa tradición que sobrevivió en la CGT, mientras que la reanudación de las luchas conducirá necesariamente a la desaparición de los demás sindicatos, porque en la historia nosotros tenemos el ejemplo de organizaciones proletarias que se pasan al enemigo, pero nunca se ha visto que organizaciones de tipo burgués se pasen al lado del proletariado. De ahí la consigna, explícita para nosotros en el momento de la reconquista de la CGT como sindicato de clase, y de la defensa de la tradición de clase en la CGT.

Lo que ha sido criticado, lo que es objeto de la polémica, es esta visión y las consignas que de ella se derivan, por no hablar de algunas aberraciones momentáneas desarrolladas aquí y allá en el Partido, como la «defensa de la CGT frente a otros sindicatos», creación de «Comités de defensa sindical de clase». Afortunadamente, el listón se ha elevado y el Partido ha reconocido que los sindicatos actuales son sólo formas vacías de cualquier contenido de clase, lo que implícitamente excluye cualquier defensa de cualquier contenido en los sindicatos actuales. Pero el principio de intervención exclusiva en la CGT-CGIL[1] sigue estando al orden del día, en nombre de la necesidad de combatir el oportunismo dominante allí donde se ejerce sobre esta clase. Esta posición sigue siendo ambigua, como lo demuestra el informe presentado en la reunión de Saint-Étienne de los camaradas de Marsella que subrayaba:

  • Que el único contenido real de clase de la CGT lo ponemos nosotros.
  • Que la naturaleza de nuestra intervención en el sindicato no está claramente definida, ¿se trata de reimportar el programa comunista a la clase o de formular consignas para la lucha económica inmediata? Si las dos cosas están relacionadas, lo cierto es que la ambigüedad de nuestra posición podría haber llevado a ciertos compañeros a un sindicalismo de agitación inmediata y local. Este parece haber sido el caso en algunas secciones italianas, según informes del Centro. Además, el organismo sindical estaba claramente orientado en esta dirección.

Ciertos textos fijan como objetivo de la intervención del Partido en las organizaciones sindicales la indispensable reimportación de los principios marxistas en la clase: de ahí surgiría la necesidad de una propaganda que opusiera implacablemente la visión global de la revolución a la visión reformista dominante. Sería una intervención política capaz de cristalizar, en la medida que las relaciones de fuerza lo permitieran, los primeros destellos de los pocos elementos de la clase opuestos al oportunismo. Digámoslo claramente: desde esta perspectiva, se trataba más de crear las bases físicas de la existencia del Partido en la clase que la de pretender inculcar u organizar algo.

De hecho, una lectura atenta de nuestros órganos sindicales muestra que el objetivo de nuestra intervención en los sindicatos es radicalmente diferente: denunciando el oportunismo tanto a nivel inmediato como global, nos presentamos de hecho como direcciones alternativas de recambio y lanzamos consignas que nos han atado las manos, relativamente, en nuestra evaluación de la situación y de nuestras tareas: consideremos, por ejemplo, la posición adoptada en Italia ante una posible unificación de los sindicatos, fascistas por definición, de ahí la creación de “comités de defensa”.

A este respecto, la posición oficial del Partido fue ambigua y casi contradictoria. Por un lado, repetíamos que no somos nosotros quienes resolveremos estos problemas, sino la evolución posterior de la lucha; por otro lado, dábamos modalidades de acción precisas, privilegiando la forma sobre el contenido en la forma en que se resuelve el problema de la adhesión en la CGT-CGIL.

Si la cuestión sindical es realmente un problema, no hay necesidad de preguntar a qué sindicato debemos unirnos, sino que al contrario lo que debemos preguntarnos es qué vamos a hacer en los sindicatos. Nos parece que la respuesta a esta pregunta está dada claramente en el informe elaborado por los camaradas de Marsella durante la reunión de Saint-Étienne, que tiene el gran mérito de no sobrestimar nuestras capacidades como centro de organización sindical y de subrayar la naturaleza política de nuestra intervención.

Por nuestra parte, creemos que la “cuestión sindical” no existe. En efecto, el problema tal como estaba planteado hasta ahora consistía en determinar las modalidades de acción del Partido frente a la clase y las organizaciones, habiendo admitido de una vez por todas la existencia formal de nuestro Partido como partido de vanguardia de la clase. Por lo tanto, las Consideraciones de 1965 afirmaban: «reivindicamos todas las tareas específicas de los períodos favorables”; el resto no depende de nosotros, sino de las relaciones de fuerza. Aquí es precisamente donde radica el problema. Criticamos a los trotskistas que también decían cumplir en todo momento con la totalidad de las tareas propias del período revolucionario, y criticamos el programa de transición, que se enmarca en esta pretensión, al mostrar que con tal perspectiva y al querer ignorar la derrota para hacer agitación, el trotskismo necesariamente cayó en ilusiones voluntaristas y se vio obligado a lanzar consignas necesariamente oportunistas. Asimismo, frente al trotskismo que pretendía construir desde cero una multitud de Partidos e incluso una nueva Internacional, afirmamos que no se puede construir el Partido, que el pasaje desde el Partido histórico (es decir, el Programa Comunista) al Partido formal (es decir, la dirección de la lucha) no depende de la voluntad de nadie sino simplemente de las relaciones de fuerza en una dirección positiva. Reafirmamos que el Partido no es otra cosa que la clase organizada en Partido.

Esta es una cuestión de principios. Ciertamente, desde el nacimiento de la sociedad burguesa hubo una tendencia hacia la constitución de un partido proletario. Pero mientras no se cumplan las condiciones históricas objetivas para el socialismo, la constitución del Partido sólo podrá permanecer en la etapa embrionaria. La Izquierda ha demostrado claramente que la organización del Partido no sigue una progresión constante, sino que, por el contrario, vive períodos de gran desarrollo que se alternan con períodos de pura y simple desaparición del Partido formal. Así, la experiencia física de un Partido no depende de los individuos que lo componen: son las condiciones objetivas las que la determinan. En otras palabras, el Partido en el sentido literal del término no puede sobrevivir: sólo queda el cuerpo de doctrina, el conjunto de posiciones marxistas. En los períodos en que triunfa la contrarrevolución, el Partido se desintegra y desaparece: si quiere sobrevivir, es decir tener influencia, se ve obligado a adaptarse a las nuevas condiciones que niegan la acción revolucionaria, e inevitablemente se llena de nuevos contenidos más o menos revisionistas según las corrientes consideradas. Estas condiciones para la existencia de un partido proletario ya las ha puesto de relieve Marx, al provocar la desaparición de la Liga de los Comunistas tras la derrota del proletariado en 1848, y la de la Primera Internacional tras la derrota de la Comuna de París.

En consecuencia, cualquier posición que afirmara que el período es contrarrevolucionario y que el Partido revolucionario tiene una existencia efectiva sería, como mínimo, confusa y antidialéctica. Porque así como no puede existir una clase revolucionaria sin Partido revolucionario, no puede haber un Partido revolucionario sin que se cumplan las condiciones objetivas de su existencia, en primer lugar la existencia de una clase que tienda a volverse revolucionaria. Afirmar lo contrario es caer nuevamente en el «socialismo de las sectas», y la «secta», en lugar de presentar el camino hacia la constitución del futuro Partido de clase, se convierte en un obstáculo para esta constitución al presentar una caricatura artificial de lo que sería un verdadero partido. Por lo tanto, parece que hemos pecado de megalomanía al hacer creer a los compañeros jóvenes y a nuestros lectores en la ilusión según la cual la alternativa no era la guerra imperialista o la revolución, sino el PCF o el PCInt, y proclamar así que ahora éramos ya tanto los agentes de la reanudación del conflicto de clases como su producto necesario.

Las consecuencias de tal visión se sintieron cruelmente: permitió a la vez una apertura hacia el activismo inmediato en nuestras relaciones con la clase y un sectarismo organizativo dentro del Partido, un patriotismo provinciano, un apego temeroso y supersticioso a los «jefes» y a la reproducción del juego de las grandes organizaciones, acompañado de la deificación de las reglas organizativas o de fórmulas vacías de contenido real (por ejemplo «la revolución no es una cuestión de fuerzas organizativas», «centralismo orgánico», etc.).

Por lo tanto, tenemos derecho a pensar que la creación del órgano sindical del partido, e incluso de la Oficina Central Sindical (¡!), está directamente relacionada con esta perspectiva generalmente voluntarista: queríamos actuar en el curso objetivo cuando nosotros no éramos una fuerza objetiva. La Izquierda siempre ha demostrado que el activismo va acompañado de un abandono de la teoría. Nos parece que el Partido no se protegió de este peligro cuando trató de oponerse pura y simplemente a este movimiento con un programa. Simplificando al extremo, podemos decir que la posición teórica actual es la siguiente: la realidad de hoy en día no es digna de interés porque no es revolucionaria; hay que oponerle el pasado de la clase y los viejos textos que, por su parte, lo son. Semejante actitud, deliberadamente polémica, va en contra de una profundización de la doctrina y de un conocimiento real de la situación actual. Pertenece más al sectarismo formal que al análisis materialista y dialéctico. Un ejemplo de esto lo tuvimos en el debate sobre el KAPD en la última reunión general[2].

En resumen, nos parece que en un período generalmente contrarrevolucionario como el que atravesamos, existe una contradicción entre, por un lado, la defensa y restauración de la doctrina y los principios marxistas, que sigue siendo nuestra tarea fundamental, y, por otro, la pretensión de ser la organización formal en la que se encarnan los principios y la doctrina, una organización cuya existencia física debe ser defendida contra todos. A este respecto, es significativa la actitud de algunos compañeros durante una de las últimas asambleas generales: en efecto, se habló no sólo de la dictadura de principios en el Partido, postulado fundamental de la Izquierda, sino también de la dictadura de la organización, postulado del trotskismo. Sin embargo, recientemente respondimos a esto último: el marxismo no es una teoría de la organización, porque la organización no es otra cosa que el movimiento de la clase que tiende a organizarse, y no el fruto de ningún deseo organizativo de los activistas. En este punto, las relaciones entre Partido y clase se conciben hoy, al parecer, de una manera muy mecánica, ya que se llegó a postular que la importación de los principios comunistas en la clase será obra del propio Partido, ayudado en esto por las condiciones objetivas favorables que seguramente se presentarán. Así, parecemos ignorar que existe, según la visión marxista, un vínculo dialéctico entre la existencia del Partido y el movimiento de clase. Si el Partido puede ser conciencia en todo momento, raros son los momentos en que puede actuar como voluntad, porque para ello es necesario que exista en la clase al menos un núcleo tendiente a la conciencia revolucionaria.

Afirmar simplemente que todo conduce a la catástrofe prevista por nuestra teoría y que por fuerza el proletariado tendrá que tomar la antorcha de la lucha de clases equivale a sustituir un análisis profundo de la situación por una presentación de doctrina. Sin embargo, sólo sobre la base de una evaluación precisa de la situación en la que nos encontramos podrá el Partido desarrollar una conciencia justa de las tareas que le incumben, evitando tanto el sectarismo como el activismo relativo. Creemos, en vista de la situación actual, que el PCInt aún debe construirse en torno a los principios que la Izquierda pudo defender y mantener contra el estalinismo. Uno de estos principios es el siguiente: la constitución física del Partido de clase sólo puede hacerse en conjunción con la clase misma. Sin duda, esta fórmula fue mal entendida, ya que de ella se ha extraído la necesidad de una intervención distinta de la puramente política, una intervención encaminada a una acción económica inmediata.

No es ningún secreto en el Partido que una organización sólo puede hacer proselitismo y adquirir nuevos activistas sobre la base de la imagen que presenta de sí misma. Queríamos dar la imagen de un Partido que había llegado a la etapa militante de intervención inmediata y constante hacia la clase. ¿No es esto una fuente de malentendidos e ilusiones? Debemos ver claramente que no es el principio de nuestra propaganda lo que se cuestiona: no se trata de retirarse al cuarto a hacer teoría y esperar la revolución. Lo que está en cuestión es sobre todo nuestra forma de concebir la propaganda de nuestro organismo sindical. Todo sucede como si la teoría hubiera sido restablecida de una vez por todas, y bastara con pasar a la práctica. Ya hemos criticado esta actitud del trotskismo, del mismo modo que hemos criticado su pretensión de presentarse como una dirección de recambio alternativa. De este modo, actuamos como si la clase trabajadora, tal como existe hoy, fuera capaz de emprender una acción revolucionaria, puesto que era posible y necesario, para nosotros, implantar un núcleo de vanguardia de clase capaz de luchar en torno a nuestras consignas.

Llamamos megalomanía a la actitud que consiste en afirmar contra toda realidad que el Partido de clase existe y que la tarea de todo proletario consciente hoy es sumarse a él. El Partido de clase sólo puede existir como clase organizada en Partido: resulta que este análisis del proceso de constitución de los partidos proletarios en la historia no se ha hecho, sin duda porque siempre se destacó siempre la continuidad de la organización de la Izquierda, sin tener en cuenta los efectos de la contrarrevolución. El Centro recordó con razón que las condiciones en las que Lenin y los bolcheviques tuvieron que restaurar la doctrina eran infinitamente más favorables que las que tenemos que soportar hoy en este sentido. Un compañero pudo decir que la situación política de la clase obrera actual es comparable a la anterior a 1848 (es decir, anterior a la formación definitiva del marxismo). Esto equivale a decir que hoy la única tradición real que se manifiesta en la clase trabajadora es una tradición burguesa y pequeñoburguesa. Debemos ser coherentes: si el oportunismo todavía se basa en las tradiciones de clase, en la memoria de Octubre, en el reflejo de la bandera roja y la lucha contra el Estado, entonces es legítimo hacer lo que están haciendo los trotskistas, es decir, afirmar que el oportunismo es una corriente obrera degenerada, y como mucho plantear tácticas de frente único. Pero si el oportunismo no tiene tradición propia y sólo repite la de la burguesía, desde el respeto al Estado hasta el odio a la Revolución, entonces hay que decir claramente que el oportunismo no es la derecha del movimiento obrero, sino la izquierda del movimiento burgués contrarrevolucionario. Hay que decirlo claramente, porque la consecuencia es la siguiente: hoy no podemos reivindicar ni defender ninguna tradición, cualquiera que sea, excepto la tradición política de la Izquierda, porque la victoria total del estalinismo significa de hecho el abandono de todos los reflejos y de todas las tradiciones de clase.

Si el oportunismo es una corriente burguesa, el movimiento social en el que se basa no puede ser un movimiento proletario. Para decirlo sin rodeos, hoy la clase trabajadora tiene los partidos que merece tener, y no debemos buscar detrás del oportunismo dominante una clase susceptible de ser organizada por no oportunistas como nosotros. La clase de la revolución y del comunismo no existe hoy, y sin duda serán necesarios enfrentamientos sociales a gran escala para sacar a relucir su esencia. La contrarrevolución tuvo el efecto de eliminar al proletariado como clase revolucionaria para reemplazarlo con una clase que se había convertido en parte integral de la sociedad burguesa durante mucho tiempo. Parece que se olvidó esto cuando se opuso a las pocas manifestaciones de violencia e indisciplina, que se han podido constatar, lo que sería la verdadera violencia proletaria. No tenemos que criticar los movimientos sociales, ni siquiera los pequeñoburgueses, sino explicarlos y denunciar su dirección política. Sobre todo, no tenemos por qué preferir la actual apatía del proletariado, bajo el pretexto de que es el proletariado. No somos como el PCF, los dirigentes del proletariado actual: tal vez seamos los del proletariado revolucionario, y sólo de él. Razón de más para no caer en el obrerismo esquemático que caracteriza, por ejemplo, al maoísmo.

No hablaremos aquí del modo de funcionamiento del Partido que nos parece actualmente muy alejado del centralismo orgánico. Esta pregunta también está ligada a lo dicho anteriormente: sólo se puede hablar de la existencia física y de la claridad de las directivas del Centro suponiendo que se adapten a la realidad y a la claridad de la práctica actual del Partido. El propio Centro ha dicho que sólo puede ser el reflejo, el espejo fiel de la actividad del Partido que proporciona la condición objetiva de su existencia. Las dificultades encontradas en este ámbito son sólo indicativas de una actitud política general y no las superaremos con recetas organizativas.

Para concluir, nos parece necesario que el Centro, ayudado por el conjunto de los compañeros, formule claramente todos los principios que determinan nuestra actividad frente a la clase y el contenido de nuestros órganos sindicales. Por otra parte, nos parece que es necesario trabajar en profundidad sobre la cuestión esencial de la relación entre el partido y la clase en los períodos de contrarrevolución y sobre la cuestión de la formación de partidos revolucionarios. Para que este trabajo se lleve a cabo con éxito, es necesario evitar la amarga polémica que daña el análisis, el espíritu mordaz o el provincianismo, el culto supersticioso de la organización. Al contrario, debemos intentar aclarar el contenido que damos a nuestras fórmulas propagandísticas, que con demasiada frecuencia se repiten mecánicamente sin que siempre se comprendan con claridad. Si, como pensamos, el Partido aún está por construir, debemos eliminar los obstáculos políticos que se oponen a esta constitución y que se llaman demagogia, rutina, clichés. Lejos de nosotros, una vez más, la idea de cuestionar los principios que hemos reivindicado, incluido el principio de nuestra actividad frente a la clase. Lo que estamos cuestionando es la forma de utilizar estos principios en un sentido que no protege al Partido del peligro oportunista tan a menudo denunciado con razón en el pasado, y hoy en otros movimientos: el peligro sería entonces vaciar los principios de su contenido.

Parece que captamos el sentido del efecto desastroso de la contrarrevolución, el mayor que ha registrado la historia, sobre el movimiento proletario. Hemos creído que dentro de nuestra organización estábamos definitivamente seguros. Por eso es necesario cuestionar no los principios, sino el contenido de nuestra organización y de nuestra actividad, porque constantemente corremos el peligro de un divorcio entre los principios y las tácticas que caracterizan al oportunismo tan a menudo combatido. Esta tarea es enorme y difícil. Sólo nos queda reiterar urgentemente el llamamiento del Centro: trabajar, fuera de cualquier posición esquemática o mecánica, fuera de cualquier búsqueda de fórmulas organizativas o técnicas, fuera de cualquier preocupación de rentabilidad inmediata que sólo comprometería el crecimiento futuro del movimiento hacia el inevitable camino revolucionario.

 

Septiembre de 1971. Le Mans

 

 

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[1] La CGT es el sindicato francés mayoritario desde la II Guerra Mundial, dominado históricamente por el PCF. Del mismo modo la CGIL es el sindicato italiano mayoritario dominado por el PCI [NdT]

[2] A partir de la elaboración de las secciones escandinavas [NdT)

 

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