La faceta abstracta de la fuerza de trabajo. Apuntes sobre el contrato único
Este escrito es un análisis sobre un texto que ha publicado CaixaBank research en el mes de enero de nombre El papel de la rigidez laboral en la baja productividad de la eurozona1. El interés que nos despierta este artículo reside en que nos muestra de modo sencillo como el capitalismo en este estadio desarrolla la tendencia a subsumir la fuerza de trabajo como mercancía en su faceta abstracta. Por ejemplo, dice este artículo nada más comenzar:
Una rigidez laboral excesiva reduce la eficiencia en las contrataciones y los ceses. En primer lugar, unos costes de despido elevados impiden a ciertas empresas contratar a trabajadores cuya productividad podría ser mayor a su salario y dificultan la rescisión del contrato de otros menos productivos, lo que puede ser contraproducente para el empleo agregado. En cambio, un aumento de la flexibilidad de la contratación fija (menores costes de despido, mayor seguridad jurídica en el proceso) facilita los flujos de entrada y salida del mercado de trabajo.
El carácter abstracto de la fuerza de trabajo
Es interesante esta forma de expresar el pensamiento económico neoliberal. Una primera lectura nos hace pensar que la cuestión central es la circulación de los trabajadores de un puesto de trabajo a otro. Algún marxista tradicional despistado, consideraría incluso que es un sencillo modo de justificar el abaratamiento del despido. Si bien esto puede ser cierto, debemos enfrentar a nuestros rivales en el terreno de la crítica radical de sus propios fundamentos. El artículo está focalizándose en otro aspecto de mayor interés para nosotros y para la crítica al capital si somos capaces de comprenderlo.
En segundo lugar, es importante señalar que la reasignación de factores (tanto del trabajo como del capital) hacia sectores más productivos es positiva para la productividad. En el caso del empleo, una mayor flexibilidad permite una asignación más eficiente del factor trabajo.
El centro de este artículo es, al contrario, pensar la fuerza de trabajo como elemento productivo, es decir, en el proceso de producción, como trabajo vivo creador de valor abstracto. Ahora bien, para que esta fuerza de trabajo sea trabajo vivo, cree valor, debe comportarse como mercancía. Y como mercancía debe tener el doble carácter que tiene toda mercancía, es decir, debe ser valor de uso, que consiste en su capacidad de realizar un trabajo concreto en el proceso de trabajo, pero este carácter concreto queda subsumido por el carácter abstracto de la mercancía, como valor. Es decir su posibilidad de “reasignación” como “factor productivo”. Su carácter abstracto reside en facilitar «los flujos de entrada y de salida del mercado de trabajo».
Comenta Robert Kurz en su artículo Abstracte Arbeit und Sozialismus (Trabajo abstracto y socialismo):
Porque de hecho, el marxismo tradicional contempla el trabajo asalariado, sin reconocérselo, finalmente sólo como un fenómeno de la circulación, como venta de la mercancía fuerza de trabajo a un capitalista “privado”, mientras que debe permanecer alegremente el productor directo junto con la estructura material del proceso de trabajo como presunta necesidad de carácter puramente técnico-material2.
Es el carácter abstracto de la fuerza de trabajo, su separación de las otras mercancías (y por tanto de los medios de producción y reproducción) el que justifica un ordenamiento jurídico de sujetos libres, que disponen de libre albedrío para enajenar sus bienes, aunque lo único que posean sea su propia fuerza de trabajo para enajenar. De este modo, el ámbito jurídico se articula, interviene, en unas formas de producción privada, dirigida hacia otros, nunca para los propios productores, que convierten al valor como conector social, elemento socializador central: estas producciones privadas se conectan unas a otras a través de la ley del valor, que convierte cosas distintas (las mercancías), en socialmente iguales, enajenables. Este es el verdadero centro de la mercancía fuerza de trabajo, no el carácter de su compra-venta, sino el carácter de que como una mercancía más, se conecta con el mundo del capital.
Hay que subrayar también, que no es el ser humano el que se convierte en mercancía, sino su capacidad de trabajo. Si el hombre fuera una mercancía, sería un esclavo, pertenecería de continuo a su propietario. Al contrario, lo que se vende es su tiempo, tiempo vendido en el cual es empleado por el capitalista. De este modo, el propietario de la fuerza de trabaja se alquila a sí mismo. La forma jurídica abstracta y la democracia moderna nacen de esta posibilidad en la cual uno se enajena a sí mismo. De este modo, permanece un sustrato, el de propietario que puede enajenar temporalmente sus propiedades, entre ellas la fuerza de trabajo3. Lo que se transforma en mercancía es por tanto el tiempo del que disponen los individuos, lo cual es consistente con el hecho de que el valor de la mercancía es tiempo objetivado socialmente necesaria para producir un valor útil, y por tanto, que el eje fundamental de las relaciones de producción capitalistas es la transformación de los tiempos particulares en un tiempo abstracto. De hecho, si recuperamos una noción en boga entre los pensadores del S.XVII, concretamente, que el tiempo es relación entre cuerpos (físicos, químicos, fisiológicos, biológicos, sociales), podemos considerar, que la autonomización del tiempo, como tiempo abstracto, como tiempo del capital, es por una parte un elemento central de esas autonomizaciones modernas (del valor, de la economía, del Estado-nación y de la democracia, del derecho, del significante) que son efecto de la relación abstracta del capital marcada por el valor. La autonomización del tiempo abstracto implica que el tiempo social reificado domina al resto de tiempos, sin atender a sus temporalidades propias para poder reproducirse, desde la temporalidad de la naturaleza, hasta la de la sociedad.
Es por ello que la noción de hegemonía de Gramsci, tan manida por las nuevas cabezas pensantes de la izquierda, es errónea. La hegemonía del capital se deriva de una relación impersonal que consiste en la subordinación de la fuerza de trabajo al tiempo del capital, a la ley del valor. La potencia transformadora revolucionaria deriva sólo de un hecho, que no tiene que ver nada con el desarrollo de las fuerzas productivas en abstracto (el mayor error teórico de Marx)4, si no que el capital posibilita que a la socialización extensiva e intensiva existente a través de la comunidad ficticia que crea el valor, se oponga una comunidad concreta de pasiones y razones. La contradicción que se atisba en esta formulación (¿cómo se puede construir desde una comunidad ficticia una comunidad concreta, si a la vez esta última debe acabar con las condiciones de la primera?) no es sino otro modo de expresarse la contradicción entre la noción de fuerza de trabajo y proletariado, que señala la imposibilidad de la existencia de la clase obrera como tal.
El papel de los sindicatos
Sin embargo, los economistas de CaixaBank Research se encuentran con un dato histórico importante, el mercado dual:
Cabe destacar que una alta dualidad en el mercado laboral entre insiders (trabajadores con contrato fijo) y outsiders (trabajadores con contrato temporal o desempleados) genera mayores fluctuaciones en el desempleo de los segundos y que reducirla mediante un aumento de la flexibilidad de la contratación fija sería beneficioso para ellos.
Sabemos que esta dualidad se debe al desarrollo histórico que ha habido en bastantes países de Europa y también en España. Remite a la transformación de un mercado laboral que ha pasado de formas de producción fordistas a los procesos de deslocalización, desindustrialización y externalización que comienzan con fuerza a partir de la década de los 80´. En el primer modelo de mercado, los sindicatos pasan a ser mediadores fundamentales en la integración de la fuerza de trabajo y fijan los precios de la compra-venta de esta. El desarrollo del modelo dual en los países occidentales vienen determinados por la precarización del mercado laboral, sobre todo para los outsiders que han llegado recientemente al mercado laboral. Ahora bien, esto significa por tanto, que hoy esta división entre insiders y outsiders es una clara división de la fuerza de trabajo, que la atraviesa y no sólo en su condición jurídica, que afecta también en el pago de su fuerza de trabajo, en las condiciones materiales de la realización de su trabajo (es decir en su relación con el capital fijo) y también en su movilidad (como capital circulante). Los outsiders vienen habitualmente representados por los jóvenes, por las mujeres, por los migrantes, por las personas con una cualificación que el mercado laboral y las instituciones capitalistas han encerrado en el concepto de no cualificados.
La dificultad, por tanto de tocar la dualidad del mercado reside en que los sindicatos –y quizás habría que incluir a los partido de izquierdas– obtienen un poder derivado de esta división del trabajo, en el cual, los propios trabajadores insiders quieren defender, mientras que los trabajadores más precarios ven pocas ventajas. La estabilización de la dualidad del mercado refuerza en todo caso la competencia entre los trabajadores precarios. El contrato único generalizaría la competencia.
En tercer lugar, la rígida legislación de la contratación permanente acaba incentivando, como ha ocurrido en la mayoría de países de la eurozona, una flexibilidad laboral basada en un uso recurrente de los contratos temporales. La sustitución de empleos fijos por temporales es contraproducente porque desincentiva la inversión del individuo en educación y la inversión de la empresa en capital humano. Así, este tipo de flexibilidad laboral acaba provocando una disminución de la productividad a nivel empresarial y perjudica a aquellas personas que, después de perder el empleo, no consiguen mejores oportunidades laborales (sufren pérdidas de ingresos o peores condiciones laborales en su nuevo trabajo).
¿Por qué los trabajadores precarios no perciben estas ventajas sobre una situación que posibilita que puedan competir con más trabajadores, es decir, acceder a más puestos de trabajo? Responderemos más tarde a esta cuestión.
Las falacia de la homogeneización de clase
En todo caso, habría que responder a dos posibles falacias que pueden impregnar los argumentos dentro de la izquierda. Una falacia de carácter modernizador, podría apostar por la introducción del contrato único como medio de homogeneización de la fuerza de trabajo a través del contrato único. Con una fuerza de trabajo más homogénea los intereses de los trabajadores serían más comunes. Esta idea es harto falsa. En primer lugar porque la precarización de las condiciones laborales lo único que persiguen es un subsunción más profunda al capital, lo cual se traduce en que la forma mercancía de nuestra fuerza de trabajo se agudice, y por tanto la atomización que la acompaña. El contrato único no garantiza ninguna construcción de una razón común. Una lectura de este tipo proviene de una interpretación de la ontología social de la fuerza de trabajo típica del operaísmo, que considera que el carácter de la subjetividad pura del trabajador expropiado y desnudo frente al capital implica necesariamente una concieciación.
Pero hay un elemento más que no deberíamos perder de vista y que nos interesa también tratar porque puede eliminar las ilusiones de carácter más «gramsciano» en relación con el trabajo. Concretamente pensamos que la introducción del contrato único no influencia en otras formas de la segmentación del mercado laboral existentes, como aquellas formas de segmentación por la cualificación realizada por los aparatos de Estado, por la diferenciación de sueldos y sobre todo por la división del trabajo. Esta división del trabajo, en las que permanece «alegremente el productor directo junto con la estructura material del proceso de trabajo como presunta necesidad de carácter puramente técnico-material». La explotación económica despliega ya la dominación y subordinación jerárquica e intelectual del trabajador que realiza trabajos más descualificados, frente aquellos que como personificación del capital dirigen y planifican el trabajo5. Las nuevas formas de segmentación están por tanto vinculadas con esa ideología que propone a los trabajadores que permanezcan continuamente formándose para aspirar a otros puestos de trabajo. Ideología que muestra de nuevo esa naturalización de la fuerza de trabajo como mercancía abstracta, la cual sería más apeticible por el capital, ya sea porque tiene múltiples valores de uso en el proceso de trabajo o porque su valor de uso tiene mayores capacidades productivas (por estar más “cualificada”).
Es de hecho aquí donde podemos ver porqué los outsiders no tratan de transformar las relaciones laborales. Aquellos trabajadores menor cualificados por las empresas y aparatos de Estado saben que su situación de subordinación en el mercado laboral no va a cambiar, porque perciben la segmentación de este. Incluso podría suceder que llovieran a la descualificación o el paro trabajadores con contrato fijo. Pero, no vamos a engañarnos, en el caso de los trabajadores cualificados, suele existir una lógica pequeño-burguesa que su experiencia académica y laboral ha ido forjando, y ellos aspiran a reemplazar a los trabajadores con contrato fijo. La introducción del contrato laboral sería una desmejora de sus actuales aspiraciones. Sin embargo, las reformas laborales de las últimas décadas, así como la precarización del mercado de trabajo, hace que buena parte de ellos jamás se vayan a beneficiar de aquello a lo que aspiran. Viven un proceso de proletarización del cual huyen.
La falacia del posibilismo imposible
La otra falacia que quisiéramos contestar es aquella que tiene una perspectiva posibilista. Es aquella que apuesta podría apostar por una defensa de un mercado laboral dual porque considera que el contrato único precariza las condiciones laborales de los trabajadores que tienen un contrato fíjo. Una posición como esta lo único que defendería es una posición de la fuerza de trabajo, en la cual los outsiders estarían en condiciones de trabajo desfavorables, mientras que los insiders tendrían condiciones de vida mucho mejores.
Sin embargo, existen diferentes matices de posibilismo, y evidentemente no nos interesa criticar aquellas que son más sencillas de criticar. Algo de realismo vendrá bien: España creció este año un 3,2%. La razón de este crecimiento esta motivada por tres razones fundamentales, la primera, la bajada del precio del petróleo que se debe a que el precio del petróleo del barril de brennt estaba por encima de los 100 dólares y ha motivado diferentes inversiones para abaratar los costes de su extracción. Este proceso ha motivado la necesidad de Arabia Saudí de incrementar su producción, para reestablecer su fuerte monopolio sobre la producción petrolera. De paso ha convergido con esta primera razón el retroceso de China, y por tanto su menor consumo de materias primas, entre ellas, el petróleo. La segunda razón tiene que ver con que los tipos de interés han estado bastante bajos, permitiendo mayor circulación de dinero. La última razón es la compra de deuda soberana por el BCE, que de facto significa evitar que los distintos Estados tengan problema con su deuda a través de la socialización de esta pérdida, por la vía de la depreciación del euro (si se compra deuda soberana, se imprime más dinero, circula más euro, y baja el euro con respecto a las mercancías producidas en la eurozona: lo que significa depreciación del euro) y por tanto con el aumento de las exportaciones6. En el caso del Estado español, esta coyuntura económica ha generado un desendeudamiento de las familias y de las entidades privadas (con la inestimable ayuda de la transferencia de parte de la deuda de las segundas a la hacienda pública), un mayor aumento de las exportaciones y por tanto un aumento del empleo. El leve aumento del empleo aumenta del consumo porque aunque los salarios se matengan bajos, se extienden entre más personas de la población, y porque la bajada del petróleo genera un efecto deflacionista de bajada de precios.
Lectura inmediata: con una hacienda pública tan endeudada y una situación económica tan frágil, nos preguntamos honestamente que tipo de perspectivas tienen los partidos más a la izquieda del escenario político y los gobiernos progresistas que apoyan para revertir esta situación. ¿Apuestan por contratos menos flexibles, por salarios mínimos más altos, por la extensión del trabajo público que se ocupe de los cuidados? ¿Y cómo lo piensan hacer? ¿Creando un banco público? ¿Con qué dinero? Por favor que nos enseñen las cuentas. ¿Piensan hacerlo como en los ayuntamientos? Porque sentimos decirlo, los ayuntamientos del cambio, a día de hoy no han cambiado nada…bueno sí, ¡están pagando la deuda! Para llevar a cabo una política reformista se necesita dinero, para obtener dinero hay que renunciar a pagar la deuda u obtenerlo de las rentas. Los trabajadores apenas tienen rentas. Y subir los impuestos implica un riesgo de quiebra inmediato por estrangulamiento del capital financiero a través de la desinversión. Las políticas keynnesianas sólo funcionan cuando existe amplia clase obrera integrada corporativamente en el Estado, con un capital fijo potente y un Estado-nación sólido…¡ah sí, hace 40 años!.
Sabemos que una serie de compañeros apostarán todavía por el posibilismo imposible. Esto es, considerarán que estas cuestiones programáticas son sólo un modo de lanzar el anzuelo para atraer a las “masas” a posiciones más radicales…¿como en Grecia? La demostración de los últimos episodios es que esa política de radicalización se ha mostrado como un fracaso. La razón fundamental es que existe una lectura profundamente voluntarista en estas posiciones. Es creer que el problema de las y los revolucionarios es no disponer de un altavoz lo suficientemente fuerte y grande o un mensaje lo suficientemente atractivo para llegar a las personas apeladas, es decir, es asumir el problema revolucionario como un problema de marketing, en vez de entender que el problema fundamental es que nuestra socialización cotidiana e inmediata está mediada por la mercantilización, ya sea de nuestras vidas y la gente que nos rodea (a través de la venta de nuestro tiempo); ya sea de nuestros medios de vida. Esperamos que nadie se atragante cuando digamos que en la etapa de la subsunción real, la fuerza de trabajo vive dominada y subordinada al capital en su condición de fuerza de trabajo. Querer jugar a la ideología, a lanzar mensajes que lleguen a las “masas” cuando estas no están rompiendo esta dominación, aunque sea torpe y parcialmente, es simplemente reproducir el espectáculo (en el sentido más puro que le dio Debord) de la mercancía. Las “masas” sólo son “apelables” cuando están en un proceso de auto-producción, de auto-organización, es decir, cuando están en luchas vivas8. Nos dirán que no queremos estar con las “masas”. Nosotros responderemos que para estar así con las “masas”, ya vamos al fútbol y al Mercadona.
El molino satánico
La necesidad de introducir el contrato único viene determinado porque
Una mayor flexibilidad permite una asignación más eficiente del factor trabajo. Las empresas menos productivas destruyen más empleo y las más productivas crean más, por lo que la reasignación del trabajo de unas a otras aumenta la productividad agregada.
Aquí aparece uno de los elementos fundamentales que trataremos en nuestro próximo artículo, relacionado con las formas de distribución de la plusvalía a través de la igualación de la tasa de ganancia. La reasignación de recursos no está motivada por una maldad inherente a estos economistas. Al contrario, ellos perciben fenoménicamente que el actual mercado laboral convierte a España y a la eurozona en un mercado menos competitivo y esto, es negativo para la economía española. La necesidad de reasignación de recursos facilita que por una parte las empresas que son más productivas puedan absorber mayor fuerza de trabajo y por otra la destrucción de capital (y de trabajo) de las empresas menos productivas. De este modo, los capitales productivos son más productivos, mientras que los capitales menos productivos, se mantienen o son destruidos. La destrucción de capital mejora la tasa de ganancia (el capitalista observa este proceso fenoménicamente como que acaba con parte de la competencia y accede a más cuota de mercado). Y como todos los economistas saben, sean del signo que sean, las vacas gordas han pasado y estamos abocados en los próximos años a escasos crecimientos o decrecimiento. Por tanto la lucha por la cuota de mercado es fundamental, y por ello la lucha por la superviviencia en este casino de destrucción de capital.
Sin embargo, ya lo dijo Bordiga:
La vida del capital reside únicamente en su movimiento como valor que se multiplica en forma perpetua. Para esto la voluntad personal del capitalista no es necesaria; tampoco podría impedirlo. El determinismo económico no obliga solamente al trabajador a vender su tiempo de trabajo, sino igualmente al capitalista a invertir y acumular. Nuestra crítica al liberalismo no consiste en decir que existe una clase libre y una esclava: una explotada y otra explotadora, sino que ambas se encuentran ligadas a leyes del tipo histórico de producción capitalista (Siguiendo el hilo del tiempo, La doctrina del diablo en el cuerpo).
De este modo, la doctrina del capital, es la doctrina de la «reasignación de recursos». Poco importa lo que entre esas mercancías este la fuerza de trabajo, la vida de personas, que deben asumir su condición de mercancía, independientemente de todos los sufrimientos que esto implique. Por ello, los revolucionarios no debemos quedarnos esperando a defender ni la posición conservadora, ni la posición modernizadora del capital. Al contrario, ya no hay una clase obrera a la que hay que integrar a través de sindicatos y políticas sociales. El molino satánico del capital, como diría Polanyi9, sigue girando. La defensa del Estado de bienestar no debe ser por volver atrás o por extenderlo. Defendemos las conquistas históricas de las clases populares porque la alternativa es la distopía. Pero la tarea histórica que tenemos por delante es de otro cariz. Es enfrentar la administración y gestión de la crisis tanto económica, como política (La insurreción que viene), y por ello, las y los revolucionarios debemos tener en mente antes de nada que lo esencial es rechazar el carácter de mercancía de la fuerza de trabajo.
El desarrollo actual del capital en los países occidentales no aparece, como en el fordismo, en la omnipotencia de la máquina (capital fijo) frente al trabajador. Al contrario, la financiarización, extiende la capacidad del capital dinerario, sobre todo en forma de crédito, que penetra en la vida de todo el planeta. En este espacio de tiempo, la dominación de la fuerza de trabajo reside más que nunca en que para vivir tiene que venderse no importa para hacer qué. Cuando la crisis se desboca, esta fuerza de trabajo es la primera que sufre la destrucción de capital, que se presenta como capital financiero huyendo de un sitio para entrar en otro con más lucro. La fuerza de trabajo se convierte en una ficha más de este casino sin dueño.
La condición contradictoria de la clase
Enlazando con la primera parte de nuestro artículo, a través del texto estamos alcanzando la compresión del carácter contradictorio de la noción «clase». La clase como tal no puede existir, sino como contradicción en términos, puesto que un concepto se sostiene sobre la capacidad de explicar algo. La lógica abstracta del capital es que en el proceso de subsunción real, la fuerza de trabajo queda profundamente atomizada, segmentada y dominada. Lo que predomina es su faceta abstracta. Esta condición abstracta subsume los elementos diferenciales y concretos (también aquellos que tienen que ver con la reproducción afectiva, social y cultural). Por tanto, dentro de la lógica abstracta, el trabajo queda dominado por el capital. Como tal no puede existir clase. Sabemos que nos van a replicar en términos empíricos e históricos que la clase ha existido en los países occidentales, que ha librado sus luchas. A nosotros nos gustaría señalar que si esas luchas se han debido sólo a mejoras económicas, entonces han tenido un carácter corporativo y por tanto lo que han puesto en juego es que un colectivo de la fuerza de trabajo ha intentado mejorar su posición en el mercado laboral frente a otros. Si en germen esas luchas no eran corporativas, si tenían elementos de auto-producción (y toda lucha viva los tiene), diremos entonces que la clase tampoco existía como tal, sino en esa relación contradictoria, pues la condición de los elementos rupturistas de su lucha eran justamente acabar con su condición de clase. Como dice Roland Simon (Unification du prolétariat et communisation):
Para ser una clase revolucionaria, el proletariado tiene que unirse, pero ahora no puede unirse más que destruyendo las condiciones de su propia existencia como clase. La unión no es un medio que haga más eficaz la lucha reivindicativa; al contrario, no puede existir sino superando la lucha reivindicativa; la unión tiene por contenido que los proletarios dediquen todos sus esfuerzos a dejar de serlo; es la impugnación por parte del proletariado de su propia existencia como clase, la comunización de las relaciones entre individuos. En tanto proletarios, no encuentran en el capital, es decir, en sí mismos, otra cosa que todas las divisiones del salariado y del intercambio, y ninguna forma organizativa o política puede superar esa división.
(Citado por Federico Corriente en Jacques Camatte y el eslabón
perdido de la crítica social contemporánea).
Aunque se escapa la temática de este artículo, nos gustaría prevenir cualquier intento de huir a la condición excepcionalmente contradictoria de clase, a través de posiciones culturalistas que desplazarían la construcción de la clase fuera de la producción para situarla en la reproducción. Es indudable que en estos espacios se reconstruye un hilo de lucha, una cultura popular, una socialización determinada que sirve de fundamento a una conciencia. Pero esta socialización no expresa diferencias cualitativas a la hora de analizar el carácter contradictorio de clase cuando los comparamos con las formas de socialización que se constituyeron históricamente en las fábricas. Si hoy prestamos más atención a estos aspectos es por la debilidad en la correlación de fuerzas que se da en el ámbito laboral.
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1 http://www.caixabankresearch.com/-/el-papel-de-la-rigidez-laboral-en-la-baja-productividad-de-la-eurozona-f5
2 «Denn in der Tat sieht ja der traditionelle Marxismus die Lohnarbeit, ohne sich dies einzugestehen, letztlich nur als Zirkulationsphänomen an, als Verkauf der Ware Arbeitskraft an einen «Privat»-Kapitalisten, während der unmittelbare Produzent als solcher samt der stofflichen Struktur des Arbeitsprozesses als vermeintliche rein stofflich-technische «Sachnotwendigkeit» im «Sozialismus» munter weiterbestehen soll».
3 Una investigación más profunda en esta dirección nos mostraría por tanto que la relación entre público y privado surgen simultáneamente, y no como observa Pashukanis, que la segunda precede a la primera. Error que surge de centrarse en Teoría general del derecho y marxismo en la circulación de la mercancía, y no en la producción. Del mismo modo, al hacer una lectura trashistórica, Agamben termina separando la relación de soberanía (y primándola sobre las relaciones de producción.
4 Concepto transhistórico donde los haya y que ha causado estragos considerables. Su aspecto más problemático reside en que su carácter es ambiguo. Usado para hablar de los modos de producción, Marx suele hacer una apología del productivismo, cuando se centra en ciertos aspectos del capitalismo, consigue señalar algo más concreto, pero habitualmente suele sufrir tal uso del concepto tensiones deshistorizadoras, como se puede ver en el primer capítulo de El Capital, donde Marx llega a escindir las fuerzas productivas de la forma valor, lo cual es un error lamentable. El valor subsume en una formación capitalista a las fuerzas productivas (porque las relaciones de producción dominan). De este modo también hacemos emerger una relación teórica bastante sorprendente y aparentemente fortuita, que es la que va de Kurz a Poulantzas. El reto es encontrar el camino que lleva de la teoría del Estado como condensación de la correlación de fuerzas (Poulantzas) a la forma valor de la mercancía (Kurz).
5 Sobre este asunto véase la obra de Poulantzas Clases sociales en el capitalismo actual.
6 Algunos economistas burgueses pueden llegar a entender el razonamiento que acabamos de exponer. Lo que les va a resultar más difícil de entender, es que la depreciación de la moneda es una forma de depreciación tanto del capital como del salario, en tanto que si el valor de la moneda desciende frente a otras monedas, esto significa que los valores que se expresan en la misma moneda también descienden frente a los poseedores de dinero en el mercado internacional.
7 No tenemos espacio suficiente para tratar este asunto. Véase los distintos artículos de nuestra página, como Podemos: ¿quién asalta a quién?, ¿Podemos: en principio fue el verbo?, Podemos algunas notas sobre un significante flotante en el postmoestalinismo, Activismo y clases medias: una aproximación al discurso populista, Pan, trabajo, techo…y fantasía electoral, Elecciones griegas: el desenlace de la tragedia.
8 Y la labor de las y los revolucionarios no es apelar a las masas. Eso se lo dejamos a los agentes del espectáculo.
9 El cual, como tampoco Mauss, entendieron la condición de fuerza de trabajo más que en la esfera de la circulación.