Podemos: Algunas notas sobre un significante flotante en el postmoestalinismo (I)
Esta es la primera parte de un artículo compuesto de tres partes. La segunda versa sobre la influencia de Laclau en Podemos y la tercera sobre la importancia de la autonomía de lo político a partir de la fascinación que ejercen las categorías de Gramsci mediadas por Togliatti y el PCI.
El fuerte ascenso electoral de Podemos nos parece —utilizando un término grato a algunas de sus “cabezas pensantes”— sintomático: sintomático de la enorme debilidad y fragilidad de una (auto) denominada izquierda radical que ha sucumbido en su inmensa mayoría a los cantos de sirena del “exitismo” electoral. Una fragilidad que, en cualquier caso, expresa mucho de la época que vivimos y del peso de un capitalismo en descomposición que favorece el individualismo, la atomización y la pérdida de referencia en torno a los principios y programas que la izquierda revolucionaria se fue dando en una historia secular. En este sentido, existe un peso de la contrarrevolución estalinista con su tendencia a llamar verdad a lo falso, emancipación al esclavismo, libertad al servilismo, que se expresa claramente en este ascenso de Podemos.
En estas breves notas nos gustaría detenernos en dos aspectos de las permanentes reflexiones que se explicitan en los discursos y libros de Pablo Iglesias (en adelante PI), y sobre los que sintomáticamente no se dilucida a partir de una prioridad emancipadora. Al respecto son muy esclarecedores los diferentes capítulos de su libro Disputar la democracia.
El primer aspecto es la defensa de que la política no tiene nada que ver con la moral. Más allá de las interesantes reflexiones que algunas corrientes (por ejemplo la ex Utopía Socialista en torno a Dario Renzi, o la que existía en Alemania alrededor de la revista Krisis dirigida por Robert Kurz) han establecido sobre lo contradictorio de relacionar una práctica emancipadora con la actividad política, nuestro fin no es detenernos en esta reflexión durante estas breves notas. Si partimos de la identificación entre la práctica política como un medio para lograr un fin, el comunismo como autoemancipación y afirmación radical de una comunidad libre de mujeres y hombres, encontramos que, de manera muy sintomática, PI rompe dicho lazo de unión: un lazo de unión posible por la conexión íntima, moral, entre medios y fines, entre la práctica política y el fin autoemancipador. Hay una reivindicación de la autonomía de lo político —¿habla el Mario Tronti que volvió al redil del PCI?— que se emancipa del corsé moral de los medios. En este sentido es muy evidente la reivindicación de una tradición de la política que va de Sun Tzu a Machiavelli, de Richelieu a Bismarck o Carl Schmidt… Power is power nos repite una y otra vez PI. Ahora bien, esta autonomía de lo político, este power is power es no casualmente una reivindicación de la heteronomía —es decir, de las leyes emitidas de modo externo a la comunidad humana y sobre la comunidad humana— y por ende de la opresión política. Se reivindica como libertad lo que es servilismo.
Y en esto es muy aleccionador el rechazo casi epidérmico que PI tiene a unir política y moral. La moral, la discusión sobre el bien y el mal, no entra en la discusión política, es decir, en la esfera comunitaria. Aquí también ésta se autonomiza de cualquier control, no digamos ya de la auto-institución social. La moral queda reducida a un ámbito privado —idiotizado, que dirían los antiguos griegos—, atomizado, separado, fragmentado. Nos imaginamos que “nuestro autor en busca de tronos” no sabe lo bien que reproduce la lógica de fondo de la metamorfosis de la mercancía: «no lo saben pero lo hacen», le gustaba escribir al Marx de Das Kapital para explicar cómo los seres humanos reproducen inconscientemente el fetichismo de la mercancía (1) . PI nos viene a decir que si power is power, de lo que se trata es de ser el “más pillo”, el “más listo”, aquél que tiene un discurso con un valor (de cambio) más productivo y realizable en el mercado de intercambios mediáticos y electorales. Y para este mercado político la moral es un peso que resta demasiado valor a su mercancía. Estamos completamente de acuerdo con nuestro autor carismático, pero el problema es el sustantivo, la sustancia, el terreno que subyace en todo su discurso —y es que los discursos, aunque floten, no acaban por disolver el frío terreno en que vive la mercancía como célula de nuestras sociedades contemporáneas—, un discurso que es una metamorfosis de la mercancía. La eliminación de la moral en la práctica política es algo propio de un discurso opresivo en su misma sustancia.
No son casuales en este sentido el tipo de referentes dentro del “movimiento obrero” que reconoce PI a lo largo del capítulo II de su libro Disputar la democracia. El futuro tiene un corazón antiguo. Además de ser significativa la práctica ausencia del movimiento libertario en su exposición, es decir, del sector más masivo y radical del movimiento obrero ibérico desde su constitución hasta 1937, lo que llama poderosamente la atención es su básico posicionamiento con la línea oficial del PCE “bolchevizado” primero y estalinizado posteriormente. Reducir la política del VII Congreso del KOMINTERN bajo la batuta de Dimitrov, de Togliatti —ese «certo Ercoli» del que hablaba con desprecio un Gramsci, encerrado en las cárceles fascistas por voluntad de Mussolini pero sin disgusto de sus “camaradas” de la dirección el PCI— y, cómo no, de Stalin, a un ejemplo refinado de ajedrez político y discursivo frente al boxeo rudimentario del extremismo izquierdista, nos parece un juego, pero un juego macabro moral e intelectualmente. Significa olvidar lo que supuso el estalinismo moral e idealmente en la historia del movimiento obrero y de la izquierda. Ahora bien, es algo coherente con su profundo desprecio por la moral en el discurso y la práctica política. Algo que, no puede negarse, fue típico del estalinismo. Pero si hablamos de olvidos, cómo no señalar que en ese capítulo no se alude ni siquiera —reproduciendo los peores elementos de la cultura estalinista— a cuál fue el papel represor del estalinismo internacional e ibérico en la España de 1936-1939, con el asesinato y tortura, entre otros muchos, de Andreu Nin a manos de la NKVD rusa y con la complicidad y participación activa de la dirección del PCE —pero, en el colmo de la desfachatez intelectual, PI nos viene a decir que existe una autonomía no sólo de la política en general, sino de la posición del PCE en los frentes populares en relación a la política de la KOMINTERN. Hablar de autonomía del PCE con respecto a Moscú en los años 30 sí que nos parece un ejemplo muy logrado de práctica discursiva y de su capacidad de autonomizarse de la realidad. Imaginamos que Ercoli-Togliatti y Pedro-Gerö —el mismo que bendijo los tanques rusos contra los Consejos Obreros del Budapest del 56— eran hologramas que pasaban por Madrid y Barcelona, y que un «certo» Ercoli no escribía informes regulares que iban directamente a la mesilla de ese ajedrecista contumaz que era Stalin. En fin, aquí PI nos da una muestra muy lograda de postmoestalinismo. Si su futuro tiene un corazón antiguo, desde luego no es éste ni nuestro corazón ni nuestro futuro. Preferimos recordar con el corazón y la imaginación futura a aquellos que «cuando era medianoche en el siglo», como escribía Victor Serge en su novela, combatieron en nombre de la humanidad y del socialismo revolucionario a la monstruosidad moral del estalinismo. A ellas y ellos nuestro corazón y nuestro futuro.
El segundo aspecto sobre el que nos gustaría detenernos es que en PI hay un profundo desprecio de la teoría, como algo privado, no político, propio de intelectuales aislados en su torre de marfil. La política no requiere de grandes ideas, y mucho menos de principios morales como nos ha recordado ya, sólo necesita de una “pillería” para lograr llegar a sentarse en el juego de tronos antes que los demás. Por eso se trata de dominar una serie de reglas formales de estrategia y táctica ajedrecísticas, de un know how que no necesita de principios programáticos, ideales y teóricos. En la política de PI, de lo que se trata es de ser el más listo y en esto hay que reconocer que, como él mismo dice en el artículo que escribió tras la muerte de Adolfo Suárez, Dolores Ibarruri y Carrillo eran mucho más listos que Jorge Semprún o Claudín; que —añadimos nosotros ahora— Stalin fue más listo que Trotsky; que Gramsci y sobre todo ese “certo Ercoli” lo fueron más que Bordiga; que Pedro-Gerö lo fue más que el finado Andreu Nin. Ahora bien, lo que hay que vislumbrar es si la política entendida como lo supone nuestro “autor en busca de tronos” tiene alguna raíz emancipadora o si, como entendemos nosotros, no es sino una metamorfosis más de la política opresora que reproduce en el plano de lo político la lógica de ese valor hinchado de valor que es el capital como relación social.
Y es que la teoría sí es importante, no para lograr un puesto de profesor/a universitario/a o como elucubración autorreferencial, sino como elemento central para una práctica radicalmente auto-emancipadora. Por ejemplo, sirve para entender que el capital implica una relación social abstracta y no concreta, como cree entender nuestro carismático político. Es decir, la economía no se puede reducir —a pesar de los intentos totalitarios de la casta de politólogos— a la política. Si power es power —lógica formal, A=A—, la economía —¿qué es la economía como hecho ahistórico?— no es igual a la política. Y es que, como recordaba Amadeo Bordiga polemizando con gente más seria —Castoriadis y el grupo Socialisme ou Barbarie—, «la vida del capital reside únicamente en su movimiento como valor que se multiplica en forma perpetua. Para esto la voluntad personal del capitalista no es necesaria; tampoco podría impedirlo. El determinismo económico no obliga solamente al trabajador a vender su tiempo de trabajo, sino igualmente al capitalista a invertir y acumular. Nuestra crítica al liberalismo no consiste en decir que existe una clase libre y una esclava: una explotada y otra explotadora, sino que ambas se encuentran ligadas a leyes del tipo histórico de producción capitalista» (Amadeo Bordiga, Siguiendo el hilo del tiempo, La doctrina del diablo en el cuerpo). El diablo del valor en el cuerpo del capital nos habla de un proceso que no es interno a la empresa ni a las decisiones de capitalistas malvados —PI realiza una inversión curiosa, la moral y la ética no existen donde son esenciales en la práctica de un discurso emancipador, pero sí entran donde son innecesarios, en el análisis del frío movimiento de la mercancía que envuelve los tiempos presentes—, sino que es una relación social abstracta y no puede entenderse de otra manera. Es en este contexto, el del movimiento en perpetua hinchazón de valor que es el capital, que se mueve el Estado y la política como una precisa fuerza social. Y ahí se encuentran los límites insoslayables que constituyen una frontera insuperable para la práctica política que se realiza dentro del cuerpo diabólico del capital.
Entonces quien reduce la realidad a un combate entre púgiles es PI: un combate entre los malvados que son casta y que han realizado un golpe de Estado financiero —de los mercados y banqueros sin corazón—, rompiendo el supuesto pacto y contrato social procedente de la Transición, y la ciudadanía. ¿No será que gracias a su “inteligencia política” PI solicita nuestro apoyo en su juego de tronos? Nos promete algo que no puede prometer y que no depende de él, el mantenimiento del llamado Estado de bienestar, ya que el presente y futuro de éste es el resultado de un movimiento automático e independiente como es el del capital. Un movimiento en crisis irreversible debido a que el valor de la mercancía tiende a ser un instrumento cada vez más parasitario e insuficiente para mesurar la riqueza humana (2). Y PI, a pesar de su carisma y su proverbial confianza en sí mismo, no puede detener dicho movimiento.
La teoría, los principios, los programas, la historia del movimiento obrero revolucionario son importantes. Las aportaciones del pasado, el hilo del tiempo al que se refería Amadeo Bordiga, es indispensable aunque no sea suficiente, ya que nos permite mirar y actuar sobre la realidad en una perspectiva amplia y no repitiendo (sin saberlo) los viejos clichés proudhonianos acerca de que la propiedad privada es un robo. En este sentido nuestra situación es terriblemente adversa, ya que la combinación entre estalinismo y postmodernidad que supone Podemos es la expresión sintomática de la tradición perdida. Tradición que es indispensable para proyectar con imaginación un futuro realmente auto-emancipador.
Como se puede comprobar leyendo estas breves notas —a las que pretendemos dar continuidad—, nuestra crítica huye de la fácil caricatura que lanza PI a sus “críticos a la izquierda” como boxeadores extremistas que querrían la desaparición inmediata del Estado y del capital. Bien sabemos que eso es imposible en el estado presente del dominio del capital sobre las relaciones sociales, ahora bien, es fundamental cómo trabajamos teórica y prácticamente desde ya por este objetivo —reanudando el hilo del tiempo y tejiendo nuevas hiladuras— y, además, ¿PI tiene el poder que afirma tener? A veces power isn’t power frente al diablo en el cuerpo que es el capital.
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1) Al respecto de esto, cómo no recordar que Luis Alegre recomienda en su tesis doctoral —que luego publicó en forma de libro junto a Carlos Fernández Liria bajo el nombre El orden del Capital (Akal, Madrid, 2010)— que en la lectura de éste no había que empezar por los primeros capítulos. Y es que en efecto una comprensión categorial en torno al concepto de valor de Marx es incompatible con cualquier discurso republicano y ciudadanista, como el que supone a primera vista, sin ser maliciosos, Podemos
2) En la economía de este artículo no tenemos tiempo para detenernos en este importante aspecto, que se expresa en cómo el trabajo muerto cristalizado en las máquinas tiende a expulsar al trabajo vivo de la producción de valor. Remitimos a los trabajos en castellano de Moishe Postone y del grupo Krisis —a través de Robert Kurz y Anselm Jappe