n+1 – ¿Qué futuro para el capitalismo? Informe de la reunión online del 25 de febrero de 2025

Traducimos y publicamos el informe de la reunión del 25 de febrero de 2025 de los compañeros de n+1.
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Durante la telerreunión del martes por la noche, retomamos el artículo «El gran colapso», publicado en la revista nº 41 (2017), y lo utilizamos como clave para enmarcar lo que está ocurriendo en el escenario mundial.
El fenómeno de la desintegración de los Estados se manifiesta de diferentes formas: desde los casos más evidentes de colapso de las administraciones políticas (Libia, Siria, Somalia, Sudán, Haití, etc.) hasta los casos menos visibles de disfuncionalidad de los servicios públicos. En un breve vídeo en YouTube, titulado «El problema de Italia es el Estado que no funciona», Lucio Caracciolo, redactor jefe de Limes, afirma que el problema es la incapacidad no tanto del Gobierno-líder como del Estado-máquina.
En la Italia posterior a la Segunda Guerra Mundial, el Estado puso en marcha planes de vivienda social, que fueron ampliamente criticados por la Izquierda. La corriente a la que nos referimos ha escrito numerosos artículos sobre la cuestión de la vivienda; entre ellos, «El problema de la vivienda en Italia» (1950) analiza cómo los democristianos de Fanfani, en connivencia con socialistas y «comunistas», continuaron, en versión democrática, la política de intervención en la economía nacional iniciada bajo el fascismo. El capitalismo construyó viviendas obreras, pero también grandes plantas industriales, para dar trabajo a las masas de obreros que acudían desde el sur de Italia. Era la época del empleo masivo, todo el mundo tenía garantizada una vida de explotación. Ahora, ese modelo ya no funciona y los Estados tienen que hacer frente al crecimiento de la miseria y el desempleo. Las metrópolis mundiales son bombas de relojería: algunas están habitadas por 15 o 20 millones de personas y, sin un suministro adecuado de alimentos y energía, corren el riesgo de colapsarse.
En «Imperialismo viejo y nuevo» (1950), se pone de relieve la dinámica que lleva al sistema capitalista al colapso, precisamente porque es incapaz de acercar los extremos de la renta, «no sólo entre metrópolis y países coloniales y vasallos, entre zonas industriales avanzadas y zonas agrarias atrasadas o agrícolas primordiales, sino sobre todo entre capas y estratos sociales de un mismo país, incluido aquel donde el capitalismo más poderoso e imperial levanta su bandera».
Douglas Rushkoff, experto en nuevas tecnologías, en su libro Survival of the Richest: Escape Fantasies of the Tech Billionaires describe las posibles soluciones que los capitalistas están desarrollando para el futuro: búnkeres en islas, criptomonedas para pagar a contratistas-mercenarios, reservas de alimentos. Si las cadenas logísticas se rompieran, incluso quienes dispusieran de alimentos y recursos económicos se verían desbordados por la convulsión general.
Hay periodos en la historia en los que se producen fuertes aceleraciones y las semanas valen por años. Se acumulan tales contradicciones en la sociedad que, en algún momento, deben producirse discontinuidades. Si hasta hace poco el enemigo de Occidente era la Rusia de Putin y se apoyaba económica y militarmente a Ucrania, ahora Estados Unidos pacta directamente con Moscú, sin importarle demasiado Ucrania y Europa. Desde la primera administración Trump hasta la actual, ha habido una larga serie de revueltas que han involucrado a muchas zonas del planeta, y el propio EEUU se ha visto en la tesitura de tener que lidiar con un mundo sumido en el caos social y la guerra. Los repentinos cambios de estrategia son el resultado de una convulsión general. Nada, sin embargo, que no estuviera predicho por nuestra teoría; en 2017 escribimos:
«Donald Trump es, pues, la expresión de un movimiento económico que viene de lejos y encarna la esperanza de un retorno a la edad de oro, del mismo modo que hace ocho años Barack Obama era la expresión del empobrecimiento de la clase media estadounidense, que esperaba un presidente que se presentara de palabra como un enderezador de entuertos. Pero incluso si se produjera el regreso completo de las multinacionales deseado por Trump, lo que es imposible, no podrían llevarse con ellas a todos los asalariados que hoy trabajan allí en los distintos países. Y esos asalariados no serían sustituidos por asalariados estadounidenses a menos que estos últimos aceptaran trabajar por salarios mexicanos, chinos, coreanos o vietnamitas. Toda reestructuración implica la adopción de nuevas estructuras organizativas, métodos, tecnologías.»
Si la política de Roma se decide en Washington, ¿dónde se encuentra entonces la de Washington? Fuerzas más poderosas que los propios Estados Unidos, las del capital internacional, hacen que cada cual baile a su son.
El mundo ya no es el de después de 1945, dividido entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Lo llamaban la Guerra Fría, pero era un mundo que había encontrado su equilibrio. Hoy, como hemos dicho, estamos en el colapso de los Estados, consecuencia directa de las condiciones económicas materiales de la estructura productiva y distributiva. Esta situación repercute en el mayor país capitalista y, en cascada, en todos los demás. Desde hace años, EEUU intenta frenar por todos los medios posibles el desarrollo del poderío chino. La guerra, dice Marx, es el modo de ser de la sociedad capitalista, donde se enfrentan las burguesías, los Estados, pero sobre todo las clases. Los países más avanzados impulsan su capacidad de producción en la industria armamentística, aunque sólo sea para ser autónomos. El fortalecimiento de la industria de armas y municiones, como anuncia la administración Trump, sirve para desarrollar una base de producción con fines militares, también con vistas a futuras guerras. ¿Estamos entonces en una fase de entreguerras que prepara un gran conflicto mundial entre bloques imperialistas? ¿Qué tipo de conflicto puede surgir en un momento en que los Estados luchan por controlarse a sí mismos? ¿Qué tipo de guerra puede tomar forma con el uso de sistemas basados en la IA? El temor de todos es una inteligencia artificial que desencadene procesos completamente incontrolables.
Estados Unidos se siente amenazado en su papel de rentista mundial y no tiene más tiempo que perder, pero no hay ninguna solución viable en el horizonte para volver a ser grande. Tras la introducción de robots en las fábricas, la generalización de los satélites para uso civil y militar y el desarrollo de la inteligencia artificial, ¿qué más puede inventar el capitalismo para aumentar la tasa de plusvalía? Si los asalariados producen lo que necesitan para su subsistencia en unos pocos minutos de trabajo, mientras que el resto de la jornada laboral es plusvalía, esto significa que hemos raspado el fondo del barril. No hay guerra que pueda devolver el oxígeno al capitalismo, entre otras cosas porque la «politicoguerra» estadounidense ya lleva años produciéndose y a escala mundial.
El resultado de las recientes elecciones alemanas es también un síntoma de la crisis general del capitalismo. El histórico partido socialdemócrata se hundió, junto con los liberales, mientras que la AfD tuvo un éxito previsible, recibiendo el voto de una quinta parte de los electores. Alemania se encuentra dividida, incluso geográficamente, con el este polarizado en torno al populismo de derechas y el oeste en manos de la CDU. Hasta hace unos años, el país era política y económicamente estable, pero en los últimos años ha aumentado el malestar social debido a la recesión, el aumento del desempleo y la precariedad.
En el frente tecnológico, Estados Unidos se prepara para construir un enorme centro de datos. Stargate, «el mayor proyecto de infraestructuras de inteligencia artificial de la historia», como lo llamó Trump, podría movilizar hasta 500.000 millones de dólares. La infraestructura que hace posible el desarrollo de la IA es extremadamente disipativa y requiere cantidades cada vez mayores de energía y chips. El capitalismo es cada vez más intensivo en energía, lo que significa que una parte cada vez mayor de la plusvalía tiene que ir a los rentistas (y aquí es donde entra la presión de Trump sobre Zelensky para que ponga sus manos en las tierras raras ucranianas). Si la parte de la plusvalía que debe ir a los rentistas no aumenta globalmente, el sistema simplemente deja de funcionar, como escribimos en el número especial sobre energía (nº 31, abril de 2012). No se trata sólo de producir plusvalía, sino de realizarla en el mercado vendiendo mercancías: no todos pueden crecer y ampliar su área de influencia al mismo tiempo.
Los proletarios están cada vez más presionados por el Capital, obligados a ritmos de trabajo infernales a cambio de salarios de hambre. No tienen nada que defender en esta sociedad, ya que son sin reservas. Interesante a este respecto es el libro Riot. Strike. Riot: The New Era of Uprisings, de Joshua Clover, que sostiene que, en la era moderna, el choque de clases se está trasladando directamente con el Estado y a las plazas públicas, tema que abordamos en nuestro boletín «Revuelta contra la ley del valor» (31 de diciembre de 2019).