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Reformas, rosarios y una izquierda chulísima

En el último año hemos tenido la fortuna de ver nacer un nuevo espacio (otro más, por si no había suficientes) en el seno de la izquierda española. Hablamos de un espacio que, además, ha nacido rey, porque sus madres ocupan un lugar en el gobierno. Tal acontecimiento nos llena de dicha y de esperanza -al fin van a hallar la tecla mágica, confiemos- hasta tal punto que le vamos a dedicar las líneas que siguen.

Y es que este nuevo espacio nace de la mano de una revolucionaria del reformismo, la mismísima Yolanda Díaz, vicepresidenta y ministra de trabajo, a la que tanto debemos los trabajadores de esta nuestra Matria. Díaz fue designada el pasado mes de mayo como sucesora por el ex-vicepresidente Iglesias -ahora reconvertido en estadista- en su lecho de muerte (política), y ha venido para cambiar las cosas… y así poder mantenerlas igual. Esto tampoco es una novedad, los tiempos de crisis siempre exigen vueltas de tuerca por parte de la burguesía, nuevas medidas con las que mantener lo esencial: su beneficio económico. Como ya hemos dicho en alguna ocasión, la imposibilidad de modificar el contenido económico, material, sobre el que se funda su estatus, hace que las diferentes fracciones de la burguesía se centren en la forma para diferenciarse de las otras fracciones y -si se tercia- pasar a gestionar la miseria desde el Estado. A esto es a lo que nos hemos referido al hablar de una tendencia a la espectacularización de la política. Díaz y su proyecto de espacio político son conscientes de esto y ponen sus mejores esfuerzos en distinguirse de las demás fracciones en general y de las de la izquierda en particular, enfatizando el diálogo con diversas fuerzas nacionalistas de izquierda, destacando perfiles femeninos en la primera fila de la acción política y haciendo un uso de una sensibilidad -más bien ñoñería- que, por fetichista y deshonesta resulta de lo más antipática, entre otras cosas chulísimas como ir a Roma a que Su Santidad le bendijese su ajuar de rosarios. Por desgracia, Díaz siente que no están teniendo el debido calado entre la ciudadanía, cosa que le frustra y que -saliendo de la ironía- muestra el escaso recorrido que tiene este espacio político que, además de rey, nace muerto.

No obstante, aunque muerto, este reyezuelo se hace sentir -especialmente sobre nuestra clase- en el uso de sus prerrogativas gubernamentales. En las últimas semanas hemos visto la polvareda levantada a propósito de la aprobación de la nueva reforma laboral, en la que Díaz ha señalado que no hay ni vencedores ni vencidos, no hace falta imponerse a la patronal para tener la única reforma laboral en la que los trabajadores no es que no pierdan derechos, ¡es que los ganan! Sobra decir que no ha sido necesario convencer a la patronal -al revés, la patronal le ha dado impulso a la reforma- porque los aspectos principales de la reforma laboral que aprobó el gobierno de Rajoy en 2012 se han mantenido intactos, mientras los sindicatos han aplaudido con las orejas al nuevo reglamento, el primero de este tipo aprobado por alguien con carnet del PCE. Además, la aprobación de la reforma laboral no se ha visto exenta de polémica, cuando el día de la votación clave dos de los diputados de la regionalista y conservadora UPN decidieron saltarse lo ordenado por su partido -previamente apaciguado con 27 millones de euros en inversiones- y votar en contra de la ley. Sin embargo, parece que la bendición pontificia hizo su efecto, y un diputado del PP, cegado seguramente por una luz como la que tiró a Saulo del caballo, votó erróneamente no solo en una, sino en tres votaciones referentes a la aprobación de dicha reforma, lo que permitió, a Dios gracias, la aprobación de tan chulísima reforma.

Sea como fuere, el de Yolanda Díaz en realidad no deja de ser un proyecto similar al que formó Varoufakis hace unos años en Grecia -siempre laboratorio de la izquierda-, de dudoso éxito, o a otros similares en Europa y América que se ubican a medio camino entre la socialdemocracia clásica y los partidos de lo que en inglés se conoce como left-wing, como Podemos en España, Syriza en Grecia, el Bloco en Portugal o los Frente Amplio de Chile y Uruguay, escindidos en su momento de los PC tradicionales y unidos a otras fuerzas de izquierda y ecologistas. Precisamente es la fórmula del frente amplio la que pretende importar Díaz a la región española, un espacio donde converjan fuerzas políticas y movimientos sociales de distintos colectivos, para garantizarles así una representación en las instituciones que, de lo contrario, siempre según su lectura, nadie más les daría. La aspiración es a ser una fuerza que tenga un pie en las instituciones y otro pie en la calle, es decir, a tener la fuerza suficiente para reconducir los movimientos que vayan surgiendo por la vía institucional, garantizando así el mantenimiento de la paz social. Esta fue, de hecho, la intención original de Podemos en sus años gloriosos de asaltar los cielos (el ciclo electoral 2014-16, donde al menos había más base por el periodo de movilizaciones de los años precedentes) y es, en realidad, la aspiración de la burguesía en su conjunto, que ve impotente cómo su proyecto se separa cada vez más del de nuestra clase, y que sus intereses -los del capital- son contradictorios a las necesidades materiales de nuestra especie. Esta separación es de carácter material, viene dada por el propio desarrollo del capitalismo, y precisamente por eso es irresoluble por la vía del capital y sus instituciones. Esta es la razón por la que han nacido, nacen y seguirán naciendo proyectos dentro de la izquierda del capital con esta aspiración, y uno tras otro se irán dando de bruces con la realidad de un capitalismo que está históricamente agotado y es incapaz de gestionar un creciente grado de complejización social, y en este sentido serán cada vez más estériles los intentos de aliviar desde su interior la fractura social que él mismo genera. Solo nuestra clase, organizada por sí misma, puede acabar con esta fractura al eliminar de raíz aquello que la genera, y que es el fundamento mismo de esta sociedad. Esta es una tarea que solo puede hacer al proletariado, dejando patente que la acción de otras clases ya será necesariamente contrarrevolucionaria y antihistórica, y que, por tanto, no cabe reconciliación alguna con ellas, independientemente de la forma con que estas se presenten.

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