Los fusilamientos del 4 de mayo
Menos de tres meses después de la última convocatoria electoral, también como aquella, anticipada, asistimos a una nueva fiesta de la democracia, esta vez en la Comunidad de Madrid. Las circunstancias que han llevado a esta nueva convocatoria menos de dos años después de la última son variadas, pero la principal es la desconfianza de la presidenta Díaz Ayuso, del PP, en Ciudadanos, su socio de gobierno. Esta desconfianza había tensado las relaciones entre los socios de la coalición de gobierno regional, pero terminó de estallar cuando el pasado 10 de marzo Ciudadanos -también socio del PP en la región de Murcia- pactó con el PSOE una moción de censura contra el gobierno autonómico, que finalmente acabó fracasando por la deserción de algunos de los propios miembros de Ciudadanos. Para entonces, y ante el temor a que Ciudadanos pudiese realizar una maniobra similar en Madrid, Díaz Ayuso ya había decidido adelantarse convocando elecciones, con la esperanza de ganar por mayoría absoluta o, en su defecto, encontrar un socio más estable en Vox, dada la descomposición de Ciudadanos. Finalmente la jugada ha resultado en un éxito rotundo de Díaz Ayuso y de la derecha en general, ganando el PP con 65 escaños y el 45% del voto, que sumados a los 13 escaños y el 9% de Vox dan lugar a una amplia mayoría de la derecha en la región, así como una reconfiguración del bloque tras la desaparición de Ciudadanos. La clave de su éxito ha radicado, como veremos más adelante, en su interpretación de la coyuntura económica, acertada desde los términos burgueses. La estrategia antifascista de la izquierda, escenificada con la aparición del exvicepresidente Pablo Iglesias en la escena regional para movilizar el que pretendía ser una reedición de los frentes populares, se ha saldado como un rotundo fracaso que solo ha logrado movilizar más a la derecha. Es destacable la caída del PSOE, que se hunde por debajo del 17% y pasa a ser tercera fuerza, sorpassado por Más Madrid, escisión derechista de Podemos, que a su vez tampoco ha logrado el impulso que esperaba con la candidatura de Iglesias, quedándose con un magro 7% y 10 escaños, suponiendo este el final de su carrera política.
En esta tesitura hemos llegado a una campaña que no se ha salido de la tónica de las de los últimos años, es decir de lo esperpéntico. No es casual que la política haya degenerado en circo en los últimos años, para estupor de los guardianes del parlamentarismo y de aquellos que aún guardan respeto hacia la política. No creemos que sea algo casual porque, si algo ha sido constante durante los últimos años ha sido precisamente la crisis de la economía, en cuya gestión necesariamente están de acuerdo todas las facciones de la burguesía, hipostasiadas en los partidos políticos. Esta convergencia en defensa de sus intereses de clase hace que los partidos sean indistinguibles entre sí en lo que a contenido se refiere, y al no poderse distinguir por el contenido, tienen que hacerlo por la forma, para mantener movilizado a su electorado. El clima de continua campaña electoral que se vive en España desde las elecciones europeas de 2014, lejos de ser una excepción, es parte de una tendencia a la espectacularización de la política que se está produciendo en todo el mundo, y que está muy vinculado con la tendencia a la polarización social inherente a los periodos de crisis del capital. Declaraciones y gestos altisonantes como los de esta campaña se llevan viendo en los últimos años por todo el mundo, con personajes destacados como Trump, Maduro, Johnson, López Obrador o Bolsonaro, por citar a los más destacados.
A propósito de esta espectacularización, estas elecciones han traído un dossier de falsas dicotomías a gusto del consumidor. Si desde la derecha Ayuso planteaba la campaña en términos de “comunismo o libertad”, haciendo gala de un burdo anticomunismo (burdo hasta el punto de identificar a los posmoestalinistas de Podemos como comunistas), la izquierda no tardó en afanarse con una réplica tanto o más simplona, por repetida, la dicotomía entre “fascismo o democracia”. Como se ve, ambas dicotomías se muestran rápidamente falsas en la medida en que se centran en aspectos meramente formales, porque a la hora de escoger en la dicotomía de fondo que nos lleva asaltando durante el último año, la que se da entre salud y economía, están todos de acuerdo en que hay que salvar la economía, a costa de aumentar la presión sobre nuestra clase, por supuesto.
En el sainete de manifestación del 1 de mayo que se ha hecho en Madrid, los sindicatos, de la mano del gobierno que les da de comer, y rodeados de los candidatos de izquierdas a estas elecciones y de hasta 7 ministros del gobierno nacional, incluida la ministra de Trabajo, han salido en tromba bajo el lema “ahora hay que cumplir” (con una nueva masacre al proletariado, se entiende), llamando al proletariado a que elija a la izquierda como su próximo verdugo. Los sindicatos exigen, a cambio de movilizar a los trabajadores en defensa de sus patrones, su habitual retahíla de entelequias y desiderátums, entre los que contamos la subida del SMI o la derogación de la reforma laboral, que con mucho gusto ha utilizado el gobierno junto al que marchaban con los ERTEs durante la pandemia, y todo ello como “vacuna contra la ultraderecha”. También debe ser parte de la “terapia antifascista” la subida de impuestos que prometió el gobierno a Bruselas tres días antes de la manifestación del 1 de mayo. Recordemos que también estaban entre sus demandas tradicionales la derogación de la ley mordaza, a la que con el estado de alarma sin embargo el gobierno de coalición PSOE-Podemos ha dado nueva vida, como se ha visto con la ingente cantidad de multas puestas o, más recientemente, con la “patada en la puerta” de la policía para asaltar domicilios ante la sospecha de estarse realizando una fiesta ilegal en su interior. Sin embargo, esto ya no parece prioritario para los sindicatos como lo era en años anteriores, cuando los partidos que los sustentan estaban en la oposición. Los tres candidatos de la izquierda han desfilado juntos contra la previsible alianza entre malvada derecha y la carpetovetónica ultraderecha, que al parecer pretenden imponer un régimen neoliberal y fascista, haciendo una escenificación del frentepopulismo que llevaba reivindicando Iglesias desde el inicio de la campaña, cuando trató de reabsorber a su escisión derechista y fue rechazado por esta, dejando su antifascismo en un pozo. El desfile de las izquierdas en este 1 de mayo tomado por la sagrada familia del capital ya se ha dado en llamar “foto de Cibeles”, en contraposición a la “foto de Colón” de hace dos años, que escenificaba la unidad de las derechas.
La única propuesta de contenido material de esta campaña ha venido precisamente de Más Madrid, a la que antes se ha hecho referencia. Ha sido una propuesta en clave progresista, siempre que entendamos que el progreso en política es el progreso de la economía capitalista, y por tanto, una vuelta de tuerca más para el proletariado. La candidata, que recordemos, se presenta como “médica y madre de tres”, como si de un perfil en Tinder se tratase, propuso en el debate electoral que efectivamente la salud y la economía eran perfectamente compatibles, mostrándose partidaria, como a Ayuso a la que tanto critica, de abrir en el verano tantos establecimientos como sea posible con tal de recaudar dinero del turismo, a la vez que se guarda bajo la manga el as de las restricciones y el de las subidas de impuestos, y profundizando en el pacto verde en el que están puestas todas las esperanzas de la burguesía, que “traerá cientos de miles de empleos verdes”, en una expresión que empieza a tener un aire a aquello de los “brotes verdes” de Zapatero en 2009. Por su parte, Ayuso presenta de forma explícita su apuesta por la economía, más allá de sus habituales piruetas lingüísticas, y plantea sin cortapisas abrir todos los negocios, en lo que es una muestra de seguridad para muchos madrileños que quieren (están forzados a) trabajar, porque como ya sabemos, en el mundo dominado por la economía solo se come si se vende la fuerza de trabajo, y sin una alternativa (puesto que la izquierda evidentemente no propone acabar con la economía), el interés material pasa a estar del lado de la retirada de las restricciones. En resumen, la candidata García hace compatibles salud y economía abandonando aquella en detrimento de esta, y pataleando puerilmente para que se vea que la izquierda también sabe gestionar nuestra miseria, incluso mejor que la vieja derechona. Palabra de médica. Tampoco es nuevo el arrodillamiento del sector sanitario, ahora canonizado, ante las necesidades de la economía, esto es, el desarrollo de la ciencia como una ideología al servicio del capital, y prueba de ello han sido los bandazos que se han dado en materia de restricciones y de medicación durante la pandemia que lleva más de un año asolando el mundo entero.
Han propuesto miles de malabares con tal de mantener viva la economía, al coste de matar cada día a miles de trabajadores en todo el mundo, y aún darse el abyecto gusto de utilizarlos como arma política, con el mismo nulo pudor que han hecho con las llamadas “colas del hambre”. Han hecho tales malabares porque la única solución, el único freno efectivo a la circulación del virus, habría sido el fin de la circulación de trabajadores y mercancías, es decir, el fin de la circulación del capital. El único freno a esta y a cualquier otra pandemia es el comunismo, que por supuesto no nacerá de una contingencia electoral ni de la mano de ningún izquierdista iluminado desde un puesto en el parlamento, sino que vendrá por el esfuerzo revolucionario del proletariado en todo el mundo. Y es que el método democrático y sus elecciones políticas son parte de un sistema, el capitalismo, que necesita de estos procedimientos para reproducirse y legitimarse. Sus mecanismos no son los nuestros. Los nuestros son los de la lucha de clases y el antagonismo social. Vivimos en un mundo cada vez más polarizado socialmente, donde la crisis del capitalismo es irreversible, y es de la lucha independiente y autónoma del proletariado, como clase, desde donde podrá surgir la verdadera alternativa. La dicotomía de nuestra época es o la vida de la especie o el capital, y hace tiempo que supimos en qué lado de la barricada estábamos.