El último drama en plaza Sant Jaume
El pasado 14 de febrero asistimos a un nuevo espectáculo de amor por la democracia, amor que al parecer no se ve frenado ni por una pandemia mundial, pues eso sería lo mismo que decir que se reducen los sufrimientos de nuestra clase por la pandemia, nada más lejos de la realidad. Ha sido una resaca descafeinada de las anteriores elecciones, en la que el tema nacional ha quedado sepultado por el peso de las actuales circunstancias. Para la burguesía fue tan fácil prender la mecha del nacionalismo como atenuarla, sencillamente porque la nación es una comunidad ficticia que surge para agrupar a las clases de una determinada región del mundo, subordinando sus propias necesidades a las de la economía, en la que la burguesía ejerce un rol dominante.
Ahora bien, ¿en qué lugar quedan la extrema izquierda y el sector del anarquismo que salieron a apoyar a esa burguesía el 3 de octubre de 2017? ¿Dónde están los oportunistas que decían que una huelga nacionalista podía desbordarse en sentido revolucionario, aunque fuera en defensa de los que los masacraron? Pues bien, esta extrema izquierda sigue en el mismo lugar en el que estaba entonces, en el Parlament, apoyando gobiernos de uno y otro signo político con tal de que sean nacionalistas, dándose la curiosa paradoja de que la antirracista y antifascista CUP se vio a sí misma sosteniendo al xenófobo Torra, admirador declarado de los filofascistas hermanos Badia y del infame Dencàs -como curiosidad, uno de los fundadores de ERC y abiertamente nazi-. Nada parece indicar ahora que la CUP vaya a cambiar su posición de palmera necesaria de la burguesía nacionalista, al revés, parece que con el nuevo gobierno de ERC va a reforzar su protagonismo en las instituciones, omitiendo una vez más sus promesas altisonantes. La extrema izquierda no deja de ser la extrema izquierda del capital, está donde está porque no puede estar en otro lugar. Solo es otra fracción de la burguesía que aspira a llevarse parte del pastel de la gestión del capital, democracia mediante. Y la reivindicación de la nación en un sentido de clase no deja de ser lo mismo que ha hecho Podemos, o lo que ha hecho el estalinismo desde su cuna, es una recuperación de la lucha del proletariado en pro de la defensa de los intereses de la burguesía que lo explota, haciendo ver a aquel que tiene más en común con esta que con el resto del proletariado mundial, en lo que a todas luces es una ficción, la ficción de la nación. La lucha de banderas entre el nacionalismo español y el catalán nos es, por tanto, completamente ajena, pues solo son dos fracciones de una misma clase que pugnan por tener el monopolio de la explotación de los trabajadores -catalanes, en este caso-, y nuestro programa es precisamente acabar con esa explotación, porque no hay una explotación menos mala que otra.
En esta ocasión, el baile entre facciones de la burguesía se produjo en Cataluña, donde nuevamente el independentismo revalidó su mayoría parlamentaria y, por primera vez, también una mayoría de los votos, hecho en el que quizá influyó que la participación se desplomase al 53%, desde el 80% de 2017, debido a la situación de pandemia y de hartazgo generalizado con las instituciones -como también se demostró en las citas electorales de Galicia y País Vasco el pasado verano-. En esta cita ganó el PSC, con el exministro de Sanidad al frente, la fuerza que tradicionalmente elegían los obreros de origen andaluz, manchego o extremeño -los charnegos, como les llaman de modo despectivo los nacionalistas catalanes más racistas- de las áreas metropolitanas de Barcelona y Tarragona que hace cuatro años cambiaron su voto a Ciudadanos en medio del clima de extremada polarización que se vivía entonces en torno a la cuestión nacionalista. Sin embargo, el exministro Illa parece que sufrirá la misma suerte que Arrimadas entonces, la de ganar y no poder gobernar, dada la holgada mayoría de las fuerzas independentistas.
No obstante, se han observado dos cambios notables en las últimas elecciones: el primero, ya comentado, el gran incremento de la abstención, y el segundo, quizá con mayores implicaciones en el futuro, la victoria de ERC entre los partidos independentistas, quedando a poca distancia del PSC. Esto supone por primera vez desde la vuelta de la democracia la victoria de la marca izquierdista del independentismo en detrimento del espacio post-convergente, que era el tradicional aliado de la burguesía catalana y su nexo con Madrid. Esto quiere decir que ya no es la única marca presidenciable dentro del independentismo, y que sus años como interlocutor único con Madrid ya pasaron. También es el colofón al proceso de crecimiento y aceptación que ha vivido ERC en la última década, que ha visto cómo la radicalidad con la que era identificada ha sido copada por la CUP, minando en su viraje a la institucionalidad parte del espacio tradicional del PSC.
De este modo ERC cumple el propósito con el que se fundó, el de ser el partido de la burguesía progresista, habiendo dado para ello algunos pasos en los últimos años que le han hecho aparecer como una alternativa seria de gobierno. Entre estos pasos son destacables el hecho de ser los primeros en bajarse del carro de la vía unilateral de independencia en 2017, defendiendo tras la aplicación del artículo 155 la negociación con el Gobierno central en lugar del choque de trenes continuo en el que se quedaron instalados Junts (marca de turno de Convergencia) y la CUP, tratando además de bloquear cualquier iniciativa en el Congreso (con la excepción de la moción de censura a Rajoy, que se apoyó sin el beneplácito del pope Puigdemont). En ese tiempo, ERC aprovechó para iniciar una “mesa de diálogo” con Madrid, con la expectativa de sacar algunos beneficios al convertirse en el interlocutor de referencia del nuevo gobierno de Sánchez y poder presentarse así como política útil. La jugada parece haberles salido bien, pues al mismo tiempo en Cataluña sostenían el gobierno del chovinista Torra, partidario de la unilateralidad e incapaz de aprobar un presupuesto en dos años y medio de mandato (recordar que en Cataluña lleva sin aprobarse presupuestos desde 2017), hasta que fue finalmente inhabilitado durante la pandemia por incumplir la ley electoral en 2019, tomándole el relevo su hasta entonces vicepresidente Aragonès, de ERC, lo que le ha dado en los últimos meses la oportunidad de gobernar de forma efectiva. De este modo, contribuyen a reforzar la imagen de que ellos no son unos hooligans de la política, sino que también saben gestionar el capital regional, manteniendo así en segundo plano al histriónico Rufián -que no olvidemos que también ha cumplido un papel importante en el proceso de aceptación del partido-, y han sacado a la palestra a Aragonès, de perfil gestor y sobrio hasta la saciedad, sin parecer muy interesado en la polémica, en lo que supone una rara avis en la política de nuestros días (quizá podemos sumarle a Gabilondo, del que tendremos oportunidad de hablar en un artículo próximo), en lo que probablemente supone un mensaje al gobierno de coalición: “no daremos guerra en los próximos años, no seremos un obstáculo en la reconstrucción de la economía.”
Otro aspecto que se ha notado en los últimos tiempos ha sido la bajada en la intensidad del procés, pues el coronavirus ha puesto otras prioridades encima de la mesa, siendo la fundamental la de salvar la economía. Porque en momentos como el presente, la burguesía necesita unirse para salvar su orden, su república burguesa, como decía el viejo Marx, en la que las distintas facciones de la burguesía deben aparcar sus diferencias -llámese la cuestión dinástica entonces, llámese la cuestión nacional ahora- para ejercer su dominación de la forma más perfecta posible. Pero es que la causa que les une no es baladí, hablamos ni más ni menos que de la anhelada “reconstrucción de la economía”, que requiere de los mejores esfuerzos de una burguesía que no puede distraerse en otra tarea que no sea la de mantener la paz social, es decir, aplastar al proletariado con las fuerzas que le quedan, contando para ello con la inestimable ayuda de los sindicatos, con tal de que la economía siga su curso, que por supuesto no es el nuestro. Será la izquierda, otra vez más, la que lleve sobre sus hombros tamaña responsabilidad, tanto desde Moncloa como desde Sant Jaume, aparcando sus tradicionales prejuicios, como cuando Aragonès estuvo a punto de enviar a su número dos junto a Felipe VI a la factoría de Seat en Martorell para hacer gala de la estabilidad institucional tan necesaria para atraer nuevos inversores y mantener a los que ya están, y más conociendo los antecedentes de hace cuatro años, cuando cientos de empresas salieron en desbandada de Cataluña ante la incertidumbre que se vivía aquellos días. No obstante, su pudor independentista le hizo anular la cita a unas horas de la misma. Y es que el Molt Honorable es un tipo muy organizado, y sabe que antes de estrechar lazos con la burguesía nacional tiene que terminar de atar los de la burguesía regional, y más cuando se sabe favorito para ser investido otra vez, si bien no le está resultando fácil dada la negativa de Junts a investirle inmediatamente (en un nuevo giro de la política ficción que tantos titulares copa), si bien parece evidente que ninguno de ellos quiere arriesgarse a una repetición electoral. De este modo, ha aceptado que la insigne literata Laura Borràs, candidata a la Generalitat por Junts, (y líder del sector más descaradamente xenófobo del partido, como su predecesor Torra) presida el Parlament, como guiño de cara a su propia investidura, del mismo modo que ha aceptado someterse a una “moción de confianza” en dos años para “mantener vivo” el pacto de gobierno que ya ha sellado con la CUP, así como un compromiso con ambos partidos para reformar el cuerpo de los Mossos (como si la policía dejase de tener la misma función contra el proletariado por “reformarse”, sea lo que sea que signifique “reforma” ahí), si bien esa medida quedará en agua de borrajas en cuanto la situación empiece a parecerse en lo más mínimo a la de 2011. Una vez sea investido presidente, no deberá extrañarnos verlo por Moncloa (¡quién sabe si por Zarzuela!) con el mayor de los respetos por la normalidad institucional, para coordinar la defensa y modernización del capital nacional frente a la crisis y los capitales extranjeros, defensa en la que por supuesto nuestra clase será utilizada como carne de cañón.
Porque la economía solo puede crecer a costa de explotar al proletariado, porque las necesidades de la economía son necesariamente opuestas a las de nuestra especie, por eso y por mucho más no podemos perder de vista que tan enemigos nuestros son Sánchez como Aragonès como cualquier otro gestor de turno del capital, y que ni en el reino de España ni en la pretendida república catalana ni en ningún Estado del mundo hay otra salida para nuestra clase que no sea la de la revolución, porque el sufrimiento de nuestra clase es universal, y nuestras necesidades, que son las de la especie, son las mismas en cualquier lugar donde haya población humana, por mucho que la burguesía, con sus banderas y sus culturas, se empeñe en negarlo.