Jacques Camatte: «Diálogo con Bordiga» (1988)
«El comunismo es el conocimiento
de un plan de vida para la especie»
Amadeo Bordiga
Para Bordiga (1889-1970), la revolución sólo puede nacer de un cisma. La revolución comunista es posible a partir de la revolución de 1848, provocada por la irrupción de una nueva clase en la historia: el proletariado que rompe tajantemente con la democracia y debe dirigir las fuerzas productivas, transformadas y exaltadas por el capital, en el sentido de un desarrollo humano que alcanzará su plenitud en el comunismo. En la serie de revoluciones de la especie, la revolución rusa es la única que prueba de forma tangible, indiscutible, la verdad de la teoría del proletariado: el marxismo. De ahí los dos grandes ejes del pensamiento de Bordiga: mantener el cisma (invarianza de la teoría), que implica mostrar cómo todo el desarrollo de la sociedad moderna tiende a borrarla para producir un ecumenismo débil, gracias a la cruzada antifascista regeneradora de una mistificación democrática mil veces más peligrosa para la revolución que el fascismo; defender el carácter proletario de la revolución rusa y su fundamento paradigmático: la intervención consciente de una agrupación humana que ha previsto hace mucho tiempo el curso revolucionario: el partido. Sobre esta base, y a partir del estudio del «curso histórico del capitalismo», Bordiga previó la apertura de un nuevo ciclo revolucionario para el periodo 1975-1980. Este ciclo se puso en marcha hace unos años, pero ¿se desenvolverá por completo, según la previsión de Bordiga? No. Sin embargo Bordiga, en detrimento de su esquema clasista, proporciona un amplio número de elementos para concebir el devenir de una revolución aclasista que se despliega hacia la realización de la verdadera comunidad (Gemeinwesen) humana (presentación de Bordiga para el libro Russie et révolution dans la théorie marxiste, ed. Spartacus, 1975).
Ya con este título hemos publicado un panfleto (número especial de Invariance, noviembre 1975) y un artículo (en nº 8 de Invariance, serie III, 1980). Se trataba en aquel momento de afirmar, por un lado, la preeminencia de la aportación de Bordiga en la obra de la izquierda comunista italiana y especialmente, por otro lado, de discernir su originalidad y su validez.
La reanudación de este diálogo viene provocado por diversos acontecimientos que confirman algunas previsiones de Bordiga, así como por la necesidad de precisar y reafirmar el cisma del que se trata en la cita. En definitiva, dado que el próximo año se cumplirá el centenario de su nacimiento y dado que siempre es un momento de actualización histórica, se puede entonces, anticipando un poco, realizar una reflexión sobre la relación entre la obra de Bordiga y nuestro devenir.
Los textos que publicamos intentan ilustrar las posiciones bordiguianas que hemos expuesto con frecuencia. Es necesario recordarlas por la errancia de ciertos elementos provenientes de la extrema izquierda, pero no para generar polémicas, sino para mantener nuestra irreductibilidad-originalidad y afirmar nuestra diferencia.
En primer lugar Le temps des abjurateurs de schisme((El título original de Bordiga es «Tempo di abiuratori di scismi» (Il programma comunista, nº22, 1965), sin traducción al español [N. de T.])) nos permite recordar su tesis esencial: la necesidad de separación del mundo existente y por tanto de la democracia, esté desarrollada por completo como en Occidente o en proceso de constitución como en diversos país no occidentales, o incluso de la democracia misma como perspectiva. Se trata de una afirmación distanciadora y de una proclamación de la necesidad de la lucha, que implica la otra manifestación fundamental de Bordiga: su pasión por el comunismo((Cf. Bordiga y la pasión del comunismo, prefacio al libro con el mismo título, ed. Spartacus [traducido por nuestro colectivo, N. de T.])).
El mantenimiento del cisma exige una lucha importante contra el revisionismo. Es evidente que hoy tiene sobre todo un valor histórico, tanto desde un punto de vista objetivo, es decir, un punto de vista que engloba a los diferentes protagonistas, como desde un punto de vista subjetivo, es decir, el concerniente a los protagonistas que se ligan directamente al movimiento proletario revolucionario. Sin embargo dicho mantenimiento tiene una gran importancia como punto de referencia en la percepción de lo que fue este phylum. En cambio, es indispensable no la lucha contra, sino una delimitación neta e irreductible con lo que se llama actualmente revisionismo —que han adoptado algunos elementos provenientes de la ultraizquierda—, delimitación que ya hemos hecho y a la que conviene volver.
La situación actual caracterizada en particular por la liquidación de los resultados de la segunda guerra mundial((Intentaremos mostrar este fenómeno en Gloses en marge d’une réalité V)) es un terreno favorable para volver a cuestionar —sobre todo por parte de los vencidos en este conflicto— la historia del siglo XX. La corriente revisionista actual corresponde a una tentativa semejante sobre bases que nada tienen que ver con las posiciones fundamentales del movimiento proletario((Ya se ha tratado esta cuestión en «Évanescence du mythe anti-fasciste» en Invariance, serie IV, número especial, septiembre 1986)).
Aún más —debemos insistir—, estas últimas, expresadas con claridad y precisión por Bordiga, son muy anteriores al revisionismo actual y están arraigadas en la corriente marxista; de tal suerte que no es una simple reacción inmediata la no aceptación de la ideología triunfante proveniente del final de la guerra de 1938-1945. Recordémoslas brevemente((Ya las hemos indicado específicamente en Invariance, serie I, nº6: «La Gauche Communiste d’Italie après la guerre». Para las «Thèses de la Gauche», cf. Invariance, serie I, nº9)):
—Los fascistas han perdido la guerra, el fascismo la ha ganado. Hay que añadir, aunque no lo haya demostrado de forma exhaustiva, que el fascismo no es más que una forma particular de la democracia, es una democracia social.
—El mantenimiento de la dictadura del capital a escala mundial se hace por medio de la acción despótica de los EEUU, centro belicista por excelencia. Esta tesis iba en contra —y es verdad aún hoy— de la afirmación de los demócratas que presentaban la URSS como el bastión del despotismo, o la de diversos revolucionarios que la consideraban como el centro de la contrarrevolución.
—El área alemana (las dos Alemanias actuales más todos los países bajo influencia germánica, como Austria) continúa siendo el centro neurálgico de la revolución comunista por venir (cf. Vae victis Germania)((Esta perspectiva de Bordiga se encuentra expuesta en un gran número de artículos)).
Estas tesis son una constatación. Como tal tendrían un interés limitado, pero su simple enunciación es insuficiente para posicionar a Bordiga en el curso histórico del siglo XX. Hay que indicar su arraigo. Así, la importancia revolucionaria del área alemana está relacionada con la perspectiva estratégica de toda la corriente marxista revolucionaria((Cf. «Le KAPD et le mouvement prolétarien», Invariance, serie II, publicado de nuevo en el número especial de septiembre de 1987 [traducido por nuestro colectivo, N. de T.])).
Esto está conectado con otra tesis que se encuentra en total discontinuidad con la ideología democrática: tanto en la primera como en la segunda guerra mundial, habría sido mejor que fuera Alemania la que las ganara, ya que por ser el centro más débil, no podría haber dominado el globo y la revolución comunista entonces habría podido desplegarse. Lo mismo ocurre con la perspectiva de una tercera guerra mundial entre EEUU y la URSS, porque Bordiga afirmaba que la solución más favorable para el desarrollo de la revolución comunista sería la derrota de EEUU.
Este posicionamiento está fundado además en un análisis de las relaciones entre EEUU y Europa, donde muestra la política constante del primero para asegurar su hegemonía sobre Europa, de ahí el artículo Agression à l’Europe. Se puede decir que la posición anti-EEUU de Bordiga se vislumbra con claridad en muchos textos. Ahora bien, tampoco esta posición es suya únicamente. Ya hemos señalado que Engels pone en evidencia al final de su vida la guerra económica llevada a cabo por EEUU contra Europa en el ámbito agrario((«El modo europeo de explotación agrícola en todos estos aspectos sucumbe ante la competencia americana…». Hemos referido con anterioridad este texto en la nota 10 del texto «La révolution russe et la théorie du prolétariat», prefacio al libro de Amadeo Bordiga, Russie et révolution dans la théorie marxiste, ed. Spartacus. Igualmente hemos comentado ya que algunos populistas rusos habían percibido esta agresión de los EEUU a Europa)).
Incorporando la aportación de la corriente marxista, podemos decir que toda la historia del siglo XX está determinada por esta agresión de EEUU a Europa((«Así, toda la política del Estado burgués americano entre las dos guerras ha sido una preparación continua y directa para una lucha expansionista a expensas de Europa», «Sul filo del tempi», Battaglia comunista, n°4, 1949)) y que la victoria de EEUU ha sido al mismo tiempo la derrota de la revolución comunista. Así, la oposición irreductible de Bordiga a la política estadounidense expresaba un punto de vista internacionalista, de clase, a escala mundial.
No es necesario entrar en el detalle de los diferentes artículos de Bordiga que tratan el tema, porque hoy en día el fenómeno ya ha quedado atrás, al igual que ha quedado atrás la perspectiva de una tercera guerra mundial o el desarrollo de la revolución comunista. Pese a ello, la aportación teórica de Bordiga es fundamental para comprender bien nuestro momento actual.
En «Gloses en marges d’une réalité IV», en Invariance, serie IV, n°3, hemos afirmado que con la derrota en Vietnam de 1975 se iniciaba el final de EEUU. Se puede añadir que en cierta medida era también el fracaso de la agresión a Asia por vía militar, pero no su fracaso por vía económica. En efecto, como predijo Bordiga, China por ejemplo se vendió al centro mundial del capital (cf. cita posterior).
Al mismo tiempo es conveniente recordar el rechazo de Bordiga —que nosotros mantenemos— de la propaganda estadounidense de Japón como agresor y responsable del conflicto con EEUU.
Dicho esto, hay que tener en cuenta que tenemos una situación nueva donde tenemos que examinar el rol y la efectividad en la intervención de diferentes potencias como EEUU, URSS o China, especialmente en lo que concierne al devenir del Asiropa((Cf. «Gloses en marge d’une réalité V»)) y ((Asiropa es un neologismo camattiano para referir el conjunto continental de Asia y Europa, también conocido como Eurasia [N. de T.])).
En función de lo inmediato, es decir, en función de la situación actual, al igual que ante la perspectiva del devenir del Homo Gemeinwesen, la obra de Bordiga ya no es operante, pero de ello no se desprende que ya no tenga ningún interés. Una obra puede operar en diferentes intervalos de tiempo según su potencialidad anticipadora y según el desarrollo de los acontecimientos. Bordiga había previsto una crisis importante para los años 1975-1980 que debía desembocar en la revolución comunista. Sin duda la crisis ha tenido lugar, aunque no según las modalidades previstas; pero no ha habido —ni habrá— una revolución comunista. La no realización de esta última ha implicado un desarrollo del modo de producción capitalista, sobre todo en las áreas fuera de Occidente, así como la persistencia de algunas características de este modo de producción que Bordiga había puesto en evidencia y de diversos antagonismos como el explicitado en Agression à l’Europe. Pero, como hemos dicho, esto ha terminado y debemos explicitar lo que entendemos por muerte potencial del capital que, en cierta forma, es una prueba de la validez de la previsión de Bordiga, pero no es los términos que había establecido.
¿Qué es lo que continúa vigente entonces de su obra? Antes de todo su actitud teórica: la afirmación de un cisma. Así que volvemos a nuestro propósito inicial. Lo que podemos reprochar a gente como la de El Viejo Topo (La Vieille Taupe)((Librería y colectivo de ultraizquierda abierta por Pierre Guillaume en 1965, proveniente del grupo Socialisme ou Barbarie (véase la nota 20) y de Pouvoir Ouvrière (en que habían participado militantes como Castoriadis, Lefort, Lyotard, Soury…). En el colectivo van a participar entre otros, militantes como Jacques Baynac, François Martin, Gilles Dauvé (también conocido por su pseudónimo de Jean Barrot), Denis Authier… A finales de los años 70′ su principal figura, Pierre Guillaume, derivará de modo obsesivo a posiciones “revisionistas” sobre el nazismo, lo que provocará la ruptura con otros miembros del colectivo como Gilles Dauvé. Para conocer la posición de este último se puede consultar Le roman des nos origines http://www.lchr.org/a/41/kf/romtit.htm [N. de T.])), partidaria del nuevo revisionismo, es el haber abolido el cisma, lo que les lleva cada vez más a defender los valores democráticos((Al decir esto, no rechazamos la aportación de Rassinier, de Faurisson o de P. Guillaume. Para nosotros, como hemos indicado miles de veces, el cuestionamiento de la ideología justificadora de la segunda guerra mundial y, en consecuencia, la denuncia de los montajes hechos por la propaganda aliada sobre el «holocausto» de los judíos, simplemente va de suyo y no puede ser discutida.Lo esencial —y lo que no se encuentra en los trabajos de los autores citados arriba— es intentar comprender por qué tenemos un fuerte recrudecimiento de la afirmación de esta ideología nauseabunda, al mismo tiempo que su tímido cuestionamiento y, en definitiva, en qué medida llega realmente Occidente a integrar su historia reciente, en qué medida le sirve de mito existencial que reemplace las diversas representaciones fundadoras absorbidas por el capital.
Igualmente habría mucho que decir sobre la manipulación de la historia que los occidentales consideraron como monopolio soviético. En realidad, los mayores manipuladores y expertos en propaganda han sido los británicos (si aún lo son, los estadounidenses son unos alumnos excelentes). Es la razón por la cual nos parece completamente natural que sea un inglés, G. Orwell, el que ha escrito 1984. En esta obra se limitó a desvelar los mecanismos utilizados por sus compatriotas durante la segunda guerra mundial. No hubo anticipación. El autor era muy consciente de ello, puesto que al principio iba a titular su libro 1948)).
Además, su posición está preñada de un inmenso peligro: subestimar o ignorar la enorme aportación de la comunidad judía al proceso de formación de Occidente, al proceso del conocimiento, a la lucha contra la domesticación. Peligro aún más grave que el de un antisemitismo inmediatista hacia el que más o menos fácilmente pueden deslizarse.
Podemos hacer el mismo reproche a todos los que viniendo de la extrema izquierda, adoptan la temática antisoviética. En ese caso —como ya hemos demostrado— no sólo vuelven a imponer el ideal democrático, sino que defienden más o menos abiertamente la dinámica occidental y especialmente la política estadounidense.
En lo que respecta a todos los que han arribado al movimiento proletario manteniendo sus posiciones originarias, originales, determinadas por un recorrido particular, como los miembros de la Internacional Situacionista y toda la familia de los pro-situs((La Internacional Situacionista fue un colectivo comunista fundamentalmente francés nacido en 1957 y situado en la corriente consejista. Con voluntad de disolver la separación entre vida cotidiana, arte y política, su producción teórica tuvo una gran resonancia en Mayo ‘68. Su miembro más conocido fue Guy Debord, autor de La sociedad del espectáculo. Los pro-situs son las personas de generaciones posteriores que, sin pertenecer a la Internacional Situacionista —que se autodisuelve en 1972—, se reconocen herederos de este colectivo [N. de T.])), ellos no han conocido nunca el cisma. No se les puede reprochar una abjuración.
Se puede reconocer su aportación, pero de ninguna manera se les puede integrar en el phylum revolucionario proletario((A propósito de la integración de la aportación de corrientes o individuos aislados, fuera de la corriente proletaria, cf. «Discontinuité et inmédiatisme», Invariance, serie III, número especial, julio 1979)). Esto es aún más válido para algunos teóricos, universitarios, que en un momento determinado han podido participar en grupúsculos izquierdistas, como Baudrillard o Lyotard, que en realidad son carroñeros del movimiento proletario y sirven de muletas teóricas a los restos de la intelligentsia.
En la descomposición actual, la afirmación del cisma es más que necesario también la publicación de la obra de aquel que ha sido su más ardiente defensor.
Sin esta afirmación, el movimiento proletario no podía distinguirse de ninguna forma del movimiento burgués considerado en toda su amplitud histórica. Sin ella, no se puede plantear igualmente la cuestión de saber cuál es la importancia de la intervención de una clase y, en algunos casos, de sus elementos más conscientes, en el sentido histórico dado del término, es decir, en relación con el movimiento mismo en que intervenían. En efecto, se puede considerar que el conjunto del movimiento proletario ha querido acelerar un desarrollo determinado, pero intentando orientarlo hacia una finalidad diferente: asegurar una producción para la humanidad y no una producción para la producción. En una palabra, ha querido abreviar el tiempo de vida del modo de producción capitalista en el momento en que éste a penas se estaba imponiendo en Occidente. Ello sienta testimonio de la percepción que tuvo la humanidad occidental de los graves peligros a los que estaba expuesta con el desarrollo del capital.
Pero —y así lo hemos mostrado— las diferentes revoluciones del siglo XIX, así como las del siglo XX, no han hecho sino reforzar el capital y permitirle conquistar nuevas áreas. En consecuencia, la aportación del movimiento proletario se muestra irrisorio, ridículo, y parecería no tener nada en común con la dinámica de instauración de una comunidad humano-femenina, si justamente se omitía el cisma operado por la entrada del proletariado en la escena histórica.
No omitirlo evita que no sea perturbado, incluso mistificado, el lazo entre las diferentes generaciones que se han opuesto a la domesticación.
Si se debe buscar una causa subjetiva a la no realización del proyecto proletario, se la puede encontrar en el hecho de que los revolucionarios no han profundizado el cisma. Han permanecido demasiado en el terreno de su adversario. No han desarrollado suficientemente otra dinámica que no preste nada o casi nada a la Ilustración, a la ciencia, a la productividad, etc. Y esto era tanto más necesario cuanto que debían —en cierto sentido— escamotear todo un desarrollo histórico.
Abolido el escamoteo, el cisma es todavía más necesario, porque si no la inmensa rebelión que ocupa más de un siglo sería escamoteada y el capital se presentaría en una eternidad actualizada y actualizable, es decir, que se presentaría como si hubiera habido siempre un desarrollo necesario y regular y como si se debiera mantener indefinidamente.
Mantener el cisma es mantener la efectividad de la revuelta contra la dominación del capital, contra la domesticación. Sin embargo, dadas la muerte potencial del capital y la insuficiencia de la negativa que implica el cisma, nos es preciso romper con toda la dinámica de salida de la naturaleza, con la dinámica de separación sobre la que se ha erigido la cultura.
Debemos operar un cisma de una amplitud más vasta: el cisma con la cultura, que necesita la abolición de otro cisma, la producida con la naturaleza. Es necesaria una reconciliación con esta última.
¡Rechazar la cultura no implica que se quiera vivir en la ignorancia y buscar una pureza original! Todo eso apunta a una temática negativa generada por la errancia del Homo Sapiens. Se trata de comprender el inmenso periodo de salida de la naturaleza, así como el de la producción de diversas herramientas que permitirán a la especie integrarse en ella a la vez que realizar la reflexividad. A partir de ahí se debe afrontar el lenguaje, la lógica, la ciencia, etc., al igual que el martillo o el ordenador, como tantas otras herramientas que hay que englobar en otra praxis, lo cual obliga a comprender su génesis, su campo de aplicación y la repercusión que han tenido en el devenir del Homo Sapiens.
Este cisma con la cultura será aún más difícil de aceptar que el cisma con la democracia. Su efectuación sólo puede ser afrontada si el segundo cisma ha sido llevado a cabo conscientemente o ha ido de suyo (esto puede concebirse en situaciones de transformaciones). He aquí por qué —además de todas las razones indicadas— nos importa tanto afirmar la obra cismática de Bordiga.((La obra de Bordiga cada vez es más publicada y traducida. Sin embargo, a menudo se cometen errores de atribución. Así, el artículo La structure organique du parti est l’autre face de son unité de doctrine et de programme no es suyo, sino de Domenico Ferla. En Bordiga y la pasión del comunismo, publicado en Spartacus, hemos indicado la lista de reuniones del movimiento de la izquierda comunista de Italia, pero no hemos precisado rigurosamente qué parte de sus actas que fue escrita por Bordiga. Será interesante precisarlo más tarde. Ello concierne a las últimas reuniones, porque las primeras fueron aseguradas enteramente por él e igualmente por sus actas. Podemos indicar desde entonces una precisión: la reunión de Florencia III, junio de 1958: «Las luchas de clases y los Estados en el mundo de los pueblos no blancos, campo histórico vital para la crítica revolucionaria marxista», comprende tres partes de las cuales la segunda no fue redactada por Bordiga))
Su obra nos sirve de referente histórico para no hundirnos en la indiferenciación y en la evanescencia en que se encuentra actualmente la especie en Occidente, donde los hombres y mujeres ya no toman en serio su devenir y su hacer((Esto es la expresión del final de una vasta fase histórica. Con la autonomización-exaltación del hacer, el modo de producción capitalista comienza a despegar en el siglo XVI que conoció un extraordinario florecimiento artístico, muy a menudo ligado a la ciencia, una glorificación del ingeniero y, en el plano de la filosofía, la exposición de la tesis de que el hombre es un ser que se hace a sí mismo (cf. los filósofos italianos, particularmente Pico de la Mirandolla, o franceses como Charles de Bouelles). Abordaremos esta cuestión en el capítulo «Réactions au devenir hors nature» en Émergence de Homo Gemeinwesen. Dicho de otra forma, tenemos aquí una disolución de una importante presuposición del capital)), asumen el culto de lo efímero y el desprecio de sí mismos, ya que no se encuentran nunca adecuados a lo que constantemente se propone y se renueva por la publicidad, autonomizándose este discurso del capital. Viven porque es una necesidad inmanente que no pueden controlar. Lo contrario siempre fue difícil que se diera, difícilmente se les puede reprochar entonces. En cambio, lo grave es que no operan ninguna reflexión y se lanzan en el olvido…
Proclamémoslo: hay que dejar irrevocablemente este mundo. Dialogamos aún con Bordiga.
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Publicamos primero un cierto número de textos integrales poco conocidos y, a continuación, una serie de citas que ilustran bien nuestra afirmación sobre la importancia que atribuía Bordiga al mantenimiento del cisma.
Habría sido necesario publicar igualmente los textos concernientes a la apreciación teórica del anarcosindicalismo (cf. en particular «Les fondements du communisme révolutionnaire», Invariance, serie I, n°3)((Existe una versión castellana en Ediciones El Comunista [N. de T.])), ya que encontraríamos allí otra manifestación de la necesidad de imponer el cisma. En efecto, Bordiga rechazaba esta corriente porque rompía con el internacionalismo proletario, por efectuar una exaltación del proletario en tanto que productor, por escamotear la realidad profunda del capital (la producción de plusvalía) y por proclamar la primacía absoluta de la acción sobre la teoría. En definitiva, si los anarcosindicalistas, en particular los sorelianos((Seguidores de Georges Sorel (1847-1922), fundador teórico francés del sindicalismo revolucionario que daría base al anarcosindicalismo. Sorel rechazaba la teoría marxista por considerar que no era válida científicamente, sino sólo por el papel redentor, moral, atribuido al proletariado, razón por la cual interesó a Antonio Gramsci, que refiere a él en varios de sus escritos [N. de T.])), rechazaban la democracia, también glorificaban la civilización de la Grecia y Roma antiguas, lo que implicaba que no rompían efectivamente con ella. Además, Sorel, como Berthe, consideraba que el proletariado debía salvar la civilización (cf. las obras de Sorel: Reflexiones sobre la violencia, Materiales para una teoría del proletariado, De Aristóteles a Marx, La ruina del mundo antiguo, La descomposición del marxismo, De la utilidad del pragmatismo).
Había entonces muchos elementos fundamentales que debían intervenir en la edificación del programa fascista. Es la razón por la que Bordiga no se hizo ninguna ilusión sobre esto y percibió correctamente la continuidad que había entre el revisionismo y el anarcosindicalismo por un lado, y el fascismo por el otro. Esto explica que declarara que el fascismo no aportaba nada nuevo en el plan teórico, pero que innovaba en el plano práctico, el de la organización.
Así, el fascismo se constituyó al principio con la ayuda de un saqueo del marxismo y mediante la reducción de la misión del proletariado a los límites nacionales: el proletariado debe salvar la nación; para ello, ya no debe ser el negador del capital y, por tanto, del trabajo asalariado, sino que debe ser el verdadero productor. En otras palabras, el programa fascista consistió en la tentativa de escamotear una realidad, lo que implicó resolver parcialmente los problemas que ésta planteaba.
Sin embargo tarde o temprano, y en todos los casos, la solución total fue realizada pero con la eliminación de los que se opusieron violentamente al orden establecido. Por ello la sociedad de entonces que triunfó sobre el proletariado revolucionario pudo escribir la historia a su manera y negar su rol determinante, tanto en el plano de la lucha como sobre el de la teoría.
Lo hemos afirmado miles de veces: todo el contenido de esta teoría, desde hace casi un siglo, o bien consiste en un subproducto del marxismo, o bien está determinada totalmente por este, en la medida en que los teóricos intentan eliminarla por encima de todo, lo que además expresa la ausencia de autonomía y de creatividad de nuestra época.
Se debe considerar el fenómeno del fascismo como el producto de toda una época histórica en el área occidental. En efecto, el contenido teórico de esta área —sobre el que volveremos más exhaustivamente— fue elaborado por teóricos en posiciones a veces divergentes, en diversos campos. Hemos hablado de los anarcosindicalistas, de los revisionistas, pero igualmente hemos señalado a Jaurès y a otros socialistas; podemos añadir a M. Mauss, Durkheim, de Tarde, etc.
En definitiva, el fracaso de la revolución proletaria en 1871, la integración del proletariado que tendía a realizarse por lo menos desde principios de siglo, el bloqueo del fenómeno revolucionario en el área eslava, después la guerra de 1914-1918, necesitaron otra aproximación del devenir de la especie. Esta aproximación se intentó en todos los niveles: político, científico, literario, artístico. Los que se reclamaban de la obra de Marx fueron incapaces de hacerlo y no pudieron por tanto proporcionar a tiempo la representación necesaria a una inmensa movilización de masas. Al operar el fascismo un sincretismo chapucero, pudo satisfacer las pulsiones inmediatas de las masas, porque aportaba una organización nueva y proponía una acción efectiva. Pero la atracción funcionó también en los intelectuales, que encontraban en la ideología fascista inicial quizá no todo el tiempo una respuesta a sus preocupaciones, pero al menos un eco suyo. He aquí por qué una gran parte de los intelectuales de finales de los años veinte y de los años treinta flirteó con mayor o menor intensidad con el movimiento fascista. Es el testimonio más claro de la superficialidad de su reflexión y de su incapacidad para concebir realmente otra sociedad. Pero es también una indicación de que cuando se desvanece la capacidad teórica (podría añadirse la voluntad teórica) para comprender el devenir que se efectúa, los diversos pensadores se refugian en la exaltación de un pasado que puede estar albergado en diversos momentos de la evolución de la especie y en la de «valores míticos» como la de la sangre, la raza, etc., porque evocan las raíces que han sido perdidas, una seguridad desaparece al mismo tiempo que fundan la justificación de su pretensión de ocupar una posición particular en el corpus social (¡incluso si discurren sobre la comunidad!).
Más en profundidad, se trata de la expresión de la domesticación de la especie, la confirmación de su errancia.
El existencialismo, tal y como emerge después de la segunda guerra mundial, participa de las dos modalidades mencionadas arriba. Expresa el triunfo de la superficialidad y de la impotencia. La especie a partir de ahora —al menos a la sazón en Occidente— ya no es capaz de afrontar la realidad. De ahí la exaltación a la vez de la acción y de la puesta en evidencia de la ineficacia de la acción. Para huir de la absurdidad y fundar una praxis, un teórico como Sartre vino a «revalorizar» el marxismo. Así, tenemos aquí una chapuza comparable a la del fascismo.
Ahora bien, la corriente que se presentó para «enriquecer» el marxismo —de hecho para revisarlo, según Bordiga— flirteó, como este último puso en evidencia, con el existencialismo. Se trata de Socialisme ou Barbarie(( Colectivo marxista francés, con su revista homónima, que existió entre 1948 y 1965, cuyas figuras principales fueron Cornelius Castoriadis y Claude Lefort y del cual saldrían pensadores tan diferentes como Guy Debord (cf. nota 14), Jean-François Lyotard y Henri Simon. Dedicó su labor teórica principalmente a la naturaleza de la URSS, de la que teorizó su Colectivismo burocrático y la generación en ella de una nueva clase, la burocracia, que sustituiría a la burguesía en la dominación social [N. de T.])), que a continuación adoptaría otra transformación del marxismo: el estructuralismo.
Por ello el antidemocratismo, el antiamericanismo, etc., no son privativos de la extrema derecha. Esta afirmación necesita una explicitación de la obra de teóricos que, como Bordiga, han sostenido más que cualquier otro estas posiciones. Esto es tanto más necesario cuanto que, como hemos indicado antes a propósito del nuevo revisionismo, hay una utilización de una parte de la aportación teórica de la izquierda comunista de Italia para fundar una perspectiva que continúa por completo en el marco democrático. Y, al hacer esto, opera una inmensa reducción que permite una homogeneización total.
En definitiva, todos los hombres que se han propuesto realmente afirmar una nueva praxis —les haya reconocido o no la posteridad— han tenido una gran preocupación hermenéutica; es decir, se han ocupado constantemente de fundar el cisma al que se referían para precisarla, clarificarla y para alejar las interpretaciones que corren el riesgo de escamotear su radicalidad; al mismo tiempo, se emplearon para mantener una tradición dada. He aquí por qué Bordiga habla a menudo de textos sagrados del comunismo, pero esto explica también que haya podido evitar las diversas trampas democráticas en las que han naufragado los teóricos que han querido revisar el marxismo.
Tras el grupo de citas que conciernen al fascismo y la segunda guerra mundial, así como la imposibilidad tanto de una tercera guerra en un futuro próximo, como la de una revolución comunista, hemos aportado algunas citas sobre la evolución de la URSS tras el XX Congreso y las reformas de Jrushchov, para mostrar que Bordiga no se había equivocado con la famosa cuestión del capitalismo de Estado y todo lo que se refiere ahí.
A propósito del estalinismo, se debe hacer notar que se presenta en parte como una enorme reducción del marxismo; es la teoría del socialismo en un solo país. Como con el fascismo, tenemos aquí un paso del ámbito internacional al nacional, y esto en la medida en que se trata de una misión del proletariado, puesto que, de no ser así, habría una inmensa brecha entre los dos.
Para volver a Bordiga, conviene señalar que la confesión de la naturaleza no socialista de la URSS, que pensaba él debería producirse inevitablemente, comienza a expresarse no en un congreso, sino a través de intervenciones en la prensa. Así en Le Monde del 30/08/1988, se informa (cf. Les avatars du socialisme soviétique) que Yuri Afanassiev, director del instituto de historia, ha escrito una carta publicada en el Pravda donde declara: «No considero la sociedad creada en nuestro país como socialista. No se trata ni siquiera de un socialismo “reformado”». Ahora bien, parece que un cierto número de adeptos a las medidas de Gorbachov estarían de acuerdo con esta caracterización de la sociedad soviética.
Finalmente, publicamos extractos de un largo artículo, La détente, aspect récent de la crise capitaliste, que no es de Bordiga sino de Fabbroccino y que expone de forma más explícita sobre todo en el plano histórico algunas posiciones de Bordiga indicadas en las citas anteriores. Añadamos que este camarada rompió con Bordiga en 1960 porque le reprochaba no querer intervenir en las luchas inmediatas y contentarse con teorizar sin preocuparse por la miseria de los proletarios (cf. su artículo La modestie révolutionnaire).
Comenzamos a comprender que la tierra
es el lugar de la vida y no el del juicio.
Tchernychevski
Quién sabe si para el globo terrestre, que también es un ser animado,
y cuyo estudio zoológico está tal lejos de ser alcanzado, quién sabe
si la humanidad no es la materia cerebral.
Déjacque
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La idea de reafirmar la posición de Bordiga (en particular en función de los acontecimientos recientes en la URSS), la elección de los artículos y de las citas, son de François Bochet, sin quien este panfleto no habría sido realizado