Cahiers du marxisme vivant: Las lecciones de un estallido

LAS LECCIONES DE UN ESTALLIDO
Breve historia del Partido Comunista Internacional, llamado “bordiguista”
El siguiente texto es la continuación de un trabajo publicado en 1983 por el actual grupo de los Cahiers du marxisme vivant. Esta obra, deliberadamente sintética, estaba destinada a los escasos grupos de militantes del pequeño Partido de la época que habían demostrado capacidad de resistencia, al menos parcial, al “nuevo curso” inaugurado por un centro (o, para ser más precisos, tres centros sucesivos) en plena decadencia teórica y política[1]. Intentaba arrojar toda la luz posible sobre las raíces de la crisis, tanto cercanas como lejanas. Terminaba con un llamamiento a todos aquellos que estuvieran de acuerdo con sus criterios y adoptaran sus conclusiones.
Si nuestro llamamiento no obtuvo la respuesta que esperábamos fue porque nuestro diagnóstico de la enfermedad no era en modo alguno “excesivamente pesimista”, como se le criticó. Todos los que intentaron minimizar la crisis y conservar alguna de las viejas actitudes, ilusiones y prácticas desaparecieron o persistieron en una trayectoria errática y estéril. Diez años después, la situación mundial ha sufrido muchas convulsiones sin que la lucha de clases haya vuelto al primer plano, pero también hemos visto fuerzas sanas, aunque muy limitadas, que se abren paso valientemente para salir de la persistente confusión.
Por eso nos parece oportuno echar una mirada retrospectiva a nuestro pasado como corriente ultra minoritaria, pero rica en experiencia, conocimiento y fe, para dar un último adiós a todos los errores que con demasiada frecuencia la han desviado y desfigurado, y que aún podrían llevarla a la tumba si no conseguimos despejar el camino a las jóvenes fuerzas del futuro.
La formación del Partido Comunista Internacionalista de Italia (1943)
Unos quince años después de su histórica derrota y expulsión de la Internacional Comunista, la Izquierda Comunista Italiana, conocida por las intervenciones de su líder, Amadeo Bordiga, en los primeros congresos internacionales de Moscú y por su lucha contra el nuevo oportunismo “comunista”, se reconstituyó como un pequeño partido, denominado Partido Comunista Internacionalista.
A pesar de las penurias que padeció, de su limitada afiliación y del aplastante dominio del Partido Comunista, vinculado a Moscú, en 1946 logró restablecer una pequeña prensa regular, compuesta por un periódico bimensual, Battaglia Comunista, y sobre todo por una notable revista, Prometeo. Bordiga colaboró voluntariamente en el anonimato. Aunque los militantes, imbuidos del papel de los grandes hombres de la historia, le acosaron para empujarle al primer plano, sus opiniones distaban mucho de ser unánimes. Más tarde, Bordiga caracterizaría así este periodo inicial de la vida del pequeño partido:
“El trabajo realizado para reconstituir el partido de clase en todas partes tras el final de la Segunda Guerra Mundial se enfrentó a una situación extremadamente desfavorable, permitiendo los acontecimientos internacionales y sociales de esa terrible época (a los falsos partidos obreros) oscurecer todos los términos del conflicto entre las clases y convencer a un proletariado cegado de la necesidad de luchar por el restablecimiento de los regímenes constitucionales, parlamentarios y democráticos en todo el mundo.
Nuestro movimiento se encontraba inexorablemente a contracorriente por el hecho de que la gran masa de proletarios se había lanzado de lleno al electoralismo mortal.
[…] En sus esfuerzos por organizarse sobre sus propios cimientos, nuestro movimiento encontró otras dificultades, debidas a perspectivas demasiado optimistas. El final de la primera guerra mundial había provocado una poderosa oleada revolucionaria y la condena de la plaga oportunista gracias a Lenin, al bolchevismo y a la revolución rusa, y era de imaginar que ocurriría lo mismo después de 1945 y que el partido revolucionario podría reconstituirse rápidamente.
Esta perspectiva, por muy generosa que fuera, fue sin embargo un grave error. No tenía en cuenta el “hambre de democracia” que las feroces hazañas del fascismo y el nazismo habían despertado en la clase obrera, y sobre todo la fatal ilusión de que, sin la restauración de la democracia, la revolución era imposible.
El nuevo movimiento intentó incluso revivir la táctica de Lenin del ‘parlamentarismo revolucionario’, sin comprender que sus resultados históricos lo habían condenado irrevocablemente, aunque en 1920, en un momento en que toda la historia parecía a punto de dar un vuelco, el proyecto de hacer estallar los parlamentos desde dentro hubiera podido parecer factible” (Tesis de Nápoles, 1965, p. 211 ).
Aunque Bordiga combatió pacientemente estas posiciones, la guerra subterránea a la que su autoridad condenaba a sus oponentes continuó, sin embargo, con dos o tres filosofismos como únicas armas que decían haber extraído del ¿Qué Hacer? de Lenin y que podrían resumirse así: “Sin su partido, la clase obrera no puede ir más allá del sindicalismo; pero como clase explotada, sigue siendo en todas las circunstancias potencialmente revolucionaria, asegurando a la minoría más avanzada una base social permanente. Cualquiera que sea la relación de fuerzas, esta minoría puede y debe cumplir siempre el papel decisivo que el marxismo asigna al partido de clase, siendo naturalmente mayor la responsabilidad de los dirigentes”.
La guerra clandestina provocó la escisión en 1952, pero la evolución posterior demostró que la filosofía en cuestión era lo bastante resistente como para resistirlo todo.
La escisión de 1952 y la formación del Partido Comunista Internacional
En la Reunión General de Florencia de 1951 se presentaron las Tesis características del Partido. Al año siguiente, estas tesis condujeron a la ruptura con el partido del grupo conocido como “tendencia Damen”[2]. Tras recordar los principios de la sección italiana de la IC (1921), reivindicados por el Partido Comunista Internacional, las tesis continuaban así:
“La posición del partido sobre la situación del mundo capitalista y del movimiento obrero después de la Segunda Guerra Mundial se basa en los siguientes puntos:
En la primera mitad del siglo XX el desarrollo del capitalismo vio en la esfera económica la aparición […] de monopolios e intentos de dirigir la producción y el comercio según planes centralizados que llegan hasta la gestión de sectores enteros por el Estado; y en la esfera política, el fortalecimiento del potencial policial y militar del Estado y de formas totalitarias de gobierno. [Estos fenómenos] no constituyen [ni] una transición del capitalismo al socialismo, [ni] con mayor motivo un retorno a los regímenes políticos preburgueses. Por el contrario, son formas de la dominación cada vez más directa y exclusiva del capitalismo más desarrollado sobre el poder político y el Estado.
Este proceso descarta cualquier perspectiva de una evolución pacífica y progresiva del régimen burgués y, por el contrario, confirma las predicciones marxistas sobre el inevitable crecimiento de los antagonismos de clase.
El proletariado debe concentrar y reforzar su energía revolucionaria en las mismas proporciones. Para lograrlo, el partido de clase debe rechazar todas las exigencias de vuelta al liberalismo democrático, y de garantías jurídicas, incluso con el simple propósito de agitación. Debe poner fin de una vez por todas incluso a las alianzas transitorias entre revolucionarios y partidos tanto pseudoobreros como pequeñoburgueses y burgueses”.
La siguiente parte, dedicada a la historia del movimiento obrero[3], mostraba que nunca había sido tan fuerte la influencia contrarrevolucionaria ejercida sobre la clase obrera por sus principales partidos parlamentarios y nacionalistas como en el siglo XX, desde que la URSS había vuelto al redil del mundo burgués. Lo había hecho domesticando a los partidos comunistas y llegando después incluso a disolver la Internacional bajo su bota “para fortalecer aún más el frente unido de los aliados y otras naciones amigas”, tras el fracaso del intento del gobierno de Stalin en 1939 de estrechar lazos con la Alemania nazi, lo que la población había pagado con la invasión y el aumento del terror.
Refiriéndose a los escandalosos giros en la actitud del “comunismo oficial hacia el capitalismo angloamericano, definido como imperialista en 1939, luego como democrático y liberador del proletariado europeo en 1942 y de nuevo como imperialista en 1951”, el texto subrayaba que “el capitalismo estadounidense ocupaba el primer lugar entre las potencias reaccionarias e imperialistas desde la primera guerra mundial” y que desde entonces su papel había empeorado enormemente.
Teniendo en cuenta la participación decisiva de los partidos estalinistas en la Resistencia europea, seguida de su ministerialismo en tiempos de paz, la colaboración de clases generalizada que preconizaban tanto a nivel nacional como internacional en la ONU, y sobre todo el apoyo dado a esta política por amplios sectores de la clase obrera, el texto concluía que “la reactivación revolucionaria de la clase se retrasaría trágicamente y resultaría mucho más difícil que en el pasado”.
Este “pesimismo”, que siempre había disgustado tan fuertemente a ciertos sectores del partido, estaba sin embargo plenamente justificado por una profecía involuntaria hecha por Lenin en 1916, cuyo “optimismo” ellos contrastaban fácilmente con el “negativismo” de Bordiga, imputando estúpidamente a individuos lo que pertenecía a dos momentos opuestos de la historia de la clase obrera.
A Rosa Luxemburgo y a quienes negaban toda posibilidad de guerras nacionales en la era imperialista, Lenin había respondido con respecto a Europa:
“Si el proletariado se debilitara durante unos veinte años; si [una] guerra imperialista […] [condujera a] la esclavización de una serie de estados nacionales perfectamente viables; si el imperialismo no europeo (especialmente el japonés y el estadounidense) continuara durante veinte años sin alcanzar el socialismo, entonces sería posible una gran guerra nacional en Europa. Éste sería un desarrollo que haría retroceder a Europa varias décadas”. (A propósito del panfleto de Junius, O.C. vol. 22).
Habiéndose cumplido estos tres “síes”, esta “gran guerra nacional” tuvo lugar realmente entre 1939 y 1945 dentro de la guerra imperialista.
Tomó la forma de los movimientos ilegales de resistencia nacional que surgieron en todos los países ocupados por los imperialistas del Eje. Una parte de la clase obrera participó en estos movimientos junto a las fuerzas burguesas (a menudo para escapar a la represión), pero sin “fijar sus propios objetivos”. Su acción quedó pues subordinada a los objetivos imperialistas de los ejércitos regulares y de los gobiernos burgueses en el exilio, de los que los maquis recibieron naturalmente la orden de entregar las armas tras la victoria de la poderosa ofensiva aliada. Una vez más, había dado su sangre por el capital.
En su parte final[4], las Tesis características abordaban el punto de la acción del partido que no sólo había provocado la escisión, sino que iba a resultar el más espinoso, incluso después de que la Izquierda Comunista Italiana se hubiera reconstituido sobre bases propias.
No era la primera vez en la historia que la minoría revolucionaria se encontraba ante una situación desfavorable. Los propios Marx y Engels se habían encontrado la misma situación tras la derrota de las revoluciones de 1848 y luego de la Comuna de París, el primer intento de toma revolucionaria del poder por los desposeídos. Tras el proceso de los Comunistas de Colonia en 1852 se limitaron a disolver la Liga de los Comunistas, señalando que “cuando las circunstancias ya no permiten a una asociación actuar eficazmente y cuando se trata ante todo de mantener el vínculo de unión para que cuando haya ocasión aún pueda utilizarse, siempre hay personas incapaces de acomodarse a esta situación y que desean absolutamente que se haga algo, lo que sólo puede ser una estupidez”. Doce años más tarde, en 1864, habiendo surgido un verdadero movimiento, se convirtieron en miembros activos de la Alianza Internacional de Trabajadores, habiendo dedicado el tiempo libre al que les obligaba la contrarrevolución a su trabajo científico. Tras la derrota de la Comuna de París y el traslado del Consejo General de la Primera Internacional a Nueva York para conjurar el peligro anarquista, proudhoniano y blanquista, sólo tardaron un año en darla por perdida y dejar todo trabajo en su favor (1873).
Hubo, por supuesto, gente entre nosotros que sugirió seguir este ejemplo, sin comprender que la Liga de los Comunistas pertenecía a la era pasada de las “sociedades secretas” y a la infancia del movimiento obrero, y que la propia AIT no era todavía un partido proletario puro. A dos intelectuales que parecían haberse unido al partido sólo para convencerle mejor de su inutilidad, Bordiga tuvo la oportunidad de responder unos años más tarde:
“Marx y Engels distinguieron entre el partido en el sentido histórico del término, que implica la continuidad, la invariancia de la doctrina de clase, y el partido formal o efímero de tal o cual periodo. Pero no hay oposición metafísica entre ambas nociones, y sería estúpido deducir de ello una fórmula del tipo: ‘Doy la espalda al partido formal y voy hacia el partido histórico’.”[5]
La cuestión no podía resolverse de la misma manera que un siglo u ochenta años antes: el partido que había sido el único en combatir el oportunismo y el revisionismo de la III Internacional debía permanecer vivo hasta el lejano “renacimiento generalizado del movimiento de clase que hará suyos todos los resultados de la experiencia pasada”.
“Hoy estamos en el fondo de la depresión y no podemos prever una reactivación del movimiento revolucionario en muchos años. La duración de esta depresión corresponde a la gravedad de la ola de degeneración que ha golpeado al movimiento obrero, así como a la creciente concentración de fuerzas capitalistas adversas”.
Por tanto, era necesario definir un modus vivendi que permitiera al partido realizar la verdadera “travesía del desierto” que tenía por delante:
“La principal actividad hoy es el restablecimiento de la teoría marxista del comunismo. Seguimos utilizando el arma de la crítica […]. El partido basa su acción en posiciones antirrevisionistas, al igual que Lenin refutó los argumentos de la revisión socialdemócrata y social patriota.
El proletariado es la última clase explotada de la historia y ningún régimen de explotación sucederá al capitalismo: por eso la doctrina que nació con él no puede ser modificada ni reformada.
El desarrollo del capitalismo desde sus orígenes hasta nuestros días ha confirmado todos los teoremas marxistas. Todas las llamadas ‘innovaciones’ de los últimos treinta años sólo han demostrado una cosa: el capitalismo sigue vivo; sólo han enseñado una cosa: hay que derribarlo.
Hoy el partido está llevando a cabo la labor de registrar científicamente los hechos sociales para confirmar las tesis fundamentales del marxismo.
Aunque celosamente apegado a su tarea teórica como tarea de primer plano, el partido se niega en redondo a ser considerado un círculo de pensadores o simples investigadores en busca de nuevas verdades, o que han perdido la verdad de ayer por considerarla insuficiente.
A pesar de su reducido número de miembros, el partido no deja de hacer proselitismo ni de propagar sus principios de forma oral o escrita. Considera la prensa como su principal actividad, ya que es uno de los medios más eficaces para indicar a las masas la línea política a seguir y difundir los principios del movimiento revolucionario.
La penetración del partido en las amplias masas no depende de la voluntad ni de la decisión de los hombres. La situación actual lo limita a una pequeña parte de su actividad general, pero el partido no pierde ocasión de penetrar en cada brecha, bien consciente de que no habrá recuperación hasta que este aspecto de su actividad se haya desarrollado hasta el punto de convertirse en dominante.
La aceleración del proceso depende no sólo de las crisis históricas, sino de la actividad del partido con los limitados medios de que dispone. Queda absolutamente excluido que este proceso pueda ser estimulado mediante recetas, expedientes y maniobras dirigidas a los grupos llamados ‘proletarios’, ‘socialistas’ o ‘comunistas’ y aún más a los cuadros y aparatos del ‘movimiento obrero’ oficial. Este método que caracteriza la táctica de la III Internacional tras la muerte de Lenin no ha tenido otro efecto que hacerle perder toda su fisonomía de clase y desintegrarla. El movimiento trotskista de la IV Internacional, que lo reivindica e intenta revalorizarlo, lo considera erróneamente comunista.[6]
La izquierda italiana siempre ha luchado contra los expedientes para mantenerse a flote como partido y los ha denunciado como una desviación de principio incompatible con el determinismo marxista“.
La corriente excluida había hecho suya la directiva luxemburguista y kaapedista de sabotear los sindicatos dominados por una burocracia contrarrevolucionaria. El texto tenía que defender la posición de la Izquierda Comunista cuando aún estaba a la cabeza del partido (1921-1923). Esta posición le había permitido no sólo mantener estrechos vínculos con la clase obrera tras la escisión de 1921 entre comunistas y socialistas, sino también ejercer una importante influencia revolucionaria en su seno hasta que Moscú se deshizo de ella en un golpe de fuerza, y la sustituyó por la dirección de Togliatti/Gramsci, que debía sustituir la estrategia anticapitalista por una estrategia antifascista más acorde con sus propios puntos de vista.
“Aunque nunca ha sido inmune a las influencias enemigas, ha servido constantemente de vehículo para profundas desviaciones y no es un instrumento específicamente concebido para ello, el sindicato no puede ser indiferente para el partido, que no renuncia nunca voluntariamente a trabajar en él, distinguiéndose claramente de todos los demás grupos políticos. Aun reconociendo que hoy su labor sindical sólo puede hacerse esporádicamente, nunca se rinde”.
En una situación en la que “la relación numérica entre los miembros y simpatizantes del partido y los miembros del sindicato [hubiera] alcanzado cierta importancia” y en la que el propio sindicato no hubiera “excluido hasta la última posibilidad de llevar a cabo una actividad autónoma de clase” (es decir, una actividad política), las directivas de los años 20 hubieran recobrado toda su fuerza. En este caso, “el partido [habría emprendido] la penetración y la conquista de la dirección”.
Aunque el texto en su conjunto indicaba claramente que se trataba de una anticipación (por otra parte legítima en 1951) sobre un futuro hipotético, con demasiada frecuencia se entendió como la directriz del momento, y, lo que es peor, como el único camino concebible hacia el resurgimiento revolucionario. Esta interpretación orientada hacia el pasado no tuvo en cuenta el párrafo final de las Tesis características:
“En el actual contexto de alto potencial contrarrevolucionario, es esencial la formación de jóvenes dirigentes capaces de asegurar la continuidad del partido revolucionario. La contribución de una nueva generación revolucionaria es una condición necesaria para la reactivación del movimiento”.
* * *
Durante unos diez años, el pequeño partido intentó valientemente observar este modus vivendi empírico impuesto por el equilibrio de fuerzas entre las clases. Esto fue tanto más mérito de la escuela política en la que se había formado que, a diferencia del partido bolchevique, no tenía “revolucionarios profesionales” que pudieran dedicar todo su tiempo al estudio, a la investigación, a escribir para la prensa, etc., y mucho menos a llevar a cabo tareas de agitación. Por otra parte, aunque la evolución política hubiera ofrecido más “brechas” a ensanchar ante una reacción compacta y concentrada, la mano de obra de que disponíamos no habría sido suficiente, sobre todo fuera de Italia, donde los “dirigentes” eran todavía poco más que los alumnos de una tradición revolucionaria en ciernes, y no disponían de tropas mucho mayores numéricamente que ellos mismos.
Sin embargo, no estaba en manos de nadie evitar que los escasos éxitos de tantos esfuerzos reavivaran objeciones y dudas que se habían disipado momentáneamente; que los impacientes quisieran barrer los límites fijados por las tesis no tanto a la acción exterior del partido sino a su impacto en la relación de fuerzas entre las clases; que una parte de la “base” estuviera preocupada por una posible falta de conciencia de la importancia de su labor sindical por parte de los militantes no obreros que tienen fama de ser “demasiado teóricos”. En cualquier caso, esta es la conclusión a extraer de las tesis de 1965 y 1966. De hecho, no respondían únicamente (ni siquiera principalmente) al pequeño puñado de liquidadores cuyo caso se había presentado ante dos Reuniones Generales. Fue también (y sobre todo) una respuesta bastante seca pero que se quería tranquilizadora, al mismo tipo de cuestionamientos que habían tenido lugar antes de la escisión. Más que una amenaza real (ya que una amonestación bastaba para convencerles de que abandonaran el partido), los liquidadores eran más indicativos del despertar de la guerra subterránea anterior a 1951.[7]
Los textos, que a veces repetían palabra por palabra las Tesis características, son en sí mismos elocuentes:
“Siempre hemos dicho que el partido no puede dejar de verse afectado por la situación real que lo rodea. Por eso los grandes partidos obreros que existen son necesaria y abiertamente oportunistas. Esto no significa que nuestro partido deba renunciar a su resistencia, sino que debe sobrevivir y transmitir la llama ‘sobre el hilo del tiempo’.[8] Está claro que será un partido pequeño, no porque lo deseemos o lo elijamos, sino por una necesidad ineludible. […] No queremos que el partido sea una sociedad secreta, o una élite que rechaza todo contacto con el mundo exterior por un deseo de pureza. Rechazamos cualquier fórmula de partido obrerista que excluya a los no proletarios. […] Tampoco queremos reducir el partido a una organización cultural, intelectual y académica, ni a una secta de conspiradores en la tradición anarquista o blanquista.
Es evidente que hoy nuestro partido se caracteriza esencialmente por la restauración de principios y doctrina, aunque las condiciones favorables en las que Lenin llevó a cabo esta tarea faltan actualmente. Sin embargo, no podemos levantar una barrera entre la teoría y la acción práctica, porque más allá de cierto límite nos estaríamos destruyendo a nosotros mismos. Por lo tanto, llamamos a todas las formas de actividad que sean apropiadas en el momento oportuno, en la medida en que el equilibrio real de poder lo permita.
Es un accidente de la historia que en la fase actual, los camaradas que se dediquen a la teoría y a la historia del movimiento parezcan demasiado numerosos y demasiado pocos los que ya están listos para la acción. Todos sabemos que cuando la situación se radicalice, habrá innumerables personas que instintivamente se pondrán de nuestro lado, sin haber seguido cursos de tipo universitario.
Nuestra extrema sospecha de los falsos aliados pequeñoburgueses del proletariado no debe impedirnos utilizar sus elementos excepcionales. El partido los destinará a la labor de restaurar la teoría, sin la cual moriríamos y que en el futuro debe difundirse en proporción al crecimiento de las masas revolucionarias.”[9]
“Es una vieja tesis del marxismo de izquierda que debemos aceptar trabajar en los sindicatos donde están los trabajadores, y rechazar la actitud individualista de quienes desdeñan poner un pie en ellos e incluso llegan a teorizar el sabotaje de las raras y tímidas huelgas que los sindicatos actuales se atreven a realizar. En muchas regiones, el partido ya ha llevado a cabo acciones sindicales no despreciables, aunque se enfrente a serias dificultades y a fuerzas contrarias numéricamente superiores. Incluso allí donde esta labor no se ha desarrollado de forma apreciable, debemos rechazar la idea de que nuestro pequeño partido deba reducirse a círculos cerrados sin vínculos con el exterior” (Tesis de Nápoles, 1965, p. 211).
* * *
Aunque rechazando la idea de “una alusión directa a errores o dificultades que podrían amenazar nuestra obra actual”, las “Tesis complementarias” de Milán del año siguiente contenían una advertencia sobre un punto tan nuevo y en un tono tan inusualmente severo que, aparte de los que tenían motivos para sentirse atacados y de algunos camaradas particularmente atentos por la sorpresa, el partido no comprendió lo que estaba ocurriendo. Lo que ocurrió a continuación, después de que Bordiga se retirara por motivos de salud, desgraciadamente demostró que la amenaza era demasiado real; los dos pasajes más significativos de este texto:
“Hemos visto con nuestros propios ojos cómo la poderosa y generosa posición de Lenin sobre el parlamentarismo revolucionario fue posteriormente sustituida por una práctica de los diputados comunistas totalmente subordinada a las peores influencias pequeñoburguesas y sin nada ya de revolucionaria.
Incluso si una generalización tan amplia no está contenida en la letra de la enseñanza de Lenin, que, como nosotros, se formó en la lucha contra el oportunismo […], sacamos de ella la lección de que el partido debe evitar toda decisión u opción que pueda estar dictada por el deseo de obtener buenos resultados con menos trabajo y menos sacrificios. Tal deseo puede parecer inocente, pero refleja la tendencia pequeñoburguesa a la pereza y obedece a la regla capitalista del máximo beneficio por el mínimo coste.
Otro rasgo constante del fenómeno oportunista es la combinación de las peores desviaciones de principio con una admiración superficial por los textos clásicos de los grandes maestros y dirigentes. La hipocresía pequeñoburguesa siempre ha aplaudido servilmente al líder victorioso, al poder de los textos de autores ilustres, a la elocuencia del gran orador, sólo para recaer en las desviaciones más despreciables y contradictorias. Por eso un cuerpo de tesis es inútil si quienes lo aceptan con entusiasmo literario no captan su espíritu ni lo respetan en sus actos, y si se ciñen de manera puramente formal a la letra de los textos para transgredirlos mejor.
En la fase de la lucha armada, los comunistas tendrán un marco militar y obedecerán a una jerarquía estricta en interés de la causa. Esta es una verdad que no debe aplicarse innecesariamente a todas las actividades del partido. Las directivas deben transmitirse a través de un canal único, pero no debemos olvidar cómo esta regla de la burocracia burguesa se corrompe y degenera, incluso cuando las asociaciones obreras la adoptan. El funcionamiento orgánico del partido no exige en absoluto que cada camarada considere a tal o cual militante designado para transmitir directrices de arriba abajo como la encarnación viva de la fuerza del partido. La comunicación entre las diferentes moléculas del órgano del partido es siempre bidireccional y la dinámica de cada unidad se integra en la dinámica del conjunto. Abusar de los formalismos organizativos siempre ha sido y sigue siendo un defecto estúpido y sospechoso, e incluso peligroso.”
No tardamos en darnos cuenta de que los nuevos “jefes” de la pequeña organización ya no consideraban las “viejas” tesis de 1951 como base para la adhesión, sino como un terreno sembrado de escollos que había que sortear (a falta de atreverse a eliminarlos) para “hacer el partido más eficaz”. Se unían de forma tanto más puntillosa a la “letra” del texto, en tanto que más les irritaba su “espíritu”. En cuanto a las “formalidades organizativas”, no tenían reparos en “abusar” de ellas de la forma más mezquina y más “militar” en nombre de una “razón vital”, que era la de “salvar al partido” que en realidad estaban desmantelando.
La ofensiva economicista y marxista-leninista conduce a la desaparición del Partido Comunista Internacional (1980-1983)
Mientras el partido de 1951 se organizó en torno a Bordiga y al grupo de proletarios revolucionarios que habían formado la sección italiana de la IC, ninguna desviación podía triunfar en su seno, ni siquiera expresarse abiertamente. Gozó durante quince años, por tanto, de una notable estabilidad que contrastaba con las complicadas vicisitudes que afectaban a la corriente trotskista (IV Internacional), demostrando una gran capacidad para resistir a la falta de éxito práctico a la que se vio abocado desde el principio por un ambiente social aún más desfavorable a la izquierda revolucionaria que el período de la III Internacional, madre del reformismo electoralista.
Cuando esta generación hubo desaparecido, el partido al que se habían incorporado elementos de otros orígenes políticos y por tanto portadores potenciales de otras influencias, cambió rápidamente su fisonomía. En los quince años que siguieron a las Tesis de Nápoles y de Milán, las crisis, deserciones y exclusiones se sucedieron en cascada, como para demostrar la victoria de una doble desviación: el «marxismo-leninismo», por retomar de la degenerada III Internacional el calificativo absurdo del que se adorna, y una forma de economicismo, ambas combinadas en proporciones variables.
Fue hacia finales de los años sesenta cuando se desencadena el mecanismo de esta crisis mortal, cuando ante la perspectiva de unificación de las tres centrales sindicales italianas, el PClnt inauguró una política de “defensa y reconstitución del sindicato de clase” a escala de masas. Esta política se basaba en una doble idea: sin organizaciones sindicales potentes independientes del Estado, el partido no puede desarrollarse; para asegurar las condiciones de su propio desarrollo debe promover dichas organizaciones.
Tal concepción estaba en flagrante contradicción con la concepción marxista desarrollada en el texto clásico Partido y acción de clase.
“En todo momento las relaciones económicas y sociales del capitalismo se sienten intolerables por parte de los proletarios y les impulsan a intentar superarlas.
A través de complejas vicisitudes, las víctimas de estas relaciones se ven llevadas a experimentar formas de acción colectiva. Pero la sucesión de estos experimentos […] lleva a los trabajadores a darse cuenta de que no tendrán ninguna influencia real sobre su propio destino mientras no hayan combinado sus esfuerzos más allá de todos los límites legales nacionales y profesionales y hasta que no los hayan dirigido hacia un objetivo general […]: el derrocamiento del poder político de la burguesía, porque mientras permanezcan en pie las actuales estructuras políticas, su función será siempre aniquilar todos los intentos de la clase proletaria por escapar de la explotación. Los primeros grupos de proletarios que alcanzan esta conciencia […] intervienen en los movimientos de sus camaradas de clase y mediante el examen de sus esfuerzos, de los resultados obtenidos, de sus errores y desilusiones, llevan cada vez a un mayor número de ellos al campo de esta lucha general y final que es una lucha por el poder, una lucha política, una lucha revolucionaria”.
El sentido de este texto es claro: las condiciones para el desarrollo del partido residen en el movimiento real del proletariado cuando siente que las relaciones capitalistas son “intolerables”, y cuando trata de superarlas, y no en tal o cual tipo de organización.
Dado que es imposible provocar tal movimiento, el materialismo marxista descarta la posibilidad de que el partido pueda crear por sí mismo las condiciones de su propio desarrollo. “No se crean los partidos ni las revoluciones. Los partidos y las revoluciones se dirigen” (Partido y acción de clase).
***
Igualmente grave, oponiendo el “sindicato de clase” a los sindicatos “integrados” o “amarillos”, esta política también caía bajo la crítica de la Izquierda a las conveniencias del sindicalismo revolucionario:
“La burguesía considera que mientras sea posible mantener al proletariado en el terreno de las reivindicaciones inmediatas y económicas que interesan a cada categoría, realiza una obra conservadora, evitando la formación de esa peligrosa conciencia ‘política’, única revolucionaria porque apunta al punto vulnerable del adversario, la posesión del poder.
Pero no se les escapa a los sindicalistas del pasado y del presente […] que la dictadura de los dirigentes pequeñoburgueses sobre las masas se basa en la burocracia sindical incluso más que en el mecanismo electoral. […] Y entonces los sindicalistas, y con ellos un gran número de elementos motivados simplemente por un espíritu de reacción a la práctica reformista, empezaron a estudiar nuevos tipos de organización creando sindicatos independientes de los tradicionales. Este recurso era erróneo a nivel teórico […] porque al poner el acento en el productor no superaba los límites de la ‘categoría’, mientras que el partido de clase se dirige al proletario cuyas condiciones de vida y actividades se extienden más allá de los estrechos confines de la fábrica, la única manera de despertar el espíritu revolucionario de la clase. Teóricamente falso, este expediente resulta además ineficaz. […]
Una interpretación completamente falsa del determinismo marxista […] lleva a mucha gente a buscar un sistema de organización que, encuadrando a la masa de forma casi automáticamente, baste para que estén dispuestas a actuar por la revolución. Pero la revolución no es una cuestión de forma de organización” (subrayado en el original, Partido y Clase).
* * *
La política de defensa y reconstitución del sindicato de clase intentó triunfar sobre las dudas y resistencias que suscitaba en el partido invocando la necesidad del centralismo y revelando al mismo tiempo su desviación de los principios correctos de organización. El centralismo pretende garantizar la máxima eficacia de los múltiples esfuerzos de los militantes unidos en una misma política. Pero cuando la unidad orgánica del partido se rompe por las improvisaciones de un centro basándose en su autoridad formal, el centralismo cumple exactamente la función contraria: asegurar la obediencia de todos los militantes a una simple facción.
Por un momento pareció que el partido había eliminado esta desviación teórica y política, poniendo fin a la política de “defensa y reconstrucción del sindicato de clase”. Se pudo esperar que se libraría de la desviación del centralismo formal, tan obviamente perniciosa. Pero el desencanto fue rápido. Nada más retirarse públicamente la consigna, asistimos a la aparición de un concepto perfectamente gemelo del anterior, según el cual, y “para asegurar las condiciones de su propio desarrollo”, el partido tenía que hacer todos los esfuerzos para reavivar en las masas un “sindicalismo consecuente”, supuestamente capaz de proporcionarle la base social de la que carecía. La única “innovación” consistía en que en lugar de favorecer la forma sindical, ahora parecían optar por la forma de comités. Sin sonrojarse por haber puesto fuera del partido, bajo feroces acusaciones de “ordinovismo” o “kaapedismo”, a los camaradas que habían tenido la debilidad de preferirla.[10]
Tras semanas de evasivas y silencio culpable sobre las peores herejías de los promotores de la política condenada, el centro volvió contra ellos el centralismo burocrático que habían contribuido a introducir en el partido excluyéndolos casi clandestinamente, sin la menor clarificación política. Así, mientras fuera del partido los acérrimos partidarios del “sindicato de clase” se entregaban sin freno a sus tendencias sindicalistas-revolucionarias, el resto de la organización progresaba en la misma línea teórica, sustituyendo el determinismo de Marx[11] por una lamentable caricatura: el partido no es solamente la conciencia y la voluntad de la clase, sino el motor sin el cual esta ni siquiera puede actuar; y lo que es peor aún peor, ¡no temía atribuir la autoría de esta herejía a Lenin!
A partir de entonces, la puerta quedó abierta de par en par a las desviaciones “marxista-leninistas” del tipo de aquella III Internacional en vías de degeneración, tan orgullosamente combatida en los años veinte por la Izquierda: participación en consultas democráticas (referendos sobre inmigrantes y divorcio), creación de organizaciones paraguas en alianza con el confusionismo izquierdista; lanzamiento de consignas democráticas interclasistas y, en el aspecto interno, campañas de difamación contra los oponentes; secretos y mentiras de partido establecidas como sistema; ocultación de los virajes tras una fachada de continuidad; triunfalismo alternando con la “autocrítica” de tipo estalinista-cristiana, y finalmente el uso generalizado de sanciones disciplinarias, “ascensos” y “descensos” de militantes más susceptibles de suscitar la hilaridad que conversiones, e incluso, tras un ultimátum democrático, la exclusión por desobediencia a la autoproclamada autoridad del momento.
El partido histórico estaba muerto. Lejos de “crear” el partido formal “compacto y poderoso” que había soñado en su paranoia total, el activismo sólo consiguió pulverizarlo en varias nuevas sectas condenadas a engrosar el penoso lote de las antiguas.
[1] La ruptura de las secciones del sur de Francia en torno a Suzanne Voute se llevó a caboen un primer momento junto a los compañeros de la sección de Turín que posteriormente editarían Quaderni internazionalisti y actualmente la revista n+1. Véase su web quinterna.org (Nota de Barbaria).
[2] En 1952, el partido dio a su periódico el título de Il Programma Comunista. En 1964, la aparición de secciones fuera de Italia llevó al partido a cambiar su nombre por el de Partido Comunista Internacional, ya que no había encontrado un adjetivo suficientemente expresivo y menos comprometido por las hazañas contrarrevolucionarias del estalinismo.
[3] “Tesis características del partido (1951). III Olas sucesivas de degeneración oportunista” (pág. 172-186 del resumen En defensa de la continuidad del programa comunista).
[4] “Tesis características. IV Acción del partido en Italia y en otros países en 1952” (pág. 187-191, En defensa de la continuidad del programa comunista).
[5] “Consideración sobre la actividad orgánica del partido…” (pág. 196 de En defensa de la continuidad…)
[6] Habiendo ocultado la decadente Tercera Internacional esta desviación nombrándola con un adjetivo tan impresionante como ambiguo
y ambiguo, la combatimos bajo su nombre histórico de «marxismo-leninismo».
[7] Suzanne Voute se refiere aquí a la escisión llevada a cabo por Roger Dangeville (que posteriormente creó Le fil du temps) y Jacques Camatte (que constituyó la primera serie de Invariance) y a la que ella se contrapuso por considerarla demasiado teoricista de cara a las tareas como “partido”. Para una restitución histórica de estas discusiones, véase el libro de Sandro Saggioro, In attesa della grande crisi. Storia del Partito Comunista Internazionale, il Programma Comunista (dal 1952 al 1982). Véase también la primera parte que explica la ruptura con Damen en Né con Truman né con Stalin. Storia del Partito Comunista Internazionalista (1942-1952). [Nota de Barbaria]
[8] Título de una crónica respaldada por Bordiga (“Sul filo del Tempo”)
[9] “Consideraciones sobre la actividad orgánica del partido” (1965), En defensa de la continuidad del programa comunista, pág. 197
[10] Se refiere a la expulsión de varias secciones francesas junto a las secciones escandinavas del PCInt que criticaban la concepción acerca de los sindicatos de la organización, una visión formalista del centralismo orgánico y el antikaapedismo típico de la misma (o sea el rechazo del KAPD y la izquierda germano-holandesa, mientras que las secciones escandinavas hicieron un informe en una reunión de 1971 donde reivindicaban algunas de sus contribuciones en el contexto de la Revolución alemana). [Nota de Barbaria]
[11] “El partido es el producto espontáneo del movimiento proletario, engendrado el mismo por las tendencias naturales e irrefrenables de la sociedad moderna” (Carta a Freiligrath, del 23 de febrero de 1860).