No sin la clase
En los últimos tiempos hemos asistido a ciertos fenómenos que, dadas las condiciones actuales de vida y la incertidumbre que puede aparecer cuando nos preguntamos hasta cuándo soportaremos estas condiciones sin ofrecer respuesta, pueden parecer una alternativa viable al comunismo, o sencillamente una vía rápida y sencilla de ascenso social, de salida de esta miseria que vivimos. Algunas de estas “vías milagrosas” a la prosperidad son la creación de contenidos en plataformas digitales (YouTube, Twich…) y la inversión de dinero en acciones de compañías o en criptomonedas.
Lo primero y lo más sintomático, lo que nos debe hacer sospechar de lo ficticio de estas “soluciones”, es su individualidad. Son soluciones para aquellos individuos valientes y voluntariosos que pongan más empeño en su aventura. Son para los grandes hombres, y cualquiera puede serlo, de modo que si tu vida es miserable la responsabilidad es exclusivamente tuya (lo que nos recuerda en mucho a la famosa “responsabilidad individual” con la que nos sermonea el Gobierno “más progresista de la historia”, y no por casualidad). Es una pretendida salida que emana del átomo, de la individualidad, es decir, del que probablemente sea el primero de los síntomas que sufrimos en este mundo, y de la unidad básica que se necesita para sostener el proceso de circulación de las mercancías. ¿Tiene algún sentido pensar que es posible salir de la miseria del capital reproduciendo su elemento fundante?
Sin duda vivimos un momento de atomización y polarización social muy marcadas, un momento de desesperación para una inmensa mayoría de personas en todo el mundo que cada vez sienten cómo sus grilletes se aprietan más y más, por lo que tiene sentido que la primera salida que se piense sea desde la inmediatez, la misma que exige el capitalismo para abordar sus crisis -agravándolas más-, y es este apresuramiento el que hace probable que la solución no cuestione la causa primera y radical de las condiciones de vida a las que estamos sometidos.
Sin embargo, este inmediatismo conduce necesariamente a posiciones activistas en distintos ámbitos (cada uno de lo suyo, respetando así la profesionalización del trabajo). De este modo, encontramos una miríada de activismos a cada cual más sugerente, entre los que se incluye esta suerte de “activismo financiero” que hemos descrito en el primer párrafo, que pretende hacer realidad un sueño que hace mucho que se desvaneció, el de un capitalismo popular, que permitiese a los trabajadores tener un acceso a la riqueza del que hasta ahora se habían visto excluidos. Es una aspiración similar a la que tenían miles de norteamericanos de clase media en los años 20 del siglo pasado cuando invertían sus salarios en Wall Street para que la magia del mercado hiciese el resto del trabajo. No hace falta recordar cómo acabó aquello. Más allá de la similitud formal, hay ahora un componente antielitista que refuerza ese carácter “popular” de este activismo. Quién no va sentir simpatía por unos chavales que buscan salir de la miseria y se ponen de acuerdo entre ellos para tumbar a los fondos de inversión bajistas haciéndoles perder miles de millones de dólares con las mismas reglas del mercado que en su día les auparon. Es la versión 3.0 del relato de David contra Goliat, en el que es Goliat quien le reclama a cierto árbitro -el Estado- unas regulaciones más severas para que David no pueda golpearle, o dicho de otro modo, para que todo siga como hasta ahora. David, guiado por el dedo -en la pantalla- de Yahvé Musk, mueve sus inversiones a ritmos vertiginosos por distintas empresas (GameStop) o criptomonedas (Dogecoin), dándole una inestabilidad extra a los mercados que, sumada al momento de inestabilidad que ya están viviendo, hace que tanto inversores como administraciones vean en riesgo su capital y hayan puesto el foco en Musk, ante la sospecha de que pueda estar lucrándose con estas fluctuaciones del mercado que producen algunos de sus 47 millones de seguidores en Twitter. No obstante, esta masificación del acceso a los mercados -sumada al hecho de que la velocidad para regular legalmente todos los mercados online es necesariamente insuficiente, la burocracia no puede competir con el 5G- es consecuencia directa de la democratización -la atomización- a la que tiende el capitalismo en todas las facetas de nuestra vida, tendencia de la que por supuesto no se iba a librar el sector financiero, y que por supuesto no supone un beneficio duradero para las compañías en las que invierten, que rápidamente ven cómo sus acciones vuelven a valores similares a los previos en cuestión de días.
Otro ejemplo de este “activismo financiero” ha sido la polémica tan alimentada por la prensa, en busca de carnaza, sobre la “fuga” de youtubers a Andorra -en concreto la de El Rubius- con el objetivo de pagar menos impuestos que en España. Los que apoyaban a estos malvados youtubers que se marchaban tenían distintas sensibilidades, desde los que lo hacían con el simple argumento de “es su dinero y hace lo que quiere con él”, también estaban los que decían que huían de un infierno fiscal que espanta a los creadores de riqueza y, para rematar, los que alegaban que el motivo de su partida era la falta de poder de decisión de los ciudadanos sobre en qué se invertía el dinero recaudado en impuestos, es decir, en una falta de democracia real. A este delirio se le contraponía el habitual delirio de la izquierda -y que también apoyaban los youtubers buenos, llámese Ibai- que tachaba a los “fugados” de insolidarios e incluso de poco patriotas, porque con esos impuestos se pagan los maravillosos servicios públicos (sí, también la policía y las prisiones), servicios públicos que como ya sabemos son el maná de la clase obrera a la que tanto ama nuestro abnegado Gobierno, como hemos visto a lo largo de estos meses de pandemia con miles de personas sin cobrar ERTEs, o incluso sin poder pedirlos por la saturación del servicio, por no hablar de la aventura que suponía -y sigue suponiendo- llamar a la Seguridad Social, por poner algunos ejemplos. Una mística en torno a los servicios públicos que trata -con mucho éxito, hay que reconocerlo- de invisibilizar su función, aquello que le da sentido, que no es ni más ni menos que repartir, mutualizar, el gasto que se necesita para mantener a los trabajadores en unas condiciones en las que explotarlos sea rentable, lo que además da muestra de la ficción que supone contraponer lo público y lo privado, cuando ambos son necesarios para el crecimiento de la economía nacional, que es al final a lo que se dirige todo. Esta función ha demostrado su eficacia -en mayor o menor medida- durante los meses de pandemia, aligerando esa presión sobre el sector privado y permitiendo un reinicio rápido de la actividad económica, a diferencia del coste que tendrá para Estados Unidos la pandemia, mucho mayor que en Europa -y ya es decir-.
Volviendo a los youtubers, lo cierto es que la creación de contenidos en plataformas online se ha convertido en una vía rápida a la riqueza y profundamente democrática, pues cualquiera puede crear contenidos y subirlos a internet, aunque el éxito ya depende de que los espectadores decidan -democráticamente también- consumir ese contenido. Es una tendencia a la democratización que nace de la falta de expectativas de los jóvenes en prosperar laboralmente, o de ascender socialmente, producida por la tendencia del capitalismo a expulsar cada vez más mano de obra, lo que hace que la actividad de mucha gente se reduzca a una lucha por la vida, en un sálvese quien pueda, en una cuestión, vaya, de “responsabilidad individual”. Es desde esta brutal atomización de donde surge la figura del emprendedor, que cada vez tiene que forzar más su particular ingenio -como si todo se redujese a una cuestión de voluntad- para hacer que su canal de YouTube o su startup logren dar con la tecla de la riqueza, y que es el modelo -cada vez más impersonal- de empresario de este momento de senilidad de capitalismo, lejos quedan los señores obesos de puro y bombín.
Nos preguntábamos al principio si tenía sentido plantearse la posibilidad de escapar de la miseria del capitalismo a partir de uno de sus elementos fundantes, y desde luego de uno de los que más directamente y en mayor medida sufrimos: el individuo. La respuesta a esta contradicción nos puede parecer evidente, pero no por ello hay que dejar de remarcarla: No, no tiene ningún sentido ninguna vía de escape de esta miseria que no sea la de la emancipación de nuestra especie por la única vía posible, la revolucionaria, la de la satisfacción de las necesidades humanas, que está en manos del conjunto de nuestra clase, y por la que debemos trabajar.