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Actualidad

Días de nieve y miseria

También traducido al alemán

En los últimos días hemos presenciado una nevada, a la que han bautizado como Filomena, sin muchos precedentes en buena parte de las provincias del interior de España, afectando también a lugares en los que raras veces nieva —y mucho menos cuaja— como Madrid y su área metropolitana, o las provincias de Toledo y Ciudad Real. No han faltado los oportunistas que han querido ver en esto una refutación —y no un síntoma más— del cambio climático que está sufriendo el planeta a causa de un modelo de relaciones sociales y productivas —el del capital— que necesariamente no puede tener en cuenta lo limitado de los recursos y de la naturaleza que los extrae en la medida en que su función es mantener un crecimiento de la economía que tiende a infinito.

Una semana después de la nevada buena parte de los servicios de la ciudad de Madrid siguen sin funcionar por completo. Dicho de otro modo, una nevada de medio metro de espesor —no queremos imaginar si hubiera caído una nevada como las que caen todos los inviernos en Nueva York— ha sido capaz de paralizar una ciudad de más de 3 millones de habitantes. Una ciudad que además sirve como máximo escaparate del poderío —o la impotencia— del capital español. No obstante, esta situación de parálisis se ha producido también en ciudades del área metropolitana, como Móstoles, Getafe o Aranjuez, entre otras. Esto ha provocado situaciones surrealistas como ver a los que normalmente hablan de las bondades de pagar impuestos llamando a los trabajadores a solidarizarse con los ineficaces administradores de su miseria, sean del color que sean, cogiendo una pala y sacando ellos mismos la nieve y el hielo de carreteras y aceras. Una situación bastante seria que se está viviendo estos días ante la impotencia de las burocracias está siendo la impresionante acumulación de montañas de basura en las calles, pues al estar muchas de ellas llenas aún de nieve los camiones de la basura no pueden pasar a recogerla. Esto lleva a muchos proletarios a vivir literalmente rodeados de basura en sus vecindarios, con la insalubridad y el mal olor —mitigado hasta ahora por el frío— que esto conlleva. Para hacernos una idea, solo en la ciudad de Madrid se producen aproximadamente 850 toneladas de basura diarias, y solo a partir del miércoles se retomó su recogida. Seguro que a la burocracia autogestionaria se le ocurre alguna brillantez, como que sean los vecinos los que saquen la basura en sus coches particulares —o que la lleven a pie— hasta su vertedero más cercano, o quién sabe qué novedad más, para variar. Todo sea por solidaridad patriótica, oye, la famosa «unidad nacional» del presidente Sánchez puesta en práctica una vez más con tal de acallar una olla que ya está hirviendo.

Pero con Filomena también ha venido una nueva subida del precio de la energía, que como no podía ser de otro modo la pagarán los proletarios, que en muchos casos tienen que hacer malabares para que calentarse en plena ola de frío no les suponga dejar de pagar el alquiler o la hipoteca de ese mes. ¿Quién lo hubiera podido prever, cuando Podemos, los “defensores de los de abajo”, que hoy ocupan el gobierno del país, pataleaban con tanta furia ante las subidas de la luz y la electricidad que se produjeron durante el anterior gobierno, de signo contrario? Salía muy ufana la actual ministra de igualdad hace algo menos de dos años a decirnos que debíamos votar a su partido porque todo el mundo sabía que era la única opción para frenar a los malvados —y seguramente derechistas, o quizá no— dirigentes de las eléctricas. Un matrimonio de conveniencia con el PSOE les llevó al Gobierno menos de un año después de ese mensaje, y de pronto nos encontramos con que la electricidad ha subido su precio en un 27%, ahí es nada. ¿Es que se volvieron buenos los de las eléctricas? ¿Ya no sufren los trabajadores pobreza energética porque suba el precio de la luz? Deben pensar que no, si total, solo ha sido una subida “de unos pocos euros”, en palabras de una vicepresidenta del Gobierno.

El portavoz parlamentario de Podemos ya habla de “cártel” de las eléctricas. Pero, ¿realmente es la subida del precio de la energía provocada simplemente por la ambición y la maldad de una oligarquía sedienta de más riquezas, como insinúa el Gobierno? Honestamente, no sabemos ni nos interesa lo más mínimo saber si fulano o mengano de tal compañía es buena o mala persona, o si profesa cierta ideología o más bien la contraria. La dinámica del capitalismo es una dinámica completamente impersonal, y la burguesía solo lo es en tanto que cumple con su función en el desarrollo de la economía, que cada vez es más catastrófico.

Esta catástrofe se hace sentir en todos ámbitos de nuestra vida. La agudización de la crisis del capital conlleva un aumento generalizado de la miseria, lo que en este aspecto concreto del que estamos hablando se expresa en la restricción del acceso a la energía que sufren cada vez más proletarios. Una pobreza energética que no solo se produce porque la factura sea cada vez mayor, sino también porque los salarios y las pensiones son cada vez menores, mientras que la precariedad laboral va en aumento. Y con todo, Podemos sigue teniendo la poca vergüenza que le caracteriza cuando critica con esa detestable furia impostada la perfidia de las eléctricas mientras acepta y prepara la bajada de las pensiones y la nueva reforma laboral. Pero oye, hay que seguirles votando, que son los únicos que pararán los pies a los malos. Tendrán que cortárselos entonces. Lo importante en esto está en que no tiene ningún sentido aislar y fetichizar un problema específico de los que surgen por el dominio de la economía política -como hace la izquierda- sin cuestionar la propia economía política, pues eso solo conduce a absurdos como los que nos regalan día sí y día también los gestores de nuestra miseria.

El PSOE le echa la culpa a una «tormenta perfecta», una situación meramente coyuntural. Podemos apunta a la avaricia de las eléctricas. Una avaricia perfectamente controlable mediante una nueva regulación del mercado o, cuando se ponen radicalones y sacan a relucir sus reflejos más estalinistas, mediante una serie de nacionalizaciones. Ni unos ni otros son capaces de reconocer las causas reales de la subida de la luz. Porque por un lado, las renovables no pueden satisfacer la ingente demanda de energía que requiere la producción capitalista. Por ello, cuando hay un pico de demanda —y los seguirá habiendo, en la medida en que nos conducimos hacia fenómenos climáticos cada vez más extremos— se tiene que recurrir a los combustibles fósiles, como ha ocurrido ahora con la demanda del gas natural. Podemos muy bien puede proponer la nacionalización de los recursos energéticos que se encuentran en el territorio nacional, pero mientras en la península ibérica no se descubra un buen yacimiento de gas natural o de petróleo, los precios del mercado mundial seguirán imponiéndose en nuestra factura de la luz. El capitalismo no se puede encerrar en las estrechas fronteras de un Estado. Por ello la revolución solo puede ser mundial y por ello el socialismo en un solo país, de donde le vienen sus ínfulas a Iglesias, Garzón y compañía, es sólo una propuesta deficiente de capitalismo nacional.

Por otro lado, la burguesía mundial se enfrenta al agotamiento de los combustibles fósiles y a la renovación de la infraestructura productiva que se impone con él de la única forma en que sabe hacerlo: atrayendo capitales, es decir, asegurando suculentas ganancias para que inviertan en la transición energética, mientras el Estado entrega subvenciones, facilita la financiación y grava con impuestos la emisión de CO2. En esto consisten los diversos pactos verdes que se están llevando a cabo, desde el EEUU de Biden y la UE hasta Arabia Saudí y China, y que recaen en el encarecimiento de la vida de una población cada vez más proletarizada.

Y es que el capitalismo existe, y mientras Pedro Sánchez y Pablo Iglesias pasan tardes “de mantita y peli” y conceden cómodas entrevistas hablando de sus muchísimos logros, millones de proletarios están sufriendo los rigores de un sistema que está históricamente agotado, y en su descomposición pretende arrastrar a toda nuestra especie. En este sentido, el capitalismo no puede evitar su tendencia a la entropía, esto es, al derroche permanente de recursos y de energía, mientras cada vez más gente se ve privada de su uso. No puede ser de otra manera, no hay redistribución de la riqueza —en forma de recursos— posible. Para redistribuir la riqueza hace falta producir riqueza, y esto —a pesar de los experimentos de la izquierda— solo se consigue a partir de la explotación del trabajo. Dicho de otro modo, de privar a una inmensa mayoría de la población del acceso a los medios de producción y reproducción de la riqueza, es decir, de privarles del acceso a estos recursos. En el capitalismo no son las necesidades humanas las que determinan el uso de los recursos, sino la ganancia económica que se extrae de ellos. Así, por ejemplo, por este orden de prioridades al que se subordina todo Estado, tiene sentido que se destinen inmensas cantidades de energía a la minería de criptomonedas para alimentar una burbuja financiera —Bitcoin ya consume más electricidad que toda Suiza— mientras que en Francia el Estado pide que se reduzca el consumo para no provocar cortes de luz y en España calentar la casa es un lujo que cada vez menos personas pueden permitirse.

Para concluir, una vez más, queda claro que la solución a la crisis social, económica y ecológica —la crisis del capitalismo— que cada vez sufrimos con más severidad no vendrá dada por el Estado, cuya función nunca ha sido satisfacer las necesidades humanas y que no hay reforma posible, pese al humo que vendan iluminados con muchos estudios. La única solución a esta crisis que está poniendo en entredicho nuestra existencia y la del planeta no es otra que la emancipación de nuestra especie a través de la revolución, y esa es, como siempre, una tarea que solo nuestra clase podrá llevar a cabo.

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