n+1: Hacia una sociedad verdaderamente orgánica
También en catalán
Extractos del artículo de los compañeros de n+1: Controllo dei consumi, sviluppo dei bisogni umani
Hacia una sociedad verdaderamente orgánica
La sociedad capitalista no es una sociedad cualquiera. Mucho más que sus predecesoras, ha hecho de la producción su factor principal y la ha separado de la distribución, exasperando la división social del trabajo: ahora, en lo que concierne a las necesidades, no hay una necesidad específica hasta que no la produce una mercancía que la suscita obsesivamente con publicidad e impulsando la imitación. La mercancía precede a las necesidades y el individuo no se adueña de ella inmediatamente, sino mediante un intercambio generalizado con dinero. Entre el productor y los productos, entre las necesidades y su satisfacción con el consumo, se interpone la distribución que, entre otras cosas, establece según leyes sociales la cantidad del producto que debe ser distribuida a los «productores» y a quiénes debe serlo.
Dado que el proceso histórico es irreversible, en la sociedad futura el mecanismo de satisfacción de las necesidades, y por tanto de la producción-consumo, no podrá ser un regreso a la indiferencia primitiva ―como quisieran los ecologistas puros. Tampoco podrá ser una concesión al capital basada en la distribución equitativa y la reforma del propio mecanismo, porque como habíamos mostrado ya la acumulación capitalista ―producción por la producción― es sinónimo de indiferencia hacia las necesidades humanas. Por eso, la sociedad futura eliminará la división social del trabajo y mantendrá la planificación de la producción, que se ha demostrado tan eficiente al interior de las unidades productivas, y extenderá el programa, el proyecto, a toda la sociedad. Sólo cuando desaparezca la separación actual en compartimentos que se comunican exclusivamente a través de las categorías del valor se habrá conseguido alcanzar de verdad la unidad dialéctica ―es decir, relacional― entre necesidades, producción y consumo. Ya no tendrá sentido el orden en el que se disponen (y se exponen en la descripción) los momentos particulares en la sociedad: ésta los integrará en un «conjunto orgánico» efectivo, en el que «se ejercita una acción recíproca» entre sus partes. Por tanto, no habrá intercambio de mercancías, sino una unidireccional cadena de transmisión de valores de uso, tal y como se produce en una planificación normal de la producción.
Cuando nos referimos a un sistema complejo como una sociedad, para explicar completamente el concepto de «conjunto orgánico» hay que hablar no sólo de relaciones genéricas, sino sobre todo de relaciones que están inscritas en los meandros de la propia sociedad y que tienen la capacidad de modificarla como sistema, es decir, de producir un aumento del conocimiento de sí misma respecto a sus orígenes y su devenir, de permitir una acumulación de tal conocimiento con el fin de utilizarlo cuando sea el momento, haciendo uso de su conjunto de células diferenciadas, su red de nervios sensibles, hecha de hombres, organizaciones, memoria, experiencia. En tal caso, se dice que el sistema produce menos entropía, o que produce neguentropía, es decir, menos disipación, es decir, información nueva. Ningún sistema complejo de este tipo puede mantenerse indefinidamente igual a sí mismo, sino que debe cambiar, y cuanto más madura el capitalismo más produce los elementos de su propia superación.
Las necesidades de la acumulación han hecho de la sociedad capitalista el modo de producción menos orgánico que ha existido jamás desde el punto de vista de relaciones entre los hombres, separados como están por la división del trabajo y por la necesidad de mediación a través del intercambio; pero también le han hecho el modo de producción más orgánico desde el punto de vista de la producción social, que desde hace ya un tiempo entrelaza al mundo. Al destrozar las relaciones capitalistas la humanidad conseguirá liberar completamente su potencialidad orgánica, uniendo a la producción social toda la variedad de relaciones humanas, incluidas las del hombre con la naturaleza que lo rodea. En ese momento parecerán ridículas todas las propuestas actuales de un capitalismo más vivible desde el punto de vista de las necesidades, del consumo y del lazo con el medio ambiente.
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Equilibrio económico contra organicidad
Un capitalismo en equilibrio es imposible. O lo que es lo mismo: el equilibrio capitalista se basa en la cancelación periódica de capital por medio de crisis incontrolables, agudas o encubiertas. Pero no es absurda, en absoluto, una sociedad que entre en una relación particular con la naturaleza y que encuentre el equilibrio en ellas. La historia nos muestra tanto ejemplos de sociedades expansionistas como de estabilidad y equilibrio. El imperio romano era una sociedad mucho más equilibrada que el capitalismo pero, como este último, muestra una relación directa entre la expansión, la destrucción de recursos y por tanto la necesidad de una expansión posterior: para una flota hacía falta todo un bosque, las legiones tenían necesidad de grano y de dinero, y ya sólo el mantenimiento de la Urbe exigía el acaparamiento de recursos inmensos, etc. Por ello el crecimiento territorial, el único posible en la época, era al mismo tiempo una obligación y un límite. Pero existieron sociedades preclasistas que se configuraron como sistemas en equilibrio. Eran sistemas abiertos desde el punto de vista de intercambio energético, porque usufructaban ya fuera aportes naturales de energía (ríos, climas favorables) como intercambios con otros pueblos, si bien no de tipo mercantil. El Egipto antiguo, por ejemplo, fue relativamente estable e igual a sí mismo durante más de tres milenios gracias a la particularidad del ciclo regular ligado a las crecidas del Nilo. Al depositar periódicamente el limo fértil y húmedo, éstas permitían más cosechas al año, haciendo de un territorio muy limitado un biosistema de alto rendimiento muy particular. Además, los nilómetros escalonados a lo largo del río medían la calidad y cantidad del limo ofreciendo la posibilidad de previsiones sobre las cosechas y, por tanto, ofreciendo una primera forma de programación y de aprovisionamiento de los acopios, como también refleja la Biblia. Todavía exenta de la propiedad, de la explotación del trabajo esclavo y del dinero, esta sociedad podía no acumular y mantenerse prácticamente idéntica en el tiempo en una relación tanto orgánica como exclusiva con la naturaleza. Podía descargar su exuberancia social en construcciones y actividades que hoy en día no alcanzamos a comprender, condicionados como estamos en comparación con ellos por nuestro concepto de exuberancia productiva, es decir, de despilfarro. Hablando de despilfarro, actualmente Egipto bloquea todo el limo del Nilo con la presa de Asuán y compra fertilizantes químicos para sustituirlo; probablemente no obtiene tanto valor en electricidad como le cuestan los fertilizantes, y además mineraliza y por tanto esteriliza un suelo que fue fértil durante 5.000 años.
Hoy en día un biosistema orgánico de alto rendimiento ya no podría venirnos dado por la naturaleza. Pero se podría proyectar perfectamente de manera consciente a nivel mundial por una humanidad que tenga unos medios mucho más desarrollados que los del Egipto antiguo. Una humanidad que ya ha descubierto la antítesis entre el equilibrio económico y la organicidad, pero que por ahora trata este descubrimiento como una curiosidad científica con la que nadie sabe qué hacer.
El fin de los sistemas «productivos»
Ya existe el potencial para cambiar. Sin embargo, no con el capitalismo. Dentro de este sistema no puede haber soluciones ni orgánicas ni abiertas, pese a las previsiones de Popper y su discípulo Soros. No sólo porque el sistema se ha desarrollado definitivamente y ha alcanzado los límites del globo terráqueo, volviéndose un sistema cerrado, sino sobre todo porque necesita acumular y por eso aborrece el equilibrio. También si estuviéramos dispuestos a escuchar a los apasionados de las mentiras sobre la conquista del espacio[1] para volverlo de nuevo abierto en busca de espacio vital en otros planetas, el balance energético para abandonar la Tierra o incluso el sistema solar sólo podría ser negativo: se requeriría más energía de la que se obtendría de cualquier recurso que se fuera a buscar tan lejos. No es posible ninguna evasión espacial de ciencia-ficción.
La humanidad no hará sus cálculos, como ahora, basándose en la improvisación, es decir, no se inventará soluciones existenciales para hoy sin pensar en el mañana, ni mucho menos se limitará al tiempo de un par de generaciones. Por ello, la primera «necesidad» de la humanidad del mañana será la de evaluar seriamente cuál podrá ser su futuro, tanto inmediato como lejano. Puesto que ya se ha establecido que la existencia de todo sistema productivo tiene un límite, esta primera necesidad fundamental será la de adecuar la existencia de la especie a un nuevo sistema que no sea «productivo», sino que produzca según otros criterios. De ahí derivarán las nuevas necesidades, los nuevos consumos y el nuevo modo de vivir de la humanidad en armonía con la biosfera.
[…] El programa inmediato de la revolución contempla el final del sistema productivo y el inicio de un sistema orgánico en el sentido biológico-cibernético (cibernética, literalmente «arte de guiar»; en su acepción moderna: «arte de obtener resultados según un programa»). Dado que, todavía más que en el pasado, ningún individuo ni grupo del tipo de los ya existentes podrá ser depositario de un programa así de vasto, la humanidad deberá dar vida a un organismo de nuevo tipo que represente su devenir y lo anticipe por sí mismo. De ahí el motivo por el cual la Izquierda Comunista «italiana» comenzó a hablar ya en los años 20 del partido como totalidad orgánica en un sentido biológico-cibernético, se esforzó por realizar sus premisas y pretendió que toda la Internacional hiciese lo mismo. Aplicar los adjetivos biológico y cibernético al partido puede parecer una novedad algo osada, pero el concepto es clásico en el marxismo. No nos cansaremos nunca de repetir que la continuidad consiste sobre todo en identificar las invariantes y manejarlas según las transformaciones que se han producido ya. El órgano de la clase no se sustrae a este mismo criterio.
La biología moderna se origina en la segunda mitad del siglo XIX y sólo recientemente se integra con la química, y sobre todo con la física, permitiéndonos utilizarla para reforzar el concepto de organicidad. El término cibernética tiene sus orígenes todavía antes con Ampère, en la primera mitad del siglo XIX, y pasa de concepto a ciencia en torno a la Segunda Guerra Mundial: cada organismo viviente nace, crece y se reproduce según un programa registrado a nivel molecular, el cual establece cuáles deben ser las aportaciones diferenciadas de las partes que se integran en la totalidad. Como se puede ver, no sólo hay una correspondencia general entre la física, la cibernética y la biología, sino que la concepción orgánica de la sociedad futura y del partido que la representa por anticipación ―propia del comunismo y formulada con precisión sólo por la Izquierda Comunista― coincide de forma muy consecuente con el discurso específico que estamos haciendo a propósito de la humanidad futura.
De la producción de mercancías a las necesidades humanas
Si por tanto todo sistema productivo es disipativo y tiene límites físicos no sólo en lo que se refiere a su crecimiento, sino también a su duración incluso sin crecimiento, entonces ¿qué es ese sistema biológico-cibernético que caracterizará a la sociedad futura? ¿En qué consistirán su producción-reproducción, sus necesidades, su consumo?
En los Grundrisse Marx señala que, con el capitalismo, la ciencia se integra en los medios de producción y representa la mayor contribución al desarrollo de las fuerzas productivas sociales. Con este desarrollo se incrementaba también el conocimiento del mundo físico y de sus leyes, por lo que en aquella época el proceso presentaba características de un crecimiento exponencial. Hoy en día todos los mayores estudiosos de los modelos económicos basados en los fenómenos de crecimiento tienen muy en cuenta la aportación de la ciencia, pero todos están también de acuerdo en sostener que hay una «ley de rendimientos decrecientes de la tecnología». El motivo de esta posición unánime es bastante claro: la tecnología es impotente para resolver el problema de la necesidad de crecimiento ligada al ciclo capitalista de producción-consumo. Podríamos tener los mejores descubrimientos científicos, pero si las nuevas mercancías producidas por los nuevos métodos no consiguieran crear nuevas necesidades y por tanto un mercado específico adicional, tales descubrimientos no servirían para nada. Para que la ciencia tenga la posibilidad de manifestar plenamente su poder de innovación, hay que destruir el ciclo capitalista.
Así como la biología, la química y la física se están integrando en un solo conocimiento, también así la economía política se integra, es más, se ve sustituida por la ecología, entendida esta última en su acepción originaria, como ciencia de las relaciones entre los seres vivos y el entorno del que hacen parte, y no como una particular «política» ambiental. Dado que, como habíamos visto, hay un límite físico en todo tipo de economía-producción cuantitativa, estos pasajes en el conocimiento deben conllevar necesariamente en el tiempo también un paso consiguiente a nivel del sistema social. Incluso, si lo entrevemos en la teoría significa que ya está en proceso en la práctica, dado que el pensamiento por ahora se forma a partir de ella. Sea cual sea la duración de las reservas minerales de la Tierra, habrá que pasar de la utilización de materia y energía extraídas para su pérdida y tender hacia un ciclo en el que cada recurso derive cada vez más de una renovación periódica de cuanto ha sido consumido. Y esto no puede ocurrir en un «sistema de producción», sino sólo en un proceso biocibernético, es decir, en un proceso guiado por un programa consciente de armonización entre lo viviente y su habitat, basado en el conocimiento profundo de todos los parámetros de reproducción biológica de gran parte de los recursos. Este proceso no debería ser entendido en absoluto como un imposible e indeseable «retorno a la naturaleza», sino como una máxima aplicación de la ciencia al ciclo vital de la especie. Sólo de esta forma la humanidad podrá tener en cuenta al mismo tiempo las generaciones pasadas y el conocimiento adquirido, las generaciones presentes y las futuras, en una auténtica vida de la especie.
[1] En el texto original balle spaziali, expresión utilizada en la serie de artículos «La cosiddetta conquista dello spazio» (1957 – 1967) disponible aquí [N. de T.]