Matériaux Critiques – Algunas consideraciones sobre la cuestión sindical
Traducimos este texto de los compañeros de Matériaux Critiques y recomendamos
acompañar su lectura junto al Relato de una experiencia militante
Vamos a explicar brevemente nuestro punto de vista sobre la cuestión sindical, a raíz de algunas discusiones que hemos mantenido sobre el tema.
1) Partiendo del Manifiesto Comunista, podemos identificar una posición fundamental que nos ayudará a comprender mejor el problema sindical: la afirmación de que «toda lucha de clases es una lucha política» (Marx-Engels: Le Manifeste du Parti communiste, éditions Science Marxiste, p. 29, París, 1999). Esta afirmación nodal significa que la más elemental de las llamadas luchas “económicas” de resistencia ya es sustancialmente una lucha política. En otras palabras, la dicotomía entre luchas económicas y políticas es errónea y debe combatirse virulenta y permanentemente. De hecho, es un grave obstáculo para la autoemancipación de los trabajadores, porque intenta contener y confinar las luchas proletarias únicamente al marco económico, es decir, dentro de los propios límites del sistema capitalista.
Desde hace varios años, el movimiento obrero inglés se agita sin solución de continuidad en el estrecho círculo de las huelgas por salarios más altos y jornadas más cortas, no como medio de lucha contra la miseria ni como medio de propaganda y organización, sino como objetivo final. Es más, los sindicatos incluso excluyen por principio, en sus estatutos, toda acción política y, en consecuencia, se prohíben a sí mismos participar en cualquier actividad general de la clase obrera como clase.[1]
2) La limitación de las luchas obreras a la esfera económica se deriva del hecho de que una de las funciones que dieron origen a los sindicatos fue la de actuar como representantes comerciales/vendedores de la fuerza de trabajo como mercancía. Como vendedores, los sindicatos intentan negociar y regatear lo mejor que pueden la venta de la mercancía de la que pretenden ser vendedores privilegiados, si no monopolísticos. Esta función “comercial” también explica por qué, desde el principio, los sindicatos han dado prioridad con frecuencia a la defensa de los precios (salarios) de los oficios de los que eran la emanación.
Por esta razón, los primeros sindicatos correspondían a oficios que exigían un alto nivel de “cualificación (y una larga formación) y, por tanto, precios más elevados, como el de los ebanistas, zapateros, tipógrafos, orfebres, etc. También por esta razón, desde el principio, el sindicalismo también estuvo marcado por el corporativismo y la competencia entre trabajadores de distintos oficios, y cada organismo daba prioridad a la defensa de los intereses de sus miembros y de sus conocimientos profesionales. Incluso cuando los sindicatos permitían resistir temporalmente a las intrusiones y a la degradación de la condición de los trabajadores, siempre se trataba de preservar el buen rendimiento de sus mercancías en relación al precio de mercado de la fuerza de trabajo.
Así pues, la naturaleza misma del sindicato está intrínsecamente ligada a la defensa y perpetuación de la relación social salarial. Contrariamente a lo que pensaba Marx, en lugar de la consigna conservadora «Un salario justo por una jornada de trabajo justa», los sindicatos nunca podrán poner en práctica la consigna revolucionaria «Abolición del trabajo asalariado» (K. Marx en Révolution et socialisme. Pages choisies por M. Rubel, p. 92-93, éditions Payot, París 2008). Y por una buena razón: la abolición del trabajo asalariado significa, como condición sine qua non, la abolición de los sindicatos y del sindicalismo.
3) Sin embargo, en los orígenes del movimiento obrero, en la fase de la subsunción formal del trabajo al capital, caracterizada principalmente por la extorsión de plusvalía absoluta, muchos revolucionarios, entre ellos Marx-Engels, consideraban a los sindicatos como «escuelas del socialismo» que desempeñaban el papel de «baluarte contra el poder del capital» (K. Marx en Sociologie critique. Pages choisies por M. Rubel, p. 66, éditions Payot, París, 2008). Pero no todos tenían esa posición.
Así ocurre con la conocida polémica entre el sindicalista revolucionario Pierre Monatte y el famoso anarquista Errico Malatesta[2] sobre esta cuestión: «El sindicalismo, a pesar de todas las declaraciones de sus más ardientes partidarios, contiene en sí mismo, por la propia naturaleza de sus funciones, todos los elementos de degeneración que han corrompido a los movimientos obreros en el pasado. En efecto, al ser un movimiento que se propone defender los intereses actuales de los trabajadores, debe adaptarse necesariamente a las condiciones existentes y tomar en consideración los intereses que priman en la sociedad tal y como existe hoy» (Errico Malatesta: Anarchisme et syndicalisme, 1907, en Articles politiques, p. 156, 10/18, París, 1979).
Debemos así constatar que más de un siglo después de este deslumbrante análisis, la realidad capitalista lo ha confirmado por completo. Se conocen miles de ejemplos trágicos, desde la participación masiva de los sindicatos en la primera matanza capitalista mundial hasta su integración plena y completa en el Estado capitalista como pilar esencial de la democracia social y del fascismo.
4) En su época Marx-Engels expresaron en diferentes momentos sus temores y recelos sobre la capacidad real de los sindicatos para unificar al proletariado para su lucha emancipadora. Por eso la Primera Internacional (AIT: 1864-1872) no se constituyó en modo alguno como un “sindicato”, sino como una organización revolucionaria, en continuidad con la Liga de los Comunistas de 1847, destinada a organizar al conjunto del proletariado mundial no para la defensa de intereses inmediatos y contingentes, sino para luchar por su emancipación total y definitiva. «La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos».
La AIT fue una organización política que llevó a cabo su propia labor de clarificación y de polémica contra las sectas y las falsas conciencias de la época: proudhonianas, bakuninistas, tradeunionistas, blanquistas y otras.
Que la emancipación económica de la clase obrera es, en consecuencia, el gran objetivo al que todos los movimientos políticos deben subordinarse como medio;
Que todos los esfuerzos realizados hasta ahora han fracasado por falta de solidaridad entre los trabajadores de las diferentes profesiones de cada país y de una unión fraternal entre las clases obreras de los diferentes países.[3]
Fue con la II Internacional (1889) cuando se confirmó la trágica separación entre las organizaciones políticas socialistas, que muy pronto se corrompieron por el reformismo y el parlamentarismo, y las organizaciones sindicales, que se limitaban a la esfera de las reivindicaciones económicas. Esta escisión dio lugar a desviaciones socialdemócratas tanto políticas como sindicales, aunque formalmente separadas y distintas. Como reacción a esta legalización de la clase obrera en tanto que capital variable, nacieron organizaciones “sindicalistas revolucionarios” con el objetivo de devolver a la lucha obrera una perspectiva política, unitaria y emancipadora, conforme a la tradición de la Primera Internacional. Este fue el caso, por ejemplo, del anarcosindicalismo de la CNT en España (1910) o, más significativamente, del “sindicalismo industrial” de la IWW[4] en EEUU (1905-23). Pero la trayectoria, la heterogeneidad política y la represión que sufrieron estas organizaciones las destrozaron ante la evolución del capitalismo maduro.
5) La fase de subsunción real del trabajo al capital, caracterizada por el aumento de la plusvalía relativa, se profundizaría y desarrollaría a lo largo del siglo XX provocando grandes transformaciones en la composición técnica de la clase obrera, en la organización del trabajo y en la propia estructura de la sociedad capitalista. Lo mismo puede decirse de la integración progresiva de los sindicatos en los aparatos de Estado capitalistas. Mediante los diversos acuerdos conjuntos y su cooptación en todos los niveles de la dirección capitalista (incluida la pertenencia al Consejo de Regencia del Banco Nacional de Bélgica), estos fueron reconocidos como los gestores y representantes colectivos, legales y designados del capital variable. Este nuevo e importante refuerzo de la dominación del capital sobre el conjunto de la sociedad fue percibido por diversas fracciones —aunque muy minoritarias— de la clase obrera. Así, a partir de los años 20 algunas minorías políticas de distintos orígenes percibieron y subrayaron este cambio sustancial en la naturaleza del sindicalismo debido su plena integración en el Estado capitalista.
Para el proletariado, como clase, el movimiento sindical es un callejón sin salida en el estado actual del capitalismo. Mientras que en el siglo pasado los sindicatos representaban los órganos de unificación del proletariado para resistir a la caída de los salarios, hoy representan organismos a través de los cuales se introduce la desigualdad de condiciones y situaciones en la clase proletaria. Para muchos son un instrumento inútil, para otros un medio de acumular privilegios y salvaguardarlos mediante compromisos de clase.[5]
Y también:
Los sindicatos han llegado al final de su evolución independiente y desde 1914 han entrado en un nuevo periodo, el de su integración en el Estado capitalista. Tendían a ello desde hacía mucho tiempo, pero fue necesaria la guerra de 1914 y los servicios que prestaron entonces al capitalismo en la Sagrada Unión para que el Estado les concediera puestos en sus consejos. De este modo demostraron su poder sobre la clase obrera y se convirtieron así en auxiliares inestimables del capitalismo.[6]
Pero este mismo tipo de crítica ya había aparecido mucho antes, sobre todo durante la revolución abortada en Alemania a principios de los años 20, con la aparición del KAPD: el Partido Obrero Comunista de Alemania[7].
El carácter contrarrevolucionario de las organizaciones sindicales es tan conocido que muchos empresarios en Alemania sólo emplean a trabajadores que pertenecen a una agrupación sindical. Esto revela al mundo entero que la burocracia sindical desempeñará un papel activo en el futuro mantenimiento del sistema capitalista, que está rompiendo todas sus costuras. Los sindicatos son así, junto a los fundamentos burgueses, uno de los principales pilares del Estado capitalista. La historia sindical de los últimos 18 meses ha demostrado ampliamente que esta formación contrarrevolucionaria no puede transformarse desde dentro. La revolucionarización de los sindicatos no es una cuestión individual: el carácter contrarrevolucionario de estas organizaciones se encuentra en su estructura y en su propio sistema específico. Solo la propia destrucción de los sindicatos puede despejar el camino a la revolución social en Alemania. La construcción socialista necesita algo más que estas organizaciones fósiles.[8]
Esta polémica resurgirá de forma muy violenta en el III Congreso de la Internacional Comunista de 1921, que vio la exclusión de facto del KAPD y la victoria de la línea oportunista del “entrismo” en los sindicatos, incluso en aquellos que eran abiertamente contrarrevolucionarios. Unos años más tarde, Anton Pannekoek volvería sobre esta cuestión en su libro más importante Los consejos obreros:
Los sindicatos son ahora organismos gigantes cuyo lugar en la sociedad es bien reconocido. Su posición está regulada por la ley, y los acuerdos que alcanzan tienen fuerza legal para todo un sector industrial. Sus dirigentes aspiran a formar parte del poder que determina las condiciones de trabajo. Forman el aparato a través del cual el capitalismo monopolista impone sus condiciones a toda la clase obrera. […] Así, las condiciones que prevalecen hoy en día han hecho que, más que nunca, los sindicatos se hayan transformado en el órgano de dominación del capitalismo monopolista sobre la clase obrera.[9]
6) Más allá de estos pocos recordatorios de la crítica histórica de los revolucionarios respecto a lo que fueron los sindicatos y en lo que se han convertido, aún nos quedan algunos globos por desinflar. Ahora, a la luz de más de un siglo de entrismo dentro de los sindicatos para supuestamente cambiar su naturaleza o dirección, tenemos toda la retrospectiva que necesitamos para ver la absoluta inutilidad de semejante posición. No sólo ningún sindicato ha cambiado su naturaleza, sino que, por el contrario, todos se han integrado cada vez más con el Estado, a veces hasta el punto de sustituirlo estructuralmente, como ocurrió en Polonia[10], para garantizar la perpetuación de la paz social capitalista.
Las innumerables deserciones de sus afiliados y el hecho de que se hayan convertido, según sus propias palabras, en “sindicatos de servicios”, al igual que las compañías de seguros, las mutuas y otras asociaciones de consumidores, ha hecho que los sindicatos pierdan la pequeña conflictividad espectacular que el Estado necesitaba para justificar una oposición fuerte y no demasiado abiertamente cómplice. Representan así uno de los eslabones débiles de la crisis de representatividad democrática. A diferencia de los partidos intercambiables entre sí y abiertamente corruptos, los sindicatos podrían haber jugado la carta de “independientes” o “combativos”. Sin embargo, sus vínculos estructurales con los partidos políticos, las asociaciones patronales, los gobiernos, los municipios, los organismos intermunicipales, etc. a todos los niveles del Estado, hacen que ya no sean en modo alguno “contrapoderes” creíbles.
Hoy «la tasa de sindicalización en Francia en 2016 era del 19,1% en la función pública, mientras que era del 8,4% en el sector privado. La tasa de sindicalización en el conjunto de Francia, incluidos los sectores público y privado, fue del 11% en 2016, ligeramente inferior al 11,2% de 2013, última cifra publicada, según las estadísticas del Ministerio de Trabajo publicadas el martes. Existe una marcada disparidad entre los sectores público y privado, con una tasa del 19,1% en la función pública (19,8% en 2013) y el 8,4% (8,7%) en el sector privado, según el departamento de estadística del Ministerio»[11].
Esta tasa de sindicalización, ridículamente baja, tiene que ser rebajada aún más por los miles de militantes estalinistas, izquierdistas, trotskistas, maoístas y anarquistas que, durante generaciones, han sido los únicos en dar una “segunda vida” a los cadáveres sindicales en descomposición. A fuerza de querer reformar el aparato sindical y asumir responsabilidades en su seno, se han convertido casi todos en los nuevos jefecillos; la encarnación misma de la burocracia sindical que decían querer combatir.
La paradoja del entrismo ha sido llevada al extremo de su depravación contrarrevolucionaria, ya que efectivamente ha conseguido en muchas ocasiones hacerse con la dirección de los sindicatos, solo para perpetuarla bajo un barniz algo más radical, sustentado en la misma lógica mercantil de vendedores y gestores de la fuerza de trabajo. Evidentemente, esta lógica implica intrigas, traiciones y corrupción, así como el control permanente de sus miembros en la aplicación estricta de sus rituales espectaculares y catárticos (desfiles carnavalescos del sábado o del domingo). En otros países, la tasa de sindicación es mucho mayor, pero esto no se debe a un deseo de luchar o de cambiar el mundo. Al contrario, se trata de países en los que los servicios sindicales están tan bien integrados que la afiliación es evidente por sí misma como una forma de protección a modo de una compañía de seguros, o incluso como una obligación contractual en algunos oficios.
Es más, las centrales obreras de los principales sindicatos se han convertido en una minoría frente a las de las “clases medias asalariadas”. En Bélgica, por ejemplo, son los sindicatos los que se encargan de controlar y pagar las prestaciones de desempleo. Además, cada año la patronal paga a los miembros del sindicato una “prima sindical” correspondiente a una parte de sus cotizaciones.
La tasa de sindicalización en Bélgica fue del 53% durante el periodo 2010-2016, lo que representa un ligero descenso de 0,7 puntos porcentuales en comparación con el periodo 2000-2009. Sólo los países escandinavos tienen una tasa de sindicación superior a la de Bélgica. El elevado número de afiliados a los sindicatos y el alto nivel de sindicalización en Bélgica se deben, en particular, a que los sindicatos participan en el pago de las prestaciones por desempleo, pero no es la única razón.[12]
Mediante su estricto compromiso de no convocar ninguna huelga que no sea con preaviso, los sindicatos consiguen en muchos convenios colectivos recuperar una parte de la caída de los salarios reales o alguna otra “ventaja” en las condiciones de trabajo. La huelga legal con prohibición de piquetes y bloqueos se ha convertido en un simulacro.
Hace ya tiempo que las principales funciones de los sindicatos no son la lucha reivindicativa, sino «la participación sindical en los órganos de gestión de la seguridad social; prácticas heredadas del pasado (pago de prestaciones por desempleo por parte de los sindicatos en Bélgica); la prestación de servicios de protección social (por ejemplo, en Estados Unidos); la oferta de servicios tan diversos como la asistencia jurídica en los litigios relativos a las relaciones laborales individuales; la organización de actividades turísticas o de ocio»[13].
7) Uno de los principales argumentos utilizados por todos los “leninistas” para justificar la política de entrismo sindical, aparte del hecho de estar en contacto con las “masas trabajadoras”, hoy totalmente ausentes de las secciones sindicales, es el de la oposición mítica entre las “buena base” y los “burócratas, arribistas y maniobreros”. El fundamento de esta cuestión reside en el proceso de burocratización más o menos inherente a toda organización, que la lleva a convertirse no en un medio, sino en un fin en sí misma. No queremos entrar aquí en una crítica detallada del concepto de burocracia ampliamente utilizado por un grupo “semi-trotskista” como Socialisme ou Barbarie[14] para explicar el enigma que representa para ellos la naturaleza de la URSS. Ante todo, queremos señalar que se trata de un proceso particular de organización, de autonomización de ciertas funciones intermedias, la mayoría de las veces administrativas, que dan a su poseedor una parcela del poder de la clase dominante organizada en Estado y empujan a su poseedor a conservar y aumentar su estatus. Así pues, existe una burocracia estatal que puede desglosarse en una burocracia industrial, una burocracia de partido… y, por supuesto, una burocracia sindical.
El espíritu burocrático es fundamentalmente jesuítico y teológico. Los burócratas son jesuitas de Estado y teólogos de Estado. […] Puesto que la burocracia es, en esencia, “el Estado como formalismo”, también es el Estado en cuanto a su finalidad. La verdadera finalidad del Estado le aparece así a la burocracia como una finalidad contraria al Estado. El espíritu de la burocracia es “el espíritu formal del Estado”. […] En cuanto al burócrata individual, hace del fin del Estado su fin privado: es la maldición de los cargos altos, el arribismo.[15]
La burocracia sindical es aquella que, a fuerza de codearse con el jefe, se identifica con él hasta el punto de considerarse mejor gestora que él por el hecho de representar a toda la “comunidad de trabajo”. Para quienes han tenido la dolorosa experiencia de tener como jefe a un antiguo sindicalista de “izquierdas”, no hay peor calvario, porque es el ladrón convertido en policía. El sindicato es una empresa totalmente constituida y estructurada de arriba abajo.
Para convertirse en permanentes, los delegados de base deben demostrar, como en cualquier empresa, su eficiencia, eficacia y compromiso ideológico. Es más, tienen que estar inscritos en las listas sindicales antes de poder presentarse (y ser protegidos) a cualquier cargo representativo. Incluso “a escondidas”, algunos izquierdistas han intentado convertirse en dirigentes sindicales y su intento implica tal apego a la estructura y tal participación en sus depravaciones que se asimilan inexorablemente a ella. Lo mismo ocurre con cualquier policía que se infiltre en la mafia; siempre está totalmente comprometido y corrompido.
Los sindicatos son probablemente una de las empresas que más desprecian a sus empleados, porque además del “patriotismo de fábrica”, siempre pueden tocar la vieja fibra “militante” para hacerles trabajar más, es decir, para que los que aún piensan que pueden ser defendidos por esta estructura alienada y alienante se traguen —como mal menor— todos los sapos capitalistas. No hay sindicatos sin burocracia (y no es la CNT anarquista la que puede contradecirnos), del mismo modo que no hay burocracia sin la organización capitalista del trabajo.
El método de la burocracia sindical no difiere del de la patronal. Consiste ante todo en dividir. Se siembra la desconfianza y la sospecha entre los trabajadores: «iréis a la huelga, pero los otros no os seguirán, aunque finjan hacerlo. Os abandonarán en pleno movimiento». Se intenta desacreditar a los más combativos. «Tú estás a favor de la huelga porque no tienes hijos que alimentar». Se critica a quien quiere parar por no haberlo hecho en movimientos anteriores. Se busca desacreditar a los que están a favor de la huelga con argumentos políticos. Se da información falsa sobre la situación en otros sectores para hacer creer que el resto de obreros no están de acuerdo.[16]
8) Queda por considerar la actitud a adoptar en caso de lucha contra los sindicatos y los compañeros de trabajo, sindicalizados o no. Una huelga se prepara y generalmente es desencadenada por una minoría de trabajadores que, mediante discusiones, panfletos, paros, sabotajes, pequeñas manifestaciones internas en la fábrica, asambleas o un comité de huelga, proporcionan la chispa que desencadena el conflicto. Por tanto, esta minoría se organiza de antemano en función de los objetivos y los métodos a utilizar.
No puede haber huelga sin organización. Esto implica necesariamente expresiones económicas, políticas, estratégicas y tácticas. Son los trabajadores que inician el conflicto los que se comprometen, independientemente de sus creencias o afiliaciones, a dirigir la lucha y, para ello, a extenderla a otros talleres, subcontratas y otras fábricas, con el fin de imponer un equilibrio de poder que permita continuar la lucha bajo el estricto control de los implicados. Son las necesidades de los trabajadores las que deben guiar la lucha y dar lugar a una creatividad ilimitada en su puesta en práctica.
Pero lo que les ha faltado hasta ahora a los elementos más radicalizados es la capacidad de dar el paso, de pasar de desafiar a los sindicatos a organizar por su cuenta a trabajadores combativos, sindicalizados o no.[17]
Desde el principio, los aparatos sindicales intervienen para impedir o vigilar el movimiento, para desviarlo hacia un formalismo legalista o para “popularizarlo” ahogándolo en una “solidaridad” artificial de ciudadanos, alcaldes u otros representantes políticos. El teatro mediático y sus intermediarios designados toman entonces el relevo para sofocar la lucha, incluso mediante una generalización espectacular, desposeyendo así a los trabajadores de su voz y de sus acciones hasta desmoralizarlos por completo. Existen muchas variantes de este esquema, y no hay fórmulas milagrosas, salvo la exigencia permanente de mantener una organización obrera autónoma, controlada y dirigida por quienes son los principales actores de la lucha y de su inicio.
La delegación, el voto, la representatividad, la revocabilidad y otros artilugios formales nunca son en sí mismos garantías; incluso funcionan más bien como medios para romper democráticamente la huelga. Y luego suele ser el entierro de primera clase con el pretexto de victorias, victorias muy parciales, y vuelta a la prisión salarial. Como nos dice el Manifiesto: «A veces los trabajadores triunfan, pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es tanto el éxito inmediato como la creciente unidad de los trabajadores» (Marx-Engels: Le Manifeste du Parti communiste, ediciones Science Marxiste, p. 29, París, 1999).
Pero cuando esta creciente unidad no existe o se disuelve, es mejor reconocer la derrota y aprender de ella, en lugar de consolarse con falsas ilusiones o victorias pírricas. Es más apropiado y operativo estar fuera de las estructuras, para ganar la altura y la independencia necesarias para producir una crítica relevante que no esté imbuida de una subjetividad demasiado marcada por experiencias parciales y contingentes. Parafraseando a Lenin, «más vale nada que nada».
9) En la actual situación de crisis de la democracia representativa y de retorno del “populismo” mezclado con neofascismo, la pérdida del papel de los sindicatos es uno de los elementos más problemáticos para el capital. Sin ellos y sin su cogestión generalizada, el Estado se encuentra cada vez más sin estructuras intermedias, sin amortiguadores sociales capaces de jugar el juego de la “oposición a su majestad” o incluso, en determinadas circunstancias, de oponerse con mayor virulencia a una determinada reforma. En semejante configuración política, resulta aún más fútil e ilusorio creer en la “recreación” de un “sindicalismo de combate”, a menudo calificado de “rojo”. El resurgimiento de la autonomía de los trabajadores, que incluye necesariamente una crítica del trabajo, implicará y se concretará necesariamente en otras formas de organización que unan indisociablemente las luchas económicas y políticas y utilicen los métodos históricos de la “acción directa”. La destrucción de los viejos sindicatos será una necesidad en lo que volverá a ser un enfrentamiento de clase contra clase.
Es la propia forma organizativa la que hace a las masas más o menos impotentes y les impide hacer del sindicato el instrumento de su voluntad. La revolución sólo puede triunfar destruyendo este organismo, es decir, derribando esta forma organizativa de arriba abajo para que surja de ella algo completamente distinto.[18]
Enero 2022
Fj y Marcm
Bibliografía
Libros
- Denis Authier : La gauche allemande (Textes), supplément au n°2 d’Invariance, 1973.
- Dennis Authier et Jean Barrot: La gauche communiste en Allemagne (1918-1921), Payot, Paris, 1976.
- Corale: Capitalisme-Syndicalisme: Même combat, Spartacus, Paris, 1974.
- Herman Gorter: Réponse à Lénine, 1920, Librairie ouvrière, Paris, 1930.
- Claude Lefort: Éléments d’une critique de la bureaucratie, Gallimard, Paris, 1979.
- Errico Malatesta: «Anarchisme et syndicalisme», 1907, in Articles politiques, p.156, 10/18, Paris, 1979.
- Marx- Engels: Le Manifeste du Parti communiste, éditions Science Marxiste, Paris, 1999.
- Marx-Engels: Le syndicalisme1, présenté par R. Dangeville, Maspero, Paris, 1972.
- Marx in Révolution et socialisme. Pages choisies par M. Rubel, p.92-93, éditions Payot, Paris 2008.
- Marx in Sociologie critique. Pages choisies par M. Rubel, éditions Payot, Paris 2008.
- Marx: «Critique de la philosophie politique de Hegel», in Œuvres, Philosophie, Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, Paris, 1982.
- Matthieu Léonard: L’émancipation des travailleurs; Une histoire de la Première Internationale, La fabrique éditions, Paris, 2011.
- Pannekoek: Les conseils ouvriers, éditions Bélibaste, Paris ,1974.
- Benjamin Péret et G. Munis: Les syndicats contre la révolution, 1960, Éric Losfeld/Le terrain vague, Paris, 1968.
Páginas web
- https://maitron.fr/spip.php?article24500
- https://materiauxcritiques.wixsite.com/monsite/archives
- https://www.europe1.fr/societe/aujourdhui-le-taux-de-syndicalisation-en-france-est-de-113 775085#:~:text=Aujourd’hui%2C%20le%20taux%20de,en%20France%20est%20de %2011%
- https://www.lavenir.net/cnt/dmf20190516_01335892/en-belgique-la-popularite-des-syndic ats-ne-faiblit-pas
- http://homepages.ulb.ac.be/~sodorcha/doc/RCTNM/2014-2015/Acteurs123_RCTcours%2 02_10022015_donn%C3%A9_NB.pdf
- https://archivesautonomies.org/IMG/pdf/gauchecommuniste/gauchescommunistes-ap1952/unionouvriere/UO-n03.pdf
_________________________
[1] Engels a Sorge, 03/10/1872, en: Marx-Engels: Le syndicalisme T.1, presentado por R. Dangeville, p.214, Maspero, París, 1972
[2] Citamos con un placer no disimulado a este luchador obrero, frente a aquellos para los que no puede existir nada fuera de su secta autoproclamada. El arma de la crítica es también en primer lugar la de la autocrítica. Para más información sobre P. Monatte, véase https://maitron.fr/spip.php?article24500
[3] «Estatutos provisionales de la AIT» en Matthieu Léonard: L’émancipation des travailleurs. Une histoire de la Première Internationale, p. 365, La fabrique éditions, París, 2011.
[4] Para un estudio más detallado del contexto y el nacimiento del S.I.T. remitimos a nuestros lectores a nuestro análisis La soumission du procès de travail au procès de valorisation au travers de l’exemple du mouvement ouvrier américain (1887 – 1920) disponible en https://materiauxcritiques.wixsite.com/monsite/archives
[5] L’Ouvrier Communiste, n°4/5, noviembre de 1929, en https://archivesautonomies.org/spip.php?article943
[6] Benjamin Péret y G. Munis: Les syndicats contre la révolution, p. 41, 1960, Éric Losfeld/Le terrain vague, París, 1968, disponible en castellano en https://barbaria.net/2023/02/05/cuaderno-g-munis-los-sindicatos-contra-la-revolucion
[7] Para conocer mejor esta importante corriente, nos remitimos a la obra de Dennis Authier y Jean Barrot: La izquierda comunista en Alemania (1918-1921), Zero Zyx, 1978
[8] «Programme du KAPD», mai 1920, p. 8-9 en Denis Authier: La gauche allemande (Textes), supplément au n°2 d’Invariance, 1973
[9] A. Pannekoek: Les conseils ouvriers, «Le syndicalisme», capítulo escrito entre 1942/43, p. 149/150, publicado por Bélibaste, París, 1974
[10] Lech Wałęsa, presidente de la República de 1990 a 1995 y líder carismático del sindicato Solidarność, posibilitó la transición democrática impidiendo cualquier movimiento demasiado radical y la vuelta a la normalidad capitalista y católica
[11] https://www.europe1.fr/societe/aujourdhui-le-taux-de-syndicalisation-en-france-est-de-11-3775085#:~:text =Aujourd’hui%2C%20le%20taux%20de,en%20France%20est%20de%2011%
[12] Cf. https://www.lavenir.net/cnt/dmf20190516_01335892/en-belgique-la-popularite-des-syndicats-ne-faiblit-pas
[13] http://homepages.ulb.ac.be/~sodorcha/doc/RCTNM/2014-2015/Acteurs123_RCTcours%20210022015don n%C3%A9_NB.pdf
[14] Sobre la posición de SoB, ver al respecto Claude Lefort: Éléments d’une critique de la bureaucratie, Gallimard, París, 1979
[15] K. Marx: «Critique de la philosophie politique de Hegel» (1843), p. 921,922, Œuvres Philosophie, Bibliothèque de la Pléiade Gallimard, París, 1982
[16] D. Mothé en Corale: Capitalisme-Syndicalisme: Même combat, p.29, Spartacus, París, 1974. Daniel Mothé fue militante de Socialisme ou Barbarie, donde escribió muchas columnas sobre la clase obrera, ya que él mismo fue obrero fresador en la fábrica Renault durante muchos años. Luego se convirtió en sociólogo y gran defensor de la autogestión. Cf. https://maitron.fr/spip.php?article139883
[17] Union Ouvrière, pour l’abolition de l’esclavage salarié, nº 3, 1975. Para una lectura interesante del diario de este grupo, ver en https://archivesautonomies.org/IMG/pdf/gauchecommuniste/gauchescommunistes-ap1952/unionouvriere/UO-n03.pdf
[18] Herman Gorter: Réponse à Lénine, p. 28, 1920, Librairie ouvrière, París, 1930