Nada se elige en las elecciones
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LA GRAN FIESTA DE LA DEMOCRACIA
A algún cretino se le ocurrió llamar a las elecciones “la gran fiesta de la democracia”, siendo cierto en el sentido de que las elecciones son el principal argumento de una gran mentira que el capital celebra cada 4 años.
Nada se elige en las “elecciones”, más allá de ratificar la gestión política de un modo de producción (el capitalismo) catastrófico que nos arrastra a la destrucción.
No se elige la subida de los precios, no se elige la política energética, no se elige el coste de las viviendas… ninguna de las cuestiones que cruzan de parte a parte nuestra supervivencia están al margen del curso de la economía política, ese engranaje automático hecho de explotación, guerra, miseria… y consagrado a la acumulación del capital y el beneficio de una minoría frente al empobrecimiento de la inmensa mayoría.
Las elecciones solo encubren esta realidad.
No sólo no elegimos nada realmente consistente, sino que nada es elegible en el reino de la mercancía. Si realmente nos plantearan “votar” la subida o no de los precios de los alimentos, la decisión mayoritaria (lógicamente bajarlos) no tendría aplicación práctica, la dinámica económica del capital se impondría por su propia lógica dictatorial a cualquier “voluntarismo” bien intencionado.
La “elección democrática” se da realmente en dos vías:
- Seleccionar una caterva (léase, gobierno de turno) de oportunistas, cínicos y canallas, que colocándose en supuestas posiciones antagónicas (izquierda y derecha) gestionarán el curso criminal de la economía capitalista, de forma análoga unos y otros.
- Apuntalar, con un gesto vacío, un sistema que no puede ser “reformado”, al que toda “reforma” hace más fuerte y al que solo nos podemos enfrentar desde la revolución mundial, su organización y su programa histórico.
DEL CASTIGO AL MAL MENOR
La abstención muchas veces es la reina de la fiesta, ganando al partido más votado. No nos engañamos, sabemos que abstenerse no supone un aumento de la conciencia crítica hacia el estado actual de las cosas, aunque sí supone algo: la mayoría sabe que votando nada cambia, todo permanece en su podredumbre y sigue su curso. Es la evidencia de una constatación lógica: el hartazgo de un circo sin gracia alguna.
Pero el sistema necesita de la legitimidad, necesita hacerse creer y hacernos creer que participamos en él, que creemos en él. Necesita que digamos una y otra vez que, a pesar de su evidente desnudez, “el rey va vestido”, aunque sea mal vestido, aunque vaya hecho un hortera.
Y necesita que votemos (aunque sea unos cuantos), necesita sus estadísticas y ese acto religioso, solitario, sin debate real, sin conciencia real que es echar un papel en una especie de pecera que sabemos está llena de tiburones. La forma de “elegir” que nos impone el capital representa gráficamente su esencia más cruel: atomizada, neurótica, absurda… escogiendo entre un puñado de mercancías políticas que sustancialmente son lo mismo y sin duda servirán a los mismos amos.
Hoy por hoy, solo dos motivaciones nos llevan a votar:
- Castigar al gobierno saliente, por hacerlo tan mal (quizás hasta peor) como estaba previsto y contribuir a que nuestra supervivencia sea más asfixiante y mezquina.
- Elegir entre lo malo y lo peor, como si a semejante chantaje se le pudiera llamar “elección”.
Esta segunda opción es la principal baza que se volverá a jugar en las próximas elecciones para intentar aumentar el número de votantes. Es decir, plantearnos que los ciertamente corruptos PPeperos y sus socios casposos de la ultraderecha suponen una amenaza mayor que una izquierda que ha hecho la política más dura del capital, haciéndola pasar (como si fuésemos idiotas) por una política de progreso y defensa de los intereses de los trabajadores.
Para ello recurrirán al recurso de siempre, implorar un gran frente antifascista.
Se podría reprochar, sin embargo, que la presencia de las autodenominadas fuerzas progresistas ofrece a buena parte de la población un balón de oxígeno imprescindible para sobrellevar la, ya de por sí, dura vida dentro del capital. Pero entonces estaríamos cayendo en su mistificación ideológica, creyéndonos con la potestad de decidir sobre nuestro destino en el estrecho marco que nos ofrece el sistema. Les otorgaríamos a toda esta caterva de politicuchos unas capacidades que no les son propias. Sus discursos y promesas, sus campañas y mentiras, no ofrecen más que una panorámica de las tendencias ya patentes en la calle. Y del mismo modo que los grupos más conservadores no tienen la capacidad de provocar retrocesos sociales, sino que ratifican los prejuicios racistas, patriarcales, lgtbifóbicos, etc. ya existentes, los partidos de la izquierda del capital no pueden revertir las consecuencias devastadoras de una crisis del capital cada vez más agudizada.
Detrás de todas estas medidas sociales, tanto las aparentemente progresistas como las más abiertamente reaccionarias, no se revela otra cosa que la impotencia de un sistema de partido al que cada vez se le permite un marco de actuación más estrecho; y como buenos mercaderes no tienen otra opción que engalanarse con un marketing impactante que los diferencie del resto de la competencia.
Pero nosotros lo tenemos claro. Para el proletariado el único campo de acción es la lucha de clases.
EL FRENTISMO COMO DEFENSA DEL CAPITALISMO
Nada nuevo bajo el sol. Cuando la izquierda del capital ve agotada su capacidad de recuperar el rechazo al mundo realmente existente, y ha dejado bien claro que no está aquí para cambiar nada, sino para que todo siga igual… entonces debe agitar el fantoche del fascismo y sacar del baúl de los recuerdos los mitos de la guerra civil, los frentes populares y la lucha antifascista.
Si bien aquellos mitos nunca fueron tal cosa y el olor a naftalina estalinista tira de culo, hay algo que siempre funciona: alegar al miedo.
“Cuando ganen los malos os vais a enterar”. Es esa amenaza que exalta el miedo y nos pone en un incierto y lúgubre futuro donde perderemos todos nuestros “derechos” y seremos sometidos por una bestia parda. En ese futuro no podremos mantener nuestra casa, vendrá la policía a echarnos y si protestas te caerá encima todo el peso de una ley injusta y mordacera; la juventud no podrá salir de casa, porque aunque tengan trabajo los precios de la vivienda serán más altos que la luna; no llegaremos a final de mes, a pesar de currar como bestias en uno, dos o tres trabajos de mierda; y eso en el hipotético caso de tener trabajo, porque lo normal será que pases temporadas más o menos largas en el paro; olvídate del ocio, ese espacio entre una jornada y otra de explotación; y no intentes cruzar la frontera, la guardarán policías armados a ambos lados y serás aplastado contra su valla, tu muerte será saludada por un “nazifascista” ministro del interior; y un sinfín más de horrores que nos depara ese negro y truculento futuro… y todo esto será terrible, si no fuese porque todo esto ha sido y es ya el saldo rápido y de puntillas de los últimos largos tiempos y del gobierno más progresista de la historia de España. Como consecuencia lógica de la política capitalista y el futuro (gobierne el cabrón que gobierne) seguirá esa tónica y no otra. Lo peor lo garantiza este sistema y su curso histórico, gobierne quien gobierne.
Que nos ofrezcan unirnos y luchar todos juntos y revueltos contra una derecha que no es más que la otra cara de la moneda de la izquierda del capital, es perverso. Que nos ofrezcan convertirnos en un todo “ciudadano” en defensa de su democracia y de unos derechos de papel que son la otra cara de la moneda de la explotación y el hastío es un descaro vergonzoso. Que finalmente nos quieran echar las culpas si gana esa derecha que es su mismo reflejo sin distorsión alguna es un mal chiste.
Unos y otros seguirán pidiéndonos que acabemos con el palo con el que nos pega el capital para reemplazarlo por otro palo que nos siga pegando. No dejarán de gritar que los próximos criminales que gestionen su cotarro nos cortarán las dos manos, callando que ellos ya nos cortaron una (porque son el mal menor) y esperando a renovar legislatura para cortarnos la otra.
No hay verdadera elección entre la izquierda y la derecha. Son los colores diferentes de una misma gestión del capital, cada vez más catastrófica y perversa. No hay mal menor. No hay mejora real de nuestras condiciones en este sistema. Nuestra única opción es enfrentarnos a él, directamente, en su globalidad, desde fuera y en contra del Estado.