El dinero en el capitalismo
En un texto anterior tratamos el fetichismo de la mercancía, cuya definición fundamental consiste en que las relaciones sociales se disfrazan de cosas y el movimiento de las cosas, de las mercancías, rige el conjunto de la vida social. Como hablamos ya, Marx comenzó por el fetichismo de la mercancía porque era lo más abstracto y, por eso, lo más sencillo. A partir de ahí, sin embargo, el fenómeno del fetichismo, es decir, la cosificación de las relaciones sociales, sigue extendiéndose para involucrar categorías cada vez más complejas. Es el caso del dinero, del que vamos a hablar ahora.
La percepción cotidiana que tenemos todos se funda en que quien es rico lo es porque tiene dinero. Razonando un poco se puede llegar a replicar que la inflación o que la amenaza de corridas bancarias, pero mientras todo vaya como siempre, rico es quien tiene dinero, así que el dinero en sí mismo es riqueza: es valor. Tan es así que cuando queremos representar la riqueza escribimos el símbolo del dólar.
Los burgueses ante esta definición tan ingenua se sonríen. Para ellos el dinero es simplemente un instrumento de medición, una unidad de medida como lo puede ser el gramo para el peso o el metro para la longitud. El dinero sería una tecnología para facilitar el intercambio de mercancías, inventada para resolver los problemas que genera el trueque y que se podría datar ya desde finales del neolítico. El valor, la verdadera riqueza, está contenida en las mercancías y el dinero solo las sustituye momentáneamente, a la espera de volver a transformarse en una mercancía. En el fondo, el dinero es un producto del consenso social (o del autoritarismo del Estado, según se mire) o lo que viene a ser lo mismo: en el fondo, el dinero es falso, no tiene valor, es un artificio, una mera herramienta para intercambiar mercancías.
A su vez Marx se sonríe y recuerda a los burgueses que pueden tener esa impresión cuando las cosas van bien, pero que en los momentos de crisis económica, cuando todo ha saltado por los aires, ninguno de ellos quiere tener un almacén lleno de mercancías invendibles, sino dinero contante y sonante, liquidez, digan lo que digan los manuales de economía. Tampoco la primera definición es verdadera, pero quizás se acerca más a la verdad: porque en el capitalismo, el dinero es el rey de las mercancías, es la mercancía absoluta.
Recordemos que una mercancía tiene valor de uso y valor de cambio. El valor de cambio viene determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesario que se ha requerido para producirla. Es por eso que podemos comparar valores de uso muy diferentes y determinar que una camiseta vale 5 barras de pan y una barra de pan vale 2 cebollas. Pero ¿cuántas cebollas vale una camiseta? Esta forma relativa de expresar el valor de cambio es limitada. Lo más sencillo es tomar como referencia el valor de una mercancía en concreto, como el oro, y utilizarlo para medir el valor de las demás: una camiseta vale 5 gramos de oro, una barra de pan vale 1 gramo y una cebolla 0,5 gramos. El oro se convierte así en equivalente general. ¿Cómo lo ha hecho? No porque sea una medida inventada, como el gramo o el metro, sino porque el oro mismo es una mercancía con un valor, es decir, con un tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla. Si se introdujera nueva maquinaria el doble de potente en las minas de oro y en una hora se sacara el doble de oro, entonces la camiseta valdría 10 gramos de oro, la barra de pan 2 y la cebolla 1 gramo. El dinero no es una unidad de medida inventada, pero tampoco es el único que tiene valor: es una mercancía más cuyo valor se toma de referencia para ser medida de valor del resto de mercancías.
Este paso, que puede ser visto como un mero arreglo técnico, sin embargo es mucho más profundo: es el fetichismo del dinero. En la mercancía conviven valor de uso y valor de cambio. Con la aparición del dinero como equivalente general, el valor de cambio se independiza y la mercancía se queda como mero valor de uso. El comprador se interesa por la barra de pan por su valor de uso, porque quiere consumirla, y para acceder a ella entrega su valor de cambio en la forma de dinero. El valor se ha autonomizado de la mercancía y se presenta frente a ella para el intercambio. La mercancía se convierte en una cosa anhelante de transformarse en dinero. El dinero es así una relación social concentrada frente a las cosas. Es la mercancía absoluta, el máximo representante de la riqueza social, porque es la llave para conseguir cualquier mercancía: de aquí surge la impresión de que solo el dinero es riqueza. Pero, como dice Marx, si bien el dinero es el rey de las mercancías, para ser rey se necesita que el resto acepte ser súbdito: el dinero solo puede representar la riqueza social porque el resto de mercancías tienen un valor que puede reflejar.
Así que cuando la riqueza se representa con el signo del dólar y se define el dinero como la única forma de riqueza, se cae en un error causado por esta autonomización, por esta forma de fetichismo que induce la primera función del dinero como medida de valor. A esto contribuye también su función como medio de atesoramiento, es decir, como reserva de valor: en lugar de gastar todo el dinero de golpe en más mercancías, lo ahorro y voy gastándolo poco a poco. Así, el dinero que atesoro es riqueza social acumulada, independiente de toda otra mercancía pero con capacidad de acceder a cualquiera de ellas.
Si la percepción inmediata del dinero como riqueza nos viene por sus funciones de medida de valor y medio de atesoramiento, por el contrario los economistas caen en el error de considerar el dinero un instrumento, una unidad de cuenta, a causa de la función de ser medio de cambio.
Ciertamente es un error que les conviene, porque al reducir el dinero a un mero instrumento se le quita su carácter histórico y se puede situar su nacimiento en la prehistoria, como se hace normalmente. Así el dinero, que es valor autonomizado, relaciones sociales capitalistas cosificadas, se convierte en algo natural y ahistórico. Pero el dinero con todas sus funciones, especialmente la de medida de valor, sólo puede existir en el capitalismo: antes de ello había moneda para cambiar unas mercancías por otras, pero no había dinero como lo entendemos hoy, es decir, valor autonomizado, porque no existía el valor como relación social, porque la producción no era producción de mercancías sino de bienes para el consumo y por tanto no podía existir una igualación entre esos bienes a través del trabajo abstracto.
En cualquier caso, el dinero funciona como medio de cambio cuando sirve para comprar y vender mercancías. No hace falta que lo haga el oro en persona, sino que basta con algo que lo represente: es lo que llamamos signo de valor. Así ocurría cuando todavía se utilizaban monedas de oro para el intercambio, pero sus subunidades (como los céntimos para el euro) eran en plata o cobre: la plata o el cobre no representaban su propio trabajo abstracto, sino una fracción del oro (una moneda de cobre valdría así 0,01 monedas de oro). Lo mismo ocurre con el papel-moneda: no es el trabajo abstracto del papel lo que funciona para medir el valor de las mercancías y poder intercambiarlas, sino el oro que dice representar ese papel. Para el signo de valor, no importa de lo que está hecho (cobre, papel o bits electrónicos) sino el valor que simboliza.
Hay una diferencia muy importante, sin embargo, entre el dinero y su signo de valor, y es que como el oro vale por sí mismo, no necesita nadie que lo avale. El signo de valor, sin embargo, sí requiere de una instancia que asegure que efectivamente hay un valor que lo respalda. El que mejor puede hacerlo es el Estado, y los signos de valor que están sancionados legalmente por él son moneda de curso forzoso. Pero esto no quiere decir que el Estado pueda hacer lo que quiera, porque el Estado puede intervenir en los signos de valor, pero no en el valor total de la riqueza que respalda su moneda. Así, si el Estado decide imprimir el doble de billetes respecto al oro que tiene en sus reservas, sencillamente el resto de mercancías doblarán su precio y la moneda se devaluará, produciendo inflación. El Estado no puede inventarse el valor, solo manipular su signo.
La izquierda, que es muy keynesiana, afirma que igualmente vale la pena manipular el signo de valor. Si el Estado imprime billetes a mansalva y se los da a las empresas y hogares en forma de ayudas, éstas se animarán a consumir más y las empresas venderán más y así, lo que al principio era falso signo de valor se volverá valor verdadero. El problema es que la izquierda, que es muy keynesiana, también es muy nacionalista, y sin embargo el capitalismo es internacional. Cuando la moneda se devalúa, las materias primas y la maquinaria que se compran en el extranjero se vuelven más caras, así como los créditos que piden las empresas y los propios Estados en el mercado internacional, por lo que las mercancías suben de precio, los salarios en consecuencia pierden poder adquisitivo, los ahorros en la moneda nacional pierden valor, el proletariado se empobrece, las pequeñas empresas quiebran. Si la situación perdura1, a la larga la moneda devaluada ocupa un lugar secundario y los grandes negocios, los créditos y los ahorros se hacen en otra moneda, la que rige el mercado mundial, en nuestro caso en dólares. Esto se puede ver muy claramente en Argentina, donde la única forma de ahorrar es comprando dólares. En resumen: frente a lo que dice la izquierda, el Estado no puede saltarse la ley del valor, tiene que someterse a las reglas del juego.
Sin embargo, los billetes que llevamos en el bolsillo no son un mero signo de valor. Es decir, 100 euros no equivalen a 100 monedas de oro que el banco tiene guardadas por nosotros. El dinero que manejamos hoy no es simple papel-moneda, sino dinero crediticio. El siguiente vídeo es útil para entender la visión típica del dinero como mero medio de cambio, pero además en esta parte hace una buena explicación del multiplicador monetario, así que nos remitiremos a él y pasaremos directamente a explicarlo bajo nuestra perspectiva.
Una clave para la acumulación del capital consiste en que cuanto más rápido, mejor. Cuanto antes sea capaz de vender mis mercancías, antes podrá retornar el capital invertido y antes podré volver a iniciar el ciclo. Pero las mercancías tardan tiempo en llegar a los mercados y tardan también en venderse. Si tengo que ahorrar hasta conseguir el monto total de la maquinaria que necesito o de las materias primas y salarios que tendré que pagar, iré mucho más lento. Si pido un préstamo al banco, podré tener antes liquidez para volver a invertir, sacar una nueva tirada de mercancías y acelerar la llegada de las ganancias. De la misma forma, si el banco tiene que esperar a cobrar todos los intereses para prestarme el dinero, ni yo tendré el crédito a tiempo ni él podrá cobrarme antes los intereses. Si para hacerlo tiene que tomar prestado el depósito de otros clientes y dármelo como crédito, valdrá la pena: no solo para el banquero, sino para el conjunto de la clase capitalista. Cuanto más rápido, mejor: la deuda es un lubricante magnífico para el capital —mientras no haya crisis.
Así que en los tiempos del patrón oro el dinero no tenía sino una pequeña parte que realmente era signo de valor, es decir, que estaba respaldada por oro. El resto era una deuda que el banco contraía con sus clientes. Si al inicio hablábamos de cómo el valor de cambio se independizaba de la mercancía para convertirse en dinero frente a ella, ahora vemos un nuevo salto: con la deuda, el dinero se autonomiza cada vez más del valor que lo respalda. Y esto, lejos de ser una malformación del sistema, es una necesidad intrínseca y cada vez más imperiosa, a medida que el capitalismo se va desarrollando y para solventar sus contradicciones necesita alimentarse de deuda. Pero la solución que da el capitalismo a sus contradicciones solo las agrava para el futuro: la necesidad creciente de crédito, la poca rentabilidad de las inversiones productivas, vuelven la economía cada vez más frágil y las crisis cada vez más intensas. Así, aunque el patrón oro se rompe definitivamente en 1971, en realidad la autonomización del dinero respecto al oro viene desde mucho antes, al menos desde la Primera Guerra Mundial, cuando la cantidad de crédito que se necesitó para el gasto militar obligó a romper la convertibilidad y después sólo se pudo volver a ella parcialmente.
¿Quiere decir esto que el dinero ahora sí es falso, un mero artificio? No. Quiere decir que el capitalismo basa su funcionamiento cada vez menos sobre el valor producido y cada vez más sobre las promesas de valor por producir (deuda), porque el valor mismo como categoría está en crisis, porque cada vez es más disfuncional para medir el trabajo social. Pero al igual que el fetichismo de la mercancía no es un problema de falsa conciencia, sino la manera real en que se organiza el sistema capitalista, el fetichismo del dinero que hace posible que se muevan enormes masas monetarias sin estar respaldadas por valor actual, ya producido, no es una mentira difundida desde los centros de poder, sino el funcionamiento irracional y espontáneo, pero muy material, de estas relaciones de producción.
A medida que se desarrolla el capitalismo, cada vez hay más capitalistas sin capital (porque lo piden a préstamo), más trabajadores sin trabajo (porque son sustituidos por máquinas) y más dinero sin valor. En su desarrollo histórico, el sistema capitalista hace caducas sus propias categorías, que siguen operando por el carácter automático y fetichista de este modo de producción. El capitalismo es un muerto que camina: la futura revolución social sólo tendrá que enterrarlo.
____________________________
1 La izquierda piensa que gracias a estas maniobras para estimular el mercado, la devaluación de la moneda es momentánea y esta situación no puede perdurar. Lo afirma por una idea incorrecta del origen de las crisis capitalistas, que estaría en la demanda y no en la sobreproducción, pero no es el caso de explicarlo ahora