Fetichismo de la mercancía
¿De qué hablamos?
“Los mercados han hablado…”, “la deuda de Grecia obliga a realizar recortes…”, “la competitividad del país exige abaratar el despido”, “los mercados exigen flexibilidad laboral y despidos…” Todas las semanas los medios de comunicación se hacen eco de noticias cómo éstas. Son noticias que nos hablan de lo que supone el fetichismo de la mercancía o el modo en que nos aparecen realmente las relaciones sociales capitalistas a las personas que estamos dentro de ellas, que las reproducimos cotidianamente.
¿Qué es el fetichismo de la mercancía? Es el fundamento interno de la lógica capitalista que personifica las cosas y cosifica a los seres humanos. Las cosas y los objetos parecen dotadas de alma y vida, parecen sujetos que tienen voluntad propia y nos hablan dándonos órdenes de obligado cumplimiento. Cuando los mercados exigen recortes los poderes políticos tienen que implementar y llevar a cabo esas órdenes. La lógica de la sociedad exige esto. Y las personas nos vemos obligados a adaptar nuestra voluntad a las exigencias de los mercados. ¿Qué son los mercados? Son los movimientos de producción y realización de productos o mercancías. Es decir, se trata de un movimiento de cosas cuya dinámica organiza y modifica la vida de las personas: cosificación de los seres humanos y personificación de las cosas.
La ideología liberal, lo que Marx llamaba economía vulgar, da fe de todo esto y lo describe sin explicar su fundamento. ¿Qué nos dice? Economía es la satisfacción de necesidades humanas ilimitadas a través de recursos escasos. Para ello se crea un mercado de productos generado por los factores de producción (tierra, trabajo y capital) que constituye el flujo circular de la renta de las personas.
Los trabajadores ofrecen su factor de producción (trabajo) y cambio reciben lo que producen, su coste (en forma de salario), las empresas producen bienes y servicios y a cambio de su inversión en capital (máquinas) reciben un beneficio justo y los terratenientes que alquilan la tierra de la que nace otra parte del beneficio, reciben una renta en forma de alquiler. Todo parece normal y justo. Y lo es según las reglas de la economía capitalista.
Y, sin embargo, Marx destruye teóricamente este tipo de explicaciones que como veíamos en la sesión anterior se limitan, simplemente, a describir en su inmediatez (fetichista nos permitimos decir) como se nos aparecen de manera neutral y objetiva las relaciones sociales capitalistas.
Las relaciones sociales se disfrazan de cosas.
Marx se pregunta por la especificidad histórica de las relaciones sociales capitalistas. Es decir, no naturaliza su existencia, sino que se pregunta por lo que tienen de cualidades específicas en relación a otros modos de producción previos. Toda sociedad humana ha empleado y empleará para producir y reproducir la vida en sociedad: tierra-naturaleza, tecnología y herramientas, trabajo y productos de trabajo. Ahora bien, todo esto se relaciona de manera muy diferente según los distintos modos de producción. Es decir, cada modo de producción contiene relaciones sociales de producción distintas, diferentes modos de relacionar los elementos arriba indicados, lo que desarrolla de un modo determinado las fuerzas productivas de la riqueza social.
En el capitalismo todos estos elementos se encuentran separados y enfrentados entre sí. Existe un grupo de personas que controlan la maquinaria, los medios de producción (los capitalistas), otros que poseen la tierra (terratenientes) y otros que solo poseemos nuestra capacidad de trabajar, estamos suspendidos en el aire, los proletarios. Todos tenemos que consumir los productos del trabajo para reproducir nuestras necesidades humanas.
O sea, lo que caracteriza al modo de producción capitalista, como Marx empieza en El Capital, es que la riqueza aparece como una enorme acumulación de mercancías. Eso es lo específico y esencial del capitalismo en relación a otros modos de producir la riqueza social. O sea, los productos del trabajo humano adquieren la forma de mercancía, es decir contienen una unidad de opuestos como valores de uso y valores de cambio. Un trozo de chocolate es a la vez un objeto que satisface el gusto por el dulce de algunas personas y, al mismo tiempo, es valor de cambio que se manifiesta a nuestros ojos en forma del precio que tenemos que pagar para poder satisfacer nuestro deseo por el dulce. El valor de uso es una cualidad sensible, la podemos ver y tocar, y gustar, la del valor de cambio es suprasensible, fantasmagórica, un jeroglífico social, y es que por mucho que miremos no la veremos. Como dice Marx, las mercancías no llevan en su cara que hagan parte de un modo de producción específico, pero lo son.
Entonces, el capitalismo es una sociedad en la que de modo generalizado los productos del trabajo humano son mercancías. No ha sido así en otros modos de producción y no lo será tampoco en el comunismo. En el feudalismo, un campesino produce productos que son valores de uso. Produzco leche que me voy a beber con mi familia, lana que me sirve para vestirme, garbanzos que me voy a comer calientes. Una parte de estos productos son apropiados por parte del señor feudal y en un principio lo hace en especie. Solo una pequeña parte de la producción social es mercantil en los modos de producción precapitalistas y se encuentra en los poros de la sociedad.
En el capitalismo, el que los productos del trabajo humano sean mercancías implica que los seres humanos igualamos nuestros diferentes productos como valores, es decir, igualamos nuestros diferentes trabajos concretos como trabajos iguales, universales, abstractos. Esto es puramente una relación social específica, que presupone junto a la mercancía la universalización del trabajo asalariado como relación social. Los seres humanos para poder sobrevivir, para satisfacer nuestras necesidades humanas, tenemos que vender nuestra fuerza de trabajo a cambio de un salario.
Y esto no es natural, sus requisitos históricos han sido extremadamente brutales. Han pasado por la expropiación de millones de campesinos en el mundo y la mercantilización del globo terráqueo. Un dato entre millones, en las workhouses para niños ingleses del siglo XVIII moría en los primeros 6 meses el 90% de los niños. Éste es el origen histórico del flujo circular de la renta que enseñan los economistas vulgares de nuestros tiempos.
Entonces, estos caracteres sociales del trabajo humano les aparecen reflejados, a sus productores, en los objetos, en las cosas. Una sociedad que produce de modo universal mercancías presupone la intercambiabilidad generalizada entre éstas. Yo produzco zapatos, Eva vestidos, Alfredo pendientes y Adolfo chocolate… Cada una de estas mercancías es valor de uso y valor, es también un valor relativo que necesita expresarse en otra mercancía, que encuentra en un valor igual de otra mercancía su valor equivalente. De esta reciprocidad entre todas las mercancías, reducidas a una sustancia común, el trabajo abstracto, nace una mercancía que se separa del resto y que refleja en sí, en su valor de uso, el valor del resto de las mercancías. De este modo, el dinero es el equivalente general del resto de las mercancías, del valor del resto de los productos del trabajo humano.
Poderoso caballero es Don Dinero, escribía Quevedo. El dinero encarna en su cuerpo, ya sea de metal, de papel o incorpóreo, la riqueza de la sociedad. Los caracteres sociales de los productos del trabajo humano se reflejan en él bajo el capitalismo. A esto nos referimos cuando decimos que las relaciones sociales de producción bajo el capitalismo se revisten y disfrazan de cosas. Las relaciones sociales parecen ser atributos de las cosas, porque se nos aparecen realmente así.
Los seres humanos vemos nuestras relaciones sociales reflejadas en un espejo, y lo que nos aparece cómo real es la imagen del espejo (el dinero) y no aquello que producimos y reproducimos nosotros, las relaciones sociales.
El movimiento de las cosas domina sobre las personas
En el capitalismo, las relaciones sociales se revisten y disfrazan de cosas. Se nos aparecen realmente adheridas a las cosas, de este modo el dinero encarna el trabajo abstracto social, el valor en el que se expresa el trabajo universal humano. De este modo, junto al fetichismo de la mercancía existe también un fetichismo del dinero, algo menos evidente y menos simple, más complejo.
En el capitalismo, el ciclo mercantil M-D-M donde las mercancías se intercambian entre sí por un valor igual se transforma en D-M-D´. Es decir, una empresa contrata la capacidad de trabajo de un proletario. La cualidad de esa fuerza de trabajo es la de producir un plustrabajo superior al que le cuesta al capitalista el salario de éste. Ese robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el que se funda la riqueza actual, se expresa en el plusvalor del que se apropia el capitalista. Este plusvalor es capital, literalmente supone un valor hinchado de valor.
Supone la base de la teoría del plusvalor. Supone que la riqueza en el capitalismo se fundamenta en una relación social antagónica, en una relación de explotación. Todo esto se encubre debido a que estas relaciones sociales se le reflejan a los actores sociales como atributos naturales de las cosas: el trabajo recibe naturalmente su contribución a la producción en forma de salario (el trabajo no es salario, lo que es salario es la relación específica que se contiene en el desarrollo del trabajo asalariado. El trabajo no presupone en sí ni la mercancía ni su mercantilización), las máquinas son naturalmente capital que presuponen la riqueza del capitalista, y la tierra produce naturalmente plusvalor para los fundamentos de esta sociedad.
Así, junto al fetichismo de la mercancía nacen un fetichismo del dinero, del capital, del trabajo y de la tierra (la fórmula trinitaria de la que nos hablaba Marx en la Sección séptima del Tercer Libro de El Capital). Lo que despierta un movimiento automático e impersonal, como decimos siempre, en que la competencia entre muchos capitales genera un movimiento automático por la supervivencia. Una lógica social impersonal en que para sobrevivir cada unidad productiva debe invertir en tecnología, trabajo muerto, para poder producir más mercancías en menos tiempo. Si no lo hacen, otros lo harán, y finalmente la empresa tendrá que cerrar. La relación social capitalista supone, entonces, un mecanismo automático e impersonal que envuelve con su lógica a todas las voluntades sociales.
El capitalismo es una relación en que los movimientos de las cosas (como mercancías, como dinero, como capital) organizan la vida de las personas. Nuestras conexiones sociales se organizan en torno a las cosas. El capital se mueve como diablo que lleva en el cuerpo, sus automatismos y su lógica es la que explica los titulares que veíamos al inicio de este informe. En el capitalismo, somos lo que poseemos. Es una sociedad organizada en torno a propietarios de cosas: capitales (burgueses), fuerza de trabajo (proletarios), tierra (terratenientes). Y somos personificaciones de esas relaciones sociales. El capitalista, en realidad, es un mero funcionario del capital, como repite machaconamente Marx. Y trabajo es en el capitalismo sustancia social del capital. Por eso, el comunismo es la negación de las clases y del trabajo asalariado.
Y, entonces, el capitalismo supone una inversión social. Las relaciones sociales entre las personas que son el origen pasan a ser consecuencia del movimiento de las cosas. Sujeto y predicado se invierten realmente en el capitalismo y las cosas de productos sociales pasan a dominar a los seres humanos. Se trata de un mundo encantado, invertido y puesto de cabeza por el fetichismo del capital, tal y como decía Marx.
A modo de síntesis provisoria
El fetichismo de la mercancía es un mecanismo interno a las relaciones sociales de producción del capital. Es lo que explica que el capitalismo no necesita de ideologías externas a su lógica social para reproducirse. Es su mismo automatismo social el que organiza la reproducción y legitimación social. Una bruma interna y mistificadora, debido al movimiento de las mercancías envuelve y nubla el orden social de explotación capitalista. El fetichismo es el resultado de un mundo, el capitalismo, cuya dominación se opaca por el movimiento de las cosas que organiza nuestras vidas. Las relaciones de dependencia personal (entre señores y campesinos) organizaban la explotación feudal, a diferencia de en el capitalismo donde es el movimiento de las cosas, movimiento impersonal donde lo haya, el que organiza la reproducción de la explotación social.
Entonces, un movimiento impersonal e histórico, como hemos visto. Marx demuestra, al mismo tiempo, que el fetichismo de la mercancía es algo bien real. No es simplemente una ideología inculcada con fines maquiavélicos por agentes ocultos y conspirativos, sino que nace de la naturaleza de las cosas, de la lógica del capital. No hay hegemonía ideológica y cultural que valga, a diferencia de lo que dice el izquierdismo del capital (Gramsci es paradigmático por cómo desarrolla este lugar común izquierdista). El capital no nos engaña, presenta de modo cosificado su realidad social.
Entonces, el capitalismo es una relación social pero no es una mera convención social, el dinero no es un signo. No basta convencerse de la historicidad del capitalismo para que este se disuelve y deje de operar. De ahí la falacia del sustraccionismo en general, y del anarquista en particular. El capitalismo nace a partir de un determinado nivel de desarrollo de las fuerzas productivas sociales. A partir de una forma indirecta de expresar la producción social (por medio del mercado). Y su desarrollo prepara de modo dialéctico la preparación del comunismo, al crear un sistema mundial, al acabar con la figura del propietario individual debido a la impersonalización de la lógica del capital con la concentración y centralización de capitales y, sobre todo, por cómo el desarrollo de la tecnología hace del robo de trabajo ajeno una medida miserable. Donde la fuente de riqueza ya no es el tiempo de trabajo inmediato que empleamos sino el fundamento creado por la industria misma: todo el trabajo acumulado, el intelecto general heredado de la especie, se transforma en la verdadera base de producción y medida de la riqueza humana. Pero entonces, ya no hay ninguna necesidad de propiedad privada, de salario, de clases sociales, de fundar la producción de riqueza social sobre las bases de la mercancía y del antagonismo social. Entonces, el capitalismo prepara de modo dialéctico el advenimiento material del comunismo: una organización consciente que produce cosas (valores de uso) y que no se organiza a través del movimiento automático e inconsciente de cosas.