Categorías básicas del valor
Comenzamos la publicación de una serie de artículos relacionados con la crítica a la economía política. Nuestro objetivo es entender la visión global que desarrolla una sociedad que tiene como corazón central la mercancía, no con un ánimo puramente teórico o intelectual, sino porque comprender teóricamente las bases del capitalismo nos ayuda, como comunistas, a luchar mejor. Abordar el análisis del modo de producción capitalista a partir de las categorías sobre las que se asienta es fundamental para entender cuáles son las particularidades del capitalismo frente a cualquier otro modo de producción, sea futuro o pasado. Solo identificando esas categorías que nutren y sustentan este sistema de miseria es posible reconocer sus raíces para entender sus límites, sus contradicciones, y así finalmente, mandarlo al basurero de la historia.
Valor, valor de uso y valor de cambio
Toda sociedad se ve en la obligación de producir bienes para cubrir sus necesidades. Esa capacidad de los bienes para satisfacer necesidades es su valor de uso. Por ejemplo, un cuchillo es un instrumento que permite cortar, y será igual de eficaz independientemente del modo de producción en el que se encuentre, sea feudalismo, capitalismo o cualquier otro. Por tanto, el valor de uso de un bien es el mismo independientemente del modo de producción en el que se encuentre.
Entonces, ¿qué hay de particular en el modo de producción capitalista? Marx comienza el capital explicando que «la riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como un enorme cúmulo de mercancías». Si seguimos con la comparación entre el feudalismo y el capitalismo, en el primer modo de producción, la riqueza, en el sentido de abundancia material, se expresa socialmente a través de la posesión de grandes extensiones de tierra, feudos, que no se adquieren a través del dinero, y que permite obtener el producto de la explotación de esa tierra, y el cobro de impuestos. En cambio, en el capitalismo, la riqueza se manifiesta como una gran cantidad de dinero, que es en última instancia lo que permite el acceso a cualquier bien, a cualquier mercancía. Por tanto en el feudalismo, a diferencia del capitalismo, no se producen mercancías sino productos, y este cambio en el modo de producción va a suponer un punto de inflexión histórico. Hablamos de un cambio en el modo de producción porque en el feudalismo lo central de esa producción consiste en producir medios de subsistencia, destinándose sólo los excedentes al intercambio. En el capitalismo lo que impera es la producción de bienes, no por su capacidad de satisfacer necesidades, por su valor de uso, sino en tanto en cuanto mercancías que tienen la propiedad de ser intercambiables. Así pues, la mercancía es un producto que no ha sido creado para ser consumido directamente, sino que su propósito es ser intercambiado en el mercado.
Para aterrizar la cuestión, pongamos un ejemplo simple. Una mesa puede tener muchas propiedades: ser marrón, estar hecha a partir de madera, tener cuatro patas, tener una altura y una longitud determinadas, puede servir para apoyarse y comer, para escribir, etc. Pero todas estas categorías son independientes del modo de producción. Una mesa con todas esas características podría haber existido en el capitalismo, en el feudalismo o en el esclavismo. Pero hay algo que esa mesa tiene de particular en el capitalismo a diferencia de otros modos de producción, y es que esa mesa, por encima de todo, es una mercancía. Es decir, en el modo de producción capitalista una mesa tiene, además de todos los atributos tangibles ya mencionados, la propiedad de ser intercambiable por cualquier otra mercancía.
Recapitulando, los bienes producidos tienen un valor de uso, una utilidad, pero en el modo de producción capitalista adoptan la forma de mercancías, es decir, tienen además la propiedad de ser intercambiables. Si todas las mercancías pueden compararse entre ellas, si podemos establecer una relación de igualdad entre cualquier mercancía, sea un bolígrafo, una silla, una mesa o un camión, entonces tendrá que haber una sustancia común en esas mercancías que permita su intercambiabilidad. Esa sustancia común es el valor. El valor de cambio, por otro lado, sería la forma de aparición independiente de ese valor. Por ejemplo, 1 silla = 50 bolígrafos, 1 mesa = 2 sillas o 1 camión = 50 mesas. Así pues, el valor tiene un carácter cualitativo, es la propiedad que tienen las mercancías en el modo de producción capitalista de ser intercambiables unas por otras, sean cuales sean estas. Por el contrario, el valor de cambio tiene un carácter cuantitativo, es el lenguaje que utiliza el valor para expresarse a través del intercambio de mercancías.
Es importante entender la diferencia que Marx establece entre valor y valor de cambio, porque Marx no analiza la mercancía para entender cómo o bajo qué parámetros se intercambian dos mercancías aisladas, sino que trata de buscar una explicación a por qué todas las mercancías son intercambiables entre sí, a por qué en el modo de producción capitalista todas las mercancías se pueden poner unas en relación a otras. Si bien algunos economistas clásicos como David Ricardo establecen que el valor de un bien está determinado por la cantidad de trabajo necesario para producir dicho bien, será Marx quien dé un giro radical en la definición de las categorías del capital al preguntarse por qué siquiera es posible hablar del valor de un producto, y en qué circunstancias esta categoría tiene sentido. Para Marx, el centro de la discusión está en por qué en el capitalismo los productos del trabajo humano adquieren la forma del valor, es decir, se ocupa de la relación social que se crea en una sociedad en la que cualquier bien adopta la forma de mercancía, y que por tanto es intercambiable por cualquier otro bien. Mientras los economistas clásicos reducen la medida del valor a su aspecto cuantitativo, limitando el valor a una simple explicación de las proporciones del intercambio de mercancías, Marx se pregunta por esa cualidad de ser intercambiables que tienen las mercancías en el capitalismo. Esta perspectiva implica un enorme salto cualitativo, ya que supone el planteamiento del valor como una relación social y no como una cosa, y es esa caracterización de relación social la que permite entender el carácter histórico y específico del valor y, en consecuencia, del modo de producción capitalista, mientras que los economistas burgueses naturalizan y eternizan la existencia del capital y de sus categorías. El punto de partida del análisis de Marx, de la crítica a la economía política está, por tanto, en el valor, en esa relación social que se establece en una sociedad mediada por el intercambio generalizado de mercancías, y no en su valor de cambio, es decir, en la aparición fenoménica de esa relación social.
Trabajo abstracto
Una mercancía debe cumplir dos requisitos. Por un lado, debe tener un valor de uso distinto a aquella mercancía por la que se va a intercambiar (no tendría sentido intercambiar un bolígrafo BIC azul, por exactamente el mismo bolígrafo) y, por otro lado, las dos mercancías intercambiadas deben ser cuantitativamente iguales, es decir, deben tener el mismo valor de cambio (porque tampoco tendría sentido intercambiar un bolígrafo por un camión). Si cogemos una mesa y abstraemos su valor de uso, o sea, nos desprendemos de sus propiedades tangibles (que es marrón, está hecha a partir de madera, tiene cuatro patas, tiene una altura y una longitud determinadas, etc.) únicamente quedará una propiedad: la de ser producto del trabajo abstracto.
¿Y por qué hablamos de trabajo abstracto? Porque si estamos tratando de entender las particularidades del capitalismo, debemos usar categorías que sean específicas de este modo de producción. Es decir, el trabajo abstracto apela al carácter singular del trabajo en el modo de producción capitalista. Como hemos comentado, una mesa tiene muchas propiedades independientes del modo de producción (como ser marrón o estar hecha de madera), pero hay una que es única en el capitalismo: la capacidad de ser intercambiable por cualquier otra mercancía. En otras palabras, una mesa podría ser producida por trabajo humano en cualquier otro tipo de modo de producción, pero solo bajo el capitalismo se le permite, gracias al trabajo abstracto, que tenga esa particularidad de ser intercambiada por cualquier otra mercancía. La caracterización del trabajo abstracto es fundamental, porque al igual que el valor no es una categoría transhistórica, es imprescindible contar con una categoría que se refiera a la especificidad del trabajo en el modo de producción capitalista.
El capitalismo tiende históricamente a convertir en mercancía a todo lo que está a su alcance, o sea, que va a combatir insaciablemente por poner en relación a dos mercancías cualesquiera. Pero al igual que es posible poner en relación a un bolígrafo con un camión, una silla, o una mesa, cualquier trabajo que se desempeñe en el capitalismo, independientemente de las circunstancias concretas que lo rodeen, puede ser igualado a otro distinto. Continuando con la comparación entre el capitalismo y el feudalismo, en el feudalismo no era concebible que la actividad de un cura fuera asimilable en cualquier sentido a la de un campesino, o a la de un panadero. En el capitalismo esto cambia: tanto un cura como un campesino o un panadero son trabajadores asalariados que, como tal, trabajan a cambio de dinero para acceder a toda una serie de mercancías que les permiten la reproducción de su vida (agua, comida, vivienda, ropa…). Bajo el capitalismo, las mercancías que se producen no son relevantes en tanto en cuanto valores de uso, sino como valores de cambio. Del mismo modo, el trabajo concreto que se desempeña no tiene ninguna importancia, ya sea este producir juguetes o producir bombas, lo único relevante es precisamente su carácter abstracto, y por tanto su capacidad de ser igualado a otros trabajos y a otras mercancías. Es precisamente esta capacidad igualadora del modo de producción capitalista a través del valor la que va a suponer un giro histórico en el modo de producción establecido, y la que va a permitir, a través del trabajo abstracto, organizar las relaciones sociales a través de las mercancías.
Así pues, el valor de cambio de una mercancía está determinado por la cantidad de trabajo necesaria para producirla. Es fundamental recordar que el valor no es una cosa, no es un número, sino una relación social, por tanto el valor de cambio, su expresión, no se determina de forma individual sino social. Evidentemente no todos los trabajadores poseen la misma capacidad de trabajo, energía o dominio de él. Si el valor de cambio de una mercancía fuera determinado por la cantidad de trabajo que se ha llevado a cabo de forma individual, cuanto menos productivo fuera un trabajador más horas tardaría en producir una mercancía, y mayor sería su valor. Resultaría absurdo pensar que cuanto más lento trabaja, por ejemplo, un fabricante de zapatos más obtendrá a cambio de esos zapatos. El valor no es un premio para aquellos trabajadores que más horas dedican a producir, sino la forma de organizar las relaciones sociales a través de las mercancías, o lo que es lo mismo, mediante la igualdad entre trabajos aparentemente diferentes.
Precisamente por este motivo, porque el valor es una relación social y no una cosa, el valor de una mercancía no está definido por la cantidad de trabajo destinado a la producción de una mercancía por parte de cada productor individual, sino por la cantidad de trabajo que se requiere a nivel social para producir una mercancía. Esto es el trabajo socialmente necesario, y se define como la cantidad de trabajo que se precisa en las condiciones medias de productividad del trabajo en un momento determinado en la economía global. Simplificando mucho, si en el capitalismo solo existieran tres empresas productoras de zapatos: la empresa A, a la que producir zapatos le supone una media de 2 horas, la empresa B que emplea 5 horas, y la empresa C que dedica 8 horas, entonces el trabajo socialmente necesario para producir un par de zapatos sería de 5 horas ((2+5+8)/3).
Plusvalor
En el capitalismo, el proceso de producción no consiste en invertir una cantidad de dinero para obtener la misma cantidad de dinero después de vender las mercancías. No tendría ningún sentido, porque precisamente lo que necesita el capital es incrementarse, sacar más de lo que invirtió. En otras palabras, el propósito del proceso de producción de mercancías es que haya un proceso de valorización. ¿De dónde sale ese valor nuevo? De la mercancía fuerza de trabajo. Cuando un capitalista contrata a un trabajador no le paga la totalidad de su trabajo, es decir, no le da el dinero de todas las mercancías que ha producido, porque entonces no obtendría beneficios. El capitalista no paga al trabajador su trabajo sino su fuerza de trabajo, su capacidad de producir valor. El salario de un trabajador de una empresa de zapatos no es igual a la cantidad de zapatos que es capaz de producir en una jornada, sino que es igual a las mercancías necesarias para reproducir su fuerza de trabajo y acudir al día siguiente a trabajar: comida, vivienda, ropa, entretenimiento, etc., en función de lo que cada sociedad en una época histórica considere necesario para reproducir la fuerza de trabajo. Así, por ejemplo, en una jornada de ocho horas un trabajador trabajará cuatro horas fabricando zapatos para cubrir el coste de su salario y las otras cuatro horas restantes trabajará para producir el valor que será propiedad del capitalista, es decir, el plusvalor.
Hay una afirmación fundamental en la crítica a la economía política que desarrolla Marx, y es que la fuerza de trabajo es «un elemento general creador de valor, condición que lo distingue de todas las demás mercancías». Marx considera que las materias primas y las máquinas únicamente son capaces de transferir el valor que se ha objetivado en ellas previamente, de ahí su categorización como trabajo muerto. Es decir, las máquinas no son capaces de generar nuevo valor, sino únicamente de trasladar el valor ya contenido en ellas en tanto que trabajo pasado. En contraposición el trabajo humano o trabajo vivo es capaz de crear nuevo valor, ya que el salario real del trabajador es inferior a la capacidad productiva de su trabajo. Es, por tanto, la explotación de la fuerza de trabajo la que produce la plusvalía.
En este sentido, la plusvalía es el trabajo no pagado del que se apropia la clase capitalista y el trabajo humano es la única sustancia que permite crear valor, precisamente porque el capitalista no está pagando por todo el trabajo que lleva a cabo el trabajador, por todo lo que produce, sino por la fuerza de trabajo. La categoría fuerza de trabajo es fundamental, porque sin ella sería sencillo asumir que el capitalista paga por el total del trabajo, por todo lo producido durante una jornada, pero en ese caso no habría plusvalía y no existiría proceso de valorización, ni interés por parte del capitalista debido a la ausencia de ganancia. Por tanto, los gastos del mantenimiento de la fuerza de trabajo constituyen el valor de la fuerza de trabajo, y la plusvalía es la diferencia entre el valor producido por la fuerza de trabajo y sus propios gastos de mantenimiento, el salario. Así pues, el equivalente del salario no puede representar más que una fracción de la jornada de trabajo; y lo que esté más allá de dicha fracción, conforma la plusvalía, el trabajo gratuito que proporciona el obrero y que el capitalista se apropia, o en palabras de Marx, «el robo de tiempo de trabajo ajeno sobre el que se funda la riqueza actual».