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Gramsci y la vía nacional al socialismo

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Introducción

¿Qué papel desempeñó verdaderamente Antonio Gramsci en el movimiento comunista de su época? Este texto trata de rescatar su auténtica figura desde un punto de vista político y teórico.

Vivimos tiempos convulsos y de cambios acelerados. El capitalismo está agotando la fuerza propulsora de su dinámica interna, la producción de valor que nace del trabajo vivo, y sus crisis son cada vez más catastróficas. Crisis económicas que vienen acompañadas por la crisis climática y por las guerras del capital. Todo ello dibuja un panorama no solo de cada vez mayores dificultades estructurales para el capitalismo, sino de revueltas y rebeliones que, aunque confusas, tratan de orientarse buscando respuestas que expliquen el porqué de la explotación y la opresión que vivimos. Revueltas que, si echamos la mirada atrás, por lo menos desde 2011, han atravesado numerosos países del mundo. Vivimos tiempos convulsos, tiempos interesantes, tiempos bisagra, entre una contrarrevolución que aún domina y una tendencia creciente a la polarización social que se expresa en la crisis del capital y las revueltas sociales.

¿Por qué esta introducción para hablar de Gramsci? Una de las expresiones de este cambio de época es el nacimiento de una nueva generación de jóvenes militantes que buscan instrumentos teóricos y políticos para luchar contra el mundo del capital. Y encuentran aquello que se les presenta inmediatamente y que tiene muchas veces que ver aún con la contrarrevolución que derrotó la oleada revolucionaria proletaria de 1917-1923. Por eso hemos escrito El estalinismo: bandera roja del capital. Lo haremos en un futuro también sobre el maoísmo, y ahora escribimos sobre Gramsci y las vías nacionales al socialismo.

¿Gramsci estalinista? ¿Gramsci contrarrevolucionario? Desde luego Gramsci se posiciona con la contrarrevolución desde un punto de vista programático, es decir, con el socialismo en un solo país. Desde un punto de vista político fue quien bolchevizó, quien sometió al Partido Comunista de Italia a las directivas de Moscú entre 1924-1926. Trataremos de explicar ampliamente esta trayectoria a lo largo del libro. Nos centraremos en aprehender, sobre todo, su lógica teórica y programática, más allá de las vicisitudes humanas de un personaje que, hablando a su favor, no se puede identificar moralmente con la doblez de un Togliatti, con la mediocridad intelectual de un Thällmann o con el carácter implacablemente contrarrevolucionario de Stalin[1].

No obstante, todo su andamiaje teórico, programático, político, tiene que ver con una mezcolanza de categorías idealistas burguesas y con algunos de los elementos fundantes de la contrarrevolución estalinista que hemos analizado en algunos de nuestros textos anteriormente[2].

Aunque Gramsci es un nombre de éxito, de éxito académico y político, este libro nuestro, por supuesto, no se ubica en los anaqueles académicos de los que realizan una lectura filológica del pensador sardo. No es nuestro terreno, un terreno que, por otro lado, despreciamos profundamente y que no nos pertenece, ni en el fondo pertenecía a lo mejor de lo que fue brevemente un compañero nuestro, siempre confuso, pero compañero, al fin y al cabo. Esas lecturas académicas, minuciosas, filológicas, siempre se olvidan de lo fundamental para entender este período histórico: la confrontación entre modos de producción, entre capitalismo y comunismo, como negación de todas las categorías del presente. Y, desde luego, tampoco pretendemos una reivindicación política de su figura. Toda la izquierda del capital tiene algo de gramsciana y, lo sentimos, eso no es casualidad: Desde los fundadores de Podemos en su versión nacional-comunista, Pablo Iglesias y compañía, a sus rivales errejonistas que, a partir de Laclau, hacen de Gramsci un filósofo performativo y peronista[3], pasando por aquellos que, hoy en día, quieren ver en la trayectoria de Lukács o Gramsci unas figuras más cómodas y amables para llamarse comunistas pero que, en realidad, siguen entroncando con la contrarrevolución y con su sentido programático, o incluso los trotskistas que, a partir de su oportunismo, reivindican la figura del pensador sardo, aunque éste criticara permanentemente la perspectiva de la revolución permanente de Trotsky a lo largo de toda su obra.

Nuestra visión no puede ser más opuesta. Para nosotros, es fundamental recuperar el hilo histórico del comunismo como movimiento real. Y, para ello, es esencial restituir la doctrina del materialismo histórico, del marxismo, en toda su plenitud al mismo tiempo que entendemos que el marxismo es ante todo una teoría sobre la contrarrevolución, como afirmó Amadeo Bordiga[4]. Y si es una teoría de la contrarrevolución es muy importante siempre, y hoy en día más, orientarse en la contrarrevolución. Porque no habrá renacimiento y reconstitución posible de un movimiento comunista auténtico si no logramos separar el hilo histórico de la revolución de su negación sistemática. Ninguna connivencia nominalista nos ayuda en ello, además. En nombre del comunismo se ha negado el sentido histórico de nuestra perspectiva, la de una sociedad sin clases y sin Estado, sin dinero ni naciones. Y es importante entender que Gramsci hace parte de estos negadores, aunque sea con peculiaridades que veremos.

Orientarse en la contrarrevolución y, también, en el hilo histórico del partido de la revolución comunista es imprescindible. Los debates de los años 20 son decisivos para conocer las posiciones de aquellos que, a contracorriente, defienden la perspectiva programática, estratégica y táctica del comunismo: como revolución mundial, independencia de clase, internacionalismo[5]. Y, en ello, la contribución de la izquierda italiana nos resulta decisiva y fundamental como hemos restituido en anteriores trabajos. En este sentido, no son casuales las discusiones, debates, enfrentamientos y, a veces, confluencias entre Gramsci (y sus compañeros de L’Ordine Nuovo) y la izquierda italiana. No nos referimos solo a la figura de Bordiga, sino a una corriente que iba más allá de las figuras individuales, que implicaba un método de trabajo y una defensa intransigente del programa y la teoría comunista. Como dijo Vercesi —Otorrino Perrone— en el decisivo III Congreso de Lyon del PCdI (el de su bolchevización nacional-comunista), Bordiga es quien mejor defiende las posiciones de la izquierda comunista, pero si las abandona las seguiremos defendiendo otros. Lo importante son las posiciones, en su acepción histórica, y no las personalidades que las defienden y las encarnan, lo que es un método orgánico adecuado para evitar uno de los señuelos de la contrarrevolución, el personalismo[6].

La figura de Antonio Gramsci se cruza continuamente en estos debates y discusiones por lo que restituiremos y defenderemos el significado de las críticas que la izquierda comunista ha realizado históricamente su figura política y teórica. Para ello, dividimos nuestro texto en cuatro partes, siguiendo para ello el esquema que, en cierta medida, han realizado los compañeros de n+1 en uno de sus trabajos semielaborados[7]:

  1. Los años de formación. En esta fase dedicada a la formación filosófica e intelectual de Gramsci veremos la importante influencia de la filosofía idealista y hegeliana de su época, ante todo la figura de Croce que será una referencia constante para él. Durante este período explicaremos el porqué de la breve pero significativa influencia de Mussolini sobre Gramsci, o su visión voluntarista del socialismo.
  2. Gramsci durante el Bienio Rosso (1919-1920). Son los años del comienzo de la relevancia política de Gramsci y un cierto uso del marxismo: la fundación de la publicación L’Ordine Nuovo y su participación y apología del movimiento de los consejos de fábrica de Turín durante los años 1919-1920. Esta segunda fase los compañeros de n+1 la incluyen en un tercer momento, la participación de Gramsci desde un punto de vista activo en el PCdI.
  3. Gramsci en el PCdI (1921-1926). Esta tercera fase hay que dividirla en dos partes: una primera, hasta 1923, donde Gramsci trabaja orgánicamente bajo la dirección del partido y de su mayoría de izquierdas, y una segunda cuando se transforma en la punta de lanza de la bolchevización del PCdI bajo el mandato de la Internacional Comunista (1924-1926), proceso que se hizo definitivo en el Congreso de Lyon de enero de 1926.
  4. Gramsci en las cárceles fascistas (1926-1937). Una última fase marcada por los Cuadernos de la cárcel (1926-1937), hasta que Gramsci muere con 46 años. Es el Gramsci más conocido y más esotérico. Trataremos de explicar el significado de conceptos y categorías como hegemonía, bloque histórico, revolución pasiva, intelectual orgánico, partido como príncipe moderno… Relacionaremos estas categorías con su método teórico y filosófico y con su significado político.

Para ello, hemos usado diferentes textos de Gramsci en español[8] e italiano. Pero también numerosas obras de la izquierda comunista que se encuentran en italiano[9] y, por desgracia, no se encuentran en español[10]. O textos posteriores, escritos pasado el calor de los acontecimientos, desde las posiciones de la izquierda comunista. Desde el trabajo de n+1 mencionado anteriormente o uno de Programma Comunista: Gramsci, il laboratorio della controrrivoluzione[11]o de Onorato Damen publicado por Battaglia Comunista[12]. Hemos usado, sobre todo por su utilidad, el trabajo de Christian Riechers: Gramsci e la ideologia del suo tempo. Riechers fue un compañero de origen alemán, ligado programáticamente a la izquierda comunista. Su libro es la crítica más sistemática y completa a la figura de Gramsci. Nos parece un trabajo fundamental. Lo hemos podido leer en italiano gracias a la edición que publicó Graphos en los años 90[13]. Historiadores académicos como Luigi Cortesi hicieron en su día un trabajo honesto de reconstrucción de la verdad frente a las mentiras de la historia del nacional-comunismo[14], a través de sus libros, pero también en la devolución de la palabra a antiguos militantes que entrevistó, como en el caso de Bruno Fortichiari[15].

La memoria que la contrarrevolución realiza de su pasado también es interesante. En los años 30, por supuesto, esa memoria era directamente asesina[16]. Los comunistas internacionalistas auténticos, eran tachados de fascistas, nazis, camorristas, mafiosos… Y asesinados por sicarios estalinistas, como en el caso de Mario Acquaviva y Fausto Atti[17].

En los años 60, la gangrena estalinista se deshizo de algunos de sus métodos y algunas de sus caras para mantener su esencia contrarrevolucionaria (el nacionalcomunismo y el interclasismo). Y eso hizo que se volviera de otro modo a la historia de los orígenes del PCdI: Bordiga ya no aparece como un camorrista mafioso al servicio de la Gestapo, sino como una personalidad fuerte, que sabía hacerse obedecer (Togliatti dixit) e incluso amar, le rectifica Berti. Aunque siempre es un sectario impenitente además de un doctrinario esquemático[18]. La contrarrevolución cambia de cara para continuar su labor. Este es el sentido de los libros de memoria y de las intervenciones de dirigentes del partido nacional-comunista desde los años 60, de los Togliatti, Berti o Terracini, y de su historiador oficial, Paolo Spriano[19].

Amadeo Bordiga dijo una vez que Turati, el líder del revisionismo italiano en el PSI, sabía más de marxismo que Gramsci. La frase parece una provocación, de aquellas que le gustaba hacer a Bordiga y, sin embargo, como trataremos de demostrar a lo largo de este trabajo, es una frase que sintetiza perfectamente la esencia del pensamiento de Gramsci: Croce + Maquiavelo, empleando el tipo de fórmulas que apreciaba el autor sardo. Es decir, una síntesis de idealismo historicista y de voluntarismo político. Eso es Gramsci. Algo muy ajeno teóricamente a la doctrina del materialismo histórico y a la crítica de la economía política.

 

 

I. Los años de formación

Gramsci nació en enero de 1891 en Ales, provincia de Cagliari (Cerdeña). Fue el cuarto de siete hijos. Su padre fue un funcionario del Estado que tendría problemas con la justicia acusado de corrupción, provocando su despedido y detención por las autoridades. Esto hizo más difícil la infancia de Gramsci que tuvo que trabajar desde los 11 años, hecho que hay que sumar a una caída cuando era un bebé que le causará una malformación de la columna vertebral. Esta malformación le acompañó toda su vida y estuvo en la base de una salud bastante frágil. A pesar de que perdió algún año en su formación escolar debido a que tuvo que ponerse a trabajar, Gramsci destacó desde bien temprano por sus habilidades intelectuales y también por sus gustos acerca de la filosofía idealista italiana (Croce, Salvemini). Obtuvo calificaciones máximas en el liceo que le permitieron obtener una beca para estudiar en la universidad.

Su traslado a la península y, en concreto, a Turín fue decisivo para todo su recorrido ulterior. En la Facultad de Letras coincide con dos personas que fueron muy importantes en su recorrido: Palmiro Togliatti y, sobre todo en ese momento, Angelo Tasca. Este último tenía una militancia más activa en la sección del PSI de Turín, una ciudad que además disponía de una de las concentraciones proletarias más importantes de Italia alrededor de las fábricas de la FIAT. Fue Tasca el que logró la adhesión de Gramsci al PSI en 1913 o principios de 1914. Aunque el sardo no era un militante activo —a diferencia de Angelo, que se había hecho ya conocer por su polémica en la juventud del Partido Socialista con Amadeo Bordiga, quien era ya una figura muy importante en la izquierda socialista. Ese debate que se visualiza en la revista L’Avvanguardia contrapone la visión culturalista de Tasca (fundamentada en la educación cultural y de conciencia de los jóvenes socialistas) a la intransigencia revolucionaria de Bordiga (lo que es esencial es la lucha de clases del proletariado, como formación de la juventud). Ya en la visión de Tasca aparece un aspecto que acompañará a Gramsci toda su vida militante: su culturalismo, es decir, la idea de que la filosofía y la cultura burguesa son esenciales para que el proletariado se constituya en clase, en clase nacional para los ordinovistas[20].

Más tarde aún se producirá la entrada en el PSI de Palmiro Togliatti. En cualquier caso, ni Gramsci ni Togliatti son muy activos en esa época en la sección local socialista, a diferencia de Tasca, que ya tiene un nombre, o, incluso, de Umberto Terracini. Lo que más destaca en la figura de Gramsci, en realidad, es su formación universitaria y sus intereses por los estudios. Fue muy influenciado por la filosofía idealista e historicista italiana, ante todo por Benedetto Croce, del que dirá en 1917 que «es el pensador europeo más grande» de su época[21]. Y por Gaettano Salvemini que publicaba el periódico L’Unità. Salvemini es miembro del Partido Socialista Italiano, del que será diputado, pero en realidad es un pensador con profundas raíces liberales y nacionalistas. Y Croce es un pensador idealista y liberal italiano que llegó a apoyar a Mussolini en el primer bienio de su mandato (1922-1924). Otra referencia gramsciana de la época es el futuro ministro fascista de Educación, el filósofo italiano Giovanni Gentile.

Nos interesa destacar estas referencias intelectuales de Gramsci porque acompañarán todo su recorrido vital, como se puede observar de modo claro en la lectura de sus Cuadernos de la cárcel. Para Gramsci, Benedetto Croce es una especie de Hegel italiano de la época, y lo que el materialismo histórico debería hacer con él es una operación análoga a lo que hizo Marx con Hegel. En realidad, se trata de pensadores que, en el clima intelectual burgués de la época, se contraponen al positivismo científico reivindicando el rol del espíritu y la conciencia, de las humanidades. Esta reivindicación de la voluntad, de la conciencia, de la creación humana en Gramsci se encontrará vinculada a su crítica no solo al materialismo mecanicista burgués, sino en el fondo al determinismo que se encuentra en la obra de Marx. Pero sobre esto volveremos más adelante, porque es una cuestión decisiva.

De momento, quedémonos en algo muy importante para nuestro propósito: la formación intelectual de Gramsci es la de un filósofo idealista (es decir, para el que la conciencia y la cultura son esenciales), y con fuertes raíces nacionales, italianas. Como dice Giuseppe Fiori, uno de sus biógrafos y partidarios más conocidos, acerca del grupo inicial del Ordine Nuovo:

De los cuatro, que al final de la guerra se encontrarán juntos en la redacción de L’Ordine Nuovo, solo Tasca y Terracini llevarán a cabo actividades políticas regulares, ambos en la rama de la juventud socialista. Gramsci, aunque menos empeñado [a semejanza de Togliatti se encontraba más absorbido por los estudios universitarios, como anotaba Tasca], se sentía muy cercano a estos coetáneos: en común tenían su atención viva a Croce, antipositivista y antimetafísico, a Salvemini, que continuaba su batalla contra las degeneraciones corporativistas del socialismo, y al joven jefe revolucionario, el director de L’Avanti Benito Mussolini.[22]

Habría que añadir también la figura de Prezzolini y su revista literaria y cultura La Voce, que además acercan a Gramsci y a sus amigos a la influencia filosófica de Bergson y política de Sorel. Es decir, una filosofía vitalista y una política marcada por el voluntarismo más extremo en el caso de Sorel y su mitificación de la violencia y la huelga de matriz sindicalista revolucionaria. Si observamos de manera un poco más atenta, es un tipo de formación no tan lejana a la de alguien como Benito Mussolini. En cualquier caso, es una formación que no tiene nada que ver con Marx ni con la crítica de la economía política.

Esta formación intelectual fue reforzada por sus profesores universitarios, algunos de los cuales aparecen posteriormente citados en sus Cuadernos de la cárcel. Profesores que le iniciarán en el marxismo, como el profesor Annibale Pastore que le dio incluso clases particulares; el lingüista Bartoli o Umberto Cosmo, especialista en Dante. La formación teórica y cultural de Gramsci, hasta 1917, está profundamente vinculada a la corriente dominante del pensamiento burgués, una formación idealista e historicista, vinculada al «gran pensador europeo» de su época, Benedetto Croce.

Fue en 1914 cuando Gramsci escribió su primer artículo importante: Neutralidad activa y operante, publicado en Il Grido del Popolo el 31 de octubre de 1914[23]. En realidad, el título evoca el que acababa de escribir Benito Mussolini en L’Avanti, periódico oficial del PSI del que era director: Dalla neutralità assoluta alla neutralità attiva ed operante. El artículo de Mussolini empezaba criticando la posición oficial del PSI acerca de la neutralidad en torno a la guerra, que había sido inicialmente la suya (ya que era el director del periódico y el líder de la izquierda socialista). La fórmula oficial del PSI fue acuñada por Lazzari: «ni adherir, ni sabotear». Posición que fue criticada desde la izquierda por Amadeo Bordiga y los compañeros de la corriente que se empezaba a delinear ya en torno a él: una crítica dirigida hacia el antibelicismo y el derrotismo revolucionario. La posición de Mussolini fue titubeante desde el inicio. En principio se adhirió a la posición oficial del PSI de neutralidad absoluta en relación a los dos bandos contendientes de la I Guerra Mundial. Pero rápidamente abrió las columnas de L’Avanti al debate entre los socialistas y escribió un artículo desde una lógica plenamente voluntarista y concretista:

De muchos indicios se deduce que el Partido Socialista Italiano no se “acostó” entre los cojines de una fórmula cómoda como la de la neutralidad absoluta. Cómodo, porque es negativo. Permite no pensar y esperar. Pero un Partido que quiere vivir en la historia y hacer historia, en la medida en que le está permitido, no puede someterse, so pena de suicidio, a una norma a la que se da el valor de dogma incuestionable o de ley eterna alejada de las férreas necesidades del espacio y del tiempo.

El partido, pues, tiene que actuar, ser parte activa de la Historia en todo momento, en todo instante. Eso significa, en el contexto de la I Guerra Mundial, ser parte de algunos de los contendientes de la contienda. Y dejar, por tanto, la comodidad del neutralismo. Hay que lanzarse de lleno en el fango de la guerra, de la guerra imperialista. Mussolini acompaña su reflexión del realismo típico de todos los burgueses y oportunistas. Su eco nos resulta familiar pues es invariante. Es típico de todos los oportunistas que acusan a los comunistas intransigentes de sectarios al defender una posición neta de derrotismo revolucionario y de esquematismo doctrinal. Es la misma posición de aquellos que defienden siempre un mal menor y, en la guerra actual en Ucrania, la necesidad de ubicarse con uno de los bandos capitalistas de la contienda. De este modo, Mussolini continúa:

Una neutralidad socialista que ignorara los posibles resultados de la guerra actual sería no sólo absurda sino un crimen. […] No podemos “embutirnos” en una fórmula si no queremos condenarnos al inmovilismo.

En otras palabras, debido al giro de los acontecimientos, el PSI debería haber jugado la carta de la participación sin aislarse; no caer en la trampa de salvar la “letra” del partido matando, como consecuencia, el “espíritu” del socialismo.

Este artículo causa la neta respuesta de Bordiga desde las páginas de Il Socialista en su texto Por el antimilitarismo activo y operante[24]. Muy distinta será la intervención de un joven sardo, apenas conocido, desde las páginas de Il Grido del Popolo, periódico socialista de Turín:

Y nosotros, socialistas italianos, nos plantearnos el problema siguiente: «¿Cuál debe ser la función del Partido Socialista italiano [téngase en cuenta, no del proletariado o del socialismo en general] en el presente momento de la vida italiana?» Porque el Partido Socialista, al que damos toda nuestra actividad, es también italiano, es decir, es la sección de la Internacional socialista que ha asumido la tarea de conquistar para la Internacional la nación italiana. Esta tarea suya inmediata, siempre actual, le confiere caracteres especiales, nacionales, que le obligan a asumir en la vida italiana una función específica y una responsabilidad suya. Es un Estado en potencia que va madurando, antagonista del Estado burgués, y que intenta en la lucha cotidiana con este último y en el desarrollo de su dialéctica interna crearse los órganos necesarios para superarlo y absorberlo. Y en el desarrollo de esa su función es autónomo, no depende de la Internacional sino por el objetivo supremo que hay que conseguir y por el carácter de clase que ha de presentar siempre esa lucha.[25]

La lógica conceptual es idéntica a la de Mussolini. Una perspectiva concretista e inmediatista, voluntarista y, ante todo, italiana. Se dibuja claramente un nacional-socialismo que es una constante en el pensamiento de Gramsci (excepto en el período en que trabajará bajo la dirección del PCdI en torno a la izquierda). Es él el que precisa claramente que el centro es Italia. El Partido Socialista es italiano, el proletariado es, ante todo, italiano. Es desde ahí que habla y piensa. Y es al proletariado italiano al que se dirige. El objetivo de la Internacional es conquistar la nación italiana —tarea que es siempre actual— hacia un Estado socialista[26]. Y es desde esta premisa italiana que los socialistas tienen que intervenir en la guerra. La lógica, en este momento, es confluyente con la de Mussolini. Más adelante Gramsci dice que lo que caracteriza a los revolucionarios es concebir la historia como creación del propio espíritu[27] para dar vida a la nación. Al final del texto habla del «caso Mussolini» y, tras el primer párrafo, se corta la edición en español[28]. En ese primer párrafo, Gramsci polemiza con a.t. (es decir, Angelo Tasca) que ha criticado en Il Grido del Popolo a Mussolini. Nos dice que hay que diferenciar al hombre Mussolini, con sus defectos de carácter, de lo que tiene de auténtico, de socialista italiano, de concretismo realista.

Y, a continuación, añade algo —que no aparece en la edición en español— sin que se den más explicaciones:

Pero equivocado está, en mi opinión, el núcleo del artículo de a.t. cuando Mussolini dice a la burguesía italiana: «Id donde os llamen vuestros destinos», es decir: «Si creéis que es vuestro deber hacer la guerra contra Austria, el proletariado no saboteará vuestra acción», no está renegando en absoluto de su actitud respecto a la guerra de Libia, que dio lugar a lo que a.t. llama «el mito negativo de la guerra». Cuando se habla de «sus destinos», se permite comprender aquellos destinos que, debido a la función histórica de la burguesía, culminan en la guerra, y ésta, por tanto, mantiene aún más intensamente, una vez adquirida la conciencia del proletariado, su carácter de antítesis irreductible con los destinos del proletariado. No un abrazo general quiere por tanto Mussolini, no una fusión de todos los partidos en una unanimidad nacional, pues entonces su posición sería antisocialista. Le gustaría que el proletariado, habiendo adquirido una clara conciencia de su fuerza de clase y de su potencial revolucionario, y reconociendo por el momento su propia inmadurez, tomara el timón del Estado (para hacer la […][29]) una disciplina ideal, y dejara actuar a aquellas fuerzas de la historia que el proletariado, no sintiéndose sustituido, considera más fuertes. Y sabotear una máquina (cuya neutralidad absoluta se reduce a un verdadero sabotaje, sabotaje aceptado además con entusiasmo por la clase dominante) no significa desde luego que esa máquina no sea perfecta y no sirva para algo. La posición de Mussolini tampoco excluye (de hecho, presupone) que el proletariado renuncie a su actitud antagónica y pueda, tras un fracaso o una impotencia demostrada de la clase dominante, deshacerse de ella y hacerse cargo de los asuntos públicos, si, al menos, he interpretado correctamente sus declaraciones, un tanto desordenadas, y las he desarrollado en la misma línea que él lo habría hecho. ¿Qué dirá el proletariado? No puedo imaginar un proletariado que sea como un mecanismo al que se le ha dado la cuerda con la llave de la neutralidad absoluta en julio y no se le puede parar en octubre sin que se rompa. Por el contrario, se trata de hombres que han demostrado, sobre todo en los últimos años, que poseen una agilidad de intelecto y una frescura de sensibilidad que la amorfa e indiferente masa burguesa está lejos de limitarse a olfatear. De una masa que ha demostrado que sabe muy bien asimilar y revivir los nuevos valores que el renacido Partido Socialista ha puesto en circulación. ¿O que tal vez nos asuste el trabajo que habría que hacer para que asumiera esta nueva tarea, que tal vez podría ser para él el principio del fin de su condición de alumno de la burguesía? En todo los casos, que la cómoda posición de absoluta neutralidad no nos haga olvidar la gravedad del momento, y no nos entreguemos ni por un instante a una contemplación demasiado ingenua y a una renuncia budista de nuestros derechos.

Gramsci nos dice que Mussolini, al no sabotear la guerra de la burguesía italiana contra Austria, no renuncia al socialismo y al antagonismo de clase, pues simplemente el proletariado debe reconocer su propia inmadurez y dejar actuar a la burguesía para que lleve a cabo sus destinos. Lo que nos interesa destacar es que más allá de la confusión del artículo y del redactado, la posición de Gramsci muestra una clara simpatía por Mussolini. En un Partido que, a pesar de su centrismo, expulsó inmediatamente a Mussolini del PSI en la sección de Milán. El Gramsci que nos aparece en este artículo es un intelectual italiano, nacionalista, en absoluto un marxista. Con una profunda voluntad de actuar, de hacer, hacer y hacer. Como dirá más adelante, durante la fundación de L’Ordine Nuovo, este será su lema y el de sus tres amigos, Tasca, Terracini y Togliatti. Nos parece importante resaltar este hecho no porque creamos en que un militante no pueda salir del fango de la izquierda del capital o de la ideología burguesa a secas. Lo resaltamos porque en realidad este tipo de enfoque y aproximación se encuentra siempre presente en Antonio Gramsci y, además, sintomáticamente, nunca volvió —y no era una cuestión de mero orgullo—, a realizar un balance de esta fase de su vida.

Tras este primer artículo, Gramsci fue apartado de la sección turinesa del PSI y se acercó a Mussolini, hasta al menos los primeros meses de 1915[30]. De hecho, manda un artículo sobre Cerdeña a la redacción de Il Popolo d’Italia, el nuevo periódico de Mussolini, texto que el futuro duce no acepta, aunque le pide que le siga mandando artículos. Es decir, existe, siguiendo la lógica de los artículos, una inicial confluencia entre ambos.

A lo largo de 1915, Gramsci se separa de Mussolini y vuelve lentamente a la sección de Turín del PSI. Comienza a colaborar con L’Avanti a través de una sección llamada Sotto la Mole[31] y, poco a poco, va girando hacia posiciones de izquierdas y contra la guerra. Aunque siempre desde posturas no marxistas, y desde el voluntarismo que le caracterizó siempre. De este modo, en 1916, en un artículo de Sotto la Mole del 13 de julio, escribe que «nosotros somos hijos de nosotros mismos porque hemos madurado en nosotros mismos nuestras experiencias. No tenemos una tradición seria que conservar, que enriquecer, que desarrollar; nada que se nos haya dejado en herencia y que cuente realmente algo. […] Somos viejos chavales, gente que nace con 80 años. […] Nuestra generación de viejos jóvenes es la que deberá realizar el socialismo»[32].

Vemos que sigue muy presente el adanismo de la concepción de Gramsci. No le debemos nada a nadie —excepto a la filosofía italiana idealista que es, en realidad, la que le ha formado. Todo es voluntad, deseo de realizar y crear (haremos el socialismo). Desde luego, lo que no existe es una relación doctrinal seria con el método y la concepción de Marx, que ni siquiera se le presenta como una referencia. Gramsci, finalmente y como escribe Riechers, está determinado por su idealismo liberal y nacionalista. Como hemos visto, el centro de su reflexión está constituida por la nación italiana y no por el proletariado mundial. Incluso llegó a escribir que el presidente norteamericano Wilson era «el símbolo vivo de la realización de la doctrina marxista en los países anglosajones», frase que es típica del socialismo burgués que ya Marx denunció en el Manifiesto de 1848. Es emblemática la existencia de un partido socialista de la época que ha contado entre sus dirigentes, antes de la guerra, con Mussolini, y que sigue contando en 1916 con personalidades como Gramsci. En febrero de 1917 publicará un pequeño periódico que contiene artículos suyos y fragmentos de sus filósofos favoritos (Croce, Salvemini…). Nos referimos a Città Futura. De este periódico, nos dice Fiori:

Completamente escrito por Gramsci; solo lo integraban fragmentos de textos de Gaetano Salvemini (en la segunda página, por «Cultura y laicidad», «volumen que todos los jóvenes deberían leer», advertía Gramsci en una nota), de Benedetto Croce (en tercera página, «La religión», extraído de La Crítica) y del gentiliano Armando Carlini (en tercera página, «¿Qué cosa es la vida?» del Inicio al estudio de la filosofía «que se aconseja vivamente de leer y meditar»): la elección de estos autores parece indicativa de una matriz cultural.[33]

Desde 1917 el proletariado empieza a moverse en Italia contra la guerra imperialista en Italia. En agosto se desencadena un fuerte movimiento insurreccional y de clase por parte de la clase obrera de Turín. El resultado de este motín contra la crisis económica y la guerra fue de 50 muertos entre los proletarios y 10 policías. También hubo 200 heridos y más de 1.000 detenidos, muchos de ellos en la sección socialista local. El descabezamiento de su equipo directivo hizo que por primera vez Gramsci tuviera responsabilidades de dirección. Será cooptado en la dirección local y nombrado responsable del periódico Il Grido del Popolo. En noviembre, participó como delegado de este rotativo en una reunión importante en Florencia, organizada por la Fracción Intransigente y Revolucionaria contra la guerra, en la que destacaron las intervenciones de Amadeo Bordiga en defensa del derrotismo revolucionario. Gramsci no intervino, a pesar de que la hagiografía posterior del PCI quiso hacer de esta reunión un momento de reconocimiento de su papel dirigente[34].

Es en este contexto, cuando empieza a militar de un modo más activo, que Gramsci escribe un artículo cuya fama ha llegado a nuestros días, como un ejemplo de marxismo cálido y creativo. Nos referimos a «La revolución contra El Capital» publicado en Il Grido del Popolo tras la Revolución de Octubre:

La revolución de los bolcheviques se compone más de ideologías que de hechos. (Por eso, en el fondo, nos importa poco saber más de cuanto ya sabemos). Es la revolución contra El Capital de Carlos Marx. El Capital de Marx era, en Rusia, el libro de los burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la necesidad ineluctable de que en Rusia se formase una burguesía, se iniciase una era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera siquiera pensar en su insurrección, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han reventado los esquemas críticos según los cuales la historia de Rusia hubiera debido desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx al afirmar, con el testimonio de la acción desarrollada, de las conquistas obtenidas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como se pudiera pensar y se ha pensado.[35]

Vemos que Gramsci sigue preso de un esquema idealista, voluntarista, que rechaza explícitamente el marxismo y los cánones del materialismo histórico. La revolución son hechos, pura voluntad, que hace saltar los esquemas predefinidos. ¡Cuánta diferencia con los debates de la época en la izquierda de la II Internacional! Con las posiciones asumidas por Rosa Luxemburgo en su importante texto sobre la Huelga de masas[36], las intervenciones de Pannekoek, de Trotsky sobre 1905 y la revolución permanente, o de Lenin acerca de Las dos tácticas de la socialdemocracia rusa[37]. No comprende el carácter internacional del capitalismo de su época, tan encarcelado como está en la lógica nacional. El capitalismo es un sistema mundial que implica un desarrollo desigual y combinado, sus contradicciones son globales, al mismo tiempo que configura un proletariado mundial, una clase universal. Por eso, no se puede aislar la lucha del proletariado en un sentido nacional (pero sobre eso ya habían advertido Marx y Engels). Por eso, como le dijo Bordiga a Giuseppe Berti mientras se dirigían al II Congreso de la Internacional Comunista en 1920, la revolución rusa y la posición de los bolcheviques, hasta ese momento, se han adecuado a la doctrina de Marx. Esa es nuestra fortaleza como comunistas, nuestra vinculación al programa histórico del materialismo histórico, y no una victoria formal, contingente, como la del octubre ruso. Y Bordiga continúa: si alguna vez los bolcheviques se desviaran de nuestro programa, nuestra victoria no sería menos segura, pues lo importante es nuestra vinculación a nuestra doctrina y a nuestro programa. Esta discusión se le quedó grabada en la cabeza a Berti[38] décadas después y nos parece que resume muy bien aquello que nos acusan los contrarrevolucionarios de todo pelaje: un doctrinarismo esquemático. Y es que no entienden que nuestra teoría nace de categorías que consiguen representar la realidad en su complejidad global, como totalidad concreta, y de este modo poder trazar el recorrido posible de la emancipación posible de nuestra clase y especie.

Pero continuemos con el texto de Gramsci:

No obstante hay una ineluctabilidad incluso en estos acontecimientos y si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan el pensamiento inmanente, vivificador. No son marxistas, eso es todo; no han compilado en las obras del Maestro una doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, lo que no muere nunca, la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, contaminado en Marx de incrustaciones positivistas y naturalistas. Y este pensamiento sitúa siempre como máximo factor de historia no los hecho económicos, en bruto, sino el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se acercan unos a otros, que se entienden entre sí, que desarrollan a través de estos contactos (civilidad) una voluntad social, colectiva, y comprenden los hechos económicos, los juzgan y los condicionan a su voluntad, hasta que esta deviene el motor de la economía, plasmadora de la realidad objetiva, que vive, se mueve y adquiere carácter de material telúrico en ebullición, canalizable allí donde a la voluntad place, como a ella place.

Los bolcheviques no son marxistas, eso es todo. El ladrón se cree que todos son de su condición. Lo importante es entender la naturaleza voluntarista, historicista, idealista de un pensador que solo ha tenido ligeros contactos con el marxismo a partir de su formación universitaria. Y con lecturas de Marx influenciadas desde esta perspectiva. Aparte de lecturas algo más canónicas para la época (el socialista y humanista Mondolfo o Labriola). Pero, sobre todo, Gramsci es un idealista. Alguien cuya lectura de Marx y de la sociedad se hace a través de los ojos de Croce, Gentile y Salvemini. Será de Gentile, el futuro ministro de Educación fascista, del que recogerá la fórmula de filosofía de la praxis, para sintetizar la teoría marxiana.

Gramsci no entiende, nunca lo hizo, que la única manera de apropiarse de la realidad concreta es como «síntesis de múltiples determinaciones abstractas»[39]. Su defensa del realismo concreto, de la importancia de actuar en las situaciones inmediatas, no es sino la mejor manera de reproducir las dinámicas y las lógicas del capital en la propia práctica. De hecho, hay una coherencia entre su concepción, la filosofía de la praxis, que da una primacía explicativa al comportamiento social y a cómo este es percibido por los sujetos, y su oportunismo político. La cita de más arriba nos parece que refleja muy bien el sentido de nuestras afirmaciones y nuestra crítica. Gramsci contrapone a la frialdad de los esquemas teóricos de El Capital —que son los únicos que nos permiten entender la realidad de la sociedad capitalista, en realidad— las acciones vivas de la gente, hechas en el contacto directo de los hombres, que se relacionan y miran entre sí, que crean juntos civilidad. Y que, de esa manera, pueden someter los hechos económicos y plasmarlos a su voluntad. Como dicen los compañeros de n+1, bajo estas premisas, Gramsci demostrará una profunda coherencia, en su incoherencia global y total con una perspectiva materialista y comunista de la emancipación humana.

No queremos alargar más esta parte de su formación inicial. Nos parece importante, sobre todo, entender lo que hemos dicho ahora para entender el contexto cultural e intelectual en el que se mueven los Cuadernos de la cárcel que han sido, de un modo tan exagerado, tratados como si fueran el principal texto de doctrina marxista del siglo XX. Cuando Gramsci, a decir de Bordiga, tenía poco que ver con el marxismo, menos que Turati.

Acabamos esta parte con un texto del mismo año y la misma época que La revolución contra “El Capital”. Tiene el significativo título de Nuestro Marx. Y, como no podía ser menos, con Marx tiene muy poco que ver. De hecho, para Gramsci todos son y somos marxistas. Somos marxistas, aunque no lo sepamos. El marxismo es solo el lema internacionalista (¡Proletarios de todos los países, uníos!) asumido de un modo genérico[40].  Y después, de lo que se trataba es de organizar y hacer propaganda de la idea. Estamos muy lejos de la lógica intransigente y sectaria que llevó a los bolcheviques y al resto de las izquierdas de la II Internacional a romper con la II Internacional. Y trataron de organizar y dirigir la oleada revolucionaria que ya estaba en curso. Es importante entender esta enorme confusión de Gramsci acerca de las tareas de la época para que podamos ver las debilidades del pensador sardo en los años 1919 y 1920, durante su etapa consigliarista[41]:

¿Somos marxistas?  ¿Existen marxistas? Tú sola, estupidez, eres eterna. Esa cuestión resucitará probablemente estos días, con ocasión del centenario, y consumirá ríos de tinta y de estulticia. La vana cháchara y el bizantinismo son herencia inmarcesible de los hombres. Marx no ha escrito un pequeño credo, no es un mesías que hubiera dejado una ristra de parábolas cargadas de imperativos categóricos, de normas indiscutibles, absolutas, fuera de las categorías del tiempo y del espacio. Su único imperativo categórico, su única norma es: Proletarios de todo el mundo, uníos. Por tanto, la discriminación entre marxistas y no marxistas tendría que consistir en el deber de la organización y la propaganda, en el deber de organizarse y asociarse. Demasiado y demasiado poco: ¿Quién no sería marxista? Y, sin embargo, así son las cosas: todos son un poco marxistas sin saberlo.[42]

 

 

 

II. Gramsci durante el Bienio Rosso (1919-1920)

A partir de 1919, el pensamiento y la militancia de Antonio Gramsci se hacen más concretos, más reales, al contacto con la situación revolucionaria que se crea en Italia durante el Bienio Rojo (1919-1920) y, más en general, con la oleada revolucionaria de aquellos años. El 22 de diciembre de 1918 apareció en Nápoles Il Soviet, el periódico que agrupaba en toda Italia a los partidarios de la fracción comunista abstencionista. Se trata de una corriente en toda Italia que, de hecho, tenían la mayoría en la misma sección de Turín a través de dirigentes tan destacados como Giovanni Boero.

A finales de 1918, vuelven de la guerra Palmiro Togliatti[43], Angelo Tasca y Umberto Terracini y, con ellos, Gramsci funda L’Ordine Nuovo el 1 de mayo de 1919. L’ Ordine Nuovo (LON) se caracteriza por sus posiciones de defensa a ultranza de los consejos de fábrica y las comisiones internas dentro de éstas. Tuvieron una influencia y una participación exclusivamente dentro de la ciudad de Turín, relacionándose para ello con las luchas y las ocupaciones de los trabajadores de las fábricas de la ciudad piamontesa.

¿En qué consistían las posiciones del grupo LON y qué límites se vislumbraron ya en su momento?

En primer lugar, tenían una confusión entre los soviets y los consejos obreros alemanes y los consejos de fábrica en Italia. Este fue uno de los principales motivos de polémica entre la izquierda abstencionista en torno a Bordiga y los ordinovistas de Gramsci. Los soviets rusos o los räte alemanes no eran simplemente órganos vinculados a las fábricas y con una función exclusivamente económica. Los soviets tenían un carácter territorial, cuya influencia se extendía sobre todo un territorio local, lo que permitía que fueran órganos políticos, de lucha y preparación para la insurrección y toma del poder político por parte del proletariado. Ese tipo de funciones y realidades no se encontraban aún en Italia, pues los consejos de fábrica estaban encerrados en la lógica y bajo los muros de las empresas. Defender, como hacían los ordinovistas, el control obrero sobre la producción, sin llevar a cabo antes una insurrección revolucionaria, una toma del poder por parte del proletariado que impusiese su dictadura sobre el capital, implicaba que los obreros gestionasen el capital, su propia explotación. Ese es uno de los meollos de la crítica que la fracción abstencionista realiza contra los ordinovistas. Crítica que aparece muy bien reflejada, entre otros textos que podríamos citar, en un artículo de Amadeo Bordiga en Il Soviet, «Tomar la fábrica o tomar el poder». Bordiga sostiene, en primer lugar, que está creciendo el proceso de constitución del proletariado en clase, que ya no les vale con hacer huelga, sino que quieren dejar de ser explotados, empezar a trabajar para ellos mismos:

Estos últimos días, los obreros han entendido, y su acción para apoderarse de las fábricas, así como la continuación del trabajo en lugar de la huelga lo ha demostrado, que no querían parar el trabajo y que no querían trabajar como los patrones les decían. No quieren trabajar ya por cuenta de esos últimos, no quieren ya ser explotados, quieren trabajar para ellos mismos, o sea para el solo interés de los obreros.[44]

Pero hay que evitar que esta determinación positiva se transforme en una vía de salida errónea, en un sentido gestionista (es decir, de mera gestión de la producción capitalista por parte de los obreros):

Se dijo que donde existían consejos de fábrica, estos habían funcionado asumiendo la dirección de las fábricas y haciendo continuar el trabajo. No quisiéramos que la convicción de que, desarrollando la institución de los consejos de fábrica, sería posible tomar posesión de las fábricas y eliminar los capitalistas, pueda apoderarse de las masas. Sería la más peligrosa de las ilusiones. Las fábricas serán conquistadas por la clase de los trabajadores —y no por los obreros de la misma fábrica, lo cual sería fácil pero no comunista— solo cuando la clase trabajadora en su conjunto se haya apoderado del poder político. Sin esta conquista, la disipación de las ilusiones será efectuado por la Guardia Real, los Carabineros, etc., o sea por la máquina de opresión y de fuerza que posee la burguesía a través de su aparato político de poder.[45]

O sea, hacer que el trabajo funcione sin eliminar la propiedad privada capitalista y el control burgués sobre el Estado, solo sirve para que los trabajadores gestionen la propia explotación de un modo más directo. Mucho más, como en el caso italiano, cuando además la propiedad privada no había sido abolida y los obreros estaban gestionando una producción cuyos beneficios continuaban siendo privados. En cualquier caso, Bordiga identifica el corazón del problema: la empresa es una institución de la sociedad del capital. No se puede gestionar de un modo beneficioso para los obreros. Hay que abolir la misma lógica del capitalismo en su conjunto, y eso requiere una insurrección revolucionaria por parte de todo el proletariado que acabe con el dominio global de la burguesía sobre el Estado. O sea, la tarea del momento era la toma del poder, la revolución, la instauración de la dictadura del proletariado.

Y para esa tarea era fundamental que el proletariado crease su órgano específico de clase, el partido comunista:

Los intentos continuos y vanos de la masa trabajadora que se agota cotidianamente en esfuerzos parciales deben ser canalizados, fusionados, organizados en un solo, único, esfuerzo que mira a golpear directamente el corazón de la burguesía enemiga. Esta función no puede y no debe ser ejercida sino por un partido comunista, lo cual no debe tener otro objetivo, en la hora actual, que destinar toda su actividad a volver las masas trabajadoras siempre más conscientes de la necesidad de esta gran acción política siendo ella la sola vía por la cual se puede llegar directamente a la posesión de las fábricas y que, procediendo de otra manera, se esforzará en vano de conquistar.[46]

No existe para Bordiga —ni para la izquierda intransigente— una oposición entre clase y partido. El partido es un órgano de la clase, que es un producto de la lucha de ésta, de la creación de situaciones revolucionarias, y que desde ahí se puede transformar en un factor activo. Es decir, se puede convertir en ese catalizador que permita al proletariado ser cada vez más consciente de su acción política, de unificar todos sus intentos para golpear el corazón de la burguesía. Los soviets son el órgano de autoactividad y de participación unitaria del proletariado en la dictadura de clase, su aparición es índice de la situación revolucionaria, pero el partido es la aparición del órgano de clase que encarna el programa histórico del proletariado. Su función, la del partido, es fundamental para poder dibujar con claridad las tareas estratégicas del momento y llevar a cabo la dictadura del proletariado, que permite invertir realmente la praxis del proletariado contra el dominio de la burguesía.

Por eso, para la izquierda abstencionista de lo que se trataba era de luchar por la escisión dentro del Partido Socialista Italiano. Diferenciar de modo neto a los comunistas revolucionarios de la socialdemocracia. Esa tarea la planteó claramente la izquierda abstencionista en el XVI Congreso del PSI de octubre de 1919 en Bolonia, un momento donde el proceso revolucionario mundial e italiano estaba todavía en auge. Y, para ello, era esencial la claridad y homogeneidad programática. Sin embargo, la dirección del PSI en torno a Serrati, que formalmente era parte de la Internacional Comunista desde su II Congreso de 1919, se opuso tenazmente a cualquier ruptura que menoscabase la unidad del partido socialista. No querían expulsar al ala reformista y parlamentaria dirigida por Turati y Treves. Sintomáticamente, la posición de Gramsci y sus compañeros de LON estuvo en ese momento del lado de los maximalistas de Serrati y de su corriente. Ellos también estaban en contra de acelerar la fundación del Partido Comunista y de romper con el ala reformista del socialismo italiano.

En síntesis: los consejos de fábrica italianos no son soviets, o sea, organismos políticos y territoriales para la dictadura del proletariado. Aislados de una lucha revolucionaria por el poder que, además, requería el desarrollo de un partido de clase vinculado con claridad al programa histórico del comunismo, su destino era equívoco. Los consejos de fábrica, fetichizados, encerraban la lucha del proletariado en los muros de las fábricas. Del mismo modo que la lucha por ganar las elecciones parlamentarias —efectivamente el PSI ganó en 1919— encerraba al proletariado en los muros de la política parlamentaria. No era el momento ni de gestionar la producción capitalista, ni, desde luego, de ganar las elecciones; era el momento de impulsar la autoactividad del proletariado en el desarrollo de soviets auténticos hacia la toma del poder y, para ello, era fundamental la dirección del partido comunista. O sea, que el proletariado crease su órgano político específico, el partido[47].

Estas eran las premisas que había que ir desarrollando para que la situación revolucionaria creada desembocara en una revolución auténtica. Los partidos comunistas no nacen de la voluntad sino de situaciones revolucionarias marcadas por la polarización y la autoactividad social, pero sin su desarrollo no hay inversión posible de la praxis del proletariado y ésta sigue presa de las relaciones sociales capitalistas[48]. Y esto es lo que le sucedió al proletariado italiano. Las posiciones maximalistas de Serrati y el fetichismo de los consejos de fábrica por parte de Gramsci fueron uno de los factores que ayudaron a ello.

El esquema gramsciano de esta época, tal y como Bordiga explicó a principios de los años 50, se queda en una acción económica que impulsa la voluntad y la praxis, pero a un nivel puramente inmediato y corporativo —en ese sentido, tiene muchas analogías con el sindicalismo revolucionario. Por eso es incapaz de dar el salto general a una acción conjunta y global que permita la insurrección revolucionaria del conjunto del proletariado y que solo el partido de clase permite[49]. Este esquema quedará representado en la «Tabla V: Esquema voluntarista-inmediatista» de Teoría y acción en la doctrina marxista:

 

Como vemos, es el individuo del que parte todo, y a partir de sus tensiones físicas y empujes económicos se desarrolla la conciencia, la voluntad y la acción que, organizada en consejos de fábrica y partido electoral (en el caso de Gramsci) se constituye en clase, pero como una mera sumatoria de acciones inmediatas. De este modo, la clase nunca se constituye en clase para sí, por lo que no tiene ninguna orientación histórica de carácter revolucionario como explica el mismo Bordiga en su comentario a la tabla:

Típico de la visión corporativista pequeñoburguesa, por lo tanto, de formas oportunistas (proudhonismo, anarcosindicalismo, obrerismo, ordinovismo, socialismo de los consejos) y reformistas (laborismo, etc.); evidentemente encaja dentro de la concepción liberal de la que representa una variante. Aquí el individuo, siempre en la base del proceso, toma conciencia de los impulsos físicos y económicos que son el sustrato de su existencia: esta conciencia condiciona la voluntad, y ésta a su vez condiciona la acción. La organización económica y política resulta de la confluencia de las tomas de conciencia individuales: la clase es a su vez el resultado de la agregación y la puesta en red de las organizaciones inmediatas (es por tanto una noción divorciada de cualquier sentido de dirección histórica —nunca clase en sí y para sí en el sentido marxista de la expresión).[50]

Gramsci, en este sentido, tiene una visión gradualista del proceso de toma de conciencia. Y su concepción con respecto a los consejos obreros converge perfectamente con esta visión[51]. No se trata de lograr un salto revolucionario a través de la insurrección[52], sino que la conciencia avanza con instituciones previas (consejos de fábrica, comisiones internas dentro de ella). En ese sentido, el socialismo es la expresión de un orden nuevo que nace progresivamente de la sociedad capitalista. Acerca de este gradualismo Gramsci es muy claro en sus artículos en LON:

El Estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de vida social características de la clase obrera explotada. Relacionar esos institutos entre ellos, coordinarlos y subordinarlos en una jerarquía de competencias y de poderes, concentrarlos intensamente, aun respetando las necesarias autonomías y articulaciones, significa crear ya desde ahora una verdadera y propia democracia obrera en contraposición eficiente y activa con el Estado burgués, preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgués en todas sus funciones esenciales de gestión y de dominio del patrimonio nacional.[53]

Podemos entender, perfectamente, la pertinencia de la crítica de Bordiga leyendo esta cita de Gramsci. El proletariado crea ya su propia democracia obrera que sustituirá llegado el caso al Estado burgués y para ello implementará su Estado socialista. Dejando a un lado que Estado y socialismo son incompatibles (el socialismo es una sociedad sin clases y, por ende, sin Estado), el poder del proletariado se piensa ya interno a la sociedad del capital, nace gradual y progresivamente, de la simple relación y coordinación de las instituciones proletarias. Como decía Bordiga, en el artículo ya citado de Il Soviet, el problema no es la autoactividad de la clase sino su fetichismo. Es decir, si esa autoactividad se vincula con el sentido histórico y programático que tiene que adoptar la acción del proletariado, queda prisionera de la lógica del capitalismo. Y es eso, precisamente, lo que sucedió a lo largo de 1919-1920 en las ocupaciones de fábrica de marzo y abril de 1920 y en la huelga nacional de los metalúrgicos en septiembre de 1920.

Gramsci ha superado en esta época el culturalismo abstracto de Salvemini, pero sigue aún dentro de las categorías idealistas que marcarán toda su vida política e intelectual: para él, la conciencia de clase no nace de la negación del conjunto de las categorías del capital, sino de la gestión y el control obrero de la producción. De ahí que nos parezca pertinente definir como obrerista y gestionista su visión en esta época[54], que le llevará a apostar por que los obreros interioricen la realidad de la fábrica y del capitalismo a través de la disciplina:

También os corresponde velar por que se respeten en las secciones las reglas de trabajo fijadas por los sindicatos de oficio y aceptadas en los convenios, pues en este campo la más pequeña derogación de los principios establecidos puede a veces constituir una ofensa grave a los derechos y a la personalidad del obrero, cuyos defensores y custodios rígidos y tenaces seréis. Y como viviréis vosotros mismos constantemente entre los obreros y en el trabajo, podréis conocer las modificaciones que vaya siendo necesario introducir en los reglamentos, modificaciones impuestas por el progreso técnico de la producción y por la consciencia y la capacidad progresivas de los mismos trabajadores. De este modo irá constituyéndose una moral de fábrica, primer germen de la verdadera y efectiva legislación del trabajo, o sea, de las leyes que los productores elaborarán y se darán a sí mismos. Estamos seguros de que no se os esconde la importancia de este hecho, que es evidente para todos los obreros que han comprendido, con rapidez y entusiasmo, el valor y la significación de la obra que os proponéis hacer: empieza la intervención activa de las fuerzas mismas del trabajo en el campo técnico y en el de la disciplina.[55]

Imaginemos el contexto del artículo, septiembre de 1919, en plena oleada insurreccional en Italia y en el mundo. Gramsci no llama a romper los ordenamientos del capital, sino a que se respeten los reglamentos de los sindicatos y de los convenios con las empresas. Y, de hecho, el proletariado tiene que ser el custodio más celoso de estas ordenanzas, todo ello dirigido hacia la creación de una moral y disciplina de fábrica[56]. Vemos en este tipo de reflexiones que la lógica de Gramsci es evolucionista[57], como lo será a partir de 1924 por otra parte. Gramsci piensa las instituciones previas del poder de clase a partir de una noción donde «la historia es un perpetuo devenir, una creación nunca perfecta, un proceso dialéctico infinito»[58]. Las comisiones internas de los consejos de fábrica son un primer paso en este sentido, el esqueleto del futuro Estado socialista que será una coordinación de consejos de fábrica. Simplemente hay que sustituir la autoridad del patrón y encuadrar una nueva disciplina social de la que nace el socialismo.

Como el Estado obrero es un momento del proceso de desarrollo de la sociedad humana que tiende a identificar las relaciones de su convivencia política, con las relaciones técnicas de la producción industrial, el Estado obrero no se funda en circunscripciones territoriales, sino en las formaciones orgánicas de la producción: las fábricas, los astilleros, los arsenales, las minas, las factorías.[59]

El Estado obrero nacería, pues, del lugar de producción, como efectivo productor de la riqueza a partir de la coordinación de las distintas comisiones internas, como órganos de democracia obrera. Además, continúa presente en las reflexiones gramscianas su culturalismo, de modo que habría que integrar la democracia obrera en un órgano cultural superior que operase una reforma moral e intelectual —como afirmaba Croce—: una visión integral de la vida que conlleve una filosofía, una mística, una moral.

Gramsci piensa que pueden existir órganos de reconstrucción económica dentro del capitalismo que tengan un carácter de clase. Por el contrario, para Bordiga y la fracción intransigente lo esencial es el poder de clase de la burguesía y esto implica estimular la tendencia del proletariado a abatir el Estado burgués y asumir en sus manos el poder. Encerrar al proletariado en la fábrica sería algo fatal para Bordiga por los efectos dispersivos sobre la energía del proletariado. Hay que crear un partido no electoral pero tampoco técnico o administrativo, sino que niegue la sociedad del capital gracias a su solidez programática y táctica.

Sin embargo, la posición de Gramsci está marcada por una incomprensión de las categorías del capital y de la crítica de la economía política. Una justificación del capitalismo, pero sin patrones y capitalistas, que influirá en la toma de posiciones del proletariado de Turín en 1920. Así el Comité de Huelga de abril de 1920 escribe que «la economía nacional se encuentra agredida por los plutócratas, los nuevos ricos, los negociantes de la Banca y de la Bolsa». El problema sería la burguesía como parásita social, habría que defender las libertades y la producción nacional contra los capitalistas que arruinan Italia. Esta lógica nacionalista que identifica al proletariado como la clase nacional por excelencia, se encuentra también en algunos artículos de LON y volverá con fuerza a partir de 1924.

Gramsci no entiende, volviendo a su idea de una gestión obrera sin capitalistas, que las transformaciones del capitalismo de su época estaban expropiando al capitalista de su control sobre los instrumentos de producción como previamente había expropiado al proletariado. Gramsci opone su voluntarismo obrerista a esta dinámica de impersonalidad del capital como remedio a todos los males:

La clase obrera ha quedado como la única que en solitario ama el trabajo, ama la máquina.[60]

El punto de vista de Gramsci cree que basta con gestionar esa máquina para hacerla armónica a los intereses del proletariado. No se da cuenta que la máquina capitalista se identifica con una relación social que hay que destruir. Del mismo modo que existe un fetichismo de la mercancía, existe un fetichismo del capital y de la tecnología, subordinada a la lógica de autovalorización capitalista. Además, el punto de vista de Gramsci coincide con el obrero parcial (de ahí sus analogías con el proudhonismo, como destacaba Bordiga) y no con el obrero global, que es quien puede dirigir la producción hacia el comunismo, es decir, hacia la extinción de su carácter mercantil.

Gramsci identifica consejos de fábrica y soviets, como ya hemos visto, por su obrerismo y porque disuelve el Estado en la fábrica universal (proudhonismo). Toda su visión del proletariado se basa, como ya hemos señalado, en el obrero parcial, en el trabajo concreto. Puede fetichizar e idealizar la situación del proletariado, pues no existe ningún manejo de las categorías críticas de Marx sobre el valor y la mercancía, por lo que acaba naturalizando el sistema de producción e intercambio capitalista, reduciendo el problema a la inexistencia de un control obrero de la producción nacional. Y es que los consejos son instituciones que se adhieren al proceso de producción y que los trabajadores crean para gobernar la producción en su propio beneficio. Y esto, como ya hemos visto, antes de conquistar el poder político:

[El proletariado italiano] es la única fuerza que representa los intereses de la nación italiana en el cuadro de la libertad y la cooperación internacional. La clase obrera ha demostrado que sabe gobernar industrialmente, ha demostrado que quiere salvar la producción contra la voluntad de destrucción de los industriales […] es hoy la única fuerza nacional que puede salvar a Italia del abismo en el que la han arrojado los hombres de los días radiantes y los capitalistas ávidos solo del enriquecimiento individual y de su omnipotencia política […] y que hacen emigrar los capitales al extranjero.[61]

Así se presentan de nuevo, como ya habíamos mencionado, los mismos argumentos nacional-comunistas que aparecían en su texto juvenil Neutralidad activa y operante: nacionalismo, loas al sistema de máquinas mercantil como base del comunismo, identificación del Estado como un mero órgano de centralización de la producción… El pensamiento de Gramsci se encuentra aún inserto dentro de todas las categorías del capital: producción mercantil, nación, Estado. Y sigue:

Hoy la “clase nacional” es el proletariado, es la multitud de los obreros y los campesinos, de los trabajadores italianos que no pueden permitir la disgregación de la nación, porque la unidad del Estado es la forma del organismo de la producción y del intercambio construido por el trabajo italiano, es el patrimonio de la riqueza social que los proletarios italianos quieren llevar a la Internacional Comunista.[62]

La Internacional Comunista queda reducida a una sumatoria de proletariados nacionalistas que gestionan la producción local, a pesar de que su lógica es inmediatamente antinacional y antiestatal. Su nación es la negación de todas las naciones, es el mundo. Además, podemos observar el marcado estatalismo que preside la visión de Gramsci. El Estado es simplemente la coordinación de las unidades productivas, que marca un nuevo orden social, de reforma moral e intelectual. No es casual —y coincidimos con la apreciación— que compañeros como Riechers hayan identificado la visión de Gramsci sobre el Estado con la de Lassalle que identificaba la labor de éste como «moral al más alto nivel»[63]. La misma idea de un «orden nuevo», que da título a la revista ordinovista, es enormemente confusa a este respecto, y es coherente con un proyecto que en el fondo deja intactas las categorías del capital. Se trata de un comunismo vulgar que eliminaría, al menos teóricamente, los aspectos molestos del capitalismo. Y todo ello a partir del fetichismo del trabajo como base natural del capital: del «esfuerzo heroico del trabajo» del que nos habla LON, de entender el comunismo «como la organización del aparato industrial de producción e intercambio»[64]. Y es que «el mundo tiene necesidad de producción multiplicada, de trabajo intenso y febril»[65]. El capitalismo industrial es «productor de cosas útiles y necesarias para la vida» y el comunismo sería el mero «reconocimiento histórico de la naturaleza de la sociedad vinculada al instrumento de producción y al intercambio de la sociedad de los productores». El proletariado no es, para Gramsci, una clase que realiza la insurrección para negarse a sí misma y al capital, sino que el único problema es negar la propiedad privada y exaltar el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin entender que el capital no es una cosa, sino una potencia social impersonal donde el capitalismo une de modo inseparable producción y valorización a través del trabajo asalariado. Esto es lo que define de modo específico al capitalismo y a sus categorías. Es el nudo que hay que cortar, y que ya definió y entendió la izquierda intransigente de Il Soviet en el debate que hemos reconstruido en estas páginas.

Para acabar este apartado y acercarnos a la fundación del Partido Comunista de Italia (PCdI) en enero de 1921, la derrota del movimiento de clase en septiembre de 1920 fue decisiva para Gramsci. Después de haberse separado Tasca, Gramsci junto con Togliatti y Terracini se van acercando a las posiciones de la izquierda en torno a Bordiga. Sobre todo, aceptará antes que el resto de sus compañeros que Bordiga había tenido razón en la cuestión del partido y que esa era la tarea central del momento. O sea, organizar la escisión y romper con Serrati y los maximalistas italianos que, si bien en teoría decían estar de acuerdo con las posiciones de la Internacional Comunista, se negaban a romper con Turati y el ala parlamentaria y reformista. De ese modo, firma ya un manifiesto de la fracción comunista de cara al futuro congreso del PSI que tuvo lugar en Livorno en enero de 1921. Ese manifiesto lo firma junto a Bombacci, Bordiga, Fortichiari, Repossi y Terracini. Y participa en la importante reunión de la fracción comunista en Imola, en noviembre de 1920. Son los momentos previos a la fundación del PCdI que tuvo lugar en Livorno en 1921. Gramsci fue parte de su Comité Central y el Ejecutivo estuvo compuesto por Bordiga, Grieco, Repossi, Fortichiari y Terracini. Pero para el desarrollo de esta parte tenemos que pasar al siguiente capítulo.

 

 

Gramsci en el PCdI (1921-1926)

La fundación del Partido Comunista de Italia en Livorno tiene lugar en enero de 1921. La fracción comunista, en torno a Bordiga consigue 58.000 votos frente a los 100.000 maximalistas de Serrati y los 15.000 votos a los reformistas de Turati. A estos votos habría que añadir las adhesiones de la federación juvenil que se pasa en masa al Partido Comunista, 35.000 sobre 43.000 votos[66]. Tenemos, pues, en sus inicios un partido algo más pequeño que el PSI pero más militante y con bastantes efectivos.

Un partido que nace tarde, como reconoció el mismo Bordiga, en relación al primer momento de la oleada revolucionaria italiana y mundial. En 1921, el Bienio Rosso ha finalizado con la derrota de la huelga de septiembre de 1920. El movimiento proletario se encuentra en reflujo y en una situación desfavorable. Y, sin embargo, el PCdI llevó a cabo un trabajo organizativo, estratégico y teórico muy importante: en primer lugar, la construcción de un partido orgánico en su actuación y funcionamiento. A pesar de las diferentes procedencias de su cuerpo militante y dirigente, toda la organización funciona sobre la base de unos mismos principios y posiciones. El núcleo en torno a Il Soviet y a la fracción abstencionista hegemoniza y dirige al conjunto de la organización. Junto a este sector se integran antiguos compañeros de LON, de la fracción maximalista de Milan (Fortichiari y Repossi).

Gramsci es elegido miembro del CC del nuevo partido. El dirigente del Ejecutivo que procede de LON es Terracini, lo que en parte se debe a su posición antintervencionista durante la guerra. De hecho, esta realidad, el apoyo de Gramsci y Togliatti a la intervención italiana en la I Guerra Mundial, será uno de los motivos que los maximalistas socialistas de Serrati usarán contra los comunistas en el mismo momento de la escisión. Mientras Bordiga daba su discurso, desde la platea del Congreso se empieza a gritar ¡Gramsci, Gramsci…! para señalar la incoherencia de que entre los militantes comunistas haya antiguos intervencionistas. Bordiga lo defenderá de este modo, en el momento en que era atacado:

Puede haber entre nosotros disensiones: Gramsci puede desviarse, puede defender una tesis errónea cuando la mía es la correcta, pero todos nosotros luchamos igualmente por el objetivo final, todos nosotros hacemos ese esfuerzo que constituye un programa, un método. Sabemos que somos una fuerza colectiva que jamás desaparecerá como un pequeño grupo de desertores. Al contrario, somos el núcleo alrededor del cual el gran ejército de la revolución proletaria mundial se reunirá mañana. (Aplausos)[67]

Se trata, entonces, de un partido unificado en torno a las mismas posiciones, las cuales irá desarrollando de un modo cada vez más orgánico. En ello serán muy importantes las Tesis de Roma que se elaboran en el II Congreso del PCdI[68]. Es ahí donde se empiezan a dibujar los disensos con la Internacional Comunista y sus tesis a partir del III Congreso mundial. Esas disensiones tocan la cuestión de la táctica de los comunistas. En un momento de reflujo de la oleada revolucionaria mundial, la Internacional Comunista, con Lenin y Trotsky a la cabeza, quieren seguir en contacto con la clase obrera en retirada para obtener una mayoría comunista sobre ella. Para ello, desarrollarán todo un andamiaje táctico que el PCdI considerará, justamente, como oportunista. Nos referimos a la táctica del frente único político (alianza con la socialdemocracia para golpear juntos a la burguesía), la consigna del gobierno obrero con la socialdemocracia (que se aplicará, con resultados nefastos, en los gobiernos de los Lander alemanes de Sajonia y Turingia durante la revolución de 1923), el consejo de Lenin de cara a la fusión de los comunistas británicos dentro del Partido Laborista, y a la fusión e integración de las izquierdas socialistas dentro de los partidos comunistas.[69]

Tras el II Congreso del PCdI surge una pequeña minoría de derechas que reivindica las tesis de la Internacional. Se trata de una minoría en torno a Angelo Tasca, al economista académico Graziadei y al ex miembro de Il Soviet Giuseppe Berti. Pero el resto de la dirección del PCdI siguen en la misma línea teórica y programática, incluyendo los exmiembros de LON. Sin embargo, la presión de la Internacional crecerá para lograr el cambio de perspectiva de su sección italiana. Y para ello, aquella se beneficiará de dos circunstancias. En primer lugar, la detención de Amadeo Bordiga y otros dirigentes del PCdI como Grieco por parte de la policía fascista. Esta detención obligará a una reorganización de la dirección del ejecutivo del PCdI, lo que acentuará la presión de la dirección de la Internacional para que aceptaran su línea (en primer lugar, con el grupo de Serrati). En segundo lugar, Bordiga desde la cárcel empieza a escribir un documento-manifiesto en que realiza una crítica orgánica, en nombre de la dirección del PCdI de ese momento, a las posiciones oportunistas del centro de la Internacional[70]. E incluso lanza la propuesta al resto de sus compañeros de dimitir de sus cargos en la dirección del partido para que la derecha del partido, que estaba de acuerdo con el centro internacional, se pusiera al frente y, de este modo, poder llevar a cabo una batalla contra la línea de la Internacional[71].

Mientras Bordiga está en la cárcel, Gramsci está en Moscú como representante de la dirección del PCdI desde mayo de 1922. La dirección de la Internacional Comunista en torno a Trotsky, Bujarin y Zinoviev, trabaja con él en la comisión italiana y durante numerosos meses tratan de convencerle para que rompa con Bordiga e imponga en el PCdI la línea de la Internacional. Al principio, Gramsci se resiste. Les dice lo que ya le había dicho a uno de los representantes de la Internacional Comunista en Italia, Rakosi, al que llamaban «el pingüino»: que es muy difícil sustituir a Bordiga, que su trabajo vale al menos por tres personas[72]. Camila Ravera, que estaba en ese momento en Moscú, señala que Gramsci cuando llegaba a su casa por la noche se encontraba completamente agotado de las discusiones y que no veía el modo de poder sustituir a Bordiga, reconociendo que no tenía ni su voluntad ni su capacidad. Incluso Trotsky, en 1924, en una conversación en Moscú con Serrati y Berti, no está aún seguro de que Gramsci lleve la batalla contra Bordiga con la suficiente fuerza y determinación[73]. A lo largo de 1923, Gramsci se convence de llevar a cabo esta batalla e inicia una larga correspondencia clandestina y oculta con los ex miembros de LON, para tratar de separarles de Bordiga y de las posiciones mayoritarias dentro del PCdI. Le costará bastante esfuerzo convencerles desde Viena, donde se había trasladado a lo largo de 1923 para estar en su exilio más cerca de Italia. Bruno Fortichiari, que estaba también en Viena con él, sospechaba algo, pero Gramsci obviamente no le dijo nada ya que sabía que era alguien orgánico a las posiciones de la izquierda.

En julio de 1923 Togliatti, Fortichiari, Leonetti, Terracini y Ravera funcionan aún como un equipo junto a Bordiga y Grieco, que se encontraban en la cárcel, y tratan de convencer a Gramsci para que firme el Manifiesto, al mismo tiempo que organizan la polémica abierta con la táctica de la Internacional. Poco a poco, Gramsci consigue ir convenciendo a sus excompañeros de LON, primero a Alfonso Leonetti y luego a Scoccimarro, Terracini y Togliatti que, paradójicamente por su evolución posterior, será el último en ceder a las presiones[74].

 En febrero de 1924 ya están todos convencidos, como se puede comprobar en una carta que escribe desde Viena a Togliatti y Terracini, en la que Gramsci señala que la supervivencia del Estado ruso es una precondición para la revolución mundial. Lo contrario del análisis de la izquierda, para la que la revolución no es un asunto de formas, no puede depender de la contingencia de una victoria en Rusia —como ya le había dicho Bordiga a Berti— y lo esencial es la dinámica de la revolución mundial y la Internacional. Ya Bordiga en una conferencia en Roma tras la muerte de Lenin, titulada Lenin en el camino de la revolución[75], había avisado que este dejaba demasiado abierta la cuestión de la táctica con el peligro de que la máxima libertad táctica conllevara la pérdida de las finalidades revolucionarias. En definitiva, el centro de la polémica, como recordó Bordiga en Lyon, discurría sobre la naturaleza del partido y cuál era la táctica adecuada que impidiera caer en el oportunismo. Para la izquierda italiana, la búsqueda de la mayoría de la clase obrera a toda costa, independientemente de la situación histórica, llevaba a la Internacional a la pérdida de las finalidades revolucionarias. Proceso que, efectivamente, se aceleró con la teoría del socialismo en un solo país, que invertía el significado del internacionalismo, haciendo de la Internacional Comunista y de la revolución proletaria mundial un mero apéndice al servicio de los intereses del Estado ruso.

Nos parece importante, llegados a este punto, citar un fragmento amplio de la carta de Gramsci de febrero de 1924, porque consideramos que recoge de un modo correcto algunas de las cuestiones más importantes en torno a las diferencias entre la Internacional y Gramsci frente a Bordiga y la izquierda:

Es decir: dependen no solo del Ejecutivo nacional sino, también y especialmente, del Ejecutivo internacional, que es el más fuerte. Para sanear la situación y conseguir dar al desarrollo de nuestro partido el impulso que desea Amadeo, sería necesario conquistar el Ejecutivo internacional, o sea, convertirse en la palanca de toda una posición. Políticamente se llega a ese resultado, y es natural que el Ejecutivo internacional intente romper la columna vertebral al Ejecutivo italiano. Amadeo tiene su concepción de todo eso y en su sistema todo es lógicamente coherente y consecuente. Él piensa que la táctica internacional manifiesta reflejos de la situación rusa, es decir, que ha nacido en el terreno de una civilización capitalista atrasada y primitiva. Para él esa táctica es sumamente voluntarista y teatral, porque solo con un extremo esfuerzo de la voluntad se podía obtener de las masas rusas una actividad revolucionaria, que no estaba determinada por la situación histórica. Piensa que para los países más desarrollados de Europa central y occidental esa táctica es inadecuada o incluso inútil. En estos países, el mecanismo histórico funciona en su opinión según todos los carismas marxistas: se da la determinación que faltaba en Rusia y, por tanto, la tarea absorbente tiene que consistir en organizar el partido en sí y por sí. Yo, en cambio, creo que la situación es muy distinta. En primer lugar, porque la concepción política de los comunistas rusos se ha formado en un terreno internacional, y no en el nacional; en segundo lugar, porque en la Europa central y occidental el desarrollo del capitalismo ha determinado no solo la formación de amplios estratos proletarios, sino también, y por lo mismo, la aristocracia obrera, con sus anexos de burocracia sindical y de grupos socialdemócratas. La determinación, que en Rusia era directa y lanzaba las masas a la calle, al asalto revolucionario, en Europa central y occidental se complica con todas estas superestructuras políticas creadas por el desarrollo superior del capitalismo, hace más lenta y más prudente la acción de las masas y exige, por tanto, al partido revolucionario toda una estrategia y una táctica mucho más complicadas y de más respiro que las que necesitaron los bolcheviques en el periodo comprendido entre marzo y noviembre de 1917. Una cosa es que Amadeo tenga su concepción e intente su triunfo no solo a escala nacional, sino también a escala internacional: él está convencido y lucha con mucha habilidad y con mucha elasticidad para obtener sus finalidades, para no comprometer sus tesis, para retrasar una sanción del Komintern que le impida seguir hasta enlazar con el periodo histórico en el cual la revolución en Europa occidental y central quite a Rusia el carácter hegemónico que hoy tiene. Pero es otra cosa muy distinta el que nosotros, que no estamos convencidos de la historicidad de esa concepción, sigamos apoyándola políticamente y dándole, por tanto, todo su valor internacional. Amadeo se sitúa en la posición de una minoría internacional. Nosotros tenemos que situarnos en el de una mayoría nacional.[76]

Es decir, resumiendo la carta: la batalla de Bordiga es de carácter internacional. Considera que hay un riesgo de degeneración de la línea revolucionaria por lo que él se ubica en un terreno de minoría internacional, y nosotros, dice Gramsci, de mayoría nacional. Por ello acepta las posiciones de la Internacional Comunista. Este es el aspecto fundamental que convenció a Gramsci en la batalla contra Bordiga, el hecho de no poder encontrarse fuera de la Internacional de Moscú, de no enfrentarse con los bolcheviques. Esto lo decimos a propósito de la mitología construida en torno a quien ve en Gramsci un pensador político al margen de la ortodoxia política de la III Internacional, cuando fue el bolchevizador del PCdI. Por otro lado, ambos reconocen la peculiaridad de la estrategia revolucionaria en Occidente en relación al modelo ruso. Pero mientras Gramsci acepta la estrategia de bolchevización de la Internacional Comunista constituida de alianzas con la socialdemocracia y consignas democráticas, Bordiga las rechaza porque precisamente la peculiaridad del orden democrático en Occidente hace que el proletariado tenga que organizarse contra él si quiere tener una oportunidad de derrotar el orden burgués. Orden democrático y capitalismo son inseparables para el comunista napolitano. Lo que hace que las tácticas revolucionarias tengan que estar intransigentemente unidas a las posiciones y finalidades revolucionarias. En caso contrario, la separación abrirá un abismo por el que se acabarán hundiendo los principios revolucionarios. Y es eso, precisamente, lo que le ocurrió a la Internacional Comunista. Por último, Gramsci entiende bien la estrategia política de Bordiga. Daba una batalla no solo nacional sino también internacional, como se ve en su discurso al VI Ejecutivo Ampliado de la IC en febrero de 1926[77]. La posibilidad de esa victoria pasaba por un renacimiento de la oleada revolucionaria internacional que coincidiese con una depuración principista del movimiento comunista, depuración que enfrentará el oportunismo que atenazaba ya a la Internacional y que acabará concluyendo en la teoría contrarrevolucionaria del socialismo en un solo país. Frente a esta posición, Gramsci defiende la línea de la Internacional que pasa por reforzar la URSS en un período de estabilización capitalista y bolchevizar el partido italiano, como el resto de los partidos, sometiéndolo a las directivas de Moscú. En este sentido, como habla el segundo tomo de la Storia della sinistra comunista, Gramsci fue el instrumento eficaz del estalinismo y de la bolchevización, su «hombre de punta» en la destrucción de la izquierda, si nos quedamos con la expresión que utilizó Tasca.

En mayo de 1924 tiene lugar una conferencia clandestina del PCdI en Como. A pesar de que la dirección formal del partido ya está en manos de Gramsci, pierde ampliamente la conferencia: 44 delegados son representantes de la izquierda, 10 de la derecha de Tasca y Berti y solo 8 representan a la Central de Gramsci. En octubre de 1924, Gramsci asiste en Nápoles al congreso de la sección local, donde el influjo de Bordiga y la izquierda es aún muy mayoritario. Por eso Gramsci pide que no se voten las tesis en liza. Desde entonces, se inicia una política de profunda bolchevización del partido donde, a lo largo de 1925, Gramsci obtendrá el poder dentro del PCdI por todos los medios necesarios. Había que imponer la «sumisión plena y completa a la disciplina de la Internacional»[78].

Desde entonces, empieza una auténtica campaña para eliminar a cualquier precio a la izquierda italiana del PCdI. Gramsci construye una ecuación que asimila a Trotsky y Bordiga. Asimilación que ya había comenzado en la Conferencia de Como, y que continúa en febrero de 1925 en la sesión de un Comité Central. A continuación, acude a una reunión del Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista, a la que no acude Bordiga, y en la que Stalin pide a Gramsci y a Scoccimarro que ataquen a Trotsky. Tarea que cumple de sobra, al continuar asimilando a Bordiga con el revolucionario ruso. Así lo hará en La situación interna de nuestro partido y las tareas del próximo Congreso:

Sobre todos estos asuntos no existe hoy ninguna discordancia entre el conjunto de nuestro Partido y la Internacional, y por ello las discrepancias no podían verse reflejadas en los trabajos de la Comisión italiana, que se ocupó solamente del problema de la bolchevización desde el punto de vista ideológico y político con especial atención en la situación creada en nuestro Partido. El camarada Bordiga había sido insistentemente invitado a participar en los trabajos del Ejecutivo ampliado. Este hubiera sido su deber, puesto que había aceptado en el V Congreso formar parte del Ejecutivo de la I.C. Tanto más obligado estaba el camarada Bordiga a participar en los trabajos por cuanto él, en un artículo -cuya publicación aun él mismo la subordinó a la aprobación del ejecutivo de la Internacional- había asumido en la cuestión Trotsky una actitud radicalmente contraria no solamente a la del Ejecutivo de la Internacional, sino también contraria a la asumida prácticamente por el mismo Trotsky. Es absurdo y deplorable desde todo punto de vista que el camarada Bordiga no haya querido participar personalmente en la discusión de la cuestión Trotsky, no haya querido conocer directamente todo el material sobre el asunto, no haya querido exponer sus opiniones y sus informaciones en un debate internacional. Ciertamente no es con estas actitudes como se puede demostrar tener la cualidad y las dotes necesarias para plantear una lucha que debería prácticamente tener como resultado un cambio, no sólo en la dirección, sino también de personas en la dirección de la Internacional Comunista.[79]

Es decir, Bordiga es aún peor que Trotsky pues, a diferencia del último, aún quiere llevar a cabo una batalla contra nuestro partido y la Internacional. El artículo al que se refiere Gramsci es La questione Trotsky, un texto escrito por Bordiga en el que se posicionaba a favor del revolucionario ruso frente a la teoría contrarrevolucionaria que se dibujaba ya en Stalin. Artículo que solo se publicaría en L’Unità más tarde como elemento de la campaña en contra de Bordiga y de Trotsky. Pero Gramsci continúa:

[Bordiga] había cristalizado en él un estado permanente de pesimismo sobre la posibilidad de que el proletariado y su partido pudiesen salir inmunes de las infiltraciones de la ideología pequeño-burguesa sin la aplicación de una táctica política extremadamente sectaria, que hacía imposible la aplicación y la realización de los dos principios que caracterizan el bolchevismo: la alianza entre obreros y campesinos y la hegemonía del proletariado en el movimiento revolucionario anticapitalista. La línea que ha de adoptarse para combatir estas debilidades de nuestro Partido es la de la lucha por la bolchevización. La acción que debe ser emprendida es predominantemente ideológica, pero debe convertirse en política por lo que respecta a la extrema izquierda, es decir, la tendencia representada por el camarada Bordiga, que del fraccionalismo latente pasará necesariamente al fraccionalismo abierto y en el Congreso tratará de cambiar la dirección política de la Internacional. [80]

Hay que bolchevizar como sea el PCdI. Bordiga es un pesimista porque no cree en las potencialidades de la URSS y de la Internacional Comunista, porque no comparte la línea de subordinación de la Internacional a Moscú y porque está en contra de la línea de alianza con el campesinado y otras clases explotadas. Línea que, como explicaba la izquierda, en realidad implicaba la subordinación de las posiciones comunistas a la democracia y a la izquierda burguesa. Como hizo, por ejemplo, Gramsci y el PCdI en 1924 tras el asesinato de Matteotti uniéndose en el Aventino al resto de las oposiciones burguesas y antifascistas —desde la socialdemocracia reformista hasta los liberales y populares italianos— y haciendo así una alianza de facto con ellas.

Chiaradia, en su libro ya mencionado al principio, restituye muy bien toda la política de limpieza del PCdI durante el año 1925, política que fue admitida incluso, con la boca pequeña, por historiadores oficiales del PCI como Paolo Spriano. La campaña empieza con la constitución de un Comité de Enlace (Comitato d’Intesa) el 1 de junio de 1925, al que la dirección obligará más tarde a disolverse acusándolo de fraccionalismo[81].

El Centro escribirá una carta a los militantes llamándoles a demostrar su lealtad al Partido. L’Unità llamará a que «no hay discusión entre violadores indisciplinados y el partido». Los líderes de la izquierda serán eliminados de sus cargos de responsabilidad. Así, Bordiga es eliminado como dirigente de la sección napolitana y Fortichiari retirado, igualmente, de la de Milán. La dirección del Partido prepara de manera minuciosa el futuro Congreso de Lyon de enero de 1926. Los líderes de Turín, Roma, L’Aquila y Cosenza son también eliminados de la dirección de sus secciones respectivas. Las mayorías en las secciones de Alessandria, Biella, Trieste, Cremona, Pavia son mutiladas e incluso secciones como las de Pesaro no reconocen los resultados del Congreso de Lyon.

Nuevos funcionarios del PCdI, como Landuzzi, se felicitan en su correspondencia por haber liquidado políticamente a dirigentes de la izquierda como Morabito y La Camera, diciendo cosas como «tú sabes que yo prefiero obedecer y no dirigir…». Se forma de este modo la típica mentalidad y antropología del militante estaliniano en el año 1925, bajo la dirección de Gramsci. Se disuelven secciones que obstinadamente continúan con la izquierda. Venecia es disuelta en enero de 1925 y la de Nápoles se disuelve en noviembre de 1925. Los nuevos dirigentes afirman que «mejor un pequeño grupo que trabaje con nosotros, que 400 contra nosotros».

Como señala Berti, la Central prepara muy bien el III Congreso de Lyon. No quiere repetir los resultados de Como. Gramsci quiere ganar a toda costa. De esta manera, se decide que el voto de los militantes ausentes, los que no han conseguido llegar a Francia, computen a favor de la Central. Y los votos hay que entregarlos presencialmente y por escrito. Recordemos el carácter clandestino del partido en la Italia fascista de la época.

Se crea también una auténtica policía de partido, como recoge Paolo Spriano, para vigilar a los militantes destacados de la izquierda que visitan las secciones locales (como Fortichiari y Damen):

El Comité Nacional de la Fracción de izquierda se aprovecha de la obra de algunos viajantes para establecer sus propias relaciones con las diferentes federaciones. Entre ellos hay miembros que aún lo son del Partido, como Girone, Damen… Queremos disponer que en el caso de que lleguen estos elementos a vuestras sedes o en caso de que os encontréis con ellos encuentros viajes, con la ayuda de compañeros del lugar, ellos vengan inmediatamente registrados en persona y en su habitación. Todo el material de la fracción que encontréis nos lo tenéis que enviar (circulares, direcciones, cartas…). Naturalmente, procediendo a esta obra de policía de partido podéis declarar a los interesados que seguís una precisa y clara disposición del Comité Ejecutivo.[82]

Una auténtica policía de partido como reconoce la misma circular de la dirección gramsciana. Junto a esta estrategia se darán ultimátum a dirigentes de la izquierda, como el futuro estalinista Pietro Secchia, para que se pasen al centro si quieren seguir siendo funcionarios del Partido. En definitiva, 1925 es el año de la bolchevización. Se crea un tipo de militancia que en su funcionamiento rompe con el centralismo orgánico del pasado, y donde lo importante es obedecer y no preguntar ni reflexionar. El partido típico de la contrarrevolución estaliniana fue obra, en Italia, de Gramsci —aunque posteriormente se pudiera arrepentir de algunas de las consecuencias, como veremos.

Este tipo de tácticas policiales, junto al crecimiento del partido con nuevos militantes mucho menos formados y más manipulables, garantizan la mayoría de Gramsci en el Congreso de Lyon. Esta leva de miles de nuevos militantes del PCdI nos recuerda a la nueva generación de militantes del PCUS de Stalin tras la muerte de Lenin y que le garantizarán su poder —240.000 nuevos militantes en el caso soviético.

De esta manera, en el Congreso de Lyon de enero de 1926, el partido pasa ya claramente a ser dirigido por Gramsci. Solo 6 delegados serán de la Izquierda, que obtendrá el 9,2% de los votos frente al 90,2% de los votos del Centro donde ya está también Tasca.

¿Qué se discutió en el Congreso? En el fondo se volvió a polemizar en torno a las diferencias en la concepción sobre la naturaleza del partido comunista. No disponemos de las actas del Congreso, que se han perdido probablemente en los archivos de Moscú[83], pero sí de los documentos generales de discusión que escribieron respectivamente Gramsci[84] y Bordiga[85]. Algunos recuerdos militantes, e incluso los informes de la policía, nos hablan del Congreso[86]. En cualquier caso, disponemos de las actas de la Comisión Política preparatoria del mismo que, en buena medida, discutió los mismos temas que el propio Congreso[87].

Según lo que cuenta el dirigente estalinista Arturo Colombi, presente en el Congreso, Gramsci hizo una introducción al debate general de 4 horas, a la que siguió la respuesta kilométrica de Bordiga de 7 horas y sin consultar ningún apunte. Podemos, siguiendo a Peregalli y Saggioro, señalar cinco puntos importantes de fricción.

En primer lugar, el objetivo de Gramsci es, siguiendo las directrices de Moscú, transformar el PCdI en un partido de masas a través de varias soluciones institucionales y tácticas. De este modo se lanzan consignas intermedias —es decir, de enlace de la situación presente de la lucha de clases con el futuro comunista—, como la lucha por un gobierno de obreros y campesinos, una república federal de obreros y campesinos o la lucha por una asamblea republicana controlada por comités de obreros y campesinos… De este modo, se vuelve a lo que ya había denunciado claramente la izquierda, al uso de una serie de consignas tácticas cuyo resultado es subordinar el programa estratégico del partido comunista a un programa burgués. Un programa, en realidad, marcado por una alianza con la izquierda burguesa, bajo el principio de lograr la mayoría en la clase obrera.

Un segundo aspecto que vuelve permanentemente en los Cuadernos de la cárcel es el considerar, por parte de Gramsci, que el proletariado hereda las tareas de la burguesía de cara a salvar la unidad del Estado. El proletariado tiene que encabezar una revolución burguesa que ha fracasado en el Risorgimento. Como veremos después, toda esta reflexión se traducirá posteriormente, en los Cuadernos, en la noción de revolución pasiva. La posición de la izquierda es neta, no hay ninguna tarea burguesa que llevar a cabo. Las únicas tareas de los comunistas en Italia son de tipo comunista. En realidad, Gramsci sigue fiel a sí mismo y a sus orígenes liberales y burgueses. Ahora con Stalin en el poder de Moscú, puede hablar bien tranquilamente de tareas nacionales y del proletariado como encarnación de la unidad de la nación italiana:

El proletariado se presenta como el único elemento que por su naturaleza tiene una función unificadora y coordinadora de toda la sociedad. Su programa de clase es el único programa “unitario”, es decir, el único cuya actuación no lleva a profundizar los contrastes entre los diferentes elementos de la economía y de la sociedad. Y no lleva a romper la unidad del Estado.[88]

Gramsci combina perfectamente a Lassalle y Stalin.

Un tercer aspecto, el decisivo, es sobre la naturaleza del partido. De hecho, Bordiga afirmará que en el fondo es el único disenso entre nosotros y la Central y la Internacional, y a él pueden ser reducidas el resto de las discrepancias. ¿Cuál es la diferencia? Para la izquierda, como sabemos, el partido es un órgano de la clase, un producto de esta y en esa medida puede ser un factor activo en la lucha de clases. Sin embargo, para Gramsci, siguiendo la posición de la Internacional, el partido es una parte de la clase. Esto significa que la unidad entre clase y partido implica también, para el ala gramsciana, una unidad física e inmediata con la clase sociológica, estadística. Hay que buscar esa unidad en todo momento, independientemente de las situaciones, para alcanzar la mayoría dentro de la clase. Para Gramsci, el clima revolucionario podía ser creado con una correcta actividad táctica del partido con las consignas adecuadas. En esto es fiel a la flexibilidad táctica de la Internacional que siempre rechazó la izquierda. El partido para Gramsci es un instrumento que con el uso táctico adecuado crea artificialmente las situaciones revolucionarias. Lo importante es la fotografía de cada momento. Frente a esto, la izquierda tiene una visión más dialéctica de la unidad entre clase y partido, pero también la de una relación que se da en un proceso histórico, en una película y no en una escena del montaje.

La izquierda denunció el carácter idealista en la visión del partido de Gramsci, que es el de la Internacional[89]. No se pueden cambiar las condiciones políticas y sociales mediante un simple acto de voluntad. De este modo, se cae en un subjetivismo que sobrevalora las posibilidades de acción del momento[90]. Las críticas de Gramsci a la izquierda son las habituales y ya conocidas: que reduce el partido a un órgano de propaganda, que no hace política, que no interviene de modo efectivo sobre la lucha de clases. La izquierda relaciona la actuación del partido con la situación histórica y no pretende sobreponerse a ella. Como dijo Bordiga en la discusión: «la historia demuestra que a veces es mejor ser pocos que ser muchos». Sobre todo, si, para ello, se inicia una política oportunista que elimina la centralidad del comunismo en el partido para lograr consensos en una clase social entendida estadísticamente, y a la que se le elimina de su dinámica histórica y revolucionaria. Gramsci, de modo justo, acusa a la izquierda en el debate de no tener una visión formal del partido y de la Internacional, sino de tener una concepción programática e histórica:

Todos los problemas que se han presentado en la discusión entre la Central y la extrema izquierda están relacionados con la situación internacional y con los problemas de la organización internacional del proletariado, es decir, de la Internacional Comunista. La extrema izquierda asume en este terreno una actitud singular, parcialmente análoga a la de los maximalistas, porque considera a la Internacional Comunista como una mera organización de hecho a la que se opone la “verdadera” Internacional, que todavía habría que crear. Este modo de presentar las cuestiones contiene ya en sí, potencialmente, un problema de escisión. Las actitudes tomadas por la extrema izquierda en Italia antes y después de la discusión preparatoria del Congreso (fraccionismo) han dado, por lo demás, la prueba de ello.[91]

La intervención de Gramsci es muy interesante, porque da en el clavo. Los comunistas, como decía la izquierda, no podemos tener una visión formal del partido. Lo que importa es la adecuación de las organizaciones formales al programa histórico del proletariado. Cualquier organización formal puede degenerar en todo momento y convertirse en un instrumento del programa de la burguesía y del capital, como ocurrió finalmente en el caso de la Internacional Comunista y del PCUS[92].

Un cuarto elemento, no menos importante, es la centralidad que la Internacional tiene para Bordiga en relación con los problemas nacionales. Ya lo había dicho el mismo Gramsci en la carta que escribió en febrero de 1924 a Togliatti y Terracini: Amadeo lo enfoca desde un punto de vista de una minoría internacional, Gramsci desde la perspectiva de una mayoría nacional. Estas diferencias se observan con claridad leyendo simplemente la estructura de ambos documentos. El de la mayoría, tras un inicio en que empieza reclamando la bolchevización de todos los partidos de la Internacional Comunista, continúa hablando de la historia del PCdI, y de ahí se dirige a un análisis de la situación italiana que ocupa la mayor parte del documento. Es lo que le preocupa a Gramsci: el análisis sobre la especificidad italiana. El texto de la izquierda tiene una estructura radicalmente diferente: principios del comunismo, naturaleza del partido, acción y táctica de los comunistas. Y, en un segundo momento, cuestiones internacionales para llegar finalmente a las cuestiones italianas. Es decir, lo importante es siempre la doctrina teórica, los fines del comunismo, para ir después a las cuestiones de estrategia, táctica y naturaleza del partido. La especificidad de Italia viene después, al final. No se puede entender por fuera de la naturaleza de la doctrina y de los principios.

Por último, y yendo a cuestiones específicamente italianas, los debates se centraron en la peculiaridad regional que la posición de Gramsci exageraba. Sobre todo, el debate se centró en la cuestión del Mezzogiorno, del sur de Italia. Gramsci defendía que Italia había vivido una revolución burguesa incompleta, lo que ocasionaba un país desunido. En esto retomaba las tesis del socialista liberal Salvemini, de modo que volvía a estos aspectos de su juventud en que ya había defendido la peculiaridad del Mezzogiorno. Gramsci sostenía que durante el siglo XIX se había producido una ocupación colonial del norte industrial hacia el sur campesino. En el fondo, este análisis estaba profundamente marcado por la coyuntura del momento; un análisis del fascismo que tendía a resaltar sus aspectos más tradicionales y reaccionarios. Gramsci había hablado del fascismo como folklore campesino[93]. Para él asistíamos a una radicalización de las categorías intermedias en clave antifascista. Había que aprovechar esta brecha para inscribirse dentro de ella, logrando alianzas con algunos intelectuales antifascistas. Y, en esto, le parecía fundamental la figura de su amigo liberal Piero Gobetti[94] y la de los campesinos cuya acción podía permitir que saltasen por los aires los aparatos de control tradicionales. Para Gramsci, el control político de las masas campesinas había estado bajo la hegemonía papal —del Partido Popular Italiano— y los fascistas le habían sustituido en este rol debido a que sus bases eran fundamentalmente campesinas.

No tenemos tiempo ni espacio, dado el carácter sintético y específico de nuestra elaboración, para entrar más en profundidad en el tema. Basta simplemente añadir que para la izquierda la situación del campo italiano era plenamente capitalista. Por ello, era confuso hablar de campesinado en abstracto, y esa confusión solo podía ser una justificación para una política interclasista que condujese, finalmente, a la degeneración de las posiciones comunistas[95]. De hecho, como Ottorino Perrone (Vercesi) le dijo a Grieco, quien pasó en 1925 a la mayoría del partido, la consigna de gobierno obrero y campesino era ya un camino abierto al oportunismo más completo. Así lo consideraron al final del congreso los delegados de la izquierda, según recordaba Bordiga en un artículo escrito en homenaje a Vercesi:

Vivimos juntos [con Gramsci] en una casa clandestina francesa, y hasta el penúltimo día como amigos. El último día nos dijo: basta, ya no son camaradas, han tomado el camino de la contrarrevolución. Le dimos la razón. Los dos grupos, aquellas últimas horas, tras la declaración final de rechazo a dos puestos en el Comité Central, y tras la más feroz negativa a la exigencia de enmendar y reconocer errores, los pasamos sin intercambiar palabras.[96]

En 1926 los caminos se separaban claramente entre revolución y contrarrevolución, entre internacionalistas y partidarios del socialismo en un solo país.

Para finalizar esta parte, ya larga, queremos hablar de la famosa carta que Gramsci escribe al CC del PCUS tras la victoria de Stalin en el partido ruso frente a la Oposición Unificada de Trotsky, Zinoviev y Kamenev. Se ha querido ver en ella una muestra de oposición al estalinismo, pero Gramsci solo se opone a las medidas represivas, no a las posiciones de Stalin y de los defensores del socialismo en un solo país. Al contrario, se alinea claramente con ellas:

Declaramos en este momento que consideramos fundamentalmente justa la línea política de la mayoría del C.C. del Partido Comunista de la URSS y que en este sentido se pronunciará, evidentemente, la mayoría del partido italiano si fuera necesario abordar la cuestión. No queremos, y lo consideramos innecesario, hacer agitación, propaganda, con vosotros y con los camaradas del bloque de las oposiciones. No haremos una lista de todas las cuestiones particulares, con nuestro juicio al lado de cada una de ellas. Repetimos que nos impresiona que la posición de las oposiciones afecte al conjunto de la línea política del C.C., al corazón mismo de la doctrina leninista y de la actividad política de nuestro Partido de la Unión. Lo que se discute es el principio y la práctica de la hegemonía del proletariado, son las relaciones fundamentales de alianza entre obreros y campesinos lo que se pone en discusión y en peligro, es decir, los pilares del Estado Obrero y de la Revolución.[97]

Es decir, Gramsci defiende plenamente la estrategia y los principios contrarrevolucionarios del PCUS: el socialismo en un solo país, la alianza con los campesinos como una política interclasista… La posición internacionalista de la oposición es tratada como una política que pone en cuestión a la URSS. Y ya sabemos que para Gramsci es central la subordinación al PCUS de todos los comunistas. Es algo que deja claro en su misiva, al mismo tiempo que denuncia los excesos en la represión contra la izquierda del PCUS, ya que teme que pueda ocasionar una escisión de peligrosas consecuencias sobre el movimiento comunista:

Los camaradas Zinoviev, Trotsky y Kamenev han contribuido vigorosamente a educarnos para la revolución, nos han corregido, en ocasiones, con energía y severidad; han sido nuestros maestros. A ellos especialmente nos dirigimos en tanto que principales responsables de la actual situación, porque queremos estar seguros de que la mayoría del C.C. de la URSS no se propone aplastarles en la lucha y está dispuesta a evitar medidas extremas. La unidad de nuestro partido hermano de Rusia es necesaria para el desarrollo y el triunfo de las fuerzas revolucionarias mundiales; para ello todo comunista e internacionalista debe estar dispuesto a hacer los máximos sacrificios. Los perjuicios causados por un error del Partido unido son fácilmente superables; los de una escisión o los de una prolongada situación de escisión latente pueden ser irreparables y mortales.[98]

Es cierto que Gramsci uso métodos policiales contra la izquierda en el partido italiano para asegurarse el control de la dirección del partido. Ahora denuncia el uso de esos métodos por parte de la mayoría estaliniana en el PCUS, una vez que han logrado vencer. En cualquier caso es honesto en sus preocupaciones. Y es importante afirmarlo. Es decir, Gramsci, aunque de acuerdo con la estrategia estaliniana del socialismo en un solo país, parece realmente preocupado por las consecuencias de una política puramente policial en la destrucción del enemigo político. Esto nos permite vislumbrar una diferencia entre el talante moral de Gramsci y el de sus sucesores nacional-comunistas como Togliatti[99], sucesores que se convertirán en sicarios del «padre de todos los pueblos» y de su política contrarrevolucionaria. Probablemente, aunque sea hacer ciencia ficción, esto nunca hubiera sido así en el caso de Gramsci, que podría haber acabado siendo otra de las víctimas de la acumulación de capital estalinista.

En cualquier caso Bordiga, aunque muy riguroso en su crítica a Gramsci, siempre le recordó con afecto humano y dijo de él que «tuvo que aprender demasiadas y tremendas cosas en muy poco tiempo, y con esfuerzos increíbles para él en una primera aproximación entusiasta de los acontecimientos negada después con el tiempo». Gramsci se había detenido en un estadio premarxista y, aunque era un «indagador consumado», su cabeza era «un volcán de preguntas y de cuestiones y no una coraza en torno a algunas directivas de acero»[100].

Togliatti consultó con Bujarin si era adecuado entregar esta carta al CC soviético y este le respondió que no. La misiva que Togliatti escribió a Gramsci informándole no le gustó al dirigente sardo y le contestó con otra que, tras creerse durante mucho tiempo perdida, publicó en 1988 Paolo Spriano[101]. En ella Gramsci vuelve a sostener que lo que busca es la unidad del partido soviético por las consecuencias de disgregación y crisis que puede tener sobre los partidos occidentales. Pero que, en todo caso, no cree que se pueda entender su carta como una excusa o una justificación para la Oposición de Trotsky:

No existe ningún peligro de que se pueda debilitar la posición de la mayoría del Comité Central. En cualquier caso, por si esa posibilidad aparente existe, en una carta adjunta te había autorizado a modificar la forma: podías perfectamente […] poner al inicio nuestra afirmación de la “responsabilidad” que tiene la Oposición. Tu modo de razonar me ha dado una impresión muy penosa.[102]

Es decir, Gramsci se enfrenta con Togliatti por no entregar la carta al CC soviético. Sigue preocupado por la unidad del partido ruso y por las consecuencias que puede tener sobre el proletariado mundial. Pero, teórica y programáticamente se ubica claramente del lado de Stalin y del socialismo en un solo país:

Las oposiciones representan en Rusia todos los viejos prejuicios del corporativismo de clase y del sindicalismo que pesan sobre la tradición del proletariado occidental y que retrasan su desarrollo ideológico y político. Toda nuestra observación estaba dirigida contra las oposiciones.[103]

 

 

 

Gramsci en las cárceles fascistas (1926-1937)

Pocos días después de la correspondencia con Togliatti respecto a la carta al Comité Central del PCUS, Gramsci es detenido y enviado el 8 de noviembre a Regina Coeli. El 5 de diciembre alcanza Ustica (Sicilia) donde estaba también Amadeo Bordiga, con el que compartió casa y con el que organizó, como ya hemos dicho, una escuela para los confinados y una serie de debates políticos acerca de sus diferencias en posiciones[104]. Pero pronto, en enero de 1927, tiene que partir a la península para un juicio instruido por el Tribunal Especial para la Defensa del Estado[105]. Se le acusa de ser uno de los dirigentes del centro del Partido Comunista junto a Terracini y Scoccimarro. Es debido a este juicio que Gramsci estuvo en las prisiones fascistas el resto de su vida, rechazando con coraje cualquier petición de liberación a Mussolini a pesar de sus condiciones de salud. Fue liberado pocos días antes de morir, el 20 de abril de 1937, pero su estado era ya muy débil y muere de una hemorragia cerebral el 27 de abril de ese año.

Durante el confinamiento se acentuará la distancia de Gramsci con el centro dirigente del PCI y con Togliatti y Grieco en especial. A Grieco, el antiguo dirigente de Il Soviet pasado con armas y bagajes al estalinismo, le echará en cara una carta que le envió donde los jueces fascistas podían entender implícitamente que se le reconocía como dirigente del PCI[106]. Pero será sobre todo su oposición a la línea del Tercer Período de la Internacional Comunista, que consideraba socialdemocracia y fascismo como almas gemelas, lo que acentuará la distancia entre el centro italiano y Gramsci, quien se mostrará claramente contrario a esta línea y seguirá defendiendo sus viejas convicciones acerca de la necesidad de organismos intermedios de lucha y de alianzas con sectores burgueses progresistas en clave antifascista[107]. Esa distancia le llevará a encerrarse en la publicación de toda una serie de cuadernos, los famosos Cuadernos de la cárcel, que mucha de la crítica académica considera como el documento más importante del siglo XX. Ya sabemos que la academia y el comunismo revolucionario son una contradictio in terminis, un oxímoron de imposible conjugación.

Gramsci se encuentra aislado interior y exteriormente. El resto de los militantes del PCI, al conocer sus posiciones, le hacen el vacío y le consideran un traidor. Al respecto, es interesante el informe de Athos Lisa a Togliatti donde le informa en 1933 de la situación de Gramsci en la cárcel y su aislamiento del resto de presos (nacional-)comunistas debido a sus críticas a la posición oficial. Gramsci nunca fue expulsado del PCI, a diferencia de otros dirigentes como Terracini, lo que permitió posteriormente al partido de Togliatti realizar una hagiografía del dirigente sardo. Pero sí parece cierta la completa ruptura con Togliatti por parte de Gramsci, la cual no hay que asimilar con una crítica a la URSS. Son numerosos los momentos de los Cuadernos en que defiende a Stalin frente a Trotsky, Rosa Luxemburgo o Bordiga. Además, uno de los enlaces que tenía con la dirección del PCI y con la Komintern, el economista Piero Sraffa, redactó en abril de 1937 una carta en nombre de Gramsci donde este solicitaba ser expatriado a la URSS para poder vivir con su mujer Julia Schucht, una petición escrita solo unos días antes de morir.

En cualquier caso, las hipótesis sobre estos aspectos del final de su vida siguen abiertas. Los distintos trabajos académicos que vuelven sobre esto son infinitos. Y además no es lo que nos importa a nosotros. Más allá de la polémica, cierta y comprobada, que Gramsci tuvo con el centro del PCI y con Togliatti, lo que nos interesa es juzgar el pensamiento esotérico que el sardo desarrolla en sus Cuadernos. Pensamiento esotérico por complejo, implícito, lleno de matices y dobles significados, como corresponde a una escritura realizada en prisión, pero también a un pensamiento realizado por apuntes y aforismos, que es aún poco sistemático y definitivo y que, en su contenido, no tienen nada que ver con el método de Marx. Así lo han explicado los críticos más rigurosos de esta fase del pensamiento gramsciano, como Christian Riechers, al que seguiremos bastante en estas páginas.

De este modo, dividimos esta parte final de nuestro libro en tres consideraciones generales: una aproximación al marxismo donde se reivindican las continuidades con el pensamiento ilustrado y democrático-burgués por parte de Gramsci, un segundo aspecto acerca de su idealismo subjetivo y, finalmente, todas sus reflexiones políticas, no sólo acerca de algunas de sus categorías como hegemonía, bloque histórico, guerra de posiciones, revolución pasiva, partido como príncipe moderno, intelectual orgánico… sino de sus posiciones acerca de Stalin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Bordiga. En efecto, Gramsci usa sus categorías políticas como un medio de volver a los debates recientes del movimiento comunista en los que él estuvo inmerso.

Antes de adentrarnos en las diferentes partes de nuestra crítica, es importante que podamos definir, someramente, algunas de las categorías que Gramsci usa en los Cuadernos. Estos términos se relacionan directamente con la perspectiva política de Gramsci y por eso es importante poder entenderlos[108].

La hegemonía en Gramsci se refiere al consenso que una clase social tiene que lograr de cara a sus objetivos. Este consenso requiere alianzas con otras clases sociales, creando un bloque histórico para llegar al poder (bloque de poder). La hegemonía se alcanza a través del consenso gradual sobre una serie de instituciones de la sociedad civil —que en Gramsci no coinciden ni con la economía capitalista, como en el joven Marx, ni con los aparatos políticos del Estado, sino que se refieren a las escuelas, la prensa, etc.— y, para ello, son centrales las nociones de guerra de posiciones, como una estrategia que va conquistando progresivamente terreno al enemigo[109], y de príncipe moderno. Gramsci asimila este último concepto al partido, constituido por la unidad de las masas —pasivas— y los intelectuales orgánicos, el verdadero elemento unificador y activo. Por último, a veces la burguesía ha logrado desviar las revoluciones burguesas de su sentido clásico (la Revolución francesa en su fase jacobina) y las ha llevado a cabo desde arriba, es decir, ha recogido algunos de sus elementos pero las ha transformado en un sentido diferente, incompleto. Pensemos en la frase de Lampedusa: «que todo cambie para que todo siga igual». Gramsci alude a estos procesos bajo su categoría de revolución pasiva, es decir, revoluciones burguesas que se hacen desde arriba y de manera incompleta. Para Gramsci, el Risorgimento italiano sería un ejemplo de revolución pasiva. La unificación alemana sería otro ejemplo que podríamos usar. Ese transformismo político implicaría, en el fondo, una revolución nacional aún no completada que el proletariado debería encabezar. El proletariado sería, entonces, la verdadera clase nacional, unificadora de la sociedad.

Una vez que hemos definido estas categorías, podemos adentrarnos en las páginas de los Cuadernos para entender el significado que tiene esta obra para nosotros, como comunistas internacionalistas.

De cara al primer aspecto, a lo largo de los Cuadernos de la cárcel Gramsci trata de evidenciar cuál es el contenido histórico-filosófico en el que para él se inscribe el marxismo. Así identificará en diferentes momentos el marxismo a una formula sumatoria: Hegel + Ricardo[110]. Y en algunas ocasiones añadirá a ellos la literatura y la práctica francesa, es decir, el jacobinismo. Al mismo tiempo, para Gramsci no existen categorías anacionales, todas las categorías nacen y vuelven a la nación como dimensión concreta, por lo que trata de traducir las categorías marxistas en clave nacional-popular, encontrando sus raíces en las tradiciones culturales y filosóficas italianas. Incluso llega a afirmar que ese es el método correcto de interpretación del materialismo histórico. De ahí que trate de traducir a Hegel en italiano a través de Croce o a Robespierre por medio de Maquiavelo. De esta manera, en Gramsci no existe ninguna ruptura, ninguna superación por parte de Marx y del movimiento comunista con la tradición ilustrada, democrática y liberal. El marxismo sería una coronación historicista de esas tradiciones, una síntesis global pero que recoge fundamentalmente estas perspectivas:

La filosofía de la práctica presupone todo ese pasado cultural: el Renacimiento, la Reforma, la filosofía alemana y la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que se encuentra en la base de toda la concepción moderna de la vida. La filosofía de la práctica es la coronación de todo ese movimiento de reforma intelectual y moral, dialectizado en el contraste entre cultura popular y cultura superior. Corresponde al nexo Reforma protestante más Revolución francesa; es una filosofía que es también una política, y una política que es también una filosofía.[111]

Pero, la obra de Marx no es una simple actualización evolucionista de la tradición liberal e ilustrada burguesa. Es su superación crítica. De ahí que Marx no simplemente desarrolle las categorías de la economía política burguesa, sino que las critique, del mismo modo que en sus obras juveniles desarrolla una crítica a la democracia y a la política moderna, a la proclamación abstracta de los derechos humanos: desde la Cuestión judía a las Glosas marginales a un artículo: El rey de Prusia y la reforma social. Por un prusiano[112]. Riechers nos recuerda oportunamente una cita de Marx en La Sagrada Familia:

Robespierre, Saint Just y sus partidarios sucumbieron porque confundían al Estado realista y democrático antiguo, basado en la esclavitud real, con el Estado representativo espiritualista y democrático moderno, basado en la esclavitud emancipada, en la sociedad burguesa. ¡Qué colosal error el estar obligado a reconocer y sancionar, en los derechos del hombre, a la sociedad burguesa moderna, a la sociedad de la industria, de la concurrencia general, de los intereses privados persiguiendo libremente sus fines, de la anarquía, de la individualidad natural y espiritual devenida extraña a sí misma, y el querer, posteriormente, anular en ciertos individuos las manifestaciones de esta sociedad y adornar a la antigua la cabeza de esta sociedad![113]

Es decir, Marx realiza una crítica implacable a la lógica democrática, contenida en las ideologías republicanas modernas, encarnada por los jacobinos. La igualdad burguesa es una metamorfosis de la lógica del valor y la mercancía capitalista. Es la otra cara de la moneda de la sociedad civil. Es la emancipación del hombre libre de la sociedad burguesa, libre de toda relación con la naturaleza y la tierra, que solo puede sobrevivir vendiendo su fuerza de trabajo. Por eso, la democracia, la república y los derechos del hombre son la emancipación del esclavo asalariado. De aquel que somete su vida a la valorización del capital. Todo esto se le escapa completamente a Gramsci, y no puede ser menos. Su reflexión no parte de la crítica de la economía política y, a partir de ahí, de la crítica al conjunto de las metamorfosis de su lógica social: en la democracia, el derecho, la política moderna. Gramsci y sus categorías son completamente internas a las categorías del capital. Su conocimiento de la crítica de la economía política, como se ve en los fragmentos de los Cuadernos, es muy superficial, siendo generosos. Y desde luego nunca se acerca, ni remotamente, al núcleo del problema marxiano: entender la forma valor como expresión de una sociedad que reifica y fetichiza las relaciones y los comportamientos de las personas. Por el contrario, entiende que el marxismo, el materialismo histórico, es fundamentalmente eso: una filosofía de la praxis, una sociología del comportamiento social que interpreta de modo inmediato la vida en su acción[114].

Para Gramsci, la filosofía de la praxis permite una reforma intelectual y moral del mundo a través de la acción de las clases subalternas y de los pueblos, una teoría que no encuentra su raíz en la crítica de la economía política o en El capital, sino en

la filosofía de la praxis [que] nació bajo la forma de aforismos y criterios prácticos por casualidad, porque su fundador dedicó sus fuerzas intelectuales a otros problemas, especialmente económicos (de forma sistemática), pero en estos criterios prácticos y aforismos está implícita toda una concepción del mundo, una filosofía.[115]

Esa es su lectura. Reivindica una filosofía de la praxis como concepción del mundo, que no tiene que ver con la crítica de la economía política[116]. Reivindica una historicidad de actuación creadora y voluntaria por parte de los individuos y los grupos sociales, pero no entiende las relaciones sociales en que se inscriben sus comportamientos. A veces lo mencionaba parafraseando las Tesis sobre Feuerbach (la naturaleza humana es el conjunto de las relaciones sociales), pero nunca intuyó a qué se refería concretamente Marx al hablar de relaciones sociales capitalistas. Creía que eran puros hechos económicos, cosas, a las que Marx dedicó esfuerzos exagerados en lugar de centrarse en su concepción del mundo, filosófica. De ahí nace en Gramsci una filosofía idealista, subjetivista, que coloca la voluntad en el centro de todo:

Pero ¿qué quiere decir “creador”? ¿Significará que el mundo externo es creación del pensamiento? Pero ¿del pensamiento de quién? Se puede caer en el solipsismo, y de hecho toda forma de idealismo cae en el solipsismo, necesariamente. Para evitar el solipsismo y, al mismo tiempo, las concepciones mecanicistas implícitas en la concepción del pensamiento como actividad receptiva y ordenadora, hay que plantear la cuestión “historicísticamente”, y, del mismo modo, poner en la base de la filosofía la ‘voluntad’ (en ultimo análisis, la actividad practica o política), pero una voluntad racional, no arbitraria, que se realice en cuanto corresponde a necesidades objetivas históricas, es decir, en cuanto esa voluntad es la historia universal misma en el momento de su actuación progresiva; si esta voluntad esta inicialmente representada por un solo individuo, su racionalidad queda documentada por el hecho de que sea acogida por el gran numero, y acogida permanentemente, o sea, convirtiéndose en una cultura, en un “buen sentido”, en una concepción del mundo con una ética concorde con su estructura en una cultura, en un “buen sentido”, en una concepción del mundo con una ética concorde con su estructura […]. Creador también en el sentido de que enseña que no existe una “realidad” por sí, en sí y para sí, sino en relación histórica con los hombres que la modifican, etcétera.[117]

Como dice Christian Riechers, la filosofía de la praxis para Gramsci es una nueva forma de filosofía de la inmanencia. Cuando hablamos de inmanentismo nos referimos a una corriente teórica que hace de la construcción de la realidad por parte del sujeto su elemento central. Ese es el significado de la reducción del socialismo científico a una filosofía de la praxis por parte de Gramsci. De este modo, el ser deriva de la conciencia, de la representación y de la práctica de los sujetos colectivos. Todo esto es además el resultado de una reducción filosófica de la obra de Marx. Como ya hemos dicho anteriormente, las categorías de Marx no proceden de una concepción abstracta e indeterminada de tipo filosófico, sino que hay que enraizarlas en la materialidad de un modo de producción específico. Pero sigue Gramsci:

El momento sintético unitario se puede identificar en el nuevo concepto de inmanencia, que, desde su forma especulativa proporcionada por la filosofía clásica alemana, ha sido traducida de modo historicista con la ayuda de la política francesa y la economía clásica inglesa.[118]

El inmanentismo de la filosofía de la praxis está influenciado en Gramsci por la lectura que realiza Gentile y su escuela con filósofos como Renato D’Ambrosio. Gentile definía su método como actualismo que era «el método de la inmanencia absoluta». Un inmanentismo que implica una concepción subjetiva de la realidad en la que el ser surge de la conciencia y la realidad es posible en cuanto a que es producida por la subjetividad histórica de un grupo social. Volvemos nuevamente a una sociología del comportamiento como base del pensamiento gramsciano, en el que la experiencia socialmente organizada es la que constituye, en su inmediatez actual, el criterio de verdad sobre la realidad —lo que Riechers asimila y vincula, de modo interesante, al pensamiento del bolchevique Bogdanov[119]. De este modo, la verdad es reducida a los juicios intersubjetivos y prácticos que se organizan por los grupos sociales con ayuda de sus intelectuales orgánicos. Estamos muy lejos del método del materialismo histórico y de la crítica de la economía política de Marx que se desarrolla desde la Ideología Alemana hasta el conjunto de la crítica de la economía política. Con Gramsci, asistimos a un nuevo San Bruno (Bauer) que quiere reducir la realidad a golpe de ideas, de espíritu y de autoconciencia, sin entender que no podemos reducir el análisis de los procesos sociales a una dialéctica abstracta y ahistórica entre sujeto y objeto. Marx analiza las relaciones sociales de producción específicas de cada modo de producción, en este caso del capitalismo. Ve en la mercancía la categoría simple que le permite reconstruir las dinámicas particulares y singulares del capitalismo, como ascenso de lo más abstracto a lo más concreto. De este modo, Marx entiende que las dinámicas y comportamientos subjetivos de las personas están mediadas y condicionadas por el movimiento de las cosas. Esta es la base de su teoría del fetichismo. Toda la teoría de Gramsci niega esta premisa básica de la obra de Marx, ya que hipostatiza el sujeto como creador voluntario de la realidad. Para él, este es el signo característico de la filosofía de la praxis que Marx no pudo desarrollar al estar obsesionado con la economía, como ya hemos visto en el punto anterior:

Puede sostenerse que es un error pedir a la ciencia como tal la prueba de la objetividad de lo real, puesto que esa objetividad es una concepción del mundo, una filosofía, y no puede ser un dato científico.[120]

Es decir, su análisis parte de una dialéctica de la relación sujeto y objeto abstraída de la historia, como ya hemos visto, y donde además la objetividad se reduce a una mera proyección performativa del sujeto, una concepción del mundo, una filosofía. Esto es muy importante también en su concepción de la hegemonía política, que se constituye a partir de la eficiencia de la intervención política, de la acción táctica. Pero siguiendo con su relación abstracta entre sujeto y objeto:

Si esa es la situación, entonces lo que interesa a la ciencia no es tanto la objetividad de lo real cuanto el hombre que elabora sus métodos de investigación, que rectifica continuamente sus instrumentos materiales reforzadores de los órganos de los sentidos y sus instrumentos lógicos (incluida la matemática) de discriminación y averiguación, es decir, la cultura, es decir, la concepción del mundo, es decir, la relación entre el hombre y la realidad por la mediación de la tecnología. Buscar la realidad fuera de los hombres, entendiendo esto en sentido religioso o metafísico, resulta ser, también en la ciencia, una mera paradoja. ¿Qué significaría, sin el hombre, la realidad del universo? Toda la ciencia está vinculada a las necesidades, a la vida, a la actividad del hombre. Sin la actividad del hombre, creadora de todos los valores, incluidos los científicos, ¿qué sería la “objetividad”? Un caos, o sea, nada, el vacío, si así puede decirse, porque realmente si se imagina que no existe el hombre, no se puede imaginar ni la lengua ni el pensamiento. Para la filosofía de la práctica el ser no puede separarse del pensamiento, el hombre de la naturaleza, la actividad de la materia, el sujeto del objeto; si se practica esa separación se cae en una de tantas formas de religión o en la abstracción sin sentido. Poner la ciencia en la base de la vida, hacer de la ciencia la concepción del mundo por excelencia, la que disipa las nieblas de todas las ilusiones ideológicas, la que pone al hombre ante la realidad tal como esta es, significa recaer en la idea de que la filosofía de la practica necesita bases filosóficas fuera de sí misma.[121]

Y cuando dice que «para la filosofía de la práctica el ser no puede separarse del pensamiento, el hombre de la naturaleza, la actividad de la materia, el sujeto del objeto; si se practica esa separación se cae en una de tantas formas de religión o en la abstracción sin sentido» es porque es la conciencia la que percibe el objeto y es la práctica inmediata del sujeto la que organiza la realidad. Desde luego en el materialismo histórico no existe una separación entre sujeto y objeto o entre naturaleza y sociedad, pero esa unidad se realiza a través de las relaciones sociales en que se concreta un modo de producción. Todo este esfuerzo se encuentra ausente en la obra de Gramsci. De este modo, se acaba reduciendo la realidad a la proyección subjetiva de la voluntad de los grupos sociales. Y su política gradualista y de alianzas intermedias con otras capas sociales es una expresión de este voluntarismo inmediatista e inmanentista, que considera lo específico del marxismo como filosofía de la praxis.

Como dice un crítico obrerista de Gramsci, lejano de nuestras posiciones, pero certero en esta ocasión, Mario Tronti:

La objetividad tiende a difuminarse en una intersubjetividad, cohesionada internamente por el elemento de la praxis social: y la praxis tiende a devenir la realidad primaria, teniendo la función que tiene la sensación en el empiriocriticismo de Mach y Avenarius.[122]

En Gramsci es el criterio inmediato de la práctica social el que establece el criterio de verdad[123], y esto tiene que ver con una filosofía subjetiva e idealista, inmediatista y empirista, pero desde luego no es el materialismo histórico de Marx. Se trata del idealismo historicista y liberal de Benedetto Croce y de Giovanni Gentile o del socialista reformista Rodolfo Mondolfo.

Para ir terminando esta parte y enlazando con la última, ya hemos visto que el criterio de verdad es la práctica subjetiva organizada. Esto enlaza con su comprensión de la actividad política que, como se diría hoy, tendría un sentido performativo[124]. La falsedad de las ideologías ajenas, de igual manera, no surge de su contenido específicamente filosófico, sino que son un instrumento de gobierno de los grupos dominantes para ejercer su hegemonía y consenso sobre las clases subalternas. La política se reduce a una lucha por la hegemonía entre los primeros y las segundas, una lucha que difumina, como ya habíamos visto en sus textos de 1926, la perspectiva programática del comunismo. Y esto tiene que ver, además, con su noción de partido y el rol que asigna a los intelectuales orgánicos. El partido comunista no es el producto de la lucha de clases, de la creación de situaciones revolucionarias a partir de la autoactividad del proletariado. El partido no es producto y factor de la realidad de polarización social, sino que es un producto de la conciencia, ante todo, de los intelectuales:

Una de las mayores debilidades de las filosofías inmanentistas consiste en general en no haber sabido crear una unidad ideológica entre lo bajo y lo alto, entre los “simples” y los “intelectuales”. En la historia de las civilizaciones occidentales, este hecho se ha verificado sobre escala europea, con el fracaso del Renacimiento y en parte de la Reforma frente a la Iglesia romana.[125]

El culturalismo e idealismo de Gramsci va de la mano con dar un rol preponderante a la función de los intelectuales en el partido, un rol hegemónico. La conciencia es encarnada por ellos y transmitida a los militantes, a los simples. Es una noción muy diferente a un partido anónimo, que surge de la propia dinámica de la lucha de clases, y se constituye unido a un programa histórico. La teoría es patrimonio de los intelectuales y la masa, los simples, se encargan de la praxis bajo el dominio de los intelectuales. Los primeros unifican, los segundos tienen un rol pasivo. Insistimos en la importancia de ligar esta visión a una concepción voluntarista e inmediatista de la práctica política. Concepción en que el partido tiene que crear, por medio de sus habilidades tácticas, las situaciones de lucha:

La organicidad del pensamiento y la solidez cultural puede tenerse solo entre intelectuales y simples si se da la misma unidad entre teoría y práctica, es decir si los intelectuales fuesen los intelectuales efectivos de esas masas. Si hubieran elaborado y hecho coherentes los principios y los problemas que aquellas masas ponían en su actividad práctica, constituyendo de este modo un bloque cultural y social.[126]

Para Gramsci, el partido está dominado por intelectuales y su trayectoria es ajena a las situaciones de lucha y polarización social. El comunismo deja de ser un movimiento real para ser el resultado de un proyecto de intelectuales que buscan la hegemonía sobre las masas. Muy distinto a lo que pensaba Marx:

No se trata de lo que este o aquel proletario, o incluso el proletariado en su conjunto, pueda representarse de vez en cuando como meta. Se trata de lo que el proletariado es y a lo que está obligado históricamente a hacer, con arreglo a ese ser suyo. Su meta y su acción histórica se hallan clara e irrevocablemente predeterminadas por su propia situación de vida y por toda la organización de la sociedad burguesa actual.[127]

En Gramsci, por el contrario, es importante crear las premisas subjetivas y culturales de la revolución. La revolución no es un hecho físico como pensaban Marx y Engels: «Una revolución es un fenómeno natural gobernado por leyes físicas diferentes de las reglas que rigen el desarrollo de la sociedad en tiempos normales»[128] sino resultado de la labor previa cultural y de conciencia, de un partido dirigido por sus intelectuales orgánicos. De ahí, nace su concepción de bloque social e histórico. Se trata de instituir alianzas entre el proletariado, los simples, y otras capas sociales y explotadas: intelectuales, campesinos… Ya hemos visto los resultados concretos de esta política en el período de dirección de Gramsci sobre el PCdI (1924-1926): alianza con la burguesía antifascista en el Aventino, acercamiento a los campesinos católicos (el caso de Guido Miglioli) o a intelectuales liberales que pudieran erosionar el consenso antifascista (el caso de Piero Gobetti de la Rivoluzione Liberale). La idea de bloque histórico es inseparable de esta concepción interclasista. Se trata de una alianza con sectores no proletarios, alianza que además, y es importante resaltarlo, implica una subordinación del programa comunista a una lógica democrática, de consignas intermedias, de negación de nuestro mismo programa. En el fondo, como ya hemos dicho, Gramsci tiende a asimilar cada vez más en los Cuadernos la práctica del partido, del nuevo príncipe, a una lucha a favor de la revolución burguesa, aún incompleta en Italia por la revolución pasiva del Risorgimento y, posteriormente, del fascismo, que han impedido un verdadero resultado jacobino en el país. De ahí que sea muy emblemática la identidad entre partido y jacobinismo que lleva a cabo. Y la traducción que hace de Robespierre, en Italia, a través de Maquiavelo.

Para acabar esta parte: no es casual que la única consigna que Gramsci hizo llegar a la dirección del PCI en el exilio, a través de Piero Sraffa en 1933, fuera la de luchar por una Asamblea Constituyente como organismo intermedio que pudiera erosionar el fascismo. Una consigna que había comentado también en 1930 al dirigente del partido, encarcelado con él en Turi, Tosin[129]. Gramsci piensa que son necesarias consignas y perspectivas tácticas intermedias que favorezcan una unidad antifascista que erosione el fascismo. En realidad, defiende una premisa muy parecida a su actuación en el caso del Aventino y del caso Matteotti, lo que nos permite entender de modo concreto el significado de conceptos más esotéricos como bloque social, bloque histórico, hegemonía o guerra de posiciones. En realidad, son categorías gramscianas que tratan de actualizar el desarrollo de una táctica flexible y de una política que tiende a difuminar el programa comunista. Con ello, entramos en la última parte de nuestro análisis de los Cuadernos.

No nos cansaremos nunca de insistir en la importancia de analizar con seriedad la contrarrevolución. En buena medida, el marxismo es eso, una teoría sobre la contrarrevolución[130]. El socialismo en un solo país es el elemento programático por excelencia que define y sintetiza la contrarrevolución estalinista en el siglo XX, una contrarrevolución que no solo asesinó a cientos de miles de proletarios y comunistas, sino que invirtió todos los términos y significados de la revolución y del comunismo: una contrarrevolución que no hizo sino poner una bandera roja a la acumulación de capital. Pues bien, es indudable que Gramsci es parte y defiende esta contrarrevolución. Fue el ejecutor concreto de la bolchevización del PCdI para subordinarlo a la estrategia del socialismo en un solo país y al control de Moscú. A pesar de su carta al CC del PCUS, siempre deja claro que defiende la línea de Stalin y que hay que condenar a Trotsky[131], aunque haya que evitar la escisión. De hecho, cuando en la cárcel de Turi Tosin le informa de la expulsión de Tresso y sus dos compañeros de la dirección del PCI, Gramsci afirma tras un momento de duda que «el partido ha tenido razón al expulsarlos [cacciarli]» debido a que habían tomado contacto con la oposición de Trotsky.

En los Cuadernos de la cárcel son continuos sus ataques a Trotsky, del que jamás habla en términos positivos[132]. No solo le ataca programáticamente sino que en diferentes ocasiones justifica la liquidación de la oposición trotskista, que podía ser una fuente de organizaciones sociales latentes y adormiladas que pusiesen en cuestión al proletariado ruso. En los Cuadernos siempre asimila a las oposiciones revolucionarias contra el estalinismo, a una defensa corporativista y particularista que atentan contra la dirección hegemónica del PCUS y del socialismo en un solo país.  Nos habla de la existencia de parlamentos negros, como síntoma de una pluralidad latente. Y, en este sentido, está justificada la represión:

Por ejemplo, ¿la liquidación de León Davidovich [Trotsky] no es un episodio de la liquidación “también” del parlamento “negro” que subsistía después de la abolición del parlamento “legal”? Hecho real y hecho legal. Sistema de fuerzas en equilibrio inestable que en el terreno (parlamentario) hallan el terreno “legal” de su equilibrio “más económico” y abolición de este terreno legal, porque se convierte en fuente de organización de fuerzas latentes y adormiladas; por lo tanto, esta abolición es síntoma (o previsión) de una intensificación de las luchas y no viceversa. Cuando una lucha puede componerse legalmente, no es peligrosa: se vuelve tal precisamente cuando el equilibrio legal es reconocido imposible. Lo que no significa que aboliendo el barómetro se pueda abolir el mal tiempo.[133]

Se trata de un pasaje del final de la vida de Gramsci, del año 1935. La última frase matiza en un sentido similar a lo que ya había dicho en su carta al CC del PCUS. Existen problemas reales que no se eliminan con simples procedimientos administrativos. Pero su defensa de la liquidación de la oposición de izquierdas es neta, y no es el único momento en el que vuelve a ello:

Paso de la guerra de movimiento (y del ataque frontal) a la guerra de posición también en el campo político. Esta me parece la cuestión de teoría política más importante planteada por el periodo de la posguerra, y la más difícil de resolver acertadamente. Está relacionada con las cuestiones suscitadas por Bronstein [Trotsky], el cual puede considerarse, de un modo u otro, como el teórico político del ataque frontal en un periodo en el cual ese ataque solo es causa de derrotas. Este paso en la ciencia política no está relacionado con el ocurrido en el campo militar, sino indirectamente (mediatamente), aunque, desde luego, hay una relación, y esencial, entre ambos. La guerra de posición requiere sacrificios enormes y masas inmensas de población; por eso hace falta en ella una inaudita concentración de la hegemonía y, por tanto, una forma de gobierno más “interventista”, que tome más abiertamente la ofensiva contra los grupos de oposición y organice permanentemente la “imposibilidad” de disgregación interna, con controles de todas clases, políticos, administrativos, etc.[134]

Gramsci identifica hegemonía y guerra de posiciones con el Estado ruso de la época. Es al mismo tiempo una estrategia para ir acumulando progresivamente poder dentro de la sociedad capitalista, a través de la constitución de una red gradual de instituciones dentro de la sociedad civil que el partido crea a través de alianzas, de la constitución del bloque histórico… Pero, es, también, dentro del “Estado obrero” victorioso —en realidad, del Estado ruso capitalista de la época— la necesidad de concentrar el poder de modo totalitario en manos del partido y de su dirección. Se trata de un gobierno intervencionista sobre la sociedad que tiene que organizar la ofensiva contra los grupos de oposición por medio de todo tipo de controles, para evitar que su poder se disgregue. Como decía el Stalin de la contrarrevolución rusa, para justificar su acumulación de poder y la represión contra los revolucionarios, en el período de la dictadura del proletariado se intensifica la lucha de clases y, por tanto, el Estado no se disuelve, sino que se reafirma una especie de estatolatría, como decía Gramsci[135].

En definitiva, los Cuadernos son un ataque a la estrategia revolucionaria de las izquierdas de la II Internacional. Son continuas las referencias negativas a la idea de guerra de movimiento de Trotsky, de huelga de masas de Rosa Luxemburgo, al bizantinismo teórico de Bordiga[136]. En realidad, son banalizaciones que hace Gramsci para justificar su apego al socialismo en un solo país y a una estrategia de hegemonía que esconde una subordinación a una táctica democrática que difumina las posiciones comunistas. Tenemos muchas críticas que hacer a Trotsky pero, en todo caso, su idea de la revolución permanente[137] no tiene nada que ver con una teoría de ofensiva continua por la revolución, como señala Gramsci en sus notas de los Cuadernos, sino que es una clara defensa de la revolución mundial: algo que Gramsci critica, pues para él solo existen categorías nacionales. De este modo, Gramsci une su perspectiva liberal y nacionalista juvenil a la contrarrevolución de Stalin:

Habrá que ver si la famosa teoría de Bronstein [Trotksy] sobre la permanencia del movimiento no es el reflejo político de la teoría de la guerra de movimiento o maniobra (recordar la observación del general de cosacos Krasnov), y, en último análisis, reflejo de las condiciones generales económico-culturales-sociales de un país en el cual los cuadros de la vida nacional son embrionarios y laxos, y no pueden convertirse en “trinchera o fortaleza”. En este caso se podría decir que Bronstein, que se presenta como un “occidentalista”, era, en cambio, un cosmopolita, o sea, superficialmente nacional y superficialmente occidentalista o europeo. En cambio, Ilici [Lenin] era profundamente nacional y profundamente europeo. […] En Oriente, el Estado lo era todo, la sociedad civil era primaria y gelatinosa; en Occidente, en cambio, había una correlación eficaz entre el Estado y la sociedad civil, y en el temblor del Estado podía de todos modos verse en seguida una robusta estructura de la sociedad civil. El Estado era solo una trinchera avanzada, detrás de la cual se encontraba una robusta cadena de fortalezas y fortines; con diferencias entre los Estados, naturalmente, pero eso era precisamente lo que requería un cuidadoso reconocimiento de carácter nacional. La teoría de Bronstein puede compararse con la de ciertos sindicalistas franceses sobre la huelga general, o con la teoría de Rosa [Luxemburgo] en el folleto traducido por Alessandri.[138]

Como ya hemos dicho, Gramsci banaliza lo que dicen Trotsky y Rosa. E identifica claramente a Lenin con Stalin a partir de la teoría de este último del socialismo en un solo país. El internacionalismo real es despreciado como una forma de cosmopolitismo y el término internacionalismo se reduce a una suma de naciones. Y es que para Gramsci solo existen categorías nacionales. Además, su obsesión por la guerra de posiciones encubre una asimilación de la práctica política a los períodos de paz social del capital. En ningún momento piensa la necesidad estratégica del asalto revolucionario al poder burgués, aspecto que siempre piensan los comunistas desde Marx: la revolución como momento de destrucción de la máquina del Estado burgués. Para Gramsci, se trata simplemente de apoderarse de modo hegemónico, gradualmente, a través de las propias instituciones en la sociedad civil, del aparato del Estado. La crítica a Trotsky y Rosa encubre, en realidad, la supeditación táctica primero al oportunismo y luego al reformismo.

Y es que, para acabar, no podemos separar la defensa del socialismo en un solo país del pensamiento estratégico de una guerra de posiciones para lograr la hegemonía por el poder. La nación es el alfa y el omega, el principio y el final del pensamiento gramsciano. Principio y final también de su propia trayectoria política e intelectual que, en este momento, se expresa en una vía nacional al socialismo en Italia y a la defensa de la URSS de Stalin, es decir, la defensa del capitalismo con bandera roja:

El escrito de Giuseppe Bessarione [Stalin] por el sistema de preguntas y respuestas de septiembre de 1927 acerca de algunos puntos esenciales de ciencia y arte políticos. El punto que me parece necesario desarrollar es este: que según la filosofía de la practica (en su manifestación política), ya en la formulación de su fundador, pero especialmente en las precisiones de su gran teórico más reciente, la situación internacional tiene que considerarse en su aspecto nacional. Realmente la relación “nacional” es el resultado de una combinación “original” única (en cierto sentido) que tiene que entenderse y concebirse en esa originalidad y unicidad si se quiere dominarla y dirigirla. Sin duda que el desarrollo lleva hacia el internacionalismo, pero el punto de partida es “nacional”, y de este punto de partida hay que arrancar. Mas la perspectiva es internacional y no puede ser sino internacional. Por tanto, hay que estudiar exactamente la combinación de fuerzas nacionales que la clase internacional tendrá que dirigir y desarrollar según la perspectiva y las directivas internacionales. La clase dirigente lo es solo si interpreta exactamente esa combinación, componente de la cual es ella misma, y, en cuanto tal, puede dar al movimiento una cierta orientación según determinadas perspectivas. En este punto me parece que esta la discrepancia fundamental entre Leone Davidovici [Trotksy] y Bessarione como intérprete del movimiento mayoritario. Las acusaciones de nacionalismo son ineptitudes si se refieren al núcleo de la cuestión. Si se estudia el esfuerzo realizado desde 1902 hasta 1917 por los mayoritarios, se ve que su originalidad consiste en una depuración del internacionalismo, extirpando de él todo elemento vago y puramente ideológico (en sentido malo) para darle un contenido de política realista. El concepto de hegemonía es aquel en el cual se anudan las exigencias de carácter nacional, y se comprende bien que ciertas tendencias no hablen de ese concepto o se limiten a rozarlo.[139]

Y más adelante:

Los conceptos no nacionales son erróneos [porque llevan] a la inercia y a la pasividad. […] Las debilidades teóricas de esta forma moderna del viejo mecanicismo quedan enmascaradas por la teoría general de la revolución permanente, que no es sino una previsión genérica presentada como dogma, y que se destruye por sí misma, por el hecho de que no se manifiesta fáctica y efectivamente.[140]

En definitiva, más de lo mismo. Lo internacional es una sumatoria de situaciones nacionales, ya que los conceptos no nacionales son erróneos y llevan a la derrota, como es errónea y lleva a la derrota la posición de las izquierdas, que denunciaban precisamente la degeneración burguesa y capitalista de la URSS, algo que ni Stalin ni Gramsci pueden aceptar. La consecuencia de ello sería la subordinación del proletariado mundial al Estado capitalista ruso y la inversión del significado del internacionalismo en su contrario, en un auténtico léxico de la truhanería política al decir de Munis: en nacionalismo. Y, a su vez, la perspectiva realista coincide con un movimiento puramente nacional para alcanzar el poder. El internacionalismo proletario trata de ser completamente barrido de la faz de la tierra para esta operación contrarrevolucionaria.

 

 

 

Conclusiones

Este libro no se puede leer sin complementarlo, al mismo tiempo, con El estalinismo: bandera roja del capital. Hacen parte de un mismo esfuerzo teórico y militante, el de restituir la lucha de nuestro partido histórico frente a la mayor contrarrevolución de la historia, aquella que trastocó los significados de todos los términos que nuestro movimiento histórico había dado en su lucha real por el comunismo: una comunidad mundial sin clases ni fronteras, sin Estado ni mercancía.

Hemos podido ver de manera detenida cómo Gramsci en su juventud es un socialista patriótico que hace de la nación italiana el centro de sus objetivos emancipatorios, y cómo lo hace desde una concepción filosófica de estampa liberal y burguesa. De ahí que, a partir de los años 20 del siglo XX, le resulte lógica la defensa del socialismo en un solo país de Stalin. El estalinismo no es una contrarrevolución que nace de la nada, sino que emplea las categorías nacional-burguesas.

Asistimos en la actualidad, como decíamos en el inicio de nuestro texto, a una época marcada por la crisis del capitalismo y la polarización social. Nuevas generaciones se acercan a la perspectiva revolucionaria y comunista: a ellas está dedicado este texto. Una de las claves pasa por entender que el comunismo es un movimiento real y anónimo de un proletariado que en su lucha se constituye en clase y en partido. Cuando nos hemos referido a algunas personas en este texto, no lo hacemos como si fueran genios o grandes hombres que con su cabeza inventan grandes ideas, sino como expresiones que concentran y sintetizan programáticamente un movimiento real por el comunismo. O que se oponen a él.

Es muy importante, en este contexto, volver a hilar el tejido de la revolución y el comunismo. Para nosotros, sin duda, se encuentra en su diversidad en las izquierdas comunistas que se opusieron en los años 20 y 30 a la medianoche en el siglo. Y lo hicieron en muchos lugares, desde el Vietnam de los consejos obreros al mayo de 1937 de Barcelona, desde los gulags rusos a las experiencias de derrotismo revolucionario durante la II Guerra Mundial. Nuestra clase es mundial y lucha en todos los sitios y espacios junto a sus minorías históricas.

Gramsci no es parte de ese hilo histórico. Sus indudables y especiales capacidades filosóficas y teóricas, su tantas veces demostrada honestidad en el combate y la lucha, la determinación a no claudicar en las cárceles fascistas, aunque eso supiera su muerte, nos pueden confundir y obnubilar en la perspectiva. Y es que Gramsci puso esas cualidades al servicio de la contrarrevolución, de la teoría del socialismo en un solo país, de las vías nacionales al comunismo. Su camino no es el nuestro. Es más bien el contrario.

 

 

 

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[1] Nos parece importante resaltar, en todo caso, que la figura de Gramsci no es humana y moralmente asimilable a la de otros militantes estalinistas. Y si vale el valor de la prueba biográfica, Bordiga, Damen, Fortichiari y otros militantes de la izquierda siempre hablaron bien no solo de la figura intelectual, sino de la honestidad de Antonio Gramsci. Por ejemplo, en 1926, en el confinamiento en Ustica, Sicilia, Bordiga y Gramsci llevaron a cabo una escuela militante con el resto de los confinados comunistas. En ella, y en los debates que surgían, Gramsci explicaba las posiciones de Bordiga al resto de militantes y Bordiga las de Gramsci. Y, todo ello, desde la rigurosidad en la transmisión del pensamiento ajeno. Bordiga se preocupará de la salud de Gramsci, incluso en una carta a la madre de Gramsci, y parece que se encontrarán al final de la vida de Gramsci en una clínica sanitaria en Formia (en el golfo de Gaetta). Su relación siempre fue respetuosa y fraterna, a diferencia de la opinión que Gramsci tuvo al final de su vida acerca de Togliatti, con el que parece que acabó rompiendo personal y humanamente. Esta nota es útil, simplemente, para contextualizar la rigurosidad de nuestra crítica. Denunciar el rol contrarrevolucionario del gramscismo no significa asimilar todas estas figuras

[2] Véase, como decíamos, El estalinismo: bandera roja del capital y El capitalismo de Stalin.

[3] Es conocida la filiación peronista de Ernesto Laclau

[4] «El marxismo no es la doctrina de las revoluciones, sino la de las contrarrevoluciones: todos saben orientarse a la hora de la victoria, pero pocos son los que saben hacerlo cuando la derrota llega, se complica y persiste» (Lecciones de las contrarrevoluciones https://laizquierdaitaliana.blogspot.com/2011/09/lecciones-de-las-contrarrevoluciones.html)

[5] Véase al respecto El pasado de nuestro ser

[6] Esto fue lo que dijo Vercesi según recogen Arturo Peregalli y Sandro Saggioro en su libro Gli anni Oscuri di Amadeo Bordiga: «Es cierto que Bordiga representa entre nosotros, por sus dotes excepcionales y su ingenio, el compañero que mejor formula las opiniones de la izquierda, pero él encabezará esta corriente con la condición de que ponga al servicio de estas opiniones su ingenio, su voluntad, su espíritu de sacrificio. Si mañana él cambiase de opinión, el problema que presenta la izquierda continuará en toda su integridad y será más difícil para el proletariado italiano la elaboración de sus experiencias revolucionarias, pero Bordiga se verá desbordado y el proletariado hará igualmente sus batallas», pág. 80. Las fuentes en italiano, salvo que se indique lo contrario, están traducidas por nosotros

[7] n+1: Gramsci e la coerenza dell’incoerenza, https://www.quinternalab.org/lavori-in-corso/critica-alla-filosofia/254-gramsci-e-la-coerenza-dell-incoerenza-riunione-sbobinata

[8] Antonio Gramsci: Antología, selección, traducción y notas de Manuel Sacristán. Esta edición de Manuel Sacristán, publicada primero en la editorial Siglo XXI y luego reeditada por Akal, contiene errores clamorosos, como explicaremos.

[9] Además de trabajos orgánicos como la Storia della sinistra comunista que ha editado, de momento, en 5 volúmenes Programma Comunista, las obras de Amadeo Bordiga editada en nueve volúmenes por la Fondazione Amadeo Bordiga, y que comprende sus escritos hasta 1926. Son muy útiles además las introducciones a los volúmenes llevadas a cabo por Luigi Gerosa.

[10] Nos parece muy importante, para conocer todos estos debates, el trabajo, en su inicio tesis doctoral, de Agustín Guillamón sobre el pensamiento político de Bordiga y que se encuentra en nuestra biblioteca virtual: https://barbaria.net/category/biblioteca/por-autor/guillamon-agustin/

[11] https://internationalcommunistparty.org/images/pdf/testi/Gramsci.pdf

[12] En inglés: https://www.leftcom.org/files/2019-08-07-damen-gramsci.pdf o en italiano: https://www.marxists.org/italiano/damen/gramsci/2.htm

[13] Existe además del original alemán una edición reciente en francés realizada por Michel Olivier. Además del trabajo de Riechers nos parece importante destacar también los numerosos trabajos de Arturo Peregalli y que nos han sido siempre muy útiles. Por ejemplo, el libro de Peregalli junto a Sandro Saggioro, también editado en francés por Michel Olivier, Gli anni Oscuri di Amadeo Bordiga.

[14] Véase por ejemplo Luigi Cortesi: Le origini del PCI, Laterza, Bari, 1973

[15] Bruno Fortichiari fue un compañero del primer Ejecutivo del PCdI, responsable, bajo el pseudónimo de Loris, del aparato ilegal del partido, aparato nunca descubierto. Sus memorias son muy interesantes para conocer vicisitudes importantes, como el papel de Gramsci en Viena, conspirando a espaldas de la dirección del momento para apoderarse de la dirección del PCdI en connivencia con la Komintern (y es que, en ese momento, Fortichiari estaba también en Viena). Véase Comunismo e rivisionismo in Italia, Mimesis, Milano, 2006. Sobre Fortichiari existe, también, un cuaderno interesante de Battaglia Comunista, Vità e idee di Bruno Fortichiari https://www.leftcom.org/files/2019-quaderni-st08.pdf

[16] Al respecto es muy útil leer la sección Los esqueletos en el armario de la página http://avantibarbari.com/news.php?sez_id=5 donde se muestran algunos ejemplos de esta política criminal del PCI togliattiano que, en algunos casos, llegó al homicidio o a su intento. Por ejemplo, si Togliatti no ordenó el asesinato de Onorato Damen fue porque la Democracia Cristiana lo frenó cuando supo de ello en el Comité de Liberación Nacional

[17] Véase, por ejemplo, https://libcom.org/article/murders-fausto-atti-and-mario-acquaviva Contiene también mucha información útil el libro de John Chiaradia: Amadeo Bordiga and the myth of Antonio Gramsci, que se ubica en posiciones similares a las nuestras y, sobre todo, denunciando la larga sombra de la manipulación estaliniana y académica, que van de la mano en numerosas ocasiones, debido a la fascinación académica que ejerce Gramsci: https://libcom.org/article/amadeo-bordiga-and-myth-antonio-gramsci-john-chiaradia

[18] Bordiga al final de su vida reivindica ese sectarismo. Sectarismo que nace de la lucha implacable contra el capital en cualquiera de sus formas, el doctrinarismo de la defensa implacable de la teoría comunista: https://barbaria.net/2022/12/13/entrevista-a-bordiga/

[19] Giuseppe Berti: I primi dieci anni di vità del PCI, documenti inediti dell’archivio Angelo Tasca, Feltrinelli, Milán, 1967. Palmiro Togliatti: La formazione del gruppo dirigente del PCI, Editori Riuniti, Roma 1962. Umberto Terracini: Intervista sul comunismo difficile, Laterza, Bari 1978. Paolo Spriano: Storia del Partito Comunista Italiano. Da Bordiga a Gramsci, Einaudi 1967

[20] Ordinovistas por el periódico L’Ordine Nuovo que fundará Gramsci junto a Tasca, Togliatti y Terracini tras la I Guerra Mundial.

[21] En una revista que publicará y escribirá Gramsci, La Città Futura.

[22] Giuseppe Fiori: Vità di Antonio Gramsci, Laterza, Bari, 1966. Volveremos enseguida a la influencia de Mussolini sobre Gramsci

[23] Cf. la versión incompleta, como veremos, en Antonio Gramsci: Antología, op. cit., pág. 10

[24] El 22 de octubre de 1914, en Scritti, tomo 2, págs. 86-89

[25] Antonio Gramsci: op. cit., pág. 11

[26] Ya veremos que la noción de Estado de Gramsci tiene que ver más con Lassalle que con Marx. El Lassalle que nuestro moro destruye en la Crítica del programa de Gotha

[27] El idealismo y la influencia de Croce de la que hablábamos es muy evidente

[28] Ya sea en la versión de Siglo XXI que manejamos que la reedición de Akal, que hemos podido consultar online

[29] Falta una línea en el original, cf. http://gramsci.objectis.net/gramsci/writings/gramscis-writings-italian/pre-prison-writings-texts/1913-1918/neutralita-attiva-ed-operante

[30] Tal y como recuerda Tasca, según dice Giuseppe Berti

[31] La Mole Antonelliana es el símbolo de Turín, fue mandada construir en el año 1863 para celebrar la unificación italiana. Gramsci vivió durante un período en una habitación al lado de la Mole

[32] Giuseppe Berti: Appunti e ricordi, pág. 18

[33] Giuseppe Fiori: op. cit., pág. 124

[34] En realidad, tras la derrota italiana en Caporetto, octubre-inicios de noviembre de 1917, Gramsci vuelve a dudar acerca de una oposición de clase a la guerra. Según los recuerdos de Umberto Colosso, de L’Ordine Nuovo, Gramsci volvió a poner en duda las posiciones neutralistas del PSI en conversaciones privadas. El líder maximalista y centrista Serrati defendía una posición de no resistencia a la invasión, y eso a Gramsci le parecía insostenible. Imaginemos las posiciones derrotistas revolucionarias que mantenía Bordiga de cara a la guerra. En la reunión de noviembre de 1917, Bordiga propuso organizar la insurrección revolucionaria

[35] Antonio Gramsci: op. cit., pág. 34 y ss.

[36] Y que posteriormente banalizará Gramsci en los Cuadernos

[37] Véase al respecto nuestro texto donde resumimos todos estos debates, aclarando nuestra posición: https://barbaria.net/2022/04/25/sobre-la-decadencia-del-capitalismo-la-revolucion-permanente-y-la-doble-revolucion

[38] Berti fue un pequeño Stalin en la dirección del PCI en Nueva York durante la II Guerra Mundial —según le contaron a Chiaradia antiguos militantes del PCI—, el mismo que, habiendo militado con Bordiga en su juventud, le acusaba de mafioso y camorrista. Tenemos que recordar siempre estas actitudes que preparaban el clima moral para las purgas y el terror: nos permiten definir la naturaleza del estalinismo y la contrarrevolución y también advertir cuando quieren aparecer con un rostro más amable

[39] Marx en la introducción a los Grundrisse. Véase también nuestra crítica a la interseccionalidad. No casualmente Gramsci es reivindicado por tantos autores postmarxistas y postestructuralistas: https://barbaria.net/2022/10/08/libro-la-interseccionalidad-no-nos-sirve

[40] Gramsci de hecho lo asumió siempre de modo genérico y subordinó, de hecho, el internacionalismo a una frase vacía cuyo contenido era la realidad nacional

[41] Cuando hablamos de etapa consejista en Gramsci, no establecemos una ecuación entre el italiano y la izquierda germano-holandesa. Son muchas las diferencias que hay que resaltar. Pannekoek y sus compañeros tienen una clara idea de ruptura capitalista con el Estado burgués. Además, en este momento histórico son partidarios de la creación de un partido revolucionario no parlamentario (KAPD), lo que establece una diferencia importante con Gramsci y su apoyo al partido parlamentario y maximalista de Serrati

[42] Antonio Gramsci: «Nuestro Marx», op. cit., pág. 37 y ss.

[43] Togliatti se había alistado voluntario en la I Guerra Mundial, lo que da pruebas de sus iniciales posiciones intervencionistas

[44] Texto disponible en https://igcl.org/Tomar-la-fabrica-o-tomar-el-poder

[45] Ibidem

[46] Ibidem

[47] Véase, al respecto, en nuestra biblioteca virtual los textos de Bordiga: Partido y clase y Partido y acción de clase: https://barbaria.net/category/biblioteca/por-autor/bordiga-amadeo

[48] Véase Teoría y acción en la doctrina marxista y La inversión de la praxis en https://quinterna.org/archivio/1945_1951/19510401_Il_rovesciamento_della_prassi.htm

[49] Nosotros no fetichizamos ningún partido formal que puede siempre degenerar como la historia demuestra. La historia de los partidos formales se quiebra cuando se rompe su vinculación al programa histórico del proletariado. Véase, en este sentido, Consideraciones sobre la orgánica actividad del partido cuando la situación general es históricamente desfavorable (https://barbaria.net/2022/08/26/amadeo-bordiga-consideraciones-sobre-la-organica-actividad-del-partido-cuando-la-situacion-general-es-historicamente-desfavorable), además de las Tesis de Nápoles (https://sinistra.net/lib/bor/bordiga.html#j65) y Milán (https://sinistra.net/lib/bas/progra/vane/vaneecicei.html), así como Origen y función de la forma partido https://barbaria.net/2018/05/27/jacques-camatte-origen-y-funcion-de-la-forma-partido-1961

[50] Disponible en https://quinterna.org/archivio/1945_1951/19510401_Il_rovesciamento_della_prassi.htm La traducción del texto y de la tabla es nuestra

[51] Es algo que explica bien Riechers en su libro ya mencionado

[52] Lo que desde luego no es un acto jacobino para los comunistas, sino el resultado de una situación revolucionaria que se transforma en revolución a través de la unidad entre acción de clase y partido

[53] Antonio Gramsci: «Democracia obrera», op. cit, pág. 58 y ss.

[54] Seguimos en esta parte de la elaboración una tesis universitaria de un compañero de la izquierda italiana que explica muy bien los límites del gestionismo de Gramsci:  Il rapporto Bordiga-Gramsci di fronte alla strategia dei consigli https://www.quinternalab.org/images/sampledata/pdf/rapporto_bordiga_gramsci.pdf

[55] Antonio Gramsci: «A los comisarios de sección de los talleres FIAT» op. cit., pág. 62 y ss.

[56] Más tarde en los Cuadernos de la cárcel, en sus famosas notas sobre americanismo y fordismo, vuelve a destacar la importancia que para él tiene la disciplina y el autocontrol moral para la producción: «Relacionada con la del alcohol está la cuestión sexual: el abuso y la irregularidad de las funciones sexuales es, después del alcoholismo, el enemigo más peligroso de las energías nerviosas, y es observación común que el trabajo “obsesivo” provoca la depravación alcohólica y la sexual», pág. 477

[57] Con una clara influencia liberal, como decía Bordiga por otra parte, y es el mismo Togliatti el que escribe en esta época en LON que «el socialismo es liberalismo integral»

[58] Citado en https://www.quinternalab.org/images/sampledata/pdf/rapporto_bordiga_gramsci.pdf

[59] Antonio Gramsci: «Grupos Comunistas», op. cit., pág. 93 y ss.

[60] Antonio Gramsci: «El obrero de fábrica», LON, citado en Il rapporto Bordiga-Gramsci di fronte alla strategia dei consigli, disponible en quinternalab.org

[61] Antonio Gramsci: «Es solo una estupidez», LON, septiembre de 1920. La fecha no es banal, es el mes de la huelga de los metalúrgicos italianos, en el período final de ascenso de la lucha de clases del proletariado italiano. Tras esa derrota comenzó el reflujo de clase

[62] Antonio Gramsci: «L’unità nazionale», LON, 4 de octubre de 1919

[63] El estatalismo de Lassalle fue confrontado por Marx en su Crítica del Programa de Gotha, entre otros materiales de nuestro partido

[64] Antonio Gramsci: «¿Qué saben los comunistas?», LON, 28 de julio de 1921

[65] Antonio Gramsci: «La voluntad de trabajar», LON, 7 de junio de 1919

[66] O sea, el PSI se queda con algo más de 120.000 militantes y el PCdI con 93.000 si incluimos a la juventud

[67] Véase el texto en nuestra biblioteca virtual https://barbaria.net/2022/12/10/amadeo-bordiga-discurso-de-la-escision-del-psi-en-el-congreso-de-livorno-1921/

[68] Tesis redactadas por Bordiga junto a Terracini. Gramsci elaborará durante el congreso, junto a Tasca, el documento sobre la cuestión agraria. Véase el documento en https://sinistra.net/lib/upt/elproc/mopo/mopobhebos.html

[69] En Alemania, nace, de este modo el VKPD por la unificación de la mayoría del USPD, y, en Italia, la dirección de la Komintern quiere la unificación con los maximalistas de Serrati, algo que casi todo el PCdI rechaza, incluyendo a Togliatti y Gramsci. Para profundizar en este tema, véase El pasado de nuestro ser en https://barbaria.net/2018/05/27/el-pasado-de-nuestro-ser

[70] Amadeo Bordiga: «A tutti i compagni del partito», Scritti, tomo 8, pág. 122 y ss.

[71] Esto se debe a que Bordiga acepta la mayoría de la Internacional en nombre del centralismo, pero pretende dar una batalla dentro del partido italiano y dentro de la propia internacional también

[72] En relación a este asunto, véase lo que escribe Giuseppe Berti en su libro ya mencionado

[73] La historia es muy paradójica pues será Gramsci quien se posicione a favor de Stalin en los debates posteriores de la Internacional, mientras que Bordiga y la izquierda italiana defenderán a Trotsky y la revolución mundial frente al socialismo en un solo país

[74] Al respecto véase la correspondencia que publicó el mismo Togliatti, cuando ya no podían negar el rol de la izquierda en la fundación del PCdI, en los años 60 en La formazione del grupo dirigente del PCI

[75] Véase https://saludproletarios.files.wordpress.com/2018/02/lenin_camino.pdf

[76] Antonio Gramsci: «Carta a Togliatti, Terracini y otros del 9 de febrero de 1924», Antología, op. cit., pág. 136 y ss.

[77] Véase https://barbaria.net/2022/08/26/amadeo-bordiga-discurso-de-bordiga-en-el-vi-ejecutivo-ampliado-de-la-internacional-comunista

[78] Antonio Gramsci: «Bolchevización y disciplina», op. cit.

[79] Antonio Gramsci: La situación interna de nuestro partido y las tareas del próximo Congreso, disponible en https://www.marxists.org/espanol/gramsci/congre.htm

[80] Ibidem

[81] Bordiga estará a favor de esa disolución, a diferencia de otros compañeros como Damen, para evitar medidas disciplinarias

[82] Paolo Spriano: Storia del Partito Comunista. vol. I, Da Bordiga a Gramsci, Enaudi, pág. 455 y 456

[83] Bordiga las pudo consultar en febrero de 1926 durante el VI Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista en que dará su famoso discurso contra el socialismo en un solo país de Stalin

[84] https://www.marxists.org/espanol/gramsci/tareas.htm

[85] https://barbaria.net/2022/08/26/tesis-de-lyon-1926

[86] Por esos informes podemos sospechar que un espía al servicio de la policía pudo infiltrarse en los trabajos del Congreso

[87] Fue publicada por la revista del PCI, Critica marxista, nº 1, septiembre-diciembre de 1963 y ha sido usada ampliamente por Arturo Peregalli y Sandro Saggioro en su importante libro Gli anni oscuri de Amadeo Bordiga, que usaremos ampliamente en esta parte

[88] Del documento de Tesis de Lyon escrita por Gramsci

[89] Sobre la visión del partido de Bordiga, hemos escrito un breve texto para una edición de los escritos de Amadeo publicada por unos compañeros chilenos donde se desarrollan estos aspectos en https://barbaria.net/2020/07/21/amadeo-bordiga-un-dinosaurio-del-comunismo

[90] En las Tesis de la Mayoría se planteaba que el régimen fascista era débil a diferencia de la izquierda

[91] Antonio Gramsci: Antología, op. cit. Es parte de su intervención a la Comisión política previa al Congreso de Lyon

[92] Sobre estos aspectos véase nuestro https://barbaria.net/2022/10/17/libro-el-estalinismo-bandera-roja-del-capital

[93] A diferencia de Bordiga, que resaltaba sus aspectos modernos como superación dialéctica del liberalismo y lo consideraba un movimiento progresista desde el punto de vista de la burguesía y, por tanto, contrarrevolucionario en este sentido

[94] De hecho, le pidió a Bordiga que no escribiera un artículo contra Gobetti. Bordiga vuelve a ello en algunos de sus textos y Gramsci lo comentó en el debate de la Comisión política del PCdI: «Algunas veces, camaradas del partido nos han reprochado el que no lucháramos contra la corriente de ideas de la Rivoluzione liberale: el que no hubiera lucha con el pareció prueba de una relación orgánica maquiavélica (como suele decirse) entre Gobetti y nosotros. Pero el hecho es que no podíamos combatir a Gobetti porque él representaba un movimiento que no debe combatirse, al menos en principio», Antonio Gramsci: «Algunos temas de la cuestión meridional», op. cit., pág. 198

[95] Véase una selección de textos de la izquierda que han publicado en 1992 los compañeros de n+1 sobre este tema, con una introducción realizada por ellos muy aconsejable: La Questione meridionale, disponible en https://quinterna.org/pubblicazioni/storici/questionemerid.htm

[96] De Vercesi, el compañero que encabezó Bilan y la izquierda comunista italiana en el exilio en los años 20 y 30, dirá Bordiga a continuación: «No olvidaremos que Ottorino era uno de esos pocos que tenían la brújula segura del norte de la revolución. Nunca supo lo que era el rencor o el resentimiento personal», disponible en http://www.avantibarbari.com/news.php?sez_id=7&news_id=79

[97] La carta completa de Gramsci al C.C. del PCUS se encuentra en Antonio Gramsci: op. cit., pág. 200 y ss. Togliatti, tras consultarlo con Bujarin, no compartió la misiva con sus destinatarios, lo que ocasionó el enfado de Gramsci en una segunda carta que durante mucho tiempo se creyó perdida. Como veremos a continuación, Paolo Spriano publicó a finales de los ochenta la correspondencia completa. Inmediatamente después Gramsci fue encarcelado y, como veremos en la última parte de este trabajo, terminó muriendo en la Italia fascista

[98] Ibidem

[99] Esa misma diferencia entre Gramsci con sus errores políticos y los sicarios estalinistas del momento fue resaltada en el artículo que el Gatto Mammone, pseudónimo de Virgilio Verdaro, escribió en nombre de la izquierda comunista italiana en Bilan y Prometeo, a la muerte de Gramsci en 1937: «Lo que hoy es el Frente Popular, surgido de la Unión del “antifascismo de clase” centrista y del antifascismo burgués y que expresa un frente único, preludio de la unión sagrada, ¿puede luchar “seriamente” contra el régimen fascista, es decir, por la destrucción del régimen capitalista? Pero de esta política, Gramsci ya no es responsable. Detenido en octubre de 1926, escapó así de la pesada responsabilidad de una política de la cual fue uno de los artesanos. Y Togliatti, “que no se decidía como de costumbre” como lo caracterizaba el mismo Gramsci, “decidió” ser el jefe —título que esta vez no contestaremos— de la política de traición cuando los Gramsci, los Terracini y los Scocimarro fueron enterrados en las prisiones fascistas. Y esto no debe sorprendernos. El subjefe de la banda de piratas centristas, Grieco, escribió recientemente en Stato Operaio “la aversión de Togliatti hacia Bordiga y el ‘bordiguismo’ siempre ha sido profunda, casi diría física”. Por primera vez, estamos de acuerdo con Grieco; esta aversión es el la de los agentes de la burguesía contra la única corriente que seguía siendo fiel a la lucha por el comunismo. Y no dudamos en afirmar que Gramsci, reconociendo plenamente sus errores del pasado, única forma de rehabilitación proletaria (como Serrati supo redimir sus fuertes faltas de 1919 y 1920) tal vez se hubiera unido al proletariado revolucionario», disponible en https://inter-rev.foroactivo.com/t5606-antonio-gramsci-articulo-firmado-por-gato-mammone-seudonimo-de-virgilio-verdaro-publicado-en-bilan-balance-n-42-julio-agosto-1937#30223

[100] PCInt: Meridionalismo e moralismo, publicado por n+1, pág. 8

[101] Paolo Spriano: Gramsci in carcere e il partito, L’Unità, 1988

[102] Ibidem, pág. 130

[103] Ibidem, pág. 131. A continuación, Gramsci afirma que el hecho decisivo para el proletariado mundial es que desde la URSS se le persuada de que se está construyendo el socialismo, y para eso es fundamental la unidad del partido. O sea, lo central es la construcción del socialismo en un solo país y, por eso, aunque Togliatti no lo haya entendido «toda nuestra carta es una requisitoria contra las oposiciones». Es muy sintomático de su deriva como izquierda del capital que muchos trotskistas quieran realizar una síntesis, una intersección, entre Trotsky y Gramsci. Véase por ejemplo Juan Dal Maso: El marxismo de Gramsci, Libros de Izquierda Diario, 2017

[104] La hagiografía de Gramsci construida por el PCI de Togliatti ocultó durante mucho tiempo estos hechos. Incluso los abundantes pasos en que Gramsci habla con simpatía del «ingeniero Bordiga» o de Amadeo. Gramsci, el jefe del proletariado italiano, el representante de Stalin en Italia, no podía verse mezclado con un camorrista fascista. Esa era la definición que el PCI daba de Bordiga en su prensa. Véase la sección Gli scheletri nell’armadio de la página web de Sandro Saggioro: www.avantibarbari.com

[105] Bordiga le escribirá cinco cartas a Gramsci desde Ustica en este momento (Amadeo Bordiga: Scritti, vol. 9, pág. 363 y ss.) Gramsci le contestó con varias misivas que se han perdido. Existen muchas referencias positivas a la persona de Bordiga en sus cartas de 1926 y 1927 a Julia y Tatiana Schucht, a Piero Sraffa… pero todas estas referencias son suprimidas por Togliatti en la primera edición de sus Cartas desde la cárcel. El camorrista y fascista Bordiga no podía aparecer tratado así por el capo del proletariado italiano, representante de Stalin en la península italiana. Del mismo modo, como señala Camila Ravera en sus memorias, Bordiga se puso en contacto de modo clandestino con la dirección del partido para facilitar una fuga de Gramsci de Ustica, debido a su mal estado de salud. No fue posible por el traslado de Gramsci a Milán. Todo esto no lo decimos por mera minuciosidad biográfica sino para que se vislumbre también el carácter moral de la contrarrevolución. Cuando Togliatti, Berti o Scoccimarro acusaban a los militantes de la izquierda comunista, a los trotskistas, etc. como fascistas y camorristas e incitaban a que se los matase, sabían que estaban mintiendo

[106] Sobre estos aspectos véase, entre otros, el libro ya mencionado de Paolo Spriano

[107] En una de las pocas comunicaciones con el centro del PCI, Gramsci recomendó llevar a cabo la consigna a favor de una Asamblea Constituyente antifascista, consigna comunicada a través de Piero Sraffa en 1933, cuando la Komintern ya había roto con la política del Tercer Período

[108] Sobre ellos ha corrido una marea de tinta académica que, sin embargo, en la mayoría de los casos es incapaz de vislumbrar el significado político de estas categorías en relación al Gramsci no solo del momento, sino al anterior y con las discusiones dentro del Komintern

[109] Gramsci, como veremos, contrapone esta guerra de posiciones a la guerra de movimientos, como ofensiva permanente por la revolución, que sitúa en las posiciones de Trotsky y Rosa Luxemburgo. Su noción de guerra de posiciones es claramente voluntarista e inmediatista y es coherente con lo que hemos analizado hasta ahora. En cualquier caso, de modo sintomático, ni siquiera piensa una posible combinación entre acumulación gradual del poder y asalto revolucionario

[110] «En cierto sentido, me parece que se puede decir que la filosofía de la práctica es igual a Hegel más David Ricardo. […] Me parece que esta traducción es obra de la filosofía de la práctica, la cual ha universalizado los descubrimientos de Ricardo, ampliándolos adecuadamente a toda la historia y obteniendo así de ellos, originalmente, una nueva concepción del mundo», ibidem., pág. 442

[111] Antonio Gramsci: «Fragmento de filosofía de la praxis y la cultura moderna», op. cit., pág. 457 y ss.

[112] Véanse el conjunto de los artículos de Marx en el libro Páginas malditas que han editado los compañeros de Reapropiación Ediciones

[113] Marx y Engels: La Sagrada Familia  https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/sagfamilia/06.htm

[114] Este es su caballo de batalla frente al marxismo mecanicista, sin entender en absoluto el núcleo del determinismo marxiano. En efecto, el comportamiento social de las personas no es claro para sí mismas en una sociedad regida por el capital y su fetichismo. Las personas actuamos: «no lo saben, pero lo hacen», como decía Marx

[115] Antonio Gramsci: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, citado por Riechers: op. cit., pág. 140

[116] De hecho, como menciona Riechers, la reivindicación que realiza de Ricardo no es por su aportación a la noción de valor, que por otra parte Marx critica y supera, sino por su concepción de la vida y de la historia. Gramsci, en definitiva, es un filósofo historicista que poco tiene que ver con el método de Marx

[117] Antonio Gramsci: Antología, op. cit., págs. 435-436.

[118] Antonio Gramsci: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, citado por Riechers: op. cit., pág. 143

[119] Criticado por Lenin en su Materialismo y empiriocriticismo

[120] Antonio Gramsci: Antología, op. cit., pág. 359

[121] Ibidem, págs. 360-361

[122] Citado por Riechers: op. cit., págs. 146 y 147

[123] Nos referimos a un tipo de práctica que, en realidad, es un comportamiento que nace como producto del fetichismo de la mercancía. Es justo lo contrario de la inversión de la praxis que requiere el comunismo para negar la sociedad del capital

[124] De ahí el uso que han podido hacer de su pensamiento populistas como Ernesto Laclau. Obviamente es un uso diferente al que Gramsci quería dar de sus categorías, pero que tiene un grado de legitimidad debido a que el criterio de verdad se establece desde la propia práctica

[125] Gramsci: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, citado por Riechers: op. cit., pág. 158

[126] Citado por Riechers: op. cit., pág. 164

[127] Carta de Engels a Marx del 13 de febrero de 1851, cf. https://marxists.architexturez.net/archive/marx/works/1851/letters/51_02_13.htm Además, véase Marx y Engels: La Sagrada Familia

[128] https://marxists.architexturez.net/archive/marx/works/1851/letters/51_02_13.htm

[129] Paolo Spriano: Gramsci in carcere e il partito, op. cit.

[130] https://laizquierdaitaliana.blogspot.com/2011/09/lecciones-de-las-contrarrevoluciones.html

[131] Trotsky tiene un montón de límites que hemos desarrollado en nuestro libro sobre El estalinismo: bandera roja del capital. Igualmente la izquierda italiana lo hizo en su momento desde las páginas de Bilan, pero siempre se solidarizó con Trotsky frente a la contrarrevolución estalinista y defendió la revolución mundial frente al socialismo en un solo país. Véase el artículo de Bordiga, La questione Trotsky, en el tomo 9 de sus Scritti. Y el mismo Bordiga fue expulsado junto a otros militantes de la izquierda por no solidarizarse con la condena como contrarrevolucionario, que la Komintern exigía a Trotsky, condena que sí firmaron Tresso, Leonetti y Ravazzoli, los tres dirigentes “comunistas” que se pasaron poco después a la Oposición de Izquierdas internacional de Trotsky

[132] De ahí que sea emblemático que haya tantos trotskistas que busquen una intersección programática con el sardo. El trotskismo es realmente una expresión de la izquierda del capital que rompió con posiciones de clase a partir de la Segunda Guerra Mundial. Para ello se apoyaba en la perspectiva oportunista y confusa de Trotsky, quien sin embargo fue un comunista con momentos claramente revolucionarios como su defensa intransigente de la revolución mundial y su lucha con Stalin por ese motivo. Sobre esta degeneración, véase Manuel G. Munis: Análisis de un vacío: 50 años después del trotskismo, disponible en nuestra biblioteca virtual: https://barbaria.net/2023/01/18/munis-analisis-de-un-vacio-50-anos-despues-del-trotskismo

[133] Citado por Juan Dal Maso: op. cit., pág. 167

[134] Antonio Gramsci: Antología, op. cit., pág. 292

[135] «Para algunos grupos sociales que antes de llegar a la vida estatal autónoma no han tenido un largo periodo de desarrollo cultural y moral propio e independiente (posibilitado en la sociedad medieval y en las monarquías absolutas por la existencia jurídica de los estamentos u ordenes privilegiados) es necesario y hasta oportuno un periodo de estatolatría; esta “estatolatría” no es sino la forma normal de “vida estatal”, de iniciación, al menos, a la vida estatal autónoma y a la creación de una “sociedad civil” que no fue posible históricamente crear antes de llegar a la vida estatal independiente. De todos modos, esa “estatolatría” no tiene que dejarse entregada a sus propias fuerzas, ni tiene, sobre todo, que convertirse en fanatismo teórico y concebirse como “perpetua”: tiene que ser criticada, precisamente para que se desarrolle y produzca formas nuevas de vida estatal en las cuales la iniciativa de los individuos y de los grupos sea “estatal”, aunque no debida al “gobierno de los funcionarios”», ibidem, pág. 316. No se sabe bien cómo, pero para Gramsci después de esa enorme concentración estatal bajo el control del PCUS, y todo en clave nacional —no hay otro tipo de categorías—, el Estado debería disolverse y criticarse, aunque ya hemos visto que habría que extirpar las oposiciones revolucionarias porque no son sino expresiones corporativistas y anticomunistas

[136] En este pasaje existe una clara crítica a Bordiga: «puede llamarse “bizantinismo” o “escolasticismo” la tendencia degenerativa a tratar las cuestiones llamadas teóricas como si tuvieran valor por sí mismas, independientemente de toda practica determinada. Un ejemplo típico de bizantismo son las llamadas tesis de Roma, en las cuales se aplica a las cuestiones el método matemático, como en la economía pura. Se plantea la cuestión de si una verdad teórica descubierta en correspondencia con una determinada practica puede generalizarse y considerarse universal en una época histórica», ibidem, pág. 354

[137] Véase nuestro texto Sobre la decadencia del capitalismo, la revolución permanente y la doble revolución en https://barbaria.net/2022/04/25/sobre-la-decadencia-del-capitalismo-la-revolucion-permanente-y-la-doble-revolucion

[138] Ibidem, págs. 283 y 284

[139] Ibidem, págs. 351-352. «Giuseppe Bessarione» hace referencia al nombre y apellido reales de Stalin

[140] Ibidem, pág. 352

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