LOADING

Type to search

Arco histórico Serie: Sobre la revolución y contrarrevolución en la región española Teoría

Sobre la revolución y contrarrevolución en la región española (IV)

También en alemán

El «bienio negro» y el Lenin español

El final del gobierno progresista había dejado un sangriento balance represivo y de protestas sociales: las matanzas de Arnedo y Casas Viejas, 30 huelgas generales, 3.600 parciales, 9.000 detenidos, más de 400 muertos, 161 suspensiones de la prensa confederal y 160 deportados. Queremos dejar claro estas cifras aproximadas antes de comenzar a describir los hechos de la siguiente serie, ya que los dos años que siguen se conocen como el bienio negro o reaccionario, calificativo obviamente puesto por la burguesía, en concreto por la de izquierdas, para mistificar el periodo anterior como uno de prosperidad y progreso frente al siguiente que sería representado como el mal absoluto, como una vuelta atrás, al pasado oscurantista de los gobiernos de derechas. Ya sabemos que el proletariado revolucionario no entiende de mistificaciones y que si los años venideros iban a ser negros, no lo habían sido menos los pasados. La burguesía pone los nombres a los periodos históricos que les da la gana para así contarlos como mejor les conviene. Igual pasaba con la semana «trágica». ¿Trágica para quién? Precisamente para aquellos que habían visto en peligro su orden, no para quienes se había levantado contra él.

Efectivamente, las dudas, ilusiones o el apoyo directo que ya habíamos que se había dado en algunos sectores importantes del medio obrero, se había evaporado ante la realidad de la violencia republicana. De esta forma las elecciones que se producen a finales de 1933 se caracterizan por el abstencionismo, que crece de forma exponencial.

El resultado de las elecciones llevó al poder al radical Lerroux con el apoyo conservador de la CEDA, aunque este último partido no formó parte del gobierno. Esta pérdida de poder sacudió enormemente a la izquierda del capital y provocó una supuesta polarización dentro de las filas del PSOE. Por un lado estaría la línea de Besteiro e Indalecio Prieto, que aun siendo algo diferentes, en esencia sería la de un reformismo más clásico y moderado. Por otro lado tenemos al sector de Largo Caballero, que en su papel bufonesco de «Lenin español» encabezaría al sector pretendidamente revolucionario. Este último, si ya había cambiado de chaqueta ―como ya habíamos visto previamente― pasando de tener cargos con Primo de Rivera como miembro del Consejo de Estado a apoyar la república de todas las clases, en este caso se dedicó a vociferar por toda España sobre la necesidad de lo que él entendía como «dictadura del proletariado». Como ya se ha visto, en los debates sobre lo sucedido en Rusia en 1917 que habían surgido en la región española, la concepción de dictadura proletaria que había quedado como válida en un sector mayoritario dentro del medio obrero, era aquella que se identificaba con la toma del poder leninista, y no con la auténtica dictadura como destrucción del Estado por parte del proletariado. Sobre esta falla programática pudo cabalgar Largo Caballero y esto no tiene nada de raro, ya que como figura representativa de la socialdemocracia no podía cumplir otra función que la de intentar encuadrar al proletariado en pos de una de las fracciones del capital a través de mistificaciones, intentando hacer olvidar su propia autonomía. Hay que aclarar, no obstante, que la radicalización de boquilla de Largo Caballero, obedecía a algo real. Los militantes de esta organización, sobre todo a través de sus juventudes, sí habían expresado en la lucha un deseo de ir más allá de la república y de llevar el movimiento hasta el final. Los gestos de Largo Caballero serían un brindis al sol que harían de tapón a esta radicalidad agotándola en el interior del programa de la socialdemocracia. Lo mismo se puede decir de los militantes de UGT y FTT.

A esta pantomima sobre la dictadura del proletariado aireada por la socialdemocracia, se une otra que será determinante durante todo este periodo: el antifascismo. El crecimiento del fascismo y nazismo en Europa ya había servido como acicate de encuadramiento a un movimiento revolucionario ya derrotado: ahora era el turno de la región española. Para eso, fue fundamental el papel que jugó la CEDA, partido de derechas liderado por Gil Robles, acusado de fascista y puesto en el punto de mira de la socialdemocracia como el mal absoluto. Si ni siquiera podemos considerar lo mismo el nazismo alemán y el fascismo italiano, colocar la etiqueta de fascista a la CEDA supone incurrir en un error de mucha mayor gravedad, más aun teniendo en cuenta el peso ideológico del antifascismo contra nuestra clase. Si bien es cierto que la situación social y su inestabilidad había provocado una subida de tono de la derecha del capital representado por la CEDA en este caso, el partido del Gil Robles en ningún caso era una amenaza para la legalidad republicana y su discurso nada tenía que ver con el fascismo. Más allá de esta subida de tono, el propio Gil Robles había calificado el fascismo de herejía, además de rechazar públicamente el uso de la violencia. El programa de la CEDA, aunque escéptico con la república, era gradualista, legalista y fiel a los métodos democráticos de obtener el poder. Un programa que no tiene nada que ver con las consignas de Hitler o Mussolini. Esta falsa dicotomía en la que un bando es supuestamente fascista y el otro «comunista» no es sino la forma de un conflicto interburgués como respuesta a la fuerza creciente del proletariado. El único partido con un programa claramente fascista era la Falange, que no dejaba de ser una organización minúscula, en ningún caso con capacidad de movilización de masas como había ocurrido en Italia y Alemania. Junto con el fascismo italiano y el nazismo alemán, se sumaban al clima internacional las medidas contrarrevolucionarias impuestas cada vez con más dureza por el gobierno austriaco de Engelbert Dollfuss a través del asalto a los barrios obreros de Viena, lo que sirvió como otro acicate más para el apoyo del antifascismo.

En las calles, sin embargo, el malestar y la agitación continuaban sin interrumpirse. 1934 empezaba con huelgas en Madrid, Barcelona y Zaragoza. En esta última ciudad estaba declarada una huelga por la libertad de todos los presos. El clima de tensión provocado por la prolongada huelga llegó a tal punto que la ciudad quedó sin servicios, en un estado total de carestía. Esto provocó que se decidiese el traslado masivo de niñas y niños para que fueran acogidos por otras familias proletarias en otras ciudades, lo que generó uno de los disturbios más relevantes de este año: la Generalitat, temiendo la situación de descontrol, intentó hacerse cargo de la acogida, pero esto no fue aceptado por las familias proletarias, que insistieron en ir a recoger a los niños directamente a la estación. La guardia de asalto intervino y tuvo que reprimir la acogida a balazos y golpes. El instinto de clase estaba muy presente y se sabía lo que suponía la sustitución del apoyo mutuo entre proletarios por la gestión del Estado.

En general este primer tramo del año vendría protagonizado por el proletariado del campo. Se producirán importantes huelgas en mayo y junio con Andalucía y Extremadura como principales focos. Podemos destacar la huelga del 5 de Junio, que secundaron más de 1.500 municipios. La separación sociológica típica de la socialdemocracia jugaría un papel nefasto y decisivo en esta huelga. Al quedar separada de las luchas del proletariado «de ciudad», la huelga fue mucho más fácilmente reprimida y acabó con unos 7.000 compañeros llenando cárceles. Además de este factor puramente sociológico, el proletariado en casi toda la región española se encontraba agotado, ya fuera por la cantidad de presos y muertos o por la desorganización. Este agotamiento fue el que hizo que el resto del año el foco de insurrección se trasladase casi en exclusiva a Asturias.
Como consecuencia del “giro a la izquierda” del PSOE y la polarización de la que hablábamos antes se van a formar las Alianzas Obreras, órgano interclasista formado en un principio por UGT, BOC (Bloque Obrero Campesino), la Izquierda Comunista de España y más tarde se uniría el PC. La CNT solo participaría en León y Asturias. Las Alianzas se convertirían desde un principio en órgano de contención de las organizaciones autónomas del proletariado como eran los comités de fábrica, de barriada, de defensa, etc. y jugarán un papel decisivo en la derrota de la insurrección de Octubre. Su consigna más habitual era la de esperar eternamente al momento decisivo, lastrando las tentativas insurreccionales.

Octubre 1934

El 4 de octubre entran a formar parte del gobierno varios miembros de la CEDA. Como ya habían amenazado el PSOE y la izquierda, se decide proclamar la «huelga general revolucionaria» ante la supuesta amenaza fascista que esto significaba. En todo el territorio se intenta seguir esta huelga. No obstante el levantamiento proletario se inició antes de que se lanzase la consigna.

En Madrid además de la huelga se producen acciones insurreccionales por toda la ciudad, acciones llevadas a cabo por los propios trabajadores pero nunca apoyadas por las organizaciones que habían lanzado la consigna de huelga, lo que ahogaría el levantamiento muy rápido. Ni el PSOE ni AO quisieron armar al proletariado insurrecto, postergando todo ―como siempre― al momento decisivo, que no era otro que la triste espera a que el gobierno de Lerroux revocase su decisión. Vemos una vez más que la pretendida verborrea revolucionaria de Largo Caballero y los suyos, si buscaba algo, no era más que sacar algún rédito político a la vez que mantenía en parálisis al proletariado. Ya el día 7 la situación había sido controlada por la burguesía.

En Barcelona la situación fue bastante parecida. En este caso el denso levantamiento ―Barcelona era uno de los cinturones obreros más grandes― se vio entorpecido no solo por la paralización del PSOE y la desarticulación promovida por AO, sino que además el nacionalismo de la burguesía catalana jugó un papel lamentable, a la vez que decisivo, para impedir que el movimiento se extendiese. Companys, acorralado por la situación social, decide proclamar la república independiente de Catalunya en medio del conflicto, lo que no sirvió más que para dividir y confundir al proletariado, que en ningún caso estaba pidiendo de forma masiva ni luchando por la proclamación de un nuevo Estado. Pese a todo, no se puede decir que no tuviese el efecto divisorio buscado, y de nuevo el movimiento fue aplastado en un par de días por las fuerzas del gobierno. Companys, Badia y demás cerdos de la burguesía catalana, tras la bravuconada de declarar el Estado independiente y ante el miedo de ser ajusticiados por las fuerzas del Estado, decidieron entregarse sin más resistencia, o en algunos casos cobijarse en Italia al calor del fascismo, o directamente huir como ratas[efn_note]En algunos casos, esto fue literal: Dencás se escapó por las alcantarillas de Barcelona.[/efn_note]. ¿Suena familiar?

En otro de los grandes cinturones obreros, como era Bilbao, los problemas fueron los mismos. La huelga en este caso duró en este caso hasta el día 12, pero fue contenida principalmente por la UGT. Hubo otros levantamientos relevantes en Cantabria, Murcia o Valencia que sufrirían el mismo final.

Asturias

Ya durante todo el año, el proletariado de la región asturiana había mostrado una gran combatividad, sobre todo en torno al sector minero, constituyéndose, a partir de mayo, como el centro de la actividad revolucionaria. Los meses antes de la insurrección de Octubre se habían caracterizado no solo por las luchas y enfrentamientos abiertos, sino también por una organización clandestina y paciente, robando armamento de distintas fábricas ―como los hornos de Mieres― para después ocultarlo en minas y otros lugares controlados por los obreros. Es imposible entender la magnitud de los hechos venideros sin conocer la actividad organizada previa, llevada a cabo en la ilegalidad por los propios mineros asturianos, que no se limitó a la acumulación de armas sino que también preparó y planificó el ataque a los centros de poder burgués.

El 4 de octubre la consigna de la huelga es recogida por los obreros. Esta vez no esperan a órdenes ni “momentos decisivos” y asaltan rápidamente los principales pueblos de la cuenca minera: Mieres, Langreo, La Felguera… En pocos días toda Asturias ―salvo algunos barrios de Gijón[efn_note]Esto será luego decisivo para la entrada por mar de las tropas de la II República. En Oviedo la burguesía logrará resistir desde algunos edificios al avance del proletariado.[/efn_note]― será tomada por el proletariado en armas. El salto cualitativo que suponía lo ocurrido en Asturias era debido en gran medida al desborde de todas las organizaciones de la socialdemocracia. De hecho, muchos de los problemas que tuvo el movimiento a la hora de tomar inicialmente Oviedo fueron los intentos de contención de los dirigentes socialdemócratas de la ciudad. La dirección de los distintos partidos burgueses y sindicatos fue sustituida por organizaciones propias como expresión de la autonomía proletaria: comités de defensa, de fábrica, etc. La contradicción que se produjo en otras regiones entre la supuesta dirección (burguesa) y el movimiento revolucionario del proletariado, que había sido reprimido en el resto del país, en el caso asturiano había sido borrada en gran medida. No obstante, aunque se persigue a aquellos que pretenden la desmovilización y la «paciencia», en momentos importantes se permitió que algunos miembros del comité provincial de las AO se hicieran con la dirección. Si hablamos de revolución, y más en estos momentos de insurrección abierta, las acciones a medias y la tibieza con el enemigo se acaban pagando muy caro.

Además de este desborde, la insurrección tuvo un contenido comunista importante: En distintos pueblos como La Felguera se proclama el comunismo libertario y se quema el dinero. La quema del dinero no es simplemente un gesto espectacular (o performativo que dirían hoy los posmodernos) sino una expresión real para acabar con la relación social que es el capital, de eliminar la división entre necesidad y objeto que el dinero expresa como «vínculo de vínculos». Que no era un simple gesto se prueba con el hecho de que en el momento insurreccional, la producción se organizó para satisfacer directamente y si mediaciones las distintas necesidades humanas y abastecer de armas para derrotar al enemigo.

Esta toma generalizada de esta región duraría unas 3 semanas aproximadamente. La situación se había descontrolado tan enormemente que la burguesía tuvo que decretar el estado de guerra (¡otra vez!) y llamar a las tropas del ejército, lideradas por Franco y Goded, a reprimir brutalmente el levantamiento. Tras días de resistencia heroica, el movimiento fue aplastado con relativa facilidad. Al quedar aislada Asturias por la acción de la socialdemocracia, la represión se pudo concentrar en este foco para poder liquidarlo sin piedad.

De nuevo hay que negar uno de los mitos de la izquierda. Franco no actuó en contra de la legalidad republicana, fue su más sanguinario defensor. Franco no se opuso a las izquierdas como se dice habitualmente, sino que terminó lo que ellas no pudieron: la socialdemocracia había separado y aislado al movimiento en una sola región para que las fuerzas estatales pudiesen intervenir. Franco y otros generales ya tenían una larga experiencia reprimiendo al proletariado, como ya habíamos visto en la guerra de Marruecos; La republica recurrió a ellos, no por casualidad. Izquierda y derecha la unísono actuando contra su potencial enterrador, una vez más. Fue el accionar de la Alianzas Obreras y el PSOE quienes entregaron en bandeja a Franco la aniquilación del proletariado.

La represión por parte del ejército fue bestial y cruel hasta unos niveles indescriptibles. Los testimonios dan cuenta de compañeros asesinados a martillazos, violaciones en masa, familias enteras masacradas, generalización de torturas innombrables. Se utilizaban conventos y otros edificios públicos para la tortura porque las comisarías y las cárceles ya no daban abasto. La burguesía reprime para dejar la marca en los cuerpos y memoria colectiva y es proporcional al grado de la fuerza que su oposición ha demostrado. Con todo, la correlación de fuerzas seguía siendo favorable para el proletariado que había perdido una batalla pero no estaba derrotado. Muestra de ello es el trato a los presos proletarios, en todo el territorio las cárceles se llenaban de regalos y cartas de proletarios de todas partes del país. Otra muestra de esto se ve cuando Franco se dirige a Canarias en 1936 por orden del Frente Popular, una huelga proletaria en Tenerife recibe al carnicero del proletariado. Otra prueba de la fuerza moral aún presente fueron las declaraciones de los pocos insurrectos que fueron llevados a juicio, se confesaba con orgullo la participación en los actos y se prometía volver a cometer el crimen contra el estado y el capital.

En el parlamento, desde la derecha, personajes como Calvo Sotelo calificaban como chusma a los insurrectos. Desde la izquierda y por si había alguna duda, Azaña declaraba públicamente que no se solidarizaba con el levantamiento y la represión sufrida. Otros más amables les tildaban de idealistas o gente manipulada, como si la revolución fuera un asunto de conciencia y no del antagonismo de clase que sale del suelo de esta sociedad.
Algo importante a tener en cuenta en el gigante levantamiento en Asturias es el comportamiento del ejército. Franco y los distintos generales utilizaron mercenarios venidos de Marruecos principalmente porque dentro del ejército existía un notorio descontento entre los soldados por la situación. La confraternización de parte del ejército con los insurrectos es una constante en los lugares donde la revolución triunfa). El compañero Grandizo Munis cuenta como los soldados encargados de conducir los trenes de las tres columnas del ejército contra Asturias eran vigilados fusil en mano por sus dirigentes ante la posibilidad de deserción o confraternización . De hecho en la base aérea de León se produce un motín que fracasará y acabará con varios de los amotinados condenados con pena de muerte.

Los sucesos de Octubre del 34 habían dejado varias cosas claras. Por un lado, el proletariado desde la llegada de la República había continuado con su lucha en afirmación de sus necesidades humanas contra el capital y el Estado. Esta situación de agitación provocó la polarización interburguesa ya vista, entre el supuesto fascismo de la CEDA y la charlatanería contrarrevolucionaria del PSOE y organizaciones afines. El salto de calidad revolucionario que había supuesto el levantamiento asturiano iba a ir acompañado, como siempre, por la contrarrevolución.

Lo sucedido en Octubre podía esclarecer lo que realmente era las alianzas obreras: organismos interclasistas que no eran el impulso de la revolución, sino que habían supuesto su freno, con las llamadas constantes a la calma y a la contención. Esta alianza había nacido como respuesta a la pretendida radicalización de la derecha del capital, contra el mal absoluto representado en este caso en la CEDA. Desde la burguesía de izquierda se empieza a enarbolar la bandera del frentismo, que no significa otra cosa que el abandono de posiciones proletarias así como de la pérdida de su autonomía de clase. Aunque el proletariado en Asturias había conseguido desbordar este colaboracionismo de clase, el frentismo había tenido efecto y el proletariado había mostrado una gran debilidad a la hora de dirigir los levantamientos de forma autónoma. Además de esta debilidad en las posiciones, el proletariado ya venía desgastado de las luchas fallidas de todos los años anteriores con su correspondiente represión. El año siguiente iba a estar marcado justo por una tensa calma consecuencia de este desgaste. El frentismo seguiría creciendo y será muy importante en los años venideros, pero ya había empezado a dejar su impronta y sello encadenando al movimiento revolucionario.

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *