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Nuestra actividad Octavillas

Hasta el coño del capital

Era de esperar… los partidos políticos, los sindicatos, las asociaciones y los medios utilizaron el 8M, una fecha histórica de las mujeres proletarias, para recuperar la lucha de las mujeres contra su opresión: los programas con el más alto rating (y la mayor tradición misógina) invitaron a las representantes del movimiento a debatir (y sobre todo a banalizar) la despenalización del aborto y otros temas que verdaderamente nos preocupan e importan. Era de esperar… la democracia funciona. El enemigo quiere la paz social y, para ello, nos abrió la puerta al mundo del espectáculo y nos propuso a las mujeres proletarias protestar codo con codo con la reina Letizia y la Virgen María.

Este año la consciencia de la injusticia en las calles parecía clamar con más fuerza. La experiencia de una lucha común parecía inusitada. “El nuevo movimiento social de nuestro siglo es el feminismo”, titulaban los diarios convirtiendo, de nuevo, cualquier lucha en una moda consumible. Y para hacerla más consumible, se utilizó la huelga, un instrumento característico (aunque demasiado a menudo recuperado) de lucha proletaria, para convertirlo en instrumento de comunicación, de visibilización ciudadana: “sin nosotras se para el mundo”. ¿Pero acaso no queremos pararlo? ¿De veras queremos visibilizarnos como productoras, como generadoras de valor económico, y reivindicarnos como instrumentos imprescindibles para este mundo de miseria? ¿Acaso queremos perpetuar la violencia del poder que sostiene el mismo sistema que nos roba la vida? ¿De veras queremos entrar en el síndrome de Estocolmo que agradece al opresor las pequeñas concesiones que nos dispensa?

El 8M llamaba a producir sin nosotras para visibilizar nuestro “valor”, pasando por alto que se nos considera valiosas, básicamente, en términos productivos y reproductivos de este sistema de muerte y, ¿por qué debiéramos siquiera tener asignado un valor?  No queremos seguir perpetuando las actuales relaciones económicas y productivas de modo irreflexivo y conformista. La ausencia de una crítica al sistema que somete a la totalidad de la humanidad a sus perversas instituciones (en este caso, el trabajo asalariado) es alarmante.

Que quede claro: queremos mejorar nuestras condiciones en lo inmediato. No queremos ser encarceladas por abortar, tratadas como cuerpos-objetos a los que violar y traficar, usadas para publicitar mercancías y otras tantas aberraciones. Pero ¿para qué nos sirve pedirle al sistema que nos reduce a estos roles, nos encarcela y subyuga que cambie esta situación? ¿Por qué no pensar en la posibilidad de superar de raíz este estado de cosas? Debemos atacar las rela­ciones sociales de las que nace la violencia de género en primer lugar.

Porque la única forma de acabar con el patriarcado es luchar contra el capitalismo, un sistema que reduce el ser humano a un instrumento de producción y convierte a las mujeres en un doble instrumento, como esclavas asalariadas y como productoras de esclavos asalariados. La única forma para nosotras de luchar contra nuestra opresión es hacerlo como proletarias, como clase, contra la totalidad de este mundo por la total emancipación de la especie humana. Y esto no lo haremos pidiendo a los hombres que no hagan huelga, que sigan trabajando para el capital mientras nosotras nos visibilizamos como ciudadanas por la igualdad de derechos. Tampoco lo haremos pidiendo la igualdad al mismo Estado que gestiona nuestra miseria y nos reprime por luchar contra ella, de la misma manera que no podemos luchar como clase contra el capital si no hacemos una crítica radical al patriarcado que nos divide y que hace parte intrínseca de esta sociedad de clases.

En este sentido, el 8M se pudo escuchar algo distinto a toda la atmósfera de recuperación estatal, una consigna, brutal, hermosa y potente: YO SÍ TE CREO. Se alzaban miles de voces para decir: TRANQUILA, HERMANA, AQUÍ ESTÁ TU MANADA. Y ahí, en esas voces cargadas de rabia y de dolor encontramos una fuerza distinta, distinta porque parte de una solidaridad directa por fuera y contra el Estado. No necesitábamos sentencias judiciales, ni instituciones que nos dieran la razón. Este grito expresaba ya toda la violencia patriarcal y capitalista del proceso judicial en el vomitivo caso de la violación múltiple de Pamplona. En ese grito no éramos ciudadanas, ni sujetos de derecho, ni pertenecientes a gremios o profesiones separadas, ni individuos, ni mercancías, ni reivindicadoras de reformas. Y sin embargo, la necesidad humana que expresa este grito en contra de la violencia patriarcal no puede ser satisfecha en un contexto como el de esta convocatoria. Sólo podrá ser recuperada y vuelta en contra de nosotras, si no se encuadra en nuestra lucha por la emancipación total contra el capitalismo y su miseria. La lucha contra el patriarcado es una necesidad directa como mujeres sin la cual es imposible luchar contra el capital, pero sólo es como clase como podemos luchar contra él. Entonces, y sólo entonces, seremos invencibles. Seguimos en la calle porque creemos y luchamos por un cambio sin vuelta atrás.

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1 Comment

  1. Jhon 8 marzo, 2019

    A la calle!

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