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Clase y partido Teoría

Comentario de un proletario a «Comunización» (Dauvé y Nesic, 2011)

Dejamos aquí el texto de un compañero de la región ecuatoriana publicado en Proletarios Revolucionarios

 

Publico este texto de Dauvé y Nesic (Troploin, Francia, 2011) principalmente porque trata sobre la comunización, por lo tanto, sobre la revolución comunista: tema y pasión permanente de todo proletario harto de serlo, sediento de una vida y una comunidad realmente humanas, y consciente de que ello sólo es posible mediante la revolución social que abolirá la sociedad de clases. Es de carácter teórico, pero también es de carácter histórico y actual: la comunización hoy por hoy es uno de los principales temas de estudio y debate entre las minorías comunistas -y algunas anarquistas- de todas partes del mundo. Y no por moda intelectual, porque no lo es, sino como una expresión consciente de una necesidad humana real que nuestra clase la tiene hoy tal como la tuvo ayer y la tendrá mañana: la necesidad de la teoría de la revolución comunista, de «las armas de la crítica» que habrán de convertirse en fuerza material social una vez que, al calor del antagonismo de clases, el proletariado -ya no sólo sus minorías revolucionarias- se apropie de ellas y las empuñe en su lucha práctica por su autoemancipación… o no.

Ya como tal, el texto es bastante completo, lúcido, clarificador, formativo, didáctico, cotidiano, ameno, elegante, realista (como todos los textos de Gilles Dauvé -alias «Jean Barrot»-). Principalmente, porque recoge y hace el balance crítico así como la síntesis superadora de lo mejor de la herencia de «la historia del comunismo»: las lecciones clave aprendidas de las derrotas en las revoluciones/contrarrevoluciones históricas (1848-50, 1871, 1917-1923, 1936-1937, 1968-1977), así como de Marx, Bordiga (y la Izquierda Comunista Italiana), la Izquierda Comunista Germano-Holandesa (en especial, Rühle), la Internacional Situacionista (Debord), «Invariance» (Camatte), la Corriente Comunizadora (incluida la propia experiencia vivencial de Dauvé y Nesic. Y digo balance crítico y síntesis superadora, considerando las diferencias, polémicas, rupturas y distancias entre todas las corrientes anteriormente mencionadas). Por otro lado, también es un análisis concreto de la situación concreta: del capitalismo, el trabajo, la vida cotidiana, la lucha de clases, el proletariado, las ideologías, la contrarrevolución y la revolución, en el actual periodo histórico, desde la perspectiva comunista, mejor dicho, comunizadora.

La idea-fuerza de este texto de Dauvé es comprender el proletariado y la revolución como comunización; y la comunización, a su vez, como revolución o transformación por parte del proletariado de todas las relaciones sociales en relaciones comunistas: sin propiedad privada, valor, clases, Estado, fronteras, separaciones ni opresiones de ningún tipo. Lo cual presupone que hay que comprender al proletariado -el sujeto de la revolución- como contradicción viviente que se afirma al negarse y superarse a sí mismo en tanto que es la clase que trabaja y que también rechaza el trabajo -base material de esta sociedad-; que valoriza el Capital y que también puede desvalorizarlo y destruirlo; que, por sus condiciones materiales y (sub)humanas de existencia, y sobre todo por lo que ha hecho y hace en sus luchas reales contra el Capital-Estado, encarna la disolución de todas las clases y que, por eso mismo, puede abolirse como clase y así abolir todas las otras clases. En una palabra, clase explotada y clase revolucionaria (de hecho, el proletariado es la única clase explotada y revolucionaria de la historia… y la última). Por lo tanto, comprender la revolución comunista como la asunción y resolución positiva de esta contradicción real y fundamental: la autoabolición revolucionaria del proletariado como clase para devenir Comunidad Humana o «Gemeinwesen» (Marx). Proletarios de todos los países: ¡dejad de serlo!

Todo esto, no como si fuese el cumplimiento de una «ley» o fatalidad histórica y teleológica -deja claro Dauvé-, ni tampoco como si de un mero acto de voluntad colectiva de la noche a la mañana se tratase. La revolución social sólo es ni más ni menos que una posibilidad histórica contingente, es decir algo que puede como no puede acontecer y ser, dependiendo de lo que el proletariado haga o no con la sociedad y consigo mismo, objetiva y subjetivamente, a fin de transformarlo, revolucionarlo, comunizarlo todo… o no. Frente a la catástrofe generalizada llamada capitalismo -el peor de los mundos posibles- en el que hoy sobrevivimos, la revolución comunista es necesaria y posible, pero no es inevitable. Y si después de unas décadas llegase a acaecer, el comunismo ciertamente será una nueva sociedad realmente humana y vivible, pero no será el paraíso en la tierra: se abolirán las desigualdades y los antagonismos de clase, las catástrofes sociales, pero no los problemas y las contradicciones de la humanidad y de la vida (enfermedades, muertes, conflictos, desamores, etc.). Gozaremos la existencia de manera plena y consciente, sí; pero también sufriremos, sólo que ya no como «bestias de carga» o como máquinas, como cosas-mercancías-individuos, sino como seres humanos, «demasiado humanos» -y hasta eso sería bello…

Ahora bien, considero necesario aportar dos acotaciones complementarias a este material teórico hoy en día tan necesario, fundamental para las minorías comunistas internacionales, sobre dos temas también fundamentales para las mismas, a saber: comunismo y dictadura del proletariado. La primera acotación tiene que ver con el concepto original y real de comunismo formulado por Marx y Engels en La ideología alemana (1845):

Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual.

 Movimiento que existe sobre la base de premisas materiales actualmente existentes (la explotación/dominación capitalista y la lucha de clases) y, al mismo tiempo, solamente en una dimensión histórico-mundial (porque el Capital y la lucha de clases son mundiales y llevan siglos de existencia). Anular y superar el estado de cosas actual significa, por lo tanto, negar y destruir por completo la sociedad capitalista, sólo a partir de lo cual se puede construir «en positivo» la sociedad comunista. Negación (de la sociedad de clases y de su propia condición de clase) como afirmación en sí misma (de la comunidad humana mundial). Revolución como ruptura y «aufhebung» (supresión/superación) en la historia de la especie humana realizados por el movimiento comunista como tal. Un concepto -sin duda- materialista, dialéctico, histórico y, por lo tanto, antiutópico; pero, sobre todo, revolucionario y humano, de comunismo. Pues bien, un siglo después de Marx, Bordiga, Benjamin, Camatte, Dauvé, Cesarano/Santini y el GCI (Grupo Comunista Internacionalista) también lo comprenden de la misma manera cuando expresan, de una u otra forma, que el comunismo es el movimiento milenario de autoemancipación y recuperación de la comunidad humana como especie y como naturaleza, encarnada en la humanidad desposeída y proletarizada, desde los tiempos de Espartaco y de los anabaptistas y las brujas hasta los actuales tiempos de revueltas anónimas de jóvenes desempleadxs y encapuchadxs. El movimiento o el «partido histórico» de la Gemeinwesen mundial cuyo grito de guerra es ¡Omnia Sunt Communia! (¡Todo es de Todos!) Entonces, si el comunismo es tanto el movimiento de lxs explotadxs y oprimidxs que destruye la sociedad del Capital como la futura sociedad sin clases ni Estado que resulta de tal movimiento, la comunización -tal como Dauvé la plantea- no es un nuevo sinónimo pero sí «actualiza» o, mejor dicho, revitaliza el concepto original e invariante de comunismo. Al mismo tiempo que hoy en día es una parte y una expresión teórica de este movimiento histórico real. 

La segunda acotación, en cambio, es polémica porque tiene que ver con el problema del poder y, más específicamente, con la tan incomprendida y vilipendiada dictadura del proletariado. Pero de entrada hay que decir que la cita del GCI sobre la necesidad de la dictadura revolucionaria del proletariado que sigue a continuación, si bien critica a la autogestión y a la comunización, no es contradictoria sino complementaria con el planteamiento comunizador/comunista de Dauvé (sobre todo con lo que éste dice en aquella parte de su texto llamada Violencia y destrucción del Estado -ver más abajo):

La tiranía del capital, es decir la de la tasa de ganancia, se basa justamente en la libertad. La dictadura de la tasa de ganancia solo puede imponerse socialmente a partir de la libertad del  individuo, libertad de comprar y vender, libertad de propiedad privada, libertad de producir lo que se quiere…, libertad de reventar de todo tipo de carencias. Más aún, dictadura de la tasa de ganancia y libertad individual no pueden ser entendidos como conceptos separables, sino que son las dos caras de la misma forma social de producción. La clave de la sociedad del valor es justamente el carácter privado de la producción, o dicho de otra manera, toda la organización social de la producción se hace haciendo abstracción del destino social de la misma, como si cada uno produciendo para sí produjera para la sociedad, como si cada uno con su libre y egoísta libre arbitrio, en la búsqueda de su mayor beneficio, beneficiase a la sociedad. ¡Y sabemos bien a qué barbarie, a qué catástrofe conduce esa realidad e ideología de la mano invisible!

La cuestión central de la revolución es, entonces, destruir esta libertad de producir para un mercado, destruyendo así el carácter privado e independiente de la producción de cosas que es lo que convierte a los productos en mercancías, lo que hace de este mundo un mundo de producción de mercancías y en donde estriba la dictadura histórica del capital.

Dicha destrucción requiere entonces que la producción sea directamente social, que sea la sociedad toda que decida cómo se produce y que lo haga en función del ser humano. Este resultado sólo es posible si se ejerce una dictadura contra la tiranía del capital, es decir si se destruye la producción privada e independiente para el mercado, para lo cual hay que destruir la empresa misma como entidad de decisión. Seamos todavía más explícitos, porque una empresa autogestionada por sus trabajadores que se pretenda “no capitalista” y en producción libre y autónoma también debe ser destruida justamente por el carácter privado e independiente de su producción. La empresa no es capitalista por tener un patrón o ser una sociedad anónima, sino que lo es por producir en forma independiente y privada, y porque su producción sólo se hace social a través del mercado. De ahí que sea tan reaccionario, como utópico, llamar a la autogestión o a la comunización sin imponer la dictadura social efectiva contra el capital y sin que la sociedad decida a priori lo que debe y necesita producir. Es a este proceso social que los revolucionarios han denominado dictadura del proletariado (¡o dictadura revolucionaria o incluso dictadura de la anarquía!), proceso por el cual el proletariado, como fuerza, organiza socialmente lo que produce. Sólo si la producción es decidida y determinada por la sociedad toda y para la sociedad toda, se puede liquidar la libertad de la producción privada e independiente, que es la base de la sociedad mercantil. Esa es la clave de la abolición de la sociedad mercantil, del trabajo asalariado y de las clases sociales, incluyendo la autodisolución del proletariado en la comunidad humana mundial. 

[…] No se puede hablar de destruir el capitalismo sin destruir su poder. Sin abolir la libertad capitalista, sin liquidar la autonomía e independencia de las unidades de producción privadas, es absurdo hablar de nueva sociedad o de comunización. No hay términos medios, no hay medias tintas. El poder, por ejemplo, no puede desaparecer o no ser de nadie. Todo el alternativismo, que empuja a hacer cosas sin destruir el poder del capital, solo sirve al capital. Lo mismo sucede con toda pretensión de autogestión de la empresa o de la mina, o con los emprendimientos productivos autogestionados. Como se ha verificado siempre con las colectivizaciones o empresas autogestionadas, al principio se mantienen como unidades autónomas (y se ensayan un conjunto de criterios para mantener la tan proclamada autonomía) apareciendo como si fuesen un doble poder o una oposición al poder. En los hechos funcionan integrados al capital a través del mercado y por eso mismo terminan siempre sirviendo al poder capitalista (¡que es el único que hay en el mundo!). ¡Cristina Kirchner agradece hoy a los baluartes del gestionismo en Argentina! Esos modelos de autonomía y gestión obrera se pretende hasta que sean un ejemplo para los países Europeos y Estados Unidos de cómo gestionar el capitalismo en crisis (lo que incluye esa recuperación de las autogestiones y colectivizaciones).

El capitalismo tampoco puede desaparecer por la “comunización” de espacios, de productos o de servicios, de empresas o de “toda la sociedad”. Ninguna comunización puede imponerse como nueva sociedad si no se destruye la ley del valor, que se reimpone inevitablemente por el funcionamiento mismo del mercado. Toda apología de la comunización que no plantee la cuestión misma del poder y de la destrucción práctica de la autonomía de las unidades productivas, es una forma ideológica más del gestionismo del capital.

La destrucción del mercado, del valor, de la ley del valor… requiere destruir socialmente el poder social del capital, el poder de la autonomía decisional. El verdadero programa de la revolución es unitarista, es esa totalidad de poder, de destrucción y de abolición. La nueva sociedad no puede ser otra cosa que el proceso mismo de esa abolición de la propiedad, de la ganancia, de todos los criterios capitalistas. Lo socialmente nuevo no puede ser otra cosa que la negación de todo esto, por eso lo más válido que nos legaron los revolucionarios, de todos los horizontes y de todas las épocas, son sus directivas destructivas de la sociedad presente, o dicho de otra manera, la necesidad de imponer el poder de la revolución, contra toda la formación social burguesa.

Por los límites mismos del lenguaje, así como también por aquello de que para unificar se requiere hacer énfasis en las dos facetas (o más) de una cosa, los revolucionarios siempre han resumido el programa de la revolución como síntesis de un aspecto que hace referencia al poder y otro que hace referencias a la destrucción del capitalismo y construcción de la sociedad comunista, la unidad de lo político y lo económico, en ese sentido la revolución es social, total y totalizadora. La revolución es necesariamente destrucción de la dominación capitalista e imposición de las necesidades humanas, dictadura del proletariado para abolir el trabajo asalariado, aplastar la dictadura capitalista imponiendo la dictadura del género humano, hasta que la humanidad toda sea una comunidad.((GCI: «Revolución», Comunismo nro. 62. Noviembre de 2012.Las cursivas son nuestras))

La cita es bastante elocuente y contundente como para comentarla. Solamente decir que su contenido no es contradictorio sino complementario con el planteamiento de Dauvé y Nesic, ya que éstos comprenden la comunización como la abolición del valor, del salariado, de la empresa, del mercado y, al mismo tiempo, como la destrucción violenta del Estado. En una palabra, insurrección y comunización son inseperables; dos aspectos del mismo y único proceso revolucionario, al igual que lo son dictadura del proletariado y comunización. De manera que, si la comunización es el conjunto de «medidas» para la autoemancipación del proletariado y la abolición de la sociedad de clases y fetiches, entonces insurrección y dictadura del proletariado para la destrucción del valor y del Estado serían «medidas comunizadoras» en sí, o sea medidas propias de la revolución comunista. Para que quede claro, entonces: sin dictadura del proletariado no hay comunización -y viceversa-, entendida como la dictadura social de las necesidades humanas sobre la dictadura mercantil-salarial-democrática generalizada o del valor hasta su abolición -proceso histórico e internacional inseparable, a su vez, de la destrucción del Estado burgués y de la autoextinción de la propia dictadura proletaria-; y, en su lugar, la instauración y libre desenvolvimiento de la comunidad humana real mundial: sin clases, razas, géneros, mercados, Estados ni fronteras nacionales. Esto y no otra cosa es la Revolución Comunista. La transformación (destrucción/creación) radical y humanamente despótica de todas las relaciones sociales en relaciones comunistas -y anárquicas.

Finalmente ¿cuál es el papel de los proletarios comunistas y/o comunizadores en todo ello, sobre todo en tiempos de contrarrevolución como los actuales? (¿Cuál es el sentido de todo esto hoy en día?) El mismo de ayer y siempre… Criticar de raíz y sin piedad toda esta sociedad capitalista de mierda, en la teoría y en la práctica – «del arma de la crítica a la crítica armada». Contribuir a preveer y preparar la revolución social proletaria, entendida como autoactividad y autoemancipación humana. Contribuir, entonces, a desarrollar la autonomía proletaria, el antagonismo de clases, la tensión revolucionaria y la comunización. A agitar por ella. A clarificarla. A organizarla. A dirigirla. Hasta el fin. Esto último, claro, en tiempos de revolución. En tiempos de contrarrevolución como el presente, se trata principalmente de «restaurar el programa comunista histórico», el cual ha de girar en torno a la resolución revolucionaria de la contradicción viviente que es su sujeto: el proletariado (revolución proletaria para abolir el proletariado y todas las clases); mejor dicho, se trata de revitalizar y desarrollar el pensamiento o la teoría de la revolución comunista a venir, entendida como una necesidad práctica, anunciativa y preparatoria de la misma, así como una forma conciente de expresión de la necesidad que tiene la humanidad y el planeta de tal revolución (o, al menos, de la necesidad que muchxs proletarixs tenemos de ella). Mantener y tensar el hilo rojo -y negro- del partido histórico del proletariado -el partido del comunismo, de la anarquía-, haciendo el balance crítico de sus derrotas del pasado para así extraer y aplicar las respectivas lecciones en forma de directrices prácticas en sus luchas del presente y el futuro, a fin de hacer posible y realizar por fin la revolución comunista. Participar en la lucha de clases histórico-mundial haciendo teoría y agitación de la lucha de clases y de la revolución que abolirá la sociedad de clases; y, cuando y donde sea posible, estando ahí, «poniendo el cuerpo» en las luchas proletarias reales, contribuyendo a la autoorganización, la acción directa y el avance real de nuestra clase contra el Capital, hasta lograr imponerle todas nuestras reivindicaciones o necesidades humanas -transformadas o radicalizadas, a su vez, al calor de las mismas luchas. Todo esto, en tiempos histórica y socialmente desfavorables como el actual, hay que hacerlo de manera tanto colectiva y estructurada (lo óptimo y plausible) como de manera individual y no estructurada (los individuos comunistas «sin partido» ni estructura, por más jodidos y aislados que se encuentren, también son o pueden ser partículas activas del comunismo histórico-universal y aportar al menos con actividad y discusión teórica).

Sin embargo, como bien decía Vaneigem, quien habla de la lucha de clases y la revolución sin hablar de los problemas de la vida cotidiana y de lo subversivo que hay en el amor, tiene un cadáver en su boca. Por ello, pienso que igual de importante para el revolucionario en particular y para el proletario en general -sobre todo en tiempos oscuros de contrarrevolución, derrota, muerte en vida-, de manera tanto personal como colectiva, es saber mantener la «fe» materialista y la pasión por el comunismo, por la revolución social, «tan cierta como un hecho ya sucedido» (Bordiga dixit). Pero no por «mística» ni como un «delirium tremens» ultraizquierdistas, sino como necesidad sentida y deseo inmanente. Revolución para vivir una vida que merezca llamarse así, porque esta «vida» capitalista de mierda que nos tocó, mejor dicho, que se nos ha impuesto, nos está matando a diario en todo aspecto. Lo cual necesariamente implica de nuestra parte una consciencia, una voluntad y una actitud ante ésta (incluida la actitud de «no estamos deprimidos, estamos en huelga» y, principalmente, la de «somos antisistema porque el sistema es antinosotrxs»); es decir, una subjetividad antagonista a este mundo y su «normalidad» (violenta y asfixiante). Ser diferente, disidente y -por qué no- estar un poco «loco» pero, al mismo tiempo, sabiendo no perderse en «los bosques de la locura» que puede desembocar incluso en el suicidio. Resistir como ser humano que se sabe tal adentro pero en contra de un sistema inhumano; «en este mundo pero no de este mundo». No ser menos sino más que la mercancía desvalorizada a la que el Capital nos condena y reduce. Ser la nada que sabe que es todo y lucha por negar y destruir lo que le impide serlo, personal y colectivamente… En una palabra, resistir, mantener la voluntad de vivir, a pesar de todo, a contracorriente, porque luchar es vivir y vivir es luchar; porque el comunismo es la vida humana en lucha contra este sistema de alienación, explotación y muerte. «Ser la revolución», como dice Dauvé, en realidad significa asumir la contradicción viviente que uno es como proletario, luchar junto con otrxs proletarixs por resolverla y superarla de manera revolucionaria: la autoabolición del proletariado como clase explotada y sufriente para devenir comunidad humana mediante su comunidad de lucha… y no morir en el intento.

Ésto último de «no morir en el intento», lógicamente, aplica más para la clase que para los individuos, por lo tanto, aplica para esta y para las próximas generaciones proletarias. No tiene un sentido (sólo) individual y presente, sino colectivo e histórico. Ergo, si tales o cuales individuos de esta generación proletaria morimos, la clase proletaria seguirá existiendo y luchando contra el Capital por recuperar su vida y su humanidad, es decir seguirá «siendo la revolución», el partido histórico, la comunidad de lucha/comunidad humana en movimiento. Pero eso sí: si tales o cuales individuos proletarios morimos, que sea luchando por la vida, pues no se trata de «sacrificar el presente por el futuro» sino de vivirlo (aunque a veces duela esta lucha a contracorriente y minoritaria por la libertad y la felicidad reales); y «legando» al menos ciertos aportes para un arsenal teórico revolucionario que sirva como tal para las luchas de nuestras próximas generaciones, para la revolución comunista y anárquica del futuro. Como bien dice Flores Magón: «si los revolucionarios morimos, moriremos como soles: despidiendo luz». Mientras tanto, seguir luchando, seguir viviendo.

 

Quito, marzo de 2018

 

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