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Clase y partido Publicaciones Teoría

Notas sobre el afinitarismo

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La militancia revolucionaria afirma
su actividad como totalidad organizada.

 Crítica a la ideología insurreccionalista

 

 

 

 

Para comenzar una crítica al afinitarismo, creemos que antes es necesario explicar desde dónde no hacemos la crítica. En general el afinitarismo se ha definido como la introducción de elementos demasiado personales en la manera de pensar y actuar de los militantes, así como en las relaciones que éstos establecen entre sí al interior de una organización. De esta forma, un comportamiento no afinitario sería aquel que no se dejara guiar por criterios subjetivos en sus decisiones, sino que al contrario actuara siempre conforme a la lógica racional de quien pone por encima los intereses colectivos a los individuales. Un ejemplo clásico de esto es la crítica de Lenin a la «ideología de círculo» durante el congreso del Partido Socialdemócrata Ruso de 1903, tras el cual se formarían las corrientes bolchevique y menchevique. Lenin criticaría entonces vivamente la actitud infantil de los futuros mencheviques, que habrían reaccionado de forma subjetiva ante la propuesta de reducir en número el comité de redacción de Iskra, puesto que eso suponía retirar responsabilidades a algunos viejos militantes, quienes lo entendían, en boca de Martov, como una falta de confianza y de respeto. Lenin describiría este enfrentamiento en Un paso adelante, dos atrás como «la lucha del espíritu pequeño burgués contra el espíritu de partido, las peores ‘consideraciones personales’ contra los objetivos políticos, las palabras vergonzosas contra las nociones elementales del deber revolucionario», y recuperaría la intervención crítica de Russov en dicho congreso: «Hemos de elegir responsables y aquí no cabe la falta de confianza de tal o cual que no ha sido elegido; lo único que debe saberse es si es a favor de la causa y si la persona elegida es la adecuada para el puesto en el que se le ha designado».

Como vemos, esta crítica del afinitarismo reproduce la separación entre razón y emoción, lo objetivo y lo subjetivo, el individuo y la colectividad, los medios y los fines, lo privado y lo público: es, por tanto, una crítica socialdemócrata y patriarcal[1] que no consigue resolver el problema. Bien al contrario, creemos que para hacer una crítica al afinitarismo desde el punto de vista comunista es esencial hacerlo contra todas esas separaciones.

En la separación entre lo privado y lo público, los afectos, los cuidados, lo emocional, lo personal es considerado inferior o de menor importancia y queda relegado a un segundo plano, a una esfera donde el individuo ahoga su necesidades de apoyo y soporte mutuo de una forma alienada. Esta alienación se realiza a través de las categorías democráticas de la pareja, la familia, los grupos de amigos, que permiten organizar favorablemente a este sistema nuestra atomización. Mientras, de manera igualmmente democrática, el espacio militante se convierte en un lugar de relaciones abstractas entre individuos que compiten bajo la ley del más fuerte (quien habla mejor, tiene más carisma o ha leído más libros), con todo el contenido patriarcal y burgués que esto conlleva. Así, vemos reproducirse por entero el mundo del capital en nuestras relaciones sociales. Es por ello que si enfrentamos al afinitarismo una comprensión racional y utilitaria de la militancia, que es al final una comprensión política (en tanto que esfera separada), las dinámicas afinitarias se volverán a reproducir muy a nuestro pesar pero inevitablemente en el espacio privado e informal, puesto que una concepción política (separada, abstracta: burguesa) del espacio militante sólo puede reproducir el orden burgués en el resto de nuestras relaciones sociales.

Porque el afinitarismo es, de hecho, el producto de esas separaciones. Politicismo y afinitarismo son dos caras de la misma moneda, en la medida en que una comprensión política de la militancia deja intacto el ámbito privado, no lo tematiza, no lo critica desde el comunismo, de tal forma que la manera en que nos relacionamos socialmente en el mundo del capital se acaba reproduciendo al interior de una organización que trata sin embargo de luchar contra él. En este caso de forma más evidente, y puesto que siempre se cuela algo demasiado humano en el mundo de las ideas, una militancia política y racional reproduce los lazos de amistad burguesa entre los compañeros.

La amistad es una relación de afecto recíproco con alguien con quien no se comparten vínculos consanguíneos. Por tanto, la manera en la que se piensa y practica la amistad tiene una importancia esencial en la constitución de las distintas sociedades humanas que van más allá de los lazos de parentesco. Es por eso que, aunque la noción ha variado a lo largo de la historia, durante mucho tiempo el sentimiento de amistad estuvo acompañado por una serie de derechos y deberes que regían la sociedad. La amistad era impensable fuera de una ética para el conjunto de la colectividad y para las personas de fuera.[2]

Podemos percibir cómo este carácter comunitario y reglado de la amistad se debilita en momentos donde el intercambio mercantil tiene mucha más presencia en las relaciones sociales y, por tanto, cuando el proceso de individuación —es decir, de hacerse los miembros de la comunidad individuos separados entre sí— aumenta, como por ejemplo en la Grecia helenística con Epicuro o ya en el Imperio Romano con Séneca[3]. Sin embargo, sólo la irrupción del modo de producción capitalista puede hacer emerger con toda su fuerza una amistad desligada completamente de la ética y del conjunto de la sociedad, una mera relación entre dos individuos que deciden voluntariamente establecer un vínculo en torno a afinidades de tipo personal o lúdico, un tipo de relación específica y aislada de otras relaciones específicas como las amorosas, familiares, etc.

Con este pequeño desvío se podrá comprender mejor nuestra crítica al afinitarismo. Hay afinitarismo toda vez que los lazos entre los compañeros militantes se piensan desde la fragmentación de nuestras vidas que nos impone este sistema y, en consecuencia, desde ese fragmento de vida que es la amistad burguesa. Esto no quiere decir que estemos en contra de que los compañeros sean “amigos”, en el sentido de que desarrollen unos lazos de afecto, cuidados, confianza e intimidad entre sí. Bien al contrario, creemos que ese tipo de lazos son la base misma desde la que construir una organización no democrática —es decir, no organizada desde la desconfianza— y donde podamos luchar contra la separación entre vida militante y vida cotidiana que nos impone el capital. Tampoco quiere decir que tengamos que romper con nuestras relaciones de amistad, de la misma manera que poner en cuestión los lazos familiares no significa cortarlos de raíz. Eso supondría creer que podemos llegar a una suerte de “perfección comunista” en plena sociedad capitalista, que podemos construir un falansterio donde el movimiento contradictorio de la realidad capitalista, y la vida social que hace parte de ella, no nos afecte. Nada de eso. De lo que se trata es de saber que, de la misma manera que para organizarnos como clase necesitamos luchar contra las prácticas individualistas y democráticas que se expresan en el seno de nuestras estructuras, a veces en nosotros mismos, para organizarnos necesitamos también luchar contra la separación entre la vida militante y la vida cotidiana de la que nacen como hermanos mellizos el politicismo y el afinitarismo: por un lado las relaciones militantes abstractas, donde sólo cabe lo racional, donde los individuos se contraponen entre sí como mercancías en la concurrencia democrática, y por otro lado la esfera privada donde los afectos se establecen entre individuos separados que no comparten entre sí unas posiciones, una lucha, una ética, sino simplemente una relación de ocio ajena al negocio militante.

Seguramente todo esto se evidencia con claridad en lo que se refiere a las críticas personales. Los amigos no necesitan criticarse, sino que comparten lo que pueden cuando pueden, tolerando los defectos y disfrutando las virtudes del otro. Los compañeros, por el contrario, se hacen ver mutuamente los defectos, las contradicciones y los errores porque no son seres distintos, porque hacer mejor al compañero es hacerse mejor a uno mismo. En una organización política, donde los medios están subordinados a los fines y los militantes lo están a los objetivos de la organización, no se critica ni se mejora a nadie, se le releva del cargo. En una organización comunista, sin embargo, se sabe íntimamente que la única manera de seguir siéndolo es que sus miembros se ayuden mutuamente a ser comunistas, a serlo en todos los ámbitos de su vida aunque haya diferencias y grados de cómo vivirla entre ellos, y a serlo gracias a una voluntad de autotransformación colectiva. Se trata de vivir las relaciones con los compañeros conforme a una ética que no es un conjunto de ideas abstractas, que no es un ensamblado de normas que se impone como un deber ser sobre nosotros, sino una necesidad en nuestra lucha contra el capital en todas sus expresiones, una manera de organizarnos como clase contra la atomización social y las instancias que la regulan: familia, pareja, amigos, trabajo, democracia.  Y es que para organizarnos como proletarios que luchan contra el capital, necesitamos organizar también nuestra vida en función de esta lucha: con distintas intensidades, de múltiples maneras, pero siempre afrontando todas las dimensiones de nuestra vida como momentos de un mismo proceso, el de la constitución de la clase contra este mundo.

Porque una organización comunista es un cuerpo orgánico que lucha por anticipar el comunismo en su propio ser y actuar. En ella, los militantes no son engranajes individuales de la máquina-partido, trozos incompletos e inútiles sin el conjunto, perfiles que se miden en función de su utilidad para los objetivos de la organización. No es esa lógica la que puede guiarnos en nuestra estructuración como comunidad de lucha. Pero tampoco lo es la que defiende el yo burgués como un espacio intocable por la transformación colectiva, privado a los otros, comunicable sólo a las personas afines que uno escoge a libre voluntad; la organización comunista es un cuerpo, no un agregado de individuos, y un cuerpo sólo funciona si cada miembro, cada célula actúa y se piensa en orden al conjunto. Si el comunismo es un movimiento real que niega radicalmente cada uno de los aspectos de este sistema, los comunistas no somos trozos especializados de él, sino momentos de su totalidad, tendiendo a negar por ello cada uno de esos aspectos en nuestra propia existencia. Pero esa negación es y sólo puede ser colectiva. Los militantes revolucionarios necesitan luchar contra una sociedad que se esfuerza cotidianamente por individualizarlos, por convertirlos en individuos aislados, abstraídos del otro, con una supuesta unidad de sentido que se vuelve enormemente vulnerable ante la fuerza ideológica de este mundo. No nos cansaremos de decirlo: ser comunista significa ser un momento, una célula de ese cuerpo orgánico, histórico e internacional que es nuestra clase, no un individuo.

Por eso construir relaciones de confianza es una tarea militante, como lo es criticar y ser criticado, como lo es cuidar al compañero y pensar en cómo potenciar sus mejores virtudes, como lo es dejarse cuidar por los compañeros para poder romper con las estructuras opresivas de la familia y la pareja —ruptura que no significa anulación, sino vivir de otra forma las relaciones con los seres queridos. Todas estas son tareas militantes no porque se trate de construir un falansterio donde el patriarcado o las lógicas individualistas, de competencia, etc. no puedan entrar, sino porque la lucha contra el capital no puede restringirse al espacio “público” de la militancia formal, porque necesitamos luchar juntos en todos los ámbitos de nuestra  vida para hacernos fuertes como clase.

Sin embargo, no queremos torcer el bastón. Tan importante es que los elementos demasiado personales que hacen parte de nuestra vida militante sean reflexionados, tematizados, puestos en juego como parte de la lucha comunista, como que no caigamos en una personalización de esa lucha.

Una parte del afinitarismo, pero en general de la ideología dominante, trae consigo criterios inmediatistas, localistas y personalizadores a la hora de pensar y actuar entre los otros. Esto ocurre, por ejemplo, cuando en función de quién afirma unas posiciones éstas nos convencen o no, o cuando al confrontarse las diferencias en torno a una cuestión se toma partido en función de la gente más afín. Es un fenómeno de lo más frecuente en la vida militante, y lo es no porque se dejen intervenir criterios demasiado subjetivos —como hemos defendido a lo largo del texto— sino porque esa subjetividad está fundada en una característica inherente al ser social de la burguesía y por tanto de la ideología dominante: el inmediatismo. La actual clase explotadora está obligada a afirmar que la historia recorre una línea de progresión hasta el triunfo del capital y la democracia, una línea que termina con el establecimiento de su dominio de clase. Este fin de la historia, por otro lado, acompaña bien al presente continuo del intercambio mercantil, en el que el discurrir de la historia no importa porque lo elemental es la renovación —para la realización y reproducción ampliada del valor— y, a lo sumo, la capitalización del futuro (capital financiero) para el mejor control del presente.

El problema, por tanto, está en fundar la subjetividad de los militantes en lo inmediato y no en la línea histórica de nuestra clase, que es anónima e internacional. Es esencial que comprendamos que en boca de un mismo compañero puede expresarse la revolución y la contrarrevolución, que en esta vida no hay ni héroes ni traidores, sino dos fuerzas sociales que luchan entre sí, una por conservar este mundo y otra por acabar con él, a veces al interior de las propias organizaciones, a veces incluso dentro de un mismo militante. Si se trata de romper con la amistad burguesa y dejar de separar nuestros afectos por los compañeros de la ética de lucha que se comparte con ellos y del proyecto social que se defiende, se trata también de saber que estas personas no son nuestros únicos compañeros, sino que también lo son los cientos de miles de revolucionarios que a lo largo de la historia y por todo el planeta hacen parte de nuestra comunidad de lucha. El afinitarismo es por eso forzosamente localista, democrático, formalista. Nuestra clase no puede ser inmediatista, so pena de disolverse en la ciudadanía del capital. Sus minorías revolucionarias, mucho menos.

marzo, 2018

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[1] Por supuesto que la socialdemocracia, en tanto que partido del capital para los obreros, reproduce el patriarcado al colaborar en la reproducción del capitalismo. Sin embargo, creemos necesaria esta redundancia para remarcar cómo precisamente la separación entre lo privado y lo público, entre lo racional y lo emocional, al mismo tiempo que nace directamente con el capital y es esencial a su reproducción, conlleva una opresión específica contra las mujeres

[2] Así, por ejemplo, es sintomático que en griego clásico no exista una palabra específica para amigo, sino que comparte significante con otras unidades semánticas como entre otras servicial (ἐπιτήδειος, epitedeios), compañero de armas/condiscípulo (ἑταῖρος, etairos), aliado militar (σύμμαχος, symmacos) o querido/amado (φίλος, philos), término este último que se utiliza indistintamente para el sentimiento amoroso. Por otro lado, en el griego homérico —más antiguo— aparece con frecuencia la institución de la xenía (ξενία), la cual refiere a una forma de amistad ritualizada para los extranjeros que se acogen como huéspedes (xenos refiere tanto al extranjero, por ejemplo en xenofobia, como al huésped). Este concepto ritualizado de la amistad se establece con quienes se tiene un lazo de alianza política, económica y militar entre familias aristocráticas que, además, tiene un carácter transgeneracional —es decir, que nada tiene que ver con una relación intersubjetiva que se agota allí donde el individuo pone pies en polvorosa

[3] Cuestión aparte es Aristóteles que, como en muchas otras cuestiones, funciona como bisagra entre el mundo de las poleis y el mundo del Imperio. Así, si por un lado plantea la existencia de relaciones por placer o por utilidad entre individuos separados, por otro propone como la verdadera amistad, la amistad buena, aquella por la que se comparte y practica una ética, un ser en común, como si la amistad fuera un atributo ontológico de la comunidad. Este concepto, como se podrá comprobar, nos es de mucha ayuda para pensar las relaciones comunistas

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