Jacques Camatte: «Contra la domesticación» (1973)
Nunca antes la sociedad capitalista ha conocido un período tan crítico como el que vivimos ahora. Todos los elementos de la crisis clásica existen en un estado permanente, a excepción de una disminución de la producción que sólo afecta, y de manera limitada, a ciertos países. Asistimos a la descomposición de las relaciones sociales y de la conciencia tradicional. Para sobrevivir, cada institución recupera el movimiento que protesta contra ella —la Iglesia católica ya ha dejado de contar el número de sus aggiornamenti[1]—; la violencia y la tortura, que deberían sublevar a los hombres, movilizarlos, están en pleno auge y tienen un carácter endémico a escala mundial; ante la tortura practicada actualmente, la “barbarie” nazi aparece como una producción artesanal, arcaica. Todos los elementos se conjugan para que haya una revolución. ¿Qué es lo que inhibe a los hombres?, ¿qué les impide utilizar todas estas crisis para transformar los problemas debidos a la nueva mutación del capital en una catástrofe para él?
La domesticación realizada al constituirse el capital en comunidad material ha recompuesto al hombre que había destruido-fragmentado al comienzo de este proceso. El capital lo ha recompuesto a su imagen en tanto que ser capitalista, lo cual es complemento de su proceso de antropomorfosis[2]. Otro fenómeno íntimamente ligado al anterior termina de acentuar la pasividad de los hombres: el escape del capital. Hay una pérdida de control de los fenómenos económicos. Aquellas personas que se encuentran en la posición de influir en ellos se dan cuenta de que son impotentes, de que están completamente desbordadas. A escala mundial esto se traduce en una crisis monetaria[3], en sobrepoblación, contaminación, agotamiento de los recursos naturales. Estos dos fenómenos explican que aquellos que profesan la revolución y que creen poder intervenir para impulsarla o acelerar su llegada, reciten de hecho los papeles del siglo pasado: la revolución se les escapa. Cuando hay una sacudida, ésta se produce ajena a ellos. Deben entonces correr detrás de la “revolución” para poder ser reconocidos.
En sentido estricto, los seres humanos se encuentran superados por el movimiento del capital, sobre el que desde hace ya algún tiempo no tienen ningún poder. De ahí que para algunos la única solución sea la huida al pasado a través de la búsqueda mística (cf. la moda del zen, del yoga, del tantrismo, etc., en Estados Unidos) y de los viejos mitos, el rechazo de la ciencia despótica que rige de facto la totalidad de la vida, así como el rechazo de la técnica; todo ello a menudo acompañado por la práctica de la droga, que proporciona la ilusión de un acceso rápido a un mundo diferente del horror en que vivimos —peor aún que el mundo sin corazón del que hablaba Marx en Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Para otros, la solución sólo puede venir dada por la ciencia y la técnica. Es así como muchos adeptos al movimiento de liberación de la mujer ven su emancipación en la partenogénesis o la fabricación de bebés en probetas[4]. Otros piensan poder combatir la violencia desarrollando remedios contra la agresividad, etc. En general, para estas personas cada problema encontrará su solución científica. Por ello son pasivas y el hombre a sus ojos se convierte en un simple objeto manipulable. Son incapaces de crear nuevas relaciones interhumanas —y es entonces cuando se encuentran con los adversarios de la ciencia—, y no se dan cuenta de que una solución científica es una solución capitalista, dado que elimina al hombre y permite un control absoluto sobre la sociedad.
Así aquellos que quieren hacer algo se dan cuenta de que no tienen ningún control sólido sobre la realidad. Cuando intentan ocultar este hecho, su impotencia se ve aún más clara. Los otros, la “mayoría silenciosa”, se encuentran penetrados por la inutilidad de la acción puesto que no tienen ninguna perspectiva. Su silencio no es mera aceptación, sino más bien incapacidad de intervención. La prueba está en que cuando son movilizados, no se movilizan por algo, sino contra algo. Se trata de la pasividad negativa.
Es importante remarcar que los dos grupos no pueden ser categorizados unos de derechas y otros de izquierdas. La vieja dicotomía política ya no puede seguir operando aquí. Es un elemento de confusión importante porque antes aquellos que se reclamaban de la ciencia eran personas de izquierda, mientras que ahora la ciencia es censurada por la nueva izquierda, por ejemplo en Estados Unidos. La dicotomía persiste en lo que concierne a los viejos agrupamientos, los rackets[5] del pasado —partidos de izquierda y derecha— pero aquí es realmente redundante; todos de una manera u otra defienden en última instancia al capital, siendo entre ellos los más activos los diversos partidos comunistas, puesto que lo defienden en su actual estructura científica, racional.
Todos, en tanto que existen, operan en un mismo movimiento, que es el de la destrucción de la especie humana. En efecto, tanto reducirla a un cierto número de conductas pasadas como someterla a un mecanismo tecnológico conduce a un mismo resultado. Esta dualidad, en tanto que participa de un mismo porvenir y lo funda, aparece en el momento en que el MPC[6] comienza a dominar realmente el proceso de producción y se convierte en una fuerza en el seno de la sociedad —a comienzos del siglo XX. A los apologetas del capital se opone Carlyle, por ejemplo[7]. Marx supone una superación: afirma la necesidad del desarrollo de las fuerzas productivas —por tanto de la ciencia y la técnica— y denuncia su efecto negativo inmediato en los hombres; para él, ello conducirá a una contradicción tal que el desarrollo de las fuerzas productivas sólo será posible mediante la destrucción del MPC. Entonces los hombres tendrán el mando: ya no habrá alienación. Pero ello presupone que el capitalismo no podría autonomizarse de ninguna forma, que no podría escapar a las determinaciones de la base socioeconómica sobre la que se ha edificado: la ley del valor, el intercambio capital-fuerza de trabajo, el equivalente general riguroso, etc.
Ahora bien, el capital se ha autonomizado de su base, a la cual sencillamente ha asimilado, y a partir de ello ha realizado su escape. De ahí el precipitado desarrollo que desde hace varios años amenaza a la humanidad y a su entera naturaleza. Ni siquiera aquellos que mantienen un discurso eufórico y somnífero pueden ignorarlo. En cierta medida están obligados a meterse en el terreno de los que preconizan un discurso apocalíptico. El apocalipsis está de moda porque nuestro mundo está en las últimas, un mundo en el que el hombre, por degradado, por lisiado que esté, continúe como norma, como referente. Tras la muerte de dios, la muerte del hombre ha sido proclamada. Tanto el uno como el otro ceden su lugar a la diosa-sierva del capital: la ciencia, que se presenta ahora como la búsqueda de mecanismos adaptativos —adecuación, integración— de los seres humanos y de la naturaleza al MPC. Es evidente que los seres menos destruidos, sobre todo los jóvenes, no pueden aceptar tal adaptación-domesticación; de ahí su rechazo al sistema.
El proceso de domesticación se ha realizado a veces de manera violenta —acumulación primitiva—, pero en la mayoría de los casos lo ha hecho de manera insidiosa, porque los revolucionarios aceptaban los mismos elementos que el capital, el desarrollo de las fuerzas productivas, y exaltaban la misma divinidad, la ciencia. Así la domesticación y la conciencia represiva más o menos nos había fosilizado en una actitud centenaria, paralizado nuestros gestos, estereotipado nuestros pensamientos. Formábamos un ejército de estatuas de sal vueltas hacia el pasado, incluso cuando creíamos codiciar el futuro. Pero la vida irrumpió y relanzó el movimiento, el avance hacia el comunismo. En efecto no hubo producción de una nueva teoría ni de nuevos modos de acción. Lo importante fue aquello a lo que nos orientábamos, el punto sobre el cual se apoyó la protesta reivindicativa. No se trataba de política, ni de ideología ni de ciencia, ni siquiera se trataba de ciencias sociales, puesto que fueron rechazadas en su totalidad; se afirmó una exigencia vital a la vez contra esta sociedad y desde fuera de ella: terminar con la pasividad impuesta por el capital, reencontrar la comunicación entre los seres, alcanzar una creatividad liberada, una imaginación sin freno en el seno del devenir humano.
Todo cambió y todo cambia a partir de mayo-junio de 1968. Esta es la razón de que no sea posible comprender la insurrección estudiantil y su posible porvenir sin hacer referencia a este movimiento.
Hemos caracterizado mayo-junio del 68’ como lo que manifiesta la emergencia de la revolución y hemos afirmado que a partir de él se iniciaba un nuevo ciclo revolucionario. Sin embargo, lo habíamos hecho basándonos en un esquema clasista[8]. De esta manera, afirmamos que el movimiento de mayo tendría por resultado el traer al proletariado a su fundamento de clase. Además encontrábamos en los acontecimientos de la época la confirmación del desarrollo de la revolución según Marx. Primero intervienen las clases, los estratos sociales más próximos a la comunidad ya instituida, los más ligados objetivamente al Estado, y después las clases oprimidas que resuelven de manera radical las contradicciones que los otros estratos sociales intentaron reformar. El desarrollo de la revolución inglesa, así como el de la francesa, fueron el sustrato de la reflexión de Marx. En el curso de esta última, se dio en un primer momento la intervención de algunos nobles —la famosa revolución nobiliaria de antes de 1789[9]— que implicó-facilitó la lucha de los burgueses, al mismo tiempo que provocó el despotismo ilustrado; después fueron los estratos burgueses menos ligados al Estado, formando una especie de intelligentsia, como señaló Kautsky. Pero el fracaso de la reforma, la fractura al interior del sistema y la subsiguiente caída de la monarquía, impulsaron a los campesinos y a los bras-nus[10] —el cuarto estado, el futuro proletariado—: son ellos quienes finalmente operaron la discontinuidad y crearon la imposibilidad de todo regreso; sin ellos la revolución, en tanto que cambio de modo de producción, hubiera sido mucho más larga. En Rusia hubo un desarrollo similar. Así, se puede decir que los más oprimidos, que tienen objetivamente el mayor interés para rebelarse —constituyendo para algunos la verdadera clase revolucionaria—, en realidad sólo pueden ponerse en movimiento cuando el derrumbe se ha producido en el seno de la sociedad, donde el Estado ha sido considerablemente debilitado. A partir de este momento puede emerger alguna perspectiva, aunque sólo sea a través de la constatación de que la vida no puede volver a desarrollarse como antes. Es entonces cuando se hace necesario hacer algo. Este desarrollo es uno de los elementos que contribuye a dar a toda revolución un carácter no estrictamente clasista. Para la revolución comunista esto será más acentuado, porque no será la obra de una clase, sino de la humanidad rebelándose contra el capital.
Dentro de lo que en un momento dado hemos nombrado como «clase universal» y que podemos simplemente designar como humanidad —hoy en día el conjunto de los esclavos del capital—, los estratos sociales más próximos al capital —que anteriormente definimos como las clases medias y los estudiantes— se han rebelado contra el sistema. Estos estratos se percibieron a sí mismos como estratos separados, en la medida en que se proclamaron detonadores de un fenómeno que debía revolucionar, impulsar al proletariado. La revolución reapareció por tanto revistiéndose con ropas viejas, embutida en viejos esquemas.
No obstante el análisis clasista que realizamos sólo estaba interpretando un fenómeno real, de ahí también la posibilidad para los agentes esenciales de Mayo de percibirse según esquemas antiguos. En efecto fueron —y esto se verifica cada vez más— los hombres y las mujeres que están determinados a ocupar las funciones más estrictamente ligadas al proceso vital del capital y, sobre todo, que deben justificarlo y mantener su representación[11], quienes se rebelaron; pero esta revuelta es perfectamente recuperable en tanto que se mueve en la vieja norma de la lucha de clases: querer hacer renacer al proletariado para que lleve a cabo su misión.
Es ahí cuando se desvela el impasse. El papel del proletariado consistía en destruir el MPC con el fin de liberar las fuerzas productivas encerradas en él, no pudiendo comenzar el comunismo sino a partir de este acto. Ahora bien, lejos de inhibirlas, el capital las exalta, puesto que no están hechas para el hombre sino para él mismo. Entonces el proletariado se vuelve superfluo. La inversión señalada más arriba —posibilitada gracias al desarrollo de la ciencia— es correlativa a la domesticación de los hombres, es decir, a su aceptación del porvenir del capital teorizado por el marxismo, apasionado defensor él mismo del incremento de las fuerzas productivas. En el curso de este desarrollo el proletariado en tanto que productor de plusvalor fue negado por la generalización del salariado y la destrucción de toda distinción posible entre trabajo productivo e improductivo. A partir de este momento, lo que había sido designado y exaltado como proletariado se convertía en el sostén más seguro del MPC. ¿Qué quiere este proletariado y qué quieren aquellos que hablan en su nombre o se contentan con venerarle? El pleno empleo y la autogestión, es decir, la perpetuidad del MPC gracias a su humanización. Para todos ellos, siendo el proceso de producción racionalidad en acto, bastaría con hacerlo funcionar para todos los hombres. Ahora bien, esta racionalidad es el capital.
La mitología del proletariado explica lo que hemos dado en llamar el populismo de Mayo, que es más bien el proletarismo de Mayo: ir hacia el proletariado, despertar sus virtudes combativas, recordarle su capacidad de abnegación; entonces huirá de sus malvados jefes para seguir a los proletaristas por el camino de la revolución.
Con Mayo del 68’ comienza el tiempo del desprecio y de la equivocación[12]. Nos equivocamos porque no somos prolos[13] y equivocamos al otro por la misma razón, mientras que cada uno se equivocaba sobre el proletariado considerado como la clase siempre potencialmente revolucionaria. El movimiento de protesta instituido de la sociedad sólo se encuentra en una forma diferente de expresar el impasse, pero ésta no se desveló súbitamente ni con claridad, ya que la fase de entusiasmo que siguió a mayo otorgó una cierta vida al movimiento de protesta permitiéndole así poner entre paréntesis las cuestiones esenciales. Además, el conflicto de mayo había hecho revivir, reemerger corrientes del movimiento obrero que habían sido sepultadas en el olvido, bajo el desprecio de los partidos instituidos: el movimiento consejista en todas sus variantes, el KAPD[14], o individualidades como Lukács[15], Korsch[16], etc. Esta resurrección del pasado era un síntoma a la vez de la imposibilidad de control directo sobre la realidad y de su incapacidad para engendrar otras formas de lucha, otras aproximaciones teóricas. Rehacer en el pensamiento un camino ya recorrido es todavía una forma de revuelta, puesto que es no aceptar el dictado de lo simplemente sobrevenido. Ello puede ser el inicio de la búsqueda del momento en que se produjo la errancia de la humanidad, primera tentativa para abatir la fatalidad que la lanzó fuera de su vía humana, al infierno productivista.
Impasse es una imagen insuficiente, es decir, no engloba en sí todos los elementos del desarrollo que aquí se quieren reflejar. De hecho, es al término del impasse, delante del muro, donde se encuentran los diferentes grupos de esta vasta corriente; este muro es el proletariado, su representación[17]. Los militantes pasan de un grupo a otro al mismo tiempo que “cambian” de ideología, llevándose en sus maletas cada vez la misma dosis de intransigencia y de sectarismo. Algunos llegan a tener amplias trayectorias. Van del leninismo al situacionismo para regresar a un neobolchevismo pasando por el consejismo. Todos se topan con este muro y son remitidos más o menos lejos en el tiempo. Se trata del límite de un conjunto práctico-teórico en el seno del cual es posible hacer algunas combinaciones; así en Alemania tenemos incluso trotskistas anti-autoritarios, trotskistas korschistas[18], etc.
Al interior de estos grupos, así como en el de ciertas individualidades, sólo se encuentran aspectos negativos, dado que aunque se han comprendido algunas cosas todo se echa a perder por un espíritu chapucero, complemento espiritual de la combinatoria grupuscular…
Es evidente, como lo señalan los artículos precedentes, que es imposible superar el obstáculo que constituye esta representación del proletariado sin volver a poner en cuestión la concepción marxiana del desarrollo de las fuerzas productivas, de la ley del valor, etc. No obstante es el fetiche proletario el que, como consecuencia de sus implicaciones práctico-éticas, es el elemento que más peso tiene en la conciencia de los revolucionarios. Abordar el fetiche, reconocerlo como tal, supone derrumbar todo el edificio teórico-ideológico. ¡Menudo trastorno! Tanto más cuanto que hay algo que no se dice: la necesidad de cohesionar un grupo, de identificarse con él para sentirse seguro, para tener la fuerza de enfrentarse al enemigo. No es sólo el miedo a estar solo lo que se manifiesta aquí —y por tanto también la comprensión correlativa de la unión necesaria para crear la fuerza que abatirá al MPC— sino que es también el miedo a la individualidad[19], la incapacidad de afrontar de manera «autónoma» las cuestiones fundamentales de nuestra época. Se trata de una manifestación más de la domesticación de los seres humanos que sufren un complejo de dependencia.
Es a partir de aquí donde el movimiento estudiantil (primavera de 1973) revela su importancia y lleva a primer plano lo que en Mayo del 68 apenas se había esbozado, la crítica de la conciencia represiva, la cual consiste en una figura de la conciencia que nació con el marxismo en tanto que concreción de la solución del devenir de la especie humana: la revolución proletaria debe producirse cuando lo permita el desarrollo de las fuerzas productivas. Se trata de una conciencia legislante y represiva que opera para negar los levantamientos de los hombres que son tachados de prematuros, de pequeño-burgueses, de movimientos de irresponsables, etc. Se trata en fin de la conciencia dentro de la reificación, ya que no puede sino estar organizada; partidos, sindicatos y grupúsculos son sus encarnaciones. Cada uno de ellos organiza la represión contra aquellos que no están organizados o que no lo están según sus propias leyes. La diferencia entre estas organizaciones se mide por la cuantía de represión que están preparadas para ejercer.
La crítica no aborda el mito del proletariado directamente, poniéndolo en cuestión, sino ignorándolo, tomándolo a broma. A partir del momento en que los jóvenes no han caído en la trampa y no han ido a buscar a las organizaciones obreras para hacer un frente unido a lo Mayo del 68, políticos de todo tipo han intentado empujarlos hacia allí. El PCF, el PS, el PSU, la CGT, la CFDT, etc.[20] fueron corriendo a por los estudiantes de secundaria a fin de «supervisarlos». Ciertamente, los estudiantes renunciaron a menudo a las manifestaciones unitarias y se ha podido ver cómo se desplomaba la mascarada política sin decencia alguna: los perros viejos de la política y las viejas señoronas acartonadas del PCF y de la CGT —descubriendo cinco años después de Mayo del 68’ la importancia política de la juventud— desfilan reivindicando una prórroga para todos, ante el ojo burlón de los jóvenes estudiantes. ¿Acaso la juventud se había equivocado de cuerpo?
Hemos tenido motivos de mofa también cuando, en el curso de los últimos acontecimientos, políticos de diversas partes volvieron a afirmar la primacía del proletariado y declararon que el momento clave fue la huelga de los O.S.[21], ya que no pueden concebir una revolución si no es vestida de mono azul. Ahora bien, los O.S. no planteaban nada que amenazara al sistema capitalista. El MPC ha aceptado desde hace ya tiempo los aumentos salariales y, en lo que respecta a las condiciones laborales, está dispuesto a mejorarlas. La necesidad de abolir el trabajo en cadena también se reconoce en ciertos espacios de la patronal.
El movimiento estudiantil ha ridiculizado las instituciones y a los hombres que las defienden. El precio de la recuperación fue el ridículo del que hicieron gala, a su pesar, todos aquellos que querían hacerse llegar a «nuestros valientes jovencitos». Aquellos que quisieron por el contrario oponerse de entrada al movimiento y no lo consiguieron, se expusieron también al ridículo al manifestar su decepción. Así se lamentaban los hombres del gobierno: con debemos resolver las cuestiones pendientes… Los jóvenes se comportaron como si nada de esto existiera. De nuevo, como en Mayo del 68’, se reveló la incomunicación, lo inaprensible[22]. «No estamos cerrados a argumentos, pero actualmente no veo qué es lo que se desea» (Fontanet[23]). Bella ilusión la de creer que los jóvenes quieren dialogar con ellos, oponerles argumentos. Se trata de una sublevación de la vida[24], una búsqueda de otro modo de vida. El diálogo no podía darse sino entre los esbozos de realización, y no entre el orden social y aquellos que se sublevan. Si hay aún alguna posibilidad de diálogo, ello se debe a los balbuceos del movimiento.
Lo fundamental, como ya lo señalamos en Mayo del 68’, es el siguiente fenómeno profundo: «la inadecuación de la vida humana a la sociedad capitalista en la aurora de su desarrollo», que es la muerte organizada bajo la apariencia de vida. No se trata ya de la muerte como momento más allá de la vida, sino de la muerte en vida, de la muerte como sustancia de la vida; el hombre está muerto y no es sino un rito del capital. Los jóvenes tienen aún la fuerza de rechazar la muerte. Se rebelan contra la domesticación, son exigencia de vida. Es evidente que, para todos aquellos que tienen la boca llena de tierra y los ojos llenos de fantasmas, esta exigencia aparece como algo irracional o en el mejor de los casos como la exigencia de un paraíso por definición inaccesible.
La juventud es un mal para el capital porque es lo que todavía no ha sido domesticado. Los estudiantes se han manifestado tanto contra el servicio militar y el ejército como contra la escuela, la universidad y la familia. La escuela es la organización de la pasividad del ser, incluso cuando en ella se practican métodos activos, emancipatorios. Liberar la escuela sería liberar la opresión. En nombre de la historia, de la ciencia, de la filosofía, se canaliza al individuo mediante un corredor de pasividad, un mundo cubierto de muros; el conocimiento y la teoría constituyen tantas barreras infranqueables que impiden ver a los otros, dialogar con ellos; el discurso debe tomar prestados determinados canales y ya está. Al fondo del corredor se encuentra la fábrica de la domesticación: el ejército. Éste organiza al individuo con la voluntad de matar al otro, lo cual estructura la dicotomía trazada en su espíritu por la moral laica: la patria y los otros, todos ellos enemigos potenciales. Al individuo se le educa, se le adiestra para saber justificar lo injustificable: matar hombres y mujeres.
No negamos que también se ha manifestado un fenómeno reformista en el curso de las últimas agitaciones antes de Pascua. Sobre esto puede implantarse inmediatamente la recuperación, pero no es lo que nos interesa, porque no nos proporciona ninguna información sobre el movimiento real de la lucha de la especie contra el capital. Como en Mayo del 68, este movimiento superficial, que por otra parte no puede llegar a la superficie sino empujado por una agitación más radical, permitirá estructurar mejor el despotismo del capital, realizar su “modernización”.
La universidad, la escuela, son estructuras demasiado rígidas para el proceso global del capital; igualmente ocurre con el ejército. Con respecto a este último, es necesario señalar la estafa consistente en oponer el ejército nacional al ejército profesional, y desvelar su absurdo rackettismo: si suprimimos el servicio militar tendremos un ejército profesional, un ejército pretoriano, y entonces ¡cuidado con el fascismo! De hecho, el sistema actual combina los dos: hay un ejército profesional que educa, que adiestra al contingente, al ejército nacional. Por otro lado, ¿qué ha dado el ejército nacional tan alabado por Jaurès[25]? La sagrada unión de 1914, es decir, la sagrada carnicería que todavía hoy se venera.
La rápida caducidad del saber, el desarrollo de los medios de comunicación, han destruido la escuela. El maestro y el profesor son para el capital seres inútiles, por lo que tiende a eliminarlos —enseñanza programada y distribuida por máquinas- de la misma manera que tiende a eliminar la burocracia, elemento inhibidor de la transmisión de información, fundamento mismo de la movilidad del capital. La incomprensión juega aquí un papel, en el sentido de que muchos de los que plantean la necesidad de la vida están dispuestos a confiar la enseñanza a las máquinas. Por regla general, aquellos que quieren la modernización, proclaman su propia condena en tanto que seres que tienen una cierta función en esta sociedad; estas personas reivindican su despojo. Incluso aquellos que predican el regreso al autoritarismo rígido de antes de Mayo del 68 sufrirán la misma suerte, porque para hacer triunfar su reivindicación sólo pueden apoyarse en el capital, ¡que se aprovecha entonces tanto de la izquierda como de la derecha!
El despotismo del capital crea nuevos modos de ser para las cosas, modos que impone a su vez a los seres humanos. Las características de estos modos de ser son: la movilidad, lo efímero, la diversidad —al menos aparente—, la insignificancia. Estos modos de ser están obligatoriamente en oposición con los viejos comportamientos, las viejas actitudes y formas del pensamiento. Las cosas son los verdaderos sujetos e imponen su ritmo de vida a los hombres, les limitan al sentido su propia existencia, etc. Pero los objetos, las cosas, son movidas ellas mismas por el movimiento del capital. Esta nueva opresión puede provocar el estallido de un movimiento insurreccional contra él. Sin embargo el capital puede aprovecharse a su vez de esta subversión para consolidarse, como ocurrió durante los primeros años de este siglo. La revuelta del proletariado limitado al espacio de la fábrica, en el plano de la producción, fue un elemento favorable al capital para realizar su dominación real: eliminación de los estratos inútiles a su proceso, triunfo del pleno empleo, abandono de los esquemas liberales, etc.
No queremos decir con esto que la revolución debe nacer directamente de este conflicto, ni que son los hombres y mujeres más conservadores los que serán sus autores, pero queremos subrayar un hecho importante: el capital debe dominar a todos los seres humanos y, para hacerlo, ya no puede apoyarse únicamente en los viejos estratos sociales que se ven a su vez amenazados. Borkenau[26] ya había comprendido este fenómeno:
La distancia desmesurada respecto a las revoluciones precedentes supone un hecho nuevo. Hasta hace unos años, la revolución se apoyaba generalmente en fuerzas reaccionarias, técnica e intelectualmente inferiores a las fuerzas de la revolución. La situación ha cambiado con el advenimiento del fascismo. A partir de ahora, toda revolución deberá afrontar muy probablemente el ataque del aparato más moderno, más eficaz, más despiadado que haya existido nunca. Ello significa el fin de los tiempos en que las revoluciones evolucionaban libremente según sus propias leyes.[27]
No se debe olvidar que al trastornar constantemente el modo de vida, el capital es él mismo revolución, lo cual lleva a replantear la naturaleza de la misma y a darse cuenta de que el capital puede apropiarse de las fuerzas que trastornan el orden establecido durante las insurrecciones contra la sociedad dominada por él[28]. Ahora bien, la incapacidad de pensar teóricamente, de afrontar la realidad de su devenir histórico es el resultado del proceso de domesticación de los hombres; como la impotencia para arraigar este pensamiento teórico en el devenir material de nuestro planeta y de nuestra especie se debe a la escisión cuerpo-mente, a la vieja división de trabajo manual-trabajo intelectual —la cual se ve superada por el capital en el mecanismo automatizado.
La revolución ya no es propiamente un sinónimo de destrucción de lo antiguo, de lo conservador, puesto que esto ya lo ha llevado a cabo el capital. La revolución aparece como regreso a algo —una revolución en el sentido matemático del término—, a la comunidad, pero no a una forma de comunidad particular que ya haya existido. La revolución se manifestará en la destrucción de lo más moderno, lo más progresista, puesto que la ciencia es capital. Al mismo tiempo, será la reapropiación de todo lo que haya podido ser manifestación o tendencia a la afirmación del ser humano. No es necesario resucitar un discurso maniqueo para aprehender esta tendencia: fue la que en el pasado supuso un obstáculo para el movimiento de autonomización del valor. Si el triunfo del comunismo supone creación de la humanidad, para que esta creación sea posible haría falta que el deseo ya estuviera orientado a ella durante siglos. Sin embargo aún entonces no es nada fácil, ni evidente, ni está exento de dudas. Se puede dudar de lo que es humano después del colonialismo, del nazismo, más tarde otra vez del colonialismo que intenta mantenerse pese a la revuelta de los países oprimidos —las masacres y las torturas cometidas por los ingleses en Kenia, por los franceses en Argelia y por los estadounidenses en Vietnam, por dar algunos ejemplos destacados—, así como en presencia de la violencia bestial y endémica que causa estragos cotidianamente. ¿No está la humanidad demasiado corrupta, demasiado hundida en su “maléfica” errancia para poder salvarse?
El movimiento estudiantil manifiesta el carácter de la revolución comunista: la revolución a título humano. En efecto, este movimiento ha abordado —quizá no en toda su amplitud— la cuestión de la violencia: rechazo del ejército, rechazo del servicio militar, rechazo del derecho de matar para todos. Los grupúsculos de izquierda y de extrema izquierda, dejando fuera a los anarquistas, predican la necesidad de aprender a matar porque creen poder “redirigir” la muerte contra el capital. Ahora bien —y esto va para todos los extremistas—, no se dan cuenta de que plantean de entrada la necesidad de destruir seres humanos para llevar a cabo la revolución. ¿Cómo exaltar una revolución poniéndola frente a un fusil? Aceptar el ejército por la razón que sea es reforzar a todos los niveles la estructura opresiva; es en particular situarse de nuevo bajo el despotismo de la conciencia represiva. Según ésta, hace falta reprimir el no-deseo de matar porque, más tarde, éste será necesario —algunos incluso exaltan esta necesidad. La conciencia me impone ser inhumano con el pretexto de que un día, decretado por un destino teórico, podré por fin metamorfosearme en humano.
Su preocupación [la de diferentes corrientes de izquierda y de extrema izquierda, N. de A.] en este asunto es evitar que se produzca una convergencia entre la voluntad “burguesa” de suprimir el servicio militar y el pacifismo libertario sobre la base de la objeción de conciencia, todavía más o menos latente en los jóvenes (T. Pfister en Le Monde de 11/03/1973)
La violencia es una circunstancia de facto de la sociedad actual: se trata de destruirla. La revolución es un desencadenamiento de la violencia: se trata de dominar esta última y no de dejarla operar ciegamente ni, ante todo, de exaltarla y extender su campo de acción. Estas afirmaciones, por justas que sean, son insuficientes en la medida en que no precisan la naturaleza de la violencia, que está fundamentalmente determinada por su objeto. La violencia que se debe predicar y exaltar es aquella que va dirigida contra el sistema capitalista y no contra los hombres. Pero es verdad, éste está representado por hombres, por tanto la violencia alcanza al sistema a menudo a través de ellos. Es ahí cuando se plantea la pregunta por sus límites, de lo contrario continuaremos en el plano del capital. El despotismo de éste último generaliza la violencia contra los hombres; sólo puede mantener su dominio enfrentando a los seres humanos entre ellos y, para ello, los inviste de diferentes roles. Por otra parte, en el momento del conflicto, cada uno de los dos campos presenta al otro como si estuviera compuesto de seres no-humanos —es así como los estadounidenses actuaron frente a los vietnamitas. Sólo se puede destruir a los hombres si, previamente, se les despoja de su humanidad. Aceptar proceder de la misma manera durante la lucha revolucionaria, ¿no es simplemente copiar los métodos capitalistas y contribuir así a la destrucción de los hombres? Pero, ¿qué hace la gente de izquierdas cuando teoriza la destrucción de la clase dominante —y no sencillamente la destrucción de aquello que la soporta— o la destrucción de los maderos —el único poli bueno ¡es el poli muerto!—? Si es verdad que se puede hacer la identificación CRS=SS[29] a nivel de consigna, ya que traduce bien la realidad de ambos roles, ello no basta para justificar una destrucción. Puesto que (1) ello impide toda posibilidad de minar el cuerpo policial. Sintiéndose reducidos los policías a un estadio infrahumano, se rebelan en cierto sentido contra los jóvenes para afirmar una humanidad que les es negada, ya que no es como máquinas de matar, de reprimir, que ellos se ven a sí mismos… (2) Todo CRS, todo madero, es sin embargo un hombre, un hombre con un papel bien definido, como todos nosotros. Es peligroso transferir toda la inhumanidad a una fracción del cuerpo social y toda la humanidad a otra. No se plantea ya, a partir de aquí, predicar la no-violencia[30], sino definir rigurosamente qué violencia se debe ejercer, cuál es su finalidad. Para ello aún hace falta precisar que (1) no se pueden aceptar las máscaras, los roles que nos son impuestos por el capital; (2) hay que rechazar la teoría que postula que aquellos que defienden el capital simplemente deben ser destruidos; (3) hay que evitar excusarlos con el pretexto de que no son libres, de que es el sistema el que produce maderos igual que produce revolucionarios. La aceptación de esta última proposición conduce o bien a la no-violencia, o bien a reducir a los seres humanos a autómatas y por tanto a justificar toda violencia ejercida contra ellos. Al contrario, hay que enfrentarse a ellos como seres humanos. Si de entrada se les niega toda posibilidad de humanidad, ¿cómo podremos hacerla aparecer después? En realidad la mayor parte piensa en la solución radical: eliminar a los otros, lo cual todavía es un método de la sociedad de clases. Incluso en este plano la revolución se afirma según su ser: una revolución a título humano. En el momento del enfrentamiento —puesto que es inevitable— con los diferentes individuos que sostienen el MPC, se trata de no reducir al adversario a un estadio “bestial” o mecánico, sino a plantearlo en su humanidad, la que cree poseer y la que potencialmente puede rencontrar. El combate concierne entonces también al dominio espiritual, conciencial. Hay que evidenciar la mistificación de la representación del capital, poner a estos seres en contradicción, proporcionarles la duda.
En esta perspectiva es en la que hay que abordar el terrorismo. Su nocividad ha sido denunciada, pero ello no basta. Aceptar el terrorismo es capitular ante el poder del capital, porque no se trata sólo de la destrucción de hombres. El terrorismo apela a la muerte para suscitar una hipotética rebelión. Se puede recoger como tal, sin aprobación ni condena, pero no se puede proponer como modo de acción. El terrorismo implica percibir el “muro” como un obstáculo infranqueable, indestructible. Supone admitir la derrota. Todos los ejemplos recientes lo prueban con claridad.
Si se reconoce la dominación aplastante del capital, se debe reconocer que opera sobre todos nosotros. No se puede decir que hay algunos grupos elegidos, libres de su despotismo. La lucha revolucionaria, lucha a título humano, debe reconocer también en el otro lo potencialmente humano. La violencia debe ejercerse sobre uno mismo —rechazar la domesticación del capital, las explicaciones tranquilizadoras y gratificantes— como se ejerce fuera de uno en el conflicto con los rackettistas grupusculares, los “capitalistas”, los diversos policías, etc.
Esto sólo adquiere todo su sentido si simultáneamente se produce un rechazo de los viejos métodos de lucha. La importancia del movimiento estudiantil consiste en haber puesto de relieve —como lo hizo, en menor medida, el movimiento de Mayo del 68— que continuar utilizando los métodos habituales conduce inevitablemente a la derrota. A partir de Mayo se comprende que las manifestaciones-paseos, espectáculos o fiestas, no conducen a nada. Agitar pancartas, pegar carteles, distribuir octavillas, enfrentarse a la policía, revela un ritual en el que ésta última interpreta el papel del eterno vencedor. Entonces se vuelve importante criticar hasta la raíz los métodos de lucha para salvar el obstáculo que impide la creación de nuevas modalidades de combate. Para ello hace falta igualmente rechazar el viejo campo de batalla: sea el espacio laboral o la calle. Mientras no se lleve la revolución a su propio terreno y permanezca en el del capital, no habrá ningún desbordamiento destacable, ningún salto cualitativamente revolucionario. Y sin embargo es de eso de lo que se trata ahora porque, si no, la revolución se estancará, se atascará, y la regresión nos acechará durante años. Para renunciar a los viejos centros de lucha del capital, se requiere simultáneamente tender a la creación de nuevos modos de vida. ¿De qué sirve ocupar las fábricas —las de automóviles, por ejemplo— cuando lo que hace falta es eliminar la producción? ¡Ocupar para gestionar! Así es como los prisioneros del sistema toman sus prisiones, para poder gestionar mejor su encarcelamiento. Una forma social nueva no se funda sobre la antigua; son escasas las civilizaciones superpuestas. La burguesía pudo triunfar porque libró la batalla en su terreno, en las ciudades. Esto es tanto más válido para el comunismo, que ni es una nueva sociedad ni un nuevo modo de producción. Hoy no es en las ciudades, ni en el campo[31], donde la humanidad puede librar el combate contra el capital, sino fuera; por eso la necesidad de que aparezcan formas comunistas que serán las verdaderas antagonistas del capital y los puntos de encuentro de las fuerzas revolucionarias. Con Mayo del 68 apareció la exigencia de la revolución y el capital tuvo que tomarla en consideración. En consecuencia la contrarrevolución se vio obligada a remodelarse, ya que no puede existir más que en relación a la revolución. Precisamente la contrarrevolución intenta limitar el desarrollo de su adversario, pero no llega a hacerlo porque éste se manifiesta como es en realidad, es decir, irracional. La irracionalidad es el carácter fundamental de la revolución. Todo aquello que es racional para el orden establecido es abarcable, recuperable. Sin embargo la revolución puede verse frenada si permanece en el terreno de su adversario, ya que aún está encadenada. Sólo puede destruir sus ataduras y alcanzar su auge irreprimible conquistando el terreno en que puede hacerse efectiva.
El objetivo de la revolución es alcanzar la comunidad humana. Ya en su propio movimiento debe manifestarse este objetivo; no es posible utilizar los medios de la sociedad de clases, inhumanos, para llegar al mismo. De esta manera, es absurdo querer penetrar en las instituciones existentes para hacerlas funcionar al servicio del movimiento revolucionario. Operar así es permanecer en la mistificación en tanto que proceso histórico que tiene su corolario en el capital. Es necesario desvelar la mistificación consistente en presentar al hombre como superfluo, como no determinante, inútil. En el sistema capitalista, en efecto, el hombre se vuelve superfluo, pero es claro que desde su emergencia el hombre como invariante no ha sido aún destruido, si no, no existiría siquiera la idea misma de revuelta; además, desde el momento en que la domesticación no asedia a la juventud, todo es posible. Aquí se ve por qué la lucha debe tender a hacer reemerger el componente humano que persiste en cada ser, lo que implica no caer en la trampa de presentar a los hombres únicamente en su apariencia-envoltura reificada. Ya que, incluso en el caso de que el individuo llegue a un grado considerable de reificación, convirtiéndose en un autómata orgánico del capital, habría aún la posibilidad de hacer estallar toda esta construcción. Aquí ha de seguirse el viejo consejo de Marx: es necesario no sólo hacer visible la cadena, sino hacerla vergonzosa. Hay que poner en crisis a cada ser. En el enfrentamiento con la policía, hay que tender no sólo a eliminar una fuerza represiva que obstaculiza el movimiento hacia el comunismo, sino además a hacer estallar el sistema, provocando al interior de los policías la reemergencia de lo humano.
No se puede llegar a este resultado con la ayuda de los viejos métodos de enfrentamiento directo, sino con unos nuevos, como el que consiste en ridiculizar las instituciones[32], que vuelve a llevarlas a la trampa de su propia existencia.
Teorizar y generalizar tal método sería absurdo. Un hecho es cierto, y es que este método fue eficaz y puede serlo todavía, pero hará falta encontrar muchos otros. Lo esencial es comprender la necesidad de cambiar el campo de batalla y los medios. Esta necesidad, por otra parte, ha sido comprendida de manera limitada y a veces negativa: la gente que abandona todo y se lanza al camino expresa su voluntad de salir del círculo vicioso de las luchas actuales.
La gente de izquierdas continúa en el famoso ciclo de provocación-represión-subversión que debería, en un momento dado, generar la revolución. Pero tal posición es inadmisible porque conduce a sacrificar a hombres y mujeres a fin de poder movilizar al resto. La revolución comunista no exige mártires, porque no necesita exigir nada. El mártir se convierte en un señuelo que debe seducir. ¿Qué valor tiene una revolución que toma la muerte como señuelo? La muerte que se convierte en un elemento esencial del proceso constitutivo de la conciencia es, decididamente, difícil de transmitir. El paso de lo exterior hacia lo interior es demasiado costoso, menos mal que tenemos las soluciones temporales, los atajos. Siempre hay alguien que muere en el momento oportuno —a riesgo de facilitar su defunción— y se va agitando su cadáver para atraer las moscas revolucionarias.
La revolución comunista es el triunfo de la vida. De ninguna manera se puede glorificar la muerte o pretender explotarla, lo que supondría entrar aún más en el terreno de la sociedad de clases. Los muertos al servicio del capital algunos los oponen o los sustituyen por los que caen por la revolución: ¡el mismo carnaval de carroñeros!
Este profundo error proviene del hecho de que la revolución jamás se presenta como un fenómeno necesario de la amplitud de un fenómeno natural; parece que, en todo momento, la revolución dependiera estrictamente de un grupo pirotécnico cualquiera que se dedique a hacer explosiones de conciencia. Ahora bien, en este momento nos encontramos frente a la siguiente disyuntiva: o se produce una revolución efectiva —paso de la formación de revolucionarios a la destrucción del MPC—, o se produce la destrucción, de una u otra manera, de la especie humana. No puede ser de otra manera. En el momento en que ésta se desencadene, ya no será cuestión justificar cualquier cosa, sino de tener la fuerza suficiente para evitar los excesos. Y sin embargo, ello sólo puede hacerse si los hombres y las mujeres tienden individualmente, antes de la explosión revolucionaria, a ser autónomos, a no depender ya de un jefe, y por consiguiente están preparados para dominar su propia revuelta. Está bastante claro que esto sólo puede ser un fenómeno tendencial. Sin embargo, el único medio para que esto tenga una oportunidad de realización es terminar con el discurso caníbal que presenta la revolución como un ajuste de cuentas, como la exterminación física de una clase o de un grupo de hombres. Si en verdad el comunismo es una necesidad para la especie, no requiere de tales prácticas para imponerse.
En general, gran parte de los revolucionarios dudan de la llegada de la revolución; para convencerse de ella, la justifican, lo cual permite conjurar la espera pero muchas de las veces también oculta que no se han reconocido sus manifestaciones. Para exorcizar la duda, se refugian en la violencia verbal —un sustituto más— y en un proselitismo encarnizado y obstinado; lo cual permite mantener el proceso de justificación: en cuanto se han hecho algunos reclutas, se toma como prueba de que las condiciones son favorables y por consiguiente que hay que continuar con la agitación, y así sucesivamente… Agitar es revolucionar, exportar la conciencia. No llegan a comprender que el día en que llegue la revolución, será porque ya no habrá nadie para defender el antiguo orden. La revolución triunfa ya porque no tiene adversarios. Lo que viene a continuación ya es otra cosa y es entonces cuando vuelve a plantearse el problema de la violencia. La necesidad del comunismo es una necesidad para todos los hombres. La revolución explotará cuando esta exigencia aparezca con mayor o menor claridad, lo cual no quiere decir que, del día a la noche, se despeje el viejo embrollo de la sociedad anterior. Queremos decir con esto que los que lleven a cabo la revolución serán tanto los hombres de izquierdas como de derechas y que tras ella, una vez destruidos los elementos superestructurales del MPC, frenado el proceso de producción global, pero intactas todavía las presuposiciones del capital, las viejas actitudes, los antiguos esquemas, etc. tenderán a reaparecer, y tanto es así que cada vez que la humanidad se enfrenta a un nuevo momento, a una creación, lo hace revestida del pasado, actualizándolo. Ciertamente, la revolución comunista no se desarrollará como las revoluciones anteriores, pero si este fenómeno tiene una menor extensión, no dejará de ser por ello un elemento integrante del movimiento postrevolucionario. Este tenderá a consolidar y fortalecer la comunidad humana —a darle otras dimensiones—, que se manifestará ya en el curso de la revolución. Es entonces cuando los viejos esquemas institucionales pueden reaparecer —en los momentos difíciles— y cuando incluso los elementos que quieran reafirmar sus privilegios mediante el disfraz, tenderán a hacer prevalecer las soluciones que les favorezcan. Otros querrán reimpulsar la autogestión, pero no habrán comprendido aún que el comunismo no es un nuevo modo de producción, sino un nuevo modo de ser.
Será entonces cuando el viejo método rackettista, que procede por etiquetado, habrá de ser eliminado para siempre. Habrá que comprender que lo nuevo puede surgir bajo el velo del pasado. Tener en cuenta sólo las apariencias del pasado es equivocarse por completo. No se trata de concebir el momento post-revolucionario como la apoteosis de la reconciliación inmediata, aboliéndose como por milagro todo el pasado opresor. Habrá una lucha efectiva para que el nuevo modo de ser de los hombres se generalice. Lo que está puesto en cuestión aquí es la modalidad de la lucha. Todo espíritu sectario, inquisidor, es un agente letal para la revolución; con mayor razón aún no cabrá plantearse recurrir a la dictadura clásica, porque se recompondría un modo de ser de la sociedad de clases. No se puede superar el momento de transición sino a través de una manifestación liberadora de los diferentes seres humanos. Es la presión comunista, es decir, la presión de la inmensa mayoría de seres humanos al crear la comunidad humana, lo que permitirá, lo que ayudará a superar los obstáculos, gracias a una afirmación de la vida en la que «si suponemos al hombre como hombre y a su relación con el mundo como una relación humana, sólo se puede intercambiar amor por amor, confianza por confianza» (Marx). Los casos de enfrentamientos violentos sólo podrán ser excepcionales.
Pensar que es necesaria una dictadura es pensar que la sociedad humana nunca estará preparada para pasar al comunismo. Pero es largo, doloroso y difícil llegar a este punto particular en el que se desvela la mistificación, es decir, la comprensión de la errancia de la humanidad, el hecho de que la humanidad se haya comprometido con la vía de la destrucción y que esto se debe en buena medida al hecho de que ha confiado su destino a este monstruoso sistema automatizado, el capital o la prótesis, como lo llaman G. Cesarano y G. Collu.[33] Entonces, los hombres y las mujeres se darán cuenta de que son ellos los componentes determinantes, de que no pueden abdicar su poder sobre la máquina y alienar así todo su ser, creyendo alcanzar la felicidad.
En cuanto este punto se alcanza, todo ha terminado. Será imposible volver atrás. Toda la representación del capital se derrumbará como un castillo de naipes. Al no tener ya el hombre al capital en la cabeza, podrá reencontrarse y reencontrar a sus semejantes; a partir de ahí la creación de una comunidad humana es imparable.
La ideología, la ciencia, el arte, etc. a través de todas las instituciones y de las organizaciones, intentan hacernos creer que en términos absolutos el hombre es superfluo, que no puede hacer nada —y no un hombre en particular, en una época concreta, sino el hombre como invariante—, que si hemos llegado al estadio actual es porque no podía ser de otra manera desde el momento mismo en que aceptamos utilizar y desarrollar la técnica. Hay una fatalidad ligada a la técnica. Si el hombre no acepta la técnica no puede progresar. Por tanto, sólo se pueden remediar algunos males, pero no escapar a la espiral que constituye esta misma sociedad. Lo determinante en esta trampa —la inmovilización de los hombres— es la representación del capital, que consiste representarse un proceso social racional como proceso social racional del capital, lo cual implica que el sistema no puede entonces percibirse como opresivo, por eso explicar sus aspectos negativos es apelar a fenómenos designados como extracapitalistas[34].
Lo esencial por tanto es romper con el comportamiento que permite parasitar el cerebro humano mediante la representación del capital. Hay que acabar con la mentalidad del criado, donde el amo es el capital. Esto resulta tanto más urgente cuanto que hoy en día la vieja dialéctica del amo y del esclavo tiende a ser abolida en virtud la banalidad del esclavo: el hombre.
La lucha contra la domesticación ha de estar comprendida a escala mundial. Ahí también se erigen fuerzas importantes; así, todos aquellos que ponen en cuestión el esquema unilineal de la evolución humana, que contestan a la afirmación de que el MPC podía haber sido un progreso en todos los países, desmitifican la racionalidad a priori, universal, del sistema capitalista.
Los países que, a los ojos de los profetas del crecimiento, del despegue económico, son países subdesarrollados o en vías de desarrollo, son en realidad países donde el MPC no consigue implantarse. En Asia, en Sudamérica, en África, millones de hombres no terminan de plegarse al despotismo del capital. Su resistencia es a menudo negativa, en el sentido de que son incapaces de plantear otro tipo de comunidad, que sin embargo es esencial para mantener a escala mundial un polo de protesta humana que sólo la revolución comunista puede transformar en movimiento de constitución de una nueva comunidad; además, cuando estalle la revolución, este polo tendrá una influencia determinante en el proceso de destrucción del capital.
En los países subdesarrollados se ha rebelado la juventud —en Ceylán, en la Madagascar de 1972, pero también con menos fuerza en Senegal, en Túnez, en el Zaire, etc.— y con discursos diferentes apuntan a las mismas exigencias que en occidente. Así, desde hace más de 10 años, la insurrección de la juventud afirma su carácter fundamental: la antidomesticación. Sin querer hacer de profetas, es importante intentar discernir aquí alguna perspectiva. En Mayo del 68, recordamos la previsión de A. Bordiga[35] sobre una reactivación del movimiento revolucionario alrededor de 1968 y la revolución para el periodo 1975-1980. Mantenemos esta última “profecía”. Los últimos acontecimientos político-sociales y económicos confirman esta previsión y diversos autores han llegado a la misma conclusión. El MPC se encuentra ante una crisis que lo sacude de arriba abajo. No es una crisis al estilo de 1929, aunque pueden encontrarse algunos de sus elementos; es una crisis de transformaciones profundas: hace falta que el capital se reestructure para poder frenar las consecuencias destructivas de su proceso de producción global. Todo el debate sobre el crecimiento lo ha puesto claramente en evidencia, pero sus protagonistas creen poder contener el movimiento del capital y afirman que es necesario ralentizar el tiempo, desacelerar… Por eso el único medio para el capital de no seguir confrontado a la oposición de los hombres es acceder a una dominación absoluta sobre ellos. Es contra una dominación como esta, que se perfila con claridad en el horizonte de nuestras vidas, contra la que se erige el vasto movimiento de la juventud, el cual comienza a ser comprendido, apoyado por diversos adultos.
Casi en todas partes hemos asistido a este ascenso revolucionario con la excepción de un inmenso país, la URSS, que podría jugar tal papel inhibidor que la revolución podría verse frenada durante mucho tiempo, contradiciendo nuestra previsión, transformándola en un voto piadoso. Ahora bien, los acontecimientos de Checoslovaquia y de Polonia, el reforzamiento constante del despotismo en las repúblicas soviéticas indican, negativamente, que la subversión tampoco está ausente allí, incluso si sólo nos llegan débiles ecos, puesto que hubo que reprimirla tanto más violentamente cuanto que había que impedir la generalización del levantamiento. Por otra parte, el movimiento de desestalinización juega —teniendo en cuenta las diferencias históricas considerables— un papel similar al de la revuelta nobiliaria de 1825, remplazada por la de revuelta de la intelligentsia y después por el movimiento populista en sentido amplio[36]. Pensamos por esto que hoy en día existe una subversión que va bastante más allá de la oposición democrática del académico Zakharov. Han de tenerse en cuenta, fuera de esto, ciertas constantes históricas. En Francia y en Rusia hemos asistido a la generalización de fenómenos revolucionarios de procedencia extranjera y es allí donde han adquirido su mayor radicalidad. La revolución francesa extendió la revolución burguesa al continente europeo; la revolución rusa extendió la revolución doble, al interior de la cual triunfó al final únicamente la revolución capitalista. La revuelta estudiantil no ha nacido en Francia, y es sin embargo aquí donde pudo hacer tambalearse a la sociedad capitalista, que todavía hoy sufre sus consecuencias. En la URSS no puede haber una sacudida revolucionaria mientras no se hayan agotado las consecuencias de la revolución de 1917: el conjunto de revoluciones anticoloniales. Ahora que la más importante de ellas, la revolución china, ha cerrado un ciclo, se verá la apertura en la URSS del nuevo ciclo revolucionario.
Hay un desfase histórico importante entre la revolución francesa y la revolución rusa, así como en lo que se refiere al surgimiento del nuevo ciclo revolucionario. En nuestra época, el despotismo del capital es mucho más fuerte de lo que nunca llegó a ser el del zar y, además, la santa alianza URSS-EE.UU. se revela más eficaz que la del siglo pasado entre Inglaterra y Rusia. El fenómeno puede verse retrasado, pero no abolido; podemos prever que en la URSS la dimensión “comunitaria” de la revolución será más definida que en occidente, haciéndola progresar a pasos de gigante.
En un periodo de total contrarrevolución, Bordiga sólo pudo resistir a su efecto disolvente porque tenía una visión de la revolución venidera y sobre todo porque desplazó el eje de reflexión sobre la lucha: ya no interesarse únicamente en el pasado —simple peso muerto en aquellos periodos— ni en el presente dominado por el orden establecido, sino en el futuro. Afirmó: «Sólo nosotros podemos instalar nuestra acción sobre el futuro».
Ya en 1952 había escrito: «Se nos da mejor la ciencia del futuro que la del pasado presente» («Esploratori nel domani» [Exploradores del mañana], en Battaglia Comunista, nº6).
Mantenerse conectado de esta manera al futuro le permitió percibir el movimiento revolucionario actual —aunque no en sus características propias. En aquella época nació la industria del futuro y alcanzó una gran amplitud. El capital penetra en este nuevo campo y comienza a explotarlo, provocando una nueva expropiación contra los hombres y reforzando su domesticación. Esta apropiación del futuro distingue el MPC de otros modos de producción. Desde el principio, para el capital, la relación con el pasado y el presente se revela menos importante que la relación con el futuro. En efecto el único intercambio revitalizante para él es el que realiza con la fuerza de trabajo; la plusvalía creada, capital potencial, sólo puede convertirse en capital efectivo intercambiándose por trabajo futuro. Es decir que en el mismo momento en que se genera la plusvalía, ésta sólo tiene realidad si en un futuro, que no puede ser más que hipotético y que no es necesariamente un futuro próximo, hay manifestación de una fuerza de trabajo. Si este futuro no se hace presente —a partir de ahora pasado—, asistimos a su abolición: desvalorización por pérdida total de sustancia. Por eso evidentemente el capital debe dominar el futuro, para que haya garantías de cumplimiento del proceso de producción. El sistema de crédito le permite realizar esta conquista. A partir de entonces el capital se ha apropiado del tiempo, el cual modela a su imagen, el tiempo cuantitativo[37]. No obstante, la plusvalía presente se realiza, se valoriza, a través del intercambio con el trabajo futuro; con el desarrollo de la industria del futuro se halla la capitalización del propio futuro. Dicha capitalización reclama una programación del tiempo que se expresa de manera científica en la futurología. A partir de entonces el capital produce el tiempo[38]. De ahora en adelante, ¿dónde pueden los hombres situar sus utopías y sus ucronías?
En las épocas anteriores, en que las sociedades dominaban el presente y, en menor medida, el pasado, el movimiento revolucionario tenía para sí el futuro. Las revoluciones burguesas y las revoluciones proletarias debían asegurar el progreso, que sólo era posible por la existencia de un futuro puesto en valor en relación a un presente y un pasado que abolir. En los dos casos, de forma más o menos acentuada, el pasado era el imperio de las tinieblas y el futuro, el de las luces. El capital ha conquistado el futuro. Ya no teme a las utopías, incluso tiende a producirlas. El futuro es rentable. Producir un futuro es condicionar a los hombres, a partir de ahora, en función de una determinada producción, lo que supone la programación absoluta. El hombre, osamenta del tiempo (Marx)[39], es excluido del tiempo. La dominación del pasado, del presente y del futuro con la exclusión del hombre permite la representación estructural en que todo es combinación de relaciones sociales, de fuerzas productivas o de mitemas. Al concluirse, la estructura elimina la historia. La historia, sin embargo, es aquello que han hecho los hombres.
Se concibe a partir de ahí que la revolución comunista debe no sólo plantear otro tiempo sino, sobre todo, unirlo a un nuevo espacio. Ambos serán creados simultáneamente en virtud de una nueva relación entre los seres humanos y la naturaleza: la reconciliación. Ya lo hemos dicho, todo lo que sea parcial es pasto de la contrarrevolución. No es la mera totalidad lo que se debe reivindicar, sino la unión de lo que ha sido separado, mediatizado por el ser futuro: individualidad[40] y Gemeinwesen[41]. Este ser futuro existe ya en tanto que exigencia total y esta exigencia es la que mejor expresa el carácter revolucionario del movimiento de Mayo del 68 y del movimiento de estudiantes de secundaria de la primavera del 73.
La lucha revolucionaria es una lucha contra la dominación que se manifiesta en todo lugar, en todo tiempo, así como en los diversos aspectos de la vida. Desde hace 5 años, la contestación invade todos los espacios de la vida del capital. Ahora la revolución puede plantearse su verdadero campo de batalla, en el que el centro está por todas partes y la superficie en ninguna[42], tan infinita es su tarea: destruir la domesticación planteando la infinita manifestación del ser humano por venir. ¡No es optimismo lo que nos dice que en 5 años comenzará la revolución efectiva, la destrucción del MPC!
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[1] Aggiornamento es el término, popularizado durante el II Concilio del Vaticano, que refiere a la actualización de los principios de la Iglesia católica conforme a los nuevos tiempos [N. de T.]
[2] Años más tarde, Camatte definirá el concepto de antropomorfosis del capital en el «Glosario» de la página web de Invariance —donde se puede encontrar buena parte de su obra en francés— de la siguiente manera: «Fenómeno que hace que el capital se convierta en hombre, a human being según K. Marx. Su complemento es la capitalización de los hombres y de las mujeres, que tienden así a convertirse en objetos técnicos, inmersos en la inmediatez del capital, que se puede percibir también como su inmanencia» [N. de T.]
[3] Lo que llamamos crisis monetaria no se refiere simplemente al establecimiento de un nuevo precio del oro, ni a su rol, ni a la institución de un nuevo equivalente general —un nuevo tipo de cambio—, ni a la creación del cambio «convertible» entre las monedas nacionales, ni a la integración de las economías del Este al mercado monetario —capital en tanto que totalidad, Marx—, sino que se trata del rol del capital bajo su forma dineraria, y más precisamente de la superación de la propia forma dinero, de la misma manera que hubo una superación de la forma mercancía
[4] El presupuesto de tal absurda reivindicación es una ilusión científica: la pretendida inferioridad biológica de la mujer. Se desprende de ello un imperativo: la ciencia pone en evidencia una tara y es ella misma quien debe resolverla. De hecho, si ya no son necesarios los hombres —partenogénesis— y por tanto si no ya no hay necesidad de mujeres —cultivo de embriones en frascos o incluso cultivo de ovarios—, podemos preguntarnos: ¿acaso es todavía necesaria la especie humana? ¿No resulta ya superflua? Estas personas creen resolverlo todo mediante la mutilación. ¿Por qué no proponer la supresión del dolor eliminando los órganos sensoriales? A volver superflua la humanidad, a eso tienden todos aquellos que quieren resolver las cuestiones sociales, humanas, mediante la ciencia y la tecnología
[5] Racket significa en francés ‘chantaje’, ‘extorsión’. Este, junto con sus derivaciones (rackettista, etc.), son términos característicos de Camatte para referirse al comportamiento de las organizaciones políticas que compiten entre sí bajo una lógica mercantil por una mayor acumulación de militantes y de capacidad de influencia (partidos-empresa), y que por ello mismo acaban siendo obstáculos tanto para el desarrollo de la individualidad (véase nota 19) como para el desarrollo de las dinámicas emancipatorias de la especie. Por la particularidad y especificidad del término, decidimos dejarlo en francés [N. de T.]
[6] Modo de Producción Capitalista [N. de T.]
[7] La lucha de los hombres contra el capital sólo ha sido vista a través de un prisma estrictamente clasista. Sólo aquellos que se reclaman activamente del proletariado pueden ser reconocidos como los verdaderos adversarios del capital, siendo el resto simples románticos, pequeño-burgueses, etc. Incluso razonando en términos clasistas, es limitar a una clase el restringirla a las fronteras puramente clasistas, sobre todo cuando ésta tiene por misión destruir las clases. Es impedirle plantear su proceso de autodestrucción el prohibirle tomar en consideración el discurso trágico de ciertos hombres que se enfrentaron al capital incluso sin percibirlo ni delimitar a su enemigo —por ejemplo, Bergson. Ahora que esta problemática clasista ha perdido toda base sólida, es bueno tener en cuenta el contenido del pensamiento y los movimientos de derechas, siendo la derecha un movimiento de oposición al capital que quiere restaurar un momento concreto del pasado. Así por ejemplo, la corriente de Acción Francesa y más tarde Nueva Acción Francesa reivindica, con el fin de eliminar los conflictos de clase, el hiperindividualismo capitalista, la especulación, etc., una comunidad que sólo puede ser garantizada, según ellos, por la monarquía —cf. en particular el concepto de «capitalismo» en los archivos de Acción Francesa.
Parecería que toda corriente que se enfrenta al capital está obligada a plantear un componente humano, cualquiera que sea, un componente profundamente invariante en el que los hombres puedan encontrarse. Es la comunidad que los propios nazis quisieron, junto con la Volksgemeinschaft [la «comunidad del pueblo», N. de T.], instaurar-restaurar —cf. igualmente su ideología de la Urmensch, el hombre originario. Muchos han malinterpretado, a nuestro juicio, este fenómeno y no han visto sino una afirmación totalitaria, demoníaca. Ahora bien, los nazis retomaban entonces una vieja reivindicación teorizada por cierto por los sociólogos alemanes como Tönnies o Weber. La Escuela de Frankfurt y especialmente Adorno, por el contrario, cayó en el peor democratismo por su incapacidad para comprender este fenómeno y no pudo darse cuenta de que la grandeza de Marx fue plantear la necesidad de reformar la comunidad y haber reconocido que es el movimiento total de la especie el que tiende a esta transformación.
Los problemas están ahí para todos, en su presencia imperativa y en la urgencia de su solución. Desde diversos horizontes políticos, los hombres tienden a resolverlos. No son problemas que determinen el carácter revolucionario o contrarrevolucionario sino su solución, sea o no efectiva. Incluso ahí se manifiesta un elemento del pensamiento rackettista: habría entonces cotos privados teóricos tanto para el bando de derechas como de izquierdas, y entrar en una u otra zona reservada supone automáticamente la atribución de una etiqueta. Por tanto reificación: el objeto es determinante y el sujeto, pasivo
[8] Cf. la octavilla difundida en mayo de 1968 y publicada en el número 3 de Invariance, serie 1: «À propos de la Semaine Rouge : l’être humain est la véritable communauté (Gemeinwesen) de l’homme» [A propósito de la Semana Roja: el ser humano es la verdadera comunidad (Gemeinwesen)]; y el artículo de mayo-junio de 1968: «Théorie et action» [Teoría y acción], Invariance, serie 1, nº4, 1968
[9] También llamada por el historiador Jean Égret «la prerrevolución francesa», se refiere a la rebelión de la nobleza y de los parlamentos provinciales contra Luis XIV entre 1787 y 1788, motivada por el rechazo a la reforma judicial y a las medidas fiscales propuestas por el rey para resolver la crisis financiera del Estado. Ha sido leída por diversos historiadores como una crisis institucional que preconiza la Revolución de 1789 [N. de T.]
[10] Los «brazos-desnudos», también llamados «sans-culottes», es el término que refiere durante la Revolución Francesa a las capas populares que vivieron un intenso proceso de radicalización, diferenciándose de los jacobinos por su defensa de una democracia directa. El término empleado por Camatte, frente al más conocido de sans-culottes, fue popularizado por el historiador libertario Daniel Guérin, —que a su vez lo tomó prestado de la Historia de la Revolución Francesa de Jules Michelet— en su libro Bourgeois et bras-nus. Guérin rompe en este libro con la tradición robespierrista de la historiografía de la Revolución, tradición que el autor entendía como «la fuente de dos grandes corrientes del pensamiento socialista que, a través de todo el siglo XIX, se perpetuaron hasta nuestros días en una corriente jacobina autoritaria y en una corriente libertaria» (La revolución desjacobinizada, 1957) [N. de T.]
[11] Nos referimos a los técnicos, intelectuales, políticos o economistas, como los miembros del Club de Roma —S. Manholt, R. Dumont, H. Laborit, etc.
[12] Juego de palabras con le mépris (el desprecio) y la méprise (la equivocación) [N. de T.]
[13] Abreviatura coloquial de prolétaire, proletario [N. de T.]
[14] El Partido Comunista Obrero de Alemania (KAPD por sus siglas en alemán: Kommunistischen Arbeiter-Partei Deutschlands) nació como escisión del Partido Comunista de Alemania (KPD) en 1920 durante la República de Weimar. Se caracterizó por su rechazo del modelo leninista de partido y del modelo soviético, al que consideraba una dictadura de partido; apostando por la abolición inmediata del sistema parlamentario y la instauración de la dictadura del proletariado, fue uno de los partidos de mayor audiencia de la izquierda comunista de aquellos años. Figuras representativas del mismo son Paul Mattick y Otto Rühle [N. de T.]
[15] Georg Lukács (1885-1971) fue un teórico marxista, gran estudioso de Hegel, de origen húngaro pero de formación alemana. Comisario de Instrucción Pública durante la efímera República Soviética de Hungría (1919-1920), en un principio se mostró próximo a las tesis luxemburguistas en la polémica con Lenin y sólo tras el fracaso de la revolución húngara y el inicio del proceso de sovietización de los partidos comunistas europeos se aproximó a posturas más leninistas. Tras un último intento, en sus Tesis de Blum, de proponer un modelo de revolución distinto al bolchevique, y al verse excluido por ello de los espacios de decisión del Partido Comunista húngaro y de la III Internacional, abandonó la militancia activa y se confinó al estudio y la producción teórica [N. de T.]
[16] Karl Korsch (1886-1961) fue un pensador y militante comunista alemán. Inicialmente ligado al KPD, del que sería expulsado en 1926, rompió con el leninismo en 1923 en su libro Marxismo y filosofía, y se unió a la oposición consejista alemana, manteniendo contacto con el KAPD y el grupo ruso Centralismo Democrático [N. de T.]
[17] El hombre no está constantemente sumergido en la naturaleza, la existencia no está siempre unida a la esencia, ni el ser a la consciencia, etc. De la separación nace la representación. A partir del momento en que el tiempo es pensado en su irreversibilidad y por consiguiente el sujeto pasado es separado del sujeto presente, la memoria es determinante; la representación interviene. Tratar esta última llevaría por tanto a reexaminar la filosofía y la ciencia, algo que hará buena falta emprender algún día. Por el momento, querríamos advertir al lector, que puede ser llevado a hacer ciertas aproximaciones con afirmaciones semejantes —en efecto, otros antes se han preocupado de la importancia de la representación en las conductas sociales y la imaginación, como Cardan [alias de Cornelius Castoriadis, N. de T.], y el espectáculo, como los situacionistas; sobre el plano del saber, Foucault ha analizado la importancia de la representación en el siglo XVI; nosotros mismos lo hemos abordado al estudiar la mistificación democrática—, de que empleamos esta palabra en el sentido en que, siguiendo a Marx (Vorstellung), la hemos utilizado para indicar, por ejemplo, que el valor debe estar representado en el precio. En «À propos du Capital» [De El capital] (Invariance, serie II, nº1) hemos indicado muy brevemente que el capital llegaba a ser una representación que se autonomizaba, desde ese momento no podía existir verdaderamente si no era reconocido por todos. He aquí por qué los hombres deben interiorizar la representación del capital.
La cuestión de la representación es muy importante. En el momento en que deja de haber unión inmediata entre el hombre y la naturaleza —si es que ésta ha existido alguna vez— la representación se hace necesaria, puesto que es apropiación de lo real y medio de comunicación entre los seres humanos. En este sentido, la representación no puede ser abolida, al no poder existir el ser humano en una unidad indiferenciada con la naturaleza. Es su autonomización —otro modo de afirmación de la alienación— lo que hace falta detener
[18] Vid. supra (nota 16) [N. de T.]
[19] Esto ha sido puesto en evidencia por N. Brown en Eros et Thanatos. El miedo a la individualidad no basta para explicar el profundo fenómeno que empuja a los seres humanos a dejarse encajar en un molde, a identificarse con un ser-tipo, a ahogarse en un grupo. El hombre tiene miedo de sí mismo porque no se conoce. Le requiere por tanto un gran esfuerzo poder conjurar los «excesos» que pueden perturbar el orden social y el suyo propio. Parecería que las organizaciones sociales fueran demasiado frágiles para poder aceptar el libre desarrollo de las potencialidades humanas. Con el MPC todo es posible en tanto que elemento de capitalización, pero sólo es cada vez un posible permiso; ello quiere decir que el individuo tiene una modalidad de ser normal o anormal; la totalidad no existe sino en el discurso del capital, inaccesible y pervertido. Este miedo se refleja claramente en la mayoría de las utopías en las que triunfa el despotismo de la racionalidad igualitaria
[20] El Partido Comunista de Francia, el Partido Socialista, el Partido Socialista Unificado y los sindicatos mayoritarios Confederación General del Trabajo y Confederación Francesa Democrática del Trabajo. El PSU nace en 1960 como un complejo de tendencias heterogéneas —que van desde el anti-gaullismo hasta corrientes anti-estalinistas y autogestionarias— en reacción a la Guerra de Argelia y al apoyo del SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera, antecedente del Partido Socialista) al golpe de Estado de De Gaulle, situándose a medio camino entre el SFIO y el PCF a lo largo de las décadas de 1960 y 1970 hasta su disolución en 1989, momento en que se había convertido en un partido extraparlamentario. La CFDT estuvo ligada al PSU hasta los años 80, cuando tomó una deriva centralista llegando a apoyar en 1995 la regresiva reforma de la Seguridad Social que llevó a cabo el primer ministro conservador Alain Juppé. Por su parte, la CGT continúa ligada al PCF [N. de T.]
[21] Ouvriers Spécialisés, «obreros especializados», era el nombre que se daba a los trabajadores en las cadenas de montaje. La huelga más emblemática de estos años fue la de los O.S. del automóvil en la fábrica Renault de Boulogne-Billancourt, entre mayo y abril de 1973, donde la CGT y los grupos de ultraizquierda tuvieron mucha influencia [N. de T.]
[22] Cf. el artículo de P. Drouin en Le monde de 27/03/1973, así como el libro de R. Tourneux, Le mois du mai du général, que intenta glorificar la acción de De Gaulle pero que sólo llega a evidenciar a qué punto el gran hombre fue desbordado por los acontecimientos y no comprendió qué estaba pasando
[23] Joseph Fontanet (1921-1980) fue secretario general del partido demócrata-cristiano Movimiento Republicano Popular (MRP) y ocupó diversos cargos ministeriales a principios de los años 60, los primeros bajo la presidencia de De Gaulle [N. de T.]
[24] Cf. el artículo de P. Viansson-Ponté en Le monde de 31/12/1972. En 1964, P. Cardan había comprendido la importancia excepcional de la insurrección de la juventud, pero la percibió como algo externo, como una cosa que había que saber utilizar, lo cual era el tributo ideológico pagado a la vieja concepción de la conciencia inyectada desde el exterior.
«El movimiento revolucionario podrá dar un sentido positivo a la inmensa revuelta de la juventud actual y hacer de ella el fermento de la transformación social, si sabe encontrar el verdadero y nuevo lenguaje que ésta está buscando y si sabe mostrarle una actividad de lucha contra el mundo que rechaza» (Socialisme ou Barbarie, nº35, pág. 35)
[25] Cf. L’armée nouvelle. La lectura de este libro muestra a qué punto el “fascismo” no necesitaba inventar teoría alguna, ya que ésta había sido ya producida por la socialdemocracia internacional. Jaurès quería reconciliar el ejército y la nación (¿y qué quiso y realizó Hitler?). Esto se llevó a cabo y, en 1914, los valientes franceses marcharon alegremente a la carnicería. Qué diferencia entre el culto jauresiano de la patria: «Ésta hunde sus raíces en el fondo mismo de la vida humana y, si así puede decirse, en la fisiología del hombre» (ed. 10/18, pág. 268)
Por la época, más allá del Rhin, Bebel mantenía más o menos el mismo discurso
[26] Franz Borkenau (1900-1957) fue un pensador iniciado en el marxismo y en el psicoanálisis, militante del KPD y agente del Komintern durante los años 20. Tras presenciar la represión del estalinismo a la CNT y el POUM durante la guerra civil española, y ser torturado él mismo por el PCE, se adhiere al discurso anticomunista junto a intelectuales como Raymon Aaron y Arthur Koestler, destacándose durante los años 50 como estudioso de la Unión Soviética [N. de T.]
[27] Citado por Chomsky en L’Amérique et les nouveaux mandarins, ed. du Seuil, pág. 196 [Los nuevos mandarines del poder americano, ed. Alianza. Traducimos la cita, como en el resto de casos, directamente del texto de Camatte, N. de T.]
[28] El MPA [Modo de Producción Asiático, N. de T.] conoció también diversos movimientos insurreccionales de gran amplitud que lo regeneraron. Algunas revueltas fueron incluso, según diversos historiadores, suscitadas por el propio Estado; la gran revolución cultural maoísta no sería sino una reedición. Estos hechos confirman nuestra tesis mil veces avanzada sobre la convergencia entre el MPC y el MPA
[29] Las CRS (Compañías Republicanas de Seguridad) es el cuerpo de antidisturbios en Francia [N. de T.]
[30] Por otro lado, sólo es una violencia larvada, hipócrita; una manifestación de la incapacidad del ser
[31] Es claro que la vieja oposición ciudad-campo ya no existe. El capital urbaniza el planeta, es la mineralización de la naturaleza. Asistimos a nuevos conflictos entre los centros urbanos y las zonas rurales allí donde aún persisten algunos campesinos. Los centros urbanos reclaman cada vez más agua, lo que lleva a la construcción de un gran número de embalses a distancias que llegan a ser de 100 o a veces incluso 200 kilómetros. Esto provoca la destrucción de tierras de cultivo fértiles, de caza o de pesca, pero además contribuye a privar de agua a los campesinos, dado que todas las fuentes son canalizadas para alimentar el embalse o el canal de turno. Este conflicto puede afectar a una misma persona, como a las que viven en la ciudad y tienen una segunda residencia “en el campo”. En ello se puede ver que nos encontramos bastante lejos de la tradicional cuestión campesina; se trata de una relación global de los hombres con la naturaleza y del cuestionamiento de su modo de ser actual
[32] Como hacen los psiquiatras estadounidenses que se hacen internar voluntariamente en las clínicas psiquiátricas para demostrar que no existe ningún saber capaz de definir la locura. Añadimos que la locura actual es una producción necesaria del capital
[33] Cf. Apocalypse et révolution [Apocalipsis y revolución], ed. Dedalo, 1973. Este libro se presenta como «un manifiesto de la revolución biológica». Es de una gran riqueza de contenidos que no se pueden resumir aquí. Los autores también tratan la cuestión de la representación y la simbología en las relaciones sociales (cf. nota 17). Dejamos aquí dos pasajes que ilustran un poco su posición:
«Los comentaristas progresistas del informe del MIT y de las propuestas de Mansholt se equivocan al afirmar que el capital no puede sobrevivir sin incrementar continuamente la producción de mercancías, sustrato de su valorización, si entienden por mercancías únicamente las “cosas”. Poco importa la naturaleza de la mercancía, si es una “cosa” en lugar de una “persona”. Para que el capital pueda continuar reproduciéndose como tal, basta con que al interior de la circulación persista un momento en el que una mercancía cualquiera asuma la tarea de cambiarse por A para seguidamente volver a cambiarse por A’. Esto es en teoría perfectamente posible, siempre que el capital constante, en lugar de ser invertido en su mayoría en instalaciones capaces de producir exclusivamente objetos, sea invertido en instalaciones capaces de producir “personas sociales” (servicios sociales y “servicios personales”)» (pág. 82 [de la edición francesa; traducimos directamente del original, N. de T.])
«La coherencia suprema de lo ficticio es la de mostrarse, en definitiva, como representación perfecta y por tanto como organización de las apariencias perfectamente irreales; es la de realizarse en la separación definitiva de lo concreto, en su propia desaparición sensible (lo ficticio es la esencia de toda religión). Pero es sólo manifestándose como subjetividad consustancial al movimiento orgánico naturalizante, a su capacidad global en proceso, como la especie podrá emanciparse definitivamente de la prótesis, liberarse de lo ficticio y de las religiones. La revolución biológica consiste en la inversión definitiva de la relación que ha visto a lo largo de la prehistoria [todo el periodo que precede a la revolución comunista, N. de A.] la corporeidad de la especie sometida a la dominación de la máquina social; consiste en la emancipación de la subjetividad orgánica, en la “domesticación” irreversible de la máquina en todas sus modalidades de aparición posibles» (pág. 135)
[34] He aquí un ejemplo destacable : «En conclusión, constatemos que la financiación del crecimiento prácticamente no está garantizada por los mecanismos propios del sistema capitalista, que en efecto implicarían que los particulares aceptan endeudarse para tener liquidez, la cual emplearían en lugares de inversión no líquidos de una u otra empresa, por cuyo crecimiento apostarían. Los nuevos fondos entrarían así en la economía a través de la bolsa. Y las empresas financiadas de esta forma por la bolsa, no tendrían necesidad de autofinanciarse. En ausencia de inflación, el importe de la deuda de los particulares sería equivalente al importe de los activos líquidos necesarios para el crecimiento, y no más.
»De hecho, para financiar el crecimiento, el sistema capitalista supone la existencia de apostantes dispuestos a perder en términos nominales el importe de su apuesta, si se equivocaron al estimar el crecimiento de una u otra empresa. Siendo insuficiente el importe de estas apuestas, las empresas deben endeudarse directamente mediante instituciones financieras. Este mecanismo existe en sistemas no capitalistas…
»En definitiva, con la existencia de tasas de interés, de un precio del dinero no prestado (en el caso de la colocación de activos líquidos) o prestado prácticamente sin riesgo de pérdida nominal (obligaciones), el sistema capitalista no financia sino muy parcialmente el crecimiento, y genera así una inflación acumulativa» (J. Fau, «Analyse de l’inflation» [Análisis de la inflación] en Le monde, 05/12/1972)
[35] Amadeo Bordiga (1889-1970) fue un teórico y militante comunista, fundador del Partido Comunista de Italia junto a Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti y su principal dirigente hasta su exclusión de la dirección en 1925, por obra de la III Internacional, debido a sus críticas a la orientación de esta última, y finalmente del PCI en 1930 por su clara oposición a Stalin. Es una de las figuras más importantes de la izquierda comunista, junto con Rosa Luxemburgo, Anton Pannekoek y Hans Gorter. Jacques Camatte perteneció hasta 1966 al Partido Comunista Internacionalista, del que Bordiga era uno de los principales representantes [N. de T.]
[36] La revuelta nobiliaria de 1825 es también conocida como el Levantamiento Decembrista, por producirse en diciembre de 1825 durante el interregno entre la muerte del zar Alejandro I y el juramento de Nicolás I de Rusia. Fue llevada a cabo por los jóvenes oficiales del Ejército Imperial, miembros de la élite aristocrática y admiradores del modelo de régimen liberal representado por Napoleón, con el objetivo de iniciar una serie de reformas que permitieran la liberalización de la economía rusa y la consecución de una monarquía parlamentaria. Tras su fracaso y la ejecución de sus líderes, las reivindicaciones decembristas continuarían de la mano de las élites intelectuales y finalmente serían recogidas y ampliadas con vocación socialista por el movimiento de los narodniki o populistas rusos en las décadas de 1860 y 1870 [N. de T.]
[37] Lo que caracteriza al capital no es tanto la afirmación cuantitativa y la negación de lo cualitativo, sino la contradicción fundamental entre los dos, en la cual el polo cuantitativo tiende a fundir toda cualidad.
No se trata de desear la cualidad negando la cantidad, como no se reivindica el valor de uso negando el valor de cambio. Es necesaria una mutación total que permita abolir toda lógica de la dominación, puesto que cualidad y cantidad están íntimamente ligadas a la medición y ambas al valor. La medición es tan operante al nivel del valor de uso como del valor de cambio. En el primer caso, está en directa relación con una dominación de los hombres: los valores de uso miden la posición social, el peso de la opresión de un individuo particular. Existe un despotismo del valor de uso tanto como del valor de cambio y ahora del capital. En sus notas al libro de James Mill, Marx denuncia el utilitarismo, filosofía que reduce al hombre a su uso pero donde el intercambio tiende a autonomizarse
[38] Sternberg lo ha expresado extraordinariamente en Futuros sin futuro
[39] «El hecho de que sólo sirva de medida del valor la cantidad de trabajo independientemente de la calidad […] supone que los diferentes trabajos han sido nivelados por la subordinación del hombre a la máquina o por la división extrema del trabajo; que los hombres desaparecen ante el trabajo; que el péndulo del reloj ha pasado a ser la medida exacta de la actividad relativa de dos obreros como lo es de la velocidad de dos locomotoras. Por eso, no hay que decir que una hora de trabajo de un hombre vale tanto como una hora de otro hombre, sino más bien que un hombre en una hora vale tanto como otro hombre en una hora. El tiempo lo es todo, el hombre ya no es nada; es, a lo sumo, la osamenta del tiempo» (K. Marx: Miseria de la filosofía, ed. Siglo XXI, 1987, pág. 21) [N. de T.]
[40] En la página web de la revista Invariance, donde se encuentra éste y otros textos de Jacques Camatte en versión original, encontramos en el «Glosario» la definición de este concepto, que traducimos a continuación: «Individualidad: aptitud que se plantea como momento de emergencia y unidad perceptible del fenómeno vida. Para intentar evitar toda reducción, empleo [Jacques Camatte] el término individualidad-gemeinwesen para indicar que no hay separación entre los dos, separación que es a fortiori oposición. La individualidad posee la dimensión gemeinwesen, por el hecho mismo de su emergencia, no seguida de una separación, sino del mantenimiento de la participación en el fenómeno vida». Cf. en http://revueinvariance.pagesperso-orange.fr/glossaire.html [N. de T.]
[41] Cf. ibid.: «Gemeinwesen: concepto muy utilizado por K. Marx y G. W. F. Hegel. Indica no sólo el ser común, sino también la naturaleza y la esencia comunes (Wesen). Es lo que nos funda y nos acomuna [nous accomune, nos hace comunes, nos hace en común], participando del mismo ser, de la misma esencia, de la misma naturaleza. Este es el modo de manifestación de este ser participado.
»Podría añadir una interpretación personal sobre gemein. “Ge” es una partícula inseparable que expresa la generalidad, el común, el colectivo. “Mein” indica lo que es individual: mein [mío]. Así aflora subyacente la idea de una no separación entre lo que es común y lo que es individual; lo que implica el concepto de participación, en el que se percibe el sí mismo en un todo que es como consustancial.
»La Gemeinwesen se presenta entonces como el conjunto de individualidades, la comunidad que resulta de sus actividades en la naturaleza y en interior del mundo creado por la especie, al mismo tiempo que las engloba, dándoles su naturalidad (indicada por wesen), su substancia en tanto que generalidad (indicada por gemein), en un devenir (wesen)» [N. de T.]
[42] Tal es la definición del infinito dada por Blanqui —que modifica un poco la famosa frase de Pascal. Cf. L’éternité par les astres, ed. La tête de Feuille, pág. 119