El hilo comunista
En estos tiempos de elecciones, mediadas por las ofertas que las distintas fuerzas políticas ofrecen al mercado de los consumidores / electores, el máximo activo de (Unidos) Podemos, Pablo Iglesias, se ha destacado por ofrecer las ventajas (en términos de voto) que supondría la moderación del perfil ideológico de su marca electoral. Una marca socialdemócrata (“como Marx, Engels y Rosa Luxemburgo”) porque al fin y al cabo: “Desde los setenta, los programas del comunismo occidental son socialdemócratas. Son muchas las coincidencias programáticas entre nosotros” (se refiere a Podemos y al PCE-IU)[1].
Nuestra intención, con estas breves notas, no es realizar una reflexión electoral, acerca de la mayor o menor conveniencia de la “moderación discursiva” en el proyecto de Podemos. Y es que estamos convencidos de que la propia dinámica electoral conlleva esta moderación, una moderación que se impone a sus participantes y aparentes protagonistas con “la naturalidad” con que las mercancías se producen o se consumen. En el “juego de tronos” de la política parlamentaria, los contenidos vienen establecidos de modo a priori, no por ninguna maléfica manipulación televisiva o mediática, sino que nacen de la atomización individual que vive y caracteriza al ciudadano elector, al que se le concede la soberanía una vez cada cuatro años al mismo tiempo que el resto de su vida continúa sometido a la violencia estructurante que connota esta sociedad mercantil (como trabajador/a asalariado/a). Por eso cuestionar esa violencia estructurante (que se acompaña de otras violencias milenarias como la patriarcal) implica romper la pasividad ciudadana y electoral. Cuestionar el dominio del capital (una relación social que se impone de modo impersonal en nuestra vida cotidiana desde el mismo momento en que vendemos –o tratamos de vender- nuestra fuerza de trabajo) va a la par de dejar de ser ciudadanos (aislados unos de otros) con una capacidad (genérica y delegada) de decisión que nunca afecta a la violencia que estructura la dinámica de nuestra sociedad, la del capital y su movimiento. Por eso los diferentes candidatos electorales se presentan como modernos consejeros del Príncipe. Éste no es ya un monarca absoluto sino que es el más absoluto e impersonal de los monarcas, el capital. De ahí que en el debate de ayer entre los cuatro candidatos a la Presidencia del Gobierno del Reino de España, Pablo Iglesias, con total legitimidad, no hablase sólo de lo más justo sino de lo que era más eficaz económicamente (para los deseos voraces del capital).
Pues bien, si hay un aspecto que nos gustaría tratar aunque sea brevemente. El comunismo y el hilo comunista es precisamente la negación de todo esto. De la separación entre economía y política, entre trabajador y ciudadano, entre consumidor y productor, entre español y emigrante… El comunismo es un movimiento real que supera y abole cada una de las separaciones típicas de la sociedad del capital. El comunismo es la afirmación de la vida y de la comunidad universal de la especie frente a las separaciones mercantiles y estatales. Es un hilo histórico que se anuda siempre que hay un protagonismo social y humano que trata de afirmar la vida frente a la opresión, sobre todo, en las grandes oleadas revolucionarias y ascensos sociales que han jalonado las centenarias esperanzas de millones de personas: desde el Petrogrado de 1917 a los marineros de Kronstadt de 1921, desde la Italia del bienio rosso (1919-1920) a la Hungría de 1919, desde las calles de Barcelona de julio de 1936 a los obreros italianos en Huelga durante 1943, desde los multitudinarios ascensos sociales que empezaron con el 68´parisino (y que pusieron con fuerza y contundencia que no existe revolución comunista sin auto transformación radical de la vida cotidiana) a las Comissões de Moradores de la revolución portuguesa de 1974-75… El viejo topo de la revolución reaparece siempre, donde y cuando menos lo esperamos, y es que ahonda su fuerza en la Esperanza de que germine un nuevo mundo y una nueva humanidad frente a la podredumbre que anida en nuestras sociedades.
Su esperanza y su materialidad no tienen nada que ver con el juego parlamentario y electoral. De hecho éste es uno de sus más acérrimos enemigos. Es el que detuvo la fuerza inicial de la revolución portuguesa, desviando su energía germinal en nombre de las prioridades constitucionales y parlamentarias, en nombre de una institucionalización “socialista” de la revolución. Ya sabemos, a la luz del presente, donde han acabado proyectos político-reformistas más serios y radicales que las tristes copias de nuestro triste presente. La esperanza comunista nace, entonces, de los movimientos reales de millones de proletarios (que quieren dejar de ser tales) en el momento en que un ascenso social y humano rompe las separaciones y atomizaciones del presente, en que se inician a constituir comunidades de lucha y de esperanza. Por eso su realidad no tiene nada que ver con la política electoral, con su realidad atomizada y delegada. El ascenso comunista llama a la comunidad y al protagonismo, la política electoral a la separación y al consumo. Uno requiere de pasión y creatividad, a otro le bastan los catálogos de Ikea.
El hilo comunista se anuda en las luchas y en los ascensos sociales, de ellos derivan y proceden también las y los comunistas. Aquéllas/os que buscamos conscientemente luchar por una comunidad humana libre de mercancía, Estado, dinero… Marx no es el creador de ningún movimiento a partir de su cabeza genial, él mismo fue resultado y producto del movimiento comunista, de las reuniones de obreros y obreras parisinas que le cambiaron la vida. Como lo fue Rosa Luxemburgo y su teoría de la huelga de masas, o el Lenin que se quedaba fascinado por los soviets y los Consejos, o el Kropotkindel Apoyo Mutuo, Pannekoek y su lucha contra el sustitucionismo de los partidos y los sindicatos, los amigos de Durruti que combatían en las calles de Barcelona en mayo de 1937 o Debord y los situacionistas que escribían en los muros parisinos “seamos realistas, pidamos lo imposible”. El movimiento comunista es la continuidad de un hilo que quiere afirmar la comunidad libre de las mujeres y los hombres. Un hilo trazado por millones de seres anónimos que no tienen nada que ver con aquello que en Podemos o en Izquierda Unida entienden por comunismo.
A no ser que confundamos víctimas y verdugos.
Los sueños y las pesadillas.
A aquellos que viven la pasión del comunismo y la redención humana, con los que (mal) viven en la búsqueda del reconocimiento de este mundo miserable y del ascenso en el escalafón social.
Su “comunismo occidental” tiene nombres inquietantes. Palmiro Togliatti, el del giro de Salerno de 1943, que tanto gusta a Pablo Iglesias (que llevo a cabo “incitado” por Stalin), Togliattiel embajador de Stalin en la Madrid de la guerra civil, el que mandaba informes al Padre de todos los pueblos, aquél que se encontraba en Madrid mientras Andreu Nin (el dirigente del POUM) desaparecía en una cheka de Alcalá de Henares; Santiago Carrillo, el oscuro burócrata que eliminaba, con particular gusto, a los disidentes del PCE; o su adorado (Pablo Iglesias, dixit) Enrico Berlinguer del PCI, las compañeras y compañeros italianos de los años 60´ y 70´ sabían algo de la devoción republicana, tricolor y estatal del nacionalcomunista sardo, de los jueces “nacional comunistas” que construían procesos farsas para mandar a prisión a Toni Negri, Paolo Virno, OresteScalzone, Franco Piperno… 7 aprile 1979.
En efecto, ese nacional-comunismo lleva mucho tiempo realizando ímprobas labores (como la socialdemocracia de 1914) para la reproducción del orden existente.
Pablo Iglesias elige bien sus filiaciones.
Elijamos bien también nosotras/os.
Las suyas no son las nuestras.
14 de junio de 2016
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[1] Entrevista de Rubén Amón en El Pais, 13 de junio de 2016.